miércoles, 15 de abril de 2015

EL CAPITÁN CAPITULO XLVIII (48)






CAPITULO  XLVIII (48)
EL CAPITÁN

Con la cara insípida por el trasnocho y los ojos sombreados, en la parte que desciende de estos, hacía las mejillas, el buen capitán, se sostenía la sien derecha, con uno de sus brazos, el codo recogido, sostenido, apoyado sobre el escritorio, hablaba en un tono cansado, pero nada aperezado.
¿Cómo le digo?, he tenido que rendir les declaraciones, a mis superiores una y otra vez, algunos de mis hombres, me apoyan en la veracidad de los hechos; pero esté general, tiene más poder que yo, y además, no sé, como logró que algunos de ellos lo apoyen y según lo qué usted me comenta capitán; uno, no se explica, ¿como hizo para convencer a los medios?, no, y a mucha gente más, incluso a mis superiores, que sabían a la perfección que yo había sido el encargado de dicha operación, de hecho por eso estoy  aquí ,dándole cuentas a usted señora Sara Lucía.
Pero eso,  si le digo, la respetada dama, de la cual hemos estado hablando y la que dice usted,  conocer muy bien; no era, ninguna drogadicta, tenemos el testimonio de las otras dos mujeres, que también estaban secuestradas; esta muchacha Isadora y doña Marta; Sí, así es.
El hombre, bebió agua del vaso que estaba sobre el escritorio, sintió como entraba por su lengua y se deslizaba, abajo por su garganta, experimentó un alivió y continuó. Por supuesto, una investigación, detallada de todo esté asunto, daría al trastee, con la versión de ese hombre, claro, que contra esté, no tenemos pruebas; al menos no todavía. Pero las tendremos se lo aseguro.
¿Y según lo qué usted, me ha  contando?, si le añadimos a esto, el testimonio de los otros testigos; sí, ese tal Sergio y de Rosalía, ellos están dispuestos a colaborar; pero eso lleva su tiempo. El capitán, se puso de pié y preguntó, ¿la señora fuma? Sí capitán, yo le recibo uno, ¡por favor! ; El hombre tomó una cajetilla de cigarrillos que tenía acomodada, junto a la estantería de libros; eran libros, sobre cuestiones judiciales y una que otra novela.
Le aseguro que algún día, la verdad saldrá a la luz; dijo, mientras le encendía el cigarrillo a su interlocutora y a su vez, prendía el suyo, sosteniendo el cigarro, dentro de sus labios, continuó; aún para mí, este tema, es muy difícil.
Sara Lucía, soltó una larga bocanada, hacía un lado ¿y la señora, la qué se encontraba, en la camilla? Bueno sí, esa, es doña Leticia, esa  señora está muy delicada, el medico dice, que recibió un impacto emocional muy fuerte y que tardara un poco, en recuperarse; ¿según tengo tendido, ella es la señora de un pastor, un tal Adrián?; sí, al parecer a él, también lo tenían secuestrado.



