CAPITULO XXXVIII
ROSALÍA
ROSALÍA
Hacía las cuatro de la
tarde, Leticia comenzó a espabilar y sus pesados párpados, se encontraron de
sopetón con los ojillos tristes y apenados de Rosalía, que se alegraron al ver
que estaba despertando; ¡por fin doña Leticia! ¡Se despierta usted! ¿Qué paso?, ¿en dónde estoy?, ¿acaso ya viene
el enemigo a consumir nuestras vidas? No, nada de eso todavía; soy yo, Rosalía,
cálmense y no vaya a comenzar a gritar, como esta mañana ¿está mañana?, sí, no
ve, que si lo hace, pueden venir a dormir la otra vez.
¿Qué es lo qué está diciendo?, no recuerdo
nada; ¿Perdió acaso, usted la memoria? ¡No, bueno sí! ; ¡A, ay, ya lo
recuerdo!, ¡malaya la hora en que me he metido aquí! , venga Rosalía, ayúdeme a
sentarme, me duele todo el cuerpo, me siento molida, es como si me hubieran
cogido a darme de a palos.
Con cariño, Rosalía
comenzó a ayudarla; intenté abrir la puerta está mañana para salir y no pude;
¡sí lo sé!, pero es que ellos, la cerraron por fuera, no creo que tengan
intención de dejarla salir, ¿entonces qué voy a hacer, para salir de aquí?,
siento qué no puedo aguantar más; ¡vea, usted tranquila! , lo único que yo sé,
es qué me ordenaron cuidarla y tratarla como a una reina; ¿reinaa? ¿Pero que
locura es esa?; ¡a, para que vea!, ¡yo no sé!
Después de unos segundos,
Leticia replicó; ¿oye, y eso no está cómo raro?
Pues no sé, pero lo escuché de la propia boca del pastor está mañana,
entonces la mismísima Rosalía, se quedó como haciéndole preguntas al aire y
movió las manos; ¿y esto de reina, no será por ser usted la esposa del pastor?
Entonces carraspeó y
abrió la boca, como queriendo protestar, y por unos segundos se quedó
pensativa, ¡Ba!, ¡eso sólo es, una banalidad! ¿Y a todas estas, dónde está mí…,
bueno, ese tal Adrián? La verdad, no lo he visto en todo el día, ni a la cocina
ha arrimado, tan siquiera.
Al que si he visto, es a
Mauro y a todos los demás. ¿Oíste y quién es ese Mauro? ¡Ay, yo no sé! , pero
es que aquí suceden cosas muy raras, lo único que sé, es que a ese hombre, lo
tratan con mucha deferencia ¡y por hay, dicen!, ¡dicen! ¿No? que es el maestro
mayor ¿mayor? Sí, el que los manda a todos, el
principal; ¡hay, pero yo juraría, que hasta es el mismo Adrián! , sólo
que… ¿Qué? ¡Ay! no me haga caso, por lo demás, creo que están desconfiando de
mí, ¿Por qué lo dice? no sé, me parece como raro, que me dejen tanto tiempo
sola, ¡en fin!
¡Pero mire!, me he dado
el lujo de cocinar para las dos y aquí, en está mesa corrediza, guardo comida
caliente; ¿Qué le parece? Pues hambre si tengo y mucha; pero preferiría, que intentáramos
escapar de aquí, ¡Jun!, eso está imposible, ahora nomas, me asomé y esos
hombres están por todas partes.
¡Bueno si vamos a ir al
cadalso o a la vida! , es mejor que busquemos la manera de conciliar, nuestras
infortunadas existencias.
Pues sí, dijo Rosalía
riendo, mientras destapaba la deliciosa comida; ahora qué, si lo pensamos, esa
ventana está sellada; pero si consiguiéramos unas herramientas, hasta es
posible, que la podamos destapar y gritar pidiendo auxilio. Sí, pero eso nos
llevaría mucho tiempo y el bullicio que tendríamos que hacer para desenclavar la, porque está muy bien clavada, ¡ya veremos! pero bueno Rosalía,
¡pase haber!, no hagamos esperar más a nuestra comida, no la dejemos intacta,
para que otros, no se den el lujo de comérsela.
