CAPITULO XXXVI
LA CONVERSACIÓN
Después de hablar, Amanda
apartó a Marta y se levantó, se ha escuchado mucho ruido allá afuera ¿dice
usted qué nos van a sacrificar, pasado mañana? Sí, eso fue lo que le escuché
decir a ese pastor y además, tengo entendido que la luna invertida, es ideal
para esos rituales; ¿está usted segura?
Sí, además está noche, lo
que van a ofrecer es una especie de misa negra, como las de la iglesia, pero
dicen todo al revés. Por lo general las fuerzas oscuras; si bien operan a
cualquier hora, tienen la preferencia por la media noche o a partir de las tres
de la mañana.
Isadora se estremeció;
¿Dios mío, qué vamos a hacer? cálmese; dijo Marta temblando, algo, algo bueno
tendrá que suceder.
¡Por lo demás muchachas!,
debo prevenirlas, es posible, que hasta ese tal Adrián se aparezca por aquí;
¡hay no!; ¡a mí, que ni se me arrime!; dijo Amanda; ¡ni a mí! concluyó
Isadora.
Es que durante el tiempo,
que me he visto expuesta a sus chantajes, me ha dicho, que tenía muchas ganas
de volverle a ver la cara a usted; ¿sí, y eso porqué?; ¡yo no sé! ; Dizque para
ver como reaccionaba; ¿con qué eso decía? ¡Sí, mire que sí! y lo decía con los
ojos ennegrecidos, parecía, como si tuviera una nube, que impedía ver ese
fondo.
Tras un breve silencio,
Isadora preguntó; ¿bueno y cómo son los ojos de ese hombre?; y de una y sin
temor a equivocarse, Amanda respondió; perversos y achicados. ¡Que miedo, un
hombre así! , repuso Isadora.
Se llevó Amanda, las
manos hacía un lado de la cabeza, la sangre que le había brotado, a causa del
golpe recibido ya se le había secado.
¿Y ese hombre está
casado? preguntó; sí, la señora es evangélica; ¿evangélica? Casi gritó Isadora; sí, pero esa si es de
verdad, aunque la mayoría de esas
gentes, son muy fariseos; claro, qué por lo que sé , esa señora como que, es
muy buena papa; puede ser; concluyó Amanda; ¿y usted es amiga de ella?;
prosiguió Isadora; bueno, lo que se dice amiga no, pero si la conozco y sé que
ella no se mete con nadie, es muy decente, hay el problema, es que cree ciegamente
en lo que dice su marido.
¿Y no habrá manera de
llamarla?; el problema es que mí celular está descargado; dijo Isadora; y yo ni
hablar, no uso nada de esas cosas, rara la vez; pero si contamos con suerte,
quizás, venga acá o llame a la policía; ¿Por qué lo dice? Bueno, porque no hay
nada mejor, que despertar los celos, creándole dudas a una persona. ¡Um!
dijeron ellas, y poco a poco se fueron
adormeciendo, entrando en un sopor, lleno de sobresaltos.
Mientras tanto, Leticia
se había introducido por el pasillo, pero del lado contrario al vestier, que
quedaba junto al baño de las damás y curiosa había vuelto a husmear; pegando lo
más que podía sus oídos, a esa puerta cerrada con doble cadena, no podía
entender muy bien, lo que se decía; pero eran voces de mujeres y hablaban de
escapar; ¡Leticia!, ¡Leticia!
En cuanto escuchó la voz
de Adrián, está corrió como una desaforada, buscando en donde esconderse y lo
primero que encontró fue otra puerta, que empujó con el trasero y como pudo se
metió allí; pero apenas si cabía, dado que, ese era el cuartico en donde se
colocaban trebejos, herramientas y las cosas del aseo.
¿En dónde se habrá metido
esta mujer?; presuroso se dirigió al cuarto, en donde estaban las prisioneras,
lo empujó, deseando entrar, pero al punto, terminó por arrepentirse, quizá
sintió temor y pensó; todavía no, lo mejor es que busque a esa mujer, a
Leticia.
Cogiéndose la cumbamba,
se paró junto a la puerta del closet, en donde se hallaba escondida Leticia,
está sentía que estaba a punto de asfixiarse; por breves segundos, que
parecieron años, Adrián se quedó detenido, hasta que volvió a encaminar los
pasos hacía el lado del auditorio o sala de teatro, al final, no se sabía con
certeza lo que era.
Cuando sintió que los
pasos de Adrián se alejaban, respiró tranquila; por ahora, lo mejor era, que le
siguiera la corriente; así que en cuanto pudo, se sentó en una de las bancas
que estaban junto al vestier; Adrián, al entrar al auditorio, se encontró con
Rosalía, que hacía rato se había terminado la deliciosa taza de agua aromática,
la que era para Leticia, se sobresaltó al verlo ¡Maestro! ¿Oiga Rosalía y
usted, qué hace aquí?; ¿yo? Pues no, es, es que. ..
¡No muévase a ver! A ver, si me ayuda a encontrar a Leticia. Al
decir esto salió de nuevo, con rumbo al vestier; te he buscado por toda la
casa; no, es que estaba dentro del baño; ¿entonces porqué no me respondías?;
no, es que me he sentido, un poco mareada y además estaba haciendo; ¡bueno ya
sabes! ¡Bien, bien! , no tienes que
darme detalles.
Adrián se quedó mirándola
y está de nuevo, contuvo la respiración, pero esté, tan sólo dijo; ¿a
propósito, no te habías enterado de la bomba qué estallaron hace rato? ¿Bomba,
bomba?; ¡Pues claro!, ¡lo había olvidado!, en el taxi, en que venía alcancé a
escuchar un extra, ¿pero con todo esté lio, de túnicas negras y cosas tan
raras?