Y no será qué ese hombre,  ¿puede dar alguna declaración de los hechos?, bueno yo, hablé con él y me dice, que lo vio todo; incluso, lo del tal, general  ese, y hasta me dijo, que estaba muy impresionado de ver como esa  muchacha Amanda, le había salvado la vida; pero asegura, que no quiere comprometerse con nada, me dijo que en caso tal, de que lo presionara, para dar una declaración, se iba a defender, diciendo, que había bastante humo y muy  denso; de modo que tan sólo, pudo escuchar los impactos del revolver.
¡A, caramba!, pero tenemos en cambio, el testimonio de todos los demás y el de esa joven, ¿cómo es qué se llama?; sí, mire, aquí está anotado, Isadora, ella dice, que durante la ceremonia, se quedó adormecida, pero que todo lo demás, lo recuerda con precisión,  lo del general  ese, como cambió todo a favor de ese Ronzales y está dispuesta,  a contar todo lo que sabe; ¡a  bueno!, por ese lado, al menos tenemos algo.
Sara Lucía, volvió a releer el nombre, Isadora, Isadora Duncan; mire, le voy a dar el número, para que se comunique con ella, ¿sí quiere?; ¡sí claro!, desde luego  que sí capitán. Usted se ve, que es una mujer, inteligente y pues, bueno, me cae bien, mire, aquí lo tiene; gracias capitán; dijo,  guardándolo en el celular; me interesa mucho, ya que Amanda, fue una gran amiga y quiero saberlo todo.
El capitán, lanzó con fastidio, la colilla de cigarrillo dentro de la canastilla de basura, que tenía al lado de su escritorio; no, sin antes, haberla apagado, presionándola contra el cenicero, que consistía en una ponchera de aluminio, más bien pequeña; he fumado tanto, para mantenerme despierto, que ya me siento saturado; comprendo, dijo ella, apagando, con delicadeza el suyo sobre el cenicero de cristal, ya que el otro, era personal, lo usaba tan sólo el capitán.
¿Se le nota que está agotado, porque no se va a descansar?; eso haré, mí turno, terminó hace rato, si me he quedado, es tan sólo, porque quiero, atender, a los familiares, de la dama en cuestión; su mamá, llamó diciendo, que ya, venia para acá; pero hasta ahora nadie se ha presentado, salvó usted.
Ella se sonrió; ha sido muy gentil capitán, y se recogió un poco el cabello, pese a sus ojeras, el hombre era apuesto. En esos momentos, un agente se presentó, diciendo; capitán estas personas, desean hablar con usted, Verónica seguida de Natalia, aparecieron en el fondo, casi a la entrada. Verónica se adelantó erguida, pero no altanera, ¿de modo qué usted, es ese tal general, qué asegura qué mí hija era, una drogadicta?
¡Mamá por favor!  Si ellos lo dicen, es porque es así; ¡cállate! , no me ayudas, para nada con eso; si viniste a acompañarme, ten la cordura de dejarme hablar ; el capitán, se colocó de pié y se dirigió hacía ellas; que bueno, que vino señora, la estaba esperando; al ver, el rostro amable, del capitán, Verónica, bajo la guardia; ¿así qué es usted la mamá?; Natalia profirió, debe disculparla, está muy alterada por lo sucedido; ¿disculparla dice?; no, al contrario,  tiene más, que razones de sobra, para estar así.
Natalia frunció el entrecejo, al decir esto, el hombre alargó, con generosidad la mano; mucho gusto señora; soy el capitán, Néstor Elías, ¿capitán? agregó sorprendida; mientras alargaba su mano, lo hizo con agrado, porque sintió el afectó y la calidez de esté hombre; ella, es mí hija Natalia, mucho gusto, encantada.
Tomen asiento; dijo, acercando sendas sillas, Verónica se sentó, junto a Sara Lucía, que estaba a punto de retirarse, pero no lo hizo, porque quería, conocer a la mamá de Amanda, no obstante, hizo un movimiento de levantarse; pero el capitán con prontitud le dijo, no se vaya, señora Sara Lucía; quiero que sea un apoyo para estas damas.
Ambas la voltearon a mirar; y ella se sonrojó un poco, pero sonrió con serenidad; sí, dijo, soy amiga de su hija y también me encuentro aquí, porque no creí, ni media palabra de lo que dijo ese hombre ; que entre otras cosas según me acaba de contar el capitán, ese tipo no es ningún general,  apenas si es un militar venido a menos ; Verónica, la miró conmovida; al fin, alguien, con quien compartir esté dolor de madre, que sentía y le sonrío con simpatía; en cambio Natalia, la miró con resquemor y como lo percibiera, dijo; no teman ,no es, lo que ustedes piensan, tan sólo, soy su mejor testimonio de veracidad; y yo de su valentía agregó el capitán, Verónica, apoyo su mano en la de Sara Lucía con gratitud y si así lo fuera hija, y si así lo fuera; pero Natalia, apartó su mirada y la colocó sobre la cara del capitán, como por disimular, apurándolo a hablar, esté abrió la boca, para decir algo, pero en ese instante, hizo su aparición Diego acompañado de Lilia, se lo notaba un poco ansioso; al verlos, Sara Lucía, se puso de pié y corrió a recibirlos.
La alegría se dibujó en el rostro de Diego,  por esté encuentro y se abrazaron, bajo la mirada de todos; incluso el capitán, que se quedó con un hilo de aire, silabeando, entre sus labios.
Lilia se quedó detrás, ya que esté, había avanzado unos pasos, para alcanzar a Sara Lucía y entonces, los ojos de ambas, se encontraron, en una milésima de tiempo, en que un algo, se entrevé. Al instante, Sara Lucía se apartó de Diego, dirigiéndose a Lilia, saludándola con efusión ¿usted debe de ser Lilia?; Diego, me ha hablado mucho de usted y le aseguro que es mucho más guapa en persona; Lilia se sonrojó un poco, pero con simpatía, se sonrió y dijo, ¿es usted Sara Lucía?, sí; que bueno conocerla y saber que Diego, encuentra en usted ,una cercanía con Amanda , pero vamos, escuchemos la verdad de los labios, del capitán Néstor Elías.
Verónica, aunque no conocía a los recién llegados, se sintió bien, ya que al menos, se veía que su hija, tenía gentes, personas de bien; amigos que la querían, con orgullo miró a Natalia, está también parecía sorprendida.
El capitán llamó a un agente y esté llevó de mala gana, más sillas para los visitantes; después de las respectivas presentaciones, el capitán dijo; bueno, veo que todos están, aquí por lo mismo; sí, respondieron  y además queremos saber, ¿en dónde tienen el cuerpo de nuestra amiga?
De reojo, Natalia miró a Diego y pensó; ¡vaya! , no creí, que Amanda, tuviera un amigo, tan bien parecido y además, tantas personas, que se ocuparan de ella; ¡con tal de que no sea un marica!, señoras; dijo el capitán, acercando, una pequeña grabadora, al centro del escritorio, ¿es necesario esto capitán?, preguntó Diego; quiero grabar, lo que digo; ya que, es necesario que de cuentas, por escrito a mis superiores.
Anoche, como a eso de las diez de la noche, fui puesto a cargo de una operación, para rescatar a varias personas, que se encontraban secuestradas. Esta operación, se pudo realizar, gracias a la insistencia de una joven cita, de nombre Leidy  y que llevaba varios días viniendo, a denunciar, la extraña desaparición de su madre y los mensajes que esta le había dejado por Internet. Ella aseguró que su mamá, una señora de nombre Marta Pérez y otras dos más; fueron tomadas prisioneras, por una secta satánica, cuyo líder se hacía llamar Adrián, el pastor Adrián.
Espere un momento, Capitán ¿qué paso con la joven?, bueno, la verdad es que, a está niña, se le tomó la declaración, pero no se le dio mucha credibilidad, dijo, apagando la grabadora, hasta que se conoció, que uno, de nuestros, policías bachilleres, había sido victima de unos vándalos, que le dieron una golpiza.
 ¿Y que fue lo qué paso?, indagó Natalia, más, para hacerse notar, que cualquier otra cosa. No, es que esté, se encontraba inconsciente, ya que siempre, le dieron duro, casi se muere, el pobre muchacho, nos relató, que estando de guardia en la ciudad, siguió a unos sospechosos, que se ocultaron en un hotelucho,  parecían bastante drogados y los escuchó hablando, de unas mujeres secuestradas; dijo que hablaban de hacerle, sacrificios de sangre a un tal maestro; a un tal pastor Adrián; hago énfasis, en que esto lo corroboró, confesándolo todo; un tal Sergio, quien involucró de manera contundente a una tal Irlanda.
Al descubrirlo, escuchando lo que hablaban, lo golpearon y lo dieron por muerto y lo dejaron tendido, en medio de la piesucha esa.
¿Qué clase de sujetos, eran esos?
