jueves, 17 de diciembre de 2020
lunes, 26 de octubre de 2020
La Mamá
La
Mamá
Parte 10
Durante el tiempo que he escrito estas cosas, el calor
hostiga inclemente , abriéndole
paso a la delirante y es que
no cesa de caer sobre estos
lugares, sobre esta, que es llamada la ciudad de la eterna
primavera, pródiga y despampanante la lluvia. Tal como mujer
pariendo con premura y según la hendidura del pecho o el movimiento de
las constelaciones.
Serpentea algo dentro
a veces como un fuego, otras como una
mar de tristeza, que pareciera ser desconcierta, y una
laguna húmeda, humectada como germen de
vida, voraz en la búsqueda del abecedario de las cosas y es entonces cuando los oscuros
túneles, son inundados por el
aire; dando comienzo al origen. Mientras el orbe gira en pos de un nuevo rumbo ya
trazado.
Con noches de frío, que como
filo se entra en las casas, en las habitaciones, penetrando
los huesos y hasta los
dientes. Pareciera ser, que la primavera se esfumó de estos cielos, huyendo despavorida, en búsqueda de nuevas auroras, fundando
quizá la desesperanza en
nuestro corazones y no
hallamos un agujero de luz, en medio de lo que parece ser una grande noche;
dada la actual situación.
Afortunadamente estas
siniestras, siempre son
pasajeras, y aunque pareciera ser algo
fuera del común, hasta neseciaras de cuando en cuando.
Mientras me miraba estando en ese cuarto en penumbra, boca arriba y quizá
al fondo, una o algunas
personas, deduzco eso ahora;
que podrían ser doctores o algo así y esa sangre
bien pudiera ser de la mujer que me parió; dado que no
recuerdo nada más, solo me veo a mi misma
, sobre esa plataforma , que no era una cama, que era más alta que está.
Es curioso que no recuerdo nada más de esas
instancias primeras.
Y volviendo de nuevo al Ortab y a esos potreros llenos de vibrante naturaleza y al dulce cariño de mi madre y de mi hermano querido Oirad; el cual, fue como un padre para mí; y saltando a esa visión de ese lugar, que tenía en la misma casa ; ahí en la orilla, atrás en la otra esquina, como un cuarto muy oscuro , quizá lleno de trebejos y más allá como un lavadero, o algo así; y mucho más lejos, en la misma dirección, por la carretera, estaba la otra casa; la de una señora llamada Fara y había en la familia , otro niño, más grande que yo, pero de una condición muy especial y él hacía como unos carros grandes de madera y hasta le ponía llantas y era muy bueno jugar con eso , él jugaba con esas cosas y a veces nos ponía atrás y se tiraba a rodar como por una falda; se sentía como si se estuviera en otro planeta; claro, el planeta de los niños, quizá felices. Un día ocúrreme lo siguiente; yo chiquitica, que iba a saber de esas cosas; pero por allá, por eso potreros abiertos; me cogió este niño y me puso boca abajo y comenzó a hacer lo que ya sabemos; y gracias a Dios, en ese momento pasó la tal Fara y comenzó a gritar, no me acuerdo que gritaba : el caso es que fue y le dijo a mi mamá, según contó ella, dado que yo se lo pregunté, indagando ya grande : Por allá arriba están esos hijos suyos haciendo cochinadas; y bueno yo siempre tuve la creencia de que Oyacot, me había castigado; pero al parecer no fue él, sino mi madre; nadie es perfecto y ella aunque era una mujer muy buena, era una campesina maltratada psicológicamente por su marido y creo, que hasta también físicamente; el caso es que, fueron por nosotros y a mí me encerraron en ese lugar oscuro y me metieron una pela de padre y señor mío; mi mamá. Yo le pregunté a Alefiol, si se acordaba de cosas y me dijo que no, que ella no se acordaba de nada, solo lo que me contó y ya ¿Y yo porque si me acuerdo? Bueno más que todo, están esos momentos marcados, por el dolor o emociones fuertes. Pero si, tengo buena memoria de antes y de ahora. No sé cuánto dure hay dentro, pero si me veo, veo a esta niñita solita, llorando y con mucho miedo, mucho y ese silencio tenaz y hasta el diablo estaba hay.
