lunes, 14 de septiembre de 2015

DE NOCHE Y CARA AL CIELO





Diego y Lilia

De noche cara al cielo
un corazón destrozado
cantando se halla esta canción

mirando las estrellas y solo hay lluvia en mi
en donde esta mi amor

que lejanos espacios te llevaron de mi lado

mi corazón no solo se rompió,
se despedazó ya

es un destino a medias

yo que hare si ti
en desamor no viviré

no quiero noooooooo
de noche cara al cielo
mirando estrellas y solo hay lluvia en mi
¿en donde estas?
¿que lejanos espacios te separan ya de mi?

has muerto tu

y al hacerlo, yo he muerto también

hay amor tu y yo y esa pequeña niña
mujercita mía y no nacida

semilla de tu vientre,

sabes mi amor

contigo yo me enterraré

contigo , siiii
lo que deparé el destino yo no se,
pero en este instante y siempre yo, moriré junto a tiiiii
Lilia; no lo hagas noo
yo que he visto,

la lluvia de tus ojos en los míos
tierra, aire soy

en eso, me he convertido

y en la desencarnada boca que te beso

mis besos aun calan hondo en tu alma de ayer y yo
y yo aquí ahora se;
que quiero que busques la felicidad

yo ya lo se,
no desoigas esta voz

mi voz de mujer es
de mujer que en la lluvia no ves
Diego; hay amor yo aquí;
de cara al cielo
mirando las estrellas

y pensando en ti
¿Qué lejanos espacios habitaras ahora?

Tu y mi pequeña hija

y yo aquí de cara al cielo y mirando
 las estrellas
y solo hay lluvia en mi, en mi
Coro; soy tierra y lluvia

soy aire y estoy aquí junto ti
mi amor,
ve y busca la felicidad

ella de nuevo vendrá a ti
yo aquí, de cara al cielo
mirando las estrellas

y solo hay lluvia en mi
Beatriz Elenareservados © Derechos todos.

