CAPITULO II
SARA LUCIA
A Amanda la conocí
en cierta ocasión, hace algunos años, cuando estudiaba en la universidad;
recuerdo que tuve que ir a recoger unas fotocopias que necesitaba, para
preparar un trabajo y se las había prestado a una amiga, la cual a su vez,
tenía unos amigos muy agradables, que se reunían algunas veces, en las horas de
la noche por los lados de la playa[1] a todo el
frente de la desaparecida arteria[2] entre
ellos uno al que le decían Galo, pero cuyo nombre era en realidad Carlos Mario,
estaban también los primos ; Marina, Rubén y Mónica. No hice mucha amistad con
ellos, dado mí carácter más bien introspectivo, y porque en ese momento, mí
atención se hallaba centrada en el estudio. Me sedujo su rostro, de un moreno
claro, su piel tostada por el sol; su cara, parecía reflejar una cierta
claridad, pero para mí, era algo indescifrable en esos momentos, ya que veía en
ella algo que los otros no tenían, era algo así, como un cierto encanto, hasta quizá
una cierta fascinación…
Bueno, no
demore con ellos; pero tiempo después y como algo casual los encontré
sentados en frente del teatro Pabló Tobón Uribe.[3]
Tal y como lo
había pensado, ella era un tanto diferente a los demás; por un momento, me
pareció ver, un cierto desamparo, una orfandad, que sin embargo parecía
arroparla, pero no era una concha de protección, no, no, se trataba, más bien
de algo, que te da calor; de diferente manera Galo era encantador, pasamos
juntos toda esa tarde, desde entonces nos hablamos; bueno aunque de un modo
esporádico, algunas veces nos encontramos y vamos a caminar y también
conversamos de diferentes cuestiones…, la verdad tan sólo íbamos, ya no, ahora
las cosas han cambiado.
Sara Lucía se
levantó y al hacerlo, camino con lentitud, de tal modo que sus pasos
parecían detenerse en el vacío, o en el tiempo, si quizás era eso…
La tarde se había
puesto en el ocaso, y la escarcha había comenzado a caer, en forma de una
delgada capa, puso agua en una jarra y se la llevó a su vieja amiga Yocasta;
negra azabache, y como una pelambre tierna; ya a estas alturas de la vida casi
ciega, pero todavía juvenil y brinco na, esta lamió agradecida la mano que la
acarició.
Ella regresó a
sentarse de nuevo, detrás de su viejo escritorio y tomó con manos temblorosas,
más por la emoción, que por otra cosa, un cuaderno empastado sobre un azul
intenso. Este era el color preferido de Diego, suspiró; lástima que ya éste tan
desteñido, ¡um! al igual que yo; y se sonrió, con una extraña expresión; aunque
tenía los ojos húmedos. Pero sintió un intensísimo dolor en algún lugar;
¡Diego! ¡Cuánto tiempo ha pasado cuanto! y sin embargo…
Bueno Yocasta, a
nosotras ya nos lloran los ojos, que le vamos a hacer, por una u otra razón nos
lloran, siempre nos lloran. Volvió a levantarse y con el cuaderno entre sus
manos, se dirigió hacía el corredor, para sentarse en una silla de mimbre, sus
ojos grises, casi azules, permanecieron fijos en un infinito del cielo, de un
extraño color rojizo, con unos trazos naranja en los alrededores, bajo la vista
y de nuevo abrió el cuaderno, en otra página y dio comienzo a esta lectura.
Nos hallábamos
sentadas una al frente de la otra, yo, en una silla mecedora, que pertenecía a
doña Bernardina, la dueña de aquella casa, que tenía alquilada, la casa estaba
situada dentro del barrio Manrique[4], y lo único
digno de destacar, era lo peculiar que resultaba la forma en que estaba
distribuida.
Se debía esto, a
que en el pasado la estructura de las casas, era muy distinta; al llegar el
progreso a esté barrio, no sólo acabó con la naturaleza de ese lugar, sino que
en lugar de atenuar la pobreza, la resaltó, hundiéndola bajo la forma
urbana. Ésta se quedó como encerrada; de modo que, para entrar a
ella, se lo hacía por un callejón, a cuyos lados se alzaban dos paredes, y
dentro de ese extraño corredor había mucho jardín sembrado.
El callejón
lindaba con otro corredor, que podría situar a un visitante desprevenido
hacia la entrada principal , cuyo frente estaba compuesto por dos ventanas, y
en medio de estas, la puerta, y lo curioso es que , lo único que se podía
divisar era uno de los muros, era el más alto, y estaba compuesto de ladrillos;
pero, pese a eso, a pesar de esto, la casita resultaba encantadora; parecía una
vieja encina reclinada en el tiempo, y raro , más raro aún, el hecho de que una
mujer joven como yo, se refugiara en ella.