Beatriz Elena Morales Estrada ©
Copyright NARRACIONES
sábado, 17 de octubre de 2020
Tres historias cortas
El lapicero azul
Cuando estaba en la escuela, mi madre me había
regalado el más hermoso lapicero azul, que jamás tendré y mientras entretenida con él, con ese
objeto preciado; lo miraba como si
fuera un
tesoro recién descubierto, la señorita Lucía al verme tan distraída de su lección; me sacudía con
un grito ¡A ver usted! Veo qué no ha escuchado nada de lo que dije; de
inmediato todas las cabezas voltearon a mirarme; en efecto; al ver que no sabía nada, de lo dicho por
ella, me sacó al tablero, y yo con el lapicero entre mis
manos, aterrorizada, no lo soltaba, y no sabía o no podía dilucidar el dilema que
ella me presentaba. La dulce profesora Lucía,
descargó con furia, sus dos manos sobre
las mías, con una atronadora palmada que me destruyó el más hermoso de mis juguetes, dado que este con los golpes
cayó al suelo, quebrándose y no contenta
con esto, me sacó del salón, ante la risa de mis compañeritas. Todo el grupo se burló de mí.
Me ordenó que me quedara afuera en el pasillo, de pie, mientras duraba la clase. Sin embargo, nunca la culpe, pero tampoco sé, si la odie; pero creo que no.
No obstante nunca la olvidaré por la misma razón, como tampoco a ese suceso, que hizo que algo se escapara; cuando ella, con furia rompió en pedazos una parte de mí. La verdad,
que ese lapicero azul, simbolizaba algo más que una lección o discurso de una maestra o de un simple salón de clase y además, que era nuevo, eso me agradaba
tanto; lo nuevo me encantaba. ¿A qué infante no?
Y ese lapicero azul era muy especial para mí. Tenía sentido, significancia y significado. No solo por ser nuevo, sino también ese color cielo, que me expandía. Como sea, el tiempo paso y la volví a ver, ya muy vieja, sus ojos comenzaban a tener esa nube, indicadora de un cambio definitivo en nuestro organismo. Paso a mi lado, me miró y siguió como si nada. Entonces supe que esa maestra me odiaba, no me quería.
La nueva
Cuando sonó el timbre de descanso, la clase se interrumpió
y les dije a mis alumnos que continuaremos luego, en esa hora nadie se
detiene, todos absolutamente todos, se
echan a correr, incluidos los
profesores, como pájaros sueltos o como perros en busca de su amo, para llegar
a la tienda escolar y comprar un refrigerio, salvo, los que llevaban de su casa comida y aun así, debían comprar algo de líquido,
para pasarlo. Claro esto dependía
de la institución educativa a la cual me asignaban. Cumplíamos una jornada
seguida de siete de la mañana a
cinco de la tarde; solo con media hora de descanso. Me apresure a ir a comprar cualquier cosa; lo que
fuera para calmar mi agonía. La fila era grandecita y ni siquiera nosotros
que éramos los profesores, teníamos ningún privilegio. Fue en ese
momento en que escuché una voz de niña llamándome ¿Profe me compra un tinto? La verdad no vi nada de malo en ello; un
favor se le hace a cualquiera y más en esas circunstancias. Sí claro, por qué no. ¡Ahí tan linda la profe! Tomé, tomé la plata.
¡Ring, ring! Del micrófono que cobijaba y anunciaba a
toda la institución, se escuchó una voz
¡A clases! La nueva favor presentarse en la oficina de la
rectora. Había otra profe a mi lado y exclamé ¿Yo? ¡Sí
usted! Dijo ella. Al entrar la
rectora estaba sentada en su
escritorio; me dijo, sin darme tiempo a
nada más; me he enterado que le acaba de comprar un tinto a una alumna.
