CAPITULO LVII (57
PRESAGIOS
El tiempo suele arrasar
con todo y es tan atrevido, que desdeñoso, grava en nuestros rostros, líneas y paisajes
nunca vistos, quizás somos la roca o la arcilla sobre la cual moldea sus
aconteceres. ¿Los suyos o los nuestros? Los nuestros diría…
Diego Alonso Jiménez, no
era la excepción y por el momento, las cosas no parecían, haberlo afectado en
demasía y lo vemos ahora, sentado, casi un poco, con la mirada extenuada y en
medio de su mente, esta pregunta
¿Qué será aquello qué,
siendo autentico, podría detener ese fluir de la vida? ¿La muerte? No, quizás
la no muerte; ¿el pensamiento? ¿Acaso es el pensamiento? ¿Pero qué es la no
muerte? Creo que esto, si tendría
relación con la vida. Pero con respecto al sentido común, es tan obvio todo, que si uno
muere cesa el pensamiento.
Mientras así divagaba, sostenía
entre sus manos la espada, que un día, Verónica le obsequiara , Diego suspiró y
la espada emitió, unos pequeños rayitos azules,
es divina, tal vez algún día pueda usarla, pensó; distrayéndole su mente
de lo anterior; pero si no la uso, no importa,
se levantó y la acomodó en un sitio especial, que tenía para ella, se
miró luego en el espejo y se dio cuenta, que unos leves rayitos plateados,
comenzaban a insinuarse, dentro de su cabello. Lilia entró, en esos momentos en
ropa de noche , se acomodó en la cama y al verla, fue en su busca, comenzó a
besarla, al principio con sumo cuidado, sus cabellos, la frente, sus ojos, sus
labios, su cuello, sus axilas, sus senos pequeños, pero hermosos, esta se
estremeció y una vez más, el amor sonrió con acertada fascinación .
Y unos días después,
quizás hasta semanas, entró, de nuevo ella, a esa misma habitación con
inusitada premura; venia de visitar al médico; Diego cariño, te traigo buenas
noticias, figúrate Diego que tengo meses de…
No terminó la frase, ya que, mientras el agua de la ducha caía
sobre él, a Lilia le llamaron la atención unos papeles revueltos, que se
hallaban sobre el escritorio y con fecha un poco reciente.
El nombre de Clara Inés,
brillaba con luz propia; los tomó entre sus manos y al hacerlo, sus dedos
temblaron ligeramente; Levanto mí mano y trazo una línea imaginaria, entonces
la ventana se abre y me da una perspectiva infinita; pero entonces, recuerdo que
no existo, porque soy un personaje inventado, más no real y porque tú, tú Clara
Inés, que eres y has sido aquella, que esta del otro lado de la ventana,
permaneces, en brazos de la lejana, pero renacida esfera del sueño.
Suficiente, suficiente;
se dijo y apretó, el papel entre sus manos y lo lanzó lejos y al hacerlo, sus
dientes castañetearon un poco; renacida
esfera del sueño; estúpido, estúpido;
te ufanas, de amar más lo irreal, que lo propio; un fantasma te persigue, te
persigue; en esos momentos, él Había terminado de ducharse y al cerrar la
llave, alcanzó a escuchar a Lilia.
Temió que algo grave le
sucedía, se colocó la bata de baño y salió; Lilia querida ¿Qué te sucede? Ella
nada respondió, pero al ver, los papeles regados por el suelo, lo comprendió
todo, pero querida, no comprendes qué todo eso, permanece, tan sólo en el
sueño; por eso, dijo ella, sentándose en la cama y echándose a llorar, por eso,
es por eso, porque permanece en el
sueño, o sea en el plano de lo no realizado. Querida, amor mío, tú bien sabes,
que te amo; ¿no entiendes?, es allí, en donde radica el peligro ¿Qué peligro?;
si tú eres mí amor, a ti, te puedo besar, tocar, sentir.