¿Imagínese usted?  Vea, don Diego; la descripción que nos dieron, es la misma, de la mujer esa, la de la tal Irlanda ¿Irlanda, esa no fue la mujer, que le disparó a Amanda? Haber, como les digo, sí y no; el capitán, se levantó y llamó a un agente y esté reapareció, llevando un termo cargado de café, ¿desean algo de tomar? No así está bien; entonces, se preparó uno bien cargado y lo bebió despacio, depositando luego la taza, sobre el escritorio.
¿Y quién encontró al agente? Los dueños del hotelucho ese, de mala muerte, es que a decir verdad, eso no era ni un hotel; sino una residencia. Ya veo; repuso Diego. Bueno  ¿y qué paso con la mujer que le disparó a mí hija? ¡A!, sí, ya voy señora Verónica; es que si, no es por esté hecho, en apariencia aislado, no se le toma en serio, la declaración a la joven Leidy.
¿Cómo les parece? Dijo, Diego asombrado; así es caballero, agregó el capitán, bebiendo más café; yo soy de la policía, pero es verdad, que se tienen, que seguir ciertos tramites, antes de llevar a cabo una operación.
A mí, me la asignaron, dado, que estaba de turno, pero no fui yo, quien le tomó las declaraciones a esa niña y aunque así, hubiese sido, nada habría podido hacer.
Usted tiene razón capitán; sí, y es que, a diario llegan denuncias de todo tipo y créame, se hace lo mejor, que se puede hacer, por lo demás, esté tipo de cosas, resultan en apariencia inconsistentes.
¿Pero qué paso con mí hija?, preguntó Verónica, apretando las lágrimas. El capitán se levantó y tomó otro cigarrillo, no, sin antes ofrecerle de nuevo a Sara Lucía, que por delicadeza con los demás, lo rechazó; esté, encendió el suyo y dijo, mirándola, directo a los ojos y sin titubear; la señora Amanda González, fue asesinada por uno de mis hombres; ¡no!  ¿Cómo? ¿Porque?  Preguntaron todos, de diferente modo, muy sorprendidos.
La voz del capitán, parecía estar, en esos momentos soltando una carga extra de electricidad, que no quería contener más.
Sara Lucía, que ya lo sabía, guardó silencio; Natalia dándolo por hecho, afirmó, ¿entonces es cierto? , ella era una drogadicta, qué atentó contra otra mujer, el capitán, se quedó con la boca abierta, pero al segundo la cerró y la observó, de cierta forma, que tuvo, que bajar la mirada; ¡por amor de Dios, ya cállate Natalia!, rezongó Verónica, con un nudo en la garganta.
El capitán, la volteó a mirar, con una cara de tristeza, que los conmovió a todos, fue tan intensa, esa mirada, que de algún modo, todos se compungieron, aún más; Sara Lucía, se dirigió a Natalia y le dijo; no, no fue así; ella respondió con altanería, ¿pero a usted no le consta?; pero a mí, sí, arguyó el capitán y con un gesto de profunda molestia, tomó el cenicero y lo colocó, sobre la canastilla de los papeles.
Se enderezó y vio los ojos de Verónica, que llenos de lágrimas, miraban a Natalia; se dispuso a terminar ya su relato, pero los miró de tal forma a todos, que ya nadie osó interrumpirlo; volvió a encender la grabadora y contó su experiencia paso a paso, sin omitir detalle.
Al terminar, Diego dijo; ¿de todo lo acaecido, uno no se explica, como diantres, apareció ese general  en escena?, ni yo, aseveró el capitán, dejando ver ya, su gran cansancio; además ¿porqué le dicen general? No, eso si es una desinformación total; quiero ver, a ese hombre ahora; dijo Verónica, con el ceño fruncido; imposible, ni yo sé, siquiera su paradero; afirmó el capitán.
Está vez, Natalia, pareció estar conmovida y apretó las manos de su madre, con cariño y Lilia, que hasta ese momento, había estado en completo silencio, dijo; pero a pesar, de la intromisión de ese ¡genera lucho! y de  haberse consumido, en su totalidad la casa, ¿tengo entendido, qué se está investigando, con minucia?; sí, así es, aseveró el capitán. Tenemos expertos buscando pistas y todo eso, se que con el tiempo saldrá a luz la verdad.
No, pero claro, que escuché decir, ¿qué la señora, de nombre Leticia, se encuentra muy mal y hasta es probable, que los médicos, la den por loca?; sí, es verdad; ¿así de perturbada esta?; sí, así, parece; aunque claro, no es tanto, eso de loca o de  perturbada, sino el impacto, tan fuerte, que sufrió, ¿dicen qué eso fue terrible?; y así entre todos, se mezclaron en la conversación.
¿Bueno y a todas esas, no pues, qué ese tal Adrián, era su líder?, sí, y es que eso, está lo más de raro, ¿Por qué estaba desnudo?  Sí, y hasta la cabeza, se la iban a cortar; ¿no?  ¿Cómo les parece el enredo de ese del tal Adrián?  Por qué, es que eso de ser un líder religioso,  a ser un líder satánico ¡tenaz! ¿Y les parece poco eso de pasar de victimario a victima? Esto es  un lio de nunca acabarse; sí, así está  el asunto ¡No que cosa!
 ¿Estos muchachos, los que iban a ayudar a cortarle la cabeza, cómo qué estaban hipnotizados o algo parecidos? No, pero es que, a esos, como que, los tenían drogados; ¡que cosa terrible!, ¡por el amor de Dios! ¿Y no sé, no sé, como mí hija, pudo estar, en ese lugar? ¡Bendito sea Dios! A no, pues hay si, Verónica, ni yo me lo explico, yo que esa noche estaba con ella; sí cuéntame un poco más…
El capitán, que escuchaba el parloteo, los dejó hablar; era natural, después de semejante relato; ¿capitán y el agente Ronzales, ese qué mato a mí hija, qué va a pasar con él?, no, si es que, no hay pruebas, concluyentes, ¿supongo, qué lo van a dejar en libertad por ahora?, es verdad, arguyó el capitán, es mí palabra, frente a la de ese general, pero yo estoy dispuesto a llegar hasta las ultimas consecuencias.
Se les olvida; dijo Verónica, ¿qué mí hija, se encuentra en el anfiteatro?; sí, hay que reclamar, su cuerpo; nosotros la acompañamos, dijeron todos a coro, Sara Lucía y Diego, afirmaron; Amanda fue, para nosotros, más que una amiga, una hermana entrañable.
Jamás la olvidaremos; dijo Diego, con emoción y colocó su brazo, sobre la espalda de Verónica; que pese a su tremendo dolor, se sintió orgullosa, de que estuviesen apoyándola. ¡Al fin! , tengo personas a mí lado, que me hablan bien de mí hija, pensó; después de despedirse, del capitán, salieron; atrás iban Lilia y Natalia, está ultima, con la cabeza, un poco baja, se sentía avergonzada, por su actitud.
Antes de salir Verónica, dijo al capitán; le agradezco tanto, tanto, que nos haya, aclarado la situación y denunciado, la injusticia, que se cometió; bueno, sí, es un honor, hablar bien, de quien se lo merece, si algo, se les ofrece, estoy para servirlas; muchas gracias, por darnos los teléfonos de estas personas.
Después de que se retiraron, el capitán Néstor Elías Álzate, tomó el cenicero de cristal, el que estaba, sobre el escritorio, la vació en la papelera y verificó, que la colilla quedara bien apagada. Luego se lavó  la cara y las manos, humedeció su cabello y bebió un poco de agua, tomándola de entre sus manos, salió apagó la luz que estaba encendida, se guardó la grabadora en uno de los bolsillos y ordenó sus papeles, guardándolos con llave.
Al salir a la calle, vio a una pareja, preguntar por el caso de Amanda, pensó en atenderlos, pero se abstuvo, al escucharlos hablar de la siguiente manera; querido, ya sabemos que tú media hermana, era una drogadicta, además de lo otro; pero igual, como buenos cristianos que somos; debemos al menos, recoger el cuerpo de ella, para que tú mamá, no se sienta tan mal.
De buena gana, me devolvería para Manizales[1], pero ni modo, tú insistencia, nos ha traído hasta acá, para eso que esa Amanda, tenía que crearnos, tan mala fama a ultima hora; sí, menos mal, nadie nos conoce por aquí.
Entonces el capitán, dijo en voz alta, a uno de los agentes; agente Benítez, recuerde, que el sitio en donde tienen, el cuerpo de la respetada dama, Amanda González, está situado, cerca a la vieja carretera, por el sur, como yendo, para Caldas[2].
El agente, que estaba ensimismado, leyendo unos papeles, se encogió de hombros; ya que no, alcanzó a dilucidar lo dicho.
¿Oíste eso?, dijo ella, codeándolo  y esté se preguntó en voz alta ¿El anfiteatro queda tan lejos, seria qué ya lo trasladaron? ¡Hay mijo!, si no sabe usted, yo menos, que no conozco nada, de por acá; el agente fastidiado, repuso; si eso les dijo mí capitán, de seguro, así es.  
Y continuó, en su oficio, de deletrear unos papeles, que tenía, sobre la mesa de trabajo; la mujer se devolvió de improviso; ¿señor, oiga señor?; pero ya el capitán iba lejos.
Bueno, vamos querido, que ya estoy harta, de esté ir y venir; bueno vamos, total, cualquiera nos dice, por esos lados, donde queda el anfiteatro.