Adrián se quedó pensando
y sopesando la situación y ya luego aclaró; ¿túnicas negras?; ya te expliqué
mujer ¿y porqué no trajiste tú carro?; ¿mí carro? ; A no pues, porque no me
sentía capaz de manejar; ¿oye y tú me crees tan pendejo?; también, tienes qué
explicarme como llegaste aquí y quién te dio está dirección; no pues; ¿eres
tonta o qué, es qué no sabes decir otra cosa qué, pues, pues?
Leticia tragó saliva; ¿y
ahora qué va a pasar? y con las ganas que tengo de irme; ¿a mí, quién me mandó,
meterme en dónde nadie me estaba llamando?; mientras pensaba esto, se había
quedado absorta, mirándolo; ¡despierta!, ¿porqué me estas mirando así? No
Adrián, lo que pasa, es que me cuesta trabajo explicártelo en estos momentos;
pero seguro que siempre he estado motivada por los celos; valiente motivo; ¿no?
Lo que sea, pero yo tengo
que salir a coger un taxi, ¿Taxi?,
expresó Adrián como medio desconcertado; ¡lo siento!, es que yo también
había olvidado, ¡lo de la tal bomba! y es qué, con todo este lío de la obra de
teatro; ¿a verdad, tú representación teatral?; dijo está, en tono disimulado;
¡sí pero bueno! ; Yo creo que con todo esté asunto de terroristas y todo eso,
no venga ya nadie; por lo demás, olvidé decirte, que está obra no se presenta
hoy, sino pasado mañana.
¿Pasado mañana? Sí pasado
mañana y no abras la boca de ese modo, que se te van a entrar las moscas antes
de tiempo; Leticia agitó las manos para espantarlas, pero fue más que todo un
movimiento instintivo; entonces ocurrió lo imprevisible, Adrián soltó una
carcajada malévola; capaz de estremecer al más valiente y al punto, se detuvo
en seco; y la risa cesó. ¿Pero sabes, tienes razón mujercita, voy a acompañarte
a coger un taxi? ¿Un taxi? ¿Sí, es qué no sabes que mí carro esta en el taller?
¿También?
Sorprendida, Leticia
abrió y cerró la boca; ¡sí, como lo oyes!, aunque eres una pelota; ¿una
qué? ¡Una tonta! , dijo mirándola
fastidiado; ¡bueno tonta si! ; ¡tonta lo soy! ; Por haber venido a esté lugar;
se lo dijo, mirándolo con cierto aire de insumisión; Adrián se asombró, en
tantos años de casados, nunca la había visto, con este aire que parecía
renovarla; lejos de agradarle le choco y pensó; no me conviene, que está mujer
se me subleve, antes, tengo que sacarle ciertos numeritos.
Pero como ya estas aquí,
vas a tener que quedarte; ¿quedarme?, ¡ni por toda la plata del mundo! ; Casi
gritó asustada. ¿Pero, porqué dices eso mujercita, qué es lo qué tiene de malo
esté lugar?
Dijo, ahora si en tono
sarcástico; ¡no, pero si no es por eso! ; Lo que sucede es que no hay nada
mejor, que dormir en su camita. ¡Pues lo hubieras pensado mejor! , ¡Y ya basta
de hablar! , tenemos una habitación disponible y deben de haber unas cobijas
por hay, además estoy agotado y quiero descansar.
Leticia se llevó las
manos a la boca para no gritar, en verdad, tanto la asustaba esa idea, sí, y
ese que tenía en frente suyo, era por completo un desconocido. Entonces, ante
esa sola idea, sintió que un escalofrió le recorrió la espina dorsal.
¡Tu si puedes quedarte!,
¡pero lo que es yo!, ¡me voy a casa! ; A Adrián se le agrió la cara y un brillo
oscuro, saltó de entre sus ojos, sin embargo, no objeto nada; ¡mira! , para que
veas, que si soy un hombre bacán, voy a llamar a uno de mis feligreses para que
te acompañe ¡y vea a ver! , si puede
conseguir un carro, aunque yo no creo, ¡Ja, Ja, Ja! Ella se levantó de prisa; ¿no, no, cómo se te
ocurre?; deja, tan sólo, que yo salga y yo, ya veré como me las arreglo.
¡De ningún modo! , ¡Tú no
me sales sola de aquí! Adrián, se quedó
mirándola; ¿Sera qué esta mujer si sospecha algo? Lo más seguro es que sí,
puedo oler su miedo, aunque está muy cerrada; casi puedo intuir el ruido que
hace su corazón, al sentirme cerca, tendré que eliminarla, aunque no lo pensaba
hacer tan pronto.
De todas formas tendré
que arriesgarme, así que voy a salir. Al ver su obstinación esté repuso; en ese
caso, iré contigo y al decir esto, la miró de un modo tan extraño y hasta
siniestro, tanto, que ella se sintió, invadida por un pánico inexplicable.
Sin embargo intentó
disimular y salió delante de él, a paso rápido; pero Adrián la tomó del brazo,
sujetándola con fuerza; impotente se mordió los labios, se sentía apretada, por
esos dedos fríos y por el momento no ofreció resistencia.
