CAPITULO XII
HUNDER ALEXANDER
Hunder Alexander se
hallaba en la acera de enfrente de la casa de Diego, tenía seis años, su cara
era gordita y cachetona, su cabello, se veía grasoso, empolvado, pero sus ojos
negros, se movían inquietos, de un lado para otro; por lo demás, el olor a berrinche,
levantaba nubes de moscas, deseosas de embriagarse con tan cercana fuente de vitalidad.
Su mamá lo había dejado
cuando tenía un año de haber nacido, eso era, lo que siempre le había dicho su
padre; ¡mijo!, su mamá nos abandono,¡ pero usted tiene que aprender a ser un verraco!;
cada vez que le decía eso, sentía como si algo, hasta un animal peludo y grande
le royera el estómago ; entonces se salía corriendo, para el baño, ya que le
daba diarrea y se pegaba unas vomitadas, que hasta le parecía que su
ombliguito, se le quedaba pegado a la taza del inodoro.
¿Qué porquerías
comería éste muchacho ya? gritaba su padre en medio de la borrachera.
Pero a Hunder
Alexander, ya no le importaba, lo que su padre le decía; si esa señora se fue,
era porque no nos quería; esto era, lo que el muchacho pensaba, cuando jugaba
en solitario, ya con hormigas, ya con gusanos.
Pero en las noches, antes de dormirse, imaginaba a una señora que
le sonreía y se acuclillaba a su lado, para darle las buenas noches; ¡cuanto la
odiaba! Cada vez que intentaba
configurar su rostro, no podía formar una cara precisa; ¿Cómo seria?; a lo
mejor, como la mamá de Evita, que era tan buena, en todo caso, tendría que ser más
alta que su padre.
Quiero a papá, pero
el sólo piensa, en beber esa porquería, algunas veces, me pega muy duro y me
hace acostar sin comer.
Doña Lola, la vecina, cuando llegaba temprano
de trabajar, le daba de comer, ¡y hay si!, que su barriguita era feliz.
En otras ocasiones,
la mamá de Evita, les llevaba comida o les hacía de comer; pero su papá, la
odiaba, porque le decía, que esa no, era la forma de tratar a un hijo,
entonces, ella, procuraba mantenerse alejada. La hija de doña Lola, que veía en
Hunder Alexander la posibilidad de
experimentar con un muñequito, lo invitaba a jugar muñequero a la casa de ella,
a veces invitaba a otras niñas.
Ella, le daba besitos
y le decía; Hunder Alexander, venga juguemos a hacer el amor, ¿y eso cómo se
hace?; así como lo hacen mis papás; entonces se
quitaban la ropa y se tiraban encima de la cama de doña Lola; sin embargo
para Hunder Alexander, lo que Yesenia de siete años, llamaba hacer el amor, no
era otra cosa, que un entripado de muñecas y golosinas, que se le metían por la
boca y por la nariz y entonces le daban unas ganas de hacer popó y de llamar a
su mamá .
Estaba, sentado, solo,
y con las manitas sosteniendo su cara, cuando vio salir a Diego; que por fin,
se había dignado levantarse, a enfrentar el nuevo día; iba vestido con un
bluyín azul desteñido, y una camiseta de cuello, al verlo, Diego, se detuvo, le
daba pena ese niño; de otro lado a Hunder Alexander, le caía bien; así que,
pensaba; cuando sea grande, tendré que ser como él.
¿Hola Hunder
Alexander, no fuiste hoy a estudiar? No, es que me da pereza; ¿y eso? No, es
que amanecí muy aburrido; porque es que, mí papá, se emborrachó anoche y hay está,
todo cagado. Diego, en otras ocasiones, ya había hablado con él hasta lo llevó a una institución, para
alcohólicos anónimos, pero el hombre recaía y se ponía cada vez peor.
Hunder Alexander, lo tomó
de la mano y lo llevó al interior, feliz al contacto, de esa palma fuerte, varonil, ya que le trasmitía cierta, seguridad
y fortaleza.