DE NOCHE Y CARA AL CIELO

jueves, 3 de septiembre de 2015

VUELE BAJO


EL AMOR ES MAS GRANDE QUE YO DE IVAN OVALLE

CAPITULO LVIII CAPITULO (58) ELEONORA



CAPITULO LVIII
CAPITULO (58)
ELEONORA

Isadora Duncan Benavidez, escuchaba el lento golpear del parabrisas de su carro, de vez en cuando, miraba el semáforo que estaba en verde y una que otra gota de agua, que ante sus ojos se evaporaba en un segundo; en su mirada se notaba un fulgor, daba la impresión de que estuviera escuchando, el sonido de algunos cristales rotos, o tal vez, no era nada de eso, sino tan sólo el eco lejano o el rumor de la brisa en lo alto de las montañas.
El semáforo cambio de verde a rojo y puso en marcha su vehículo, no tenía prisa, total, era una gran ventaja el trabajar independiente, ya había sacado sus grados hacía bastante rato y era química farmacéutica. ¿Qué habrá sido de Diego y de su gente? Se salió del centro y se encaminó a cualquier barrio, del noroccidente de la ciudad.
Se que fui una ingrata al alejarme de ellos y en especial de Sara Lucía, que con tanta bondad me albergó en su casa y me ayudó a curar; sí, si no hubiese sido por ella, jamás habría superado ese episodio tan tenebroso, añoos que no los veo; pero es que de algún modo yo, no pertenecía a ese clan familiar.
Pronto llegó a un elegante sector, estacionó su carro, en frente de su casa, se bajo y abrió la puerta y se introdujo en una confortable sala; se dirigió hacía la cocina y vació un poco de yogur sobre un vaso limpio; encendió la televisión y se puso a mirar las noticias de la noche. Ahora, tenía los cabellos largos, casi caídos sobre los hombros, arreglados a la moda.
Se levantó y se dirigió hacía el baño, con un gesto mecánico se miró al espejo; tienes el cabello largo y hermoso, le pareció escuchar la voz de su amiga Eleonora, decírselo al oído en el baño de damas del laboratorio, ella le respondió con rapidez; me gusta llevarlo corto, puedes llevarlo como quieras, de todas formas siempre, te vas a ver guapa, femenina y al hacerlo, se lo dijo con coquetería, suspiró al recordarlo. Se apartó del espejo y volvió a la cómoda sala.
 Después de ver y escuchar las noticias, se dijo; las noticias son terribles, tal parece que las criaturas humanas están sentenciadas a un holocausto tenaz, dolor sufrimiento, una realidad de cosas que…
Su reflexión,  se vio interrumpida al escuchar el sonido de su celular. Alo, hola, ¿Cómo estas Eleonora? muy bien, ¿mira será que puedo verte ahora? 
Sí, bueno está bien, te espero.
Sin embargo, Isadora apagó el televisor y se dirigió hacía su mesita de noche y extrajo un pequeño diario; lo abrió y nada más clavar su mirada en esté, para que otra vez, el pasado la absorbiera; entonces leyó algo que tenía escrito, he modelado más de mil poemas para ti y ninguno me da la forma exacta, ninguno me sale como quiero; ¡Clara Inés! ¡Clara Inés! Suspiró, levantó, la cabeza y se sentó en el borde de su cama y con el cuaderno abierto entre sus manos y la mirada fija en algún lugar; tú cara misma, es el poema, el poema eres tú, ya que eres quien me lo  inspira.
 De repente expresó; pobre Diego, sé qué, existen cierto tipo de mujeres a las que les gusta permanecer en la memoria  de su amado y, que son incapaces de entregarse, pero que a la final, no dan más que el ideal, lo no realizado.
 Lo más seguro, es que les encanta permanecer en ese plano, le pareció verlo aquella noche, se sentó a su lado y le habló de Clara Inés, que podía decirle yo; nada, nada, si estaba en las mismas, tan sólo le dije, tienes una mujer muy bella, cuídala y es porque creo, que nunca encontraras otra como ella, cuídala, lo sé, me respondió. Sí, recuerdo, que se quedó en silencio, con la mirada fija, puesta sobre algún lugar y después de un rato, me dijo y sabes; la amo, y no te alcanzas a imaginar cuanto, cuanto.   
Pero; dije y entonces agregó; pero,  Clara Inés, siempre a estado hay y siempre estará, es sólo un ideal, le respondí ¿y eso qué importa? para mí, ella es más real que cualquiera.
Nos amo es cierto; pero ya ves, no se decidió a tener nada con ninguno de nosotros, me sumí en silencio elocuente y luego dije, incluso ni nosotros somos reales, ella si, me aseguró; es posible, pero vive sumergida en sus quehaceres y aunque de lejos nos desee, y nos atraiga con sus pensamientos,  lejos vive y de espaldas a nuestro amor; y aunque nos persigue todo el tiempo y ella lo sabe; jamás dará un paso al frente y ¿sabes porqué? ¿Por qué? Preguntó; porque no es más que una cobarde.
Me miró con una honda tristeza ¿y tú la amas? me puse de pie y le dije; no más que tú; también él se puso de pie y me dijo; y aunque sé, que nos ama a su manera, a su modo, un sólo amor permanece en ella.
 ¿Quién podrá ser? Dijo; ¡hum! ¡Qué se sabrá!
 ¿Quien podrá estar dentro del corazón de una mujer y más de una como ella?; le dije, cierto,  así es; me respondió. Luego se quedó pensando, de cualquier modo, ame a quien ame de nosotros dos, ella jamás se atreverá a aceptarlo y sabes porqué, ¿no porqué? ; Pues porque ella, ella… 
¿Ella qué Diego?
 ¿No, sabes qué Isadora? Dejémoslo así, dejémoslo así.
Sí,  es lo mejor, antes de que a alguien, le de por desaparecernos de esta escena, está bien. En ese momento el timbre de la puerta, se dejó escuchar; ella miró por ultima vez el diario y lo puso sobre la cama y con rapidez se dirigió a abrir y una muchacha alta y delgada apareció en el marco de la puerta, ¡hola! Isadora, ¡hola!, y sin ninguna timidez se introdujo, mientras Isadora cerraba la puerta, y puso el bolso sobre uno de los muebles.
Con coquetería se acarició sus cabellos castaños claros y tomó las manos de Isadora; ven le dijo y entonces se metieron en la habitación, al ver el diario, Eleonora le preguntó ¿y ese diario? No, la cosa es simple, lo leía cuando tú llegaste; ya; los ojos cafés claros de Eleonora, perecieron brillar con una serenidad no postergada, supongo qué allí, se encuentra escrito lo de  ¿tú amor trascendente por Clara Inés?  Supones bien, ¿y qué vas a hacer? Nada;  ¿lo tendrás allí por siempre?
Y como ésta, guardara silencio, le dijo, a mí puedes contármelo, no soy una muchacha, tengo veinte cinco años y te amo como a nadie.
  ¿Sabes qué haré? ¿Sí dime? Aunque a veces, quisiera ponerlo todo patas arriba, para que los gallos finos y los pusilánimes, se mordieran la punta de su lengua, hasta sangrar; creo que tan sólo esperaré, a escuchar un rumor de hojas secas en la alborada, o quizás hasta el delicado tintineo, de unos pasos deslizándose sobre la alfombra ¡Ay querida mía!; pues entonces, tendrás que esperar por siempre.
De cualquier modo, nosotros siempre esperamos y lo qué, nos sobreviene, casi siempre es un final no deseado; podría ser, pero yo estoy aquí; no me refiero a ti; ¿entonces?  Me refiero a la vida misma; ¡mira!, acabemos con esto, de una vez ¿quieres? Calma Eleonora, calma; estoy calmada; ¡ya lo veraz! ; ¿Sabes?, el aire esta llenándolo todo, lo sabemos, aunque no lo vemos ¿y? .De repente el viento se detiene, como si alguien, hubiese estado conteniendo la respiración.
Al decir esto Isadora, estaba muriéndose de la risa y se aproximó a Eleonora y zúas; la tomó con suavidad por la cintura, la empujó hacía la cama, y entonces la boca de Eleonora recibió un cálido beso y el rumor de los pasos se alejó, y él cabello de Isadora dio brillos, destellos de solecito. 
Un buen final para nosotros murmuró Eleonora.
                                                     
                                                               Escena fase siguiente :