Salieron a paso rápido,
pasando por entre la guardia; ella nerviosa y agitada y él ataviado dentro de
un traje oscuro; sosteniendo con rudeza el brazo de ella, casi obligándola y ella
sentía que su brazo, se le iba a partir; mientras así iba, se sentía presa de
emociones encontradas; quería irrumpir en llanto, como cuando era niña y papá
corría a levantar la y de otro lado, sentía la necesidad de golpear a Adrián y
echarse a correr, pero no hizo ninguna de las dos cosas y por primera vez no iba a llorar; no quería
hacerlo, se acordó del pastor Eliécer y hasta lo vio y lo escuchó hablando con
dureza ; ¡mujeres os debéis a vuestros maridos! ; Claro que esté caso si que
era especial.
Adrián abrió la puerta,
que daba a una calle amplia y desierta, e hizo un ademán a uno de sus hombres.
Esté se quedó expectante y observando con la puerta entreabierta; de una sola
visión, Leticia abarcó la calle, de algún árbol, saltó veloz un pájaro, que se
ocultó en algún lado, tan sólo se escuchó su gorgoje.
Un viento helado penetró
los orificios de su nariz y hasta sintió que sus dientes se destemplaron. ¡Y
todo tan oscuro! , si acaso echara a correr, Adrián podría alcanzarla en
segundos, no volteó a mirar; pero si, percibió a sus espaldas, la tenebrosa
mirada que la custodiaba.
Al llegar a la mitad de
la cuadra, Adrián hizo que se detuvieran; podía incluso, percibir esa
respiración, como de animal al acecho, entrecortada; ¿y si fuéramos más abajo?
se atrevió a decir; Adrián la liberó un poco y en tono meloso le dijo; no
tengas miedo amorcito, estas conmigo y soy tú esposo ;¿Te olvidas qué hace
tiempo qué no?; balbuceó ella y en silencio esperaron más de media hora y durante ese tiempito, que por supuesto
significaba toda una eternidad para Leticia, esté la miraba con cierta malicia,
sintió ganas de decirle;¡váyase a la porra!; pero en lugar de eso apretó la
boca, que le quedó casi, como un conjunto cerrado.
Adrián, carraspeo,
¿mujer, aún estas dispuesta a seguir esperando?, mira, que no ha pasado nadie,
ni un sólo carro; está miró, que la calle, se alargaba hacía abajo; declinando
en forma de ladera.
El viento traqueteaba
sobre los árboles y el cabello se le esponjaba, a la vez que sentía, que un
hielo se le instalaba en el cuero craneano y los tobillos le picaban como si
tuviera sarna. Las luces de neón volvíanse opacas y sin brillo, por momentos
rojizas y hasta amarillosas.
¡Una hora y veinte
minutos!, dijo él, mirando su reloj de pulso, te traje para que comprobaras mí
buena voluntad, pero creo que es más que suficiente; dijo con pasmosa frialdad.
¡Rezo, por un milagro señor! ; ¡oro por un milagro señor! ; pensaba ella.
Leticia subió la mano con disimulo para mirar el reloj;
Faltaban quince minutos
para las doce, resignada dijo, en medio de una angustia; ¡está bien! , sólo por
está noche me quedo, ¡pero que te quedé claro!, quiero dormir sola; Adrián rió
con frialdad, al verlo, lo sintió extraño, pero su risa no era la de un
desquiciado, era otra cosa, era la viva encarnación del mal.
Lo dicho había sonado
como algo fuera de base; ¿porqué le abre dicho esto? se lamentó, pero volvió a
mirar la faldita; ¿y si me tirara a correr?; no, será mejor que no intente
nada; porque que tal, que a esté, le dé por echarme a rodar y hasta me mate y
después, ¿quién se va a dar cuenta de lo qué está pasando allí adentro?
Adrián sabía, que estaba
poniendo en riesgo sus planes, pero tenía confianza, en que las fuerzas
negativas le favorecían, de otro lado, no quería hacerle nada a Leticia
todavía. Claro que, de ser necesario procederé, no me conviene que se haga
ninguna investigación; pensó.
Regresaron al garaje, en
un silencio total, ella cabizbaja y achicopalada; el hombre de la guardia aún
estaba alerta, al entrar ellos, volvió a cerrar la puerta, está se escuchó
chirriar con un sonido seco apretado. La casa estaba en penumbra.
Al cruzar por el pasillo,
las figuras de estos, se proyectaron sobre las paredes, la de ella se alargaba,
adelgazando su silueta y la de esté se empequeñecía hasta tomar una figura
simiesca, tan sólo una sombra.
Atravesaron el pasillo y se desviaron hacía el teatro, entrando por la
parte de atrás, del lado izquierdo.
En silencio lo seguía
ella; como dispuesta para un funeral, ataviada en vestiduras horizontales y
oscuras;
¿Quién hubiera imaginado,
qué esté simple garaje resultara ser una casa tan grande? Y así llegaron a una
puerta de color café opaco, y la puerta estaba construida en madera fina; pero
igual se veía desvencijada.
La empujó sin delicadeza;
había una luz encendida y al instante sintió, que algo oprimía su pecho;
entonces suplicó; ¡que no se quede a dormir!, ¡Dios, que no se quede a dormir!,
¡Dios, haz que se vaya! ¡Aquí tienes
mujer!, duerme que ya mañana hablaremos y salió, de inmediato se afanó a cerrar
la puerta y hasta le puso el pasador; esto, la hacía sentirse un poco más
segura.
El contraste entre las
cosas era visible, la cama se veía nueva, era de madera, las sabanas se veían
limpias como recién puestas, al igual que las cobijas, era como si una generosa
mano, le hubiera puesto empeño en arreglarlas. Un amplió closet, estaba
nivelado a la pared, y casi al pie de la cama se veía una poltrona vieja, pero
desempolvada y a la cabecera de la cama, un nochero y sobre esté, se sostenía
una lámpara; se veía que esas cosas eran nuevas.
