CUENTOS AL TRASLUZ
El EL TABOR
El EL TABOR
En memoria de mi hermano Darío
Ha eso de las cinco de la mañana sintió
que alguien llegaba hasta su lecho, se sentaba junto a ella. Sorprendida pero
no asustada, se atrevió a buscar con su mirada la presencia de aquel extraño
visitante.
Pero en vano trataba de verlo, de mirarlo
de frente. No obstante supo de inmediato quién era.
Era su hermano que había
muerto hacía diez años; parecía venir desde muy lejos, se sentó de lado
junto a ella y le pidió con su mente, que no lo mirara de frente. Vestía unas
ropas sencillas pero limpias, su camisa era blanca de rayitas, el pantalón era
de dril café claro igual a la ropa que usaba para su trabajo cuando aún estaba
vivo, traía en sus manos algunas cosas, parecían regalos, obsequios. Ella
no quiso destaparlos solo quería mirarlo, mirar a su hermano querido y
trataba de hablarle, pero solo podía escuchar las palabras que este
pronunciaba. Entonces en un tono de voz triste pero demasiado consiente de lo
que decía le hablo así; ¡Que se va a hacer! la vida es así, no da tregua no da
espera, yo ya me tengo que ir para el tabor. Ella sintió al oír esas palabras
una honda pena. Pero su hermano permitió que lo abrazara y
que lo tocara, aunque no dejó que el abrazo fuera demasiado fuerte ni tampoco
largo. Le dijo que no hiciera demasiado ruido, ya que el muchacho de la
habitación contigua podría despertarse en cualquier momento.
¿Cuál muchacho? Interrogó ella
El nada le respondió,
Se limitó a levantarse despacio, lentamente de la cama, en donde estaba sentado, era una postura silenciosa, discreta, como si temiese ejecutar
algún ruido fuerte o temiese algo. Lo hizo de lado, sus piernas casi juntas,
sus manos sobre sus rodillas, no la quiso mirar a ella, no de frente, no quiso
que ella lo viese de esa forma.
Guardo un profundo y reverente silencio,
se tragó incluso los sollozos, para qué no la escuchase en el sonido
de su mente, mientras él se alejaba ya. Pero ella aun recogía el
sonido de su voz. La voz de su resignación al pronunciar estas sencillas
palabras.
La vida no da tregua, no da espera. Yo ya me tengo que ir para el
tabor.
Beatriz Elena morales
Estrada © Copyright
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