CAPITULO XXXLA AGONIA
Tarde era cuando
ingresaron a Manuel por urgencias de la clínica Antioquia; sin embargo tuvo que
esperar en la camilla, esperar que lo atendieran. Entre tanto Lilia, gestionaba
unos papeles.
Afuera, los hombres
recién acabados de llegar, indagaban al celador; ¿sí, un señor que fue traído
hace poco?; ¿esperen, es uno qué trajeron por cirrosis o algo así?; sí ese
mismo; es mí papá; dijo con desesperación Hunder Alexander; déjenos entrar por
favor; al ver la cara del niño, al celador se le arrugó el corazón.
Entren y se quedan en
la sala de espera; de inmediato buscaron con la mirada; pero no vieron a Lilia,
entonces Chela la enfermera se les acercó y les dijo; apenas lo acabaron de
entrar a la sala en donde están los otros enfermos y ya lo va a atender un
doctor. A qué bueno, al menos lo van a tratar.
De donde ellos se
encontraban, se podía ver a mucha gente, esperando por sus parientes; hicieron ademán
de sentarse, pero una sola mirada alrededor, les hizo darse cuenta que no era
posible. Lilia salió al poco, al verla, Hunder Alexander, se dirigió a ella,
¿Lilia cómo está papá? ¿Hunder Alexander qué haces tú aquí? No es bueno, que a estas horas estés por acá.
No obstante le
respondió; él está bien, ya lo están atendiendo, le colocaron suero y se ha
quedado dormido; vete para la casa; que segura estoy, que pronto le darán de
alta; ¿seguro? A no, pero es que yo me quiero quedar aquí.
No hijo, no, es que
no quiero que te enfermes también, y usted Chela, ya hizo demasiado, con las
enfermeras de la clínica es suficiente; ella la miró un poco indecisa; váyase
para la casa, descanse y ya mañana veremos; al fin, Chela agradecida, se
despidió y se marchó.
Ricaurte se adelantó
y le dijo, señora Lilia, no es bueno que esté sola en la clínica; pero es que
no quiero que el niño se quede aquí; ¿será qué uno de ustedes lo puede regresar
a la casa?, lo haré yo; y que Diego la acompañe.
Está bien, aceptó esté
último; déjame al menos, que me despida de papá; no sé; ante la insistente
suplica, está aceptó; pero igual, si no lo hubiera hecho, Hunder Alexander se habría
escapado.
Entraron y ella le
dijo; míralo, la enfermera, le está suministrando más suero, creo…, al verla, Manuel
la llamó; ¿Lilia en dónde está mí hijo? quiero despedirme de él ; estoy aquí,
te vas a poner bien papá, ya lo veras; no hijo, está vez no; pero todo esto, es
culpa mía ; el trago me está matando; prométeme que vas a hacerle caso a tú mamá
en todo lo que te diga, pero es que…, pero es que nada hijo, vamos que no hay tiempo,
promételo; te lo prometo papá; y se puso a llorar sobre su hombro; anda dame un
beso y vete para la casa, esté le hizo caso.
Ricaurte que se había
colado, lo tomó del brazo y se lo llevó; de inmediato Manuel gritó, quiero vomitar,
con prontitud, una enfermera le asignó una vasija, hágalo aquí; el paciente,
doctor, parece que se agrava, aplíquele más suero y denle esté sedante; sólo está
cantidad; bueno; Lilia tomó la mano de Manuel y se la apretó fuerte; esté le
agradeció con la mirada.
Pensativo el médico miró
a Lilia; la droga que se le esta suministrando, es la misma, que se le había
estado dando; pero su cuadro clínico muestra que la cirrosis está muy avanzada
y en cualquier momento puede sobrevenir una grave crisis; estamos haciendo todo
lo posible, ahora todo queda en manos de Dios.
Afuera y mientras
esperaban un taxi, el niño le preguntaba a Ricaurte; ¿tú crees, qué mí papá ya
se va a morir? No te preocupes, a lo mejor algo bueno sucede; ¿porqué ustedes
siempre están diciendo; no te preocupes, no te preocupes?, dijo Hunder
Alexander exasperado.
Esté no dijo nada,
pero cuando el taxi paró, y se hubieron sentado, abrazó a Hunder Alexander,
permitiéndole que recostara su cabeza sobre su pecho, pronto el muchacho se quedó
dormido.
A Manuel ya lo habían
internado y asignado una habitación y resulta, que eran más o menos las tres y
media de la madrugada, cuando Manuel se despertó gritando ¿en dónde, en dónde
estoy? Y Lilia que agotada, se había quedado dormida en una silla, al pie de su
cama, se despertó asustada; ¿qué le pasa Manuel?; esté se quedó mirándola; y de
inmediato la desconoció.