[1] Manizales: ciudad de Colombia
[2] Caldas: Municipio del Departamento de Antioquia

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

EL ACOMPAÑAMIENTO CAPITULO XLIX (49)





DEL OTRO LADO DE LA LUNA
                                                        CAPITULO XLIX (49)
                                                    EL ACOMPAÑAMIENTO

No, ese frío, que atravesaba mis píes la otra noche, pero de una manera casi letal; ¡off! y los míos, yo también sentía esa heladez, que proyectaba ese viento tan húmedo y que viene con el invierno. No, y eso que Medellín es calientito; era, porque fíjate, ahora están haciendo unos fríos; no, pero es que no creas, eso de quedarse en el corredor, hasta las dos o tres de la mañana, eso es bastante matador; pero bueno, la pasamos bien ¿o no?
¿Tú no estarás arrepentida de haberte quedado estas noches? ¿hablando conmigo?; para nada y que más, que hemos estado hablando, de lo que me sucedió con Amanda.
Sí, ya, llevamos dos noches, en estas conversaciones y esto, es cosa de nunca acabarse; pero a mí, me agrada; me gusta hablar de lo sucedido; sí, porque eso, te disipa, ¿cierto? Sí, y no sólo, por eso, es que al final, ella significó mucho para mí; por eso estoy aquí.
Y mira, como nos tuteamos, como si fuéramos viejas amigas; sí. es verdad, pero con el qué, si me da, como pena, es con Diego; ¿porqué?, es muy buena gente, es encantador y uno entra, como en lazos fraternales, cuando lo empieza a conocer a fondo; lo sé, pero no es por eso; ¿Es por lo de Clara Inés?, te aseguro que él, no tiene nada en contra tuya.
A, no, y es que no tendría, porque tenerlo; hablando de otra cosa,
¿crees qué en algún momento? ¿se llegue a demostrar la culpabilidad del agente Ronzales?; eso lleva su tiempo, ya doña Marta y yo hemos dado testimonio de todo lo que vivimos, también he declarado, que vi, con mis propios ojos, cuando el agente le disparaba y también, la manera de como esa Irlanda, se le dejó ir al final. Sí, la saña con que la arremetió, la maldad de ese tal general, en fin.
Pero sabes, voy a hacer algo, hablaré con Diego, cuando llegue la ocasión; de mí amor por Clara Inés, no tengo porque sentirme avergonzada, de ser, como soy; ¡así se hace Isadora!; como corre el tiempo, ya han pasado más de tres meses, desde lo sucedido, y parece que Rafaela, la mamá de Diego, se está preparando, para hacerle una confesión formal, ¿sí y de qué se trata? Pues de su relación con Neo, y hasta tienen preparada una reunión, con los más allegados, para el fin de esté mes. Tú iras conmigo, Diego, me pidió que te lo dijera.
Pensativa, se quedó Isadora, pero yo… ¡vamos!, acepta, me ha dicho, que muere de ganas de tratar contigo; no sé, yo…; hazlo; no, esperemos que llegue la ocasión y hay, vemos a ver; a bueno.
Isadora, cerró los ojos y pensó; ha pasado el tiempo y no puedo olvidar, la cara de esa cosa, que se hacía llamar Mauro; Sara Lucía, la miró con pesar, sabía que aunque trataba de hacerle creer, que todo estaba bien; ese recuerdo, la perturbaba, fue por eso, que la invitó a pasar unos días en su casa. Y además, pensó; desde la muerte de Amanda, yo misma, he sentido un hueco, una hondura en el pecho y esta pobre muchacha, todo lo que ha tenido que pasar, sé que tiene miedo, mucho miedo.
Sara Lucía se dispuso, a ponerse de pié, pero Isadora Duncan Benavides; casi pegó un grito, que le fue imposible detener; no, no me dejes sola aquí, entonces Sara Lucía se le acercó y le dijo; sólo iba, por unos cigarros;¿pero si quieres, nos podemos entrar ya?;¿sabes? me he quedado contigo, aquí afuera, porque sé, aunque no me lo hayas dicho, tienes miedo de quedarte encerrada y sola, pero adentro, es más acogedor; pondré muchos cobertores sobre tú cuerpo, para que no sientas frío y dormiré en la cama de al lado y así, no tendrás tanto miedo ¿sí?
Isadora agachó la cabeza; ven Isadora, ven; con un poco de dudas, de si entrar o no, accedió al fin a pararse de la silla, además, sentía que sus dientes chasqueaban.
Cuando entraron, Sara Lucía, cerró la puerta y encendió los leños de su vieja chimenea, Isadora se sentó en la cama y Sara Lucía, puso sobre ella, algunas mantas y le dio a beber una infusión de aromática, en leche caliente.
Para disipar el temblor de su cuerpo, Isadora habló, mientras bebía un poco; A veces, vuelvo atrás y recuerdo el oscuro rincón de mí infancia.
Sara Lucía, se había sentado cerca a la chimenea, para calentarse; la voz de Isadora, se dejó escuchar; asoma ahora, por entre un despeñadero de cosas insólitas, una niña acurrucada en el balcón y en la hora de la aurora. ¿Y qué hacías allí? ; creo, que cantaba, sí eso es, cantaba y miraba el extraño rostro de la noche ¿y cómo era su rostro? ; preguntó Sara Lucía, mientras se acurrucaba sobre un viejo sillón y bebía despacio, una taza de té caliente. ¿Sabes? respondió Isadora, mirando con fijeza la ligereza del movimiento de las llamas en su ondular, el rostro, que solía mostrarme, no era el verdadero; creo que la noche, es como un camaleón ¿Por qué? No sé, alguna vez, abrí mis ojos y descubrí globos de colores.
¡Vaya! no veo porqué ahora, ¿tienes tanto miedo?; dijo Sara Lucía, haciéndose la desentendida; no, tú sabes, que no es, a la noche a quien le temo.
De súbito, Sara Lucía, cambio de tema, bueno, algo recuerdo yo, de mí padre, cierto día, lo escuché leyendo en voz alta, ¿qué era lo qué leía? , a ver, déjame recordar; era algo así, como… Más, como Astros Solares, se alzaron todos mis sueños; y desde entonces, no hago otra cosa distinta, a desandar el camino; ya que aún, no comprendo, porque mis ojos, no han visto lo que ellos anhelaban ver.
