CAPITULO III
LO DEL TÍO
Era uno de esos días, en que
provocaba no salir para nada de la casa; el frío atravesaba la piel, casi hasta
congelara; tenía mucho tiempo libre, ya que era una desempleada, mis bolsillos
estaban vacíos, mí situación era desesperada; pero para mí, en esos momentos,
era una prioridad escribir, porque me dormía, y me despertaba con las letras,
las palabras que se deletreaban casi solas, debajo de mis párpados.
Así, que salir, significaba
para mí una enorme molestia; pero debía acompañar a mi tío Alfonzo al médico,
ya que estaba recién llegado de un sitio de la provincia, estaba solo, y sólo
dependía de mí; tenía una cita en una EPS, en el centro, como a eso de las
cinco de la tarde.
El médico que iba a atenderlo,
era un internista, si no estoy mal, su nombre era, José Rendón, estábamos
ya sentados en la sala de espera, al oír su nombre nos pusimos de pie; al
entrar al consultorio, el doctor estaba sentado detrás de su escritorio, es lo
que sucede siempre, que uno va a ese tipo de cosas.
Lo bueno es que esté hombre,
en apariencia era simpático, era joven, rubio, nos saludó con un gesto de
cabeza, con las manos nos invitó a sentarnos. A mí me recordó a uno de
esos personajes, que había leído en algunos de esos apuntes, acerca de la vida
de Sigmund Freud. [1]
Al terminar de leer, el hombre
levantó la cabeza, y preguntó, mirando a Alfonzo, ¿Cuánto hace, qué está
tomando usted está droga?, ¿cuál, el diazepan?, sí; casi desde niño
doctor, ya veo ; en ese momento, sonó su línea interna ; el doctor tomó el
teléfono, después de una escucha atenta, en la que sólo hacía los usuales
sonidos de la garganta, respondió, mire ,yo lo que pienso, es que si a ese
paciente se le da de alta, lo mandamos para la casa , así como está ,nos
van a cobrar mucha plata; pero si ese paciente se nos muere, en el momento en
que lo estemos operando, no tendríamos que pagar nada.
Colgó y dijo; bueno don
Alfonzo, venga para acá, señalando la camilla, y levantándose de su silla al
mismo tiempo; lo hizo acostar, entonces le habló ; ¿me dice qué tiene una
sonda? .Sí, es que estoy recién operado, era para ver si usted me la
podría quitar, pues hoy se vence el tiempo para eso; ¿bueno quién lo
operó de la próstata?; un médico muy bueno; oíste Sara Lucía, ¿cómo es
qué se llama?, creo, que fue el doctor Londoño.
A, sí, él es un médico muy
bueno, en ese caso, yo prefiero, que sea el mismo doctor, quien le retire la
sonda; pero si eso no le va a quitar mucho tiempo, además usted sabe, que las
citas con los especialistas demoran mucho; no, yo sólo le voy a tratar el
problema del corazón, consulte con un médico general, ya, que yo con esas cosas
no me meto.
Por fin salimos del
consultorio, yo noté la decepción en la cara del tío, sentí, lastima por
él, pero nada habría ganado ante la ineptitud de ese médico, para retirar una
simple sonda.
De inmediato abordamos un
taxi; que se desplazó por todo San Juan [2]; ¡oíste Sara
Lucía!, ¿por qué no pasamos por toda la avenida del río? vemos los alumbrados y
así, yo busco un amigo mío, que vive en el barrio Guayabal [3],
toma, ésta es su dirección. El taxista, un hombre jovial, con muchas
ganas de hablar, dijo, mientras me miraba por el espejo retrovisor; no, es en
que en Medellín, si somos muy creativos; ¡pero vea!, esos adornos, cuestan un
montón de plata, y ya se los vendieron al Japón; así como están se los van a
llevar.
Dese cuenta, además, es que a
nosotros nos toca pagarle a las empresas, el altísimo costo de la energía, que
se consume en navidad; pero muy bonitos si son, con eso, intentan disimular la
pobreza extrema que se vive en nuestro país, en nuestra ciudad.
Pronto llegamos a la dirección
señalada, allí dejé a mí tío Alfonzo, pues él, lo deseaba y pude observar como
su amigo, su esposa lo recibía con gran afecto, cariñó, de modo que eso
me tranquilizó, ya que ellos se comprometieron a cuidarlo.
Al llegar a mí casa, prepare
café negro, ya que estaba tiritando de frío, retomé de nuevo la lectura,
según la página que abrí; ya ella, había tomado su cuaderno y vio como el azar,
había juntado las palabras los papelitos escritos en diferentes tiempos,
circunstancias, noches distantes, distintas, hasta formar un cuerpo
conexo de vivencias, de ideas.