Rica, ¡está carne está
deliciosa! , si estuviéramos en época normal, la invitaría a mí casa y a
recetas, que probaríamos; ¡ya vera que, lo vamos a poder lograr!, ¡ya lo vera!
¿Vee y ese retrato qué se
hizo?, don Mauro lo quitó, dizque para no molestarla a usted, ¿y ese cómo
sabía? ¡Yo no sé!, pero si viera con que facilidad lo quitó; fue como bajar una
pluma; ¿y usted lo vio?; sí, no ve que yo estaba aquí cuidándola. ¡Que raro! mírelo,
está allí, de espaldas; ¿ve y porqué lo haría?; lo único que sé, es que dijo;
aquí Rosalía fingió la vos; A ver si la
futura reina, se atempera un poco, mientras se va acostumbrando. ¡Que raro, que
raro!
Después de saborear las
viandas y la carne con ensalada y algunos panecillos con mantequilla; Rosalía
exclamó; mire, allí debajo de la cama, he colocado unos líquidos que son
inflamables y tome, guarde estas velas y está caja de cerillos
Con la boca llena,
Leticia dijo; el día que estuve mirando esa pieza, en donde están encerradas,
esas pobres muchachas, vi que había un cuarto, en donde guardan herramientas;
sí, ese es el cuarto de los trabucos; ¿no será Rosalía, qué allí hay algo qué
nos pueda servir?
Lo más seguro es que si,
pero apenas, pude sacar esos líquidos, por temor de que me descubrieran; más
tarde lo intentaré de nuevo, porque hay, en ese sitio, se mantiene Irlanda y
está mujer, ¡sí que es una enemiga malvada!
¡Fíjese!, ya ha comenzado
a declinar y yo, ya empiezo a sentir un escozor en mí vientre, un temor y
siento que algo en mí, se resquebraja, me da miedo quedarme aquí; ¡para eso que
me tenían que dormir! ¡Voy a salir Rosalía! ¡Como sea, yo me tengo que escapar!
Tenga, tómese está
aromática con infusión de yerbas; puede, que la ayude a calmar los nervios y
hasta quizás a sacar fuerzas para poder escapar de aquí; ¡no lo sé! , ¡Pero
preste a ver!
Después que bebió,
Leticia entró en un sopor y comenzó a sudar, entonces en un desvarío y en tono
grave exclamó, como si algo en ella, hubiera emergido desde lo más profundo y
abismal; parecía surgir desde lo esta láctico; ¡la triste hermana!, ¡las
hecatombes cerradas! ¡La es finge rota!, ¡el descenso de la montaña! ¡Sí, la
triste hermana!; ¡la que a la putrefacción fue arrojada!, ¡lanzada a esté abismo
inexpugnable!
¿A caramba, qué fue lo
qué hice? ¿Será qué se me fue la mano? ¿Doña Leticia, doña Leticia, se siente
bien?; Leticia no respondió, por el contrario, permaneció sentada, con la
mirada puesta, en algún punto inextinguible; mientras que gruesas gotas de
sudor, perlaban su cara de amapola florecida. ¿Ay virgen María, será qué, sé me
fue la mano; ahora qué hago?
Entonces, tomó un frasco
de agua mentolada y comenzó a limpiarla con pañuelitos de papel, Leticia volteó a mirar, girando sus ojos hacía ella;
¿Qué diantres fue, lo qué me dio a beber? Le juro, qué nada malo, lo más
seguro, es que se me fue la mano, con alguna de esas yerbas aromadas.
¡Ay, perdóneme si! ; Yo
no sé Rosalía, pero para mí, que usted se las quiso dar conmigo; ¡bueno, está
bien!, lo admito, me pase un poco, pero es qué es necesario, que sepa usted,
quien es, y yo sé, que en el fondo tiene las mismas dudas que yo; ella no
respondió; pero dijo; ¡venga deme más de eso! ; ¡no, no lo haga! , es necesario
que usted oscile, entre lo lúcido y lo infrecuente; ¿infrecuente? ¡Hay como
sea!
