CAPITULO XXVI
LA AMISTAD
Entonces le dijo; ¿sabes
una cosa? Cuando era un chico como tú sentí, de algún modo pensé, que mí padre
se había comido el cadáver de mí mamá. ¿Qué? con sumo interés Hunder Alexander,
paró en seco su llanto y se secó con los nudillos de sus manitas; ¡ten! ; dijo
Ricaurte, invocando su buena suerte y le dio un pañuelo, con el que el niño terminó
de secarse.
Se levantó y le aseguró,
bueno, no tanto como comérselo; pero al menos eso era lo que yo creía; ¿quieres
qué te lo cuente? ¡Dale! ¡Dale! sí
claro; entonces vamos y por ahí derecho, te invitó a un helado. Al voltear
Ricaurte, vio a Diego, que agitado buscaba con la mirada, al encontrarse con la
de esté, le hizo un ademán para que se retirara.
Así lo comprendió Diego,
que los miró alejarse, tomados de la mano; suspiró aliviado, pero al tiempo
pensó; creo que estoy perdiendo a un amigo; en fin, ya habrá tiempo para eso.
¿Con sabor a vainilla
Muchacho? Sí, aunque con sabor también a frutas. ¡Je, je, je!, riose el despachador; le pondré
un poquito de todo; toma hijo, pruébalo y veraz que delicia; al recibirlo
Hunder Alexander, lo lamió gustoso y ya con la boca llena de crema preguntó ¿Y
qué pasó?
Tú nombre es ¿Hunder
Alexander? Sí, ¿Por qué? Es que quiero llamarte tan sólo Alex; ¿te molesta? esté
se encogió de hombros; ¡um! ; Veraz, es que pienso que aunque tú nombre es muy
lindo; y aunque encierra todo lo que tú eres, la persona que te lo puso; te lo colocó
demasiado largo y… está bien, dime como quieras, para el caso me da igual.
Hasta esté momento,
ya que antes tan sólo era un señor barrigón y ajeno, la presencia de Ricaurte cobró
una imagen dimensional, que lo elevó a los ojos del niño, hasta revestirlo de
una cierta divinidad, no vista en ningún hombre hasta ahora; ¡a, bueno!, exceptuando,
quizás Diego.
Cuéntame pues ya; ¡cuenta!,
¡cuenta!; tan seria era su expresión que Ricaurte tuvo que disimular, para no echarse
a reír, sin embargo continuó; tenía yo más o menos de siete a seis años, al
decir esto arqueó una ceja y prosiguió, en un tono más bien solemne; pero
recuerdo muy bien todo, a mí padre, que era un hombre muy austero; aunque en el
fondo, sé que era muy bueno y sé que me amaba como a nadie.
¿Qué es austero?
¡Vaya!, ¡que eres precoz! para no complicar tanto esté asunto, te diré que era
exigente, más bien rígido; pero no sólo con los demás sino con el mismo; o
hasta quizá, tan sólo era un hombre infinitamente solo. ¿Era un militar? Cabizbajo
y dando paso lentos respondió; no, el caso es que, era tan sólo, un simple
agente vendedor.
Hunder Alexander;
perdón Alex, se limpió con el dorso de la mano la boca, llena de crema, había
olvidado el pañuelo en sus bolsillos, a decir verdad no le importaba. Ricaurte continuó;
pero viajaba por todo el país, hasta visitaba ciudades importantes.
Era un tipo
importante; aseguró Alex; ¿tú crees? dijo Ricaurte mirándolo; ¡um sí que lo
era! Bueno, él siempre viajaba con mamá, ella nunca, nunca quiso que viajara solo; a mí, me cuidaba mí abuela y
aunque me trataba bien, me mimaba mucho, yo hubiera preferido que fuera mamá,
la que siempre permaneciera a mí lado.
Un día mí abuela,
recibió una llamada y habló mucho rato por teléfono y cuando colgó se echo a
llorar; su llanto me partía el alma, yo estaba escondido detrás del sofá; era
que no quería que supiera, que la estaba viendo.
A mí ella, no me contó
nada, pero luego vinieron unos señores muy elegantes, vestidos de traje y hablaron
mucho, nunca pude escuchar con claridad, lo que decían; hablaban en murmullos,
como si temiesen que alguien los escuchara.
