lunes, 29 de junio de 2015

CAPITULO XVII (17)



CAPITULO XVII

(17) 

La citica

Después de mucho tiempo Isadora todavía seguía llamando a Clara Inés, ésta aceptó que se vieran en la universidad; ¿porqué no vamos a mí casa, queda por aquí cerca? Clara  Inés miró el reloj y dijo; pensándolo mejor,  tomemos ese café, en una de las cafeterías de aquí de la universidad; ¡bueno está bien!, ¡como quieras!; cuando llegaron a la cafetería, Clara Inés pidió una taza de café con leche y lo bebió acompañándolo de un chocolate; que deleitó comiéndolo gustosa; extraña mezcla, pensó Isadora, que se tomó sólo un café Clara Inés, la miraba y le sonreía; de lejitos se podía ver la química que las enlazaba, hablaron alrededor de máximo quince minutos.
Antes de que Isadora se fuera; Clara Inés le dijo, sabes me voy a casar ¿a casar? dijo Isadora, disimulando la sorpresa; ¿supongo qué es con ese muchacho, qué vi el otro día? ; No, es con un profesor ¿profesor? es que lo conozco hace mucho tiempo y es además amigo de mi  familia y bueno… ¡Aaaa, pues qué bien!; si  me caso en diciembre, pero tú me puedes seguir llamando y nos podemos tomar un café  de vez en cuando, ¡a bueno, me voy, chao!
Isadora se despidió, pero lo que sintió, fue algo así, como un latigazo que la fustigaba muy dentro; ¡qué cosa terrible!, ¡no friegue!, dijo y se alejó rumbo a la salida principal, cabizbaja,  pensativa;  después, se sintió como los sauces, que sin gritar lloran,  hasta le pareció que su cuerpo podría tener la similitud de un árbol, cuyas ramas son movidas hora aquí, hora allá, por corrientes de viento.
Al llegar a su casa, aunque tenía una tristeza en el alma, pensó; bueno, por lo menos la vi,  eso me produce un contento; aunque eso no es suficiente. Entonces  se le dio por escribir en sus notas, lo siguiente, ¡Ay!, ésta indecisa e incoherente luna  que no entiendo, tampoco entiendo ésta lluvia, que lo arrasa,  lo destroza todo, no es esta luna, ni ésta lluvia lo que quiero.
Pero si,  habitas en mi memoria, porque me nombras, si,  sé que me llamas a escondidas, como en esa extraña mezcla de café y chocolate.
Nuestros corazones viven reunidos, pero sólo una vez, cada cien años, nuestros cuerpos se encuentran para platicar… ¡No que bobada la mía!, ¡off!, dijo y se quedó en silencio, un poco rezagada con su memoria, con las cosas que pensaba.
Diego se estrujaba las manos de frío y caminando por uno de los pasillos, las había visto departiendo, muy cerquita, la una de la otra; quiso acercarse, después de todo era su novia; pero se puso a repararlas y vio que era la misma joven del otro día,  a Clara Inés los ojos le brillaban.
No se atrevió, porque al verlas así, le pareció que invadía, como en aquella otra ocasión, un espacio que no le pertenecía, entonces lo supo, su corazón le dio un vuelco.
Pero, es que además nunca le hizo el reclamo, por lo del profesor, esperaba que ella se lo dijera; sin embargo como seguían juntos y no la notaba cambiada, pensó, que aquello podría haber sido algo pasajero.
Miró el cielo, eran más o menos, las once de la mañana y al mirarlo, vio, que el sol se hallaba escondido, era como si de pronto se hubiese sumergido dentro de un espejo empañado, ya que todo estaba rodeado de una neblina gris, opaca.
Se sentó en frente de una  fuente, a esperar que fuera la hora de entrar a clase  mientras contemplaba el agua; pensaba,  me es imposible no escuchar este sonido, como un levante de murmullos, o un tañer de campanillas parecido al roce de las palabras, que se entrelazan, son como plumillas dentro del aire, hasta  el agua parece ser una materia incorpórea, o algo así.
¡Hay!, no sé qué hacer con esté devenir de cosas, que fluyen y refluyen,  esta Clara Inés que no me dice nada, ¡ay no!, que vacío tan grande siento y que desesperación en el pecho; ¡hum!, tengo una clase  ahorita.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos, cuando vio a la profesora que se dirigía rápido, hacía el salón de clases; ¡he quiubo pues Diego!, dijo sin detenerse, éste la siguió, la mujer era delgada, alta, caminaba rápido, con un movimiento, que tal vez, era el resultado de una actividad intelectual y física intensa; al entrar al salón de clases, ya estaba más o menos lleno.
Diego se ubicó en uno de los asientos, que todavía estaban desocupados,   la profesora se preparó para dar clases, sus ojos eran negros, éste, se puso de pie y la abordó; profe estoy inquieto por la clase de ayer, ¿haber qué sería Diego?  Me preocupa la cuestión del culto a la imagen; sea más específico.
Es una tontería, ¿sí qué es?  ¿No, vea, a usted le gustan las imágenes? ¿Se refiere a la imagen cómo tal? No, me refiero a las imágenes de los cuadros; ¡Aaaa!, no Diego, en mí casa, casi no tenemos cuadros, yo prefiero las paredes sin imágenes y mí esposo también; ¿y la imagen, la qué está relacionada con la palabra,  con el lenguaje?, en ese instante llegaron más alumnos y se le acercaron a preguntarle cosas, de manera que a Diego, no le quedo más remedio que volver a sentarse.
La profesora inicio la clase, con el siguiente tema, Diego, la observaba con atención,  vamos a hablar hoy de la dialéctica del salto,  que es aquella que tiene que ver con lo que se podría llamar,  la angustia originaria o la angustia de la nada;[1] una de las alumnas preguntó; ¿bueno y en qué consiste la, dialéctica[2] del salto? , en la obra que estamos estudiando, hay una angustia en dirección del destino; si mire es la angustia que va en dirección de la culpa, que está en la concepción judía de la religiosidad, es la angustia del bien o del mal, de todas formas, vemos, como esto, tiene un  carácter fenomenológico; a ya, replico la estudiante.
Diego pensó, pero también, ¿hay una angustia de la nada o qué se yo?; al terminar la clase, el muchacho se dirigió a la cafetería y se bebió un tinto y luego se puso a estudiar, marcó su celular y Amanda le respondió, y le contó, que iba para donde su amigo Galo; se alegró por ella,  de nuevo  se concentró en sus asuntos.  

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia




[1] se refiere a la obra de Soren  Kierkergaar: el concepto de la angustia, temor y temblor. Ninguna pagina en especial.  Ver la angustia de Abraham en el momento de dar el salto hacia…
[2] La dialéctica: es un método de razonamiento, de cuestiona miento y de interpretación.