Entonces se acercó, para
acariciarla; ella le hizo repulsa, un poco con enojo, un poco con tristeza; no
me toques, se puso de pie y salió, dejando la puerta abierta, él se quedó
pensativo, se agachó y recogió los papeles, podría destruirlos, pensó; pero no
lo hizo, no quería hacerlo, porque se aferraba, al recuerdo y además sentía
placer, al escribir sobre Clara Inés.
Pero Lilia, era su amor
real y la amaba, más que a nada en esté mundo ¿Qué hacer? Pensó.
Cuando ya se había vestido y se había
arreglado; ella regresó ¿vas a salir? No, voy a trabajar, después del medio
día, pero tenemos que hablar; aseguró ella, éste, se mordió los labios; también,
te iba a decir lo mismo, hace mucho que llevamos está relación, sabes bien, que
te amo; yo también Diego, también te amo, ¿pero lo de Clara Inés? Él, se sentó
en la silla, que pertenecía al viejo
escritorio, con la cabeza baja y las manos, sobre los muslos, que permanecían
abiertos, aunque levantaba los ojos para mirarla.
Ella se había sentado en
el borde de la cama, con la espalda erguida, las piernas cruzadas y los muslos en
dirección a esté, las manos, las tenía puestas una sobre la otra; aunque
siempre lo supe, tú nunca, me dijiste nada, nada, acerca del amor que sentías
por ella, pensé qué estando a tú lado y
al correr de los años, la ibas a olvidar; ya aquí, realizó un esfuerzo para no
llorar , pero no pudo evitar que las lágrimas se escurrieran saladas y amargas
por las mejillas .
Diego se conmovió y
sintió deseos de levantarse y rodear la con sus brazos, pero se abstuvo, por
temor a que estuviese aún enojada, con mucho esfuerzo, se sobrepuso, quería
mantenerse digna y dijo; es preciso, que nos dejemos de ver, así sea por un
tiempo, y aquí, inclinó un poco la cabeza, además, temía mirarlo, ya que si lo
hacía; iba a caer, rendida en sus brazos; Lilia cariño mío, ahora no, ¿ahora
qué? dijo Lilia, poniéndose de pie y la
voz se le quebró, pero prosiguió; sí,
ahora que… ¿qué? ¿qué? arguyó
Diego. Sí; qué tan sólo, soy una dulce costumbre.
Tú sabes que te amo; sí
lo sé, pero a tú modo, claro, no,
no es cierto, y avanzó hacía ella; está
se puso de pie, evitando caer, en sus brazos y se alejó un poco, pero preguntó;
¿y Clara Inés? ¿Ella qué?, ella nada, ella, tiene su mundo propio y yo el mío,
tú eres mí mundo real, mí verdadera vida.
No sé Diego, no sé; dijo
en un tono de voz, un poco baja ¿es qué
acaso, ya no me amas? preguntó él. ¡Por
Dios Diego! No me salgas con eso; tú
sabes, de lo que se trata; es cierto dijo; pero yo…
y se acercó a ella, ésta, lo detuvo, poniendo
con suavidad, los dedos sobre su boca;
la abrazó contra su pecho y ella se entregó con infinito amor.
Pero entonces se apartó
un poco, se quedó mirándolo, y le dio un beso en los labios, uno de esos, que
parecen de despedida o de adioses para siempre jamás; y retrocedió diciéndole;
no digas nada más, es mejor que lo dejemos así y se alejó, éste, se quedó
mirándola; pero cuando llegó, al marco de la
puerta ; se dio la vuelta y dijo ; para no perjudicar a Hunder Alexander,
voy a dejarlo aquí, hasta que termine la secundaria, ¿tú estas de acuerdo? El
afirmó con la cabeza; ya que no podía hablar, porque, tenía un nudo en la
garganta.