De donde me
encontraba, podía observar a las personas que pasaban sin ser vista, pero no lo
hacía para mirar a las gentes; sino porque desde allí, me sentaba a escribir
acerca de mí tesis de sociología ¡A! y el cielo, el cielo que
siempre me ha llamado la atención; quizá por mi sed de infinito.
Ella se hallaba de
espaldas al callejón, que permanecía cerrado por una puerta alta, de rejas;
hablábamos sobre muchas cosas; aunque a veces me leía algunos apartes de su
diario. Sí, era una hermosa noche de verano, algunas estrellas, formaban
figuras, entre ellas, esa que las gentes suelen llamar la china, en fin...Su
voz, la escuché entrecortada y me expresó su dolor así; desde adentro de la
casa, escuché, cuando ese hombre, Antonio, le hablaba a mamá ,y le leía un
trozo de la biblia, su voz, el apremio con el que hablaba, y esa manera de
abordar esa lectura, tan propia de un des configurado, infundía terror y miedo,
sí, quizás para alguien que no tuviese un espíritu, lo suficientemente libre,
para escaparse de allí.
Entonces, con
énfasis, hasta con rabia le dijo; ¡oiga, vea, mire!, lo que dice aquí, en esté
otro libro; que los sacerdotes deben de ser casados. Ella, con una voz lenta,
pero tranquila, le respondió; pues yo conozco uno que es casado y tiene hijos,
¿de dónde? Cuando los padres no se casan, no tienen hijos, todos son unos
maricones, una partida de homosexuales.
A estas alturas el
tipo, ya se estaba limpiando la saliva, con el dorso de la mano, por exceso de
resentimiento, de odio acumulado; al llegar a este instante, Amanda se quedó
callada y sus ojos se detuvieron en algún punto, detrás mío, en algunas flores
y matas del jardín.
Encendí un
cigarrillo, para acompañarla, en lo que creí, era una especie de letargo; pero
al mismo instante ella pareció regresar de esa ondulación o lejanía y reanudó
la conversación; me quedé a dormir allí, en la casa de mamá, pero tuve en las
altas horas de la noche, una horrible pesadilla; en todo caso, esto fue algo
siniestro, algo que sólo una mente maligna lo puede planear.
¿De qué se trata?
, dije aterrada, ella se sonrió con dulzura; bueno, es que soñé, que me hallaba
en un lugar muy conocido, era algo así, como una tienda y, que tan sólo estaba
iluminada por unas bombillas, que daban destellos amarillentos en horas
avanzadas.
Entonces apareció
un hombre, que ya conocía y me preguntó, ¿Por qué se vino a vivir tan lejos?
Bueno, mire, es que si usted viviera más cerquita, le podrían mandar la comida,
o hasta llamar por teléfono, no le respondí nada y subí cuesta arriba, por toda
la vía principal y llegué hasta un punto, en donde esta se quiebra; pero en
lugar de seguir hacia el lado opuesto, me detuve en donde un señor que vende
papitas fritas, coloca su puesto, y ya luego volví a bajar, pero siempre
sobre esa misma vía, y de regreso a esa misma tienda.
Era como si algo
me forzara a hacer esos movimientos, no sé; suspiré y exhalé el humo del
cigarrillo ¿estás cansada? para nada, sigue, sigue; entonces, una supuesta
amiga que pasaba por allí, se me acercó, me saludó y me preguntó ¿está usted
trabajando? , no le respondí; con detenimiento reparé en ella, ya que algo,
llamó mi atención y muy dentro experimenté, el gran desprecio, que esta mujer
sentía por mí; nada le dije y ésta se alejó, y se perdió en el desierto de la
noche, y seguí hacía abajo, y al instante volví a encontrarme con el mismo
hombre.
¿Bueno, y quién
era ese? , nada más, ni menos, que mí hermano Antonio, curioso ¿no? , sí, es
posible, el caso, es que yo seguí caminando sola, adentrándome más en esa
oscuridad, que parecía querer tenderme una celada; llegue casi hasta el otro
barrio; está parte ha sido siempre muy sola, y aún durante el día; ¡válgame
Dios que sí!, y hacía un costado, se ocultaban algunas casas, pero del otro lado
era zona verde, casi toda sembrada de árboles.