Fue imposible detenerla,
está tomó la tetera y bebió todo el resto, de un sólo tiro, resignada, Rosalía
exclamó; bueno, al fin, que tenemos toda la noche todavía; venga yo la ayudo a
sentarse en la poltrona; no gracias, yo puedo sola; total no me interesa ser
una reina.
De inmediato, Rosalía
corrió la mesa corrediza y recogió los residuos, miró afuera del pasillo; cerró
la puerta con llave; tomó la tetera y recogió los platos, y los residuos los
hecho por el baño y regresó con rapidez; pese a los hábitos de la calle y al
deterioro por los vejámenes sufridos; Rosalía conservaba una agilidad, casi
felina y una destreza manual increíble.
Leticia, ya estaba
sentada en la poltrona; pero contrario a lo que había ocurrido la primera vez,
conservaba su buen tono; ¿y cuénteme, en dónde queda la habitación de ese tal
Mauro?; detrás del auditorio, en un cuarto viejo y desvencijado y lleno de
telarañas, yo ni siquiera voy por allá; más sé que a él, le gusta así. Incluso
el piso se halla sucio y hace un frío impresionante. Al hablar, tendía la cama
y doblaba las cobijas y arreglaba las almohadas ¿cómo supo qué don Mauro vivía
allá? No es qué, ese tipo es muy misterioso y una vez, lo vi que se metió detrás de las cortinas del
auditorio; pero a nosotras no nos dejan ir por allá, yo porque al escondido me fui a ver eso y no,
¡pa que le digo! mejor me salí; Cómo
raro ¿no?
¿Y lo del parecido? no lo sé; por el retrato
tal vez; ¡ya veo!, pero al menos está tapado, además ese es Adrián; sí, pero…; en verdad doña Leticia,
que ese retrato tapado y todo, deja sentir como un hedor impresionante, hasta
en el aire se siente; ¡Jum, ni me lo recuerde!
¿Será qué lo metemos en
el closet?; deje así, igual no vamos a poder; bueno; respondió y es qué Rosalía
se esforzaba porque, quería que todo saliera bien, en el fondo sentía miedo y
para colmo un frío comenzó a sentirse en el ambiente; ¡bri! ¡Bri!, que frío;
déjeme yo le coloco una manta; le envolvió los píes y le colocó la bomba de agua
caliente; suspiró y exclamó; reina de los cielos; bendita entre todas, ¡ven
apúrate! y danos tú auxilio y acoged a las almas buenas que están dentro de
esté lugar. Te pido por ellas y no tanto por mí, pues al fin, yo no existo.
Se levantó y miró la cara de Leticia, para ver
que expresión tenía, ¿listo, ya no tiene tanto frío? Pero está no respondió,
porque sus ojos se hallaban fijos, lelos, al parecer, miraba hacía la ventana
sellada y gruesas gotas de sudor escurrían por su frente y sus labios comenzaron
a moverse y su voz se escuchó diciendo así; Siempre se ha dicho que tú eres un
enano, un roedor, un ser pequeño, y se ha dicho de ti, que hasta un tirano
eres, siempre se ha dicho que eres un sapo verde y que estas celoso de nuestra
felicidad; ¡pero yo sé, que tú no eres un beato!
¡Doña Leticia!, ¡doña
Leticia! Llamó Rosalía, moviendo sus manos enfrente de los ojos de está, pero
ella, ¡uuko! No se inmutaba, por el contrario, continuó; dicen que te niegas al
azar y que juegas a ser un creador malo, dicen además, que ocultas tú rostro y
que la bondad que suelen achacarte a ti, no es más que una insostenible mentira
y ¿sabes?; yo te he odiado siempre, siempre, porque nos has metido fuego por
los ojos y has creado un infierno perpetuo; aquí sonó su voz con más fuerza; un
infierno para los réprobos, ¡que arderá y arderá!