Manuel, un hombre
grueso, de mediana estatura, pelo negro de indio, como de unos cuarenta años,
se hallaba tendido boca arriba, con la boca abierta, un sonido grueso y ronco
le salía de su garganta, por el suelo se veían regadas botellas de guirlache y
hasta una de ron, en su mayoría estaban vacías, también en el suelo se veían cuscas
de cigarrillo barato.
Olía a pocilga de inodoro,
mezclada con alcohol; Diego hizo un esfuerzo por vencer su repulsión y eso, que
estuvo a punto de vomitarse, si no lo hizo, fue por el niño, se contuvo del
todo, cuando vio, el rostro de Hunder Alexander, que miraba a su padre, tal y
como se mira con asombro, la herrumbre de las cosas amadas, pero volteadas de
revés.
Diego, sintió
exactamente, lo que el niño estaba sintiendo en, esos momentos, y pensó; las cosas amadas, que de tanto ser amadas, se
convierten en cristales rotos , en vidrios cortantes, en oscuridades
intangibles, o en desparpajos inevitables; en una dolorosa e insolente patada
del destino, que a veces le da a uno por el…
¡Don Manuel, don
Manuel!, pronunció alto y recio; pero éste hombre, cuya mente, hallábase,
agrietada y abismada, en oscuros laberintos o en el colmo de la idiotez; yacía apretado
con la muerte.
Hunder Alexander,
corrió y cogió un vaso de agua pequeño, y se lo entregó a Diego, éste lo vacío,
dejándolo gotear por la cara de Manuel, lo hizo así, para evitar una brusca
reacción del hombre.
Volvió a decirle ¡don Manuel! entonces, éste, medio despegó
los ojos al contacto, de esa agua y poco a poco fue captando la voz, que venia,
del otro lado de la vida; he qué diablos, ¡muchacho hijuepu!
Entonces vio a Diego
y se contuvo, ya que éste le inspiraba respeto, ¿he qué más don Diego, usted
por acá, y además tan temprano?; ni tanto, ya son las doce del día, ¡levántese
hombre!; no, venga hermano yo lo invito a un trago; de ninguna manera, si estoy
aquí, es por su hijo , ¡mírelo!, es necesario que usted y yo volvamos a hablar,
¡levántese le digo!, y métase al baño, que esa, no es la forma de tratar a su
hijo; Manuel frunció el ceño y lo miró con rabia , pero ante la firmeza de Diego
y de una rápida mirada, alrededor, se puso en evidencia.
Entonces, accedió,
con la cabeza, pero siguió allí; vamos levántese, se sentó, en la cama y Diego tuvo
que ayudarlo, se apoyo en éste, que tuvo, que tragarse el fastidio y llevarlo
al baño, luego se dirigió, al teléfono que de puro milagro, aún no lo habían cortado,
después de hablar con doña Rafaela colgó; anda Hunder Alexander, vete para la
casa de mamá, y deja que ella te bañe y te ponga ropa limpia.
Hunder Alexander, ya
más tranquilo, accedió y se fue corriendo; ya, en la cocina, igual de revuelta
a la pequeña habitación, que tan sólo tenía dos catres, Diego encontró, un
frasco de café y enseguida preparó una taza fuerte, para dársela a Manuel, lo
necesitaba despierto.
Cuando Manuel, salió
del baño, su semblante había cambiado un poco, Diego le entregó la taza de
café; tenga bébaselo; gracias.
Manuel hubiera preferido,
una cerveza helada, pero lo tomó para agradar, a Diego, se sentó en el borde
del catre, aún revuelto; ¡que vergüenza don Diego!, dijo, sin mirarlo, éste que
aún permanecía de pié, no respondió, Manuel tomó un sorbo tras otro y luego colocó
la tasa sobre el suelo, se cogió con ambas manos la cabeza; usted me va a perdonar,
pero es que no recuerdo nada.
