MANUEL
CAPITULO XXV
Una de las ventanas
de la clínica, reflejaba en sus vidrios el agua estancada, esa que se había formado
haciendo un charco grande en el suelo, debido a la tremenda tempestad, que de improviso
había caído. Y era el reflejo lo que mostraba las ondas rizadas, que en el puro
movimiento de la inercia, hacía pequeños círculos con céntricos, todo hacía un
mismo lugar; en la medida que avanzaban las cosas, ésta agüita se fue borrando,
dejando sólo la humedad.
Una alta y delgada
enfermera, de aspecto agradable, le tomaba la temperatura a Manuel, que de
insólito había se normalizado. ¿Es verdad lo qué usted me dice, qué, una señora
de nombre Lilia Monsalve viene para acá? Sí, si, así es.
Debe de ser muy
importante, ya que eso, ha hecho que se sienta usted mucho mejor; y es que estuvo
usted a punto de…, la enfermera se apretó los labios; de morir, pues ya ve que
no, señorita; claro que con estas cosas, nunca se sabe. Bueno quédese, quieto
por favor; eso es, ya está; ¿le dolió?; no; tiene usted unas manos muy suaves,
¿sabe? ella es mí esposa, mejor dicho lo era.
Pero de todas formas,
veo que su visita le va a hacer mucho bien. Sí, hace rato, que no la veía y por
lo demás, tengo un asunto urgente que tratar con ella. Bueno me alegro mucho
por usted y ahora, debo irme a tomarle la temperatura a otros pacientes; si
necesita algo, timbre; sí muchas gracias.
Manuel tocó su
cuerpo, tembloroso aún por las recientes fiebres; era como si precisase alguna
aseveración; algo que le confirmase que aún estaba vivo; su voz por ejemplo;
pero está le sonaba hueca y hasta terrosa.
Tomó ambas manos y exhaló
sobre ellas; vio y sintió entonces el vahó tibio que salía de su aliento. Se
sintió mucho mejor ahora; acaso ese, estar mejor de repente era un inequívoca
señal.
Suspiró y al instante
su estómago crujió con desesperación y sintió hambre, mucha hambre. Que ganas
de comer tengo; dio una mirada alrededor y descubrió que tenía dos compañeros
de habitación; a su derecha se encontraba una anciana, que tenía la mirada casi
perdida y que permanecía en silencio y
el otro, era un hombre, no muy mayor, que se quejaba con insistencia.
Afuera la lluvia, por
fin había cesado; el taxi que trasportaba a Lilia y a los demás se orilló a la
acera, junto a la entrada principal. Diego pensaba en Amanda, sentía en
realidad que no debía haberla dejado sola; pero sabía que ella lo entendería.
Dijo con un tono de
voz, un poco melancólico; creo que es conveniente que espere en la cafetería; a
lo que Ricaurte agregó, él tiene razón Lilia, lo dijo olvidando el protocolo, ésta
se sonrió, así le perecía más natural; yo también voy a quedarme afuera, además
debo de comunicarme con Bogotá y averiguar cómo van las cosas en la oficina;
aquí carraspeo un poco, es que planeo regresar mañana.
Gracias Ricaurte, ha
sido usted un buen amigo, y yo diría que algo más; al decir esto le lanzó una
mirada por completo filial, de igual modo, él le sonrió.
Éste se alejó a paso
lento, pero no bien hubo avanzado un poco, se devolvió y le dijo; no se preocupe
señora Lilia, estoy seguro que todo le va a salir muy bien y miró de frente a
Hunder Alexander.
Más nerviosa que
nunca, Lilia se estrujó las manos y asintió con la cabeza; era evidente que su
hijo la ponía nerviosa; ¿qué pasaría con él, sí Manuel se…? ¡Ay no quería ni
pensarlo!