Después de esto, reclinó
la cabeza hacía un lado; Rosalía, no le despegaba los ojos y la limpiaba con
agua mentolada, parecía desvencijada y hasta escuálida y como paloma muerta.
Y mientras esto sucedía,
allá en el cuarto en donde las mujeres se encontraban, Amanda permanecía
acurrucada y silenciosa; no había querido probar bocado y tampoco se quiso
colocar la ropa, que esas gentes habían traído; por el contrario, permanecía
con una aparente indiferencia.
Y cuando Irlanda, quiso
arremeter en su contra, porque no se había querido colocar eso, la reprendió
con severidad; ni se atreva a tocarme, ni loca que estuviera, nunca aceptaría
nada de ustedes, antes muerta que ceder a sus peticiones; la mujer, no atinó a
hacer nada y no le insistió.
Esta tal Amanda me infunde como un cierto
respeto, está mujer me da miedo; pensó; Marta e Isadora permanecían tristes y
agobiadas y para ellas, las horas se sucedieron impertérritas y agudas, dando
el sol, un giro, en su movimiento casi sempiterno y pretérito y todo se
revistió; al parecer, la sombra se apoderó de las cosas.
De repente, Amanda
comenzó a temblar, las dos compañeras de celda al darse cuenta de su estado, se
acercaron a auxiliarla; la ayudaron a levantarse y la hicieron sentar en el
catre; ¡tiene fiebre! , casi gritó Isadora; ¡cálmese! , algo bueno tiene que
suceder, usted está joven, y yo soy mujer vieja y sin embargo nunca he perdido
la fe.
Amanda con los labios
resecos y con una voz subterránea exclamó, para sorpresa de estas. ¡Oh vírgenes
guerreras, que tanto en el día, como en la noche, soléis velar, manifestaos
ahora y arremeted contra el maligno; venid y destruid su elocuencia, su
sutileza; desenmascarad al vil!
No os dejéis engañar por
su apariencia, ni os dejéis anquilosar por su veneno, ese que suele destilar,
cuando suelta palabras tibias; son las palabras del réprobo y garras de bestia,
son las que os acarician, venid arcángeles de fuego azul y soltad la espada.
¡Delira!, ¡delira! ; ¿Qué
extraña lengua es esa? No sé, no lo sé,
pero ¡chist! escuchemos; aseveró Marta.
No dejéis, ¡oh vosotros
los celestes!, que la espada enmohecida por el tiempo y en su punta
ensangrentada; sangre de tantos inocentes yazca olvidada.
¡Levantad la vuestra! y
haced que el antiquísimo fuego retorne de la nada y haced ¡Oh señores del rayo
azul; haced que esa fuerza primaria, sea despertada, para que la justicia
perenne sea levantada!
Entonces en un arrebato,
de un cierto enojo pesimista; Isadora exclamó; ¡vea pues! , lo único que nos
faltaba, que está pobre, comenzara a desvariar y haciendo semejantes elucubraciones; ¿sabe qué? yo no lo veo así
Isadora; admito que tiene fiebre, pero sé, qué algo más real, se está gestando
en ella; ¿real, qué puede ser más real, qué está situación qué estamos
viviendo?
Es cierto, está situación
es insostenible y hasta terrible; pero aún así, creo intuir algo más, sé que
usted es estudiada, más yo no lo soy; no, es qué, no sé trata de eso; no se
enfade señorita, lo que le he dicho, no ha sido con el fin de molestarla, ¿a
no, entonces porqué, me dice eso del estudio? No, es qué, lo qué pasa es que yo
tengo experiencia en asuntos de la vida; uno aprende a golpes, ¿sabe?; bueno,
pues, va a tener qué enseñarme, pero ya será en otra ocasión, porque la pobre
Amanda está qué desvaría, ¡no ve! La voz de está, se volvió a dejar escuchar,
grave, entrecortada por segundos.