Trascurrieron los años como bandidos camuflados, al amparo de las sombras; después de la muerte de Lilia, desde entonces él, no volvió a pensar en ninguna mujer, una mañana se despertó llorando y su pecho, su ser, hallábase aún en agonía, entonces entre si, se dijo, mis mujeres me dejaron y ya, no podré escribir sobre ella, acerca de mí ella y para colmo, ni siquiera he vuelto a ver a Sara Lucía. ¡Ay Lilia! por los recuerdos tuyos, allá en el lugar de siempre, es que te lloraré como a mí amor único y por los ojos tuyos, que siempre brillaron tan sólo para mí.
¡Ay!, es imposible vivir y no recordarte, pero también es casi imposible, dejar de escuchar el ruido de los carros, ¡miserable de mí! , ya jamás volveré a ser el mismo; en esos momentos Hunder Alexander irrumpió en la habitación; ¡Diego!, ¡Diego!, préstame tú espada, es qué estoy ensayando, para hacer una presentación de una obra de teatro ¿una obra de teatro? Sí, qué tiene de malo; y sin darle tiempo de nada, tomó, con arrebatada emoción la espada, de donde Diego la guardaba, la espada no emitió ningún brilló, pero se hizo liviana, muy liviana.
Hunder Alexander gritó; ¡Tomen!, ¡tomen!, alzando al aire la espada, esto es para ustedes, habitantes de lunas llenas, y para ustedes los vástagos de la oscuridad, caricaturas de la noche; ¡yo os atravesaré de lado a lado, y con esta espada invicta, os destruiré!; Diego lo miró extasiado, ¿Cómo hiciste eso? esa espada pesa ¿Qué cómo? , Pues con las manos Diego, con las manos.
  ¿O es qué, acaso, no ves ya?; dijo picante Hunder Alexander; no soy tan viejo como crees, yo no dije eso, pero levántate perezoso, que una mujer ha venido a verte ¿una mujer? Sí, alguien vino a buscarte y no sabes lo guapa que esta; ¿Quién podrá ser? no conozco a ninguna; no yo no deseo hablar con nadie.
Con está sí, dijo Hunder Alexander, aún sosteniendo la espada, y esgrimiéndola de nuevo, y a su vez decía; Esqueletos nada gratos a la vista, que deambulan como exhibiendo sus miserias y que vagan errantes, llenos de pensamientos infecundos, son ustedes muertos, muertos que quieren estar entre los vivos.
¿Qué sentido tienen tus palabras Hunder Alexander? ¿no las entiendo, porqué es qué quieres jugar, con la espada invicta?; Diego, no hagas esperar a está dama, no seas bobo, es cierto que en el pasado, te odie, pero después de todo, siempre te he querido como a un padre, y por lo demás, esa mujer está divina, bueno, apenas es para ti.
Trátese de quien se trate, dile que no estoy, y que no me hallo en ningún lugar y que ni siquiera estoy, en el más cercano sueño; ¿ni siquiera por curiosidad deseas saberlo? No, además aún, no me respondes la pregunta; te la responderé en tanto tú, me preguntes al menos, el nombre de la dama ¿estas jugando conmigo? Sí y no ¿Qué dices? ¡Hum! está bien, dímelo; te lo diré, pero antes te responderé la tal pregunta; yo no juego con la espada invicta, como tú la llamas, juego con las palabras, ya que, detrás de estas, se oculta lo sagrado. Por lo demás, aunque parezca que, lo que dije, no tiene ningún sentido, si lo tiene.
Sentándose en la cama Diego dijo; pero esto no es ninguna obra de teatro; claro que no, el teatro imita, la vida no, pero las cosas cobran sentido, en tanto tú, se lo des, sí es cierto, bueno, muero de curiosidad por saber el nombre de… ¿Quién es?  Nada más, ni menos que tú gran amiga, Sara Lucía; al decir esto, colocó de nuevo la espada en donde estaba: ¿Sara Lucía? Dijo Diego colocándose de pie,  casi de un salto.
Entre tenla, mientras me baño y dile que en dos minutos salgo.
No te preocupes que Rafaela y Verónica la están atendiendo; años sin verla, dijo Diego y se apresuro a bañarse.
 Mientras Diego se duchaba, un olor a siempre vivas lo inundó  y una voz desde el agua comenzó a susurrarle; he ido desprendiendo pétalos de rosas para ti, pétalos más suaves que el rocío de la mañana y con mis ojos, ojos del color de la canela y con mí piel, mí piel hecha de fuego y mí alma traslucida de silencios he velado por la instancia secreta de tú alma.
Y he querido asirte a mí, desde la ahuecada boca de la tierra; si he querido asirte a mí, sin arandelas, sin el estorbo de las formas caducas y he llorado por los besos que bebí de tú boca y hasta me he quedado sin cuerpo, para tú cuerpo ser.
Pero te he visto desprenderte también, como se desprende la aurora de la mañana y como se sueltan los pétalos de las flores, cuando son espolvoreadas por el viento.