CAPITULO XLOV (44) LAS DUDAS








CAPITULO XLIV
LAS DUDAS
¡Ay! ayúdeme a colocarme de píe; Amanda, que casi, no puedo mover este cuerpo; estoy por completo molida, ¡eso es! Gracias; afirmó Marta, que había estado sentada en el suelo, luego miró hacía Isadora, que yacía aún, sobre la cama, en un estado de euforia; menos mal que está, se mantiene despierta; sí, pero eso fue, por la pizca del polvo que usted le dio; sí, así es; ella respondió desde la cama ¿saben qué? con eso qué me dieron, me siento muy animada y hasta siento valor para decirles una cosa, ¿Qué es? Pues, que debemos hacer entrar en razón a Amanda, ¿y porqué? Pues mire la época en que estamos; bueno sí, ¿y eso qué?, pues que ella y usted, todavía creyendo en cosas que tan sólo en la edad media ocurrían.
Al decir esto, se levantó y se sentó a la orilla de la cama; es qué eso, de que existe una deidad oculta y que es enemigo de Dios…, eso de qué el diablo existe, eso, no es más que una execrable mentira.
¡Por Dios!, expresó Marta, ¿y usted porqué cree qué estamos aquí? bueno, a lo mejor esos facinerosos, tan sólo nos quieren jugar una broma; o van a pedir un rescate por nosotros, ¿qué se yo?
Tres días con sus tres noches y está, todavía no aprende, hasta a sentido la presencia de tan horrible espíritu; ¿sabe qué?; yo no creo en esas cosas, esas son puras invenciones, que diablo, ni que ocho cuartos, lo único que sé, es que esos, son unos locos asesinos, pero diablo no; no creo.
Mientras, hablaban Amanda recogió la comida que habían dejado y la arrojó por el sanitario, dejando los platos en el lavamanos; si está comida, no se la comieron es mejor botarla, pensó y con sigiló se dirigió hacía la puerta y zúas, está se abrió con facilidad, por un brevísimo trecho, miró hacía afuera; no hay nadie; se dijo.
Así, que se aventuró a salir un poco, llegando hasta el sitio, el lugar en donde escondían los trabucos viejos; miraré para ver, si no hay nadie y llamaré a las muchachas, casi silabeó entre sus dientes; pero un hombre que estaba entretenido viendo pasar gente, volteó la cabeza para mirar, trató de esconderse y sintió que unas manos férreas, la agarraron y la metieron al cuartucho y de inmediato le taparon la boca; chist, no haga ruido.
Los pasos del hombre, resonaron en el pasillo, hasta esos momentos, las mujeres, que no se habían percatado de nada, notaron, su ausencia y el guardia, que había visto la puerta entreabierta, la empujó con brusquedad; ¿y su compañera?
Ellas, que estaban más sorprendidas que el guardia, no supieron que responder; mientras, en el cuartucho, una voz de hombre le decía; no haga ruido, si quiere salvar su pellejo, tenga, póngase esto y de inmediato le puso una túnica negra, que tenía también capucha; con rapidez salieron al pasillo, en el que no había nadie, ya que todos estaban en el auditorio, gritando con ardor; arránquenle la ropa, ¡desnúdenla!, ¡desnúdenla!
¿Quién es usted?; no alce la voz, venga rápido y la llevó a grandes pasos y la metió a la cocina, se quitó la capucha, no, sin antes cerrar la puerta, era un hombre de unos treinta años, medio acuerpado, me llamo Sergio y también estoy en peligro ¿no es usted el segundo en mando?, sí, pero el segundo en mando, y el primero mando es, en realidad don Adrián y no yo; ¿cómo es eso? no, quien nos manda a todos es don Mauro, o don Adrián, ya que él, es el maestro ,¿pero y entonces Adrián? Digo, el verdadero. Sencillo; como ese tal pastor, lo invocó, el maestro tomó posesión de su cuerpo, lo hizo su segundón, mientras lo usaba, pero ya lo tiene prisionero, además aseguró, que ese cuerpo estaba muy débil y ya no le servía ¿estaba apoderado de ese cuerpo? Sí, pero eso es temporal; claro, que yo, le he escuchado decir, que ese tal pastor, era un antiguo servidor suyo; según lo que dice, no hay un segundo en mando, no, eso es sólo para deslumbrar a los feligreses; ¡a, ya veo! ¿Y el tatuaje qué tiene en su brazo? ¿Qué pasa con eso? No, sólo quería saber; también tengo uno aquí, en el tobillo, mire; y orgulloso, mostró una figura con alas; es el maestro; dijo.
¿Quién? El maestro, nos prometió poder, dinero, cosas; todos lo hemos visto, si viera como se manifiesta, con un viento fuerte y hace mucho frío, todos le decimos con cariño el negrito; ya veo; dijo despectiva, ¿y ha recibido lo qué le prometió? No, todavía no; pero él, nos aseguró, que pronto nos llegaría y no somos los únicos, aquí también, llegan jóvenes, son rebeldes y es que ellos dicen que Dios, no le ha cumplido a la humanidad.
Al decir esto, el hombre rió nervioso y al hacerlo, mostró una boca, a la que le faltaba un diente; ¿qué esperan ellos?; no pues, poder, mujeres, cosas con las que puedan sobresalir en esté mundo ¿entonces usted, porqué me ayudó? La verdad, no lo sé, estaba allí escondido, deseando que nadie me viera y cuando usted paso, sentí el impulso de ayudarla.
Como quiera que sea, yo no puedo abandonar a mis amigas; ¿pero no se da cuenta, qué si vuelve, la pueden agarrar y está vez nadie la podrá sacar?; es cierto, tendrá, que ayudarme a salir. No, usted tiene que arreglárselas sola, yo, ya no le puedo ayudar, le aconsejo que se mezcle entre las personas y cuando ellos salgan, lo haga también, porque la entrada está vigilada; en ese momento la puerta, se abrió y ellos apenas si alcanzaron a cubrirse, por fortuna, era Rosalía, que traía el rostro demudado y se la veía pálida y temblorosa.
Sergio se destapó la cara, ¿pero qué rayos le sucede?, se llevaron a doña Leticia; esté se encogió de hombros, total, le tenía sin cuidado, máxime sí, esta era, la causa de sus problemas; ella continuó; la van a sacrificar, acabé de mirar y la tienen en el altar principal.
¿Quién es doña Leticia?, ella es la patrona, bueno era, dijo Sergio; no, es la esposa de don Adrián; respondió Rosalía, ¿pero bueno y ésta quién es?, a, es una de las prisioneras; ¿no la reconoce? ; Así, ya, ya la recuerdo; ¿pero qué hace aquí? a, no, usted me pidió, que le trajera algo que pudiera servirle y la traje a ella, pues sí, eso esta bien, ¿pero no trajo nada más?
Sí mire, está túnica; ¿bien y no trajo un teléfono?, nada, por ninguna parte, encontré celulares y no me podía exponer, a que me vieran, a, pero mire, también traje esto; ¿sí y qué es?, una espada ¿una espada? Rosalía ni la miró, ¿eso para qué? ; tiene una piedrecilla incrustada en medio de la empuñadura, a lo mejor eso vale plata; Amanda la vio y pensó; esa empuñadura tiene la forma de una cruz.
Sergio la depósito sobre la mesa; ¡pero pesa!, además, esto me quema, tuve que cogerla con un trapo, mire; en efecto se le veía la mano colorada; ¿una espada, eso de qué podría servirnos ahora?; dijo desalentada, Rosalía.







Amanda se acercó y dijo, ¿me deja verla?; sí claro, es suya, si quiere llévese la; barbulló Rosalía; la cogió y la levantó, la piedrecilla dio un destello; sorprendido Sergio dijo; ¿usted cómo lo hizo? ¿Cómo hice qué? respondió con naturalidad; desalentado dijo; olvídalo.
¡hum!, he tirado tanta droga, que ya no sé, ni lo que veo, ni lo que siento. Amanda la escondió debajo de su túnica, y se la amarró con la correa, Rosalía impaciente agregó; ¡no!, tengo qué hacer algo por la pobre…En esos momentos, se escucharon voces, y ellos se colocaron la capucha, una de las prisioneras ha escapado; búsquenla.
Rápido, métase al auditorio; dijeron Sergio y Rosalía; váyase, pero antes, Rosalía se asomó con sigilo, no hay nadie, rápido váyase y así lo hizo, por fortuna, el auditorio estaba cerca, Sergio y Rosalía se miraron, ¿y ahora qué?
Por uno de los costados y en medio de varios encapuchados, se introdujo Amanda, pasando desapercibida; desde el altar, Irlanda vociferaba; no podemos comenzar el ritual, ¿hasta qué no sepamos, qué es lo que está pasando?, el hombre corpulento y que se hacía llamar Rogelio, respondió; todavía, tenemos mucho tiempo, la ceremonia, puede comenzar a las doce, dejémoslos, que se diviertan, con está mujer.
¡Desnúdenla! ¡desnúdenla! gritaban; con voz de mando, el hombre se dirigió a algunas personas, de los que estaban adelante, ustedes vengan, pongan a esta mujer sobre la mesa y amárrenla de los pies y de las manos y no la desnuden todavía, luego descendió los escalones y se retiró hacía la salida, pasando por en medio de esas gentes, que efervescentes, casi aullaban.
Las voces y los rumores cargaban el ambiente; con la cabeza cubierta y pese al intenso sopor, Amanda miraba perpleja aquella escena; Leticia forcejeaba, intentando zafarse, todo fue inútil, los hombres, la sometieron y la acostaron boca arriba, sobre la mesa.
Pobre mujer; musitó dentro de sí; pero se estremeció aún más, ante la terrible abominación, que tenían en el altar, alumbrada con dos extrañas lámparas y cirios, de a dos en dos, repartidos hacía cada lado, se veía una figura estrafalaria.
Era un a estatua de gran tamaño, era la misma figura, que Sergio tenía tatuada, en su tobillo izquierdo, los ojos de eso, parecía reír y destellaban color sangre, sangre, sangre, parecía pedir.
¡Sacrificios de sangre!, ¡sacrificios de sangre! , gritaba la sedienta turba, la mortecina expresión, de la cara del ídolo, destellaba complacida, al oír, los sórdidos gritos; debajo de la cosa, se veía una expresión, que rezaba; adórenme como a Dios y serán recompensados.
¡Qué cosa horrible!, asquea, y retiró su vista de allí, lo más rápido, que sus reflejos se lo permitieron. Al apartar la vista, de está macabra visión, pensó; las imágenes de Dios, por más desfiguradas que estén y aunque son, tan sólo pobres imitaciones, que no logran captar su magnificencia, son preferibles mil veces, a una cosa tan espantosa, como esa.
El escenario estaba vestido, con gruesas cortinas de color oscuro, recogidas hacía ambos lados; sobre el suelo, estaba trazado un círculo grande, muy bien hecho y dentro de esté, otro más pequeño y encerrado en este último, se veía un triángulo y en uno de sus ángulos un trípode. Ya en la base opuesta, se veían otros tres círculos y en la puerta de afuera del triángulo, y a cada lado de su base una cruz invertida.
Dentro del círculo pequeño, el gato yacía acostado, dentro de un letargo catatónico, y es que respiraba en pequeños y estremecidos brincos. Ya en la parte de atrás, fuera del circulo, se encontraba un hombre mayor y a su lado tres jóvenes; todos estaban sentados, sólo que los jóvenes vestían de blanco y tenían cubierta la cabeza, tanto el más viejo, como ellos estaban descalzos; el veterano sostenía, entre sus manos, una espada bastante filosa.
Son los acólitos y el hombre de la espada, es el operador, el encargado de cortar la cabeza de las victimas, dijo una voz a su oído, acercándose le, está, no respondió, pero se tensó un poco; la voz continuó, ¡ve aquello!; ¡allá! , es la pila bautismal y dentro, se encuentran hostias consagradas, por los sacerdotes negros y contiene también, pedazos de carne de niños abortados.
Ya lo sé, dijo fastidiada Amanda, sintiendo la revoltura en la boca de su estómago, ¿pero no parece?, ¿Por qué? es que, la noto nerviosa; ¿acaso es su primera vez?