Sara Lucía tragó saliva; no sé que era, lo que mí padre quería decir...
Entonces, Isadora dijo; para no dejar, que el agobio, tomara sitio entre las dos.
supongo, que buscaba atardeceres no vistos.
Más animada, Sara Lucía contestó en un suspiro; sí, también lo creo ¿pero y tú? ¿qué más veías en la noche? y al decir esto, sus ojos, se llenaron de lágrimas, sin embargo, hizo un gran esfuerzo, por disimular y no entristecer a Isadora, y es que sintió, un hondo pesar, al acordarse de su padre y de Amanda.
Amanda; pensó y se acordó de algo que le había escrito y lo contuvo en la mente y se lo deletreó para sí; Y entonces, vieron los rayos, que se hallan escondidos, en todos los atardeceres; y quisieron descubrir, cual era su misterio y no lo supieron, por más, que ellos los vieron.
¿Qué más veía yo? Prosiguió Isadora, no, lo que tengo ahora, son huellas, ¿Qué huellas? Dijo Sara Lucía, mientras cogía un cigarrillo, pero no lo encendió, tan sólo, jugueteó con él y se lo dejó entre los labios, es algo así, como esto; Y el universo de tus ojos, se pobló de colores y de sonidos… Y como está, se quedara callada, la ánimo, ¿sí y qué más? o como, esto otro; mirando, me quedó mirando y aparece tú rostro; tú cara, que aún me sigue calcinando, entre los huesos.
Sara Lucía, se quedó pensando un ratito y preguntó, ¿Cómo es Clara Inés? Ahora si, encendiéndolo, al hacerlo vio, o, le pareció ver, el rostro de Amanda; bueno ella es, dijo, la otra, en un tono, casi alegre, mientras, depositaba la taza, sobre la mesita de noche; en esos momentos, se escucharon unos rasguños en la puerta y antes de que Isadora, se asustara, Sara Lucía, se apuró a abrir la puerta.
¿Yocasta cómo pude olvidarte? Menos mal llegaste, ya que si no, habría salido a buscarte; meneando su cola, está entró, mira que eres andariega, lo más seguro es que estabas por hay, perdida en el bosque, la perrita, se hecho a sus píes y se quedó mirándola, como si le dijera; ya no saldré más; Isadora, suspiró aliviada; por un momento pensé…
Bien, respondió Sara Lucía; continua por favor, no ella es, clara, su cabello es negro, sus ojos son traslúcidos, uno la mira y ve, ¡hum!
El silenció se hizo total, ya que Isadora, se acurrucó entre las cobijas y se fue quedando dormida, Sara Lucía, se levantó de su silla, en la que se había vuelto a sentar, intentando, no hacer ruido, miró a Yocasta y está también dormía.
¡Que bien!, pensó y tomó el cuaderno, en donde permanecían los escritos de Amanda y leyó algo como esto; Y ahora me pregunto, sin la calcinación del sol, a mis espaldas ¿Pero qué es el presente? sino, sólo está lluvia qué cae, mojando mí cabeza, mí cabello negro y rebelde.
Los sonidos de las llantas de los carros, contra el pavimento mojado y aún más, la lluvia al caer, hace ruido al pegar, sobre las ramas y sus hojas y parece que, se derrite sobre ellas y sobre la corteza de sus tallos y sobre la maleza y la tierra fértil e in fértil, sobre los gusanos y las larvas de las larvas y más abajo, debajo de la tierra, germinan las semillas, que un día subirán hasta trepar por las hondas raíces de los árboles, hasta convertirse en arboledas, que los in fértiles destruirán y cortaran de un tajo .
De un tajo, destruirán la vida y querrán, en nombre del progreso, pisotear las semillas y construir casas, como palacios y hechizados y henchidos, inflados, llenos de arrogancia, se entregaran a la lascivia y a los lujos y a los deleites y a su vez, pasaran por encima de los pobres, de los humildes.
Se alimentaran de placeres, pero se quedaran sin placenta; entonces querrán, como ladrones comer del fruto prohibido, pero pronto vendrá la noche. ¿Pero qué es lo qué saben ellos de la noche?
Engrandecidos duermen y no se dan siquiera cuenta, que están ahí tos y hartos de sus horrorosas placentas, palidecerán de pronto, ya que de repente, les llegaran las plagas y el comején arruinara sus palacios y hasta sus camas, se derrumbaran.
Entonces él que es, surgirá de entre las sombras y a todos, los que se engrandecieron en su maldad, los pasara a espada o los tragara el abismo.
¿Entonces qué es el presente? Sino, tan sólo esta lluvia qué cae sobre mí cabeza, inundando mí frente…
Por eso, para algunos, latirán inconclusos, los sonidos de la noche, porque para él que no oye, ni ve, todo se le pierde en sutiles banalidades.
Más el que oye, prolongara su existencia más allá, de las cosas y en su rozarse con ellas, entrara más acá del silencio.
Cerró el cuaderno y se dirigió hacía su cama, se puso la piyama, pero no se durmió, ya que en su cabeza giraron toda clase de ruidos, pudo escuchar los grillos y hasta las cigarras cantar y pensó, la noche tiene su sonido propio, un sonido homogéneo y delgado que puebla el aire.
Al fin, sus ojos cedieron y fueron tragados por una oscuridad sin fin, no obstante adentro, muy adentro, la luz se instauraba en donde las cosas, se rehacen y pueblan los sueños.
A las diez de la mañana, el gallo de la vecina, volvió a cantar, sí, porque es, que esté gallo, es de los que cantan, desde las doce de la noche, al escucharlo; Sara Lucía se despertó y se sintió más renovada, y un olor a siempre vivas, le llenó los pulmones. No hay nada mejor, que a uno, lo despierte el canto, de un gallo por la mañana; pensó.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA.
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

