Capitulo XXIII
HACÍA EL OCASO
Ya iba a ser época de
diciembre y mientras Amanda venia, Clara Inés, iba del otro lado, y pensaba; sí,
claro que sí; voy a aceptar la propuesta de el profesor, me casare, además, esto
de ser profesora en la universidad es bastante bueno, bien, sí, creo que el
asunto está bien.
Pero Clara Inés; no sólo
se sentía movida por estos pensamientos, sino que en realidad quería a su
profesor, y aunque estando con él, pensaba todavía en la chica, jamás iba a dar
un paso para tener algo con ella; no,
claro que no, no iba a exponerse por éste amor, no señor, no se expondría
jamás.
Solo años más tarde,
ya casada y hasta quizá hastiada un poco de su marido, haría algo por atraer a ésta
chica; sin embargo, fue tan poco lo que hizo, que nunca valió la pena, solo
unos segundos de platica, aunque el pensamiento pensara toda la vida en ella.
En esas andaba,
cuando se preguntó por Diego, ¿y Diego?, un romance de universidad, sólo eso y
nada más; se detuvo un segundo, interrumpida, por una despistada transeúnte,
que se topó con ella, se miraron unos segundos, sin conocerse, la una iba hacía
el futuro, y la otra venia del pasado, del lugar de los olvidados; de los que
al fin son olvidados.
Aunque a Clara Inés,
la cara de ella, le recordaba a alguien ¿pero a quién; a quién?; en fin, yo ando
muy ocupada, para ponerme en esas; Amanda llegó a la parte más híbrida de la
ciudad, Aída venia con su marido de gancho; mijo yo quiero unos zapatos de tacón
alto y puntudos, como esos que se están usando ahora. Estuvieron a punto de
encontrarse de frente, pero una humarada de gentes, que hablaban en voz alta,
de una cosa y de la otra, las arrojó, de una cera a otra, de una calle a otra.
Una tristeza inundó a
Amanda; sentía que marchaba hacía el ocaso; hacía el ocaso del silencio que
habla, ¿Quién lo sabrá? Pero aunque hubiera visto a Aída, la tenían sin cuidado
los zapatos de tacón alto; las modas y las multitudes afanosas por comprar y
comprar.
Sólo Hunder Alexander
tenía en sus manos el futuro ¿y esto, quién sabe?; sino llegaría a ser uno más,
de la fila de los alienados; así que muchísimos años después, Hunder Alexander
entendería, que era el futuro; cuando sentado en el asiento del vagón, de un
tren cualquiera; miraba con desprecio, el rostro del viejo desdentado enfrente
suyo, porque el suyo ya comenzaba a desdibujarse.
Cuando Amanda llegó a
la casa de Diego; timbró y doña Rafaela le abrió la puerta; se la quedó viendo,
sin querer importunarla; entonces con afabilidad, le dijo; ¿tú debes ser la
amiga de Diego?; mucho me ha hablado de ti; y moría por conocerte; yo soy
Rafaela, su madre y la abrazó con infinita ternura.
Con un poco de
timidez, Amanda se dejó estrechar en ese maternal abrazo; muchas gracias doña
Rafaela; pero sigue, sigue muchacha. Ya dentro de la casa, Hunder Alexander, se
encontraba jugando, con un amiguito, de nombre Santiago, y que al ver a Amanda,
dejó de jugar, para prestarle atención y se fue directo hacía ella; yo me llamo
Santiago ¿y usted?; yo Amanda y le extendió su brazo; el niño apretó su mano
con alegría; y después de unos segundos, le preguntó ¿y usted qué roba?
Bueno yo, éste;
porque es que, en mí casa, todos roban para poder comer; no le hagas caso Amanda;
a todos les pregunta lo mismo; ven sigue; Diego se encuentra en su cuarto; me
dijo que te recibiría allí, porque tú eres como su hermana, y yo le creo; por
aquí por favor, luego de atravesar una salita pequeña y limpia, llegaron a la
habitación; capturó por primera vez, ese espacio íntimo en donde Diego se
refugiaba y pensó; es agradable.
Así que el cuarto era
bastante amplio y entraba muy buena luz, hacía una de las paredes se hallaba
situada una cama pequeña, vestida con sencillez pero, con pulcritud.
Ya del otro lado se
veía, una ventana amplia, se hallaba abierta de par en par y cuya visión, daba
al patío trasero de la casa, pero que también, daba una vasta y amplia mirada
del barrio y del parque de Itagüí, a lo lejos, las montañas se delineaban en
forma tal, que hasta le parecía, encontrarse dentro de una ciudad hundida.