¿Porqué lo dice?, dijo, intentando darle una tonalidad segura a su voz; bueno, es la única en la sala que tiene la cabeza cubierta, nosotros como espectadores podemos llevarla destapada, ella se perturbó, al mismo tiempo sintió que la estrujaban, era la turba que palpitaba y se amontonaba una sobre otra.
El continuó; a menos claro, que no desee que la descubran; ¿descubran, a qué se refiere?; bueno, es que aquí, llegan gentes muy importantes, de esas, que ocupan puestos públicos, entre otras. Pero una vez que se comulga y se bebe ese extraño líquido, uno se llena de euforia y la ropa, ya no es imprescindible.
En cuanto tengamos oportunidad, nos sentamos; no, es que esto, está repleto; sí así es, pero yo prefiero, quedarme de pié, así puedo observar con minucia, todo lo que sucede; ¡que galga!, ¿de modo qué, no se piensa perder ni un sólo detalle ?el hombre río, eso me gusta.
Amanda lo miró, era de mediana estatura, de complexión gruesa, entre los cuarenta y los cincuenta, con un bigotito pequeño, pero poblado, llevaba anteojos.
Tal parece, qué es usted, una persona muy observadora ¿en qué?
¿Se desempeña? ¡Vaya! que perspicaz, sí, así es, soy antropólogo y centro mí investigación, en esté tipo de cosas, pero aquí entre nos, no creo mucho en eso del diablo.
Esta reflexionó, tal vez, pueda ser un aliado; él continuó, la primera vez que vine, no vi nada comprometedor, es decir, nada fuera de esa ridiculez que esta, en el escenario y la práctica del sexo, qué es algo que hacen hasta enloquecer, esta es la segunda vez que vengo.
Y como le digo, lo único medio interesante, es la embriaguez y la euforia de estas gentes; ya veo, ¿pero usted probó del brebaje qué dan para tomar? No, la verdad que no lo hice, no en esa ocasión, y es que me tuve que ir temprano; ¡Aaaa!
En esos momentos, Irlanda comenzó a tambalearse como una borracha; ¡es el maestro!, ¡es el maestro!, de inmediato, se hizo un silencio casi total, en el que sólo se escuchaba la enronquecida y extraña voz de Irlanda, dos hombres la sostenían de cada lado y la sentaron en una silla que tenía forma de extraña y se sentaron en el suelo, a sus pies.
Irlanda, la portadora de tan extraña voz, quedo-se quieta, por unos segundos, hasta que comenzó a gritar, ¡ya viene!, ¡ya viene!, lo presiento, llega antes de la hora prevista.
Y entonces, en esos momentos, se sintió un ventarrón y se escucharon ruidos de cadenas arrastrando y delante de estas iban, como una multitud, de almas prisioneras.
Un frío inundó todo el recinto, atravesando la piel casi que, congelándola; nadie, osó proferir palabra y el altar tembló como si algo o alguien se hubieran instalado allí.
Casi con la boca abierta, petrificados, se quedaron algunas de esas gentes, entre ellos, el profesor y lo más tenaz sucedió , cuando Isadora, que también, había sentido el fenómeno, apareció en la entrada; la llevaban con las manos atrás y amarrada y la boca tapada con una tira, que le impedía gritar o pronunciar palabra; el hombre que se hallaba, junto Amanda, dijo; ¡mire!, ¡mire!, aquí está pasando algo, que no había visto; Amanda, vio el horror, en los ojos de Isadora y su corazón se compungió en demasía.
Con ayuda de otros hombres, Rogelio la arrojó a los pies del ídolo y luego se postró ante esté, entonces unas carcajadas resonaron en la instancia, los más osados se atrevieron a mirar y la figura, la que estaba en el altar, pareció parir algo, algo que se materializó, en la figura de Mauro; bienvenidos a mí mundo; dijo; más veo, que ni están los que son, ni son los que están.
Rogelio desde el suelo, replicó, ¿qué quieres decir señor de la noche?, todas las almas que están aquí, te pertenecen; cállate, no te pronuncies sin mí autorización.
Perdón señor; dijo plegándose al suelo; Mauro continuó, Yo soy el dueño del mundo y los del mundo, los que gobiernan, piensan que son ellos; ilusos, pues me muevo entre los hombres y hago lo que me place. Esa es mí gran venganza.
¿Querrás decir tú pobre venganza?, murmuró Amanda entre dientes; ¿dijo algo?, preguntó el profesor, que parecía temblar y se hallaba pálido y demudado; nada, olvídelo.
Mí gran venganza, farfulló más alto, yo manipulo sus mentes y les hago ver lo que quiero que vean; esa es mí gran ventaja y la de que, muchos creen, que soy tan sólo un mito, pero yo soy, más que eso y me alimento de sus porquerías, a, pero soy real, y entre ustedes vivo.
Existes, es cierto, pero eres, sólo un espíritu, una pobre sombra que, sólo busca notoriedad; volvió a refunfuñar Amanda.
Ser un espíritu, es lo que más ventaja me da, sobre los que no creen en mí, y aunque soy la negación de aquel a quien envidio y me envilezco con mí maldad, pronto reinaré y haré que muchos sean mis esclavos.
Esta vez Amanda habló bajo, mirando al tembloroso hombre, que ahora parecía chasquear los dientes, puede que así sea; porque en su mayoría, la raza humana es débil y ciega y viven de la portada de revista.
Me complazco en despertar sensaciones y los más bajos instintos, les ofrezco sexo, sexo, lujuria y les creo necesidades que no tienen, en fin, que todos van a quedar rendidos a mis pies.
Poder y placeres es lo que queremos; gritaron, y lo tendrán, todo lo tendrán, ¡Ja, Ja, Ja! y rió, como sólo el mal, sabe reírse de los incautos y de los ilusos.
¡Lo ven!, ¡lo ven!, aseveró el espíritu; es cierto, te deslizas a sus espaldas y les susurras cosas, sin que ellos se den cuenta. Pensó Amanda.
Aunque les dijeras que soy una amenaza y que como espíritu voy de aquí para allá, haciendo de las mías, nadie te creería, tan sólo pensarían que estas loca, el mundo real, el mundo, lo que esta ante los ojos, es lo que prevalece y por lo demás, tan sólo, soy un personaje oscuro y hasta rimbombante, surgido de la mente más mediocre que puedan conocer, ¡Ja, Ja, Ja!; de una pretenciosa que quiere acomodarme en una novela.
¡Ja, Ja, Ja! ; Que pretenciosos son algunos; ¡no!, les digo, lo que he visto, y oído, de tus propias palabras inocuas; eres un ser rastrero y de lo más vil, que existe en esté universo; así es, no lo niego y mí arte es el de seducir por medio de las palabras.
Vendrá un tiempo; dijo el ente, en que la humanidad querrá hacerlo con todo lo que se mueve, hasta con las maquinas y dirán; nosotros somos los dueños de nuestras sensaciones, son nuestros instintos y nuestros deseos lo que nos mueve.
¡Ja, Ja, Ja! ; ¡Pobres ingenuos!; sí pobres, arguyó ella ¿pero ustedes tienen derecho a sentir placer, no es cierto? Sí, sí, es lo que queremos; no es goce, ni placer lo que les das, tan sólo les haces creer eso, porque mediante el sensualismo, es que los seduces para poder engañarlos y atrapar sus almas, pero en realidad, has manipulado esas mentes, creándolos artificios, encantamientos, y falsas ilusiones.