Y vi pasar, con estupor
delante de mí cara, la negra sombra de la nada y a mi alrededor todo se
derrumbaba y el arenoso polvo de la tierra, se paseaba sobre los ojos
adormecidos y mientras que a su vez, se ensolvaba toda la atmósfera y todo se
rarificaba como en un paisaje incoloro.
Más entonces, he
comprendido la antiquísima lucha y sumergida en el momento aquel, vi, como todo
comenzaba. ¡Off!, tenaz, tenaz, lo que dice esta dama; Marta no respondió, más
bien, hizo caso omiso de esté comentario y ya después, Amanda no volvió a
pronunciar palabra.
Marta pensó; si no me
equivoco, lo que ella dice tiene más sentido, de lo que parece a simple vista;
pronto el sueño comenzó a girar en la cabeza de Isadora, pero antes de dormirse
estuvo muy intranquila, entonces para tranquilizarla, Marta le untó en las
sienes, un poco de pomada y era harto extraño, ver a estas dos mujeres así, con
esas túnicas blancas, como vestidas para un inútil y hasta vano sacrificio.
No obstante, Marta pasó
la mayor parte del tiempo despierta, a ratos se frotaba las manos, otras
caminaba y otras se acurrucaba en el suelo, pidiendo perdón, clamando justicia
y así, la noche se plegó a los párpados, a todos esos finitos ojos qué la
miraban y los absorbió al instante.
Estupefactos quedaron los
rostros, qué lograron desplegar sus alas y qué velaron por entre los cuerpos de
la muerte y lograron burlar al astuto cerebro del incubo.
Un aguacero de esos, como
para no olvidar, se desató y caían, gruesos pedazos de granizo y las gotas de
lluvia parecían piedrecillas arrojadas a la tierra; mientras tanto Diego, se
paseaba inquieto por su habitación, sabía qué había quedado de verse con Amanda
y al no poder acudir a su encuentro, perdió su rastro.
Van dos días ya, con sus
largas noches y no sé nada de ella; mañana, mañana, buscaré a su amiga Sara
Lucía, quizá ella, sepa decirme algo; ¿Será qué está enfadada conmigo? Abrió
las cortinas de la ventana y casi pegó su cara contra el vidrio.
En silencio contempló la
terrible granizada, que parecía debatirse en medio del vendaval; esté caía y
golpeaba sobre los tejados, por encima de los árboles y sobre el pavimento,
aporreando en su caída las flores y las hojas. Toda la atmósfera parecía
hallarse, cernida, compactada por la vertiginosa fuerza del hielo, qué chocando
contra la tierra, se desintegraba con rapidez.
A lo lejos, un rayo cayó
y su fulgor volvió a ascender en finísimas capas de electricidad. ¿quién sabe
qué será, lo qué se encuentra detrás de los rayos? musitó y volvió a cerrar la
cortina ; intentó dormir y al no poder conciliar el sueño, se sentó junto a su
vieja máquina de escribir; dos largos años habían trascurrido, desde que Manuel
había muerto ; Lilia y Hunder Alexander, lo llamaban con frecuencia, sin duda
Lilia, era una mujer interesante y la amaba, pero a veces pensaba; que
pertenecían a mundos diferentes y hasta distantes y sí bien, ambos convivían,
ella parecía no tener más ojos que para Hunder Alexander; de otro lado, viajaba
constantemente.
Al principio, pensó, qué
con el correr de los tiempos, le dedicaría más tiempo, pero comprendió que tal
vez no sería así, pese a eso, Lilia le había reiterado, una y otra vez que pronto
se quedaría ; pero su relación se vio interrumpida ,ya qué tuvo que viajar a
España a formalizar los asuntos de unas propiedades, que le había dejado su anterior esposo; le propuso que viajaran
juntos, pero él, le respondió, por ahora, yo no quiero alejarme de Medellín;
¿pero porqué?, le preguntó, todos tenemos un pasado respondió.