El niño por su parte,
miró a Diego y le dijo; Diego no quiero que te vayas; y como éste dudara le
dijo; ¡por favor¡ y se aferró a sus manos; a Diego no le quedó más remedio que
abordar con ellos el ascensor y cuando éste arrancó, Lilia en un movimiento
inconsciente y quizá ,para no caerse se aferró también a su brazo, en realidad,
el vértigo que Lilia sentía era de otro tipo; Diego le hacía sentir un algo,
hasta quizás una cercanía.
Ya al ratito y con la
cara un poco pálida, preguntó ¿qué haremos ahora Diego? Usted tranquila, yo entro
primero y gestiono a ver, como está el ambiente con Manuel y hay vemos si está
en condiciones de verla; usted mientras tanto, espera en el pasillo, ¿le
parece?
Sí, pero ya debe
saber acerca de mí visita, porque Ricaurte le dio mí nombre a una de las
enfermeras. Yo quiero entrar de primero; dijo Hunder Alexander y en cuanto el
ascensor se detuvo, se soltó de las manos de éste hombre y corrió hacía la
habitación. Diego, se fue detrás, no sin antes darle una mirada de solidaridad
a ella.
Manuel hallábase despierto;
¡hola papá! y se apretó al moreno cuerpo; ¡quiubo mijo!, que alegría verlo;
Diego reparó el semblante de él y aunque se veía palidongo, no se veía tan mal
como había dicho la enfermera. ¡Don Diego! ¡Que gusto me da verlo! ; ¡No, el gusto
es mío Manuel! Y que bueno que usted, se
ve ya mucho mejor; el hombre levantó la mirada, acérquese don Diego; Manuel titubeó
un poco; y, ¿y ella?
No, pues, se
encuentra afuera, es que todo ha sucedido tan de improviso, quería saber, ¿sí
usted no tendría inconveniente en recibirla? Alexander arguyó; ¡va!, no tiene
ninguna importancia papá, esa señora llegó ésta tarde y se le antojó venirse
con nosotros y Diego pensó; ¿Será así de ingenuo éste niño?, ¿o es el rechazo qué
siente hacía la madre; ya qué piensa qué lo abandonó?; pero dijo en un tono
normal; es cierto Manuel, ella acaba de llegar y no hemos tenido tiempo ni de
hablar, y mucho menos de concertar nada.
Manuel no respondió,
pero miró a su hijo, diciéndole; Hunder Alexander, ¡mijo!, ¿será qué usted
puede acompañar a la señora qué está afuera un ratico? ¿No, pero porqué? ¡Vaya
mijo!, no se haga de rogar, mire que yo estoy enfermo; de mala gana accedió.
Una vez hubo salido;
Manuel rogó a Diego; usted ha sido bueno conmigo y yo, ya le tengo confianza y
aunque parezca un abuso, le suplico qué me ayude; ¿yo? ¡Sí, por favor!
Pero es usted, quien
tiene que decirle, la verdad a su hijo y reivindicar a ésta mujer; que entre
otras cosas, se ve que ha sufrido mucho. Lo sé, yo lo sé; pero vea, me voy a
encargar de que Hunder Alexander, sepa de mis propios labios toda la verdad;
pero por favor ayúdenos, haga que se reconcilien; mire que yo sé, que pronto
voy a irme.
Ante las suplicas de éste,
Diego no tuvo más remedio que acceder; entonces dijo, se lo prometo; haré lo
que pueda, pero trate de calmarse. Llámela por favor; sí ya salgo y se lo digo.
Al salir con rapidez,
Hunder Alexander, no tenía ninguna intención de acompañarla; pero su atención
se centro en ella, al ver que se hallaba con la cabeza inclinada y
sosteniéndosela con ambas manos, parecía que estaba presa de algún dolor.
Entonces se metió las
manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, que era de doble faz; un regalo
de doña Rafaela y con lentitud camino hacía allá, apretándose las manos,
sintiendo de algún modo que él, era parte de esa extraña, de ésta recién
conocida; pero anhelada mujer.
Al llegar, se puso a
mirarla en silencio; al intuir su presencia ella, alzó la mirada y ambos se
encontraron como si estuvieran en un algún recodo del camino.
