CAPITULO XLIII (43)
LA DESESPERACIÓN
En el mismo instante,
Marta e Isadora sentían un imperioso deseo de salir corriendo, una
desesperación se adentraba en sus cuerpos, en sus entrañas, en sus estómagos,
como un veneno corrosivo que en lugar de avivarlas las turbaba, al mismo
tiempo, un desasosiego las llenaba de ansiedad y les resquebrajaba la garganta.
Marta sacó la bol sita y
le dio un tris a Isadora, miró hacía donde estaba la otra y ella, se hallaba
sentada en el baldosín, con la cabeza apretada contra sus piernas, que tenía
recogidas y el rostro de cara al suelo, por entre el ángulo que formaba su
cuerpo.
Tenga, es necesario que
pruebe un poco, eso la mantendrá despierta, ella medio levantó la cabeza y con
un movimiento leve; dio a entender que
no; tome, vea que en cualquier momento van a entrar por esa puerta, no quiero,
no lo probaré, no me insista.
¿Es que no se da cuenta,
que necesitamos estar despiertas?, lo sé, pero no lo probaré; Marta la miró
angustiada; descuide, estaré despierta, con la ayuda de Dios, ya lo vera;
recíbame por favor, con resolución Amanda se puso de pié; ya le dije que no, y es mejor que guarde eso porque ya vienen
para acá.
Marta quiso replicar,
pero Amanda fulguró; ¡que lo guarde! ; sorprendida lo escondió y en ese
momento, apareció Irlanda, acompañada de un fortachón, traían trozos de carne
frita y unas gaseosas.
Tomen, les trajimos
comida, para que luego no digan, que no las tratamos bien. Al decir esto, se
dio un cruce de miradas, entre los servidores del mal.
Comeremos en cuanto se
vayan; dijo Isadora, presa de una fuerza
efervescente; ¡no!, ¡comerán ahora!, delante de nosotros; dijo imperiosa la
gorda de Irlanda.
Con sus ojos púrpura,
ahora dilatados, Marta instó a Isadora a que obedeciera, de mala gana, está dijo;
tomaré tan sólo la gaseosa; Amanda no se movió, el hombre dijo, haber usted, ¿porqué
no se mueve?, mientras avanzaba con violencia; tiene que comer; no, no lo haré
y si van a obligarme, prefiero morir ahora mismo y no más tarde.
Preso de ira, dispuso su
brazo, para golpearla, pero Irlanda lo detuvo; detente, el maestro nos ordenó
no tocarla, es su adquisición, le pertenece, al escucharla, apenas si, pudo
contenerse, y es que el sólo hecho, de nombrar al maestro, hacia que estos
titubearan; ¡eso es cosa jodida!, aclaró la Irlanda, cualquier desobediencia,
ya sabes que la pagaremos caro.
¡Ya tranquilízate hombre!
, a la noche, nos vamos a poder divertir de lo lindo. Amanda sopesó la
situación y dijo; un puñado de muchedumbres rotas y atropelladas, seres extraviados,
son los que vendrán a celebrar el rictus de su propia muerte y de sus
obscenidades.
En cierto; dijo Irlanda;
y no sabes las ganas, que yo te tengo; lo sé, pero no tendrás ese placer,
porque de la misma manera, que corren híbridos y ciegos a los estadios y a los
actos masivos, serán devorados como presas por el lobo feroz, por el engañador
y por los falsos profetas.
¡Ja, Ja, Ja!, rió con
maldad Irlanda; haciendo caso omiso, Amanda continuó; pero, serán ustedes
presas, de su propia insensatez y de su imprudencia.
Corremos detrás de quien,
nos ha prometido el poder, poder es lo que queremos; dijeron los dos al mismo
tiempo; ¿poder?, pobres, pues no saben, en verdad, que es el poder; no lo
sabemos, pero que importa, lo disfrutamos, lo que sea, armas, hombres, mujeres,
sexo. Y aplicamos el viejo adagio, “comamos y bebamos que mañana moriremos”[1]. Con la
boca casi abierta de par en par, Isadora y Marta observaban; ¡que sed!; dijo
Isadora y de inmediato se bebió la gaseosa; no, dijo Marta; el líquido
azucarado no quita la sed; complacidos Irlanda y su gorila la miraron; beban,
que luego les traeremos más; le dije que tomara, no, que se atropellara a
beberse eso; dijo a regañadientes Marta.