Sí así es; entonces está usted despedida, por acolitar a esa alumna a que se empepara, pero... Sin peros; firme usted la carta de renuncia; está bien. Le dije. Apelaré, pensé. Cuando Salí, la alumna esa, estaba con otras, afuera de la oficina, en cuanto me vio, me dirigió las siguientes palabras ¡Ahí, tan linda la profe! Resultó buena cuartera, chao parce.
La Escuela
La profesora se halla de pie en el antiguo salón, en la mitad de la doble hilera; boquiabierto, él la mira; pero se muerde la lengua al escucharla hablar así y ella dice; ustedes no se alcanzan a imaginar, lo que uno siente cuando lo abrazan fuerte, muy fuerte y suspira; él saborea su sangre, llenó de impotencia. Una voz lo saca de su sonsera ¡Señor! ¡Señor! ¡Despierte! ¡Es su turno! Si lo sé; siéntate Juanito y ustedes, tomen nota. ¿Le sucede algo profe? No. No tan sólo ensoñaba; aquí, en este salón, en donde ahora doy clase; ella se hallaba de pie. Y aunque era mi profesora, yo la amaba ¡Huy parce! Al profe se le corrieron las tejas ¡Vos es que sos bobo parce! Que no ves, que está preso de algún recuerdo. ¿Sí? ¡Claro despabílate hombre! Aunque para el caso, es casi lo mismo; dijo el otro. El profesor rumió, pero bueno a lo que vinimos, alisten sus cuadernos, les voy a hacer un examen ¿Ay no profesor pues cómo? Y entonces vio a una niña, que alelada lo miraba sin espabilar. ¡Uy! Nooo que vaina. Masculló.
Beatriz Elena Morales Estrada © Copyright NARRACIONES CORTAS
Recuerdo
Recuerdo
Se ha ido la tarde y la angustia infinita, que enlutaba mi alma, se esfumó al contacto con el recuerdo.
No sentábamos allí, cerca del río y al verlo correr, nosotros llorábamos por nuestro amor; sí, cuando toda la voraz maldad del mundo, condenaba nuestro vuelo de pájaros, cuando todo lo absoluto y amargo de ellos nos señalaba.
¡Ay, del amor secreto! Del amor
que no puede permanecer. De algún modo ellos se enteran, son como buitres al
acecho, porque odian las voces de los pájaros.
Por lo demás, esperan alguna novedad que les regocije el tedio, que les alimente su lascivia; pero deja, deja, que las palabras nos lleguen, las palabras de las aves en su vuelo más alto y que las flautas como venados al viento, nos traigan el olor del amor. El sabor antiguo de la música
La señorita Edilma
La señorita Edilma
La señorita Edilma; no fue precisamente mi maestra;
pero si fue la que me inicio en el mundo de la escritura,
por decirlo de alguna manera; por cuanto aún antes, muchísimo
antes de entrar siquiera a una escuela o quinde, fue
ella, quien me enseñó a escribir y a cogerle gusto a las
palabras, a hacer esta caligrafía que ahora tengo, fue
ella, quien me enseñó a escribir, lo recuerdo muy bien;
cuando con el más profundo afecto y
amor, llevaba mi mano, para que se
deslizara por estas hojas en blanco.
Fue mi primera maestra y siempre la recordaré con
un profundo amor. A ella, creo, que la habían
contratado para darles clases a mis hermanos mayores, no
sé bien, pero terminó enseñándome a mí también.
Fue la novia de mi hermano Darío y de
algún modo u otro fui cómplice de
esos amores; ellos solían caminar en la noche,
no sé bien; creo, que la acompañaba de regreso
al pueblo y se iban de la mano o de
gancho, conversado o besándose y a mí, la señorita Edilma
me llevaba de la otra mano. Yo era una cría muy
pequeñita todavía.
Ella fue la maestra soñada, por suerte la
conocí en esos primeros estadios de la vida.