¡Qué viva el maestro! ¡qué viva! ; Gritó la turba en el máximo sopor y mientras la cosa hablaba, un acólito vestido de negro, repartía botellas del líquido, que todos en su mayoría bebían; mira lo que les das, tan sólo a beber porquerías; y aunque jamás he negado, ni negare el derecho, que estos tienen, a ejercer su sexualidad, esta no debe confundirse, con lo que se gesta aquí.
Soy el que soy; eres el que no eres, el que no será; soy el gran cerebro, el que los mueve; llévate a los tuyos, deja a los demás en paz.
Que ilusa eres, ¿has olvidado, qué está es mí gran venganza?, sexo quieren y tendrán lo qué él, les niega; mira, que eres oportunista; ¡Ja, Ja, Ja! esa es, mí herramienta más útil; sólo en la mente de un idiota, podría caber semejante estupidez; ¡Ay!, pues esos, son idiotas; es cierto, ya que te creen a ti, porque han olvidado, quien es el creador; Él y sólo él.
Y dirigiéndose a la turba enajenada, la cosa, les dijo; Dios es un engañador, les prometió cosas, que nunca les ha cumplido; ¡mentira!, Dios no les ha negado nada; si así fuera, la humanidad, jamás se habría reproducido, pero él quiere para ustedes, la procreación verdadera, busquen el camino de la luz; al darse cuenta que era inútil y que la turba, jamás escucharía, no esa turba; pensó, volvió a dirigirse al ente; además, estos ignoran, donde los llevas, a un lugar de lamentaciones y de padecimientos continuos; he vislumbrado uno de esos lugares. Es un sitio desértico y un sol calcínante como el fuego, lo penetra, sólo buitres negros, como el azabache, custodian la entrada de ese abismo sin nombre.
Nada de goce, nada de placeres; tú lo has dicho y con precisión podría decirte que existen lugares peores en el universo; ¡Ja, Ja, Ja!
El mal los ha creado; no, sus mentes y sus recónditos y ocultos odios y temores, son los que han dado píe a que esos sitios existan; el pecado.
El pecado existe, porque tú y tus ángeles se han rebelado y han salido fuera de la voluntad divina. No, Él les quitó el goce original y por eso me tienen a mí.
Dios no les ha quitado, ni negado nada, tú eres el tirano; el que a toda costa quieres que estos, hagan a la fuerza tú voluntad, mediante artimañas que parecen atractivas; Dios no les a quitado, ni negado nada, al contrario, les ha dado todo, un cuerpo, cuerpo que no tienes y esa, esa es una de las razones, por las que vives envidioso del hombre, ya que, tan sólo tienes un rabo.
Es cierto, mugió y rugió, la cosa, y tembló de ira y de inmediato dijo, mirando a Irlanda; ¡quítenla!, ¡quítenla!, al instante unos hombres la bajaron y la dejaron en el suelo, Mauro se sentó en la silla, no sin antes darle una patada a la mujer.
Comiencen la profanación; dijo, coman y escupan las hostias consagradas y beban el vino que los entorpece; ¿vino, llamas a eso vino, imbécil?
Y aquella que no bebiese, esa, tráiganmela, es aquella que tiene la capucha puesta; todos los que todavía conservaban un poco de sentido, la voltearon a mirar; por su parte ésta, tornó a mirar al hombre que tenía a su lado, pero él, yacía en el suelo, desmadejado. ¡Hum!, esté no soportó el impacto, mejor así. Y las palabras del no ente, aún resonaban, dentro de una acústica grave.
Con resolución, con firmeza, se destapó la cabeza, Isadora exclamó; ¡Amanda! los que habían depositado a Irlanda en el suelo, bajaron para tomarla prisionera.
En sus caras, se observaba la lascivia, el infecundo deseo de las larvas, de miles de ellas que los rodeaban. Amanda se movió, se puso en camino y al avanzar dijo; que nadie me toque, yo subiré por mí propia cuenta.
Al pasar junto a Rogelio, le dio un puntapié tan fuerte, que esté gritó, acurrucándose del dolor; al hacerlo, la casulla que traía puesta sobre su cabeza, en forma de cabra y con una cruz invertida, se le cayó, rodando por el suelo; ¡esta perra!, ¡perra!, me pegó en la espinilla; levántate tonto y despierta a está otra;
¿Cómo es posible qué siendo hecho a imagen y semejanza de Dios; te arrastres así, ante una cosa qué vale menos que tú?
Terminó de subir los dos peldaños que la separaban, el atril, del nivel del suelo; al pasar junto a la pila, miró dentro de ella y verificó lo dicho por el profesor, pero con un detalle extra, eso, despedía un olor apestoso.
Entonces se plegó hacía uno de los costados, procurando quedarse fuera del círculo, y sin recostarse a ninguna parte.
El techo, no parecía demasiado alto, aunque de hecho lo era, no obstante, la parte de arriba, encima del lugar en donde ella se encontraba, dejaba ver o penetrar unos rayitos, no se sabe a ciencia cierta, de que estaban hechos; si de luna, de estrellas o de sol.
Los jóvenes y el cortador, parecían sembrados en su sitio, sentados de la misma manera y como si no se generara ningún pensamiento en ellos. Los acólitos respiraban de tal forma que hacían pensar, en unos pechos agitados, quizá hasta febriles.
Tan sólo el hombre mayor, jadeaba como si estuviese al acecho de algo o de alguien; presa de un terror casi insuperable Isadora la miraba, está se inclinó y le sonrío; tranquila, tú saldrás de aquí, luego se puso de pié y miró hacía Leticia, que anonada temblaba y sin vislumbrar ninguna respuesta en su mente.
Entonces el no ente, habló y al hacerlo, se recogían en su voz, las vibraciones más amorfas, que subían del abismo y que no tenían un sonido, ni siquiera equiparable en lo más mínimo a los que son emanados de la forma más imperecedera, la de aquel, que es.
Ahora; dijo, dirigiéndose a ella, estas en mis dominios y mira eso, todo eso; al instante muchas ciudades aparecieron ante sus ojos, un color amarilloso, casi tirando a oscuro, las envolvía; la cosa continuó, poder, riqueza, dinero, dominio sobre todo y todos; ¡ve!, esas otras ciudades y sobre el mar, esos altos edificios, me pertenecen.