Lo único raro, es que no
se veían ventanas, ni agujeros por donde mirar; salvo un conducto pequeño por
la parte superior, de donde se entraba un airecillo. Lo malo era que se sentía
una aridez proveniente del pasillo; se sentó con resquemor en la cama, tocó las
cobijas, sólo faltaba un poco de calor.
Al mirar hacía el frente,
del lado opuesto, descubrió un escritorio y más allá, un perchero y en todo el
centro de la habitación; horror de los horrores, una foto de medio cuerpo de
Adrián y por vez primera, descubrió esos ojos pequeños y achicados, que
parecían mirar de soslayo, esa mirada siniestra que parecía seguirla; sus
labios sonreían, enigmáticos.
No le quedaba la menor
duda, tenía los rasgos de Adrián, pero se veía mucho más mayor y el problema es
que algo, parecía sobrepasar los límites de lo concebido; ¡no, esté no puede
ser Adrián! , ni esté, ni el que está, allá afuera, ¡no! ¡Al menos!, el que yo
he conocido no es así.
Por lo general era poco
observadora; pero el estado de zozobra en que se encontraba, había aguzado sus
sentidos, se puso de pié, buscando algo con que tapar esa figura tan
repugnante. Entonces sintió que alguien golpeaba con los nudillos; esperó
conteniendo la respiración; ¿Quién será Dios mío?; ¿quién? Al instante, el
toque se repitió, pero seguido de una voz, que casi susurraba; ¡Doña Leticia!
¡Doña Leticia!
Se había quedado, en la
mitad de la habitación, con las manos apretadas, por entre los senos; su cuerpo
casi se tensó como las cuerdas de una guitarra, sin embargo creyó reconocer la
delgada voz de Rosalía, pegó sus orejas a la puerta; le traje café caliente,
¡se que hace mucho frío! Váyase no
quiero nada, nada.
¡Ábrame!, ¡por favor!,
¡por favor!, ¡no le quiero hacer ningún daño!, no es lo que usted piensa; ya le
dije que se retire; ¡por favor, no haga bulla! , mire que no es bueno, que se
den de cuenta que estoy aquí, ¡por favor ábrame! ; la voz casi suplicaba desde
el otro lado, ella dudó, hasta que al fin, siguiendo una corazonada abrió, Rosalía, que esperaba agazapada y con una
bandeja en la mano, llena de viandas, expresó;¡ gracias a Dios ,abrió usted ¡
Ella se quedó de pié,
sorprendida; ¡cierre!; ¡cierre!, rápido la exhortó Rosalía y como vio, que no corría
peligro le hizo caso, pero la miró con desconfianza; ¿la envió Adrián? ¿No, cómo se le ocurre?, ni siquiera sabe que
estoy aquí.
Leticia, se dirigió hacía
la puerta y se atrevió a mirar, todo estaba como boca de lobo; oscuro y frio,
entonces se estremeció y cerró con el pasador; ¿para qué trae eso?; son para
usted, rosquillas de mantequilla y café caliente; ¿y cree qué voy a comerme
eso?, a lo mejor están envenenadas.
Rosalía colocó la bandeja
sobre el nochero y dijo; tiene razón al pensar así, pero como demostración de
mí buena fe, comeremos juntas y lo haré primero yo; ¡bien! ¡Como quiera!
Mientras saboreaba el
café y consumía algunas de las cosas , Rosalía se sentó; tiene razón de pensar
así, se que algo no esta bien aquí ; sí, pero usted debe de estar muy
enterada?; mientras hablaba su estómago crujió; ¡qué hambre tengo! pensó; a la
pregunta de está, Rosalía se detuvo como en cámara lenta, mientras que a su vez
se colocó un dedo en la boca y dijo ¡chist;
chist¡ y en puntillas, se levantó y apagó el interruptor de la luz y todo eso
lo hizo, con una agilidad que desconcertó a Leticia.
Encendió una linterna,
que había traído con ella y arrimó su oído a la puerta, un ruido se escuchó
afuera, parecía como si unas alas hubiesen caído del techo al pasillo y luego
unos pasos se alejaron de prisa. Leticia también lo escuchó, se arrinconó hacía
la pared y esto fue de tal modo, que su cuerpo se achicó, entonces como
exangüe, se dejó caer sobre el asiento del escritorio.
Con sigilo Rosalía se
alejó de la puerta; si alguien me descubre, voy a estar en grave peligro, pensó
y en un acto involuntario, colocó la luz de la linterna encendida sobre el
rostro de Leticia; quíteme eso de la cara que me encandila; ¡perdone, perdone
señora! ¿No hay algo más qué pueda encender aquí? preguntó; ahora que lo
menciona, sí, hay algo y entonces prendió la lámpara que estaba sobre la
mesita.
De inmediato se niveló la
habitación, llenándose de una luz calmada; no obstante al moverse, esa luz
proyectaba siluetas, figuras, también se sintió un frío tenaz, Leticia pensó;
tal vez, existan corrientes subterráneas que se filtran por algún agujero o por
alguna hendija. Un vientecillo pareció llegar por el techo, o por la ventana,
en apariencia, confirmando lo pensado por Leticia.
En esos momentos, hubiese
dado lo que fuera, por sentir la calidez de una mano amiga que apretara la
suya; ¡pero no! ; Se hallaba sola en ese lugar y además estaba está mujer, que
no dejaba de parecerle rara y que además le daba un poco de temor.