Narraciones Beatriz Elena Morales
Estrada @ Colprinth
Ilusiones---
Ilusiones
Flor Alba se sentó en aquel lugar, en donde antes
había estado situada la vieja arteria y se puso a llorar; pero no, no era que
pensara que todo tiempo pasado fuera mejor, lloraba al recordar su enorme trasero.
Entonces habló en alta voz; sin importarle si la escuchaban los demás
transeúntes.
¡Hay que tristeza! La vida es muy cruel, todo pasa
y a mí sólo me queda este trasero enorme; mi novio me dejó, el único hombre que
he amado de verdad. Pero en fin ¡Qué le vamos a hacer! Al final de cuentas una cosa he aprendido;
tenemos el cuerpo que hemos construido, en él se hallan ocultas nuestras viejas
pasiones y todos nuestros temores; tal vez,
en otra vida pueda tener un cuerpo con unas nalgas más pequeñas. Menos
territorializado. Observó, pero nadie la miraba, las gentes no la veían ¡Era imposible
qué con ese enorme trasero no la vieran!
Casi gritó asustada, se colocó en medio de la calle y los
carros la atravesaban de lado a lado; entonces llegó a la conclusión de que todos
dormían y tan solo ella estaba despierta; ya que al menos, se daba cuenta, era consciente de que tenía un
enorme trasero.
Entonces exclamó
¡Cuán pequeños somos! Una nada. ¿Pero
y mi trasero?
¡Total! Era
lo único de lo cual podía sentirse orgullosa; con decisión cruzó la esquina y
un hombre, un solo hombre, la miró y le
guiñó los ojos.
Ella se puso
feliz; ya que al igual que ella, él tenía unas enormes nalgas.
Narraciones Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth
jueves, 15 de octubre de 2020
El eco
El eco
¡Eco! ¡Eco! ¡Eco! Y el eco se extendió de montaña en montaña, de mañana en mañana; pero luego las montañas se derrumbaron, se desasieron, se desintegraron; la tierra toda y el eco anunciaba vendrá un tiempo en que las montañas se caerán y el viejo mundo, que es este, se desintegrara y al hacerlo, todooo quedara de tal forma, que llegara a un punto en que todos los ruidos se mezclaran en una oscuridad sin fin y más tardecito, después de escuchar eso, la ciudad que yacía en los sueños más profundos, se despertó y ya no tenía ecos. No se oía nada, pero nada, nadaaa; porque había un vacío muy grande, tan grande, grandeeee, como el espacio mismo. Y ya nadie se tenía así mismo tampoco. Entonces una niña dijo; mejor me voy a quedar ¡Quietita! ¡Quietita! ¡Pero muy quietita! No se paraba ni para ir al inodoro. Y fue así; porque estaba muy gordita y tenía el corazón llenito, llenito y es tanto así, que hasta se le formó un jardín del cual florecían, que montonón de cosas y hasta de mariposas, aves cantoras y así, porque es que ella, se convirtió en fundadora de que cantidad de mundos. La niña vivía entre los mundos de su pecho, que lograba abrazar con sus bracitos y cuando los abría, entonces estos mundos salían como expulsados por unos cachetes inflados y surtidos de aire y así, hasta que pasaron los años, los siglos de los siglos quizá, y también la infinitud de la totalidad y la ciudad se despertó de nuevo y con ella, los ecos crecieron y crecieron, pero por fortuna, eran sólo eso. Bueno, eso era lo que ellos, todas esas gentes deseaban creer; porque pensaban que un eco, es un eco y siempre se repite y se repite, la misma bobada y nada, de nada.
Entonces un día, la niña al ver todas esas cosas, ya no se quiso levantar nunca más y prefirió quedarse así, sin los ecos, pero dormida ¿Pero poque por qué? Le decía una vocecita muy adentro. No lo sabemos del todo; suponemos que era, por todas esas cosas que ella veía, sentía, ver cómo eran esas personas, como era de sonsas, y otras súper crueles y no se diga más, pero desde luego, la niña sí que sabía con absoluta certeza. Lo sabía. Después de escuchar esta historia, una voz ronquita, gruesecita rebuznó; no, esto es una tontería, ella miró y era un burrito, que estaba en la otra esquina del solar. Más hacia allá había un caballo. El caballo antaño tan soberbio, con un extraño ruido ¿Que no sabemos si era un rebuznó o qué? expresó; si empleáramos la luz solar, los recursos naturales, no pasarían estas cosas y entonces la vaca dijo ¡Muuu! Por eso, es que eres tan burro; yo no soy burro, soy el caballo, replicó ¡Haa! ¡Por eso mismo! ¡Por eso mismo! Fue entonces cuando ¡Rin! ¡Rin! Renacuajo muy tieso y creído salió de su casa y su mamá le dijo ¡Cuate mijo! No te vayas por ahí, mira que esto, va de mal en peor; pero ¡Ukuu! No le importo nada; entonces la niña se despertó y dijo ¡Eureka! Los mansos han ganado un montón de gansos. Y un montón de zánganos harán que justos por pecadores caigamos en el vacío sin fin… Y así. ¡Qué bobada cierto! Dijo el burro y la vaca dijo ¡Muuuuu!
Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth
El hombre que odia
El
hombre que odia
Escuché decir de un hombre
que solo sabe odiar y cuyo rostro es veneno, es como hiel, como hiel para su hermano menor, el
menor de todos, el que recibe oprobios
de toda clase, por parte de este hombre y cuya envidia le coloca rojo el rostro y algunas veces también se lo pone lívido;
este hombre que jamás ha emitido
una sola palabra de cariño, para su
hermano menor.
De su boca amarga,
solo han salido
desprecios, insultos, calumnias, en fin.
Cada vez que lo ve, su cara, cae hacia
un lado, en un gesto de ira, de repudio. No obstante con los extraños, es condescendiente, amable y educado y hasta podría decirse que
se hace el encantador.
Su hermano menor reflexiona y piensa; hay tanto odio en el mundo, quizá si le pido perdón; este reflexione y cambie.
Así que pensó; buscaré la ocasión y lo haré; pero era tan
difícil, porque este hombre, siempre tenía la rabia apretada en la cara, en
la boca torcida, en el salivazo, en los gestos, en el cuerpo que sacudía como si fuera un caballo, con un manejo de agresividad, en todos sus miembros, en sus huesos, de manera tal que golpeaba, sacudiendo
duro los pies, contra el suelo y daba la vuelta llenó de furia al verlo. Era también un cobarde y vil, poco hombre y por cierto,
tampoco soportaba respirar el mismo aire que este; en cuanto lo veía se
retiraba lo más lejos posible; lleno de
resentimiento que mostraba en la forma
de mirarlo; la ira la mantenía a flor de piel, envidiaba lo que este
se comía, todo, en fin. ¡No soportaba
que este existiera! Siempre estaba
colocando la queja y esto a sus casi
sesenta años. Jamás creció.
Decía, este perro
se come todo lo que hay en la
cocina, todo. Por eso es que yo no ayudo
con nada. Cuando de su hermano se trataba, todo era feo, asqueroso; mejor dicho
este tipo era la pura inquina, reflejada en su cara, que se le hendía hacia un lado.
Además, moría de asco porque su hermanito tenía un perrito
¡Gas! ¡Gas! ¡Gas! Le gritaba, pero esto tan solo era una excusa. Difícil era acercársele; pero un día creyó ver
una ocasión medio propicia; espero a que el hombre llegará de la calle y en cuanto lo vio y sin
acercársele, de lejos, le dijo; mira fulano, si acaso, yo en la vida te he ofendido, te pido perdón; pero el hombre no lo escucho, erguido en su soberbia, le propinó toda clase de insultos y gritando,
muerto de la rabia, sus labios
salivaban. Toda la vida actuó como un desquiciado en contra de su hermano
menor. Siempre lo despreció y le decía ¡Chucha!
¡Chanda! Vea eso no. ¡Nooo! Qué
cosa tan feaaa ¡Gas! ifuenosequetantas; entre otras cosas.
Al ver que no
escucho, el hermano menor, continuó en sus actividades de siempre, se fue, salió a la
calle, hizo sus haberes, regreso a su casa al atardecer y encontrándose
ya en su lugar, preparando la comida de
su animalito, el hombre se le acercó y
le dijo ¿Oíste vos qué era lo que me estabas diciendo ahora? No, que si acaso yo te he ofendido en la vida, que me perdones. No pues, antes yo soy el que le debería pedir perdón a usted. Tranquilo ya está perdonado,
le dijo tocando con rapidez el hombro de su hermano, y alejándose a la vez con rapidez, por temor a cualquier reacción, ya que sabía, que este no soportaba su presencia. El hombre
continuó aprovechando la ocasión; ahora
otra cosa, porque no sale de eso perro y
lo bota a la calle ¿No cómo cree? Este perrito es mi fiel amigo y compañero. No voy a botarlo
¿Entonces para que me pide perdón? ¿Cómo no entiendo? ¡Qué bote esa chanda de
perro! ¡Vea! El día que usted entienda que es el amor, ese día volvemos a hablar.
Entonces con mucha
más rabia y más lleno de odio aún, se
fue; pasaron los días, sobre los días y el hombre sigue tan lleno de odio,
salivando, envidiando, infamando
a su hermano menor.
Y así se quedó con el resentimiento llenando su corazón,
sus venas y sus arterias. ¿Que podría pasar con la actitud de este hombre?
Moraleja: Uno de los pecados
más grandes que pueden existir en
el mundo es el odio.
¿Por qué la
palabra pecado?
Porque va contra la voluntad de Dios; porque se sale, se
aleja, de la esfera perfecta del padre. Es
decir de la esfera perfecta y armoniosa del ser.
¿Pero y cuál es la voluntad de Dios?
El amor, el amor, el
amor. Esa es la voluntad del padre. ABBA. Sin embargo hemos de reconocer en el odio, una de las pasiones del alma y esto por
supuesto, termina por secar los huesos y hasta triturarlos. En fin.
Narraciones Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth
Cosas extrañas
Cosas
extrañas
Y sucedió que corriendo el año 2014 venia
caminado, cuando de repente vi bajar
por la calle a una señora que me
sonrió al pasar al lado mío; fue un
saludo al que correspondí. Era una señora extraña, y nunca la había visto, pero
soy de buena retentiva, así que subiendo
más arriba, venia de nuevo la misma
señora, la misma ropa, la misma prisa al
andar; pude verla de frente y pude
repararla muy bien, antes de que pasara
a mi lado de nuevo. Esta vez solo miró y siguió rápido. Pasó el tiempo y ese tal
hecho quedó olvidado en el regazo de mi memoria.
Pero otro día cualquiera, ya casi rayando el medio día, yo venía del parque y me detuve para pasar la calle y a todo el frente vi a una persona muy conocida del barrio, pero nunca nos hemos saludado, tuve la oportunidad de verla de cuerpo entero, vestía unos eslas o pantalones negros de mujer, una blusita blanca de cuello y sus zapatos eran unos mocasines de color negro. La conocía solo de vista y cuando cambió el semáforo pase por su lado y seguí subiendo, y ya llegando casi a la casa en donde sé que vive esta mujer; yo tenía que pasar por allí de todos modos, volví a verla saliendo a solo unos pasos de su casa y no habían trascurrido ni siquiera diez minutos; a paso largo se llega rápido, no había forma de que ella se devolviera; igual sé, que iba a trabajar a su negocio de artesanías y lo curioso es que estaba vestida igual, el mismo peinado, las mismas ropas, una mona alta, delgada, solo sus zapatos eran de diferente color, mocasines ; pero esta vez, eran de un color claro. Lo recuerdo muy bien. ¿Cómo raro no?
Hoy
Esta mañana me levanté
apresurada a sacar la bolsa de la basura
que ya venía encima pitando durísimo, logré sacarla apenas a tiempo para entregársela en las manos a uno
de los recogedores, porque ya el carro
había avanzado demasiado. Después de eso, fui al lavamanos me lavé, me dirigí a mi
cocinita, entonces al llegar al frente
de mi nevera, detrás de ella, hay un muro, obvio y enseguida una puerta de reja, que a veces me cierran. En ese momento, vi a uno de mis perros que bajaba
apresuradamente, pero lo vi, fue por entre las paredes; buscando entrar, pero se devolvió al encontrar la puerta
cerrada. ¿Pensé en qué momento este perro, pudo salir de su cama, si esta puerta estaba cerrada? En fin, tuvo que ser alguien que paso, la dejo entreabierta. Entonces le quite el
pasador, lo llamé por su
nombre, tanto así que, fui detrás, literalmente detrás de
él, para que bajara de nuevo, pero al llegar a las escalas, en el
descaso, para subir al segundo piso, ya no estaba, volví a pensar, debe ser que se quedó en la terraza, pero en una mañana tan fría ¡Um! Sé
que estaba aún adormilada; pero aun así me devolví, me dirigí a mi cuarto para tumbarme
de nuevo a dormir otro ratito más, en ese momento vi a mi perro, que apenas salía de su cama
y desentumeciéndose.
En realidad m En realidad me sorprendí, porque de inmediato, me di cuenta que no se había movido fuera de
su área, sorprendente, pero ocurrió así.
Le abrí los brazos para ofrecerle un abrazo, pero con enfado me gruño, y volvió a meterse en su cama.
Después de
eso, mucho más tarde, me puse a pensar, yo iba caminando, lo vi, pero lo vi, de manera que pude ver a través de la pared.
¡UM!
Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth
lunes, 28 de septiembre de 2020
Parte 9 De silencios. La Mamá
Parte 9 De silencios. La Mamá
La Mamá
Género novela
Parte 9
De
silencios
Y
estaba ahí sola, boca arriba en una especie de tarima metálica; es lo que creo
que era; pareciera ser muy temprano, era de
mañana; no se escuchaba nada, ni siquiera el zumbido de una mosca
atravesando el aire. No había nadie, absolutamente nadie a mi alrededor ¿O
talvez si? Allá en la penumbra, una
sombra y estaba llena de sangre entre
las piernitas; era una bebe de un mes quizá; eso sucedió antes del sucederse de
las cosas. Yo no esperaba nada, ni a nadie, solo estaba puesta ahí… ¿Por qué? ¿Por quién? Jamás
lo sabré. Solo estaba puesta allí, talvez,
al igual que ahora, que siempre;
antes solía escuchar el silbo del silencio, el ruido de la
naturaleza, de las cigarras, de las lagartijas cazando… ¿Y
ahora? Ahora solo escucho el zumbido del
aire, tal como el pito de una olla a presión hirviendo a fuego medio; pero si las historias que me contó mi madre son el producto de una mente senil,
tal como Alefiol trata de hacerme entender; para mí, de igual manera son bienvenidas. Lo que sí sé,
es que uno no puede arrancar de si,
aquellas vivencias que se han tenido, experimentado en carne propia.
Se dio
un episodio, más o menos a los 70 años de edad de mi madre;
estuvimos yendo a una clínica,
dado que ella tenía problemas de salud,
ya le habían hecho varias radiografías,
no recuerdo bien que tenía, solo sé que había que hacerle muchos
exámenes más, entre ellos una citología,
y en una de esas , se puso muy mal y estaba empecinada en que no quería que le hicieran más de esas cosas; estaba tan furiosa, y como las citas eran prioritarias y esa
gentes no podían perder el tiempo, ni hacérselo
perder a otros pacientes, también necesitados; le rogué que subiéramos ,
era un tercer piso, pero a fuerza de lidia
acepto, y cuando estaba en el
cuarto, arriba con las enfermeras, la
íbamos a bajar de la silla de ruedas,
para montarla en una camilla ; me miró llena de rabia, de frustración, porque pensó, que lo que le estaba haciendo yo, al hacerla ir a algo que ella no quería, era una agresión, una invasión a su privacidad
; entonces me miró llena de furia y me gritó
delante de esas personas ¿Usted quién
es? Usted no es como las otras, usted no
es una hija mía. ¡Usted es muy distinta
a ellas!
Y así, en la medida que iba creciendo y pareciera ser que el Ortab se iba alejando. Se iba quedando atrás; mi hermano Orutra, menor que todos, pero mayor que yo, me gritaba constantemente; usted es una recogida, a usted la recogieron, usted es una mema de Bonaf.
Beatriz Elena Morales Estrada ©
Copyright NARRACIONES
La mamá Género novela Parte 8 La cocina
La mamá Género novela Parte 8 La cocina
La mamá
Género novela
Parte 8
La cocina
La cocina era grande; las mujeres se movían de un lado para otro, mi mamá vivía cocinando y atendiendo pedidos; muy ocupada la veía, pero siempre tenía tiempo para mí; había abundancia de comida, leche de vaca recién ordeñada, huevos, pan, queso, verduras, de todo. Y la mamá no se podía olvidar de su niña; así que me sentaba en la cocina, mientras las mujeres grandes laboraban; y las cosas a mi derredor giraban a colores; me preguntaba ¿Qué quiere desayunar la niña? Mimándome, contemplándome y mi preferido era huevo a la cacerola, no, esa mujer cocinaba como una diosa , eso a mí, me sabia como si estuviera comiendo un manjar, me lamia todo, pero ella si me ponía cucharita, me colocaba en un rincón de la cocina y me lo daba o unas veces yo me lo comía solita, me lo colocaba entre las piernitas , que eran rollizas, blanquita, toda gordita, con los ojos negritos y el cabello igual de negro , ella me lo recogía en forma de cole caballo ¿De quién es esa niña tan linda? ¡Que belleza! ¡Ay que tan hermosa! Decían las mujeres y ella orgullosa respondía es mía, es mi niña. Un día me acuerdo bien de eso; ella se subió a un bus, que pasaban por ahí mismo, por el Ortab; con esa niña en brazos. Se le veía, se le sentía la felicidad, y apenas si podía cargarla, pero es que estaba tan gordita, siempre me recuerdo con vestidos blancos, corticos y la pobre se subió al bus y cuando arrancó se aporreó tan duro, para no dejarme caer, me apretó con el brazo derecho por detrás, la mano firme, aferrándome a su cuerpo, para no soltarme, mientras que con él otro, apenas si podía sostenerse de la barra metálica; pero es que esos, que manejan a veces lo hacen de una manera tan despótica. Arrancó a la verraca, sin darle tiempo de nada. Se vio que le dolió tanto, tanto, tanto, que hasta se le salieron las lágrimas, pero no se rindió, iba orgullosa con su niña para el pueblo, esa escena también me quedó grabada. Y mucho tiempo después ella, me contaba, que esa niña era toda gordita, que pesaba mucho y que casi n o podía con ese trozo de niña. En la medida que fui creciendo, nunca recuerdo haber sido cargada o mimada por Oyacat; lo que si se, es que él tenía unos toritos, que eran como personas y los quería mucho, se iban detrás de e l y de mis hermanos, sobre todo, al que más recuerdo es a Oirad; que también le gustaba hacer pesebres, que eran grandotes y había un perrito, que era colimocho, de color verde, era un juguete del pesebre, pero r nunca se me olvida. Y todo eso ocurría cuando tenía apenas un añito. Pero también íbamos de paseo arriba a las montañas, y había un lago grande, eso era tierra fría, pero no me acuerdo de nadie, ni de mis hermanitas, nada. Lo que se de Alefiol, es por lo que a duras penas me contó hace poco, nada más, el caso es que Oirad se tiraba en ese lago a nadar conmigo en las espaldas, yo le agarraba el cuello, dado que me decía agárrese bien; sabía nadar con mucha agilidad; ese fue el hombre más bueno, dulce y respetuoso que he conocido. Algo recuerdo, que Oyacot andaba por ahí cerca, con más personas.
Beatriz Elena Morales Estrada© Copyright