Estas palabras tan sólo son para ti y como los ahuecados labios ya sin carnosidad se desprenden de los huesos y  como está agua que no te lastima , yo te desprendo de mí, para que corras en pos de lo que ahora sueñas, voz de mujer es la mía, no la desoigas , pues tuya es y de nadie más.
Juraría que escuché la voz de Lilia susurrarme al oído; estoy seguro, hasta me pareció que la veía; decía Diego frente al espejo, Lilia, Lilia querida; y después de un trecho salió, ya arreglado y con la barba recién afeitada y se dirigió hacía la sala en donde las mujeres hacía rato que platicaban. Al verlo, Sara Lucía exclamó, Diego, al fin sales. No lo puedo creer, tú de nuevo aquí y después de tantos años. Verónica y Rafaela se miraron conmocionadas a punto de llanto, pero de felicidad.
Mery se quedó a espiar y el llanto estuvo a punto de delatarla, pero lo contuvo y dejó que se deslizara, así como quien sale del cuarto oscuro en puntillas, evitando toda exhalación peligrosa.
Por fin, la fisura de la felicidad abrió el rostro de tú hijo; una fisura no, lo que veo es expandirse una risa de júbilo por todo su ser; Ja, Ja, Ja, se rió Verónica, pero no sabes lo contenta, que me he puesto al verlo reír.
 ¿Pero donde andabas? Después de la muerte de Lilia te desapareciste y ya nadie supo más de ti; no sabes cuantas veces te llame sin encontrarte, los ojos de Sara Lucía se detuvieron en el rostro de él, pareció contemplarlo por primera vez, Diego seguía hablando, entonces está se levantó y le dijo;  ¡hay Diego! , lo lamento tanto, tanto, tuve que irme, pues mis hijos me necesitaban ¿te necesitaban? Sí, uno de ellos se enfermo y bueno, tú sabes, además quería alejarme de todo esto, olvidar; nunca llamaste.
Ella lo miró, no parecía un reproche, lo sé, nunca lo hice, pero jamás los olvide, en especial a ti Diego, además me dio muy duro la muerte de Amanda y bueno, luego la de Lilia; éste inclinó la cabeza. Diego sé qué me fui en el momento en que más me necesitabas, pero mira, ya estoy de vuelta, somos buenos amigos o ¿no? sí claro que si, entonces se abrazaron; de un modo extraño ambos sintieron un vuelco en el corazón; pero se separaron como si nada ¿Dónde estuviste? En Europa; ¿la pasaste bien? sí, claro que si, pero llega un momento en que todo eso te cansa y, yo añoraba estar aquí, mis hijos están casados ya y…Aunque, claro ellos querían retenerme, al decir esto; Sara Lucía volvió a sentarse; pero en verdad mí vida se encuentra es aquí, Diego se sentó en la silla de enfrente, pero cuéntame tú ¿Cómo van tus cosas? Lograste al fin ¿olvidar a Clara Inés?
No respondió de inmediato, pero suspiró hondo, se puso de pie, se colocó las manos en los bolsillos y se paseó despacio, digamos mejor, que aunque siempre supe que era y es un espejismo; es ella quien obcecadamente  sigue allí, sigue ahí, no importa cuanto tiempo lleve, no importa si está casada y no importa cuantos hijos tenga.
Sara Lucía suspiró, tú ya no tienes remedio Diego; él ignoró lo dicho y prosiguió; pero me he dejado acariciar por el viento, me gusta cuando me despeina y se que al hacerlo, es una mujer quien lo hace, son las manos de ella, es ella quien da forma a mis cabellos. Por  lo demás Clara Inés, es la otra, la que nunca será capaz de entregarme su amor, aunque lo desee.
Sara Lucía bostezó y preguntó ¿y si su amor, hubiese sido para Isadora Duncan?; es lo mismo, ella jamás, se habría atrevido a entregarle su amor por más…
Al verla bostezar, le preguntó ¿te aburro?, no para nada; bueno pues siendo así, no me queda más remedio, que donarte mis palabras y mí presencia; está dejó, que su pecho se  expandiera con un suspiro, luego se levantó y dijo, bueno pues; ya te he visto, ahora me voy. Con disimulo Rafaela y Verónica que escuchaban desde el comedor; dijeron casi para sí, ¿irse? No, eso no puede ser; tenemos que hacer algo.
¿Irte? No, eso no puede ser; recién acabas de llegar; quédate a almorzar ¿sí?; bueno está bien, lo haré con una condición; ¿cuál? Necesito qué me ayudes a reparar mí casa, coger unas cuantas goteras y rehacer la chimenea; ¿a era eso? Lo haré, claro qué lo haré; dijo Diego de muy buen humor; siendo así, no tengo nada que objetar.
Rafaela y Verónica palmotearon sus manos a lo parce, con contento y regocijo. ¿Dónde estará está muchacha? Mery ven; sí señora voy de inmediato; ayúdanos que tenemos que sazonar el almuerzo; claro que sí; dijo, meneando sus caderas. 