Quiso salir detrás,
¡Lilia!, ¡Lilia! , dijo, apretando los puños, pero el orgullo no le permitió ir
detrás de su único y verdadero amor; por su parte ella, se introdujo en la
alcoba de Rafaela y sin que nadie, se diera cuenta; lloró y lloró, Diego, Diego
y justo ahora, que voy, a tener una hija tuya.
Esa misma tarde habló con Hunder Alexander;
quien lo tomó de forma serena; porque, tenía la seguridad, de que regresaría
por él; no te preocupes Lilia, además, ya soy, todo un hombre y ella sonrió con
amargura; nunca me ha dicho mamá, pensó y sin que Hunder Alexander notara, su
dejo de tristeza, le dijo, pero para mí, aunque, ahora tengas dieciséis años,
eres mí niño, mí niñito querido, a Hunder Alexander, esto le gustó, pero
fingió, como si no hubiese oído nada.
Sin embargo
lo abrazo y él, se dejó abrazar y dejó que lo estrechara entre su cuerpo,
lo estrechó como si fuera, la ultima vez, que lo fuera a ver; estas exagerando
Lilia, ¿es qué, acaso no piensas regresar? ¡Claro!, claro que sí, y al decir
esto, se le quebró la voz, lo beso en la frente y salió a paso rápido; pero
antes de que cruzara la puerta de la habitación; Hunder Alexander, que se había
quedado de pie, no se pudo contener y la llamó; ¡Mamá! ¡Mama!
Ella no lo podía creer,
casi que se quedó pasmada y sus ojos brillaron y su cara se asoleó, entonces se
volvió, y ya estaba a sus espaldas; ¡hijo!
Mamá, no me dejes, no me dejes nunca y se abrazaron de nuevo, no hijo, no te
dejaré, no te dejaré nunca. Te ayudaré a empacar tus cosas, bueno, bien.
Diego que trabajaba como
empleado, en una oficina, tuvo que contenerse y dar la cara para ir a trabajar,
como era lunes, había solicitado permiso para laborar en las horas de la tarde,
y era porque, deseaba pasar esa mañana al lado de Lilia, sólo que, cuando abrió
los ojos muy temprano, ya ella, había salido y le dejó una nota diciéndole que
iba al médico,
Entonces se había puesto
a escribir en su vieja máquina, a la que pronto tuvo que remplazar, por un
moderno computador, fue así que escribió, esas cosas sobre Clara Inés y dejó
esos papeles, sobre su escritorio; ¿Por qué los había dejado? Se preguntó; si,
al menos, los hubiera guardado, Lilia, no se habría enterado de nada; ¿por qué?
Se recriminaba; ¿es qué acaso pensé, qué ella, no los iba a ver? ¿Don Diego, le
sucede algo? Nada Mery, tan sólo, estaba pensando; no ha probado para nada, el
almuerzo y eso, que le preparé, sus platos preferidos.
Sí, eso he notado Mery,
pero la verdad es que, no me he sentido bien esta mañana; don Diego, perdone
que insista, pero es que, ni siquiera a mirado la comida; él no respondió y se
abstrajo, en sus pensamientos; hablaré con Lilia está misma noche, después de
que, regrese de la oficina, que tonto que he sido; ¿don Diego? ¿Sí qué?;
respondió y le hecho, una mirada, como alguien, que acaba de llegar de otro
mundo.
Se levantó y le dijo, lo
siento Mery; recogió su maletín y salió de prisa, dejando a Mery, con la boca abierta y a punto de papar moscas.
Al salir éste hombre, a la calle, todavía continúo ensimismado y acabando de
cerrar la puerta de salida, sé repetía,
diciendo ; lo que tenia que haber hecho, era destruirlas. Mery, se encogió de hombros y se apresuró a
recoger los platos.
Lilia, salió de la
habitación de Hunder Alexander, un poco más tranquila, ¿ya se fue? Sí, así es,
pero lo noté muy mal, ¿de verdad, piensa dejarlo? No; es tan sólo por un
tiempo, la verdad no lo sé, no sé, qué va a pasar Mery, tengo miedo, y se quedó
pensativa, luego dijo ¿puedes venir a ayudarme a terminar de empacar Mery?
