miércoles, 1 de febrero de 2012

ENAJENACIÓN




ENAJENACIÓN

Sentado en el muro de la cafetería de aquel colegio, sus ojos penetrantes se perdían en el pequeño sendero de piedras que se alargaba hasta llegar a una fuente, sus ojos contemplaban el agua y se hundían en ella; esta ascendía y bajaba en pequeñas burbujas cristalinas que parecían querer escalar hacia el cielo. Todo, todo se borraba a su alrededor, incluidas las muchachas que pasaban; sólo eran formas ambiguas, sombras, hasta que el agua lenta caía mezclándose con la del estanque. Las gentes que pasaban por allí; miraban su extrañeza como una enajenación más de la ciudad. De repente el agua explotó en su rostro como un rocío y en el fluir de ese contacto; la memoria le formó la imagen de la muchacha soñada, de aquel único rostro,  su voz empezó a musitar bajito, un nombre, aquel nombre, María... María González; se vio a si mismo caminando rápido por las anchas avenidas de la ciudad, tan llena a esa hora de vendedores ambulantes; le parecía que la ciudad entera lo arrastraba en  sus pasos. Llegó al fin a un lugar que estaba situado en un centro comercial, se sentó en la barra, pidió una cerveza helada, bebió despacio, mientras observaba todos los movimientos de la muchacha que atendía en la barra, ¡Me encantaría hablar con usted!; le dijo, sin respirar casi, en el vuelo de las palabras; volvió a decirle ¿A usted no?; la muchacha se le quedó mirando, alelada, con la mirada larga de la vida.

Una señora muy encopetada pasó acompañada de un perro pequeño con apariencia burguesa que se quedó rezagado junto al camino; ¡mi pequi vamos!; dijo la señora gorda, el perro la miró en silencio; mientras levantaba la pata y clavaba su hocico en el olor de su orín.

La alelada muchacha se había retirado para atender otros pedidos; él volvió en si, con  su mirada recorrió la taberna, que era grande, sobre el techo colgaban unas copas de cristal. La muchacha se acercó de nuevo a él, que sintió entonces la transparencia  de un algo íntimo llenarlo. Ella lo miró y le tuteó ¿Tú vienes, tu vienes de dónde? Sí, allí estaba el camino de piedra y un cielo pintado de nubes blancas y ese árbol de caucho; erguido, casi altivo; pero que se inclinaba generoso hacia la tierra con absoluto amor, para fecundarla. Las palabras se escuchaban confundidas con el ruido de las canciones, otra muchacha flaca, morena atendía los pedidos por fuera de la barra; moviéndose con rapidez de una mesa a otra. Un señor llegó, se sentó a su lado y pidió algo de beber; pero al verlo se le sentía tieso; de pronto se quedó mirando ese techo adornado con copas y flores; se dijo a sí mismo en voz alta;  Esto parece un santuario dedicado a algún Dios extraño y exótico. De repente comenzó a reírse como un alguien que no tiene la certeza de nada, ni siquiera de sí mismo; él lo miró y sólo dijo; ¡Ba! La muchacha se le acercó de nuevo y le contó sus angustias, sus sueños; él bebió otro trago de cerveza, despacio, gozándose de las palabras de ella; ya que parecía conocer lo que ella le contaba, todo, palmo a palmo porque lo había visto asomado deslizándose en esa agua del estanque, en el camino de piedras cuando sus miradas se juntaron.
Eran las diez de la mañana, la profesora Margareth salió del corredor, lo miró y puso su mano en el hombro del muchacho, que estaba sentado en la esquina del muro de la cafetería mirando la fuente y le dijo. Vamos Juancho, es hora de entrar a clase; él la siguió, pero llevaba en su garganta reseca el reciente olor del encuentro con María, Marìa gonzalez la muchacha del sueño.

                          
                         Beatriz Elena reservados © Derechos  todos.
                                      BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA


Extraído de mi obrita Silencio de Alas 

Derechos reservados, derecho de autor.

3 comentarios:

  1. Mi muy querida Beatriz!! que lindo tu nuevo espacio y que maravillosa eres, eres simplemente mágica!!!!! Y TAN ESPECIAL!

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    1. Holaa Eilieen, me llenas de alegria con tus visita y tus bellas palabras, que buena eres, hasta pronto.

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