Pero también tuyas serán, si así lo quieres, tan sólo tienes que cerrar los ojos y ya; en silencio observó todo eso y mucho más y sin titubear dijo; ¡va! no entregaré mi alma por un plato de lentejas.
Al escucharla decir esto, Mauro adquirió la forma de una mujer sexagenaria, y que tenía un color de piel blanco, las arrugas surcaban su cara y llevaba un vestido negro escotado, la luz de una bombilla eléctrica, la rodeaba y bajo esa forma, le habló, muchas más cosas; estos están condenados; pero tú, te salvaras, si accedes a mis peticiones; al mismo tiempo, le hacía ver muchas joyas, dinero y una estatua de oro, a la que los hombres rendían pleitesía, fueron tantas cosas, que al parecer la memoria se las dispersó en alguna parte.
Y como viera que no le hacía caso, se levantó, adquiriendo su estado habitual; es decir, la de ser un espíritu opaco, cuya forma, rebasaba todos los límites de la fealdad.
Un escalofrió le atravesó la piel, al mismo tiempo, que una irradiación parecida, a la que sale de la mente de un hipnotizador, intentaba sustraerle la voluntad; ¡tienes que hacerlo!, ¡tienes que hacerlo!, ¡tienes que dármelo perra! ; Ella sentía, una cosa dulce y a la vez empalagosa, una cosa muy fuerte, era la que intentaba apoderase y someterla; la intención de eso, era violentarla y poseerla, mediante la meloseria.
La magia del no ente, se desplegaba, con todo su poderío, en contra de la voluntad de esta ; se veía alzarse, con toda intencionalidad, envolviéndola ahora aquí, ahora allá, sin embargo, ella se sobrepuso con toda su interioridad y luchó, luchó contra esa pesadez, que le generaba eso, luchó en contra de ese sopor, que le instaba a dormirse y a cerrar los ojos; entonces con firmeza, se arrancó la túnica y la lanzó sobre el espíritu, diciéndole; Dios es más poderoso que tú ; al instante eso, se retiró y el frío que le erizaba la piel se le quitó.
La cosa se repuso y se dirigió a los presentes, bajo la figura de Mauro; para ese momento, hacían ya una larga fila, tan sólo para recibir, de las manos de Rogelio, las hostias negras y consagradas y para beber más del bebedizo, que los inducia a lo inimaginable, a hacer toda clase de vejámenes y de fechorías.
Mauro gritó, señalándola, ésta debe morir y todos gritaron ¡que muera!, ¡que muera!, más sacrificios de sangre para el maestro; entonces el espíritu, levantó las manos y los que habían bebido y comido de esas cosas, fueron contados, entre los que ya no son; porque por si mismos adquirieron el número de la bestia; es decir se hicieron menos de lo que eran, rebajándose a un estado inferior.

Esta es nuestra misa negra, hacemos todo lo contrario, a lo que hacen, en esa otra misa, para oponernos a todo lo que sea de Él.
Fue aquí, en donde dieron rienda suelta, a las cosas más atroces e innobles y las larvas aplaudían y aún así, no se saciaban, ni se saciaran nunca, porque un fuego arde en sus negros vientres.
¡Ve!, que te acuestes con un hombre, con uno de ellos, el que quieras, el que más te guste; nada respondió está, puedo obligarte, ¿eso es lo qué quieres?; nada puedes en contra mía, ya que en mí, tienes a una rival fuerte. Y los presentes, los que aún podían mirar, gritaban queremos sexo y más sexo.
Los demás enloquecidos y llenos de rencor, procedieron a escupir y a maldecir a Dios y una mujer, gritó; ¿qué es lo qué ha hecho el hombre y no Dios, y qué esta, entre el cielo y la tierra?
Entonces el no ente, maldijo; ¡cállate perra!, y lanzó sobre ella, miles de serpientes, que le a travesaron el sexo y le salían por la boca, y fue que esta pensó; que sí decía eso, ofendía a Dios y no al Diablo.

Las llagas de nuestro señor Jesucristo; es por ellas y por su sangre, que vencido en mí y en muchos estas, respondió Amanda; ¡cállate!, ¡cállate!, y al escucharla decir esto; muchos se revolcaban como cerdos y gemían de dolor.
Pero cuando estaban en eso; vino otro espíritu y le dijo, en tono coloquial, a Amanda, haga lo que todos, ofrézcale sacrificios de sangre y vera como la deja en paz; Mauro aprovechó, para estimular a los presentes; dejen de revolcarse y sigan, sigan en lo que estaban, ella que había mirado, para ver que espíritu, le había hablado, no vio a nadie, pero igual, respondió; nunca, nunca.
De nuevo el no ente, se acercó y le hablaba en un tono bastante seductor; ¿no te gusta aquel? mira, ese de allá, tiene la forma de tú amigo, de Diego; entonces el hombre, se le acercó y comenzó a acariciarla, y el espíritu dijo; hazlo y te perdonaré la vida.
Al sentir lo empalagoso de esas caricias y dado, el fastidio que le ocasionaban, fingió, haciéndole creer que iba a acceder a sus peticiones, y le dijo al espíritu; ¡ven!, acércate tú también y esté, se acercó y entre ambos comenzaron a lamer le sus cabellos; dijo entonces, al espíritu, ¡ven!, dame tus manos, y el espíritu, que ya sonreía de placer y se relamía gustoso, porque se dijo; ya esta es mía ,se las entregó, pero al instante, fue lanzado, junto con el hombre a un abismo que los tomó prisioneros.
Sin embargo, como todavía no era el tiempo, el espíritu fue autorizado para salir, encendido en ira, regresó aquel espectro, que quería robar, la forma humana y de nuevo arremetió contra ella, tienes que hacerlo, ya que sí no lo haces, morirás.
Pero esta nada le respondió, mientras tanto, la turba enceguecida seguía gritando; ¡sangre!, ¡que se derrame la sangre!; ¡que muera está! ; dijo Mauro, porque todo aquel que no ha derramado su semen y toda aquella que se niegue a recibirlo, debe pagar con la muerte, te voy a llevar conmigo.
Muerto estas y todo, lo que dejas a tú paso es muerte y destrucción, mira a esos, les has robado el hálito de sus mentes, y se sacian del horrible hedor de un agujero negro y como ya te lo dije; tú nada tienes y hambreado estas del cuerpo humano. Es por eso, que tienes que robarlo e intentas poseerlos y aunque el cuerpo, sólo es una vestidura, lo necesitas, para poder tener contacto.
Entonces, lo que estaba en Mauro, levantó sus brazos para golpearla, pero ella lo frenó, diciéndole; ¡detente!, ten mucho cuidado; al instante, Mauro retrocedió y dijo; no creas, yo también tengo lo mío. Lo sé, como incubó también tienes tacto, pero no puedes poseer, lo que no se deja.
Pero igual tengo a estos; ¡valiente gracia! , ya que los embaucas, obligándoos con trucos, con brebajes, sortilegios y encantamientos, para que tengan sexo, con demonios y cuando lo hacen, se te entregan y hasta pagan por horquetearse encima de ti, porque no saben lo que hacen.
Tan sólo un infecundo deseo, los recorre y cuando se dan cuenta de su error, ya es demasiado tarde, esos son los posesos y los endemoniados, que se llenan de larvas; en fin, que ya no hayan, la manera de quitarse de la cabeza las falsas ilusiones creadas por ti. Ya que en realidad eso, es el sexo, una ilusión; ahora, que el amor es otra cosa.
Y una mujer, de entre los que estaban allí, una, que tenía una cruz colgada del cuello; pero que en la parte superior de esta, llevaba una esfera, significando el vacío, o sea el alejamiento de Dios en si misma, y qué invocaba al mundo inferior, gritó obsesa; ¡no sabes lo qué te pierdes!, es lo máximo, ¡nada como un pene!
Un pene, es lo que te ofrezco Amanda y si no lo haces, te tomaré por la fuerza, ¡tienes que darme tú culo perra! ; ¡Nadie como Dios!, repuso Amanda y nada como el amor, por amor, todo o nada, y yo no te amo. Además, ese es uno de tus trucos, incluso lo haces, para ver, si así, me puedes dominar.
Pero te garantizo, que ni un pene, ni una vagina, ni unas tetas, llenan las expectativas de mí ser, ¡qué pobre eres diablito! y te lo reitero, nadie como Dios y nada como el amor; además, cuando se ama, bien sea a un hombre o a una mujer, el amor rebasa las expectativas de una zona en cuestión; de otro lado tú, ni siquiera eso tienes ¿quieres qué te lo recuerde? ¡Aaaa!, ¡perra insolente!

