CAPITULO
XXXV
LO
PREVISTO
Absorta en sus
pensamientos, acurrucada en un rincón, como apartada de las otras dos mujeres;
Amanda, se había sumido sin querer en un extraño sopor. Tan sólo sentía a su
corazón palpitar y mientras que a su vez, su mente la arrastraba a lejanos
sueños, que otrora había anhelado; tú amor, escurridizo como el viento y tú
pecho, alado nidal, en donde habitan mariposas y pájaros perlados de colores
marinos.
Más sé que tú
corazón, siempre a tenido un dueño, ¿pero quién, podrá saber en realidad a quién
amas? Es hondo tú pecho y una mar erizada tú alma ¿y para mí, en dónde el
bosque lejano de mí infancia? ¿En dónde el punto qué podrá revertirlo?
¿Sí, y a qué lado de
la luz, se encuentra el cristal irrompible, ese qué no vemos y de dónde es, qué
nos viene la penumbra?; ¿sí, y hacía qué lado, las vágatelas de la vida,
florecerán insulsas…, hasta quizás simples y abollonadas, recostadas sobre la
almohada?
¡Hay!, como recuerdo
el sonido tenso, y armonioso del viento, de ese viento que se instalaba en los
postes eléctricos y que me traían el silencio del mar. Sí, esos postes
inaugurados en el campo, bajo potreros abiertos y aún no demarcados.
Sí, de esos campos
aún no territoriales, pues no eran de nadie y eran de todos. Se han apartado de
mí ya, los lejanos mares, que jamás veré.
Pero no añoro una
edad feliz; más sí, el rumor del viento en las hondonadas. Y perduran los
sonidos que son llevados por el viento; algunas veces son suaves, tiernos,
tímidos y calmos y otras son impetuosos y abiertos como batallando en franca
lid.
Y en otras ocasiones
son llevados por instancias secretas e inagotables, tanto, que ni siquiera la
modorra del tiempo, podrá ya opacar. Más tú, indecisa y acobardada, en tú
corazón dejas abatir tus alas y te alejas, aunque me digas que si, y es porque
esperas a un antiguo submarino; sí, a aquel que aflora por las cosas ya
demarcadas.
¡Ay! , querida
Amanda, asume de una vez por todas, que la
vitrola se romperá y el final llegara por el lado de lo etéreo.
Pero el mal, el mal,
siempre introducirá la muerte, como un envoltorio de su garra vieja y oxidada e
intentara disimular su risotada amarga. Sí, pero muy a su pesar y aún más que
eso, mucho más, la vida, la gestación de la vida se permite, se da el lujo de
inaugurar cada segundo, en la irrupción de la sangre, que corre como el agua, y
que va del fuego a la palabra… y así, poder escuchar la música que surge en la
simple caracola.
Es esté un sonido,
que parece romperse, irrumpiendo eterno entre los pliegues de las olas; ¡zúas!,
movimiento que no sé capta a simple vista…
y es porque existen flautas en todas partes.
¡Amanda, Amanda! Se
dejó escuchar la voz de Isadora Duncan, en un murmullo intenso, desesperado
¿qué te pasa estas pálida y lejana? ; Marta, tomó entonces la palabra; ¡no te
dejes vencer!, ¡ven!, acércate a nosotros y piensa, ¿qué podremos hacer para
escaparnos? ¿Escaparnos? ¿Y quién puede escapar de su destino, quién? Isadora y
Marta; ¿Quién?
¿Pero qué le pasa a
usted?, ¿En qué pensaba señorita Amanda? Hay Marta, sólo dígame Amanda y nada
más; ¿quiere qué sé lo diga? , tan sólo pensaba en una vitrola rota ¿o qué se
yo? Vitrola; ¿y eso qué es?; preguntó Isadora y Marta le respondió; son unos
aparatos que servían para escuchar música,
¿aunque no creo qué usted Amanda la haya conocido? ¿A menos claro, qué
haya escuchado ese nombre por hay?; no, en realidad no la he conocido ¿pero qué
importancia tiene eso?, si después de todo, ella es el símbolo de una época que
ya paso; de algo ya desaparecido y que en la actualidad, ha sido remplazado por
otras cosas, hasta quizás más livianas.
¿De modo qué, lo de
la tal vitrola esa, era tan sólo una figuración?; sí es posible, sí; concluyó
Amanda ante la interrogación de Isadora. ¡Pero dejen eso ya! ¡Y por si no lo
sabían! , les recuerdo que estamos en grave peligro; terminó por expresar
Isadora más impaciente que nunca.