No bien hube
avanzado un poco, cuando alcancé a ver a un hombre muerto, tendido boca arriba,
allí mismo, a la orilla de la carretera, por donde suben los buses; sí, el
hombre era joven, como de unos veinte a veinticinco años, era trigueño, pero,
más bien, tirando a claro; se le podían ver los ojos cerrados y ,en esos
momentos, apareció otro hermano mío, uno que es casado, apareció allí, de
pronto, entonces le dije; mire han acabado de matar a este hombre.
Pero, ¡oh
sorpresa!, justo en esos momentos, ese hombre comenzó a moverse, a
desesperarse; a la vez que decía; ¡hay los ardores de la carne! y surgió
entonces otro escenario; más allá, y como en un extraño ritual, demasiado
aterrador, para ser descrito aquí, se ven sentadas en un sillón, a dos mujeres;
una de ellas, es una niña blanca, y a su lado una mujer de unos treinta años,
ambas de cabellos largos y rubias; la mayor exclama; ¡hay los ardores de la
carne¡. A su alrededor, se veía ya, tal y como si estuvieran dentro de una
habitación, unas paredes que parecían ser blancas; estaban manchadas de sangre…
En esos momentos,
la luna reapareció de entre las nubes, sentí frío y me estremecí, ella
continuó; sí, era una escena horrible; entonces mí supuesto hermano, me miró
sonriente y me preguntó ¿Qué, acaso, no le gusta el exorcista?; con horror le
respondí que no, y eché a correr. Sin embargo, alguien, o algo me seguía, lo
que sentía a mis espaldas era una sombra, una cosa siniestra.
Por fortuna,
conocía otro camino; así que hice una travesía y, me introduje por un pasadizo;
cuyas paredes se estrechaban más y más, queriendo aplastarme, experimenté un
poder, muy seguro era el mal, bajo la forma de aquella oscuridad. Pero en fin,
como pude, sacando fuerzas desconocidas, logre salir, y me escape, cuesta
arriba por una calle diferente.
Un pájaro nocturno
atravesó con rapidez, por encima de nosotros el espacio, quizás en busca de
algún refugio; ¡tremendo!, ¡tremendo!, le respondí.
Mucho tiempo
después de eso, volví a visitar a mí madre, y me quedé a pasar algunos días.
Una noche, baje al primer piso, buscando algo que necesitaba; allí, estaba él,
Antonio, mi hermano mayor; se hallaba sentado viendo la televisión, su
presencia invadía, o parecía llenar todo esa parte de la casa, de una atmósfera
pesada, o al menos, esto era lo que se sentía.
Casi siempre, el
lado derecho, de su cara, que parecía hundido, bosquejaba un gesto de repudio,
de ira; tenía sus pies atravesados a lo largo de la sala. Caminé por el medio,
rápido, intentando no tocarlo; pero tropecé con uno de sus pies; ¡perra!,
gritó, al mismo tiempo, su cara llena de odió y su boca salivando, se
distorsionaba en un gesto provocador, sus ojos parecían un vidrió negro.
¿Qué hiciste
entonces? bueno la verdad sea dicha, en algunas ocasiones me he comportado de
un modo muy primario, y traté de darle un puño en plena cara, porque
sentí, sentí, a mí corazón agitarse y no me pude contener; pero creo, que en
realidad no debo pegar muy duro.
No obstante, el
insulto no se hizo esperar, ya que me repitió; ¡perra que te torciste!, ¡qué te
pasaste para el otro equipo! estaba tan absorta escuchándola, que no me di
cuenta del tiempo trascurrido; miré, el reloj de la pared, faltaban quince minutos
para las tres de la mañana.
Después de
aquello, y por mucho tiempo, no volví a saber nada de ella; pero ya, por
petición mía, me había dejado su diario; así, que me entregué por completo a su
lectura, claro que, sin olvidar mí tesis central.
De modo que apenas
entraba de la calle, al regresar de la universidad, lo retomaba, y en está
ocasión, al abrirlo en una página cualquiera encontré esto; yo amo a Dios, por
ser él, lo qué es, porque en su esencia, se encuentra ese acto sumo de la
creación, que no es otra cosa que él amor, y éste amor es inimaginable más no
por eso menos veraz. Eso, para mí, es la bondad y la frondosidad, de alguien en
continuo movimiento.
Y también, porque
él, ha sido capaz de trascender, en su misma trascendencia, todos y cada uno de
los espacios de la materia…. ¿Pero qué es esto?, susurré, decidí
continuar en las otras líneas, y esto fue lo que encontré; desde luego, esto
sucede, creo yo, después de haberla sufrido y padecido hasta el polvo, de los
polvos y claro, tenemos una máxima expresión; y es el hecho del sacrificio, del
único, entre los únicos, y ese fue, el día en que Jesús, fue puesto en la cruz
por los judíos.