Sí, ya voy, pero
piénselo, ese pobre hombre, estaba muy mal; no sé Mery, no sé, pero tengo, un atroz
presentimiento, en verdad, me siento peor, bueno entonces, puede quedarse y ya
vera, que las cosas se arreglan, y mientras empacaba lo que faltaba, Lilia
decía; puede que así sea, pero las cosas, no son tan fáciles, como parecen, es
difícil, vivir con un hombre, que vive pensando en un fantasma.
Las cosas que usted dice,
pero ese hombre, no tiene más ojos, que
para usted; y también para ella, para ella, Mery; pero si yo, nunca la he
visto; tú no, pero él sí, y vaya que sí la ve. Pero de todas formas, usted es
amada y es en verdad, quien lo tiene; ya me lo quisiera yo, y créame, no lo
dejaría escapar; Lilia se río, ya tendrás el tuyo, te lo aseguro, a no, eso si
pues, y se sonrió con malicia, Lilia lo notó; bueno, si no, ¿es que ya lo
tienes?
Sí, pero no es tan especial, como don Diego,
es que ese hombre... Aunque, bueno, una se siente muy bien con el que tengo.
Esta vez, Lilia la miró
de cierta forma; y ella dijo; sonrojándose, pero no es por nada, usted sabe,
que yo, los quiero a los dos, y qué pareja la qué hacen; Lo sé Mery, lo sé.
Pero ya vez, que nadie, es perfecto; por lo menos, prométame, que lo va a
pensar, de eso se trata Mery, de tomarme, un tiempo para pensarlo.
¿Y estas ropas? Esas no me las voy a llevar,
haré tan sólo, una maleta; a lo mejor regreso, más rápido, de lo que crees;
ojalá que, así sea, ojalá ¿Puedes hacerme un último favor? ¿Sí, qué seria? , Le
entregas, está carta a Rafaela, la he escrito ahora, después, de que Hunder
Alexander salió; a Mery, se le salieron las lágrimas, hay no sé porque, siento algo, aquí, aquí adentro; no se vaya señora Lilia; ya no llores Mery, te prometo que, tan pronto
pueda, regresaré; no lo sé. ¡Ay!, ¡hay
no sé! Ya lo veras.
En esos momentos, se
escuchó pitar un carro; ese debe de ser el taxi que pedí ¿tan pronto?, ven, ayúdame con esto,
secándose las lágrimas ,Mery accedió,
sí, sí señora y así, con la ayuda de Mery, Lilia salió con la maleta , el
conductor que todavía, hacía sonar el claxon, al ver, a las dos mujeres, se
apresuró a bajarse y les ayudó a
colocar, la cosas en el carro; ya dentro del taxi, le preguntó ¿Para dónde es
qué vamos? para el aeropuerto señor; ella volteó a tiempo, para darle una
última despedida a Mery, que con lágrimas en las mejillas, le decía adiós con
las manos, ella también lo hizo y un inmenso pesar, de dejar su hogar, le
enronqueció la voz y tuvo, que ocultar la cara, entre las manos, porque no sólo gimió por dentro, sino que las
lágrimas se le salieron y entonces,
sintió, que algo se movía inquietó dentro suyo.
Por unos segundos, la invadió un deseo de
ordenarle, al conductor que diera la vuelta y se devolviera, pero no lo hizo.
Entonces acarició, su vientre con infinita ternura.
A medida, que avanzaban y
cruzaban la ciudad, el calor que habían sentido, se fue esfumando y el frío
comenzó, a sentirse con rigor; se colocó el abrigo y se acomodó, reclinando la
cabeza, un poco de lado, el conductor, miraba con seriedad, el camino a seguir,
el parabrisas comenzó a moverse, casi en forma de péndulo, a medida, que las gotas
de agua, golpeaban sobre el vidrió; tic tac, tic tac.