Amanda se quedó
mirándola y sintió una opresión en el corazón, algo así como un dolor; sí,
tienes razón Isadora; mucha razón ¿y ahora, podrías contarme algo? ; ¿Sí, de
qué sé trata?; de tú apellido, es que no creo que seas una campesina, bueno es
que ese Duncan, me huele a otra cosa .
A punto estuvo
Isadora, de arrancarse los cabellos; ¡no, qué es esto, Dios mío¡ estamos a
punto de morir ¿y esta en lo qué piensa? ahora era Marta, la que no
entendía, pero Amanda prosiguió como sí
nada; ¿vamos, Cuéntemelo; qué le cuesta?, su padre, no creo, fuese tan sólo un
campesino, además, no parece oriunda de aquí, no se enoje; ¿verdad qué a uno,
qué va a morir, no se le puede negar nada?
Pero Isadora, se
levantó de dónde había estado sentada y casi histérica, repuso; ¡estoy harta!,
¡harta de sus divagaciones!; de sus preguntas tontas y de sus ínfulas de
analítica. ¡Déjese de actuar como una vieja!, yo sé que usted no es tan mayor,
como quiere hacérnoslo creer; aquí suspiró hondo; tal vez me lleve, tan sólo un
par de años más. Marta que estaba observando, concluyó diciendo, no se peleen
por favor, miren que todavía nos quedan dos días; día y medio diría yo.
Apesadumbrada, Amanda
inclinó la cabeza y pensó; Marta tiene razón, serán dos largos días, pesados y
angustiosos, ¿angustiosas? Miró por entre sus cabellos revueltos, el rostro de
Isadora y le dijo; perdone Isadora, creo que me estoy comportando de un modo
infantil, tan sólo quería conversar, eso es todo; pero si no quiere…
Está se cogió la
cabeza y se la apretó un poco, sin hacerse daño; pensó y pensó; ¿Clara Inés,
Clara Inés, en dónde estarás y yo porqué estoy aquí?, perdida en la distancia;
y así, en está extraña situación ¿cómo lograr lo imposible? Alzó la cabeza y contempló sin furor, el
rostro de Amanda y vio sus ojos, le parecieron hasta tiernos y como
desamparados y después de todo, hablar ahora de su padre le reconfortaba, de
modo que accedió.
Entonces volvió a
sentarse y comenzó a contar su historia; mí madre me dijo una cosa al
parecer inverosímil, bueno al menos para
mí; al observarla hablar, Amanda se dio cuenta ,como se le iba delineando,
enternecido el rostro; apretó sus manos contra su pecho y aunque, un dolor
insertado en algún lugar, dentro suyo, permanecía, se alegró y pensó ; bueno,
por lo menos el horror de estos momentos, lo ha cambiado, por otro menos
doloroso, ojalá y esto la disipe y le brinde un poco de gozo, aunque sea por unos momentos.
Isadora continúo; mí
madre es campesina, nacida y criada en el campo, ¿de qué departamento? Del
Líbano Tolima Marta, pero estando muy niña, su papá fue asesinado por grupos
armados.
Entonces la de los
ojos tiernos, alargó una de sus manos y acercó a Marta hacía su regazo. Está se
entregó confiada, pues temblaba de frío y de miedo y en su cara, surcada de
tiempos, la lejana alegría retornaba y se insertaba en la escucha atenta,
centrando su atención en lo dicho por Isadora.
Al poco tiempo, mí
madre tuvo que viajar a Bogotá[1]
a buscar unas tías, ya que mí abuelita se enfermó de gravedad y le rogó que
buscara a sus hermanas, para ver, si le ayudaban a administrar la finca o para
mirar, qué solución se encontraba y remediar esa situación. Resumiendo, después
de muchas dificultades mí mamá encontró a las tales tías esas, eran dos y
estaban casadas.
Una de ellas, al ver
el lamentable estado de la muchacha aceptó viajar, en compañía de su marido.
Cuando llegaron, la abuela estaba agonizando, pero tuvo unos momentos de
lucidez y recobró la conciencia; lo que le dijo a su hermana era, que por
favor, no fuera a abandonar a su hija, que mirara que iba a quedar huérfana.
Esta aceptó, pero de mala gana.
¿Bueno y qué paso?
Dijo con interés Marta; no, vendieron la finca y a ella no le dieron nada,
aduciendo que no valía ni un céntimo y que eso apenas, alcanzaba para pagar los
gastos del entierro y los viáticos, ¡en fin! Que se la llevaron para Bogotá y
ya al mes de tenerla; la instaron a que trabajara.
¿Cómo así, qué le
dijeron? Volvió a preguntar Marta; le dijeron; ya es hora de que usted trabaje
y que se gane la vida, para que no siga siendo una mantenida. ¿No, y cómo
cuantos años tenía?, volvió a preguntar la mujer de curtido y añejo rostro;
tendría como catorce; ¡por Dios!, se enterneció.
