La
despedida
Hace algunos
años andando por una de tantas calles
barriales, que he transitado;
me hice amiga
de una señora llamada Bernardina Restrepo, tendría unos ochenta años.
Era muy
solita, la visitaba con alguna frecuencia,
nos hicimos buenas amigas; cierto día enfermo, se la llevaron a vivir a donde una nieta, y
aunque ella no fumaba, le encontraron
cáncer en los pulmones, después de mucho
tiempo de padecer, murió, pero por
circunstancias de la vida que no narraré aquí yo me quedé viviendo en esa casa, en donde me ocurrieron
tantísimas cosas. El caso es que a
Bernardina la cremaron, pero durante el día estuve acompañándola, velando su cadáver, me despedí
de ella, en silencio, ya que todas sus hijas, parientes nietas para ese momento
aparecieron.
De manera que yo regresé a esa casa, ella misma me la había cedido en
arriendo. Me acosté a cierta hora muy
avanzada de la noche, sentí algo
sobrevolar cerca, muy a ras de mi cara,
de mis ojos, era unas alitas de
paloma, se balanceaban sobre mi cara
como para que me diera cuenta que estaban allí, aleteando; entonces abrí los ojos y vi una paloma
pequeña, que al verme ya despierta, comenzó a aletear, tres veces seguidas, antes de
alejarse, como diciéndome adiós; era unas alitas de paloma, blanquitas. Fue su
despedida. ¡Cómo no recordar semejante experiencia y tan bonita!
El nieto
Sucede que Bernardina Restrepo; esa señora que conocí en el barrio y en esos
recorridos, que hacía como
fotógrafa; tenía un nieto, que se lo habían matado, en su propia casa y
había muerto, de una manera muy violenta y a menudo, yo solía sentirlo; un día estaba en
oración y sentí su presencia a mis
espaldas y escuché su voz diciéndome;
rece padrenuestros y verá como consagra
a las almas.
De terror y otros
asuntillos
Cierto día una persona cercana a mi familia contó la siguiente historia; resulta que trabajó
hace mucho tiempo en la policía,
se dio la situación de que mataron a un hombre muy buscado, que era un asesino muy temido despiadado, sanguinario en sus acciones, lo tuvieron que
matar incluso, con balas de plata, porque aunque siempre le daban, nunca lograban hacerle daño. Sucedió que
habiendo llevado a este hombre al anfiteatro lo depositaron en una camilla, allí lo dejaron, se llegó la hora de cambio
de turno tipo 12 de la noche, de repente
los dos hombres encargados de cuidar el anfiteatro, escucharon un ruido y
vieron cuando el cadáver, se levantó,
se sentó en la camilla, de su pecho
salió un ave enorme, en forma de
gallinazo, alzo el vuelo, a uno de los
celadores, lo rasguño en la
mejilla, le dejo una marca en la
cara, salió por una ventana, rompiendo los vidrios, para desaparecer en la oscuridad de esa fría
noche. Cuenta este ex oficial, que esto fue verídico, tanto que uno de los celadores, se enloqueció y el otro renunció a su trabajo
para siempre.
Beatriz Elena Morales @Estrada
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