Una mula, un camión
grande, venia detrás del carro; aunque no parecía asediarlo; a lo lejitos se
diviso una curva, el conductor aminoró un poco la velocidad; comienza a hacer frío
¿no? ; es cierto dijo y se encogió un poco más en su asiento, a la vez que
seguía acariciando su vientre, la misma sensación que sintió al salir de la
casa, volvió a perturbarla, un deseo de volver atrás y sintió un vértigo y una
opresión en el vientre, su niña se movió, el hombre miró por el retrovisor pero
no vio nada que le pareciera anormal, pero de pronto grito ; ¡ay no!, sin darle
tiempo a reaccionar alcanzó a ver una volqueta, que se le adelantó a la tracto
mula y un automóvil que venia del lado contrario, para esquivarla golpeó el
taxi que traía a Lilia.
Ésta tan sólo vio las
luces, de un algo que se le venia encima, de algo que se precipitaba sobre
ellos sin compasión y le sobrevino un intenso dolor en alguna parte, a la vez
que sentía que caía en un precipicio sin fin y a una velocidad sin tiempo,
después un golpe en seco.
Pareció como si la gravedad hubiera desaparecido o se hubiera detenido,
¡Diego! ¡Diego¡ gritó; escuchó su propia
voz, como si saliera de un hueco y luego
Zúas, zúas y sonidos y pitos lejanos,
muy lejanos y un llanto pequeño hundirse
en el silencio, hasta que todo
desapareció en la nada.
En el momento en que
sucedía esto; Diego Alonso se hallaba sentado, trabajando en el computador de
la oficina, de repente sintió a su vientre contraerse un par de veces,
acompañado todo esto, de un vértigo que parecía no tener fin; que raro, me
duele, me duele, gritó y se paró y al hacerlo, lo único que se le ocurrió, fue dirigirse al ventanal, que se
encontraba de frente a su escritorio y,
al del otro profesional, que en ese instante no se encontraba.
Se colocó las manos en las caderas y comenzó a
balancearse de atrás hacía adelante. A los pocos segundos el dolor cedió, su
mirada esculcó la apiñada avenida, los pitos de los carros se escuchaban como
si estuviesen amontonados los unos sobre los otros, a él le pareció así.
Abrió un poco las
persianas, sus ojos parecían querer atravesar la distancia, de repente el
vértigo volvió de nuevo, hasta quizás,
seria algo parecido a un remolino que quería arrastrarlo, al mismo tiempo, una
sensación de angustia se apoderó de todo su cuerpo, él hombre no se hallaba,
hasta se dio, un momento en el, que deseo tener unas enormes alas y volar y
volar en busca de Lilia. Un extraño presagio lo embargaba.
Entonces se puso de rodillas
y puso también sus manos entre sus piernas, mientras las lágrimas acudían,
fluían y su cara se baño de estas y él comenzó a gritar; Lilia, Lilia, no ella
no, Lilia, Lilia.
En esos momentos llegó su
compañero de oficina, que al verlo así, pensó que se trataba de una simple
pataleta, pues conocía a Diego; ¡quiubo hermano! ¿Qué es lo qué te pasa?
Molesto por haberse puesto al descubierto, Diego dijo, nada, nada.
¿Cómo así qué nada? Y al
decir esto, le tendió la mano, para ayudarlo a levantarse, Diego lo rehusó y se
levantó con rapidez, él otro continuó hablando, mientras se dirigía hacía su
escritorio; ¿es qué acaso, no sabes qué la nada es tan solo un agujero negro?,
mientras se secaba las lagrimas con su pañuelo, Diego lo miró, pero no le
respondió; conocía a su compañero y sabía que está era su forma peculiar de
hablar.