¿Quién es usted? ¿Soy
yo Lilia, no me recuerda? ¿Lilia, esa
pérfida de mí mujer?, ella, es una traidora y usted debe de ser igual. Aunque Lilia,
estaba avisada de que esto podría suceder, el enfrentar los hechos, le hizo más
difícil la situación; toda su fragilidad se veía en penumbra; ¿Lilia, Lilia; en
dónde está?, yo quiero que me la traigan, pero si ya le dije que soy yo;
¿además, qué son esos gritos? va a despertar a todo el mundo.
El hombre intentó
levantarse; la memoria se le había extraviado de repente y una demencia parcial
se le apoderaba de los sentidos, por efecto de estar desecho, algo así, como si
las entrañas, se le despedazaran por dentro.
De inmediato la
enfermera de turno, acompañada de un hombre de blanco entraron apurados;
entonces trataron de colocarle un calmante en el suero, pero esté parecía
poseer un fuerza extra; tuvo enseguida que venir otro medico y sujetarlo, y así
entre todos, le colocaron una camisa de fuerza, era una medida extrema; pero si
no obran así, hasta quizá, habría acabado hasta con el muro y las ventanas.
Pónganle una dosis de calmante, al suero que se le esta suministrando; sí
doctor.
Éste, miró compasivo
a Lilia, que para sus adentros se preguntaba; ¿Dios mío, qué va a pasar ahora?
Y esto, apenas es el comienzo, debe de tener paciencia hasta que dure; dijo y
se alejó.
Poco a poco Manuel se
fue soltando y se sintió débil y mareado; antes de cerrar los ojos, antes de
hundirse en la sombra; vio la cara de preocupación de Lilia, y musitó ¡Lilia!
es ella, mí Lilia.
Tranquilícese señora,
estas reacciones son normales en casos como los de él; le dijo la enfermera,
que ya se había quedado mirándola. ¿Cree usted qué volverá a reconocerme? Bueno
eso nunca se sabe; ellos suelen tener reacciones muy inesperadas.
Antes de retirarse, reacomodó
la cabeza de Manuel y aflojó un poco el camisón, sólo un poco, como para que no
se sintiera incomodo. Antes de retirarse
miró a Lilia; y le expresó; pero no creo que sea sólo eso, lo que le preocupa más,
¿es por el niño, verdad?
Ella se sorprendió un
poco, ¿Cómo lo sabe? Bueno, la vi anoche, cuando lo miraba marcharse y además él;
dijo señalando la cama de Manuel; ya nos lo había contado; ¡Aaaa! Bien, voy a dejar registrado esto, para que lo
lea el medico y la otra enfermera de turno.
Una vez salió está; Lilia
comenzó a pasearse nerviosa, iba de allí para acá, algunas veces parecía
desesperarse más de la cuenta; hasta que pareció rendirse, acuclillándose en el
sofá y comenzó a orar en voz no muy alta, al final terminó por quedarse dormida
y Diego entró en el cuarto, un poco después de que el celador le avisara lo de Manuel;
ya había pasado todo y es que, habíase quedado rezagado en la única cafetería
que permanecía abierta a esa hora.
Por más que hizo el intento
de no hacer ruido, está se dio cuenta de su llegada, Diego sintió un poco de
pesar, se la veía tan cansada y en verdad, temblaba de frío, se sentó a su lado
y ella se dejó abrazar, llenándose de su amor
y así entre ambos, terminaron por quedarse dormidos.
Pronto los gallos del
amanecer, comenzaron a sonar en las livianas auroras, de una mañana más bien
fría y de bruma ligera.
A las seis pasadas,
llego Ricaurte en compañía de Hunder Alexander y ya la nueva enfermera pasaba
revista a los enfermos, tomando la presión y haciendo otra clase de vueltas.
Hola señora Lilia, ya es hora de que usted descanse; es cierto, dijo Hunder
Alexander; ahora yo estoy aquí y voy a cuidar de mí papá.
Lilia lo miró con una
sonrisa, entre amarga y triste; era tan sólo por él, que ella estaba allí;
nunca pensó en volver con Manuel y ahora, se veía envuelta en circunstancias
ajenas a su voluntad; pero en cualquier caso, lo que hiciera por esté último,
era como si lo hiciera por su hijo.
¡Hay! , lo que yo
daría por abrazarlo ahora mismo; pensó; pero se abstuvo de hacerlo y se limitó
a mirarlo de un modo secreto y maternal; por su parte Hunder Alexander, la ignoró
para olvidarse de alguien, a quien necesito por tanto tiempo y nunca pudo
tener.