De manera tal, que
el porvenir de Cristo, es una cosa infinita, y no hablo de repeticiones; pero
si de un rostro, que alcanza el nuestro..., en todo caso éste hecho, que abarca
hasta el último suspiro, que exhaló Cristo en la cruz, denota la física del espíritu,
de éste, como redención de un cuerpo, de un mundo, que incluso va más
allá de la carne. Habría que resaltar la muerte de Jesús, como un
hecho invaluable, de gran significación y sentido, con lo cual, el
espacio entre vida y muerte desaparece, para dar paso a la inauguración de la
vida; ¡He ahí el hombre!, ¡he ahí el árbol de los árboles!
De este modo con
Jesús, al donar su sangre, el espíritu retoma su centro; sus dones han bajado
desde lo alto, para instalarse en las más hondas raíces de la tierra y la
escritura asciende, abriéndose pasó, desde el estiércol y las raíces podriditas
y aunque parezca que no, el árbol de la vida, el que está situado en medio del
Edén, el que guarda el misterio o el enigma, se abrirá para aquel; sí, aquel,
que descubra en ese acto, lo que sólo el amor puede develar.
Quizá millones de
años luz, después de que nuestros genes hayan avanzado lo suficiente y haya
sido la tierra muchas tierras. Y si tenemos en cuenta que la serpiente se halla
colgada, por su propio gusto de cabeza hacia abajo, ¿quién sabe cuántos ciclos
más, tardemos en comprender y en sentir?…
Vemos pues como
Jesús, con su acto se ha convertido en el ombligo del mundo y nosotros con
nuestros genes nos hemos, ¿convertido? , Bien es cierta esa expresión tan conocida;
“porque en pecado me concibió mí madre”[5]; y si esto, es
así, ¿hemos de permanecer en esté estado? , ¿Acaso es más fuerte la acción de
la gravedad, o el peso de la tierra? No podemos olvidar en todo caso, que Jesús
se ha hecho carne, que él es el verbo del que habla la palabra, aunque
está, habita entre nosotros, hay que procurar develar y desvelar.
Al pie de página
tenía una nota que decía; Por espacios de la materia, entiendo yo, también a
todos esos hechos y circunstancias que nos rodean, y que de alguna manera, se
hallan inmersos dentro del mundo aparencial, de las formas y de las cosas.
Entonces, siguió hablando de Dios, escribiendo sobre Él, en la medida en que
creía, que se acercaba a la forma perfecta, del Dios creador, del Dios padre,
en la medida en que toda su finitud, estaba plasmada en la forma armoniosa de
sus pies.
Luego lloró, se
sentó a llorar con amargura y deletreó ésta frase, ya dicha antes por alguien
que no recordaba; los dioses han muerto, los dioses han muerto; sí, aseveró ella,
los iconoclastas, los pérfidos, los impuros de corazón los han asesinado; desde
entonces vagan errantes como sombras, que ríen en la inútil forma de lo
temporal.
¿Pero a qué dioses
se referirá? no pretendo inmiscuirme en su vida, pero lo que es a mí, me
encanta leer éste diario, será sólo, una simple curiosidad, en todo caso, esto
de ocuparse de Dios, dentro de una sociedad, que ha perdido la capacidad de
oír, de ver, y hasta de sentir, y que tan sólo se ocupa de conseguir dinero
fácil; esté asunto, pues, bueno, a mí, no deja de sorprenderme.
Pero creo que los
intelectuales de la época, habría que resaltar sólo algunos; su
ingenio para hacerse notar; podrían considerar que pensar en Dios, es hacerle
el juego al sistema; pero ese Dios, real y existente, no tiene que ver, no
exactamente con lo instituido.
[3] Teatro Pablo Tobón Uribe: Importante teatro
de la ciudad de Medellín; se encuentra situado en la cabecera de la
avenida la playa
[5] Cita
bíblica; se refiere a una expresión del apóstol Pabló; empero la autora lo cita
con la finalidad de traer a colación la situación desmedida con la que el ser
humano se deja llevar por sus egos; sus ruindades; sin tener en cuenta su
relación con Dios, con los otros… En todo caso los egos y la carne podrían
tener una relación de inmediatez. Referencias más cercanas; Romanos VII y
VIII, versículo 25; antigua versión de Casiodoro de Reina,( 1569)
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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