Quizá, la madre que
busca al hijo, lo halla, pero sin recobrarlo todavía; dice mí papá que debo
acompañarla; ¿así? ¿Pero cómo se encuentra?; bien señora, ¿y a usted porqué le
interesa tanto?
Bueno, lo que sucede,
es que, soy una vieja amiga de la familia; en un segundo le brillaron los
ojillos al niño, ¿amiga de mí mamá, supongo?; sí, de ella mucho más; en tanto
hablaba, Hunder Alexander, apretó su mirada sobre la cara de ésta y con una ansiedad,
que su rostro denotaba, le preguntó; ¿y cómo era ella? ¿Era? Y él la miró de un
modo tan intenso, que Lilia dijo ¡te entiendo!
¿Cómo? ¡Veraz!, ella,
ella es una mujer que te, que te…, Lilia estuvo a punto de echarse a llorar,
imposible estar frente a su hijo y no sentirse como un punto frágil en la
montaña.
De repente, el
aspecto infantil, cambio de blanco a rojo; ¡va!, no se esfuerce señora, después
de todo, que puede importarme a mí eso. ¿Lo dices porqué…? ¡Porque, es que mí papá!
, me ha contado lo mala que fue ¿pues cómo le parece qué a los dos nos abandonó?
La mujer sintió el cimbronazo
en la cara, en el cuello y un agudo
dolor en pleno corazón, sus ojos se humedecieron; de no haber sido, porque
estaba sentada, hasta es posible que hubiera caído al suelo, pero sus píes
sintieron el peso gravitacional, que parecía que la clavaba ostensiblemente,
que la sembraba allí como un sauce, pero dijo; eso es mentira, mentira hijo, yo
soy tú…
¡Señora Lilia!, la
voz de Diego, la sacó de raíz del pleno invierno que parecía empaparla; ¡por
favor venga ya que Manuel la está esperando!
También yo voy; no,
quédate aquí y deja que ellos hablen un ratito; Hunder Alexander, no respondió
y se alejó con rabia, pero tan pronto estuvo frente al ascensor lo miró y le dijo;
no me trates como a niña guebon, que yo sé, que algo está pasando.
Cuando Lilia se levantó,
hecho una última mirada sobre su hijo; ya a punto de entrar a la habitación,
sintió que su pecho subía y bajaba y un incendio se apoderó de su cara, de sus
sienes y todo esto, al recordar las palabras de Hunder Alexander.
Ese Manuel es un
miserable; me va a oír, pero tan pronto entró con decisión a la habitación y lo
vio, recibió un viento de conmiseración, que le refrescó el ánimo. Por su parte
esté, que creía estar en calma, al verla y después de tantísimo tiempo; verificó,
que algo se removió dentro; renació su viejo amor y se sintió desfallecer, pero
sabía que no tenía ninguna esperanza.
En cambio a Lilia, la
ira, se le había trasformado en una intensísima piedad, sin duda, éste ya no
era el antiguo hombre que ella había amado.
¿Cómo ha estado
Manuel?, éste no fue capaz de responder; algo se atrofió en su garganta; ella
al ver que no respondía continuó; acabo de llegar de un largo viaje y tan
pronto, me enteré de lo sucedido; me vine para acá.
Sin pensar en lo que
hacía, Manuel pronunció el nombre de ésta con efusión; ¡Lilia! ¡Lilia! y de un
modo inesperado, olvidándose, de su estado, como pudo se bajo de la cama y se
tendió a los píes de ella, que aún no salía del asombro. ¡Lilia! ¡Perdóneme! ¡Perdóneme! sé que le hice mucho
daño al alejarla de Hunder Alexander, sé que enlodé su nombre y le mentí al
niño acerca de usted.
La anciana, que sobre
la otra cama estaba, espabiló los ojos y los giró para ver aquella escena;
entonces dijo con desprecio; ¡que patético! ; Y el hombre de los quejidos, quedose
alelado, viendo aquel acto de supremo arrepentimiento. Y pensó; ¡vaya, éste man
como que si está más vivo que yo! Lilia que había sido tomada por sorpresa, aún
no pronunciaba palabra.
