CAPITULO X
La Ilusión
En el patio trasero
de su casa, Diego, con los pies desnudos, el cabello negro y revuelto, jugaba
con su hermanita. El patio era un cuadrado amplio, hecho de piedra lisa y de
color ladrillo, el cielo daba una tonalidad clara, algunas nubecillas pintaban
caras alegres, parecidas a una felicidad temprana, pero pasajera.
Los pájaros cantores,
presagiaban encuentros y desencuentros, Sí, quizás sobre las alas de los
colores que andan merodeando, dentro del tiempo.
Con ojos soñolientos,
contempló el cielo, sentíase parte de esa mañana, como fundido a ella; la
pesadez que había sentido al abrir los ojos, desapareció y el mundo giró dentro
suyo, en una sola dirección. No existía nada, fuera de eso, porque el infinito
estaba con él, era él.
Trascurrieron los
minutos y no pudo evitar pensar lo siguiente; quizás el mundo no sea así, y
aunque la felicidad, se parezca a una mañana tibia, que fugaz es ella, dentro
del color del tiempo, que parece que nos plegara, por entre las hendiduras de
un túnel, dentro del cual, jamás se sabe, si las cosas tienen olvido o no; es
difícil, que exista el olvido, las cosas siempre van a estar hay.
Eva, Evita, repetía
con su vocecita, lo que Diego le enseñaba; el arlequín bailando está, sobre una
cuerda de luna saltando va, mientras, que con uno de sus píes intenta detener
el tiempo. Pero abajo, las ranas croando están, ¡croa, croa! ¡Y corre, corre!,
porque las gallinas cacareadoras vienen ya, ¡y saltando el arlequín se va, se
va!, ¡ya que vienen los feroces lobos!, ¡que, con sus dedotes el cielo quieren quemar!; ¡pum, pum!
¡Ji, ji, ji, a, no,
esa tan maluca paqueé! ; decía la niña, muerta de la risa, mejor, cantemos la
mía, la de tomando té; ¡Ja, Ja, Ja!, riose Diego y dijo; entiendo, que el ritmo
de ella, es muy distinto al mío.
En esos momentos,
apareció Rafaela, la madre de ambos; ven Evita, que es la hora del baño, para
que puedas irte para la Escuela; y se fueron tomadas de las manos, mientras la
niña, daba brinquitos; de repente se detuvo, mirando a su madre y le pregunta;
¿Mami, es verdad, qué Dios es un señor barbudo, muy enojado y qué las niñas no
pueden ir al cielo?
La cara de Rafaela,
sonrosada y llenita, paso del asombro, a un mohín gracioso ¿Nena, pero de dónde
sacas esas cosas? El niño del frente, Hunder Alexander, me dice, que su papá,
se lo repite a diario y dice que las niñas somos unas comadrejas grises; ¿es
verdad qué las niñas no se van para el cielo? Rafaela, siempre que se sentía frente
a una encrucijada, se rascaba, la cabeza con desesperación, pero movida por una
ráfaga de viento, dijo al fin; hija, creo que tendré que hablar con tú maestra
¿Por qué mami? A ver, quítate la ropa, eres demasiada lista para tú edad, ¿y
eso es malo? No nena por el contrario; bien, ahora si puedes bañarte y te
arreglas y te vas para la escuela.
Rafaela miró a su niña
y se conmovió, entonces le dijo; pero no te preocupes, que las niñitas como tú,
también se van para el cielo; ¡sí, porque es que Dios, hizo un caballito dorado,
para que nos llevara sobre sus alas!; ¿cierto?; ¡sí, claro!, es que Dios hizo,
con especial dulzura y delicadeza ese caballito y así las gentes se dieran de
cuenta que Dios ,también tiene manos y corazón de mujercita; ¡siiiiii!; dijo
Eva con la boquita abierta y los ojitos llenos de asombro.
Entonces, se lo diré
a Hunder Alexander, y así, ya no tendré que agachar le la cabeza; bueno,
apresúrate, que ésta que viene el bus escolar.