Y aquí, la mujer, en forma ya, de demonio, subió al estrado y la lamió en el cuello; el sexo, es lo máximo; te equivocas, lo máximo es Dios y él, sí me da, un goce supremo y no es nada pasajero, ¡por cierto!
¿Qué tienes en contra del sexo?, nada, al contrario me encanta; pero no, con demonios y por siempre, tú vivirás presa, de un deseo inocuo, y a donde vas, ni siquiera eso tendrás, ojalá y fuera posible en ti, que la luz se hiciera, pero formas parte de aquellos, que la rechazaron y en ese caso, nada se puede hacer.
Dios, o ese ser, nos has negado el placer; te equivocas, el sabe de que cosas, tenemos necesidad y de que cosas no, además, nos a dado, el libre albedrío.
No, ese ser es un déspota y un tirano; te equivocas de nuevo, Dios no nos, obliga a nada, nos da el conocimiento y la libertad para elegir y encima, nos concede, lo que le pedimos, como tan sólo, un verdadero padre sabe hacerlo.
¿Es qué acaso no me reprueba?, para nada, por el contrario, en ese sentido, Dios es el ser, más amoral que existe en todo el universo, ¿cómo así?
Bueno, quiero que se me entienda, no es que yo este diciendo, que esta de acuerdo, con todas las atrocidades que podamos cometer, nada, de lo que ha sucedido aquí, es agradable a sus ojos, pero si está más allá, de toda nuestra pobre moral.
Basta ya de tanto parloteo y ¿tú qué haces con ella? ¡Nada!, ¡nada! pero Amanda respondió, tan sólo intentaba llenar un vacío, yo soy el único, que puede llenar sus expectativas,
¡y tú perra! póstrate a mis pies, dijo a la mujer, pero está, retrocedió espantada; prométeme que pedirás por mí; lo prometo; dijo Amanda. Y está, desapareció, precipitada, por las garras del ente.
Y tú también deberías hacer lo mismo, adorarme o si no, ¡ve!, lo que le pasó a está; jamás y digo, con el gran Miguel Arcángel; ¡quien como Dios! Cállate; cállate.
Con gran ira, agitó las aguas pantanosas y volvió a dirigirse a ella, no importa, que no me adores, ya que muy pronto y en su mayoría, todos los mortales, quedaran postrados ante mis pies, el oro, hará que sus ojos bizqueen hacía mí, y yo me sentaré, en el trono de Dios; ganas no te faltan, pero de lo que si no dudo y no lo dudo, es que tendrás, todo el despliegue publicitario, que un pobre diablito como tú, requiere, y no ignoro, la astucia, la maldad que de ti emana.
Se que, asumirás la forma, de un ser humano excepcional y como siempre, te disfrazarás de ángel de luz y los seducirás, con tú rabo de paja; se que, absorberás sus mentes y engañaras a sus sentidos, por eso, verán en ti, lo que no eres; pero eso tan sólo, te durara lo que dura una flor. ¡Aaaa!, ¡perra!, ¡te matare! ; No puedes matar lo que esta vivo.
Entonces, una voz extraña y ajena a esté lugar, se dejó escuchar; los débiles serán engañados, creerán en tus promesas de paz y serán embriagados con el vino seductor, que de ti emana y lejos estarán de un discernir en el pensar.
¡Ay!, de aquellos, que no sepan, dilucidar en ti, la forma de la bestia ¿pero si el hombre es la bestia? Respondió una vocecilla, mientras que la otra dijo; estos, esos son, la bestia.
Al instante, se dio un silencio total y ya luego, Mauro altanero y soberbio, arreció; ¡beban!, ¡beban del licor prohibido! y reía y reía y al hacerlo, sus macabras carcajadas resonaban en todo ese lugar
Qué comience la gran profanación; ¡escupan! ¡Escupan! y mal díganlo y vengan a mí y adórenme, póstrense a mis pies y dejen que el odio y la maldad reinen en sus corazones y vengan sobre ella y entre todos tómenla.
Y cuando iban a tomarla, algo salió del pecho de Amanda; surgió desde lo más hondo, ya no era ella, quien hablaba, y esa voz pronunció estas palabras ; hay de aquel, que no sabe, que dentro de si, arde la llama trina; entonces la espada surgió, entre sus manos y haciendo una cruz en el aire, dijo al no ser, hiriéndolo, esto es por el padre, luego hizo otra cruz y dijo y esto es por el hijo, y haciendo luego, una tercera dijo y esta es por el espíritu y estando el no ente herido se revolvía lleno de rabia.
Entonces, sobre Amanda, descendieron como unos rayitos azules, que surcaban su frente y la bañaban y luego volvían a ascender.

De repente, se desató una tempestad y todo parecía estar lleno, de nubarrones y se escuchaba el sonido de los rayos a lo lejos.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