Pues sí, al cabo que
ella, consiguió empleo, tan sólo en casas de familia tal y como sucede siempre
con estas niñas ¿no?, pero un día se llegó, que se fue y se sentó en un parque,
porque se sentía tan apesadumbrada, tan sola. Así debió de verla un joven, que
por allí pasaba, porque se la quedó mirando y le dijo, que triste, que una
muchacha tan joven y tan bonita se exponga así en público.
¿Qué le querría decir
con esto? No Marta, es que a la pobre se
lo notaba el desamparo por encima; ¿sí?, ¡vea pues! ; ¡como sea! , el caso es
que, se hicieron amigos y, pues, poco a poco se fueron enamorando.
Pero él, tan sólo
estaba de vacaciones y se marchó con la promesa de que regresaría por ella;
entonces la cara de la mujer morena y añeja sé llenó de lágrimas dulzonas y
suspiró acongojada.
Al principio, le
escribía cartas y cartas y ella le respondía; y al poco tiempo de haberse ido,
como a lo cincos meses o más, no sé; ella comenzó a sentirse mareada, con
vómitos y una de las señoras en donde trabajaba, la convenció de que fuera al médico;
¡hay!, estas muchachitas del campo, ¡si que se espabilan bien pronto! Se lo
dijo con una sonrisita, mal disimulada y hasta maliciosa.
Con mucha paciencia,
el doctor le explicó todo y creo que tuvo que explicárselo varias veces; como
que le dio tanto pesar de la ingenuidad de ella, que no le cobró la consulta y
hasta le regaló una plata. La palmoteó en la espalda y le dijo; ¡ahora
jovencita! ya sabe como es el cuento de la cigüeña, así que a poner los píes
sobre la tierra. Váyase para su casa y procure no meterse en más líos.
Ella salió
consternada y llena de sentimientos encontrados, porque amaba al extranjero;
¡Jun!, se parece a las jovencitas de hoy en día, que desde que nacen, llegan
viendo pajaritos; expresó Marta.
El caso, es que mamá
se fue para una cafetería; no sin antes comprar papel y lápiz y se colocó en la
tarea de escribirle una carta a ese joven; contándole todo con pelos y señales;
¿o sea qué si volvió por ella? ¡Sí, claro que sí!
¡Pero qué bueno!;
volvió a decir Marta; Isadora le respondió; es sólo que cuando lo hizo, lo hizo
demasiado tarde, y mí mamá, llegó a sentirse tan acosada por la situación; ya
que las tales tías esas, lo que hicieron fue robarle lo que le pertenecía y
echarla a la calle. Entonces un hombre muy bueno, que había querido mucho a la
abuela y que con frecuencia viajaba a la ciudad, le propuso matrimonio, al
verla en ese estado.
Antes de que Marta,
abriera la boca para preguntar, Isadora se le adelantó; yo creo Marta, que ese
hombre, el cual reconozco como a mí padre, tendría unos treinta años. Y lo que
paso, es que ella, al ver que pasaba y pasaba el tiempo y del extranjero no se
sabía nada, pues ¡optó por casarse!
Amanda preguntó ¿y
bueno, qué paso con su padre?; ¡um! ¡Vaya! , hasta que por fin pregunta alguna
cosa, no, pues como ya se los dije; cuando regresó, ya no la encontró, él, la
buscó en donde las tías y ellas le contaron lo de su matrimonio. De todas
formas él, como que la buscó mucho y no la pudo encontrar y una de las razones
es que las tías, no le dijeron donde estaba; aduciendo que nada habían vuelto a
saber de la sobrina. Se que esté, le dejó una carta con una de ellas, pero la
retuvieron y no se la mostraron.
Ya a lo último y
cuando tenía yo como un año; una de las tías arrepentida, le entregó la carta
Y antes de que ustedes, me pregunten que
decía, se los diré, allí le explicaba, que no le había podido responder las
suyas, porque había enfermado de gravedad y había estado recluido, en un
hospital.
Pero que, aunque duró mucho tiempo inconsciente; todo
el tiempo vivió tan sólo para recordarla. ¡Como qué también le pidió que su
hija llevara su apellido! Bueno, al menos, que no sé le ocultara la verdad;
¡cosa que mí madre hizo al pié de la letra! ¿Supongo qué tú mamá debió de
haberlo llorado mucho? Sí, supones bien Amanda. Después de guardar silencio;
Amanda preguntó de nuevo; ¿está satisfecha ahora? Isadora, tan sólo se limitó a
sonreír. BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
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