CAPITULO IV
ANTONIO
ANTONIO
El hombre bostezó con
pereza, había estado clavado leyendo acerca de las religiones, y ya le estaba dando
un poco de sueño, entonces sintió que timbraron; presuroso, se dirigió a abrir,
supuso, que era ; pero en lugar de eso, se encontró con dos hombres y una mujer
que traían una biblia en sus manos.
¡Buenas tardes
hermano!, queremos compartir con usted acerca de la biblia; a, sí, a mí me
gusta leer la biblia; bien puedan síganse; vea, yo soy el pastor Roberto
Sánchez, y ellos son Rubiela y Darío; ¡mucho gusto, síganse!
Eso hablaron, de que si
esto, que si de aquello, de las religiones falsas, hasta que al fin, el pastor
le dijo; ¡veo hermano!, por todo lo que hemos estado conversando, que usted,
esta bien encaminado; la mujer, Rubiela, agregó, lo invitamos a que se una a
nuestra congregación, a que visite nuestra iglesia.
Pero como éste, se
quedara por unos segundos pensativo; Darío insistió, ¡anímese hombre!, tenga en
cuenta, que la nuestra, es la iglesia verdadera; así es; dijo la mujer, además
nosotros pensamos, que para llegar al cielo; no se necesitan de las obras.
Sí, dijo el pastor;
es que las obras no salvan a nadie, mientras que la fe si; éste, aún no respondía
nada, entonces Darío contribuyó, y si usted se convierte, asiste a nuestro
culto, lee la biblia, con eso, nada más, ya ha alcanzado la salvación. Bueno,
pero explíqueme uuuna cosa, a aunque yo tampoco creo en los sacerdotes, ¿esa
tal santa teresa l, l, l, l, la monja esa, que dizque, ayudaba a los leprosos,
y a, a, a, l, l, l, l los enfermos?
El pastor se puso muy
serio, y dijo; ¡vea hermano, para nosotros eso no cuenta!, las obras, como ya
se lo dijimos no valen nada; lo que cuenta es la fe, la fe en Jesucristo, nada más.
Sí, repuso la mujer; además, los católicos suelen rendir tributo a los muertos;
y eso, agregó Darío, no es más, que puro paganismo, pura idolatría; ¡sí, cómo
le p, p, parece dizque adorando a la virgen y a los santos! ¡Lo ve! ¡Por eso es bueno, que asista usted a nuestro
culto!; ¡creo, q, q, que tiene razón pastor!, ¡voy a tratar de estar allá, el
domingo!
Entonces, todos se
despidieron con un fuerte apretón de manos; así quedaba sellado un pacto entre hermanos;
pero antes de que salieran Antonio, platicó con Darío y le pidió un favorcito,
que éste se comprometió a hacerle; desde luego yo, hablaré con ella. Frecuentó la
iglesia con mucha constancia y así, trascurrieron los días, entre lecturas,
cultos y oraciones en voz alta; hasta que llegó un día, en que el pastor se le arrimó;
hermano, la constancia suya tiene un premio ¿no cree usted? ¿Por qué? Porque ya
es hora de hacer los preparativos, para que se bautice.
¡P, p, p, p, yo no sé!;
¡vea hombre!, he notado una cosa y es que cada vez que usted se pone nervioso,
como que gaguea; ¡a sí, eso me mm me pasa a veces! ¡Um! en todo caso, aproveche,
que el próximo mes; eso, cae un domingo, muchos fieles van a ser bautizados;
no, pastor, lo que usted diga.
Después de algunos
ayunos y de más oraciones, pidiendo por la conversión de los infieles; llegó al
fin, el tan anhelado día. Los fieles llenaron aquel local seleccionado, que antaño
había sido un viejo teatro; hoy, acomodado para el culto protestante; pronto
las bancas se llenaron, delante había una piscina, previamente arreglada, los
asistentes tenían una panorámica amplia de todo lo que acaecería; pronto un grupo
de mujeres vestidas de túnicas blancas, formaron una fila, iban a ser
bautizadas.
Para bajar a la
piscina, lo hacían por una escalera, que estaba dentro del agua; las más viejas, eran ayudadas por
otras, que ya estaban más experimentadas en el oficio; del otro lado, el pastor
esperaba con una biblia en la mano; de la cual, leía lo referente a estos
casos, y la otra la Imponía sobre la
cabeza a las mujeres; que al sumergirse, con el agua hasta el cuello, salían, del otro
lado, de igual modo sucedió con los hombres.
El pastor permitió
que se tomaran algunas fotografías y hasta él posó para eso, ese día hubo
cantos, aplausos y uno que otro lloriqueo. Antonio suspiró aliviado, ya es un
hecho, pensó, he sido lavado de mis culpas, por fin estoy, dentro de la verdadera iglesia,
los días se transcurrieron de igual forma, y una de las cosas que no olvidaba
Antonio, era que los papas romanos valiéndose de artimañas, habían sustituido
el día de descanso, o sea el sábado, por el día domingo; ¡pobres los que han
sido engañados, por los tales curas!; pensaba.