Ellos salieron y entonces
Isadora, se dirigió al baño, mientras decía; lo hice, porque ya no resistía
más, la presencia de esas gentes y como mujer preñada, se dirigió al baño, para
trasbocar, pero no pudo hacerlo.
Amanda se sentó de nuevo
en el suelo, recostada a la pared, en la posición anterior; casi desfallecida,
Marta se dejó caer a su lado y con cariño y pesar acarició el cabello de
Amanda, ella dijo casi sollozando; no atino a pensar, ¿cuál será el destino de
estas pobres gentes?; ¿porqué lo dice? porque como, becerros o como ovejas
descarriadas van al matadero.
Ellos se lo buscaron; sí,
puede ser, lamiendo la negra sangre, que a su paso, la bestia deja, un agua
seca y podrida, es la que beben estos. Ovejas que van al matadero, somos
nosotros, tenemos que salir de aquí; dijo Isadora, riendo como presa de una
extraña locura.
Lo que ha de ser, será;
dijo Amanda, nada podemos hacer por ahora; ¿no tiene miedo de morir? Preguntó
Marta; sí, miedo sí. Isadora se acostó en el catre, con las manos sobre su
pecho y decía; ¿Dónde estamos ahora, en qué punto del espacio andamos? ¡Oh
Dios!, nos hallamos sumergidas, en la infinitud de una noche cósmica y errantes
alrededor del sol, nos abrazamos y nos consumimos como fuego.
¿En dónde ya, la lejana
constelación de Andrómeda y el eterno amor fulgurando?
Mientras tanto Leticia,
en la habitación de Adrián, veía avanzar las horas y al ver que no venia
Rosalía; llena de ansiedad, buscó el líquido inflamable, que esta le había
llevado y lo tomó, entonces destapó el retrato de Adrián, pero no fue capaz de
mirarlo y un hedor de muerte se le esparció por la yema de los dedos con sólo
tocarlo.
Se apartó temblorosa y lo
roció con un poco del líquido, y en ese momento escuchó unos pasos,
precipitarse del techo hacía el suelo; ahí mismo, en el pasillo, fue tanto el
susto, que casi deja caer, lo que tenía en las manos, sabía que ese ruido
provenía del pasillo; pero se dijo; aunque así sea; por el altísimo, que yo
salgo, porque salgo, aquí no me quedo.
Todavía, con el tarro en
las manos salió como pudo, aunque se tambaleó un poco, presa del nerviosismo y
al llegar al auditorio, camino en puntillas intentando no hacer ruido, se
atrevió a entreabrir las cortinas y alcanzó a ver a algunos que se encontraban
alrededor de un altar que habían construido, todo estaba en penumbra y no
distinguió a nadie, aunque logró ver una figura enhiesta, no pudo saber, a
ciencia cierta, de que se trataba.
Con temor volvió a cerrar
los pliegues de las gruesas cortinas y miró hacía todos lados, indecisa, sin
saber hacía que lado correr. Haber, ¿hacía qué lado, queda la sala? Sí, los
baños y las piezas donde están las mujeres, es para allá y ya derecho se encuentra la
salida.
Pero debe de estar muy
custodiada, por instinto, miró hacía atrás, al finalizar el pasillo; vio que
una puerta de color opaco como la pared, medio se dibujaba.
¡A caramba!, yo porque no
la había visto, de inmediato se dirigió hacía allí y al llegar la empujó con
sumo cuidado; la puerta cedió y al hacerlo un chirrido metálico resonó,
lastimándole los oídos.
Con el corazón
palpitando, se adentró y vio algo que le puso el rostro demudado; un féretro
destapado con un cuerpo dentro y rodeado de algunos candelabros que contenían cirios
encendidos.
A punto de salir
corriendo; gritó, un muerto, están velando un muerto; pero al instante se tapó
la boca para no gritar más. Pudo más la curiosidad, una rápida mirada le
indicó, que la habitación estaba sola y las sombras que formaban los
candelabros contra la pared daban figuras siniestras y amenazantes.
Esta no es conmigo; pensó
y un grito agudo salió de su pecho, pero reprimiendo al máximo su terror, se
apretó la boca con las manos; entonces sintió el peso de la botella que
llevaba.