En el pasillo del
primer piso, Hunder Alexander no soportó tener que esperar, ¿qué podría estar ocurriendo
dentro?; además todo lo que pudiese pasar con esa odiosa, pero queridísima
cosmos, llamaba su atención.
Así que
devolviéndose, por donde mismo había bajado; subió de nuevo al ascensor; y sin
demora, reapareció en la habitación, a espaldas de Lilia y justo a tiempo para
ver y escuchar y hasta palpar en toda su desnudez, la escena en la que Manuel
se hallaba ahora, casi arrodillado y con el rostro en lágrimas bañado.
De no haber sido por
lo que escuchó, aquello le habría parecido con justa razón, algo más que
ridículo; pero se estaba hablando de una mentira, y no de una mentira
cualquiera.
¡Usted!, ¡usted
Lilia! siempre fue una mujer muy buena; prosiguió Manuel y yo le he hecho tanto
daño; al alejarla de Hunder Alexander, del niño; se que le mentí, lo engañé
acerca de usted.
Pasada la sorpresa
primera y aún medio segundo después, Lilia reaccionó muerta de pesar y
acuclillándose, le dijo; vea Manuel levántese; miré que eso, le puede hacer más
daño.
Al mirar a Lilia, era
casi imposible concebirla con bluyines; casi siempre usaba falditas, más bien
hasta la rodilla, o un poco mas abajo; de
manera que acuclillarse le debía resultar bien difícil, sobre todo; que debía
permanecer con las rodillas cerradas.
Sacando fuerzas de
donde no podía, intentó levantarlo y es que, a estas alturas el hombre parecía desmadejado
y sin un ápice de aliento.
Por su parte Manuel,
que había descubierto la humanidad de Hunder Alexander detrás de Lilia; se
había sentido, más exangüe que nunca; sin embargo exclamó; ¡Hunder Alexander! Lilia sorprendida volteó a mirar y fue en ese
segundo, que Manuel, se apoyo en sus manos, se levantó y en menos de un minuto contado
o sin contar, ya estaba sentado en la cama.
Sacó un pañuelo del
cajón, en donde guardaba sus cosas personales y se comenzó a secar el sudor
frio, que le bajaba por la frente y le mojaba cuello y espalda.
Lilia sintió el vacío
del cuerpo de Manuel y ya más liviana se puso de pie. Por su parte, en la
mente, Hunder Alexander, prefirió simplificar aquel asunto; supuso que su padre
se había caído de la cama y era por eso, que se hallaba tendido en el suelo y
además llorando.
Sin embargo pensó; ¿y
todo lo qué mí papá le estaba diciendo?
Entonces, se apresuró a correr al lado de su padre, ¡ papá¡, ¡papá¡, ¿qué es lo qué te paso? Ya, ya estoy bien
hijo, no te preocupes que ya paso todo.
¡Ven!, ¡ven siéntate aquí!
, a mí lado; pero antes ve y tráele esa silla a Lilia, para que ella se siente
también, éste hizo lo que Manuel le dijo.
Ella le agradeció con
una tierna sonrisa; ¡gracias hijo!, una vez que éste se acercó a su regazó,
Manuel le preguntó; ¿hacía mucho rato qué estabas allí? Sí, porque es que yo
quería estar aquí, contigo; eso está muy bien hijo; pero escucha, no sé qué
oíste, o que no; pero deberás saber que yo, tú padre he sido un mentiroso.
Con deliberada
intención, Manuel había dicho estas cosas; que como picadura de avispa habían
caído sobre Hunder Alexander, anonadándolo; Manuel lo miró y sintió el mismo golpe
de navaja atravesarle el pecho; Lilia, intentó levantarse, al ver la carita de
Hunder Alexander; a ella se le puso chiquitito, chiquitito el corazón.