Al alejarse estas, Diego
se tendió en el suelo, boca arriba y el olor de los heliotropos, que en cierta
época del año, suelen meterse dentro del aire, penetró por los orificios de su
nariz, haciéndolo sentir una agradable sensación.
La voz de Rafaela, lo
hizo despertar de su enajenación; Diego hijo, van a ser las doce y recuerda que
hoy, tienes que ir a la universidad; es cierto; dijo y se levantó de un salto,
se introdujo en el baño, se situó debajo de la ducha, arrojó su pijama lejos y
abrió la llave, entonces el agua lo cubrió por completo, enjabonó, por unos
segundos su cabeza y su cuerpo y dejó que su cabello, se llenara de un brumo blanco,
necesitaba pensar.
Volvió a sentirla, no
podía dejar de pensar, en Clara Inés; le parecía, que ella lo abrazaba con la
mirada, entonces sintió unas cosquillas subir y bajar en zigzag por su estómago;
¡Ba, parezco, un adolecente!; murmuró, a la vez, que se daba masajes en el cuero
cabelludo.
Ella, lo estaría esperando,
pero muy en el fondo, dudaba, dudaba; mí Clara Inés, mí amada, ¿qué haría, acaso,
pensaría con ansiedad, en la hora del encuentro? Se miró al espejo, lo limpió
con las manos y vio su rostro, sobre el que se resaltaban, unos ojos negros,
enmarcados por unas cejas pobladas, rectas y casi horizontales, de un color,
igual que su cabello, siendo más tenues estas.
De cualquier modo, el
contraste no era muy notable, las tenía un poco separadas, por una nariz muy
bien formada y debajo de está, se perfilaba un bozo, bien delineado, por encima
de una cumbamba amplia, en general, parecía tener, una buena a simetría, algunos
mechones del cabello, le caían hasta más abajo de las orejas; a él le gustaba así;
pero sus labios eran sensuales y agradables.
Abrió su boca y se lavó
los dientes, sacó su sonrosada y húmeda lengua y se la barrió con el cepillo de
dentro hacía afuera. Cuando sintió que su boca estaba limpia y fresca la enjuagó
con bastante agua; por un segundo, al mirarse al espejo dudó, acerca de si ese
rostro varonil, recién rasurado, fuera el suyo; bueno no soy bello, pero por lo
menos, no me parezco al culo, de ningún puritano. Lo que Diego no notaba era
que sus rasgos eran finos y delicados.
Clara Inés, se
hallaba sentada junto a las escaleras del Museo y por supuesto pensaba en él,
¿pero lo amaba?, en ese instante, una joven del color de la canela, paso por
allí ; al verla, se detuvo y ella sintió con alegría, que su corazón latía más
y más ¿ Hola cómo has estado? bien; ¿pero qué te habías hecho?, repuso la
joven, un poco contrariada, te he estado buscando y nada que podía verte; sí,
lo que pasa es que he estado muy ocupada, ya sabes, eso de la tesis… ¿bueno,
pero por lo menos, dime cuándo podré volver a verte? No, llámame, yo creo que
de aquí a la otra semana, podemos hablar.
En esos momentos,
apareció Diego, por un costado de la fuente; al verlo, clara Inés se turbó,
entonces se apresuró a despedir a la muchacha, pero ya ella, había notado la
palidez en su cara y siguió el rastro de su mirada; ésta, trató de
justificarse; ya sabes, lo conozco hace mucho tiempo, pero llámame.
La muchacha, no
respondió y se alejó en silencio; Diego que venia un poco desprevenido, aunque
no menos ansioso, las alcanzó a ver conversando.
Al pasar uno, al lado
del otro, se rozaron y en el fugaz espacio de una mirada, a éste le pareció ver
una chispa color fuego, que le quemaba, pero fue tan sólo un segundo, porque la
joven, bajo la mirada entristecida.
Sintió Clara Inés, un
extrañó desasosiego, los miró cruzarse, como en un destino doblado, como en un más
allá, de una línea mágica, a donde ya ella, no podría llegar. Los latidos de su
corazón, que su cuerpo laxó guardaban para el abrazo de Diego, se confundieron
como en una agonía de la tierra, como en una lluvia de musgo y sal y en un sólo
temblor, su corazón latió para dos.