CAPITULO XLIX (49)
EL  ACOMPAÑAMIENTO

No, ese frío, que atravesaba mis píes, la otra noche, pero de una manera casi letal; ¡off! y los míos, yo también sentía esa heladez, que proyectaba ese viento tan húmedo y que viene con el invierno. No, y eso que Medellín es calientito; era, porque fíjate, ahora están haciendo unos fríos; no, pero es que no creas, eso de quedarse en el corredor, hasta las dos o tres de la mañana, eso es bastante matador; pero bueno, la pasamos bien ¿o no?
Tú no estarás arrepentida, de haberte quedado estas noches, ¿hablando conmigo?; para nada y que más, que hemos estado hablando, de lo que me sucedió con Amanda.
Sí, ya, llevamos dos noches, en estas conversaciones y esto, es cosa de nunca acabarse; pero a mí, me agrada; me gusta hablar de lo sucedido; sí, porque eso, te disipa, ¿cierto? Sí, y no sólo, por eso, es que al final, ella significó mucho para mí; por eso estoy aquí.
Y mira, como nos tuteamos, como si fuéramos viejas amigas; sí, es verdad, pero con el qué, si me da, como pena, es con Diego; ¿porqué?, si es muy buena gente, es encantador y uno entra, como en lazos fraternales, cuando lo empieza, a conocer a fondo; lo sé, si no es, por eso; bueno, ¿pero si es, por lo de Clara Inés?, te aseguro que, no tiene nada en contra tuya.
A, no, y es que no tendría, ¿porque tenerlo?; hablando de otra cosa, ¿crees qué con el tiempo, se llegue a demostrar la culpabilidad del agente Ronzales?; eso lleva su tiempo, ya doña Marta y yo hemos dado testimonio de todo lo que vivimos, también he declarado, que vi, con mis propios ojos, cuando el agente, le disparaba y también, la manera, de como esa Irlanda, se le dejó ir al final. Sí, la saña con que la arremetió, la maldad de ese tal general, en fin.
Pero sabes, ¿qué voy a hacer?, hablaré con Diego, cuando llegue la ocasión, de mí amor, por Clara Inés, no tengo, porque sentirme avergonzada, de ser, como soy; ¡así se hace Isadora!; como corre el tiempo, ya han pasado más de tres meses, desde lo sucedido, y parece que Rafaela, la mamá de Diego, se está preparando, para hacerle una confesión formal, ¿sí y de qué se trata?  Pues de su relación con Neo,  y hasta tienen preparada una reunión, con los más allegados, para el fin de esté mes. Tú iras conmigo, Diego, me pidió que te lo dijera.
Pensativa, se quedó Isadora, pero yo… ¡vamos!, acepta, me ha dicho, que muere de ganas de tratar contigo; no sé, yo…; hazlo; no, esperemos que llegue la ocasión y hay, vemos a ver; a bueno.
Isadora, cerró los ojos y pensó; ha pasado el tiempo y no puedo olvidar, la cara de esa cosa, que se hacía llamar Mauro;  Sara Lucía, la miró con pesar, sabía que aunque trataba, de hacerle creer, que todo estaba bien; ese  recuerdo, la perturbaba, fue por eso, que la invitó a pasar unos días en su casa. Y además, pensó; desde la muerte de Amanda, yo misma, he sentido un hueco, una hondura en el pecho y esta pobre muchacha, todo lo que ha tenido que pasar, sé que tiene miedo, mucho miedo.
Sara Lucía se dispuso, a ponerse de pié, pero Isadora Duncan Benavides ,casi pegó un grito, que le fue imposible detener; no, no me dejes sola aquí, entonces Sara Lucía se le acercó y le dijo; sólo iba, por unos cigarros;¿pero si quieres, nos podemos entrar ya?;¿sabes? me he quedado contigo, aquí afuera, porque sé, aunque no me lo hayas dicho, tienes miedo, de quedarte encerrada y sola, pero adentro, es más acogedor; pondré muchos cobertores sobre tú cuerpo, para que no sientas frío y dormiré en la cama de al lado y así, no tendrás tanto miedo ¿sí?
Isadora agachó la cabeza; ven Isadora, ven; con un poco de dudas, de si entrar o no, accedió al fin, a pararse, de la silla, además sentía que sus dientes chasqueaban.
Cuando entraron, Sara Lucía, cerró la puerta y encendió los leños de su vieja chimenea, Isadora se sentó en la cama y Sara Lucía,  puso sobre ella, algunas mantas y le dio a beber, una infusión de aromática, en leche caliente.
Para disipar, el temblor de su cuerpo, Isadora habló, mientras bebía un poco; A veces, vuelvo atrás y recuerdo el oscuro rincón de mí infancia.
Sara Lucía, se había sentado cerca a la chimenea, para calentarse; la voz de Isadora, se dejó escuchar; asoma ahora, por entre un despeñadero, de cosas insólitas, una niña acurrucada, en el balcón y en la hora de la aurora. ¿Y qué hacías allí? ; creo, que cantaba, sí eso es, cantaba y miraba el extraño rostro de la noche ¿y cómo era su rostro? ; preguntó Sara Lucía, mientras se acurrucaba, sobre un viejo sillón y bebía despacio, una taza de té caliente. ¿Sabes? respondió Isadora, mirando con fijeza, la ligereza del movimiento de las llamas en su ondular, el rostro, que solía mostrarme, no era el verdadero; creo que la noche, es como un camaleón ¿Por qué? No sé, alguna vez, abrí mis ojos y descubrí globos de colores.
¿Vaya, no veo, porqué ahora, tienes tanto miedo?; dijo Sara Lucía, haciéndose la desentendida; no, tú sabes, que no es, a la noche a quien le temo.
De súbito, Sara Lucía, cambio de tema, bueno, algo recuerdo yo, de mí padre, cierto día, lo escuché leyendo en voz alta, ¿bueno y qué era, lo qué leía? , a ver, déjame recordar; era algo así, como…  Más, como Astros Solares, se alzaron todos mis sueños; y desde entonces, no hago otra cosa distinta, a desandar el camino; ya que aún, no comprendo, porque mis ojos, no han visto lo que ellos anhelaban ver.
Sara Lucía tragó saliva; no sé que era, lo que mí padre quería decir, ¿pero supongo, que  buscaba atardeceres no vistos?, repuso Isadora, para no dejar, que el agobio, tomara sitio entre las dos.
Más animada, Sara Lucía contestó en un suspiro; sí, también lo creo ¿pero y tú? ¿qué más veías en la noche? y al decir esto, sus ojos, se llenaron de lágrimas, sin embargo, hizo un gran esfuerzo, por disimular y no entristecer a Isadora, y es que sintió, un hondo pesar, al acordarse de su padre y de Amanda.
Amanda; pensó y se acordó de algo, que le había escrito y lo contuvo en la mente y se lo deletreó para sí; Y entonces, vieron los rayos, que se hallan escondidos, en todos los atardeceres; y quisieron descubrir, cual era su misterio y no lo supieron, por más, que ellos los vieron.
 ¿Qué más veía yo? Prosiguió Isadora, no, lo que tengo ahora, son huellas, ¿Qué huellas? Dijo Sara Lucía, mientras cogía un cigarrillo, pero no lo encendió, tan sólo, jugueteó con él y se lo dejó entre los labios, es algo así, como esto; Y el universo de tus ojos, se pobló de colores y de sonidos… y como está se quedara callada la ánimo, ¿sí y qué más? , o como, esto otro; Mirando, me quedó mirando y aparece tú rostro; tú cara, que aún me sigue calcinando, entre los huesos.
Sara Lucía, se quedó pensando un ratito y preguntó, ¿Cómo es Clara Inés? Ahora si encendiéndolo, al hacerlo vio, o, le pareció ver, el rostro de Amanda; bueno ella es, dijo, la otra, en un tono, casi alegre, mientras, depositaba, la taza sobre la mesita, de noche, en esos momentos se escuchó unos rasguños, en la puerta y antes de que Isadora, se asustara, Sara Lucía, se apuró a abrir la puerta.
¿Yocasta, cómo pude olvidarte? Menos mal llegaste, ya que si no, habría, salido a buscarte; meneando su cola está entró, mira que eres andariega, lo más seguro es que estabas por hay, perdida en el bosque, la perrita, se hecho a sus píes y se quedó mirándola, como si le dijera; ya no saldré más; Isadora, suspiró aliviada; por un momento pensé…
 Bien, respondió Sara Lucía; continua por favor, no ella es, clara, su cabello es negro, sus ojos son traslúcidos, uno la mira y ve, ¡hum!  El silenció se hizo total, ya que Isadora, se acurrucó entre las cobijas y se fue quedando dormida, Sara Lucía, se levantó de su silla, en la que se había vuelto a sentar, intentando, no hacer ruido, miró a Yocasta y está también dormía.
¡Que bien!, pensó y tomó el cuaderno, en donde permanecían los escritos de Amanda y leyó algo como esto; Y ahora me pregunto, sin la calcinación del sol, a mis espaldas ¿pero qué es el presente, sino, sólo está lluvia qué cae, mojando mí cabeza, mí cabello negro y rebelde?
Los sonidos de las llantas, de los carros, contra el pavimento mojado y aún más, la lluvia al caer, hace ruido al pegar, sobre las ramas y sus hojas y parece que, se derrite sobre ellas y sobre la corteza de sus tallos y sobre la maleza y la tierra fértil e in fértil, sobre los gusanos y las larvas de las larvas y más abajo, debajo de la tierra, germinan las semillas, que un día subirán hasta trepar por las hondas raíces de los árboles, hasta convertirse en arboledas, que los in fértiles destruirán y cortaran de un tajo .
De un tajo, destruirán la vida y querrán, en nombre del progreso, pisotear las semillas y construir casas, como palacios y hechizados y henchidos, inflados, llenos de arrogancia, se entregaran a la lascivia y a los lujos y a los deleites y a su vez, pasaran por encima de los pobres, de los humildes.
Se alimentaran de placeres, pero se quedaran sin placenta; entonces querrán, como ladrones comer del fruto prohibido, pero pronto vendrá la noche. ¿Pero qué es lo qué saben ellos de la noche?
Engrandecidos duermen y no se dan siquiera cuenta, que están ahí tos y hartos de sus horrorosas placentas, palidecerán de pronto, ya que de repente, les llegaran las plagas y el comején arruinara sus palacios y hasta sus camas, se derrumbaran.
Entonces él que es, surgirá de entre las sombras y a todos, los que se engrandecieron en su maldad, los pasara a espada o los tragara el abismo.
¿Entonces qué es el presente, sino tan sólo esta lluvia qué cae, sobre mí cabeza inundando mí frente?…
Por eso para algunos, latirán  inconclusos, los sonidos de la noche, porque para él que no oye, ni ve, todo se le pierde en sutiles banalidades.
Más el que oye, prolongara su existencia más allá, de las cosas y en su rosarse con ellas, entrara más acá del silencio.
Cerró el cuaderno y se dirigió hacía su cama, se puso la piyama, pero no se durmió, ya que en su cabeza giraron toda clase de ruidos, pudo escuchar los grillos y hasta las cigarras cantar y pensó, la noche tiene su sonido propio, un sonido homogéneo y delgado que puebla el aire.
Al fin, sus ojos cedieron y fueron tragados por una oscuridad sin fin, no obstante adentro, muy adentro, la luz se instauraba en donde las cosas, se rehacen y pueblan los sueños.
A las diez de la mañana, el gallo de la vecina, volvió a cantar, sí, porque es, que esté gallo, es de los que cantan, desde las doce de la noche, al escucharlo, Sara Lucía se despertó y se sintió más renovada, y un olor a siempre vivas, le llenó los pulmones. No hay nada mejor, que a uno, lo despierte el canto, de un gallo por la mañana; pensó.                          
                                               