Ricaurte se detuvo, miró
a Alex, que tenía ya, el ultimó cucurucho del helado entre sus dedos; un día la
casa se llenó de flores, que traían un extraño olor; a mí eso no me gustó para
nada; pero me tocó aguantarme, y porque estuvieron yendo un poco de mujeres a
rezar. Mí abuela permanecía siempre con la cabeza baja y la boca apretada como
una mueca.
Esperaba todos los
días, todas las noches a que mis padres regresaran, mientras escuchaba los continuos
llantos de las mujeres dentro de la casa, ya que yo me sentaba en el quicio de
la entrada. Pasaron los días y ella se
me acercó y me dijo; Ricaurte, mijo, tienes que ser fuerte; tú mamá, nunca va a
regresar; ¿pero porqué?
Ella se puso a
mirarme, me estrechó entre sus brazos y me dijo; ¡ay mijo!, yo no soy capaz de
decirte nada, perdóname, es mejor que te lo diga tú padre, cuando regrese del
viaje y se fue callada a encerrarse en su pieza.
Una semana después regresó
mi padre, Lucia muy pálido y hasta delgado y andaba cabizbajo, con las manos
atrás de la espalda, andaba de allá, para acá como alma en pena; escondido
detrás de las puertas del sofá, yo lo veía pasearse. Pero un día me vio y me llamó,
se sentó en el sofá y me cargo en sus rodillas, apretó mí cabeza contra su
pecho y me dijo; Ricaurte, mijo tú madre murió y ahora estamos solos; ¡hay!
Como sí, yo no lo supiera.
Entre los dos se hizo
un abismo de aguas, me aparté y lo miré diciéndole, eso no es cierto, quiero
verla, quiero verla, él se quedó calladito, con las manos apretadas; quiero ver
tan sólo su cuerpo, grité; se levantó y me dijo, hijo, eso tampoco va a ser
posible; no hay cuerpo, ella murió calcinada.
¿Qué, calcinada? Sí
hijo, es que en el hotel en donde nos hospedábamos, sin saber cómo, se produjo
un incendio, ella no tuvo tiempo de salir, a mí no me paso nada, porque en esos
momentos yo no estaba, fue una cosa terrible; creo que a mí padre casi le da un
infarto o yo no sé; el caso es que permaneció de pié, con la cabeza baja y las lágrimas
chorreando por su cara; hasta que al fin, me dijo; tan sólo tengo está cajita,
tómala.
Sin pensarlo dos
veces, la tomé entre mis temblorosas y ávidas manos y al abrirla me encontré, mí
pequeño amigo, tan sólo con unas cenizas. Tú no sabes lo que yo sentí; parecía
como si la tierra se abriera debajo de mis pies; hasta hubiese preferido eso
¿sabes? Ricaurte se detuvo y por un momento se recluyó en un rincón del tiempo
sin porvenir.
Alex supo apreciar en
parte la intensa emoción que esté sentía, porque también percibió un ligero
vértigo que casi lo hace trastabillar.
En silencio ambos se sostuvieron
la mirada, pronto Ricaurte prosiguió, lo que creo que paso, es que me despojé
de todo, de mí rabia, del dolor de esa perdida y al instante le arrojé la
cajita a los pies; y le grité, ¡mentira!, ¡mentira! ¡Tú la mataste! Pero en
fin..., suspiró; el tiempo pasa y pasa y poco a poco, uno entra en incursión
con las cosas nuevas:
¡No, no es eso!, protestó
Alex, lo que pasa, es que esas cosas juegan a las escondidas; ¿a las
escondidas? ¡Ja, Ja, Ja!, jamás había visto una descripción tan fiel al perfil
de las cosas que nos estremecen. Aquí recordó, que jamás podría librarse de ese
extraño desasosiego, que le quedó después de la pérdida de su madre.
Alex bostezó cansado,
al fin de cuentas, era tan sólo un niño. ¡Ven! vamos a buscar a tú, tú, a
Lilia; musitó en voz baja Ricaurte, en ese momento pasó un bus pitando tan
fuerte, que casi les arranca de una, los tímpanos.
Alex que ya había
terminado su helado, fijó sus cansados ojillos en Ricaurte y de pronto le
pareció verse reflejado en esté; aún más, supo que Ricaurte tenía algo dentro,
que también era suyo, muy suyo y que todas las cosas, tienen algo que nos hace,
ser parte de ellas. Entonces sintió que lo amaba.