Eso hizo que se sintiera
un poco envalentonada y se acercó al féretro, ya que quiso mirar el rostro del
desdichado y que sorpresa se llevo; pero
si esté es Adrián. Casi metió su cara dentro y lo observó con atención; sí,
esté es mí marido, el verdadero y cuán distinto al del retrato y al hombre de
la noche anterior.
Luce tan desamparado,
¿pero qué hace aquí? ¿Estará muerto? con una de sus manos, se apoyo al borde
del ataúd y con el otro sostenía la botella, sin percatarse del peligro. Casi
pegó su cara, al rostro de Adrián y sintió el sonido de una respiración lenta,
pero a un buen ritmo cardíaco.
Está dormido y está vivo;
se dijo; ¡Adrián!, ¡Adrián!, pero de nuevo volvió a sentir el ruido sigiloso de
una sombra que rodeaba el pasillo.
Se apartó del féretro y se
quiso esconder en algún lado, pero al recostarse en una de las paredes está
cedió y Leticia, de una manera inesperada, se vio en un sótano; Hacía un frío
intenso, contuvo la respiración y se vio de bruces en el suelo y se quedó
entumecida por unos segundos, no supo cuanto tiempo trascurrió desde que cayó
allí.
Poco a poco sus ojos, se
acostumbraron a la oscuridad, un olor a humedad, a viejo, penetró sus narices,
como pudo, se levantó haciendo un esfuerzo por agilizar su peso corporal.
De nuevo sintió la sensación
de un alguien que la perseguía; algo tenebroso se hallaba detrás, a sus
espaldas.
Y ella se sintió
desfallecer, la presencia se hizo tan fuerte, tan tangible, que hasta la podía
presentir, jadeando y entonces, algo tocó sus hombros, a estas alturas, ya no
sabía qué iba a ser de ella. La piel se le erizó de inmediato y un escalofrió
la envolvió.
¡Hay Jesús mío!, ¡Jesús
mío!, ayúdame; exclamó en voz alta, se volvió con rapidez, pero no vio nada,
con el frío calándole hasta los huesos, se alejó unos pasos hacía adelante y
así fue, como llegó a otra habitación, un poco más pequeña.
Se hallaba en medio, una
mesa y encima unos frascos de cristal, grandes; ¿Qué es eso? Tal parece que
tuvieran formas humanas y se hallaran envueltas en un líquido viscoso, ¡gas!,
¡qué asco!
Al acercarse más; dijo,
pero si son raíces de mandrágoras, puso su cara sobre las anchas bocas de los
frascos, sí, no me cabe la menor duda, yo las conozco, porque papá, las usaba
para hacer bebidas curativas, pero también sirven para el amor y como
narcóticos, se usan para lo bueno y… ¿también para lo malo? ¿Será?
No, pero esto si, qué
huele feo ¿quién sabe qué rarezas le echarían a eso?, un ruido llamó su
atención y vio una rata que corcoveó por encima de sus zapatos. Con
exasperación sacudió los píes y se apartó de la mesa.
¿Hay no, yo qué hice la
botella que traía? ¡No! ; Se me quedó en esa otra pieza y seguro si vuelvo, hay
va a estar esa cosa horrible, ¡no!, pero yo me tengo que ir de aquí, y
controlando el miedo que sentía, se devolvió a desandar lo andado, buscó,
palpando en la pared, la forma de salir de allí, pero todo fue inútil; la pared
no cedió esta vez, de modo que recogió el bote y lo llevó consigo.
Al llegar de nuevo a la
habitación en donde estaba la mesa, vio, más atrás de esta y casi al fondo, en
un hueco en la pared; un sitio que tenía un nombre y era denominado el
hostiario, así figuraba el letrero en la pared y esté, tenía grabada una cabeza
de macho cabrío y una cruz invertida. Lo abrió, se atrevió a abrirlo y esté giró,
dejando al descubierto el auditorio, entonces pudo observar a las personas, que
había visto desde el pasillo.
En efecto, eran alrededor de ocho, todos se
hallaban rodeando un altar, que tenía una figura; ella no la podía ver, ya que quedaba de
espaldas, al lugar en donde se encontraba.