Con un movimiento casi
que, mecánico alargó una de sus manos y tomó la taza de café, que Rosalía había
dejado servida, tenía tanto frío; entonces con la otra mano tomó galletas y
rosquillas; ¡hay que delicia! ; ¡rico, esto está muy rico!
Rosalía la miró
compungida; pobrecita, pensó y se metió una de sus manos en los bolsillos, para
buscar sus cigarrillos; ¡maldición! dejé mí cajetilla en la cocina; mejor,
porque si no, habría llenado está habitación de humo; respondió Leticia con la
boca todavía llena.
Entonces Rosalía se sentó
del otro lado y vació café y comenzó a beberlo; ¿le gustó la habitación? está
no respondió; yo misma se la arreglé; y como la otra, nada decía, prosiguió;
doña Leticia, se bien, que soy una de las malas y que es probable que yo ni
siquiera exista; hizo una pausa, sorbió café y melodiosa entonó; sólo sé, que
soy una oscura silueta, que se encuentra en
algún lugar o quizás, tan sólo estoy situada en el intermedio de una
pared, que comunica con otro lado.
La otra parpadeó y
Rosalía continuó; atención a lo que le voy a decir, Leticia alargó sus manos y
tomó otro bizcochuelo que se llevó a la boca, bebiendo a su vez con frucción;
vea, lo que pasa es que nosotros somos adoradores del diablo; Leticia, casi se
ahoga del susto, sin dar importancia a esto, la otra continuó; pero a ese, no
le gusta que lo llamemos así. Sintió Leticia, como si le hubiesen vaciado
varios baldes de agua helada sobre la cabeza.
Su semblante pasó del
pálido al blanco, pero Rosalía ni siquiera se percató, ya que la penumbra no le
permitía ver con nitidez, la cara de la otra y continuó hablando; Leticia
balbuceó, temblorosa; ¡hay Jesús mío!, ¡por Dios! ; Intentó levantarse; pero su
cuerpo no le respondió, de manera que se quedó pegada a la silla, una voz
interior la exhortó a que escuchara.
Pero fue tanto su terror,
que incluso, se sorprendió así misma, intentando dar un manotazo a la mujercita
que estaba sentada en frente suyo. Rosalía siguió, como en un susurro, ya con
la cabeza inclinada y sin siquiera darse cuenta, de lo que se movía dentro del
cuerpo de Leticia; ¿y usted señora, no se imagina lo mal qué yo me siento?
Sin un rigor minucioso,
pero urgida por su propia interioridad, suspiró hondo y trató de permanecer en
calma; ¿acaso está usted arrepentida?; la otra suspiró y un hondo gemido, se
desabrochó desde su pecho, fortalecida, quizás por ese gesto. Leticia
prosiguió; ¿Qué es lo qué pretende de mí? Ella sacó un pañuelo y se tronó las
narices:
Luego alzó la vista y
respondió; de usted nada; tan sólo quiero ayudarla, que sepa al menos como son
las cosas con… ¿con quién?; pues bueno, con don Adrián. Leticia frenó en secó
sus palabras y se puso a mirar a su interlocutora, la luz de la lámpara, le
dejó ver esa cara; que parecía casi, como la de un moñito triste.
Entonces en un gesto
hospitalario; estiró sus manos hacía Rosalía, pero sin llegar a tocarla, ya que
se quedó a medio camino; ¿Qué hago Dios mío?, ¿qué hago? Y al verla así, pensó;
¡está pobre mujer se ve tan indefensa!
Tal vez si este diciendo
la verdad; ¡un momento!; dijo; o gritó casi, pero al instante se tapó la boca
con rapidez, tal y como, si hubiese cometido un delito al expresarse.
Las mejillas chupadas de
Rosalía se movieron hacía los lados, para que una sonrisa se delineara,
iluminando su cara.
Leticia susurró, el señor
la ha puesto en mí camino, y debo ayudarla a salvar su alma. En efecto, Rosalía
la miró con desesperación, no lo sé, lo que sea, pero si estoy aquí, es porque
hace poco, tuve una visitación; ¿cómo qué una visitación? Preguntó expectante
Leticia.
¿No será más bien, qué
recibió una visita?; como sea; el caso es qué, desde entonces, he descubierto
cosas que no sabía que tenía; ¿bueno y quién fue esa persona qué la visito?
El otro día, don Adrián o
el maestro, como se hace llamar, me mandó a una iglesia a que me robara unas
hostias.
No entiendo; ¿eso qué
tiene qué ver? ; Lo que pasa es que mientras me robaba las hostias y bien
segura de que nadie me estaba viendo y con el corazón lacerado en odio y
disfrutando de los salivazos y de las blasfemias que íbamos a decirle a Jesús;
Sin querer, miré hacía una imagen de María, de aquella, que para nosotros es un
horror verla y hasta nombrarla; entonces quise apartar mí mirada, pero me fue
imposible y vi como me sonreía, era tan dulce su mirar.
Leticia se quedó con la
boca abierta; de seguro fue que le pareció, o el mismo demonio le hizo ver
cosas que no son; ¡no, no, déjeme terminar!, ¡yo sé lo que vi! es algo que es
difícil de nombrar, la otra aseguró; bueno a veces, uno ve cosas que no son.
Pero no es sólo lo que
vi, sino también lo que sentí; es que en realidad, a mí nunca me había llegado
a pasar eso; yo bien segura estaba del odio, que sentía por Dios y por su hijo;
¿y al fin, qué fue lo qué vio? No era
una imagen, sino una persona viva, lo que vi; ¿me entiende?