El hombre escuchaba a
los pastores predicar, pero algo que llevaba dentro no lo dejaba en paz; esa puerca
de Amanda, ¡gas!, no puedo olvidarme de lo que ese día vi; ¡que tal esa
cochina!
Cierto día, invitaron
a un pastor a predicar dentro de esa iglesia, y lo que éste predicó, dejó a
Antonio más convencido, de lo que tenía que hacer; ese hombre era de estatura
media, grueso, su cabello estaba colocándose blanco y eso le confería una
cierta aureola de respeto y además predicaba con tanta fuerza, que sus fieles
caían en una especie de delirio, ese día muchos de sus personales seguidores
estaban allí; algunos lloraban, otros gemían, en fin, el discurso de aquella
ocasión, trató sobre, lo siguiente; el pastor hablaba recio.
¡Por eso, hermanos os
exhorto, a que dejéis esas malas compañías!, ya que si un pecador, no se quiere
convertir; termina siendo una fruta podrida, que daña a las demás en esté caso os hablo de las lesbianas, y de
los homosexuales, ya que éstos, escoria son y de ellos no será el reino de los
cielos y para ellos están reservados los castigos más atroces.
Y mientras así
hablaba, su cara se iba encendiendo, hasta ponerse roja, era como si el agua y
el aceite caliente, se mezclaran en ella, con la gran ira de los infiernos.
Antonio, el bueno de Antonio, lo escuchaba con el corazón palpitando, en el pleno
éxtasis de la aprobación.
Entonces, todos
terminaban aplaudiéndolo y gritando, pero lo más extraño de todo, era, que
antes, de que comenzaran a glorificar a Dios, el pastor se salía con rapidez
del auditorio, como si algo le molestara.
Para sus adentros,
Antonio pensaba; Amanda, no me cabe la menor duda, es una pecadora, tengo que
hacer que se arrepienta; sí, es para que ella, no se siga contaminando, no me
queda más, que entregársela al diablo.
Hablaré con esté
pastor, tengo que hacer algo; y es que Antonio, nunca olvidaría la noche en que sin ser visto ; vio a Amanda ,en
compañía de una mujer , la que según su criterio, era bastante atractiva y por tanto; ella debería
estar con un hombre y no con una mujer, dijo para si, tragándose las palabras.
Era una hora
avanzada, algo así, como entre las diez y las once, aunque todavía, el señor
que vendía papitas fritas con su mujer; estaba en su puesto; esto, además por ser
un día viernes, un día de movimiento.
De repente, la mujer
se arrojó a los brazos de Amanda y se besaron con mucha pasión, habiendo tanta
gente, como había ese día; yo espero que nadie más, las haya visto, ¡que
vergüenza!
A la contemplación de
algo, que violenta nuestro orden mental y nos conduce a lo desconocido; lo amorfo
entra, mejor, surge conduciendo al espíritu al espanto.
Antonio, estuvo a
punto de desquiciarse de indignación; aquello era intolerable; pensó, y en un
acceso de ira, confirmó la doble extrañeza de algo, que lo hizo gritar muy
dentro; ¡gas qué asco! alzó la vista, y vio al pastor, que con premura atravesaba
la puerta de salida, se va a ir, tengo que hablar con él ; se levantó de prisa,
rápido, con un movimiento , que ladeaba su cuerpo hacía delante, pero ya
caminaba con la cabeza baja y el brazo derecho le colgaba , debajo de un hombro
caído.
¡Pastor, pastor!, éste
se hizo, como si no lo hubiese escuchado y prosiguió andando hacía la calle;
Antonio persistió,¡ ha ,ha ,ha hágame el favor!, ¡es que tengo que hablar con
usted!; éste se detuvo y con una mirada ladeada, le dijo,¡ sí claro!; ¿dígame
hermano, qué se le ofrece ?; con un movimiento casi calculado, el pastor,
permitió que éste se situara hacía uno de sus lados, entonces lo miró y con
sorpresa le dijo;¡ A! , ¡Yo a usted lo conozco!; ¿será?
¿No estuvo la semana
pasada en nuestra sede central? así, yo, yo, voy algunas veces a las
actividades que se realizan en nuestra sede; ¿su nombre hermano, no es,
Antonio? Al ver, que el pastor sabía su nombre, Antonio se enorgulleció, y
dijo, con la cabeza alzada; sí, sí pastor, ese es mí nombre; ya veo, supongo
que le gustó mí discurso, ¿no es así? ; Como no pastor, me gustó mucho, y es
por eso, que quiero hablar con usted; ¡no faltaba más, hermano!, ¡camine, venga
lo invito, a que nos tomemos una gaseosa a la panadería del frente!
Al llegar se pararon
frente al mostrador, y la muchacha, la tendera, por hacer una deferencia con
ellos, les dijo, ¿desean tomar café?, es una cortesía de la casa; a lo que el
pastor rebulló; ¡el café, no debe tomarse porque es pecado!; la tendera se
encogió de hombros y preguntó impaciente, ¿qué van a tomar entonces? Los hombres optaron por tomar gaseosas.