Sus voces, parecían
invocar o decir, este es tu santuario Señor de la Noche ; volvió a girarlo
hacía adentro, no sin antes mirar, lo que contenía; eran hostias, unas de color
blanco y otras de color negro, como
untadas de algo viscoso; ¿qué es esto? ¡Qué fastidio! ; exclamó, también
habían esparcidas sobre la mesa; velas y cirios negros, todo eso, acompañado de
unas bolsas de carbón.
Y antes de que pudiera
reaccionar, una voz extraña, que parecía surgida del vacío, le susurró al oído;
bienvenida Leticia, te estábamos esperando, esta noche tú serás la reina y
estarás desnuda en la mesa central.
Aterrada y con los
vellos, casi de punta, se volvió para mirar quien le hablaba; pero no vio a
nadie; ¡hay Jesús Mío!, ¡Jesús Mío!, a estas alturas, se hallaba enjuagada en
sudor y entonces, esa cosa, que ella no veía, pero que podía escuchar, pareció
retroceder.
Con los nervios a flor de
piel y una adrenalina espesa y casi, a punto de gritar; la Leticia quiso echarse a
correr y en su intento tropezó con una esquina de la mesa; al instante se
contuvo y se limpió la frente con el dorso de la mano, se dijo así misma,
¡cálmate!, ¡cálmate!; alguien está intentando volverte loca; agarró una bolsa
de carbón destapada y una de las velas y echo todo esto junto con la botella,
en una bolsa que encontró, cogió además unas cerillas que estaban tiradas en un
rincón.
Con los codos y
ayudándose con el cuerpo, se recostó a la pared y comenzó a buscar y empujaba
con la nalga, hasta que algo cedió un poco, se volteó y ayudándose con las
rodillas estrujó con más fuerza, y la puerta cayó, dejando al descubierto un
patio grande, encerado por unos muros altos y en la parte superior por unas
rejas negras y destapadas, la noche estaba oscura y la luna no se veía; parecía
estar oculta, dentro de un promontorio de nubes negras.
Ya sobre el suelo se
observaban círculos trazados con formas extrañas, símbolos raros, la mirada de
Leticia no se detuvo en ellos; tan solo pareció detenerse, en la única puerta
que la llevaría de vuelta al auditorio y que seria quizás la abertura a la
libertad.
Una gruesa cortina negra,
era lo que separaba al auditorio del patio; jadeante, se detuvo y con temor se
atrevió a mirar por un ladito de las cortinas; no vio a nadie, de modo, que se
deslizó por un costado, quedando justo por detrás de la estatua o imagen
central; allí permaneció oculta, ya que está era demasiado grande, como para
taparla; respiró tratando de tranquilizarse y se acuclilló como pudo en el
suelo; de nuevo volvió a mirar y los que estaban reunidos, ya se hallaban
dispersos, algunos estaban en la entrada principal recibiendo a las personas
que llegaban .
Ya están llegando los
invitados; pensó, un humo denso comenzó a llenar el recinto, el sudor seguía
perlando su frente, sus axilas estaban empapadas. Dejó la bolsa en el suelo, a
un ladito y se sacó las enaguas, tratando de no hacer ruido, las rasgo como
pudo, por suerte no están nuevas se dijo y no aguantan mucho.
Hizo un pequeño cordón
con ellas y esparció el carbón; de modo que quedara bien apiñado, formando una
especie de camino alrededor del altar, cogió el líquido y roció con cuidado
todo; entonces se dispuso a encender el cerillo y justo hay, escuchó unos
pasos, contuvo la respiración, y como pudo se empequeñeció y se estrechó en el
suelo, hasta se volvió chiquitita.
Sintió entonces, los pasos
de un hombre corpulento, lo sintió dirigirse al lugar en donde se encontraba,
pero de un modo inesperado, tomó rumbo a la habitación en donde se hallaba el
Sagrario, lo abrió y sacó algo de dentro.
Estaba vestido con ropas
negras y encima llevaba una capa del mismo color, que le llegaba hasta la mitad
de los tobillos.
Era la oportunidad
perfecta y cuando intentó levantarse asomando, con cuidado la cabeza, los
hombres que estaban delante de la estatua regresaron y la rociaron con algo, no
sin antes hacerle cierto tipo de reverencias, el hombre retornó por el patio y
en menos de dos segundos ya estaba de vuelta, se quedó de pié, como alertado
por algo.
