La
Mamá
Parte 10
Durante el tiempo que he escrito estas cosas, el calor
hostiga inclemente , abriéndole
paso a la delirante y es que
no cesa de caer sobre estos
lugares, sobre esta, que es llamada la ciudad de la eterna
primavera, pródiga y despampanante la lluvia. Tal como mujer
pariendo con premura y según la hendidura del pecho o el movimiento de
las constelaciones.
Serpentea algo dentro
a veces como un fuego, otras como una
mar de tristeza, que pareciera ser desconcierta, y una
laguna húmeda, humectada como germen de
vida, voraz en la búsqueda del abecedario de las cosas y es entonces cuando los oscuros
túneles, son inundados por el
aire; dando comienzo al origen. Mientras el orbe gira en pos de un nuevo rumbo ya
trazado.
Con noches de frío, que como
filo se entra en las casas, en las habitaciones, penetrando
los huesos y hasta los
dientes. Pareciera ser, que la primavera se esfumó de estos cielos, huyendo despavorida, en búsqueda de nuevas auroras, fundando
quizá la desesperanza en
nuestro corazones y no
hallamos un agujero de luz, en medio de lo que parece ser una grande noche;
dada la actual situación.
Afortunadamente estas
siniestras, siempre son
pasajeras, y aunque pareciera ser algo
fuera del común, hasta neseciaras de cuando en cuando.
Mientras me miraba estando en ese cuarto en penumbra, boca arriba y quizá
al fondo, una o algunas
personas, deduzco eso ahora;
que podrían ser doctores o algo así y esa sangre
bien pudiera ser de la mujer que me parió; dado que no
recuerdo nada más, solo me veo a mi misma
, sobre esa plataforma , que no era una cama, que era más alta que está.
Es curioso que no recuerdo nada más de esas
instancias primeras.
Y volviendo de nuevo al Ortab y a esos potreros llenos de vibrante naturaleza y al dulce cariño de mi madre y de mi hermano querido Oirad; el cual, fue como un padre para mí; y saltando a esa visión de ese lugar, que tenía en la misma casa ; ahí en la orilla, atrás en la otra esquina, como un cuarto muy oscuro , quizá lleno de trebejos y más allá como un lavadero, o algo así; y mucho más lejos, en la misma dirección, por la carretera, estaba la otra casa; la de una señora llamada Fara y había en la familia , otro niño, más grande que yo, pero de una condición muy especial y él hacía como unos carros grandes de madera y hasta le ponía llantas y era muy bueno jugar con eso , él jugaba con esas cosas y a veces nos ponía atrás y se tiraba a rodar como por una falda; se sentía como si se estuviera en otro planeta; claro, el planeta de los niños, quizá felices. Un día ocúrreme lo siguiente; yo chiquitica, que iba a saber de esas cosas; pero por allá, por eso potreros abiertos; me cogió este niño y me puso boca abajo y comenzó a hacer lo que ya sabemos; y gracias a Dios, en ese momento pasó la tal Fara y comenzó a gritar, no me acuerdo que gritaba : el caso es que fue y le dijo a mi mamá, según contó ella, dado que yo se lo pregunté, indagando ya grande : Por allá arriba están esos hijos suyos haciendo cochinadas; y bueno yo siempre tuve la creencia de que Oyacot, me había castigado; pero al parecer no fue él, sino mi madre; nadie es perfecto y ella aunque era una mujer muy buena, era una campesina maltratada psicológicamente por su marido y creo, que hasta también físicamente; el caso es que, fueron por nosotros y a mí me encerraron en ese lugar oscuro y me metieron una pela de padre y señor mío; mi mamá. Yo le pregunté a Alefiol, si se acordaba de cosas y me dijo que no, que ella no se acordaba de nada, solo lo que me contó y ya ¿Y yo porque si me acuerdo? Bueno más que todo, están esos momentos marcados, por el dolor o emociones fuertes. Pero si, tengo buena memoria de antes y de ahora. No sé cuánto dure hay dentro, pero si me veo, veo a esta niñita solita, llorando y con mucho miedo, mucho y ese silencio tenaz y hasta el diablo estaba hay.
Beatriz Elena Morales Estrada ©
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