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

CAPITULO XLVI (47) LO PRESENTIDO


                                                
                                                         
                 
                                                              CAPITULO   XLVI (47)
                                                           
                                                               LO PRESENTIDO

Eran las horas de la media noche y en la casa de Rafaela reinaba un elocuente silencio; quizá hasta cargado y descargado de imágenes sin sentido.
Exhausto, Diego dormía y de repente, un vientecillo suave, casi como aleteo de mariposas, pareció plegarse a la contextura externa de sus ojos, como estaba boca arriba, se dobló y se volteó hacía la orilla, aún llovía y está lo acobardaba y lo hacía, re-acomodarse en el sueño; de repente se acordó de ella, se levantó y encendió la luz.
La nutrida y a la vez, hambreada tierra, parecía corroborar en su seno, la apretada forma de los cuerpos, que la componían.
Diego, buscó entre sus cuadernos algún repliegue o hasta un algo, un mapa de señales y  encontró una nota, que un día cualesquiera ella, había olvidado en su casa, al leerla, se estremeció y esto era lo que decía; y toda la mañana, caía una lluvia delga-dita, menudita, a mí, la verdad, no me choca la lluvia, a mí me gusta y no me aburre.
Por el contrario, cuando la siento llegar; me pongo a escribir y mí pecho, se llena como de una dicha, es tanto así, que siento, como un aleteo de pájaros ingrávidos; aunque bueno, el verano también me gusta.
Pero es ella, la que me despierta un algo, no sé; es por eso, que cuando la siento en mí, me mueve como una cosa mágica, me pongo a ver los charcos, que se hacen en el jardín, en los jardincillos y las pequeñas ondas, que las gotas  generan en su caída y bueno, también cuando rebotan en el pavimento, ¡esto es genial!
Sí, a mí me gustan, me gustan mucho esas gotas, yo las llamaría Gotzilas; primero, cuando pensaba en Sara Lucía y viéndola fumar, me gustaba fumar también, mirándolas caer. Ya no fumó, no me gusta, porque el humo asfixia.
Entonces mejor, prefiero mirarlas y escucharlas y me quedo así y nada como oírla caer, sobre los tejados, ¡ay! es que, ese sonido que se produce, cuando choca con las cosas; su sonido es inigualable, sí, no hay ninguna duda, la lluvia es una presencia y escucharla, es como sentir los pasos de alguien, que se aproxima en silencio. Sí, esto es así, al menos para mí. Pero cuando escucho esos rayos secos e intempestivos, esos truenos feroces, ¡hay!  , No, hay,  si me da mucho miedo.
Entonces desconecto todo y me quedó allí, esperando a que acabe, quizás, todo acabe pronto, sí, sin duda así será.
Diego sonrío, le gustaba ese escrito y su contenido, de seguro pertenecía, a la época, en que recién se conocieron; ¿sí será? Entonces, con infinita ternura, al recordar; dijo; ¡ay Amanda!; siento que no he hecho nada por ti, te he dejado sola, en el último instante.
Se estrujó la cabeza y sin poderse contenerse, se puso a llorar, ¡Dios!, ¡Dios!, y se derrumbó, poniéndose de rodillas sobre el suelo, luego, inclinó el cuerpo hacía adelante, hasta tocar el suelo con la frente; que inmerecida suerte la mía, que in nombrado dolor;  y así, recogido como estaba, gritó; sentía algo dentro del pecho, en algún lugar, el caso es que le dolía, le dolía tanto; ¡Dios ábreme la puerta! ; ¡Qué me abras te digo! y golpeaba con sus puños sobre el suelo, y contra la pared que se hallaba cercana.
Diego lloraba y ya no lo hacía por él; ¡mí hermanita!, ¿Qué habrá pasado contigo? ¡Dios!, ¡ábreme las puertas!; ¡qué me abras te digo!, ya te lo advertí, sí no lo haces, me tomaré por asalto tú casa. Aquí, se incorporó un poco, tenía los ojos enrojecidos y se recostó a la pared, cambiando de posición, sí, ya lo sé, sé qué eres muy poderoso.
Y lloró, y aun lloró más, hasta que sus lágrimas, chorrearon su camisa, su pantalón y casi llegaron hasta el suelo y su pecho se fue expandiendo, en pequeños suspiros, suspiros, que al final, lo cubrían y hasta lo arropaban.
Se acurrucó con las manos entre las rodillas y se fue adormeciendo. Sí, no cabe la menor duda, diría Diego, después; hay que evacuar, de dentro de nuestro cuerpo, toda la materia física. Bueno, al menos, una parte de ella; se nos hace  necesario transmutarla, perder peso, sólo así, es posible que el alma entre en un estado de levedad.
Es posible liberarse también, de un mundo que vive cargado y recargado de imágenes, ¡pero claro! habría que hacer una diferencia, entre esas imágenes que tienen que ver con el verdadero discernir. ¿Cuáles?
¿Se tratara de todas esas imágenes, qué la sociedad en qué vivimos, quiere hacer qué se nos entren hasta por los poros de la nariz?
Pensaría Diego; tiempo después, mientras se afeitaba la barba; sin duda, tendré que hacer, que me remienden el trasero, se encontraba ahora de pié, con una toalla limpia colgada al cuello, y con otra, que lo envolvía de la cintura hacía abajo, y con los píes sin las arrastraderas. Se sentía ahora, más reconfortado, volteó la otra mejilla y se rasuró del otro lado.
 Prosiguió ensimismado; sin duda, las gentes, que sólo ven películas de violencia y se obsesionan por ellas, son personas que tienen una mente muy primaria, muy pobre, ¿es ese un patrón mental  generalizado? No lo sé. ¡Hum! es extraño, que esté pensando estas cosas; murmuró.
Lilia golpeó con suavidad; ¿ya estas despierto? Sí, adelante, dijo, mientras sacudía con delicadeza la máquina de afeitar, sobre la porcelana del lavamanos, ¡buenos días amor! susurró melosa y se le acercó, apretándole la espalda, él se sonrió y le preguntó, ¿dormiste bien? Y se volteó quedando pegadito a ella, entonces la abarco por la cintura, besándola en los labios, tan sólo tuvo que inclinarse un codo, y al parecer ambos disfrutaron ese beso al máximo.
Te extrañé tanto, dijo ella; yo también pero, sí, lo sé, has estado muy preocupado, repuso Lilia y de inmediato cambio con rapidez el tema; mira, son casi las once ¿quieres qué te prepare el desayuno?  ¿Tan tarde y en serio quieres hacerlo?, claro qué sí, vístete y te vienes para el comedor.