¿Tenía miedo, de qué
o de quién?, ¿qué pensarían sus conocidos, su familia, si supieran qué ella...?
¿Y Diego, la amaría igual, la compartiría, pero por qué ella?; su corazón se agitaba,
soñaba con casarse, con tener hijos, una niña al menos; pero esa chica, nada
femenina, pero que la atraía; sí, todo lo que proyectaba el ser, de estas
personita, parecía invadirla, inundarla, como inundan las aguas…¡oh¡, si una neblina
de humo me cubriera, si una bandada de palomas me trasportara, o hasta un preludio
de música me ocultara.
En dos zancadas de
grillo, Diego llegó hasta ella, la tomó y la fundió en un abrazo, tomó su
rostro y con devoción cuidadosa besó sus cejas, su nariz, sus cálidos labios y
entonces ella se apretó a él, como se pliegan las alas de las mariposas.
Luego se fueron,
tomados de las manos, pero cuando las olas del alma están inquietas; es
imposible ocultar su turbación; éste sintió el temblor de su cuerpo y ya iba a preguntarle,
sobre lo que suponía era la emoción del encuentro; cuando se toparon de frente
con Neo.
¡He quiubo parcerito!, al decir esto, agitó la
mano derecha en el aire, para palmotear la de Diego, que tuvo que soltar la de
su novia; las manos se cruzaron en el aire; ¿qué más hermano y usted cómo va?
Camellandole fuerte al estudio ¿verdad,
entonces has avanzado mucho?; ¡si zas! Pero parcerito,
todos esos avances se los debo es a usted, ¡cuando le diga hermanó!; Neo miró a
Clara Inés y notó su incomodidad,
entonces se dirigió a ella ; con mucho respeto para la dama, pero es que éste
parcerito, con sus buenos diálogos, ¡ me entiende¡ ,me ayudó a salir de la
esquina del barrio, en donde me mantenía metido, ¡pero todo bien!, éste man es un señor; y eso que es mucho más
joven que yo.
Bueno, me voy, ¡hay
nos vemos parcero!; y se alejó con algunos libros debajo del brazo; una vez que
éste se hubo alejado, ninguno de los dos comentó nada sobre el incidente; Diego
sabía, que a Clara Inés, tal vez, le pareciera un poco bochornosa, la forma de
hablar de Neo.
Toda la tarde la
pasaron juntos, y Diego que por la ansiedad del encuentro, sólo se había tomado
un café, sentía a sus tripas crujir, como si fueran los rieles de un tren en
movimiento. ¿Diego, porqué no me acompañas
a clase?; éste aceptó gustoso; cuando entraron al aula, la clase, aún no había
comenzado, tan sólo, había un grupillo de estudiantes, departiendo con alegría,
y uno que otro, esparcido sobre los asientos de los pupitres; el profesor, que
estaba esperando que, fuera la hora para comenzar, se hallaba sentado sobre un
escritorio, había llegado, más temprano que de costumbre, se hallaba irritado, pues alguien que deseaba
ver, aún no terminaba de llegar.
Al ver a Clara Inés,
se levantó y se dirigió a saludarla y al hacerlo, le estampó un beso en la
mejilla, que ella se vio obligada a corresponder, pero sus ojos le brillaban,
se notaba que le tenía una gran admiración; ¡hola profe!, le presentó a Diego, mí
novio; el profesor lo ignoró, bueno, ya me estabas haciendo falta querida.
A las abiertas y
cerradas de un ojo, se veía, que le gustaba; de inmediato Diego lo notó, pero
no dijo nada; después de intentar capturar a mí alumna favorita, podré comenzar
la clase, la tomó de gancho y se la llevó a su escritorio.
¡Ven Diego!; éste la siguió; el profesor, era de estatura
media, un poco más bajo que ella, tenía una barba un poco larga, desordenada, que lo hacía aparentar más viejo,
de lo que era, tomó entre sus manos un libro y le mostró varios apartes a ésta;
con paciencia Diego la esperó, pero sólo porque sabía, que ella requería de ésta
explicación.