El agua golpeó con fuerza
sobre la ventana y, esté se estremeció; un fantasma vuelve a perseguirme,
suspiró y comenzó a teclear y a escribir algo como esto; ojalá qué valgan la
pena, estas extasiadas horas del olvido; pero en vano, esté no existe.
Ojalá, que estas extrañas
horas, detenidas y tatuadas en nuestra piel, no nos arrojen, por la borda de un
acantilado; ¡Ay! , ojala que valga la pena, la insistente persecución que tú me
haces, colocando tú imagen ante mí. Sí, ese tú rostro, la finísima intromisión
de tú ser, en mí vida; la secreta memoria tuya, que me esconde y la delicada
línea, que separa a tú cuerpo del mío.
Entonces, sabrás amada,
amadísima mía, que guardo el secreto de tus ojos, las lágrimas qué detuviste
aquella vez, en la pequeña rasgadura de tus pupilas.
Con lentitud, leyó lo
escrito y sacó el papel y lo arrugó dentro del puño, lanzándolo luego a la
canastilla de la basura, sin embargo se quedó pensativo, se levantó y lo sacó;
diciendo en voz alta, es cierto que estos versos son pésimos, los buenos versos
hay que dejárselos a los verdaderos poetas, pero por lo menos expresan lo
que siento.
Se sentó de nuevo y
volvió a escribir; nos miramos como se mira el amor en su vuelo más alto, como
se mira el amor, buscando su lugar en la tierra; sí, nos miramos como dos, qué
se miran detrás de la línea del tiempo; tú eternizada en tus cosas y yo, como
detenido en un tiempo en qué mirabas a mí, el tiempo fascinado; sí, como dos
qué sin tocarse se amaban.
Pero sí; tú me amaste tan
sólo de ojitos, tú amor fue cobardía de un día; un amor cobarde el tuyo,
indeciso. Se levantó y exclamó; no, a Amanda tuvo qué haberle pasado algo ¡Ay!,
y para eso que no amanece todavía; apenas van a ser las dos de la mañana, ¡qué
jartera Dios mío! y yo con está preocupación.
¿Por qué espere tanto,
para saber de mí hermana, mí triste hermana?, la de los ojos impolutos, la de
desnudo rostro, la qué cabalga con el viento.
Pero es qué yo pensé, qué
se iba a comunicar conmigo; se sentó sobre su cama, puso sus codos sobre las
piernas y se tapó la cara con sus manos y con prontitud comenzó a llorar;
lloraba, pero no sabía con certeza qué era, lo qué le estaba pasando. No, yo me
voy así sea, en plena tempestad; ¿pero para dónde, para dónde?
Abrió un libro, qué tenía
junto a la cabecera de su cama y leyó en voz alta; entonces fue, cuando
llamaste y nadie te respondió, ¡gritaste!, ¡gritaste!, ebrio de dolor y nadie
te respondió; gritaste y tus gritos fueron acallados por la lluvia y los
truenos y fue cuando la desesperación, se apoderó de tus miembros y sentiste,
y, sentiste como se descalabraba tú alma.
Ya, al final vencido por
el sueño y como un niño, Diego se quedó dormido y en medio del sueño sollozó y
de repente, sintió como si algo lo halara y lo sujetara con brusquedad por los
sobacos. Por unos breves segundos creyó estar al borde de un enorme precipicio;
era todo, de tal forma, que le parecía que iba a caer en un vacío sin fin,
hasta quizás dentro de una larga encrucijada.
Se despertó al instante,
aún adormecido; ¿he qué pasa, qué pasa? y de nuevo, volvió a sumirse y esta
vez, sintió en su cuerpo, como si un desprendimiento o un algo insólito, lo
abarcará, o como si estuvieran arrancándolo de su tronco y lo halaran de la
cintura hacía arriba y entonces se vio así mismo fuera de sí y sintió miedo y
un frío; volvió a decir, ¿he, he qué pasa? y gritó.
Hasta le pareció, qué en
el cuarto contiguo al suyo, se hallaba una muchacha y al instante comprendió,
qué era su hermana, qué ella, era esa parte más secreta de su ser y qué lo
instaba a permanecer despierto.
