CAPITULO XXXIX
LO IMPREVISTO
Se secó las manos en el
delantal, qué llevaba puesto y luego se fue a la sala a escuchar las noticias
de las doce, Diego pasó y con la mano se despidió y ella pensó, se fue y sin
siquiera tomar café ¿y Evita, mí niña querida, no regresara hasta la tarde?, se
sentó en un sillón de la sala, no sin antes apagar la televisión y un silencio
lacónico la inundó.
Se rascó la cabeza, casi
sin darse cuenta, no estaba acostumbrada a sentirse sola y mucho menos, a
sentirse así, con ese agobio en el alma y murmuró; ¡Dios mío, cuán solos,
estamos en el mundo!
¿Qué haré, qué me pongo a
hacer? Ya acabé con todos los destinos; y por un segundo pensó, voy a leer uno
de esos libros extraños, que Diego tiene, entonces con premura se dirigió hacía
la habitación de este.
Al llegar y ver los
libros, le era imposible decidirse por uno en especial; varios estaban apiñados
sobre la mesa que hacía de escritorio, Al fin se decidió por uno, que estaba
más retraído, es decir, un poco retirado de los demás y lo abrió en la primera parte y, esto era lo
qué decía; ¡hay! del qué, al dormir se entrega y descuida sus tesoros, porque
dice ¡he a! , entreguémonos en brazos de Morfeo[1]
y embriagué monos en su dulzura y pesadez; ¡pobre!, no sabe cuán oscuro y
terrible es Morfeo, porque mientras esté
duerme, ¡ese tal!, podría venir y saquear su casa; su patio y sus cosas,
sembrar la muerte y la casa queda a merced de la tempestad. ¡He aquí qué una
cosa os digo! ; ¡Velad!, ¡Velad! ¡Velad siempre! y sed sujetos de vuestros
sueños. Sed vosotros los que ponéis orden y gobierno en vuestras casas y en
vuestras imágenes y todo esto, para que no seáis, el objeto de burla del señor
de la noche, y es qué él, juega con vosotros y os puede hacer sus prisioneros.
¿No, pero qué es esto tan
raro?; ¡ay! , yo no sé como mí pobre hijo, sobrevive a estas cosas tan
extrañas. En definitiva no hay derecho, no señor, no hay derecho; ¡he parece
qué no tuvieran más nada que hacer! No, ¡ay!, qué pereza la qué está haciendo;
mejor, me voy a echar una siesta.
Salió de la habitación de
su hijo; exclamando; ¡estoy muerta de cansancio!, mejor me voy a dormir y se
introdujo en su habitación.
El ventanal que daba al
patio, estaba abierto y las amplias cortinas de un color rosa pálido, estaban
desplegadas hacía los lados, sintió la brisa que se pegó en sus mejillas y
sonrío con delicadeza, lo cerró.
A pesar, de ser una
persona amigable y abierta, siempre se mantuvo un poco hostil, a qué personas
extrañas se introdujeran a su habitación, se sentó a la orilla de su cama; está
era una imitación de un modelo viejo, Luis XV
o algo así, pero era de madera fina y se veía bien; suspiro y tomó un
portarretratos, en donde, se veía a su esposo abrazando a Diego y a Evita. Lo
contempló un ratito y luego lo volvió a colocar en su sitio.
Tan lindos qué se ven mis
hijos, Diego estaba jovencito y ver ahora; es todo un hombre, ¿cómo pasa el
tiempo, no? y se tocó la cara; ya he envejecido mucho, sin duda; pero bueno,
así tiene qué ser, me hubiera gustado qué nunca crecieran, tenerlos así, en esa
edad es muy enternecedor.
Se quitó las pantuflas,
también las pinzas qué contenían su cabello y se reclinó sobre las almohadas y
se colocó una manta sobre las piernas. Sin embargo la bostezadora ya le había
pasado y sin querer, aquella advertencia resonaba sobre su cabeza; ¡velad,
velad siempre! ¿Qué querrá decir eso? ¡Hay no!, ¡qué hartera!
Tendré, que buscar en los
diccionarios qué Diego tiene guardados; pero no, mejor voy a intentar dormir,
esas cosas dejémoselas a los locos, que se ocupan de eso.
Entonces se acomodó, en
forma de feto, pero a los dos segundos volvió a sentarse; ¡hay no! , yo no
estoy acostumbrada a dormir de día, colocó de nuevo sus píes dentro de sus
pantuflas y se dirigió al baño, se desvistió con lentitud, lo hizo en frente
del espejo, se miró los senos y exclamó horrorizada, fue como si por primera
vez se hubiera visto reflejada.