Pronto, el salón se llenó
y al profesor no le quedó más remedio que comenzar la clase. Está transcurrió a
ratos agradable, a ratos tediosa, pero a
Diego le parecía que junto a ella, todo era una delicia; mientras que a su vez ésta
pensaba; tendré que decírselo, ¿pero para qué? ¡Total! , nunca he tenido nada
con la chica; bueno, aunque reconozco, que yo, la he alentado a seguirme; se
que me atrae, pero no, voy a renunciar a éste orden, en el que me siento tan a gusto.
Quizás esté en fuego,
mi prestigio, dentro de éste círculo universitario, de cualquier modo, pienso
seguir ejerciendo, como profesora y no es conveniente que me vean mucho con
ella. Además mí familia, de enterarse se opondría por completo.
Los días, se
trascurrieron en entredicho, entre lluvias y soles indecisos y como por entre
protuberancias a nivel local y hasta mundial, el pan demonio gringo, sembraba
guerras y muertes, para luego cubrirse con la piel mansa de un cordero.
Subsanaba los rotos y
las heridas hechas, pero estas seguían suturando sangre negra. ¡Ay! , el
petróleo; más tarde el agua se teñiría de rojo.
Después de un año, a
principios de marzo, Clara Inés salía de entrevistarse con su profesor, el
mismo de aquel día, que examinaba con mucha lentitud y precaución su tesis. A
estas alturas ya, tenía la mayor parte de la conquista ganada, Clara Inés ya
era suya, y el hombre la tenía en la mira, el próximo paso sería pedirla en matrimonio.
Pero como nadie puede
prever cuando puede suceder un desafuero o algo mucho más, más… ¡zúas¡ un aguacerón se desató de repente ; la chica estaba escampándose en un ala , al lado
de la facultad de química; ¡mierda¡ ya no se sabe, cuando es verano y cuando es
invierno, tan deteriorado está, éste planeta, por todos los atropellos, que le
hemos hecho; que ya, hasta se está desintegrando; sí, que tiempo tan desigual;
¡ no joda carajo¡.
Se hallaba recostada
a la pared, con las manos cruzadas, sobre el pecho y apretando su mochila,
indecisa dio un giro hacía la derecha; en ese momento, Clara Inés venia por el
pasillo, ya llegando a la esquina, se sentía contenta, sin duda, estaba
enamorada de su profesor y Diego; bueno no se lo había contado todavía, pero
ahora si tendría que decírselo; ¡pobre! , bueno
la vida es así; y de repente, las dos se encontraron, sus rostros,
quedaron uno frente al otro.
La chica, sin saber
que hacer, intentó correrse hacía un lado, lo mismo le sucedió a ella; la
fortuna o la dicha, las volvía a reunir, la lluvia arreciaba, terminaron
tomándose un café, Clara Inés, se interesó por sus asuntos; ¿de modo qué estas
escribiendo cosas?, sí, y me encantaría, que me las ayudaras a corregir, ya que
tienes, más experiencia que yo, en esas cuestiones, pues ya eres prácticamente
una profesora, no, yo tengo un corrector que permanece conmigo noche y día,
siempre está a mí lado; ella no quiso preguntar de quien se trataba, supuso,
que era el mismo hombre, con el que la había visto.
¿Pero te puedo seguir llamando?, ¡claro que sí!,
¡llámame!, bueno, ya me tengo que ir, porque tengo un reunión urgente; Isadora tomó
sus manos y las beso, ella sonrió con agrado.
Isadora ,se quedó
sentada y se puso a escribir sobre una hoja en blanco; a ésta pila rica,hubo un tiempo
en el que, estuve a punto de enviarle una carta y de echarle en cara, su odiosa
cobardía y le habría dicho, por ejemplo; me elevaré como un cometa y me estrellaré
contra la tierra y la atravesaré de lado a lado y entonces te buscaré para
cobrarte tú odiosa e indecisa forma de amar, tú odiosa cobardía y hasta quizás
te fulminaría y caería sobre ti como un rayo…, pero en lugar de eso, te bese
las manos.
Beatriz Elena reservados © Derechos todos
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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