¿Lilia, Lilia le
sucede algo? le preguntó con preocupación Diego; no, no es nada; es que la vi
tan absorta, que pensé que le había sobrevenido algún desmayo, o algo por el
estilo.
No se preocupe Diego;
y ya mirando a Ricaurte le dijo, no, de aquí no voy a moverme y menos con lo
que sucedió anoche; sí, ya nos hemos enterado de eso señora Lilia; uno de los
porteros nos lo contó y lo bueno es que Alex ya lo sabe; esté la miró y le dijo
así es ma, ma, Lilia y es por eso que me voy a quedar.
Sí, aseveró Ricaurte;
es tiempo de que se vaya a descansar y ya puede regresar en las horas de la
tarde, si así, lo desea; es más, me comprometo a llamarla en caso de que surja
alguna novedad.
Ella miró a Diego y esté
aprobó con un gesto, volvió sobre la cara de su hijo y luego hacía la cama de Manuel
que aún continuaba durmiendo.
Se estremeció, un
desenlace fatal podría suceder en cualquier momento ¿y Hunder Alexander, hasta qué
punto resistiría?, quizá hasta seria capaz de culpabilizarla a ella, de
semejante desgracia, aún cuando supiese de su inocencia.
Suspiró y al fin
dijo; está bien, voy a intentar descansar un poco y yo creo que un baño de agua
caliente, reparara en parte toda esta zozobra; vámonos; dijo Diego, sonriendo y
ambos salieron de la clínica.
Cuando estos
salieron; Ricaurte llamó a Hunder Alexander; que estaba ya a punto de moquear;
¿recuerdas lo qué te dije en casa, antes de salir? Sí; dijo él, restregándose
los ojos; mira, tú ya eres un hombrecito y afrontaras con valentía lo que pase;
esto, que te estoy diciendo es para que entiendas, que la vida no siempre es
color de rosa; lo sé; muy bien y si quieres llorar hazlo, hazlo, que ser
valiente, no quiere decir que no podamos demostrar nuestras emociones.
No quería que ella me
viera; lo sé hijo, lo sé y ahora ven, vamos donde tú padre.
A las cuatro de la
tarde y después de haber trascurrido el día entre idas y venidas, subidas y
bajadas, Manuel que había tenido momentos de lucidez y luego de haberse quedado
dormido; despertó gritando de nuevo; ¡quítenme esto!, ¡brujas!; ¡me quieren
matar! ¡Suéltenme!; esto me aprieta demasiado; ¡asquerosas!, ¡vagabundas!, gonorrientas,
quítenme esto, me muero; ¿Lilia, Lilia, en dónde estas?; yo la quiero ver;
ayúdenme, ayúdenme.
Lilia, que ya había regresado,
se hallaba con todas los demás en el pasillo platicando en voz baja; al
escuchar los gritos dijo ¿Qué es esto por Dios? Y de inmediato se dirigieron
todos a la habitación; ella se acercó junto a Manuel, que se hallaba prisionero
de la camisa de fuerza y al acercarse, él se quedó viendo su rostro, tal era su
expresión, alelada y como si hubiese despertado o llegado de algún lugar inhóspito y lejano.
En esos momentos, se acercó
también Diego, seguido de los demás, entonces Manuel desvió sus ojos hacía los
de esté, hasta el punto que se quedó contemplándolo por un buen rato sin
pronunciar palabra; se sintió tan incomodo Diego, que no sabía que hacer, los
demás contuvieron la respiración; parecía que se iba romper de repente un dique
o algo así.
Entonces Manuel dijo,
¡don Diego, pero si es usted! Que bueno
que vino, ¿pero no tengo ni idea, quién pudo haberme colocado esté camisón? me
aprieta bastante y no me deja respirar, al instante todos sintieron como una
soga apretar sus gargantas; esté agregó; vea, yo sé que usted se mantiene muy
bien puestecito y que está casa, es una pocilga y tome tanto anoche, pero tanto
que ya tengo ganas de vomitar y hasta de ir al baño.
Se quedó un ratito callado
y luego volvió a decirle ¿y será qué usted no me puede llevar? Venga, lléveme sí,
hágame ese favor.
No sé, dijo Diego,
¿pero de verdad no se acuerda de nada, de nada?, cuando le diga, lo único que sé,
es que no quería tomar ¿y Hunder Alexander, en dónde está? Éste, se hallaba apretado
detrás de las piernas de Diego, aferrado a esté, casi como un naufrago, pero es
que no se atrevía a mirar a su padre; le resultaba tan, tan…, no supo
desentrañar lo que sentía.
Don Diego quíteme esto,
ya no aguanto más; la enfermera, que había estado al tanto de todo, respondió;
no, que lo haga, en el pato, además puede ser peligroso y no puedo quitarle el
camisón, sin la autorización del doctor.