Un silencio de alas, se
posesionó del aire; aún más fuerte que todos los silencios era esté y el viento
con suavidad, penetró por las hendijas, por la ventana y por el pequeñísimo
espacio entre la puerta y el suelo.
Se volteó de lado y se
levantó, para sentarse en el suelo, a la orilla de su cama y reclinó su cabeza
sobre está, e hizo, lo que casi nunca hacía; ¡Oh! Padre, padre nuestro que
estas en los cielos, no me dejes caer en la tentación y líbrame de todo mal, de
esta caída sin fin y haz, de tal modo, que viendo yo, la verdad y fortalecido
por voz, pueda librarme del ente que quiere destrozarme.
¡Padre!, padre tú que
también eres el sanador de nuestras angustias existenciales, ven hacía mí y
muéstrame el camino, déjame conocer tú rostro.
Después de esto, Diego
Alonso, pudo conciliar el sueño y así, se llegaron las once de la mañana y el
teléfono replicó, y replicó y Rafaela se quejaba desde la cocina; ¡por Dios!
las cosas qué un ama de casa tiene qué hacer; buenos días; así, con mucho gusto
¡Diego!, ¡Diego!, hijo al teléfono; ¡voy! , ya voy mamá y al momento apareció
esté, con el cabello despeinado y el piyama azul a rayitas que Lilia le había
regalado.
Recibió el teléfono, pero
ella, en lugar de alejarse se quedó a escuchar y pensó; ¿quién será esa mujer?
su voz no me suena familiar; ¿Bueno quién habla? Claro, pero claro que la
conozco, usted es su amiga, gracias a Dios que llamó ¿y qué sabe de ella?; no,
pero si en las mismas estoy yo.
¿Le parece si nos vemos
más tarde?; ¡sí por favor!, no sabe cuánto necesito, hablar con usted, sí, está
bien, esa, me parece una hora apropiada.
¿Mamá, estas todavía
aquí, te hacía en la cocina?; sí, la cocina, ese es el lugar que ustedes,
quieren para nosotras las mujeres; Diego enternecido se aproximó y la abrazó,
besándola en la frente; tú bien sabes, qué no pienso así; pero haciéndole
cosquillas, le agregó; sé que si te mantienes allí, es porque te gusta, ¿no?
¿Qué? , exclamó está,
mientras él, se alejaba riendo ; deja que te agarre y veraz; voy a ducharme,
tengo que salir; ¿hijo quién era esa mujer?; la curiosidad mató al gato mamá;
respondió esté, pero cuando ya se iba alejar un poco enfadada, la detuvo;
espera, es una amiga de Amanda y es que hace dos días ,no tenemos noticias de
ella, no sabes, la mala noche que pase; sí, se te nota; ¿cómo así, será qué le
ha sucedido algo, o estará enferma?; ese es el problema mamá, que no tengo ni
idea en donde pueda estar; bueno y ahora que lo mencionas yo, ya la estaba
extrañando, hace tiempo que no la veo; pero como ella es así, un poco rara,
y le gusta perderse ; rara no mamá, sino
que uno no puede estar metido en una casa a toda ahora, pues sí, pues sí,
tienes razón, es que a veces soy tan
parda, ¿parda? , en fin como sea, ¡um!
Esté inclinó la cabeza y
dijo, pero esta vez es diferente, siento que es diferente, sé, que no se fue
por gusto y es por eso, que ya mismo voy a ver, que puedo averiguar; ahora que
lo mencionas, ella te llamó, no sé, si fue ayer; ¡sí claro!, es que nos
habíamos quedado de encontrar.
¿A bueno, pero ya la
buscaron en casa de la mamá?; sí, eso me dijo Sara Lucía y que tampoco ha ido,
lo que piensan es que se quedó en la calle. ¡A caramba, ay, ojalá que la
encuentren! Y se alejó por el pasillo,
terminó de cocer las papas y de lavar el arroz y las verduras y luego cocinó
todo a fuego lento.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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