Sin embargo el otro lo
miró y pensó; esto es como serio, y dijo, ¡caramba Diego!, jamás te había visto
así; ¿se trata de tú mujer? sí hombre y siento que esto es más grave de lo que
crees; podrías decirle al jefe ¿qué se me presentó una emergencia? Claro, ni
más faltaba hombree; bueno, entonces
luego hablamos. En su mente, Diego se repetía, tengo que llegar, tengo que
llegar y cuando estaba a punto de salir, su amigo Patricio lo detuvo, ¡hombre
no te vayas así! ; Tómate esto ¿Qué es? Un Whisky muy cargado; tú sabes que yo
no bebo, lo sé; ¿entonces para que me lo ofreces?
Porque te noto muy mal y
créeme lo necesitas, ¡no hombre que va!
, Que te lo tomes te digo, y para que Patricio lo dejara en paz, ya que no
aguantaba esas ganas de salir a toda
prisa, se lo tomó de un sólo golpe, ¡bree!, que cosa más fuerte y sintió que
algo quemaba sus entrañas, en la medida que el líquido atravesaba su garganta,
elevando la temperatura de su cuerpo.
Y ya luego sintió un
cosquilleo agradable ,entonces salió, pero se devolvió, por un segundo para
decirle a Patricio ;!Ay! y no te olvides
que la nada , no existe, es más mucho más, que un simple agujero negro;
!Hombre! Respondió Patricio y se sentó a
trabajar.
Con el rostro grave
,cargado de dolor Diego llegó a su casa, hola mamá, a Rafaela le pareció al
mirarlo, que ese hombre, a quien se le veía tan desesperado y que parecía estar
recién salido del otro lado del reloj, no era su hijo ,hasta le pareció estar
en frente de un extraño , quizás de un exiliado ,de un alguien despojado de
todo, sin embargo, sin pensarlo dos veces lo abrazó y lo besó y lo reclinó
entre sus brazos ; Diego hijo; mamá .
Y aunque ella sentía un
agobio tenaz, el de él, se multiplicaba sobre las alfombras y sobre las cosas
que lo rodeaban, se alargaba, traspasando las barreras de lo indecible; de pie
en la cocina y estrujándose las manos, Mery los miraba y también sentía ese
marasmo en que, el infortunio suele sumergirnos.
Mery lloraba y porque
sentía que hacía rato se había quedado rota como una muñeca sola y olvidada, en
un rincón de la casa, ya nada era igual. Hacía poco más o menos que habían
recibido una llamada de la empresa de taxis que trasportaba a Lilia.
Convencida de que Diego
lo sabía le dijo; hijo lo siento tanto, hace poco que nos enteramos; toma esta
carta, la dejo ella, él la recibió entre sus manos, entonces se levantó, movido
por una vieja esperanza ¿Y Lilia?, ¿Lilia en dónde está? Rafaela y Mery se
miraron asombradas.
Él la busco por toda la
casa, primero en su habitación y luego cuarto por cuarto; hasta que vencido se
sentó en el suelo, junto al corredor del pasillo, recostado a la pared, las
piernas recogidas y las manos sueltas sobre las rodillas, con una voz que
parecía salida de una trompeta en tono ronco y bajo, y como un viento que de repente, se ha detenido dijo; entonces es cierto, es cierto, ella se ha ido,
se ido para siempre, nunca la volveré a ver .
Las mujeres lo seguían,
pero ya él, no las veía y seguía hablando sólo, de tal manera, que una neblina
parecía rodear lo, volvió a ponerse de pie y se dirigió a su cuarto, con la
carta entre sus manos, abrió el armario; cogió la ropa que había quedado y se
la llevó hacía su rostro y comenzó a oler prenda por prenda, parecía, como si
quisiera inhalar, hasta el ultimo residuo del perfume, que ella usaba.