Rafaela estaba muy callada y cuando Diego,  salió en busca del desayuno, ya vestido con ropa de calle, apagó el televisor y se fue hacía la cocina, pero él, antes de sentarse le preguntó, ¿mamá ha llamado alguien? Está se hizo la de la oreja sorda y llamó, ¡Mery! ¡Mery!, ven que te necesito; ¿qué se habrá hecho esta muchacha?
Diego se la quedó mirando y dijo en voz alta ¿qué le pasa? y se encogió de hombros; ¡ven vamos! desayuna, antes de que se enfrié; ¡sí claro! ¿Y tú ya te desayunaste?; sí, pero te acompaño en la mesa; una vez se hubieron sentado, esté dijo,   ¡hum!, ¡rico!, ¡Qué delicia!, lo sé, respondió Lilia sin ninguna modestia, me alegro que te guste, lo preparé pensando sólo en ti y se  sonrió; pero a la vez una leve sombra se aposentó sobre su mirada. ¡Vamos!, prueba un poco, tú también; vamos Lilia;  insistió esté; ¡no!, no quiero; esté poquito y ya; bueno,  un poco, ¡eso es!
Se sintió satisfecho Diego, lo que acababa de comer más parecía un almuerzo y estaba bastante reforzado. ¡Menos mal!, con esto, podré pasar todo el día sin comer más.
Lilia quiso levantar los platos, pero Diego dijo, ¡no deja! yo lo haré, y se quedó mirándola, como si la viera, por primera vez y con sorpresa, le preguntó ¿vas a salir?, ¿yo, por qué? Bueno no sé, es que estas muy linda y además, pareces vestida con ropa de calle y de un modo sobrio; está se rió y él, impaciente volvió a decir ¿cómo así, qué no lo sabes?; bueno eso depende de ti; ¿sucede algo?
Desde la cocina, Rafaela escuchó y salió, es mejor que se lo digamos ya; Lilia asintió, ¡está bien!, ¿decirme qué? fue entonces, cuando algunos recuerdos, de la noche anterior le llegaron en breves instancias.
Después de quedarse dormido, la vio, a ella, a Amanda; se que conversamos mucho, aunque tengo la sensación de que esto no ocurrió anoche, sino hace muchas noches atrás, se que, cuando anegado en llanto me doblé en el piso, me quedé profundo, al menos, es lo que creo, y me contó muchas cosas y me mostró, el lugar a donde iba y hasta me hizo sentir un gran alivió; una tranquilidad inusual se apoderó de mí, puso sus manos sobre mí cabeza y se despidió.
Anonadado lo recordó todo y mientras esto sucedía, sus ojos estaban fijos en algún sitio; Lilia lo miraba, luego retornó sus ojos hacía ella y dijo ¿Cómo fue? Las mujeres se cruzaron una mirada un poco asombradas, hasta que Rafaela dijo; no te podemos decir como fue, pero lo que si podemos decir, es que un general   del ejército declaró por las noticias que… Aquí Rafaela guardó silencio; ¿pero qué?, ¿qué mamá?
Bueno, repuso Lilia, el tal coronel, general ese;  dijo que estaba encargado de dirigir la operación, para atrapar a unos bandidos y que en la redada, fueron capturadas varias personas, hizo una pausa, dijo que en su mayoría todas participaban de una orgía, y  mientras que a su vez, se consumía toda clase de droga; ¡al grano con esto!  Dijo Diego, impaciente.
Rafaela continuó, una mujer, que tiene todas las características de ella, resultó muerta, al parecer estaba drogada y por cuestiones de celos o no sé, otra la asesinó a quemarropa.
Boquiabierto se quedó esté; ¡no! , ¡No!, esto no puede ser cierto; pero Lilia, continuó; esta mujer, declaró, lo hice, porque ella, estaba muy drogada y se volvió como loca y me atacó, casi me mata, fue en defensa propia.
No, esto no pudo ser así, aquí alguien ha inventado una gran mentira; ¡puede ser!, respondió Rafaela, ¡puede ser! ; No mamá, estoy por completo seguro, porque la conozco y sé porque lo sé, que ella, no era así; sí hijo, ¿pero y las noticias?; ¿acaso no sabes, qué por todos los días de los días, en qué crió Dios los cielos y la tierra, los seres humanos se han emponzoñado con  la maldad? ¿Y lo qué algunos de ellos hacen, no es otra cosa, que tapar la verdad? mientras que  otros, se han debatido en si, creer o no creer; la razón a menudo, niega aquello que es tan evidente, no lo acepta, porque es más fácil mirar, lo que se tiene delante de los ojos.
Diego, se quedó callado por unos segundos y pensó; pero si estoy hablando como ella, sin embargo, volvió a aludir en voz alta, estas lo miraban, sin atreverse a decir nada; y el mundo entero se alimenta de eso, se reduce a eso, a nada más; pero existen cosas, muchas, que aunque la razón, no las acepte, están hay. Por lo tanto, yo digo que el mal existe y saca partido de nuestra ingenuidad; como por ejemplo invertir y tergiversar la verdad, enredando las cosas, hasta el punto de manipular la existencia humana.
Al decir esto, lo hizo, sin aspavientos, sin brusquedad, Rafaela no respondió, se fue para la cocina y se puso a llorar a moco tendido, pobre cito mí hijo; las cosas que el dolor, le hace decir.
¿Le sucede algo doña Rafaela? sí Mery, es que mí hijo se ha vuelto loco, con la noticia esa; la de esta muchacha Amanda, yo también la vi por la televisión, ¡que pesar!,  y no parecía; ¡calle la boca! , que no la oiga él.
De otro lado Lilia, le preguntó ¿qué hace la diferencia querido? La diferencia, eso se hace investigando; ella se acercó hacia  él, y acarició sus cabellos; ¡ay Lilia!, ella era, como mí hermana, dijo sollozando.
Ya regreso; dijo Lilia, y se dirigió hacía la cocina, para buscar a Rafaela, tranquilízate, ¡no te lo tomes tan a pecho!, Creo que es la mejor manera, de asumir un dolor y pensándolo bien, quizás, lo que dice tiene sentido.
Preferiría verlo llorar como una magdalena; creo que ya lo ha hecho, y no sé porque, pero presiento que ya lo sabía; ¿lo de la muerte de Amanda?; sí.
Diego cogió el teléfono y llamó a Sara Lucía, pero no la encontró, hasta dejó, que esté repicara una y otra vez; cuando Lilia regresó, le dijo; me voy; no espera, voy contigo, ¿bueno, si tú quieres Diego?, ¡no!, no lo hagas, no es necesario; ¡hijo! deja que lo haga; además, ¡como podrás ver! , Ya esta arreglada, ¿no es cierto Lilia? Sí.

No lo digo por eso; sino porque me preocupas tú mamá,  ¡hay hijo!, yo siempre me las he arreglado sola, además, Mery está aquí;  ¡no pues por mí! , encantado de que vayas conmigo Lilia, ¡ay!  Pensé que no lo dirías; ¡está bien!, entonces vamos. Cuando iban saliendo, Lilia dijo, ¡espera un momento!, olvidé mí cartera; momento que aprovechó para ir al baño y retocarse el maquillaje, impaciente él, miraba el reloj.

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA

RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia