ENAJENACIÓN
Sentado en el muro de la cafetería de
aquel colegio, sus ojos penetrantes se perdían en el pequeño sendero de piedras
que se alargaba hasta llegar a una fuente, sus ojos contemplaban el agua y se
hundían en ella; esta ascendía y bajaba en pequeñas burbujas cristalinas que
parecían querer escalar hacia el cielo. Todo, todo se borraba a su alrededor,
incluidas las muchachas que pasaban; sólo eran formas ambiguas, sombras, hasta
que el agua lenta caía mezclándose con la del estanque. Las gentes que pasaban
por allí; miraban su extrañeza como una enajenación más de la ciudad. De
repente el agua explotó en su rostro como un rocío y en el fluir de ese contacto;
la memoria le formó la imagen de la muchacha soñada, de aquel único
rostro, su voz empezó a musitar bajito,
un nombre, aquel nombre, María... María González; se vio a si mismo caminando
rápido por las anchas avenidas de la ciudad, tan llena a esa hora de vendedores
ambulantes; le parecía que la ciudad entera lo arrastraba en sus pasos. Llegó al fin a un lugar que estaba
situado en un centro comercial, se sentó en la barra, pidió una cerveza helada,
bebió despacio, mientras observaba todos los movimientos de la muchacha que
atendía en la barra, ¡Me encantaría hablar con usted!; le dijo, sin respirar
casi, en el vuelo de las palabras; volvió a decirle ¿A usted no?; la muchacha
se le quedó mirando, alelada, con la mirada larga de la vida.
Una señora muy encopetada pasó
acompañada de un perro pequeño con apariencia burguesa que se quedó rezagado
junto al camino; ¡mi pequi vamos!; dijo la señora gorda, el perro la miró en
silencio; mientras levantaba la pata y clavaba su hocico en el olor de su orín.
La alelada muchacha se había retirado
para atender otros pedidos; él volvió en si, con su mirada recorrió la taberna, que era
grande, sobre el techo colgaban unas copas de cristal. La muchacha se acercó de
nuevo a él, que sintió entonces la transparencia de un algo íntimo llenarlo. Ella lo miró y le
tuteó ¿Tú vienes, tu vienes de dónde? Sí, allí estaba el camino de piedra y
un cielo pintado de nubes blancas y ese árbol de caucho; erguido, casi altivo;
pero que se inclinaba generoso hacia la tierra con absoluto amor, para
fecundarla. Las palabras se escuchaban confundidas con el ruido de las canciones,
otra muchacha flaca, morena atendía los pedidos por fuera de la barra;
moviéndose con rapidez de una mesa a otra. Un señor llegó, se sentó a su lado y
pidió algo de beber; pero al verlo se le sentía tieso; de pronto se quedó
mirando ese techo adornado con copas y flores; se dijo a sí mismo en voz alta; Esto parece un santuario dedicado a algún Dios
extraño y exótico. De repente comenzó a reírse como un alguien que no tiene la
certeza de nada, ni siquiera de sí mismo; él lo miró y sólo dijo; ¡Ba! La
muchacha se le acercó de nuevo y le contó sus angustias, sus sueños; él bebió
otro trago de cerveza, despacio, gozándose de las palabras de ella; ya que parecía
conocer lo que ella le contaba, todo, palmo a palmo porque lo había visto asomado
deslizándose en esa agua del estanque, en el camino de piedras cuando sus
miradas se juntaron.
Eran las diez de la mañana, la profesora Margareth salió del corredor,
lo miró y puso su mano en el hombro del muchacho, que estaba sentado en la
esquina del muro de la cafetería mirando la fuente y le dijo. Vamos Juancho, es
hora de entrar a clase; él la siguió, pero llevaba en su garganta reseca el
reciente olor del encuentro con María, Marìa gonzalez la muchacha del sueño.Beatriz Elena reservados © Derechos todos.
Extraído de mi obrita Silencio de Alas
Derechos reservados, derecho de autor.
Mi muy querida Beatriz!! que lindo tu nuevo espacio y que maravillosa eres, eres simplemente mágica!!!!! Y TAN ESPECIAL!
ResponderEliminarHolaa Eilieen, me llenas de alegria con tus visita y tus bellas palabras, que buena eres, hasta pronto.
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