   
 BEATRIZ  ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

SANTIAGO CAPITULO LVII CAPITULO (57)




CAPITULO LVII
(57)
SANTIAGO

Era uno de esos días, de áridos soles y de mariposas aladas y de pájaros chupa flores, Santiago se encontraba inoperante, apostado en la esquina de su casa y silabeando una canción, una de esas, que le encantaban al viejo parce Neo  y que solía cantar cuando se tomaba los guaros. Casi de inmediato, vio pasar a Evita, ella lo miró para saludarlo, entonces él, se puso colorado como un tomatera en flor.
Toño el dueño del barcito, que estaba ahí mismo, en la esquina; y que lo había estado observando; masculló, con el tabaquito entre los dientes; no me explico cómo ese muchacho tan paliducho, puede ponerse tan coloradote cuando ve a la hija de Rafaela;  lío su cigarro y lanzó un escupitajo.
 Las cosas que hace el amor; el amor, eso es cosa de locos.
¿Hola Santiago, has visto a Hunder Alexander? No, no lo he visto, pero aquí estoy yo, ¿para qué soy bueno?; no, si lo ves dile, que mí mamá lo necesita; claro se lo diré; pero no te vayas, quédate un poco y charlamos; no ahora no Santiaguito, tengo muchas cosas por hacer ¿Eso es porqué estas enamorada de Hunder, es por eso?  
Ella se turbo un poco, pero al segundo se repuso, no, no es por eso; es porque tengo que hacer las tareas del colegio ¿y bueno sí así fuera, a ti, que te va o que te viene? Lo amas, porque piensas que es mejor que yo; mira Santiago, yo a  ti, te aprecio mucho, pero a él, lo amo, pero no es porque, piense que es mejor que tú, no, sino porque así me lo hace sentir mí corazón. Evita yo…
Santiago tragó saliva y se puso pálido como un papel; ella al notarlo; le dijo, pero no te pongas así Santiaguito, total, somos muy buenos amigos, mira de está cuadra y la otra, tú eres el primero y el único que esta invitado a la celebración de mis quince años.
Bueno, que consuelo, gracias por tenerme en cuenta; entonces, Evita se despidió y se fue de prisa ¿qué se habrá hecho ese Hunder? Pensó Santiago y se metió al barcito de Toño y se paró frente al piano o la rocola esa;  y le hecho unas monedas, quería escuchar un vallenato; uno de esos, que le había oído al viejo parce Neo y que ahora ya estaba evacuado, para los muchachos como él, era una cosa vieja y obsoleta, por lo demás, jamás lo habían escuchado y era por eso, que no le sacaban el gusto.
Toño lo miró ¿en qué andas muchacho? Véndeme una cerveza;
¿se te olvida que eres un menor?; véndamela hombre; no, si te ven los tombos, me van a cerrar el barcito; hay, no se me haga, viejo Toño, que usted vende de todo y hasta a los polis los tiene comprados ¡Carajoo! muchacho tómatela pues y ojo, que no te vea nadie.
Fresco parce Toño; Toño volvió a liar el tabaquito; oye muchacho no es que me quiera meter; pero pareces un viejo, los otro pelados no más, se la pasan escuchando reggaetón y tú, mírate tú, pero si apenas tienes dieciséis; que te importa.
 El piano comenzó a soltar el disco; dame un cigarrillo, toma y Santiago empezó a fumar y a beber y la canción decía así; “¡Ay hombre! ¡Hay hombre!  ¡hay hombre! el amor es más grande que yo y que todas las cosas del mundo, más que el cielo el sol y la tierra ; es oír una expresión bonita de paz y cariño, es hablar de lo lindo en la vida con un gran amigo y besar en la frente fruncida, al ser más querido, es caminar sin importar la lluvia y el sol al lado de alguien ,es razonar al pretender abarcar la persona que al fin es más libre que el aire, y yo no puedo detenerte sí tú te vas ; tal vez buscando mejor vida pa edificar ,en otras tierras las ilusiones que llevaras y que conmigo tienes miedo de realizar y yo no puedo detenerte mí amor y yo no puedo detenerte por fin ; si no has podido realizar tú ilusión es preferible que te olvides de mí (bis)”
Toño volvió a escupir, condenado muchacho tiene alma de viejo; “es mejor que se hable de amor o de rosas perfumes y flores; que de adiós, venganzas, desdenes, cuanto temo soportar la tristeza si te vas de mí lado. Cuanto añoro una choza bien lejos pa pasar mí mal rato y que nadie conozca la pena de este enamorado. Verte marchar es derrotar el egoísmo fugaz que perturba mí vida, es aprender a valorar un deber que se llama creer en la gente querida; si yo no puedo detenerte sí tú te vas, tal vez buscando mejor vida pa edificar…”[1] A Toño, se le aguaron los ojos; que pesar de mí muchacho, al rato paso Hunder Alexander.
 ¡Hey parce! lo llamó Santiago; ¿y para dónde vas tan de prisa? Para la casa, quede de comprarle unas cosas a doña Rafaela y mire la hora que es; van a ser las cuatro apenas, vengase para acá y nos tomamos unas cervezas. Toño rezongo, no le haga caso Hunder y váyase; no se meta viejo parce Toño; total le estoy pagando ¿no? eso es lo de menos muchacho; lo importante es que usted no se haga más daño.
¿Daño? Mire conmigo no se haga que yo se que usted es el que vende la verde y la polvareda blanca. Ya cállate, además no sabes siquiera lo que dices y podrías hasta terminar mal; la piel quemada por el sol, la piel morena de Toño se encendió de pronto; pero al medio segundo volvió a atemperarse.
Entonces no se meta y véndame la otra, con parsimonia Toño lio de nuevo su tabaco y volvió a escupir; si te oyen los fuertes, los que son, te llevan por delante; yo tan sólo les hago el mandado, porque no me queda más de otra.
Lo siento Santiago yo ya me voy ¿te vas?  Y es que a la nena ya le dio miedo, ¡uf!, mire, mire como le tiemblan las piernas; mira Santiago, no te hago caso porque se que estas borracho, ¿y es que tú nunca te has tomado una cerveza? No nunca y no me da pena; que poco hombre eres; mira Santiago no me ofendas; que el hecho de tomar cerveza o lo que sea, no lo hace a uno más hombre; no, pero al menos yo si, tengo mis pantalones más bien puestos que tú.
Hunder Alexander lo miró y le dijo, no vale la pena; cuando estés en sano juicio hablamos, entonces dio media vuelta para alejarse y antes de que se fuera, Santiago le gritó, no tienes siquiera calzones para conquistar a Evita; el se volvió, ¿tú qué sabes? A lo mejor sí, anda tómate una, aunque tan sólo sea para calmar la sed, Hunder Alexander apretó la quijada, está bien, pero sólo una, ya oíste Toño, dale una, con desgano Toño se la entregó y Hunder Alexander, la recibió y la probó, sabe amarga, ¿acaso quieres yogur?  No, mira y se bebió más de la mitad de una, ¿Qué sabes de Evita?  ¿Te interesa no? pero si no sabes tú, que vives en su misma casa; a Hunder Alexander, se le aceleró el pulso y como un mecanismo de defensa, apuró otro trago de cerveza; mira Santiago, no juegues conmigo; de repente una sensación de vértigo, lo invadió, aunque no era desagradable. ¡Vaya! el caballero se puso bravo.
Hunder Alexander, volvió a hacer el intento de irse, no, espera, no te vayas, ven sentémonos; está bien; ¿Cómo así, la viste, qué té dijo? Toño parce, traiga las otras dos , como sigas así muchacho, te saco a las patadas, déjese de bobadas, que si lo hace,  riego el chisme, por toda el barrio, los ojos de Toño chispearon y así de cerveza en cerveza ,Hunder Alexander, terminó por sacarle el gusto a lo amargo. Santiago, se puso de pie, tambaleándose, ella estuvo aquí, hace un rato, al decir esto, se acercó al piano y buscó con la vista, el titulo de una canción y le hecho una moneda, las ultimas que le quedaban, titulo de la canción; “el amor es más grande que yo” autor Iván Ovalle.
