Y una voz que grita en el desierto; horizontes lejanos y perdidos en la penumbra. Oquedades craneanas; cúmulos de recuerdos, mi cabeza rodando en un soleado paraíso de enjambres de abejas; un tajo de espada me la arrebató y ahora la tengo perdida; y todo por culpa de esa asquerosa mujer Herodías y su hija. Al mismo tiempo, siento y oigo esos sonidos; como gestación de un tren en la memoria, tal como si fuera la estación última y primera de las cosas; en donde la partitura del ensueño y de una desilusion , que ya no se cantan, tañen campanas de despedida, sin despedida; porque el otoño y la primavera permanecen juntos, juntos conviven con los ojos y los párpados hormigueándoles el cerebro, que destila mariposas y estas, se elevan sobre tejas y entejados azules; disfrutando el santiamén de unos segundos de rascacielos, en el paraíso suburbano de las venas y de las sangres; mientras mi cabeza rueda y rueda marginada de lloros y de pesadumbres ajenas, y la bandeja ha sido puesta ante sus ojos delirantes; delante del cobarde y vil tirano; que ya no puede volverse atrás. Dado que sucumbió ante los encantos del hades, encarnado en la danza de la tal Salomé y mientras las copas han sido levantadas y los ignotos disfrutan de la libación de la sangre entre sus labios babosos y entonces, entonces cae el telón y mi cabeza en aras de la maldad yace, cual suculento manjar ante los espantados ojos del rey.
Beatriz Elena Morales Estrada @colprint derechos reservados
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