¡Hay no!, ¡qué cosa más
fea! , una para vieja, si, se le cae todo; ya hasta las tetas, las tengo
caídas. Ya luego se colocó debajo de la ducha, la abrió y pese a todo, a su
propio desengaño, disfrutó del agua tibia que bajaba por su cuerpo
envolviéndola, dentro de una atmósfera cariñosa; una vez que salió, se dispuso
a secarse con mucho cuidado y se vistió con una bata, una salida de baño; que
guardaba como recuerdo de los viejos tiempos, se puso un poco de perfume.
Puso sus píes sobre la
cama y se untó, una loción cremosa sobre sus tobillos y sus piernas; dos
lágrimas se salieron de sus mejillas, cuanto añoraba que su esposo viviera;
tengo que aprovechar el poco tiempo que me queda libre para dedicarme un poco
de cariño; pensó; entonces, se sentó al tocador y se maquilló un poco; ¡um, en
realidad no me veo tan mal!, todavía aguanto, pensó, estaba usando su lápiz
labial, cuando se oyó sonar el timbre del teléfono, de un modo casi automático
se levantó y se dirigió a contestarlo.
Bueno, sí; ¡alo!; al
escuchar la voz del otro lado, sintió que una lluvia menuditica, comenzó a caer
y se estremeció de píes a cabeza; sí, como no; doña Rafaela soy Neo, el parcero
de su hijo; a si, pero Diego no se encuentra; sí yo sé, lo qué pasa es quería
saludarla; yo pues, muy bien y ¿usted don Nelson? Vea Rafaela, con todo respeto;
a pesar de mí habladito yo, ya no soy el parcero de la esquina.
Ella guardó silencio;
¿alo, Rafaela, está todavía allí?; sí, sí don Nelson pero…, ¡hay Rafaela!, dejé
esos protocolos, a mí, dígame, Neo ¡por favor¡; todavía me acuerdo, cuando
usted y yo fuimos…; sí, pero eso fue antes de conocer a mí marido, bueno, sí,
el caso, es qué eso pertenece al pasado; no, es qué yo, no me olvido de
nuestras mira ditas, las qué nos dábamos, cuando usted pasaba de la mano con él.
¡Vea Neo! respete, qué
usted sabe, qué después de qué me case, yo jamás tuve ojos para otro; sí, lo
sé, pero es qué ayer en la tienda, noté, qué yo todavía, le soy de su agrado;
¿Qué, a usted cómo se le ocurre decirme esas cosas? Rafaela no se enoje, lo qué
pasa es qué yo, no he podido dejar de pensar en usted, todavía me gusta.
Al escuchar estas
palabras, ella se sonrojó y sintió que un calor la abrumaba hasta la más
intangible ranura de sus huesos. ¡Qué vergüenza! Pensó, sin embargo sabía que
él, la iba a llamar y fingió haberlo
olvidado; además, recuerde, que usted me dijo, que la podía llamar hoy; ¡hay
verdad! que tonta soy, lo había olvidado.
En definitiva, Neo le
agradaba más de lo que podía pensar; no sé que decirle, yo si le aprobé, lo de
la llamada; pero porque pensé, que se trataba de algún asunto sobre Diego; vea
Rafaela, no me diga nada, tan sólo, déjeme verla, un momento nada más, ella no
le respondió; ¡alo!, ¿está todavía hay?; ¿sí, sí, pero en dónde?, yo no me voy
a exponer por hay, para qué mis vecinas, comiencen a hablar lo que no es.
Vea Rafaela, las gentes
siempre van a tener un motivo para hablar mal de los demás, pero no les vamos a
dar esos motivos, tan sólo voy a su casa, con el pretexto de buscar a Diego;
¿Qué me dice? ¡Ay, no sé! , no sé; tan sólo dígame qué si, no se haga de rogar
más. Bueno, sí, esta bien, aquí lo esperó; pero tan sólo un momentito.
Al colgar el auricular
,está todavía sentía el calor en sus mejillas, se cogió la cara con ambas manos
y se quedó de pié, indecisa pero contenta, presurosa se cambio de ropa ,se puso
un vestido, y luego se lo quitó; mientras pensaba en cual otro ponerse; pero en
ese instante sonó el timbre y no le quedó más remedió qué echar mano de una
falda, un poco de color verdoso y combinarla con una blusa negra y se colocó
las sandalias de tacón, que hacía tiempo ya no usaba.
Con premura abrió la
puerta; ¿Neo, tan rápido llega?; sí, me moría de ganas de verla; pero pase,
pase; gracias; una vez dentro, ambos no sabían como tratarse, se pusieron
nerviosos.
Pero, siéntese; está
bien, mientras éste se acomodaba, en uno de los muebles de la sala; ella se
apresuró a abrir una de las ventanas, no es conveniente, que todo éste cerrado,
mientras está aquí, ¿hay Rafaela por Dios, en qué tiempos vive? mire, es una
mujer libre y no tiene que darle cuentas a nadie.
Sin embargo, cuando ella
se sentó, se restregó una mano contra la otra; no es fácil hablarle, pero ya
sabe que no soy el vago, que era antes, que estudio antropología en la
universidad y que usted es el amor de mí juventud; ella no supo que decir; si
reír o llorar, pero se contuvo; él se acercó un poco, empujando su trasero
hacía adelante y sin necesidad de levantarse, le tomó las manos, ya que ella,
se había sentado de frente.
Inclinó un poco la
cabeza; Rafaela, usted sabe que antes de casarse, yo todavía la pretendía y la
amaba; pero no la culpo por dejarme, ya qué siempre fui muy desjuiciado.
Ella levantó la cabeza y
sus ojos se iluminaron; no Neo, lo pasado, pasado está. ¿Tan sólo, dígame,
recuerda, aquella vez, qué nos besamos en el parque?; ¿sabe qué?, no, no lo
recuerdo; lo negó porque se había perturbado más de la cuenta; ella tosió,
intentando disimular.
Entonces Neo, se puso de
pié y sin qué ella pudiera reaccionar, la tomó de las manos con suavidad,
haciéndola levantar y él la estrechó entre sus brazos y al mismo tiempo la beso
con pasión.
Al sentir esos labios,
pegados a los suyos, sintió qué iba a desmayarse o ahogarse; pero ninguna de
estas cosas sucedió, además, quería suplicar, pidiendo auxilio, pero todo el
amor, la pasión que sentía por ese hombre, brotó, como un incendió, que le
hacía cosquillas en todo el cuerpo.
Entonces lo apartó
,diciéndole ; ¿cómo se atreve Neo?, ¡respéteme!, no ve, qué yo soy una mujer
decente, lo sé, pero es qué yo la amo, no ve, y antes de qué ella replicara,
volvió a besarla, con más ardor y ya
ella, no pudo o no quiso evitarlo y lo abrazo y se dejo besar, hasta que, el
teléfono replicó, no, no conteste por favor, está bien, ¿pero y qué va a decir
Diego y Evita cuándo lo sepan?; yo creo que nada, se darán cuenta, qué es usted
una mujer nueva y enamorada; ¿no?. Pero usted es más joven qué yo; ¿bueno y eso
qué? la diferencia de edad no importa, cuando se ama de verdad; además la
diferencia, no es mucha, qué digamos.
Bueno sí; ¿pero no cree,
qué lo más correcto es hablar con Diego?; claro qué sí ¿Pero no cree qué, está
usted grande cita, para estarle pidiendo permiso a sus hijos? ; Ella hizo un
mohín y un intento de enojarse, e irse;
no, pero no se vaya, mañana mismo, voy a pedirle su mano a Diego; ¿qué?
eso ni loca; ¿porqué? ¿Qué va a decir Diego, cuándo lo sepa?; ¡qué vergüenza!
¿Quién las entiende?,
¿prefiere entonces, qué nos veamos a escondidas?; no, pero…; el amor no es
ninguna vergüenza Rafaela, no somos unos maleantes; ¿no, pero a mí edad y con estas
cosas?; ¡vea! venga para acá; y la abrazó con ternura, usted no es ninguna
vieja y para mí, apenas es.
¿Neo, pero está usted
seguro de qué me ama, o tan sólo está tratando de burlarse de mí?; Neo, se la
quedó mirando y le dijo; bueno reconozco, qué no todo deseo es amor, pero… ¿a,
con qué eso es?; váyase, váyase de inmediato; no, es qué aún no he terminado;
¿a no? no, y es qué, no hay amor, sin deseo y al menos para mí es así.
Guardó ella
silenció y ya no dijo más; entonces él la beso en la frente, en la boca, en los
labios, que se abrieron con fruición.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
[1] MORFEO; se dice que es el dios del sueño.
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