No, la verdad es que no;
dijo Leticia, casi impávida, no participaba del entusiasmo de Rosalía, para
ella las imágenes no valían nada y además, la virgen no era nadie, tan solo una
criatura, ¿y esta insignificante mujercita, quién sabe con qué, le iba a
salir?; ¿dizque la virgen se le había aparecido? ¡Ja, Ja, Ja! se rió para sus
adentros; pero dijo con rigor; Tanto las imágenes, como la virgen son cosa del
diablo.
Rosalía ignoró la
provocación y continuó; de su corazón salieron como unos rayitos, algo que se
sentía cálido.
Pero lo más tenaz, es que
esos rayos, me traspasaron el pecho de lado a lado, me lo atravesaron y me
cogieron unas ganas de llorar y llorar y ya luego me sentí llena como de una
paz, algo que me llenó de alegría, era como si en esos momentos; esa presencia
me fundiera con ella.
Después de guardar
silencio, Rosalía prosiguió; ¿y sabe qué fue lo más extraño? Leticia se encogió
de hombros; que esa mirada de María era también la de Jesús; sí era Jesús,
llenándome de amor y ya desde entonces, esa mirada me persigue y no halló en
ella, reproché alguno; tan sólo es una invitación, a la que no me puedo negar.
¡No, un momento!, ¡un
momento!; primero me dice que ustedes son adoradores del diablo y ahora ya me
sale con ese cuento.
Después de quedarse
quietas, mudas, cada una en lo suyo y sacando cuentas por su lado, acerca de lo
que les estaba pasando; Leticia arguyó ¿y a todas estas, qué tiene que ver mí
marido en todo esté cuento?; ¿es qué acaso, todavía no se ha dado cuenta, no
vio cómo nos trató allá, en el auditorio?; Leticia se estrujó las manos; ¿él es
el maestro del qué hablan? ; Sí así es.
¿Maestro y pastor? Sí
doña Leticia, lo que pasa es que yo lo conocí como pastor y me tendió la mano;
siendo yo una mujer de la calle, una gamina y me dejó vivir acá; y ya luego, me
encaminó por la senda del mal, haciéndome creer que con el negro ese, me iba a
ir muy bien. ¿Negro? Sí al diablo le dicen así.
¡Jesús maría y José! ;
dijo Leticia; sin darse cuenta, sí como le digo, él me dejo vivir en está casa,
pero ha cambio soy una esclava y ni cuenta me daba de mí condición, hasta que
tuve está visión.
¿Cuál es el papel de
Adrián? Él es un intermediario entre ese
ser oscuro y nosotros, es quien nos conecta con las sombras.
No entiendo; no del todo;
¿está segura de lo qué me está usted diciendo? Segurísima, aún cuando hay
veces, que siento, que don Adrián, es el mismo demonio.
¿Bueno, sí es cierto, qué
usted tuvo esa visión, porque está aquí todavía? Es que esto sucedió, apenas la
otra semana y no es tan fácil, buscar para donde irse uno, pero ya no me siento
nada bien aquí y es que antes tenía una venda en los ojos; ahora siento que
algo nuevo me esta llenando; ¿bueno y qué es lo qué hacen ustedes?; hacemos lo
que nos manda don Adrián, él dice que ese ser, le exige sacrificios de sangre:
¡No! ; exclamó Leticia y
se llevó las manos al pecho; en la vida, jamás se imaginó, que esto podría
sucederle a ella; a ella, que era una mujer de casa, ciento por ciento segura
de las virtudes, del que creía, era un buen hombre y un fiel seguidor de
Cristo.
Y siempre a la sombra de
su marido, no se le despegaba ni para ir al baño. Bueno, hasta un tiempo atrás
en que dormían en camas separadas.
Leticia entornó los ojos,
recordando los cultos de los domingos, las reuniones de damas en la semana y la
voz del pastor predicando; ¡mujeres os debéis a vuestros maridos!
De repente, Leticia movió
su pesado cuerpo y como pudo se levantó, tomó la linterna y la enfocó sobre ese
retrato de medio cuerpo, el retrato, que estaba a sus espaldas; sí, no le cabía
la menor duda, se parecía a Adrián, esa mirada pareció clavarse sobre ella con
sorna; está se estremeció de pies a cabeza y apartó con rapidez la linterna.
¡Por amor de Dios! ese
hombre es Adrián, bueno, por lo menos la figura que aparece allí; aunque se ve
mucho más mayor; no, ese es el mismísimo patas; Rosalía exclamó ¿cómo pude ser
tan tonta y adorar a esa cosa?; ¡venga!, pongamos ese retrato boca abajo, sobre
el suelo.
Como Rosalía era pequeña
y delgada, intentó mover lo pero no pudo; déjeme yo le doy una mano, afirmó
Leticia; ¡no, pero esto si está muy pesado!, casi ni se mueve.
Después de varios
intentos, las mujeres se dieron por vencidas, jadeaba Leticia, por el esfuerzo
hecho y sudaba Rosalía; pero la primera no pensaba en darse por vencida
todavía, así que tomó el cobertor que cubría la cama y tapó aquella imagen
extravagante.
Las mujeres volvieron a
sentarse, quedando está vez Rosalía, sobre el asiento que antes ocupara Leticia
y con mano temblorosa, vertía café sobre un pocillo; bebiendo con ansiedad.
¡No, esto es terrible!; afirmó Leticia; ¿qué vamos a hacer? lo mismo me
pregunto yo, a lo mejor don Adrián, no tiene pensado nada malo para usted,
siempre y cuando disimule que no sabe nada.