CAPITULO XLIII (43) LA DESESPERACIÓN




CAPITULO  XLIII  (43)
LA DESESPERACIÓN

En el mismo instante, Marta e Isadora sentían un imperioso deseo de salir corriendo, una desesperación se adentraba en sus cuerpos, en sus entrañas, en sus estómagos, como un veneno corrosivo que en lugar de avivarlas las turbaba, al mismo tiempo, un desasosiego las llenaba de ansiedad y les resquebrajaba la garganta.
Marta sacó la bol sita y le dio un tris a Isadora, miró hacía donde estaba la otra y ella, se hallaba sentada en el baldosín, con la cabeza apretada contra sus piernas, que tenía recogidas y el rostro de cara al suelo, por entre el ángulo que formaba su cuerpo.
Tenga, es necesario que pruebe un poco, eso la mantendrá despierta, ella medio levantó la cabeza y con un movimiento leve;  dio a entender que no; tome, vea que en cualquier momento van a entrar por esa puerta, no quiero, no lo probaré, no me insista.
¿Es que no se da cuenta, que necesitamos estar despiertas?, lo sé, pero no lo probaré; Marta la miró angustiada; descuide, estaré despierta, con la ayuda de Dios, ya lo vera; recíbame por favor, con resolución Amanda se puso de pié; ya le dije que no,  y es mejor que guarde eso porque ya vienen para acá.
Marta quiso replicar, pero Amanda fulguró; ¡que lo guarde! ; sorprendida lo escondió y en ese momento, apareció Irlanda, acompañada de un fortachón, traían trozos de carne frita y unas gaseosas.
Tomen, les trajimos comida, para que luego no digan, que no las tratamos bien. Al decir esto, se dio un cruce de miradas, entre los servidores del mal.
Comeremos en cuanto se vayan; dijo Isadora,  presa de una fuerza efervescente; ¡no!, ¡comerán ahora!, delante de nosotros; dijo imperiosa la gorda de Irlanda.
Con sus ojos púrpura, ahora dilatados, Marta instó a Isadora a que obedeciera, de mala gana, está dijo; tomaré tan sólo la gaseosa; Amanda no se movió, el hombre dijo, haber usted, ¿porqué no se mueve?, mientras avanzaba con violencia; tiene que comer; no, no lo haré y si van a obligarme, prefiero morir ahora mismo y no más tarde.
Preso de ira, dispuso su brazo, para golpearla, pero Irlanda lo detuvo; detente, el maestro nos ordenó no tocarla, es su adquisición, le pertenece, al escucharla, apenas si, pudo contenerse, y es que el sólo hecho, de nombrar al maestro, hacia que estos titubearan; ¡eso es cosa jodida!, aclaró la Irlanda, cualquier desobediencia, ya sabes que la pagaremos caro.
¡Ya tranquilízate hombre! , a la noche, nos vamos a poder divertir de lo lindo. Amanda sopesó la situación y dijo; un puñado de muchedumbres rotas y atropelladas, seres extraviados, son los que vendrán a celebrar el rictus de su propia muerte y de sus obscenidades.
En cierto; dijo Irlanda; y no sabes las ganas, que yo te tengo; lo sé, pero no tendrás ese placer, porque de la misma manera, que corren híbridos y ciegos a los estadios y a los actos masivos, serán devorados como presas por el lobo feroz, por el engañador y por los falsos profetas.
¡Ja, Ja, Ja!, rió con maldad Irlanda; haciendo caso omiso, Amanda continuó; pero, serán ustedes presas, de su propia insensatez y de su imprudencia.
Corremos detrás de quien, nos ha prometido el poder, poder es lo que queremos; dijeron los dos al mismo tiempo; ¿poder?, pobres, pues no saben, en verdad, que es el poder; no lo sabemos, pero que importa, lo disfrutamos, lo que sea, armas, hombres, mujeres, sexo. Y aplicamos el viejo adagio, “comamos y bebamos que mañana moriremos”[1]. Con la boca casi abierta de par en par, Isadora y Marta observaban; ¡que sed!; dijo Isadora y de inmediato se bebió la gaseosa; no, dijo Marta; el líquido azucarado no quita la sed; complacidos Irlanda y su gorila la miraron; beban, que luego les traeremos más; le dije que tomara, no, que se atropellara a beberse  eso; dijo a regañadientes Marta.
Ellos salieron y entonces Isadora, se dirigió al baño, mientras decía; lo hice, porque ya no resistía más, la presencia de esas gentes y como mujer preñada, se dirigió al baño, para trasbocar, pero no pudo hacerlo.
Amanda se sentó de nuevo en el suelo, recostada a la pared, en la posición anterior; casi desfallecida, Marta se dejó caer a su lado y con cariño y pesar acarició el cabello de Amanda, ella dijo casi sollozando; no atino a pensar, ¿cuál será el destino de estas pobres gentes?; ¿porqué lo dice? porque como, becerros o como ovejas descarriadas van al matadero.
Ellos se lo buscaron; sí, puede ser, lamiendo la negra sangre, que a su paso, la bestia deja, un agua seca y podrida, es la que beben estos. Ovejas que van al matadero, somos nosotros, tenemos que salir de aquí; dijo Isadora, riendo como presa de una extraña locura.
Lo que ha de ser, será; dijo Amanda, nada podemos hacer por ahora; ¿no tiene miedo de morir? Preguntó Marta; sí, miedo sí. Isadora se acostó en el catre, con las manos sobre su pecho y decía; ¿Dónde estamos ahora, en qué punto del espacio andamos? ¡Oh Dios!, nos hallamos sumergidas, en la infinitud de una noche cósmica y errantes alrededor del sol, nos abrazamos y nos consumimos como fuego.
¿En dónde ya, la lejana constelación de Andrómeda y el eterno amor fulgurando?
Mientras tanto Leticia, en la habitación de Adrián, veía avanzar las horas y al ver que no venia Rosalía; llena de ansiedad, buscó el líquido inflamable, que esta le había llevado y lo tomó, entonces destapó el retrato de Adrián, pero no fue capaz de mirarlo y un hedor de muerte se le esparció por la yema de los dedos con sólo tocarlo.
Se apartó temblorosa y lo roció con un poco del líquido, y en ese momento escuchó unos pasos, precipitarse del techo hacía el suelo; ahí mismo, en el pasillo, fue tanto el susto, que casi deja caer, lo que tenía en las manos, sabía que ese ruido provenía del pasillo; pero se dijo; aunque así sea; por el altísimo, que yo salgo, porque salgo, aquí no me quedo.
Todavía, con el tarro en las manos salió como pudo, aunque se tambaleó un poco, presa del nerviosismo y al llegar al auditorio, camino en puntillas intentando no hacer ruido, se atrevió a entreabrir las cortinas y alcanzó a ver a algunos que se encontraban alrededor de un altar que habían construido, todo estaba en penumbra y no distinguió a nadie, aunque logró ver una figura enhiesta, no pudo saber, a ciencia cierta, de que se trataba.
Con temor volvió a cerrar los pliegues de las gruesas cortinas y miró hacía todos lados, indecisa, sin saber hacía que lado correr. Haber, ¿hacía qué lado, queda la sala? Sí, los baños y las piezas donde están las mujeres,   es para allá y ya derecho se encuentra la salida.
Pero debe de estar muy custodiada, por instinto, miró hacía atrás, al finalizar el pasillo; vio que una puerta de color opaco como la pared, medio se dibujaba.
¡A caramba!, yo porque no la había visto, de inmediato se dirigió hacía allí y al llegar la empujó con sumo cuidado; la puerta cedió y al hacerlo un chirrido metálico resonó, lastimándole los  oídos.
Con el corazón palpitando, se adentró y vio algo que le puso el rostro demudado; un féretro destapado con un cuerpo dentro y rodeado de algunos candelabros que contenían cirios encendidos.
A punto de salir corriendo; gritó, un muerto, están velando un muerto; pero al instante se tapó la boca para no gritar más. Pudo más la curiosidad, una rápida mirada le indicó, que la habitación estaba sola y las sombras que formaban los candelabros contra la pared daban figuras siniestras y amenazantes.
Esta no es conmigo; pensó y un grito agudo salió de su pecho, pero reprimiendo al máximo su terror, se apretó la boca con las manos; entonces sintió el peso de la botella que llevaba.
Eso hizo que se sintiera un poco envalentonada y se acercó al féretro, ya que quiso mirar el rostro del desdichado y que  sorpresa se llevo; pero si esté es Adrián. Casi metió su cara dentro y lo observó con atención; sí, esté es mí marido, el verdadero y cuán distinto al del retrato y al hombre de la noche anterior.
Luce tan desamparado, ¿pero qué hace aquí? ¿Estará muerto? con una de sus manos, se apoyo al borde del ataúd y con el otro sostenía la botella, sin percatarse del peligro. Casi pegó su cara, al rostro de Adrián y sintió el sonido de una respiración lenta, pero a un buen ritmo cardíaco.
Está dormido y está vivo; se dijo; ¡Adrián!, ¡Adrián!, pero de nuevo volvió a sentir el ruido sigiloso de una sombra que rodeaba el pasillo.
Se apartó del féretro y se quiso esconder en algún lado, pero al recostarse en una de las paredes está cedió y Leticia, de una manera inesperada, se vio en un sótano; Hacía un frío intenso, contuvo la respiración y se vio de bruces en el suelo y se quedó entumecida por unos segundos, no supo cuanto tiempo trascurrió desde que cayó allí.
Poco a poco sus ojos, se acostumbraron a la oscuridad, un olor a humedad, a viejo, penetró sus narices, como pudo, se levantó haciendo un esfuerzo por agilizar su peso corporal.
De nuevo sintió la sensación de un alguien que la perseguía; algo tenebroso se hallaba detrás, a sus espaldas.
Y ella se sintió desfallecer, la presencia se hizo tan fuerte, tan tangible, que hasta la podía presentir, jadeando y entonces, algo tocó sus hombros, a estas alturas, ya no sabía qué iba a ser de ella. La piel se le erizó de inmediato y un escalofrió la envolvió.
¡Hay Jesús mío!, ¡Jesús mío!, ayúdame; exclamó en voz alta, se volvió con rapidez, pero no vio nada, con el frío calándole hasta los huesos, se alejó unos pasos hacía adelante y así fue, como llegó a otra habitación, un poco más pequeña.
Se hallaba en medio, una mesa y encima unos frascos de cristal, grandes; ¿Qué es eso? Tal parece que tuvieran formas humanas y se hallaran envueltas en un líquido viscoso, ¡gas!, ¡qué asco!
Al acercarse más; dijo, pero si son raíces de mandrágoras, puso su cara sobre las anchas bocas de los frascos, sí, no me cabe la menor duda, yo las conozco, porque papá, las usaba para hacer bebidas curativas, pero también sirven para el amor y como narcóticos, se usan para lo bueno y… ¿también para lo malo? ¿Será?
No, pero esto si, qué huele feo ¿quién sabe qué rarezas le echarían a eso?, un ruido llamó su atención y vio una rata que corcoveó por encima de sus zapatos. Con exasperación sacudió los píes y se apartó de la mesa.
¿Hay no, yo qué hice la botella que traía? ¡No! ; Se me quedó en esa otra pieza y seguro si vuelvo, hay va a estar esa cosa horrible, ¡no!, pero yo me tengo que ir de aquí, y controlando el miedo que sentía, se devolvió a desandar lo andado, buscó, palpando en la pared, la forma de salir de allí, pero todo fue inútil; la pared no cedió esta vez, de modo que recogió el bote y lo llevó consigo.
Al llegar de nuevo a la habitación en donde estaba la mesa, vio, más atrás de esta y casi al fondo, en un hueco en la pared; un sitio que tenía un nombre y era denominado el hostiario, así figuraba el letrero en la pared y esté, tenía grabada una cabeza de macho cabrío y una cruz invertida. Lo abrió, se atrevió a abrirlo y esté giró, dejando al descubierto el auditorio, entonces pudo observar a las personas, que había visto desde el pasillo.
 En efecto, eran alrededor de ocho, todos se hallaban rodeando un altar, que tenía una figura;  ella no la podía ver, ya que quedaba de espaldas, al lugar en donde se encontraba.
Sus voces, parecían invocar o decir, este es tu santuario Señor de la Noche; volvió a girarlo hacía adentro, no sin antes mirar, lo que contenía; eran hostias, unas de color blanco y otras de color negro, como  untadas de algo viscoso; ¿qué es esto? ¡Qué fastidio! ; exclamó, también habían esparcidas sobre la mesa; velas y cirios negros, todo eso, acompañado de unas bolsas de carbón.
Y antes de que pudiera reaccionar, una voz extraña, que parecía surgida del vacío, le susurró al oído; bienvenida Leticia, te estábamos esperando, esta noche tú serás la reina y estarás desnuda en la mesa central.
Aterrada y con los vellos, casi de punta, se volvió para mirar quien le hablaba; pero no vio a nadie; ¡hay Jesús Mío!, ¡Jesús Mío!, a estas alturas, se hallaba enjuagada en sudor y entonces, esa cosa, que ella no veía, pero que podía escuchar, pareció retroceder.
Con los nervios a flor de piel y una adrenalina espesa y casi, a punto de gritar; la Leticia quiso echarse a correr y en su intento tropezó con una esquina de la mesa; al instante se contuvo y se limpió la frente con el dorso de la mano, se dijo así misma, ¡cálmate!, ¡cálmate!; alguien está intentando volverte loca; agarró una bolsa de carbón destapada y una de las velas y echo todo esto junto con la botella, en una bolsa que encontró, cogió además unas cerillas que estaban tiradas en un rincón.
Con los codos y ayudándose con el cuerpo, se recostó a la pared y comenzó a buscar y empujaba con la nalga, hasta que algo cedió un poco, se volteó y ayudándose con las rodillas estrujó con más fuerza, y la puerta cayó, dejando al descubierto un patio grande, encerado por unos muros altos y en la parte superior por unas rejas negras y destapadas, la noche estaba oscura y la luna no se veía; parecía estar oculta, dentro de un promontorio de nubes negras.
Ya sobre el suelo se observaban círculos trazados con formas extrañas, símbolos raros, la mirada de Leticia no se detuvo en ellos; tan solo pareció detenerse, en la única puerta que la llevaría de vuelta al auditorio y que seria quizás la abertura a la libertad.
Una gruesa cortina negra, era lo que separaba al auditorio del patio; jadeante, se detuvo y con temor se atrevió a mirar por un ladito de las cortinas; no vio a nadie, de modo, que se deslizó por un costado, quedando justo por detrás de la estatua o imagen central; allí permaneció oculta, ya que está era demasiado grande, como para taparla; respiró tratando de tranquilizarse y se acuclilló como pudo en el suelo; de nuevo volvió a mirar y los que estaban reunidos, ya se hallaban dispersos, algunos estaban en la entrada principal recibiendo a las personas que llegaban .
Ya están llegando los invitados; pensó, un humo denso comenzó a llenar el recinto, el sudor seguía perlando su frente, sus axilas estaban empapadas. Dejó la bolsa en el suelo, a un ladito y se sacó las enaguas, tratando de no hacer ruido, las rasgo como pudo, por suerte no están nuevas se dijo y no aguantan mucho.
Hizo un pequeño cordón con ellas y esparció el carbón; de modo que quedara bien apiñado, formando una especie de camino alrededor del altar, cogió el líquido y roció con cuidado todo; entonces se dispuso a encender el cerillo y justo hay, escuchó unos pasos, contuvo la respiración, y como pudo se empequeñeció y se estrechó en el suelo, hasta se volvió chiquitita.
Sintió entonces, los pasos de un hombre corpulento, lo sintió dirigirse al lugar en donde se encontraba, pero de un modo inesperado, tomó rumbo a la habitación en donde se hallaba el Sagrario, lo abrió y sacó algo de dentro.
Estaba vestido con ropas negras y encima llevaba una capa del mismo color, que le llegaba hasta la mitad de los tobillos.
Era la oportunidad perfecta y cuando intentó levantarse asomando, con cuidado la cabeza, los hombres que estaban delante de la estatua regresaron y la rociaron con algo, no sin antes hacerle cierto tipo de reverencias, el hombre retornó por el patio y en menos de dos segundos ya estaba de vuelta, se quedó de pié, como alertado por algo.
Está, se sintió atrapada, si corría hacía el auditorio, de inmediato los hombres la atraparían ¡y esté tipejo que no se va! ; murmuró, para sí, al mismo tiempo, sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la oscuridad pudieron ver, que el hombre traía en sus manos unas botellas, se dijo; ¡ay! , eso es el brebaje que tenían preparado.
El hombre, después de medio segundo se dirigió hacía el altar y depositó las botellas, allí se veían cirios encendidos y hasta una copa, parecida a las que tienen los curas.