Lilia con emoción,
pero con firmeza dijo; yo asumo la responsabilidad, Ricaurte, Diego, rápido, ya
no hay tiempo que perder, ayúdenme a quitarle el camisón.
Presurosos estos, se
pusieron manos a la obra, enfadada la enfermera salió llamando a gritos al
doctor. Ya, a estas alturas el niño, apretaba las quijadas y con rabia se
secaba las lágrimas que caudalosas, no se dejaban retener.
De repente Manuel sonrío
¿ve y quiénes son todas estas personas? No puedo creer, que los vecinos se
preocupen por mí; pero no veo, a esa antipática de Rafaela; con perdón suyo don
Diego.
Mientras estos
intentaban desamarrarle el camisón, esté continuaba hablando; ¿sabe don Diego?;
después de todo, su mamá, fue la única qué
se preocupó por mí. Al sentirse libre dijo; gracias, gracias por quitármelo.
Con dificultad entre Diego
y Ricaurte lo ayudaron a bajar de la cama y ya en la puerta del sanitario, Manuel
se aferró de la pared y como pudo se entró solo; no entren conmigo, una vez
adentro se inclinó sobre el lavamanos y vomitó, vomitó sin descanso.
Exhausto, se sentó
como pudo en la taza de loza fría y comenzó a cantar quedo muy quedo; ¡ummm! ¡Uuumm!
¡Uuummmuu! ¿Dónde, dónde es qué estoy? Sí, sí mamá ya voy, ya le entrego el
mandado; ¡vea! ¡Mamá! don Jacinto me regaló
la ñapa; y así, se fue quedando con la boca abierta, luego se la pegó de nuevo,
en el labio inferior, le sabía tan raro, tan amarga; ¡hay! se me están
deshaciendo las tripas, el hígado, todo,todo.
Los de afuera, apenas
si podían contener la respiración; la situación se sentía tensa; agobiante. Después
de quedarse en silencio, dos segundos, reaccionó de forma instintiva; no, ya no
hay tiempo ¡Diego! ¡Diego! sáqueme de aquí; haciendo un máximo esfuerzo y como
poseído de una fuerza extra, se puso de pie y como pudo se subió el pijama, al
sentarse allí, tan sólo, se había conectado con su pasado que ahora, era lo que
estaba por venir.
Acudió Diego de
prisa, empujó la puerta, de la cual estaba pegado y lo tomó del brazo con
suavidad y lo ayudó a salir; ¿Hunder Alexander, en dónde esta? Manuel camino sólo
unos pasos y ya no pudo resistir más, al instante pareció desvanecerse y al
punto, Diego lo alzó entre sus brazos y lo puso en la cama.
Entonces Hunder
Alexander que había permanecido acurrucado en un rincón, ya no soportó más y se
dejó ir junto a su padre; Manuel, lo vio y entonces le dijo; ¡mijo!, venga
siéntese aquí, junto a mí, no llore mi muchacho, que esto yo me lo busque ¿y su
mamá, en dónde está?; bañado en lágrimas el niño le respondió, ella está allí, ¡mira!
y verás.
Ella se acercó; sí, Manuel
estoy aquí; dame tú mano Lilia; está se la entregó sin reparó; él, entonces se
la colocó en la de Hunder Alexander, que hacía rato que lo tenía cogido.
Diego, ¡pronto!, ¡venga
pronto!, que mamá me está esperando, ¡véanla! ¡Mírenla! Como me sonríe, ¡tan linda! Diego acudió y esté
le cogió sus manos para ponérsela, sobre la de Lilia y sobre la del niño
Tan rápido fue todo,
que nadie se dio cuenta de lo sucedido, Manuel ladeó la cabeza hacía un lado y
se quedó con la cabeza reclinada en el pecho de Diego, que estaba del otro lado
de la cama.
Se quedó dormido, mí papá
se quedó dormido; a los gritos de Hunder Alexander, todos se estremecieron, el
doctor que había estado observando todo sin atreverse a interrumpir dijo; hay
que tomarle el pulso, enfermera pronto, colabóreme; al instante todos se
retiraron para dejar el campo libre, menos Diego que aún sostenía la cabeza de Manuel
con su mano derecha y con la otra intentaba destrabarse de la mano de Manuel
que parecía tenerle el brazo agarrado.
El médico se acercó y
le dijo a Diego póngalo en la almohada, cuando esté hizo lo propio; le auscultó
el pecho y las manos; en tono grave dijo; ya no siente nada; entonces lanzó una
mirada llena de pesar hacía Hunder Alexander, que seguía llorando y le dijo;
¡lo siento hijo!, ¡lo siento!
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA.
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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