¿A propósito, qué es lo
qué tienen en un cuarto, qué esta al fondo y con candado?; allí tienen unas
mujeres que capturaron y que van a sacrificar pasado mañana ¿a ese ser?; sí; ¿y
usted no ha pensado, en hacer algo al respecto?
¡Sí, claro que sí!, hasta
el momento no he hecho sino fingir, ya que si me descubren me matan; estoy
esperando hasta mañana, a ver que sucede y como eso es a media noche, me puedo
volar, en cualquier momento y entregarme a las autoridades.
Pero además, yo tengo las
llaves de ese cuarto, vea tómelas, a ver que puede hacer por esas pobres mujeres. ¿Yo y porqué yo?;
bueno es que a mí, no se me ocurre nada. No es mejor que las tenga usted, no
sea que la descubran; ¿sí será? Bueno, preste a ver.
¿No, y usted era la que
estaba tan arrepentida?; así es, pero por el momento me siento impotente. Por
le demás, después de ese día, en que tuve aquella visión, siento que algo me
falta, algo que necesito como el aire para vivir.
Leticia rezongó para sus
adentros; a ella no le pasaba así, por el contrario, pensaba, hasta ese momento
que lo tenía todo. La voz de Rosalía se volvió a escuchar; además si yo salgo
de aquí, así como así; cualquiera de ellos, podría sospechar de mí y zúas me
cortarían la cabeza.
Como quiera que sea, se
que es preferible morir, a seguir sirviendo, a una causa innoble y hasta
perdida. Leticia se cogió la cabeza con ambas manos; sentía que esta le
zumbaba, parecía como si fuese el ruido
de un motor que comenzaba a desenclavarse. Y es que, no estaba acostumbrada a
trasnochar, además eran demasiadas cosas, estaba por completo abrumada.
Rosalía la interrumpió,
van a ser las tres, está es la hora, en que comienza una segunda ronda y si no
me encuentran en mí puesto, ¿quién sabe lo qué podría pasar?, Así que yo me
voy, para no levantar sospechas; ¡pero eso si le digo! ¡Cuente conmigo para lo
que sea!
Leticia vaciló por unos
segundos; ¿de modo qué se va ir?; sí, ya sabe que es mejor así, así podré
regresar mañana, ¡por Dios!, ya casi es hora, créame ya buscaré la forma de
comunicarme con usted y sin mediar más palabras, salió con rapidez.
Al sentirse otra vez
sola, como pudo, Leticia se levantó de la silla y le puso el pasador a la
puerta, se acordó de todo lo que Adrián le había dicho y se dijo en voz alta;
¡ay Adrián!, Adriancito, jamás me imaginé, que fueras un demonio. Al instante,
su cuerpo comenzó a temblar; ¡bri! , ¡Bri!, que frío y sus dientes comenzaron a
chasquear, un frío de sepulcro la envolvió; dedujo que ya podía encender la
luz, pero se acordó de la linterna, entonces la tomó entre sus manos, se
acurrucó en la cama y así se quedó quietita.
Si al menos, tuviera una
biblia; musitó, pensó en orar, como lo hacía en la iglesia, pero no pudo, al
instante se puso de pié, ya que sentía que la vejiga, la tenía repleta; como
pudo se dirigió al baño, quiso orinar de un sólo girón, pero se contuvo y dejó
que saliera a chorritos, y esto con gran esfuerzo, pues estaba que se
reventaba; no comprendía como podía hacer eso, en un lugar como ese; luego se
enjuago las manos y la boca. Y se dirigió a la puerta con la intención de
mirar; si pudiera salir, quizás podría escapar y hasta ayudar a esas pobres
mujeres; no obstante, llegar hasta la puerta y abrirla, y ver tan tenaz
oscuridad, volvió a cerrar con el pasador y así de claro, en claro, pasaron las
horas.
Sin embargo el fulgor, de
los primeros rayos de luz, la encontraría dormida y tan profundo, que no se
percató de la extraña sombra, que estaba al pié de su cabecera, mirándola con
fijeza y tocándola con sus dedos, recorriéndole la frente con ellos; sobándola,
de un modo en qué le hacía soñar, sumergiéndola en cosas estrambóticas y
borrascosas.
Pero de algún lejano
lugar, allí mismo, dentro suyo, muy al fondo, le sobrevino un sonido de
cristales rotos; también algo así, como un aleteo de palomas. De inmediato
abrió los ojos, lo primero que vio, fue cierta claridad que se desplazaba desde
la ventana sellada, hacía adentro. ¡Que extraño!, habría jurado, que una cosa
oscura y tenebrosa, se hallaba al lado de está cama; pensó. También por unos
segundos, tuvo la sensación de que se hallaba acostada en su propia cama; pero
el cobertor puesto sobre el retrato y la ventana tapada, le recordó en donde
era que se encontraba.
Lo primero que hizo, fue
lanzarse sobre la puerta, e intentar abrirla, pero no pudo; después de varios
forcejeos, que resultaron inútiles, terminó dándose por vencida. Se sintió
traicionada; sin duda, fue la tal Rosalía, sí debió de ser ella ¿por qué quién
más? ¿Cómo pude caer en semejante trampa y de un modo tan pueril?, al decir
esto, las lágrimas se le salieron y comenzó a llorar en forma ruidosa, sin
embargo; se dijo así misma; ¡un momento!, ¡un momento! ¿Y si hubieran
descubierto a Rosalía y también la tuvieran prisionera?
Intento calmarse, miró
hacía la ventana sellada, la claridad se filtraba ahora, con mayor intensidad,
era como si, un centenar de manos la empujaran hacía adentro. Se mordió las
uñas un poco, sin darse cuenta, luego las apretujó una sobre la otra; ¿qué
hago, qué hago? se preguntó. Sus sentidos parecieron aguzarse, pero no escuchaba
nada, ningún ruido, ninguna señal.