Mucho me sorprendí aquella
noche, cuando al responder al teléfono, escuché su voz agitada; me preguntó, si
podía venir a mí casa, ya que se encontraba cerca, en la casa de su mamá,
que sólo dista a unas cuantas cuadras de la mía. Le respondí, por
supuesto que sí.
Fue esa la vez, en que me lo
contó todo, pero me tomó tanta confianza, que me abrió su corazón, fue la única
vez que me visitó, la noche en que me contó de la pelea con su hermano Antonio,
de esa tenaz pesadilla, después de eso, su madre le rogó, que volviera, que
regresara a la casa, lo hizo llorando.
Así que ante los ruegos de
ésta, dejó su pequeño apartamento, situado en Buenos Aires [4]
regresó. Un día Antonio se le acercó, le preguntó, ¿oíste, voz no tenes plata
para qué me prestes?; ¿cuánto necesitas?, no poquito, ¡a bueno, siendo
así! , si te los puedo prestar, porque voz sabes, que estoy sin trabajo, toma;
Antonio se alejó con el dinero en las manos, Amanda lo observó irse, le
dijo; ¡se me olvidaba!, por ahí, lo llamó una tal Libia, ¿Libia? A, sí, yo ya
hablé con ella.
Trascurrieron los días,
ésta, siguió llevando una vida normal, los amigos la llamaban, la
invitaban a salir, pero pese, al aparente cambio de Antonio, que de soslayo, la
seguía mirando con desprecio, una tarde en la que salió de la ducha, se
arregló para salir; Antonio, en uno de esos arranques de saliva, de odio,
le gritó, ¡ya te estas arreglando para irte a andar la calle con tus amigas!;
¿les vas a ir a dar culo?, salivó, prosiguió; ¡porque yo creo, que con
ese modo de ser que vos tenes, nadie te quiere!
Dice Amanda, que sintió a su
corazón agitarse dentro de sí, que sin pensarlo y llevada por un impulso,
en forma rápida, bajo sus bluyines y le mostró el trasero.
Intenté cambiar el sentido
atmosférico, dándole un giro a la conversación; recuerdo que le pregunté,
tuteándola, para hacerla sentir un poco mejor; ¿cuéntame algo de tú hermano
Antonio?; ¡pues veraz!, mi madre dice, que en su juventud, el tipo fue
andariego, que estuvo por los lados de Pereira, que su odio por los
sacerdotes comenzó allí, aunque pudo haber sido en épocas más tempranas.
El caso es que estando en Pereira,[5] llegó a verse muy necesitado, sin saber qué hacer,
después de caminar sin rumbo, por calles y callejas desconocidas, llegó a
una iglesia, recién se había acabado la misa, de manera que se apresuró a
llegar a donde estaba el sacerdote, le pidió ayuda, ya iba a narrar su
historia de venturas y desventuras; cuando se apareció el monaguillo,
puso en manos del cura una vasija repleta de monedas; el sacerdote se dio
media vuelta y ya no le quiso prestar atención.
Decidido a insistir se fue
detrás; pero el cura, que ya se había olvidado de él, cogió el dinero para
contarlo; dice Antonio, que jamás olvidaría esa expresión, porque en la medida
que contaba el dinero, los ojos se le habían puesto rojos y un brillo de
intensa codicia se los enceguecía , una sonrisa de satisfacción le surcaba los
labios. Solo mucho tiempo después Antonio reconocería que en realidad al que
vio fue al monaguillo absorto con la ponchera más no al sacerdote.
¡Pero en realidad, lo que tú
hermano veía, era al mismo demonio!; dije con una expresión de asombro, no lo
sé, yo no dudo de su versión; sólo sé, que no todos los sacerdotes son así.
Después de un silencio agregó, se también, que en su mayoría, todos los
seres humanos son capaces de entregarle su alma al diablo, por unos cuantos
billetes.
Es bueno, que me preguntes, ya
que yo fui, la que pedí estar aquí; así que mi madre, cuando aún era joven
enviudó, sin embargo a los tres años, se enamoró de un hombre llamado
Alfredo González, estuvieron mucho tiempo, de esa unión nací yo.
¿De modo qué ellos son tus
hermanos medios? así es, pero a mí padre no lo conocí, porque se
desbarrancó en su automóvil, la que se ocupó de la familia, de los
gastos, fue mi hermana Natalia; ¡entiendo!, dije, mirándola a la cara.
¿Qué opinas de lo qué te he contado? No lo sé, porque desconozco el punto
exacto, en donde él agua se desborda como un río.
Beatriz Elena Morales Estrada©.
[5] Pereira: Ciudad
de Colombia
Por favor ; recuerda que esta obrita ya esta registrada, con número de radicaciön y todo.
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