Casi al pié de la
ventana, estaba el escritorio con una vieja y destartalada máquina de escribir,
pero que todavía funcionaba, y que con el tiempo seria abandonada y sustituida
por un moderno computador, dentro de ésta, había una página en blanco, que
contenía una sola palabra escrita, era quizás una vocal; la, A…Diego, vestía
como siempre un bluyín azul desteñido y una camiseta de cuello, un color rosa,
que le sentaba bien.
Estaba sentado, intentando
trabajar en algo, y al escuchar la voz de Amanda, ya se había levantado para
recibirla; te estaba esperando, sigue, sigue; y le acerco una silla pequeña y
abollonada, muy cómoda para que se sentara.
Cuando ésta lo hizo,
le preguntó ¿te dio mucha dificultad encontrar la casa? No que va, con los
datos que me diste, me fue muy fácil llegar, es sólo que camine bastante; ¿pero
sabes qué, es lo qué más me impresionó? ¿No, qué podría ser? Es que cuando subía
por la falda; sí, esa falda, esa subida, que ésta, después del barrio las Acacias[1];
¿las acacias? Como sea, el caso es que vi; a unas vaquitas y a unos terneritos, mirando y con los ojos llenos de lágrimas,
hacía una carnicería que está situada allí; no, y esos carros, no hacían sino pitar,
tremendo taco el que se formó; ¿Y qué miraban? , no sé, pero tenían la vista
clavada, en esa carne que se veía exhibida.
¿Y lloraban, no sería
qué te pareció? ¡No hombre que va!, todas esas vaquitas y terneritos, tenían
los ojos llenitos de lágrimas; ve que pesar; ¿sí cierto? ¿Pero sabes una cosa Diego? Eso no era un líquido;
¿lo qué dicen que se les forma a los animales alrededor de los ojos?; no, todas
ellas estaban con los ojos fijos, fijos, como ya te dije; sí, y eso no era
agua, eran lágrimas. De improvisó el joven cambio de tema; te noto muy efusiva
hoy; ¿tú crees? Sí.
Después de un silencio
repuso; ¡off!, ¿me imagino, qué ese centro debe de estar repleto de gente? Así
es, pero sobre todo, la parte que llaman el hueco, ¿y qué, trabajando en lo de tú
tesis?; sí, veras, haciendo el intento, pero que rico Amanda, que estás aquí;
yo también me siento bien y tú mamá es súper; eso no es nada, espera a que la
conozcas bien; en esos momentos doña Rafaela volvió a aparecer, pero se quedó
en el umbral de la entrada.
Sin duda, su hijo era
apuesto, estaba sentado de frente a Amanda y de espaldas a la puerta; detrás de
él, se hallaba colgado, un cuadro del sagrado corazón, que ella insistió en
colocar, Amanda vestía de un modo sencillo llevaba un yin y una camiseta negra
y usaba sandalias franciscanas.
La mano de Diego,
estaba sobre el escritorio; por detrás, y casi a un lado de Amanda, se
alcanzaba a ver, una pequeña biblioteca, algunos libros, se veían bien puestos,
en cambio si había otros que se encontraban como en desorden; desde la ventana
entraba un vientecillo que refrescaba.
Los miraba desde la puerta,
se veían tan animados y aunque Diego, no le había contado lo de Amanda, ésta
intuía que era diferente; pero le gustaba verlos así; al menos, se distraería y
olvidaría a esa dama sublimada, a esa tal Clara Inés; hay mujeres así, que les
gusta ser idolatradas; pero que, a la hora de la verdad, no rajan ni prestan el
hacha; maldijo, para sí.
Después de unos
segundos, ambos se dieron cuenta de su presencia; ¿mamá estabas ahí? entonces
sonriéndose, acabó de entrar; sí, vine a traerles esté jugo; el tuyo Amanda lo preparé
de mango; pues se, que es el que más te gusta; muchas gracias doña Rafaela; que
cuento de doña Rafaela, con toda confianza dime Rafaela.
A propósito Diego,
hace unos momentos, llamó una mujer, preguntando por don Manuel, y como a
ellos, les cortaron el teléfono; yo le dije, que no estaba; pero no me atreví a
decirle más, y como estabas ocupado, no quise interrumpirte, para que
adelantaras tú tesis.
Pero dejó este número,
aquí dice que se llama Lola; a no, es Lilia; al escuchar el nombre de Lilia, Diego
dijo; presta, presta para acá; creo que ésta mujer, es la que necesitaba; ¿sí y
eso porqué?
Porque es probable,
que ella sea la mamá de Hunder Alexander; Rafaela frunció el entrecejo; para
nada le gustaba esa mujer, pues había abandonado a su hijo; se contuvo y no
dijo nada, entonces volvió a salir.