Está, se sintió atrapada,
si corría hacía el auditorio, de inmediato los hombres la atraparían ¡y esté tipejo
que no se va! ; murmuró, para sí, al mismo tiempo, sus ojos, que ya se habían
acostumbrado a la oscuridad pudieron ver, que el hombre traía en sus manos unas
botellas, se dijo; ¡ay! , eso es el brebaje que tenían preparado.
El hombre, después de
medio segundo se dirigió hacía el altar y depositó las botellas, allí se veían
cirios encendidos y hasta una copa, parecida a las que tienen los curas.
Un murmullo de voces,
comenzó a llenar el recinto, Leticia en el suelo, se acostó de medio lado,
sudaba y el hollín se pegó a su cara y a sus manos, de tal manera que parecía
salida, de alguna chimenea o bien, que habría mudado de piel; voy a prender
esto; entonces se arrodilló y cogió la cerilla para prenderla, justo en ese
momento, un pesada bota cayó sobre su manos. Agazapada, apenas si pudo levantar
la cabeza y vio al mismo hombre de la capa, pero esta vez se hallaba en
compañía de una mujer, que vestía de igual forma.
Tenía razón el maestro;
exclamó la mujer; al decir que hasta aquí llegaría el manjar suculento, para
depositar en la mesa central esta noche.
Tú eres la médium Irlanda, la que nos traes sus mensajes; y yo
tan sólo soy el sacerdote, que les suministra la ceremonia a estos. Al decir
eso, levantó a Leticia agarrándola de los cabellos y hasta de las manos,
¿suélteme, qué cree qué soy?
Leticia pataleó e intentó
morder esas gruesas muñecas y aunque gritó nada pudo hacer, de todos modos se
vio arrastrada hacía la parte central del altar.
El lugar estaba repleto,
casi unas doscientas personas lo llenaban, personas sedientas de sangre y de
placeres raros. Sin duda, este lugar se prestaba para que unas trescientas
personas lo ocuparan, aunque a algunas les tocaría quedarse de pié.
Adrián o Mauro; había pensado en todo, las
paredes del recinto habían sido recubiertas y hechas a prueba de ruidos; de
modo que las personas podían gritar y vociferar, sin que los vecinos escucharan
y por lo demás la zona era más bien parca y había pocas casas y eran raras las personas transitaban por allí.
Rosalía, que se había
quedado en la cocina, esperando a Sergio, se comenzó a preocupar todavía más y
miró su reloj; ¡no!, ese Sergio nada que llega, voy a volver a buscar a doña
Leticia, voy a ver si la puedo sacar de esa habitación y salió con rapidez y
antes de ajustar la puerta se detuvo, ¿pero y si Sergio viene?, ¿bueno, cómo ha
de ser qué no me espere?
En fin yo me voy;
nerviosa se metió las manos en los bolsillos del delantal y sacó un cigarrillo,
que se colocó en los labios, pero sin encenderlo, avanzó por el pasillo, hasta
llegar a la habitación en donde creía que se encontraba Leticia. Se apresuró a
entrar, la luz estaba apagada, entonces exclamó, ¡doña Leticia, doña Leticia!
Al ver que no le
respondía se asustó mucho; ¿Ay no, será qué ya se la llevaron para el cadalso?
La única luz que estaba encendida era la del baño, y hacía allá, se dirigió
pero nada, tampoco esta aquí y con desesperación, la buscó hasta en el closet.
Sintió un vacío en el
estómago y una picazón en las palmas de sus manos, sollozó; hay será, ¿qué se
la habrán llevado a la pobre señora? Se
sentó, en el borde de la cama olvidándose de todo y se puso a llorar, se
agachó, cogiéndose la cabeza; ¿qué hago? ¿Qué debo hacer?
El cigarrillo todavía
colgaba de sus labios, pero al mover su boca, se le cayó y se agachó, para recogerlo y sin darse cuenta se detuvo
junto al retrato de Adrián, lanzó un punta píe y algo como un bote, se derramó
por gotas, sacó las cerillas y en un acto mecánico, encendió una, prendió el
cigarrillo y luego la arrojó al suelo.
Algo cedió a la chispa y
comenzó a arder, fue tanto el susto de está, que casi se va de bruces y hasta
el cigarrillo volvió a caérsele y el retrató comenzó a arder y en ese mismo
instante, el cuerpo que yacía velado por unos cirios en otra habitación o sótano
comenzó a estremecerse como si cobrara vida.
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia
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