 Hunder Alexander, ladeándose se puso de pie, ¿cómo así, qué estuvo aquí?; la moneda cayó y el disco volvió a sonar; mira, parce Hunder, esté es el único lugar en donde todavía se encuentra un aparato como esté, ¿bueno y qué té dijo? Santiago se hecho a llorar, Hunder parce, el disco del compa Neo; hay, a mí, no me dice nada eso; a mí sí, porque crecí viéndolo tomarse las cervezas y escuchar esté disco, Hunder Alexander, se encogió de hombros, pero a mí padre, es al que a diario, veo borracho, borracho hasta el pescuezo ¿tú padre? Y el viejo Toño escupió, miró el reloj y pensó, va siendo la hora en que llega la clientela y no me conviene, que estos pelados estén aquí; hay parce Hunder, venga, sentémonos, que le quiero confesar algo;  ¿qué es? Yo a Evita, la he querido siempre; sí, lo sé, usted siempre, me ha querido, levantar a mí novia; pero es que estoy enamorado de ella, eso es parce.
Hunder Alexander  no respondió, y Santiago le dijo y aunque se, que ella, no es su novia todavía, lo será algún día, porque es que, lo ama  a usted; hay parce, perdóneme, yo le juro, que nunca más, la voy a molestar, se lo juro y es que usted es mí pana.
Toño volvió a escupir, es hora de que se vayan; miren, les conviene irse por las buenas; ¿pero parce Toño?; Toño lió el cigarrillo, nada de parce Toño, te me vas yendo para tú casa; a, y voy a hacer de cuenta, que no me dijiste nada ¿y sabes porqué? Porque, aprecio a tú mamá, desde que era un muchacho como tú y no quiero, que a ti o a ella les pase nada.
 No quiero que por bocón, te encuentren cualquier día, con la boca llena de moscas; Toño lo miró y de nuevo lio el cigarrillo, que pesar de mí muchacho, pensó; él tiene razón Santiago, es mejor que nos vamos; ¿está bien, pero saben qué?, es  la primera vez que tomo cerveza, ¿a, y dé dónde, sacaste la plata muchacho? De por hay, de por hay; dámela y mañana, hablo con tú mamá. Ahora vete. En el último segundo Toño lo llamó; Santiago; esté lo volteó a mirar, me gustó lo que hiciste, es cosa de hombres, reconocer sus errores. .
Y así, Santiago y Hunder  Alexander, se fueron abrazados, tambaleándose a más no poder; Toño los miró alejarse; condenado muchacho, igualito a mí, cuando tenía su edad, diecisiete años,  claro, que en el color de la piel, se parece es a ella; voy a tener que hablarle, ejem, bueno claro, que nadie debe saberlo.
Santiago y Hunder Alexander, se separaron y cuando esté último, llegó a su casa; Neo y Rafaela estaban preocupados; ¿ay Neo, pero qué será lo qué le pudo, haber pasado? No lo sé Rafaela, no lo sé; la puerta, están tocando, debe de ser él, y Rafaela corrió a abrir; Neo la siguió y con sorpresa, lo vieron tambalearse, recostado, en el marquillo de la entrada.
¿Por Dios, qué es lo qué tienes Hunder? Neo se adelantó y lo agarró de los hombros, al momento, se dio cuenta, del olor de la cerveza; debemos llamar al médico, no Rafaela, es cuestión, de unas cuantas polas; ¿dé qué? unas cervezas mujer; hay Neo, yo nunca lo había visto así, borracho; ni siquiera cuando murió su madre, nunca es mucho decir, pero es que siempre hay una primera vez. Llevémoslo a su cuarto; déjame yo lo hago, Rafaela, pero ya no llores ¿sí? voy a tener que pedirle a Diego que hable con él, también yo puedo hacerlo, lo harás, claro que lo harás; lo haré.
Neo lo acomodó con cuidado en la cama y le colocó una manta encima, lo puso de lado y con la cabeza un poco a la orilla, por si las moscas; pensó, lo miró por última vez, como para cerciorarse de que lo había dejado bien y ajustó la puerta con delicadeza; pasito para que no se despierte; pensó.
Hunder Alexander, no tuvo conciencia de sí, fue sólo en la madrugada, que se despertó soñando  y comenzó a hablar en voz alta; off, Sr. Tomás; se despertó impresionado y es que nunca, le había sucedido. Fue cuando vio a esos pequeñuelos, sí, los seres de mí planeta, son amarillos, bueno, al menos no de, esté color tan  fuerte, pero Dios mío, que horribles son;  sí, son muy feos, en verdad y es que son así, porque consumen mucha orina.
Sr. Tomás; se levantó presuroso, porque comprendió, que esos seres, eran unos mostritos, que querían consumir y consumir y también hasta devorarse a la tierra, al planeta entero. Entonces se volteó del otro lado; que enanos para joder la vida; y hay fue, que se dio cuenta, que estaba sumergido en una humedad, zúas, entonces se despertó y vio el rostro de Mery, casi, sobre él. Muerta de la risa, le dijo; ha de venir un día, en que la reina de los mares, volverá y te pedirá cuenta de tus orines; ¿Mery, qué haces aquí? no, pues nada, más, ni menos, que me levanté a hacer mis oficios y un cierto olor, acompañado de una especie de ronquido ,hizo que me asomara, para ver, que era, lo que pasaba y fijo, eras tú; eres una  fisgona ; cállate muchacho ,no seas grosero ¿y bueno, qué fue lo qué te paso? ¡Ay Mery!, no le digas a nadie, que me viste así.
No le diré a nadie, con tal, de que me cuentes, que fue lo que paso ¿Por qué te emborrachaste de esa manera? Te lo diré, te lo prometo, pero ahora, ayúdame a quitar estas sabanas; no, de ninguna manera, tú la cagaste tú la lavas; pero es que ni siquiera está cagada; es un decir niño, lo que quiero decir, es que tú, metiste los píes y por lo tanto, debes hacerte cargo. Odiosa, fea, bastantona, ya no te contaré nada, a no, pues entonces me voy. No, no, espera ayúdame. Con el tiempo Hunder Alexander y Evita compartirían, junto a Mery estas cosas y otras cositas más,
 Te contaré todo te lo prometo; está se detuvo en el marco de la puerta y lo miró unos instantes; por favor, suplicó, está bien, pero que no se te vuelva a ocurrir tratarme mal. Lo prometo; ¿entonces, no le contaras a nadie que me oriné en la cama?, no lo haré, pero tú harás el intento, de no volverte a emborrachar; lo prometo, ven apúrate, que ya casi viene Rafaela y no quiero que me vea así. Esta bien, seré tú hada madrina, por está vez y te haré sábanas nuevas; ahora que, ¡Jun!, el problema es el colchón.
¿Sí? , sí pero veremos que puedo hacer, anda ve y dúchate con agua caliente; gracias, gracias hada madrina; al  abrir la ducha de agua caliente y pese al frio  que estaba haciendo, Hunder Alexander pensó; ¿no qué hice? no merezco nada, ¿porqué me emborraché?, entonces, abrió el agua fría y sus dientes castañearon, el agua lo arropó y  estuvo ahí, debajo de ella , hasta casi ponerse morado; no, Dios mío, me quiero morir, me quiero morir, además que vergüenza y mí princesa, me debe de estar odiando , ¿no porqué lo hice, porqué?; al rato, cuando Mery, regresó de lavar la ropa ,notó que esté muchacho, llevaba, mucho rato debajo del agua; y lo vio, desmadejado y aterido, no le quedó más remedió que pedir ayuda y a sus gritos acudió, desde doña Rafaela ,seguida de Neo ,de Diego y bueno hasta de Evita; ¿qué son esos gritos a estas horas de la madrugada? , sí, apenas van a ser las cuatro; ¿las cuatro? No, que tal esté muchacho, expresó doña Rafaela en voz alta; La cagoo; dijo Neo.   