¿Te gustó el helado? Sí
estaba rico; pero es que eso no era un helado; era un cono; el hombre entornó
los ojos; ya veo; no es lo mismo un bus que su conductor; pero igual ¿te gustó?
Bueno y dime ¿cuál era la razón por la qué te querías escapar?
En vez de
responderle, Alex bajo la cabeza, para levantarla de inmediato y lanzarle está
pregunta; ¿amabas a tú padre? Sí, mucho más de lo que puedas imaginar; pero y si
te hubiera dicho mentiras… ¿qué mentiras?, es que como él, dice que esa señora
que está allá arriba, es mí mamá; ¡y sí qué lo es!, ¿y cómo lo sabes? ¿Olvidas qué
vine con ella?; Alex sé entregó al silencio; ¿dije algo malo? No es que…
Mira Alex, aunque yo
sé, que mí padre no me mintió; en mí mente siempre estuvo el deseo de
investigar más acerca y con respecto a mamá y tú deberías hacer lo mismo; no
sabes cuánto te ama ella y cuanto ha padecido por ti; lo sé, pero… ¡va! ya no
te atormentes muchacho, ¡mira! si mí padre me hubiese mentido, tenlo por seguro,
que ya lo habría perdonado. Se lo dijo de un modo tan tajante y era tan sólo,
porque quería ganarlo para ella y para su moribundo padre.
¿Sabes? el hecho de
que la señora Lilia, haya estado separada de ti, no significa que no te amara;
yo incluso soy testigo fiel, de que ella te ha buscado demasiado; te diré,
todos los seres humanos cometemos errores; pero no obstante, de eso hay que
aprender. Así es como se aprende a amar, a comprender a los demás y también a
perdonar.
La vida real es como
una novela; ¡va, no me gustan las novelas!; no hablo de esas novelas, que
presentan a diario en la televisión, hablo de las buenas novelas; de esas que
uno lee en los libros; aunque claro, admito, que las que presentan en la
televisión, son muy divertidas, digo, ¿no?
Alex bostezó de
nuevo, mientras caminaban y es que de algún modo, se hallaban lejos de la
clínica, sin darse cuenta siempre habían hecho un recorrido bastante largo hacía
la parte opuesta, del otro lado.
Con modorra el niño
respondió, es que yo tampoco he leído novelas; lo sé, lo sé hijo; porque es
que, yo quiero leer es cuentos; ya los tendrás, pero mira Alex, algún día lo
entenderás, y ya con el tiempo, cuando hayas aprendido a amar a tú madre y a
perdonar a tú padre y hasta quizás hayas leído alguna buena novela; veras lo
fascinante que es eso, porque veras Alex, la novela escrita tiene el encanto de
hacerte imaginar los personajes, de imaginar cosas.
Alex tenía frío y se aferró
a las manos de Ricaurte, que pese a su emoción, comprendió y aceleró el paso de
regreso y continuó; de imaginar hasta sus gestos, de representártelos y lo más
importante hasta de pensarlos…entonces quizás, sabrás que es pensarte a ti
mismo, aunque tú creas que no eres ellos, de algún modo lo eres.
De no haber sido
porque estaba en movimiento, lo más seguro es que el niño ya se habría quedado
dormido; sin embargo, cuando llegaron a una esquina tuvieron que detenerse a
esperar que el semáforo cambiara. Ricaurte cesó de hablar y esté lo miró;
entonces sus ojos de pequeño fulguraron; de repente se había convertido en un soñador,
ya era un adolecente, pero también un hombre muy interesante; ¡ejem! Bueno, eso era lo que él creía en esos
momentos.
Ya sólo faltaba
cruzar la esquina para entrar a la clínica y Ricaurte volvió a dejar escuchar
su voz; anda ve para donde tú mamá y entrégate a ella, ya que algún día,
tendrás que aprender, a desaprenderte de ella.
Cruzaron y se
detuvieron unos segundos, entonces Alex le dijo; ¿sabe qué don Ricaurte, acerca
de esas cosas qué me dijo hace rato?, no le entendí ni mu; pero venga acompáñeme
a subir; ¡Qué bien, venga vamos pues! , mientras subían por el ascensor, Hunder
Alexander sentía que algo había cambiado dentro de sí; algo; y es que esté
Ricaurte es todo un hombre; se dijo.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA.
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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