El pastor colocó uno
de los codos sobre el mostrador, en un intento por quedarse allí; pero Antonio
le dio a entender que su confidencia era especial, y no quería que nadie lo
escuchara; así que salieron, y se sentaron en una de las mesas de afuera.
Es que, no sé como
decírselo; dijo Antonio, mientras se retorcía las manos; el pastor se había subido
un poco las mangas de sus pantalones, ya que las tenía un poco más largas de lo usual; con ese
movimiento dejó ver unas piernas negruzcas y velludas, quizá así, se sentía más cómodo. A un buen observador, no le habría sido
difícil, el notar semejante desacuerdo entre la piel del rostro y de los
brazos, que eran más claros, con ese color, medio chamuscado de su piel, en la
parte inferior.
Sin embargo Antonio,
que no lo era, lo miró sin verlo, el pastor bajo con rapidez la bota de su
pantalón, para no sentirse aludido. Antonio tomó aire, y luego añadió, exhalando
a su vez; ¡es que, verá usted, tengo una hermana!, ¡bueno, una media hermana!, ¡no,
que vergüenza pastor! ; El pastor que lo miraba, no podía evitar, dejar de mostrar,
una cierta sonrisilla de satisfacción, que se bamboleaba desde la comisura de
sus labios delgados.
Pronto la panadería
se fue llenando de murmullos, que invadían el aire matinal, ya próximo a la
hora cero, a la hora en que la iglesia del parque, haría sonar las doce
campanadas ; para agilizar las cosas, el pastor dijo ; ¿sé trata de Amanda, ¿cierto?; ¿u,u,u,u,u,us, usted cómo lo sabe?;
no se preocupe hermano, en nuestra congregación averiguamos ciertas cosas ;
detalles ínfimos, cosas de rutina, usted sabe, nuestra congregación tiene que
cuidar su imagen, y no podemos darnos el lujo, de echarlo todo a perder, por
alguna mala conducta de nuestros fieles.
¡P, pero es que ella
es una iiinfiel! ; ¡por lo mismo, por lo mismo Antonio!, ¡ella es un oveja descarriada!;
dijo él pastor, entornando los ojos al cielo, ¡qué digo!, fijándolos en el techo
de la panadería, que también abarcaba la puerta de afuera; ¿pero qué sabe de
ella; eee, es qué a, aca, acá, acaso la
han visto?
No se inquiete
hermano; tan sólo tenemos sospechas de que ella cómete pecados contra natura,
¡y, y eso! ; Dijo el pastor cubriéndose el rostro y fingiendo gran pena, ¡usted
sabe! ¡Los castigos tan grandes que eso acarrea!; ¿cierto pastor?, ¡y fíjese,
que yo si la he visto!, dijo Antonio con rapidez, y en la medida que hablaba,
su rostro se encendía, sus labios que descendían en una mueca de odio hacía el
lado derecho, salivaron y sus ojos, de un negro opaco se empequeñecieron.
¡No con otra mujer!, exclamó
el pastor, destapándose el rostro y mostrando ciertas chispas rojizas en sus
ojos; enérgico afirmó; ¡debemos detenerla, para que ya no siga en ese camino de
oprobio y de maldad! ; De eso, es preciso que me aconseje usted; ¿qué es lo qué
tengo qué hacer, para convertirla a nuestra iglesia?
Hizo muy bien, al
acudir a mí; ¿y ya probó de intentar hablarle y de hacerle ver, que está en un
error?, ¿y qué lo qué debe de hacer, es leer la palabra? Ya lo hice en alguna
ocasión, sin resultado; bueno, no lo hice de una manera directa, pero le pedí
el favor a Darío; ¡que bien!, él ,es uno de los nuestros; lo malo es qué, creo
que falló; no importa, déjemelo a mí; yo voy a mirar que
se puede hacer; ¿y qué tal, si usted y yo volvemos a hablar la semana entrante?,
al decir esto, el pastor bajo el tono de su voz ; era como si temiese, que
alguien lo escuchase.
¿Es qué sabe?, si
nuestro amigo Darío no logra convencerla, tenemos otros métodos; lo dijo esbozando
de nuevo, esa sonrisilla mal disimulada, aquí le dejo mí tarjeta, para que me
llame y consultemos una nueva cita. La guardó y ésta, dio un extraño visaje, terminó
de tomarse la gaseosa, se levantó y se marchó; mientras que, el pastor, aún no
podía librarse de algunos seguidores que lo rodeaban.
Cuando al fin lo
consiguió, abordó su lujoso carro y mientras manejaba, pensó con ira; es el colmo,
habiendo tantos hombres como yo ¿cómo pueden esas pecadoras hacer eso?
Una tras otra,
comenzaron a sonar las doce campanadas; una tras otra... y mientras el sol, por
lo fuerte atravesaba la piel, de los parroquianos, casi hasta el cansancio; el
pastor se alejaba ya, con rumbo a la ciudad.
Beatriz
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BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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