La vergüenza, dijo Diego,
es en algunos casos, lo evidente, un sentimiento que se manifiesta de una
forma consiente, al darte cuenta como te miran los demás; si
repuso Manuel, es el hecho de sentirse como un vejamen, casi como un residuo ante los otros. ¿Un residuo Manuel? Si, algo
así, una especie de lugar adonde llegan todas las porquerías, que se consumen
en nuestra sociedad; pero eso es porque tú las consumes.
Por un momento, Diego
lo miró, ¿y pensó; pero en realidad qué se puede hablar, con éste hombrecillo,
que tan sólo inspira lastima?; sin embargo, se esforzó, para que Manuel no lo
notara; vea don Diego, yo sé, que usted no es como yo, nada más verlo y ver, lo
bien puestecito que está y lo bien que huele; pero es, que yo no puedo, no soy
capaz; y volvió a bajar la cabeza sollozando, es que usted, no sabe, lo que yo
amaba a esa mujer, a Lilia, ella era tan linda; y bueno, bueno yo era un comerciante
y ganaba muy buena plata, tenía, un puesto de ropa de segunda; la ropa de
segunda, deja más que la nueva; vea, a mí, me buscaban mucho las viejas.
Diego rezongó, miró a
su alrededor y vio un viejo taburete, entonces lo acercó, lo puso de espaldas y
se sentó, de modo que sus manos, quedaron reclinadas en el espaldar de éste y
se horqueteó sobre el asiento, para escucharlo con mucho interés.
Un día, desde una
ventana del hotel, en donde nos hospedábamos, ella vio salir una mujer, del
cajón, ese era un cajón grande y alto, en donde guardaba yo, la ropa que no
vendía, con esa, no tuve nada en serio; pero yo que iba a hacer, al fin y al
cabo uno es hombre comprende; Manuel descansó y bebió más café, antes de que se
enfriara, después de todo no le apetecía el café frío.
Pero yo amaba a
Lilia, entonces ella bajo y me dijo ¿con qué éste es el lugar, en dónde
escondes a todas esas viejas con las qué estas?; después de eso, duramos otro
tiempo, pero yo me emborrachaba y le daba mala vida; fue cuando conoció a un
muchacho, más joven que yo, entonces me dijo, que se iba a ir con él, y que se
iba a llevar al niño; loco de celos y de rabia la golpeé, casi la mato.
Manuel se desató en llanto,
casi la mato, es que ella, era muy bobita o me quería mucho y no me quiso
demandar, ¿pero sabe qué hice?, ¿Qué? le pagué a un doctor, yo mantenía muy
buena plata, siempre manejaba mis milloncitos, le pagué para que le quitaran a
Hunder Alexander y puse testigos que dijeran que ella era muy mala mujer.
De nuevo, Manuel lloró
con escándalo, pero al momentico se contuvo, y siguió hablando, ¡vea hombre don
Diego! eso me rogó, me suplicó, hasta se me arrodilló, para que no le quitara
al niño; pero en mí soberbia, en mí mezquindad por vengarme, me mantuve firme
en la mentira.
Entonces sacó un
pañuelo, que no se sabía de qué color era, si blanco o negro; al fin se tronó
las narices y volvió a desatarse en llanto, me enceguecieron los celos y mí
amor de macho herido; hoy me doy cuenta, que estaba equivocado, ¿cómo sería?
que hasta me vine, para Medellín, para que ella nunca, volviera a encontrar a
Hunder Alexander.
Manuel, hizo una pausa
y luego dijo; pero vea usted, cada día, voy de fracaso en fracaso, salvé usted
al niño Diego, yo para mí, no quiero nada; si puede, busque a su madre; Diego
no respondió nada, bajo la cabeza, miró el reloj y se dio cuenta que había
pasado la hora, en que tenía la clase en la universidad, pensó en Hunder
Alexander y suspiró.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
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