Diego guardó el
número, con la intención de llamarla más tarde; Amanda saboreó despacio el exquisito
jugo y al ver intranquilo, el semblante de éste, le preguntó, sin darle
importancia a lo expuesto por Rafaela.
¿Por lo qué veo, éste
es un barrio tranquilo?; sí, hace ya mucho que está en calma, pero hubo un
tiempo terrible, de mucha violencia; ya que según tengo entendido, éste barrio
ha sido solicitado como una plaza; ¿una plaza? Sí, algo muy apetecido, por los
que trafican con droga.
Pero las gentes que
viven en de éste barrio, son en su mayoría muy buenas, muy trabajadoras; sí;
aseguro Amanda, pero, se ven unas cosas, ¿porqué? No, es que, cuando venia hacía
acá, alcancé a ver, a un pobre hombrecito, bajito, gordito, hasta tenía un poco
desviados los ojos, pero lo más charro, es que traía unas piedras bien grandes,
escondidas, dentro de su camisa; pero yo supongo, que eso era un mecanismo de
protección, pues en realidad, no se las lanzaba a nadie; pero en cambio si vi a
un muchacho, como de unos dieciocho años o más, que le lanzaba toda clase de improperios;
me pareció muy grosero y hasta insolente; vieras como le decía; ¡ viejo, viejo
¡acabado, viejo feo y tuerto; foronda marica ; sí, y el tono de su voz era
bastante insidioso.
Al pobre hombrecito,
se le achiquitaba la nalga, de lo mal que se sentía; ¡como se ve!, que te
viniste por la casa de Rósamela; es un hijo de ella, un pobre majadero, que no
conoce el respeto, ni la piedad, porque de conocerla, no trataría así, a ese
hombre, ni a nadie; pues al envalentonarse, en contra de Raúl Antonio, que así se
llama, éste buen hombre, y aunque tiene su problema; ésta ese chico, demostrando
lo enfermo que esta; por lo demás y aunque lo hace para molestarlo, se nota que
eso es algo representativo de un barrio como éste; no Diego y no sólo de éste
,eso, es un reflejo de la forma como se van moviendo o deteriorando, los
valores dentro de una sociedad.
Raúl Antonio no vive
por acá, pero viene a visitar a Alicia, que es su novia, se conocieron en el Colegio
La Inmaculada Concepción[2];
más concretamente en la parte en donde les dan almuerzos a personas como ellos;
Alicia es también bajita, gordita, de igual manera es un poco bisoja; el sólo tiene cuarenta y
dos años y ella tiene cuarenta y cinco; ella me dijo un día; yo soy mayor que él,
yo no sé porque la gente lo trata tan mal.
Diego bebió un buen trago
de jugo, pero sin dejar de deleitarlo; a mí me parece que los dos forman una
pareja encantadora, son preciosos. Ya veo, dijo ella; éste jugo si que está
delicioso; ¿quieres más? No, es suficiente, gracias Diego.
Al decir esto, Amanda
se levantó y se acercó a la ventana, dejando, sobre el charol, el vaso y con
mucha fuerza, clavó sus ojos en la lejanía, era como si buscara la forma de un antiguo
rostro o una delgada silueta; tanto así, que olvidó por un momento, el lugar en
donde estaba. Diego la siguió con la mirada; y el pensamiento de ella, dio un vuelco
y se acordó de su amigo Galo; nunca le contó que sí, había amado a alguien.
Suspiró, se acercó al
escritorio, tomó un libro y lo abrió en una página cualquiera y leyó en silencio
algo que llamó su atención y que decía así; los ojos expresan enigmas, que en
el momento no alcanzamos a comprender, pero que luego, al pensar en ellos, en
esa mirada, y sobre todo, si se trata de la persona amada; se nos van
descubriendo cosas, que no se quedaron con las palabras; en aquel momento, me
di cuenta que ella, se avergonzaba de mí; ya que su mundo era muy diferente al
mío; fue por eso, que preferí renunciar a ese amor; eso, eso, antes de ser
cómplice de su cobardía; dijo Antonio Molinares a su amigo Ricardo.
Diego la miró y le dijo; ¿te gusta ese libro? Su autor
es..., en esos momentos, entró Rafaela un poco nerviosa; Diego hijo; allá
afuera, ésta una mujer en compañía de un hombre y dice que quiere hablar con
don Manuel y piensa que nosotros le podemos colaborar ya que, no lo encontró en
la dirección que tiene.
[1] Las Acacias, barrio del municipio de Itagüí, de la ciudad de Medellín.
[2] Colegio La inmaculada Concepción: Situado en el Municipio de Itagüí.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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