Pero Manuel lo ignoró
todo y prosiguió, la anciana pensó y se lo dice así, de ese modo, ¡como si
nada, que hombre éste! Los ojos de Lilia, lo miraban con intensísima emoción;
Hunder Alexander supo que Manuel hablaba en serio; intentó bajarse del catre,
pero éste lo sostuvo, agarrándolo de las manos.
Escúchame Hunder
Alexander, yo Manuel, he sido un mal padre para ti y tú lo sabes; te he mentido
y debes asumirlo como hombre; ¡mira hijo!, ella; la dama que se encuentra
sentada, es la mujer más buena que conozco.
Con debilidad, respiró
Manuel; sentía que iba a ahogarse, pero no era posible terminar ahora; debía continuar
y de ese modo lo hizo, ella es tú madre y fui yo, quien la apartó de ti, ella
siempre te amo.
¡He cometido muchos
errores!, ¡perdóname hijo!; al llegar a esté punto soltó las manitas del niño y
casi se ahogó en llanto.
El hombre quejumbroso,
interrumpió sus quejidos y con el llanto a flor de piel, se puso a mirarlos. La
anciana deletreó una mala palabra en el aire y sin poder evitarlo una lagrima
efímera rodó por sus mejillas.
Lilia ya no se pudo
aguantar y comenzó a sollozar, a la vez decía; así es hijo, siempre te he amado.
Por el contrario esté, apretó con fuerza su pequeña quijada y ya luego la
soltó, pero a su vez sentía, a sus pies resbalar o hasta flotar sobre un
inhóspito vacío, hasta sobre un algo desconocido e inmerecido.
Algo imperceptible, borró
la imagen de su padre y ante sus ojos, apareció un espejo movedizo; en donde la
figura de su padre se veía distorsionada; entonces en un gesto inusual y movido
por un cierto e ilimitado amor, comenzó a golpear el rostro de su padre, a
estas alturas desfigurado; mientras le decía; eres un mentiroso, ¡te odio!, ¡te
odio!
Entonces se bajo del
catre y pasó por un lado de Lilia; parecía un pez fuera del agua. En esos
momentos descubrió a Diego que permanecía de píe, en la puerta, con la cabeza
inclinada y sin atreverse a respirar tan siquiera; tú lo sabías, me mentiste;
también eres como ellos.
Entonces aceleró sus
pies, en una loca carrera; en vez de usar el ascensor, bajo las escaleras y sin
darse cuenta llegó a la cafetería; pero sin rumbo fijo.
Justo en esos
instantes Ricaurte, que deseaba estar solo para llamar a una de las señoritas
peraltas; guardó su celular dentro de su pantalón; y a su vez sacó su peine y
con cierta satisfacción lo paso por su bien delineado bozo.
Hacía tiempo que
deseaba declararle su amor y justo ella, había contestado; pero aunque no le
dio un sí; al menos, le hizo saber que siempre fue de su agrado. Obvió, que esté lo sabía, por las miradas que
ardían en los dos, cada vez que podían, se buscaban con disimulo; para que las
otras dos peraltas no se dieran cuenta.
Se dirigió hacía la
salida y entonces descubrió a Hunder Alexander, que corría como un desaforado. Apresuró
sus pasos y le gritó; ¡hola muchacho!, ¿hacía dónde te diriges? Al escuchar su
voz; Hunder Alexander frenó en seco y se puso a mirarlo.
Deseo alejarse; pero
había algo en Ricaurte que le proporcionaba calidez.
Entonces reaccionó
con evidente emoción; porque es que mí papá… ¿le paso algo a tú papá? La quebrada
voz, de Hunder Alexander, ya bañada en llanto le respondió; es que él, es un
mentiroso.
Fácil le era suponer
a esté, lo sucedido; ya el niño sabía lo de su madre; Haciendo un gran esfuerzo
Ricaurte se acuclilló; tendría que quemar grasa; sin duda su estómago le pesaba
un poco.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA.
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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