 BEATRIZ  ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia    
        




[1] canción el amor es más grande que yo, autor: Iván Ovalle.



PRESAGIOS CAPITULO LVI (56)



 CAPITULO LVII  (57
PRESAGIOS
El tiempo suele arrasar con todo y es tan atrevido, que desdeñoso, grava en nuestros rostros, líneas y paisajes nunca vistos, quizás somos la roca o la arcilla sobre la cual moldea sus aconteceres. ¿Los suyos o los nuestros? Los nuestros diría…
Diego Alonso Jiménez, no era la excepción y por el momento, las cosas no parecían, haberlo afectado en demasía y lo vemos ahora, sentado, casi un poco, con la mirada extenuada y en medio de su mente, esta pregunta
¿Qué será aquello qué, siendo autentico, podría detener ese fluir de la vida? ¿La muerte? No, quizás la no muerte; ¿el pensamiento? ¿Acaso es el pensamiento? ¿Pero qué es la no muerte? Creo que esto,  si tendría relación con la vida. Pero con respecto al sentido común,  es tan obvio todo,  que si uno  muere cesa el pensamiento. 
Mientras así divagaba, sostenía entre sus manos la espada, que un día, Verónica le obsequiara , Diego suspiró y la espada emitió, unos pequeños rayitos azules,  es divina, tal vez algún día pueda usarla, pensó; distrayéndole su mente de lo anterior; pero si no la uso, no importa,  se levantó y la acomodó en un sitio especial, que tenía para ella, se miró luego en el espejo y se dio cuenta, que unos leves rayitos plateados, comenzaban a insinuarse, dentro de su cabello. Lilia entró, en esos momentos en ropa de noche , se acomodó en la cama y al verla, fue en su busca, comenzó a besarla, al principio con sumo cuidado, sus cabellos, la frente, sus ojos, sus labios, su cuello, sus axilas, sus senos pequeños, pero hermosos, esta se estremeció y una vez más, el amor sonrió con acertada fascinación .
Y unos días después, quizás hasta semanas, entró, de nuevo ella, a esa misma habitación con inusitada premura; venia de visitar al médico; Diego cariño, te traigo buenas noticias, figúrate Diego que tengo meses de…
 No terminó la frase,  ya que, mientras el agua de la ducha caía sobre él, a Lilia le llamaron la atención unos papeles revueltos, que se hallaban sobre el escritorio y con fecha un poco reciente.
El nombre de Clara Inés, brillaba con luz propia; los tomó entre sus manos y al hacerlo, sus dedos temblaron ligeramente; Levanto mí mano y trazo una línea imaginaria, entonces la ventana se abre y me da una perspectiva infinita; pero entonces, recuerdo que no existo, porque soy un personaje inventado, más no real y porque tú, tú Clara Inés, que eres y has sido aquella, que esta del otro lado de la ventana, permaneces, en brazos de la lejana, pero renacida esfera del sueño.
Suficiente, suficiente; se dijo y apretó, el papel entre sus manos y lo lanzó lejos y al hacerlo, sus dientes castañetearon un poco;  renacida esfera del sueño;    estúpido, estúpido; te ufanas, de amar más lo irreal, que lo propio; un fantasma te persigue, te persigue; en esos momentos, él Había terminado de ducharse y al cerrar la llave, alcanzó a escuchar a Lilia.
Temió que algo grave le sucedía, se colocó la bata de baño y salió; Lilia querida ¿Qué te sucede? Ella nada respondió, pero al ver, los papeles regados por el suelo, lo comprendió todo, pero querida, no comprendes qué todo eso, permanece, tan sólo en el sueño; por eso, dijo ella, sentándose en la cama y echándose a llorar, por eso, es por eso,  porque permanece en el sueño, o sea en el plano de lo no realizado. Querida, amor mío, tú bien sabes, que te amo; ¿no entiendes?, es allí, en donde radica el peligro ¿Qué peligro?; si tú eres mí amor, a ti, te puedo besar, tocar, sentir.
Entonces se acercó, para acariciarla; ella le hizo repulsa, un poco con enojo, un poco con tristeza; no me toques, se puso de pie y salió,  dejando la puerta abierta, él se quedó pensativo, se agachó y recogió los papeles, podría destruirlos, pensó; pero no lo hizo, no quería hacerlo, porque se aferraba, al recuerdo y además sentía placer, al escribir sobre Clara Inés.
Pero Lilia, era su amor real y la amaba, más que a nada en esté mundo ¿Qué hacer? Pensó.
 Cuando ya se había vestido y se había arreglado; ella regresó ¿vas a salir? No, voy a trabajar, después del medio día, pero tenemos que hablar; aseguró ella, éste, se mordió los labios; también, te iba a decir lo mismo, hace mucho que llevamos está relación, sabes bien, que te amo; yo también Diego, también te amo, ¿pero lo de Clara Inés? Él, se sentó en  la silla, que pertenecía al viejo escritorio, con la cabeza baja y las manos, sobre los muslos, que permanecían abiertos, aunque levantaba los ojos para mirarla.
Ella se había sentado en el borde de la cama, con la espalda erguida, las piernas cruzadas y los muslos en dirección a esté, las manos, las tenía puestas una sobre la otra; aunque siempre lo supe, tú nunca, me dijiste nada, nada, acerca del amor que sentías por ella,  pensé qué estando a tú lado y al correr de los años, la ibas a olvidar; ya aquí, realizó un esfuerzo para no llorar , pero no pudo evitar que las lágrimas se escurrieran saladas y amargas por las mejillas .
Diego se conmovió y sintió deseos de levantarse y rodear la con sus brazos, pero se abstuvo, por temor a que estuviese aún enojada, con mucho esfuerzo, se sobrepuso, quería mantenerse digna y dijo; es preciso, que nos dejemos de ver, así sea por un tiempo, y aquí, inclinó un poco la cabeza, además, temía mirarlo, ya que si lo hacía; iba a caer, rendida en sus brazos; Lilia cariño mío, ahora no, ¿ahora qué? dijo Lilia, poniéndose de pie  y la voz se le quebró, pero  prosiguió; sí, ahora que…  ¿qué? ¿qué? arguyó Diego.  Sí;  qué tan sólo, soy una dulce costumbre.