La pobre, terminó por
desesperarse, una cosita se apoderó de su vientre, algo que le subía y le
bajaba, parecía un cosquilleo de hormigas y sintió un frío, un frío que con
rapidez se quería apoderar de ella y no resistió más; entonces comenzó a
gritar; ¡sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Qué me saquen de aquí! , partida
de inicuos, obtusos, aberrantes; sabuesos del malo, ¡gentes impías!, ¡sáquenme de aquí!
A todo pulmón gritaba
Leticia; sin caer en la cuenta de cuán desaforada estaba.
El caso, es que sus
gritos comenzaron a izar la bandera y de inmediato apareció Adrián, rodeado de
varios de sus energúmenos, abrió la puerta y entró y en un tono en apariencia
calmado, le dijo; tranquilízate mujer; ¿qué es lo qué te pasa? pero en cuanto
está lo vio, lo apartó de un manotazo y salió como loca a todo correr; no
obstante, el segundo en mando, la alcanzó y le tapó boca y nariz con un pañuelo
untado de cloroformo.
Leticia se desvaneció en
el aíre al instante; ¿vaya parece qué le echaste, como para dormir un
elefante?; ¡no, que va maestro!, apenas si una mínima cantidad; bueno es mejor
así, espero que nadie de afuera, haya escuchado sus gritos, llévenla de nuevo a
la cama y pónganle una colcha encima. Uno de los hombres se atrevió a
preguntar; con todo respeto maestro; ¿Qué piensa hacer con ella?
Adrián no respondió, a
cambio sólo chasqueó sus dedos; quiero que le envuelvan sus píes con bombas de
agua caliente, en cuanto a ti Sergio, te diré una cosa, a está mujer, no me conviene
hacerle nada, al menos, no todavía; ella es la cubierta que yo necesito, para
mantener mí imagen de hombre bueno, ante la iglesia y los demás pastores, de
otro lado, su fortuna la necesitamos para seguir manteniendo nuestro rituales
al día y mantener nuestra independencia. Por ahora, ella todavía no me ha
entregado su fortuna, no la ha hecho a mí nombre.
¿Y lo de anoche? ¿Lo de
anoche?, anoche no pasó nada y no quiero que se mencione más el asunto ¿me
entendió? ya veremos que pasa; Sergio inclinó la cabeza con reverencia, ¡ya
oyeron al maestro! , traten bien a está mujer y mucho cuidado que no le pase
nada, es más, trátenla como a una reina; Adrián lo miró y soltó una de sus
carcajadas macabras.
Cuando salieron todos,
Adrián acarició los cabellos de Leticia con un gesto de desdén y a la vez de
lujuria; entonces, le habló en un tono bajo, como en secreto; ¿no sabes cuánto
te he caminado Leticia, deseando qué seas mía?; ya que con quien has dormido no
he sido yo; hay algo dentro tuyo que se niega siempre a mí. Pero está vez, no
te me podrás escapar, eres lo que yo podría llamar, tan inocente, tan pueril,
tan loca, pero a la vez tan recia; posees fuerza pero no haces uso de ella.
Ya luego, levantó sus
ojos de buitre agazapado y los posó sobre su retrato; más no lo hizo con
sorpresa, con toda frialdad se levantó y descolgó el cobertor que lo cubría,
¡Leticia! ¡Querida Leticia! , ya pronto tendrás que verme como soy; ¡Ja, Ja!
toda una eternidad tendrás que verme y aunque esperaba, que el volcán que
llevas dentro, se incendiara con el juego, que tengo que robarle a las
estrellas; no permitiré que nada me impida realizar mis planes de venganza,
los que tengo con el eterno.
Entonces las carcajadas
de ese, que a veces parecía desvariar; pero que sabía muy bien lo que hacía, se
escucharon en el aposento, en su inconsciencia, Leticia se estremeció, hasta la
tangible médula de su ser.
Sonó con tanta pesadez
esa risa, que hasta las gruesas y negras cortinas, que cubrían la entrada en el
auditorio, se descorrieron hacía los lados y las almas se partieron en dos y
las cosas de la casa, se derrumbaron y extraños sonidos comenzaron a surgir,
desde los socavones más profundos de la tierra, mientras que otros descendían
como si fueran aguas secas y arenosas; parecía como si se precipitaran sobre un
abismo inhóspito; todo parecía como en una antigua maquinación de secreta
in sumisión y presa del odio más silveante, los labios de Adrián, escupieron
maldiciones. Exhausto exclamó; esté cuerpo es muy débil, ya no me sirve, creo que
tendré que cambiarlo.
Por su parte, dentro de
la mente de Leticia, algo la precipitaba con furia, hacía un vacío intenso,
arenoso, en donde todo hálito de vida desaparecía. Adrián se despojó de su
forma humana y adquirió una figura simiesca y el retrato pareció cobrar vida y
algo vil, se destilaba por sus ojos y sus delgados labios delineaban apenas si,
una sonrisilla.
Adrián le había encargado
a Rosalía atender a Leticia; llévele bebidas aromáticas y comidas suaves, si
algo le hace falta comuníquese conmigo, voy a estar en el auditorio; ¡como
usted diga señor! ; Ella suspiró, ¡entonces todo anda bien!, nadie sospecha de
mí; pensó. Con diligencia se dirigió a hacer el encargo; voy a prepararle unas
bebidas de té, quizás eso la haga despertar.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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