Un murmullo de voces, comenzó a llenar el recinto, Leticia en el suelo, se acostó de medio lado, sudaba y el hollín se pegó a su cara y a sus manos, de tal manera que parecía salida, de alguna chimenea o bien, que habría mudado de piel; voy a prender esto; entonces se arrodilló y cogió la cerilla para prenderla, justo en ese momento, un pesada bota cayó sobre su manos. Agazapada, apenas si pudo levantar la cabeza y vio al mismo hombre de la capa, pero esta vez se hallaba en compañía de una mujer, que vestía de igual forma.
Tenía razón el maestro; exclamó la mujer; al decir que hasta aquí llegaría el manjar suculento, para depositar en la mesa central esta noche.
Tú eres la médium  Irlanda, la que nos traes sus mensajes; y yo tan sólo soy el sacerdote, que les suministra la ceremonia a estos. Al decir eso, levantó a Leticia agarrándola de los cabellos y hasta de las manos, ¿suélteme, qué cree qué soy?
Leticia pataleó e intentó morder esas gruesas muñecas y aunque gritó nada pudo hacer, de todos modos se vio arrastrada hacía la parte central del altar.
El lugar estaba repleto, casi unas doscientas personas lo llenaban, personas sedientas de sangre y de placeres raros. Sin duda, este lugar se prestaba para que unas trescientas personas lo ocuparan, aunque a algunas les tocaría quedarse de pié.
 Adrián o Mauro; había pensado en todo, las paredes del recinto habían sido recubiertas y hechas a prueba de ruidos; de modo que las personas podían gritar y vociferar, sin que los vecinos escucharan y por lo demás la zona era más bien parca y había pocas casas y  eran raras las personas transitaban por allí.
Rosalía, que se había quedado en la cocina, esperando a Sergio, se comenzó a preocupar todavía más y miró su reloj; ¡no!, ese Sergio nada que llega, voy a volver a buscar a doña Leticia, voy a ver si la puedo sacar de esa habitación y salió con rapidez y antes de ajustar la puerta se detuvo, ¿pero y si Sergio viene?, ¿bueno, cómo ha de ser qué no me espere?
En fin yo me voy; nerviosa se metió las manos en los bolsillos del delantal y sacó un cigarrillo, que se colocó en los labios, pero sin encenderlo, avanzó por el pasillo, hasta llegar a la habitación en donde creía que se encontraba Leticia. Se apresuró a entrar, la luz estaba apagada, entonces exclamó, ¡doña Leticia, doña Leticia!
Al ver que no le respondía se asustó mucho; ¿Ay no, será qué ya se la llevaron para el cadalso? La única luz que estaba encendida era la del baño, y hacía allá, se dirigió pero nada, tampoco esta aquí y con desesperación, la buscó hasta en el closet.
Sintió un vacío en el estómago y una picazón en las palmas de sus manos, sollozó; hay será, ¿qué se la habrán llevado  a la pobre señora? Se sentó, en el borde de la cama olvidándose de todo y se puso a llorar, se agachó, cogiéndose la cabeza; ¿qué hago?  ¿Qué debo hacer?
El cigarrillo todavía colgaba de sus labios, pero al mover su boca, se le cayó y se agachó,  para recogerlo y sin darse cuenta se detuvo junto al retrato de Adrián, lanzó un punta píe y algo como un bote, se derramó por gotas, sacó las cerillas y en un acto mecánico, encendió una, prendió el cigarrillo y luego la  arrojó al suelo.
Algo cedió a la chispa y comenzó a arder, fue tanto el susto de está, que casi se va de bruces y hasta el cigarrillo volvió a caérsele y el retrató comenzó a arder y en ese mismo instante, el cuerpo que yacía velado por unos cirios en otra habitación o sótano comenzó a estremecerse como si cobrara vida.                                  


[1] Adagio popular, muy repetido entre las gentes


BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia