CAPITULO XXIV
EL PEQUEÑO CAOS
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
Qué pena contigo Amanda,
quédate por favor aquí, que en cuanto pueda regreso; entonces ambos salieron y
ella miró hacía el patío y enseguida reconoció al niño que la había saludado; ésta
vez, jugaban a la pelota entre varios, pero su atención la llamo, un niño que
estaba, tirado boca abajo, sobre una plancha de cemento, con una mano sostenía
su rostro, mientras que con la otra se hurgaba la nariz.
Entonces otro niño, miró
a Hunder Alexander y le dijo; ¡que figurita!, ¿ya sé está sacando los mocos
parce?, en vez de eso, ¡camine a ver!, y juegue pelota con nosotros, el niño,
no respondió nada.
Amanda se sonrió y
volvió a suspirar; y en voz baja murmuró; sí, con alguien que significó mucho
para mí, pero que murió también; cerró entonces el libro y lo colocó en donde
estaba.
Apartó la mirada de
la ventana, dio una ojeada a la habitación, pero en ésta ocasión sin verla, y
no sabía qué hacer, si sentarse o continuar de pié; se paseó inquieta, y al
final optó por sentarse en la silla, que antes ocupara Diego, era una silla
giratoria; así que giró hacía un lado, luego hacía el otro, de repente la silla
se detuvo y ella quedó frente de la maquina.
Y miró la hoja en
blanco, que sólo tenía una letra; alelada se quedó mirándola, Diego se
demoraba; poco a poco el ruido de las risas de los niños se trasformó en un…, o
se hizo un eco lejano, al final, solo escuchaba, no, una sirena; no un viejo silbato,
de un tren; sino una oquedad craneana; era algo indefinible, una lejanía y una
cercanía como de una cosa insostenible, quizá era un punto indefinido.
No resistió más, la
proximidad de lo infinito, la estremeció, ahí estaba, como una apelación
silenciosa de lo que nunca se puede nombrar, no era el número indefinido, ni el
último peldaño del sin sentido, o de lo inabordable, era el comienzo de un
oleaje, hacía la concreción de la palabra.
No esperó más y
comenzó a teclear, a jugar con las palabras, sin rumbo, sin destino, sin ordenamientos conceptuales; algo no
premeditado, amor , amar, ver, vértigo por lo uno, vértigo del uno , náusea de
multitudes apretadas ; vértigo, náuseas de los señores del mal, el mal existe, ¡
total¡ ¿ qué es el mal? Tiranos de todos los lados.
De izquierda y de
derecha y tiranías solapadas, hasta quizás una falsa democracia, en fin,
engaños, mentiras, ¡mierda! inocencias mancilladas; conciencias compradas y
vendidas, asesinos de cuello blanco, aplausos sórdidos y ciegos.
Cerebros manipulados;
dirigidos por mentes astutas, casi de un modo sutil, sutil, juego de mentes; ¿y
la creación y el origen en dónde quedaban?
Estúpida, fui una
estúpida, al tratar de razonar, sobre una verdad, que sólo se halla en el alma,
lo subjetivo, dicen los científicos, siempre es dudoso; ¿pero qué ciencia, no
se fundó, bajo esa inherencia?
¡Al pozo! ¡Que se
vayan al pozo!, los que dicen, que no existen verdades subjetivas, eso no puede
ser real, afirman. Pero yo digo, lo universal se halla contenido en lo
subjetivo y su vez lo subjetivo se…, sí, lo universal es lo subjetivo,
estructurado a toda partícula o punto infinito e infinitesimal, o en otras
palabras también, micro, macro, cosmos.
Lo universal se hace
singular pensando, pensado, lo pensado, por medio de las palabras, que luego
abordan al lenguaje; o que luego el lenguaje nos hace abordar.
La realidad del
pensamiento, no es la realidad de la existencia; ¿a no? ¿Entonces qué se supone
qué es la realidad?, sí, pero claro, la realidad del pensamiento sigue
existiendo, existiendo siempre, sí, pero no quiero llegar a ningún silogismo;
es que si lo hago, me puedo volver hasta lógica, lógica, los lógicos son
estúpidos, yo soy una estúpida y a la larga no me siento mal por eso; es mejor
sentir, quiero sentir éste vértigo de la palabra fluida, es algo así, como un descenso,
como un ascenso en el que sólo danza mí alma, sí, danza, danza, sobre una
cuerda floja.
Que luego se tensa,
se tensa, entonces me vuelvo bailarín, una bailarina, un bailarín, sí, claro
que sí, yo existo en el pensamiento, soy un pensamiento que cabalga sobre y
dentro del mundo, no, no, me quiero
quebrar en la ruptura de los conceptos, si antes, hubo ruptura,
desquebraja miento, ahora, en éste instante supremo ya no lo hay.
Quizás esto cause intriga,
o sea sólo un juego de ajedrez, para los fisgones de la palabra; lo único que sé,
es que ahora existe un querer ser, que después ya no será.
De repente, sintió el
ardor de una mirada fascinante y fascinada detrás; entonces se volvió y
descubrió un cuadro, que se hallaba casi al frente de la cama de Diego, pero
que no se veía, por estar detrás de la puerta.
Era un hermoso gato
niño, de color blanco como nieve y parecía estar sentado, mirando con sus ojos
azul celeste, y lo más extraño, es que debajo, podía leerse; el león; tenaz,
tenaz, dijo y se colocó de pié y al hacerlo, tenía la boca abierta, como si
tragara bocanadas de aire, la mirada de la niña gato, buscaba un punto, o
quizás era ese punto; ¿y qué era lo qué parecía sostener esa mirada?
No, sin duda no era
el éxtasis, ni el asombro, ni la fascinación ¡Voces¡ ¡voces¡ se escucharon afuera
y la sacaron de su ensimismamiento ; Diego, decían ; ¡subamos, arriba!,¡
hacía la buhardilla!; allí ,podremos conversar tranquilos.
Sucedió, que cuando éste
salió, en el marco de la puerta principal; Lilia y Ricaurte esperaban muy
nerviosos; ella era una mujer todavía muy joven, de rasgos muy femeninos, alta
y de andar elegante, sin duda sus ropas eran finas y sus movimientos refinados;
¡si disculpe!, es que hemos estado tocando en la casa de enfrente, pero todo ha
sido en vano; y nos han informado, que aquí podrían orientarnos; si buenas
tardes y disculpe, ¿podría decirme quién es usted?; sí por supuesto, yo soy
Lilia, la madre de Hunder Alexander.
Diego, se quedó de
una pieza; aunque ya se lo imaginaba, pero sólo quiso ponerla a prueba, estar
seguro, que era ella; Rafaela que escuchaba detrás de la puerta, no resistió la
curiosidad y al escuchar, salió de un modo imprudente y expreso; ¿así qué es
usted?, ya lo sospechaba; ¿pero no le parece qué llega usted demasiado tarde? ¡Calla
madre!, no hables de lo que no sabes.
Con dificultad,
término accediendo; sabía que estaba actuando de un modo contrario a su forma
de ser; mamá por favor, trata de distraer a los niños, para que no salgan,
mientras llevo a estas personas arriba. A estas alturas Diego, daba gracias a Dios,
por la llegada de esta dama.
Lilia preguntó nerviosa;
¿está aquí mí niño? Diego respondió; todavía no; es necesario prepararlo,
acordar algunos detalles; entonces subieron con rapidez, ella agitada por
hondas emociones. Doña Rafaela se rascaba la cabeza con desesperación; mientras
que a su vez trataba de distraer a los niños.
Sin embargo, estaba
tan agitada y nerviosa que sin duda, debió de parecerles, muy graciosa, puesto
que todos dijeron a coro; ¡que figura parce!, doña Rafaela se rasca como si
tuviera piojos.
Hunder Alexander no
dijo nada, no pensaba lo mismo; Aunque seguía todavía, tendido boca abajo y de
vez en vez, hurgándose las narices, como un viejo, que por no tener nada que
hacer, se distraía, dejando pasar el tiempo entre sus dedos; ¡ya no juegue más, con esa, asquerosa materia
pegajosa!; le gritó Santiago.
No obstante, Hunder
Alexander, miraba la pelota, que giraba como un trompo, y que luego parecía
rebotar en el aire; en el aire…, lo más seguro, vacío y húmedo. En otras
ocasiones, giraba como un círculo, de un píe hacía otro, y se detenía por
momentos, bajo su mirada, que parecía perdida y adquiría entonces, tan sólo, la
forma de un punto.
A todas esas, la
camioneta escolar, que trasportaba a Evita, acababa de llegar y su conductor, pitaba
con insistencia; entonces, doña Rafaela salió a toda prisa, para recibir a su
hija. Hunder Alexander, que sabía observar muy bien y sin que nadie se lo
dijera, intuía, que ésta dama, actuaba así, cuando estaba a punto de un colapso.
Se levantó de la
plancha y se dirigió hacía el interior, para ver que sucedía. Miró hacía la
buhardilla y escuchó voces; hasta le pareció, reconocer, alguna voz familiar e
intima; intentó subir las escaleras, cuya madera estaba un poco gastada; oyó,
la voz de Evita, que con un fuerte abrazo saludaba a su mamá; y ya, doña
Rafaela olvidada de todo y de todos, se entregaba a su niña. Con regocijo, preguntó.
¿Cómo te fue en el colegio? Hoy aprendí, cosas nuevas; ¿sí, qué cosas?; decía
la madre cubriéndola de besos.
Evita alcanzó a ver a
Hunder Alexander; ¡hola, no sabes lo que te perdiste, por no ir al escuela!; éste
se encogió de hombros y ellas se alejaron cogidas de las manos. Las siguió con
la mirada y vio, que el cuarto de Diego, estaba abierto, alguien parecía estar
adentro; bueno, hasta puede, que sea Diego, pensó y se dirigió hacía allá.
Olvidada de todos, Amanda
meditaba; sin duda, el universo está formado por una serie de puntos infinitos,
que a su vez forman otros puntos.
Aunque los puntos más
difíciles de encontrar, se hallan inmersos dentro de aquellos que se llaman
suspensivos. Quizás suene a redundancia, pero creo que son puntos matemáticos, casi
indecibles y hasta difíciles de ver. O tal vez no existan.
Claro, aunque los
puntos suspensivos, son un trío de pausas prolongadas, que se forman dentro de
un vacío; pero que su vez, todo eso, es un intervalo de tiempo; ¿Pero qué
tiempo? Bueno, quizá en ese tiempo, surge un creador, uno que crea, mejor dicho
un sub- creador.
Sí, eso, pueden
significar los puntos suspensivos; pero claro, también es posible, que los
puntos, sean generados, por el caos que antecede a la configuración del mundo;
aunque también podríamos hablar de las partículas.
¿Quién es usted? Amanda
se volvió, al ver al niño, lo reconoció enseguida; ¿a, eres tú, el niño del patío?;
¿usted habla sola? Ella se sonrojó; no, en realidad no lo hacia, sólo pensaba ¡va, no se preocupe, yo también lo hago! Te vi ahora en el patío; ¿no te gusta jugar a
la pelota? No, yo prefiero coger hormigas de esas culonas, de esas grandotas y
que tienen hijos por detrás; aunque también, cojo gusanos; pero ya estos, son
muy feos y me pican.
Ya veo; eso es
interesante; yo también colecciono cosas; ¿así, qué cosas? Dijo con entusiasmo
el niño; aunque me pareció como sí, fuera usted una vaca mascando sola; ¿querrás
decir rumiando?; ¿qué es rumiar?;
No sé, algo así, como
dar vueltas, en torno a algo; no la entiendo; quizás, sea sólo girar, pensar;
no, eso si que no, las mujeres no piensan; ¿porqué crees eso?; creo que eso es
cosa de hombres; ¿así?, no me hagas reír, pues aunque se ría; bueno, dime; ¿quién
te dijo eso?
El niño la rehuyó, ya
parecía estar molesto; está bien, yo también colecciono piedras, piedrecillas y
entre más variadas sean, mejor; pero las piedras, no ponen huevos y por eso no
me gustan, prefiero las hormigas y los insectos que se mueven y que se
revuelcan cuando uno los aplasta.
Eso es porque les duele;
no, yo no creo, ellas no sienten ningún dolor; ¿con qué las aplastas? Con una
piedra grande; ¡ves, las piedras sirven para algo! Hunder Alexander no contestó;
¿bueno qué más te gusta? Me gusta Evita; aunque también a ratos me cae mal; ¿Evita?,
así, la hermanita de Diego; sí, a veces, me cae muy gorda, entonces le saco la
lengua; y le digo fea, fea. ¿Haces eso? Sí, si lo hago, porque me gusta, porque
me da la gana; ¡um!
¿Ahora dígame, usted cómo
se llama? Mí nombre es Amanda, ¿y puedo tutearte?; bueno, y yo, me llamo Hunder
Alexander, mí papá se llama Manuel y está muy enfermo, pero muy enfermo.
Lo siento, dijo ella,
bajando la cabeza; el niño, también inclinó la suya, y por un momento pareció
que iba a llorar; pero enseguida la levantó y le dijo; venga, le quiero mostrar
el frasco, en donde guardo las hormigas, lo tengo escondido, debajo de la cama;
ya regreso, espéreme.
Y mientras Hunder
Alexander y Amanda conversaban; Diego, Lilia y Ricaurte, intercambiaban
emociones en la buhardilla.
¡Vea don Diego!, es
que usted, no se alcanza a imaginar, la pesadilla que me ha tocado vivir; no se
esfuerce señora, ya Manuel, me lo contó todo, antes de recaer; como es la vida,
justo, cuando el hombre está haciendo un esfuerzo para cambiar, se enferma, ahora
se encuentra recluido en la clínica; Lilia medio inclinó la cabeza, ya no le
interesaba para nada; pero si le daba pesar; después de todo, era el padre de
su hijo; pensó.
¿Y supongo qué mí
hijo, se encuentra muy afectado?; sí, yo creo que si; pero entre mí madre y yo
nos hemos turnado, para tratar de ayudarlos a ambos.
No sabe cuánto se lo agradezco
y sobre todo por mí hijo; ¿pero qué es lo qué tiene? Se encuentra en un grado
muy avanzado de cirrosis; tal parece que tiene el hígado muy dañado; ¡estoy seguro
que querrá verla! ; Sí, lo sé; iré ésta
misma tarde.
¿Pero cómo hacemos
con Hunder Alexander? Ya que lo que más deseo, es estrecharlo, entre mis
brazos; quédense aquí, que yo intentaré prepararlo. ¿Pero cuénteme, el
caballero quién es? No los había
presentado, debido a la premura con la que han sucedido todas estas cosas. El
es Ricaurte, un excelente detective privado, a quien le debo este hallazgo y a
la vez, es mí amigo y mí consejero.
¡No sabe cuánto me
alegra que todo esto éste sucediendo! y a usted don Ricaurte, lo felicito por
ser tan eficaz; Ricaurte se limitó a sonreír, con una amplia generosidad; y
ahora con permiso, dijo Diego.
Apenas salió, ella se
levantó y dijo; buen hombre, muy buen hombre éste muchacho; sí así es, lo confirmó
Ricaurte peinándose, el bozo. Lilia se acercó y lo tomó de las manos; Ricaurte
estoy tan nerviosa; ¿cree usted, qué Hunder Alexander me va a aceptar?; con
delicadeza, la apretó, para hacerle sentir su apoyo, luego la soltó y se puso a
pasear inquieto; bueno, en primera instancia hay que darle tiempo al tiempo y
en segundo lugar usted es mujer y ya sabrá cómo ganarse el amor de su hijo.
Llame a la clínica,
por favor Ricaurte; sí, eso intento; dijo, con el celular en las manos, después
de marcar; le contestaron; usted, ésta comunicado con la Clínica Antioquia[1],
“nuestra meta es acompañarlo y permanecer con usted; si conoce el número de la
extensión márquelo y si no espere en la línea, que en segundos le atenderemos”;
Ricaurte frunció el ceño y después de una gran persistencia logró comunicarse.
Sí, si señorita, su
nombre es Manuel Buritica; sí, sí; ¿no, pero cómo así?; no, ustedes háganle el
tratamiento que requiera; sí, él si tiene quien responda, Lilia; muy pendiente
y con las manos a la altura de los labios; asentía con la cabeza; si muchas
gracias; al colgar la miró y dijo; listo cuando quiera arrancamos.
Esperemos a que
regrese don Diego, ¿Pero qué fue lo qué le dijeron? Pues, como que la cosa ésta
grave, muy grave. ¡No Dios mío! ; ha, pero es que eso era de esperarse.
¿Cómo se irá a poner mí
niñito? Así es, la enfermera dice que quizás, no pase de ésta noche; no puede
ser y justo ahora, que vine a buscar a mí hijo; mientras Lilia decía esto, se puso
a temblar; ¿qué hacemos Ricaurte? Ricaurte la miraba; quería a Lilia como a una
hija, ya le había cogido mucho aprecio y no le gustaba verla así; trate de
calmarse y esperemos, que suba Diego; no, mí deber es irme ya; no, usted no
tiene ninguna obligación, con respecto a ese hombre. Como quiera que sea, es el
padre de mí hijo, ¡aja!, bueno vamos.
En ese instante, Diego
trataba de hablar con Rafaela, pero es que la vio tan ocupada; que mejor optó
por buscar al niño; pero tampoco lo encontró, ¡zúas¡ entonces se acordó de Amanda;!
por Dios!, ¡que pena de Amanda!, la he dejado sola; ¡ Amanda¡, ¡Amanda¡
Al escuchar que Diego
la llamaba, salió a su encuentro; ¿qué te pasa?, te noto muy agitado; no, es que no sabes lo que está
pasando; tremendo lio, pero ahora no tengo tiempo de explicarte, pero te ruego
que me entiendas; y me esperes un poquito más, lo que sucede es que recién
apareció la mamá de Hunder Alexander; un niño que …, sí, se trata de Hunder, el niño que tiene a
su padre enfermo; así es, pero él, tiene una desinformación total, con
respecto, a lo que en realidad, sucedió con su madre; y el problema aquí es ¿Cómo
se lo voy a decir?
En ese momento,
Hunder Alexander, con el frasco de hormigas en las manos, pasaba por la
buhardilla y como siguiera escuchando voces, una en especial que le removía el
pañal, entonces movido, por un extraño presagio, subió las escaleras y empujó
la puerta con brusquedad pero sentíase tan lleno de temor.
¡Y oh sorpresa¡ ; sus
ojos descubrieron a la más acogedora y tierna cosmos, que jamás hubiese visto;
el corazón de ella latió desaforado; es él, tiene que ser mí hijo; sin embargo
la mente del niño hizo un giro, un pequeño movimiento de cambio y entonces, lo
que vio fue a una mujer paseándose nerviosa, de píe y apretándose las manos una
contra la otra y en el otro extremó, a un hombre de bigote con un teléfono
celular entre sus manos y que pareció muy sorprendido con su presencia.
La mujer reaccionó al
verlo, sintió, como si un rayo la hubiese fulminado, pero sin matarla, de
repente le pareció que en ese lugar, algo se tensaba, como las cuerdas de una
guitarra, mientras que a la vez, dentro de ese niño, algo seguía dando giros.
Desde su inconsciente surgían las imágenes de un navegante que vislumbra luces.
Y cuando se encontró
con los ojos de ella, grandes y fijos, sintió como si el aire, rasgará sus calzones
y a travesará su camisilla color crema; entonces, le pareció que todo emanaba
colores, rosa, blanco, y un azul de fondo tenue, casi infinito, atravesó las almas,
los cuerpos y por segundos, sólo se escucharon sonidos de alas; ruidos de campanillas
en los píes, era como si el origen de lo divino se hubiese sumergido allí.
Hecho los brazos hacía
delante, para coger al niño, pero por alguna razón, Ricaurte lo evitó,
tomándola de la cintura; estaba movido quizás, por una sórdida discreción. Tan evidente
era todo, el niño tenía el rostro de la madre de frente al suyo.
Pero el niño reaccionó
y dijo; busco a Diego, y en ese instante, éste, en compañía de Amanda subía a
toda prisa. ¿En dónde estabas metido Hunder Alexander? dijo Diego agitado; pero
miró a Lilia, como para saber, si ya lo sabía y a su vez ella, lo miraba,
preguntándole, lo que su corazón ya presentía; éste asintió con la cabeza.
Lilia extendió una de
sus manos, yo me llamó Lilia, ¿y es qué acaso, tú coleccionas hormigas?, éste
la miró y titubeó un poco, antes de darle su mano; bueno, lo digo, porque, te
veo ese frasco ; Hunder Alexander, lo único que hizo fue evadirla ; sólo se las
quiero mostrar a mí amiga Amanda, porque yo a usted no la conozco; ésta, que
estaba un poco afuera, tratando de no ser vista, intentó devolverse ,pero ya
Hunder Alexander, la había visto y se le acercó tomándola de las manos, ¡ven Amanda!
Que no hubiera dado;
para no estar allí, en ese momento y fue en ese segundo, que el celular de
Ricaurte comenzó a sonar; señora Lilia, llaman de la clínica, se trata de
Manuel; creo que debemos irnos; está bien; ¿se trata de mí papá?, quiero ir,
quiero ir. Sí, dijo Lilia; todos debemos ir, ven le dijo a Hunder Alexander.
Evita que ya estaba
en su cuarto, encendió la televisión sin darse por enterada, de lo que pasaba a
su alrededor, y ésta fue la voz que escuchó; entonces Grimaldi rió y rió tanto, que casi hace estallar la
silla con un tronante ruido, que de puro milagro no la desbarató; la mujer
que estaba sentada en la silla, al ver
que lo dicho por ella , causaba tanta gracia, en esté extravagante hombrecito,
se levantó ofendida, pero no indignada; ¡off¡ eres un patán querido; y quiero
que sepas, que no me gustan esos olores rancios y amarillos; cosa que hizo, que el hombrecito riera y riera,
aún más de la cuenta.
Ríete si quieres,
pero yo prefiero, ese tipo de relaciones que mantengan la punta de mis cabellos
electrizados; ¿Qué? ¿Cómo una cosa
erizada? La mujer no respondió, pero esta vez, el hombrecito se cayó de espaldas;
riendo como nunca.
Luego apareció un
letrero, que decía, lo ven; reír es bueno para la salud; rían, no dejen de reír
y si es por pendejadas mejor, mucho mejor.
Rafaela le dio un
beso a su niña; y pensó; no comprendo como a mi hija, le gustan ésta clase de
cosas; baja el volumen del televisor, ya que tenemos visitas en la casa.
Se acordó de Amanda y de todo ese revuelo que
había en rededor; a decir verdad, no sabía, ni siquiera a dónde dirigirse. En
esos momentos, salían todos, dé la buhardilla.
De prisa madre,
ayúdame a arreglar a Hunder Alexander, que nos vamos ya para la clínica; yo le ayudo;
dijo Amanda; ¡claro hija! ¡Ven, vamos pues!
Mientras preparaban
la ropa para vestir a Hunder Alexander; Rafaela la miró y le dijo; ¿no te
parece qué Diego es muy guapo?, Amanda la miró y le dijo; claro, por supuesto;
mientras que Hunder Alexander al oírla; pensaba ¿huy, y está parce qué? Y se
dirigió con rapidez a darse un baño.
¡Fíjate! , si hasta
parece un modelo de esos, que sale en la televisión; asombrada Amanda, la miró
y pensó; ¡Dios mío! ¿Por qué será, qué las mamás son tan exageradas?
Rafaela sin darse
cuenta, tenía una cierta sonrisilla; ¡hay por Dios!, ¿será qué no lo sabe?;
pensó Amanda, pero Rafaela se quedó mirándola, y ella se sonrojó.
Por supuesto que lo sé
querida, lo sé, las madres siempre exageramos, perdóname, tienes razón, si te
parezco exagerada, y hasta superflua. Pero es que no te alcanzas a imaginar, lo
mucho que mí hijo ha sufrido por esa tal Clara Inés, o la Pilarica como le dice; Sí
lo sé.
¿Pero sabes?, me he
dado cuenta, como repara a esa mujer, a esa Lilia, no se preocupe por eso doña
Rafaela, es normal y además apenas si se acaban de conocer, y dale con el doña;
no, pero una tiene sus intuiciones y pienso que si se mete con ella; ¡guao!, le
va ir muy mal, ¿creo? ; ¿bueno y en qué momento vio usted eso?, cuando ella llegó ¡si vieras! Y ahora lo he visto mirarla, de los píes a la
cabeza; ¡vaya! , que aguda, pero bueno, es demasiado pronto para prever algo
así; así es; pero… ¡um!
En esos momentos,
Hunder Alexander, regresó del baño, con una toalla amarrada de la cintura hacía
abajo; eso es, ven acá; y así entre las dos lo secaron, lo vistieron y éste
protestaba diciendo; ¡que va!, yo se me vestir solo; lo sé, pero en ésta
ocasión, queremos ayudarte. ¡Lo ves! , Quedaste guapísimo.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA.
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
[1] Clínica Antioquia: Clínica situada en el Municipio de itagüí.
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