El lapicero azul
Cuando estaba en la escuela, mi madre me había
regalado el más hermoso lapicero azul, que jamás tendré y mientras entretenida con él, con ese
objeto preciado; lo miraba como si
fuera un
tesoro recién descubierto, la señorita Lucía al verme tan distraída de su lección; me sacudía con
un grito ¡A ver usted! Veo qué no ha escuchado nada de lo que dije; de
inmediato todas las cabezas voltearon a mirarme; en efecto; al ver que no sabía nada, de lo dicho por
ella, me sacó al tablero, y yo con el lapicero entre mis
manos, aterrorizada, no lo soltaba, y no sabía o no podía dilucidar el dilema que
ella me presentaba. La dulce profesora Lucía,
descargó con furia, sus dos manos sobre
las mías, con una atronadora palmada que me destruyó el más hermoso de mis juguetes, dado que este con los golpes
cayó al suelo, quebrándose y no contenta
con esto, me sacó del salón, ante la risa de mis compañeritas. Todo el grupo se burló de mí.
Me ordenó que me quedara afuera en el pasillo, de pie, mientras duraba la clase. Sin embargo, nunca la culpe, pero tampoco sé, si la odie; pero creo que no.
No obstante nunca la olvidaré por la misma razón, como tampoco a ese suceso, que hizo que algo se escapara; cuando ella, con furia rompió en pedazos una parte de mí. La verdad,
que ese lapicero azul, simbolizaba algo más que una lección o discurso de una maestra o de un simple salón de clase y además, que era nuevo, eso me agradaba
tanto; lo nuevo me encantaba. ¿A qué infante no?
Y ese lapicero azul era muy especial para mí. Tenía sentido, significancia y significado. No solo por ser nuevo, sino también ese color cielo, que me expandía. Como sea, el tiempo paso y la volví a ver, ya muy vieja, sus ojos comenzaban a tener esa nube, indicadora de un cambio definitivo en nuestro organismo. Paso a mi lado, me miró y siguió como si nada. Entonces supe que esa maestra me odiaba, no me quería.
La nueva
Cuando sonó el timbre de descanso, la clase se interrumpió
y les dije a mis alumnos que continuaremos luego, en esa hora nadie se
detiene, todos absolutamente todos, se
echan a correr, incluidos los
profesores, como pájaros sueltos o como perros en busca de su amo, para llegar
a la tienda escolar y comprar un refrigerio, salvo, los que llevaban de su casa comida y aun así, debían comprar algo de líquido,
para pasarlo. Claro esto dependía
de la institución educativa a la cual me asignaban. Cumplíamos una jornada
seguida de siete de la mañana a
cinco de la tarde; solo con media hora de descanso. Me apresure a ir a comprar cualquier cosa; lo que
fuera para calmar mi agonía. La fila era grandecita y ni siquiera nosotros
que éramos los profesores, teníamos ningún privilegio. Fue en ese
momento en que escuché una voz de niña llamándome ¿Profe me compra un tinto? La verdad no vi nada de malo en ello; un
favor se le hace a cualquiera y más en esas circunstancias. Sí claro, por qué no. ¡Ahí tan linda la profe! Tomé, tomé la plata.
¡Ring, ring! Del micrófono que cobijaba y anunciaba a
toda la institución, se escuchó una voz
¡A clases! La nueva favor presentarse en la oficina de la
rectora. Había otra profe a mi lado y exclamé ¿Yo? ¡Sí
usted! Dijo ella. Al entrar la
rectora estaba sentada en su
escritorio; me dijo, sin darme tiempo a
nada más; me he enterado que le acaba de comprar un tinto a una alumna.
Sí así es; entonces está usted despedida, por acolitar a esa alumna a que se empepara, pero... Sin peros; firme usted la carta de renuncia; está bien. Le dije. Apelaré, pensé. Cuando Salí, la alumna esa, estaba con otras, afuera de la oficina, en cuanto me vio, me dirigió las siguientes palabras ¡Ahí, tan linda la profe! Resultó buena cuartera, chao parce.
La Escuela
La profesora se halla de pie en el antiguo salón, en la mitad de la doble hilera; boquiabierto, él la mira; pero se muerde la lengua al escucharla hablar así y ella dice; ustedes no se alcanzan a imaginar, lo que uno siente cuando lo abrazan fuerte, muy fuerte y suspira; él saborea su sangre, llenó de impotencia. Una voz lo saca de su sonsera ¡Señor! ¡Señor! ¡Despierte! ¡Es su turno! Si lo sé; siéntate Juanito y ustedes, tomen nota. ¿Le sucede algo profe? No. No tan sólo ensoñaba; aquí, en este salón, en donde ahora doy clase; ella se hallaba de pie. Y aunque era mi profesora, yo la amaba ¡Huy parce! Al profe se le corrieron las tejas ¡Vos es que sos bobo parce! Que no ves, que está preso de algún recuerdo. ¿Sí? ¡Claro despabílate hombre! Aunque para el caso, es casi lo mismo; dijo el otro. El profesor rumió, pero bueno a lo que vinimos, alisten sus cuadernos, les voy a hacer un examen ¿Ay no profesor pues cómo? Y entonces vio a una niña, que alelada lo miraba sin espabilar. ¡Uy! Nooo que vaina. Masculló.
Beatriz Elena Morales Estrada © Copyright NARRACIONES CORTAS
No hay comentarios:
Publicar un comentario