Rafaela no soporto más y
salió del cuarto, Mery en cambio se quedó a mirarlo y se sintió aún más
agobiada que antes, un sentimiento inusual la empujó a acercársele y se le fue
aproximando, quería abrazarlo. Pero antes de que lo hiciera este le dijo,
vete Mery, déjame solo con ella; pero si ella está…
Diego no la dejó terminar, vete, vete, antes
que todo lo valioso que hay dentro de mí se despedace y como poseída por un
huracán, ésta se salió de la habitación; yo tan sólo quería consolarlo y se
puso a llorar aún más frenética. Él cogió la carta y la leyó; palabras sueltas
le caían sobre el rostro como granizos, ella lo había dejado; ¿Quién podría
devolverle lo perdido? Tenía la felicidad en sus manos y dejó que se le esfumara entre los dedos, un
hijo, musitó, una hija de Lilia y mía. Nuestra.
ESCENA- FASE 2:
Impregnado por el olor a siempre vivas, que
llevaba en sus manos, Diego hallábase de pie, frente a la recién abierta tumba,
Hunder Alexander lo miraba y a su vez
miraba, caer la tierra sobre el ataúd, de la que consideraba su bien más amado,
su cosmos más querido, lo único verdadero, que había llegado a tener. Cuando
Diego se lo dijo, no lo podía creer; es mentira, es mentira Gritó; Diego bajo
la cabeza, contéstame, di que es mentira y lo agarró de la camisa y le golpeó
el pecho una y otra vez, hijo yo…
Tú la mataste, la
mataste; ¿crees qué no sé qué amabas a otra y le escribías cosas?, él intentó
abrazarlo, pero, con una rabia obstinada y casi febril él muchacho lo rechazó,
y lo siguió golpeando, hasta quedar exhausto, exangüe; te odio, te odio; pero
al fin, se rindió y se hecho a llorar en los brazos de Diego. Cuando terminaron
de echar la tierra, Diego colocó las siempre vivas, sobre la tierra recién
puesta y se quedó allí, durante horas, ajeno al cansancio, pero Hunder
Alexander, también permanecía a sus espaldas, firme como un árbol recién
plantado.
A medida que las gentes
se habían ido yendo, ellos se quedaron solos frente al tiempo, al fin Hunder
dijo de nuevo; tú y tus tontos fantasmas, tú la mataste; esté se volteó
sorprendido, y es que, no esperaba que el muchacho estuviese allí; no sabía que
estabas hay, trató de aproximarse, pero éste se hecho a correr; Hunder
Alexander espera, pero ya, esté iba llegando a la salida.
Entonces como salido de
la nada Ricaurte se interpuso, ¿quieres qué te acompañe? El rostro del muchacho, recibió del sol un
rallo, al verlo; pero dijo con desdén; bueno, pues si, tú quieres; sí, claro
que sí ¿y Diego? No quiero volver a verlo nunca más; con detenimiento Ricaurte
lo miró ¿estás seguro de lo qué dices? Bueno no; digo sí, y apretó los dientes;
es que tú no sabes lo patético y aburrido que es; ¿de veras lo crees así? Sí es
qué…
¿Acaso tú no?
Ricaurte se sacudió el
abrigo, que llevaba puesto sobre su traje negro, lo hizo con suavidad y
procurando, no darle mucha importancia a lo que hacía; bueno, no más que
cualquiera de nosotros y hace lo mismo, cuando nos sucede algo, que nos pone
fuera de lugar; ya, dijo éste, en un tono seco. ¿Quieres qué demos un paseo?
Pero llueve y tu gabán está mojado; a mí no me molesta, Hunder Alexander, miró
la lluvia, los árboles que circundaban el lugar, las tumbas en el suelo, llenas
de flores, el prado verde y musitó ¡Mamá!
Se arrodilló sobre la
tierra, y la tocó con su frente y su cuerpo se estremeció, impotente, Ricaurte
observaba la escena; de lejos, Diego lo vio todo, pero no se atrevió a
acercarse, Ricaurte lo miró y pensó; también Diego querrá, enterrarse con ella.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia