Parte 7
Esa mujer
Esa mujer que yace en la sombra, que fundó la luz entre el verdor de los campos.
Esa mujer que yace en la sombra,
como oculta y que junto al
el verde de las cosas,
con sus
manos pintó los colores,
tejiéndolos en medio de dolores.
Platicando a su
vez con la penumbra de estrellas,
abrió la puerta del amor,
cerrándola después, dando salida al desamor,
esa mujer la madre, la que a su
vez, en entrañable gesto,
abraza el fondo de las chambranas, completando la cercanía, fecundando
de vida a la
pequeña niña que cobija y a
su vez es cobijada.
Esa mujer en la penumbra mañanera,
en frente al desamparo, tiene en sus manos, la medida equidistante entre la sombra, y la luz del mediodía.
Entre la pena y
los agobios, entre la alegría de la primavera
y entre todos los inviernos que
la nombran.
Entre la marea
etérea de su vientre, de su
mar transparente.
Esa mujer que marcó
límites y desmarcó
a su vez, las carreteras de las
cosas, ampliando el horizonte, más allá
del patio polvoriento.
Esa mujer que entre el verde azul, de un más acá; en ese espacio fluido del tiempo,
de ese momento único,
indestructible entre la madre y
la hija, pariéndose por segunda vez, mientras expulsaba y exhalaba un suspiro, de su pecho un ave de alto vuelo se
expandía,
penetrando en el
alma de la niña una ausencia que
pese a todo,
que a pesar de los pesares inauguraba un amor incondicional y eterno.
Como
eterno ese momento y ese espacio
sinigual de una humilde casita orilla a
una carretera.
Esa mujer que
yace en aquel lugar, en aquella
casita, como envuelta en el
crepúsculo, enraizada entre las papas y las mazorcas, esta
a su vez bañada, del verde de los pastos, en el árido sol del desierto pueblerino.
Abrió ella la
puerta del amor, cerrándola, reuniendo
dentro de sí, tantos destinos, tantas desidias y sinsabores, pero fundó a su vez un pájaro azul, que remonta el
vuelo más allá del desamor, entre el polvo de la carretera, el ruido de los
carros, el sonido de un algo lejano y
la ceremonia del mediodía, avizorando
soledades, soles y lunas inescrutables.
Esa mujer envuelta en la penumbra, polvo y ceniza,
lluvia, tierra y agua,
huesos y carne, esa mujer tan ausente y
a su vez
tan cercana, ella la madre…
Esa mujer la mamá.
Esa mujer que también soy yo.
Esa mujer que
también me dio tanto amor. Como no escribir este poema.
Beatriz Elena Morales Estrada© Copyright
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