Tú sabes que te amo; sí lo sé, pero a tú modo, claro,  no, no  es cierto, y avanzó hacía ella; está se puso de pie, evitando caer, en sus brazos y se alejó un poco, pero preguntó; ¿y Clara Inés? ¿Ella qué?, ella nada, ella, tiene su mundo propio y yo el mío, tú eres mí mundo real, mí verdadera vida.
No sé Diego, no sé; dijo en un tono de  voz, un poco baja ¿es qué acaso, ya no me amas? preguntó él.   ¡Por Dios Diego! No me salgas con eso;  tú sabes, de lo que se trata; es cierto dijo; pero yo…
 y se acercó a ella, ésta, lo detuvo, poniendo con suavidad, los dedos sobre su boca;  la abrazó contra su pecho y ella se entregó con infinito amor. 
Pero entonces se apartó un poco, se quedó mirándolo, y le dio un beso en los labios, uno de esos, que parecen de despedida o de adioses para siempre jamás; y retrocedió diciéndole; no digas nada más, es mejor que lo dejemos así y se alejó, éste, se quedó mirándola; pero cuando llegó, al marco de la  puerta ; se dio la vuelta y dijo ; para no perjudicar a Hunder Alexander, voy a dejarlo aquí, hasta que termine la secundaria, ¿tú estas de acuerdo? El afirmó con la cabeza; ya que no podía hablar, porque, tenía un nudo en la garganta.
Quiso salir detrás, ¡Lilia!, ¡Lilia! , dijo, apretando los puños, pero el orgullo no le permitió ir detrás de su único y verdadero amor; por su parte ella, se introdujo en la alcoba de Rafaela y sin que nadie, se diera cuenta; lloró y lloró, Diego, Diego y justo ahora, que voy, a tener una hija tuya.
 Esa misma tarde habló con Hunder Alexander; quien lo tomó de forma serena; porque, tenía la seguridad, de que regresaría por él; no te preocupes Lilia, además, ya soy, todo un hombre y ella sonrió con amargura; nunca me ha dicho mamá, pensó y sin que Hunder Alexander notara, su dejo de tristeza, le dijo, pero para mí, aunque, ahora tengas dieciséis años, eres mí niño, mí niñito querido, a Hunder Alexander, esto le gustó, pero fingió, como si no hubiese oído nada.
 Sin embargo  lo abrazo y él, se dejó abrazar y dejó que lo estrechara entre su cuerpo, lo estrechó como si fuera, la ultima vez, que lo fuera a ver; estas exagerando Lilia, ¿es qué, acaso no piensas regresar? ¡Claro!, claro que sí, y al decir esto, se le quebró la voz, lo beso en la frente y salió a paso rápido; pero antes de que cruzara la puerta de la habitación; Hunder Alexander, que se había quedado de pie, no se pudo contener y la llamó; ¡Mamá! ¡Mama!     
Ella no lo podía creer, casi que se quedó pasmada y sus ojos brillaron y su cara se asoleó, entonces se volvió, y ya estaba a sus espaldas; ¡hijo!
Mamá, no me dejes,  no me dejes nunca  y se abrazaron de nuevo, no hijo, no te dejaré, no te dejaré nunca. Te ayudaré a empacar tus cosas, bueno, bien.
Diego que trabajaba como empleado, en una oficina, tuvo que contenerse y dar la cara para ir a trabajar, como era lunes, había solicitado permiso para laborar en las horas de la tarde, y era porque, deseaba pasar esa mañana al lado de Lilia, sólo que, cuando abrió los ojos muy temprano, ya ella, había salido y le dejó una nota diciéndole que iba al médico,
Entonces se había puesto a escribir en su vieja máquina, a la que pronto tuvo que remplazar, por un moderno computador, fue así que escribió, esas cosas sobre Clara Inés y dejó esos papeles, sobre su escritorio; ¿Por qué los había dejado? Se preguntó; si, al menos, los hubiera guardado, Lilia, no se habría enterado de nada; ¿por qué? Se recriminaba; ¿es qué acaso pensé, qué ella, no los iba a ver? ¿Don Diego, le sucede algo? Nada Mery, tan sólo, estaba pensando; no ha probado para nada, el almuerzo y eso, que le preparé, sus platos preferidos.
Sí, eso he notado Mery, pero la verdad es que, no me he sentido bien esta mañana; don Diego, perdone que insista, pero es que, ni siquiera a mirado la comida; él no respondió y se abstrajo, en sus pensamientos; hablaré con Lilia está misma noche, después de que, regrese de la oficina, que tonto que he sido; ¿don Diego? ¿Sí qué?; respondió y le hecho, una mirada, como alguien, que acaba de llegar de otro mundo.
Se levantó y le dijo, lo siento Mery; recogió su maletín y salió de prisa, dejando a Mery,  con la boca abierta y a punto de papar moscas. Al salir éste hombre, a la calle, todavía continúo ensimismado y acabando de cerrar  la puerta de salida, sé repetía, diciendo ; lo que tenia que haber hecho, era destruirlas.  Mery, se encogió de hombros y se apresuró a recoger los platos.
Lilia, salió de la habitación de Hunder Alexander, un poco más tranquila, ¿ya se fue? Sí, así es, pero lo noté muy mal, ¿de verdad, piensa dejarlo? No; es tan sólo por un tiempo, la verdad no lo sé, no sé, qué va a pasar Mery, tengo miedo, y se quedó pensativa, luego dijo ¿puedes venir a ayudarme a terminar de empacar Mery?
Sí, ya voy, pero piénselo, ese pobre hombre, estaba muy mal; no sé Mery, no sé, pero tengo, un atroz presentimiento, en verdad, me siento peor, bueno entonces, puede quedarse y ya vera, que las cosas se arreglan, y mientras empacaba lo que faltaba, Lilia decía; puede que así sea, pero las cosas, no son tan fáciles, como parecen, es difícil, vivir con un hombre, que vive pensando en un fantasma.
Las cosas que usted dice,  pero ese hombre, no tiene más ojos, que para usted; y también para ella, para ella, Mery; pero si yo, nunca la he visto; tú no, pero él sí, y vaya que sí la ve. Pero de todas formas, usted es amada y es en verdad, quien lo tiene; ya me lo quisiera yo, y créame, no lo dejaría escapar; Lilia se río, ya tendrás el tuyo, te lo aseguro, a no, eso si pues, y se sonrió con malicia, Lilia lo notó; bueno, si no, ¿es que ya lo tienes?
 Sí, pero no es tan especial, como don Diego, es que ese hombre... Aunque, bueno, una se siente muy bien con el que tengo.
Esta vez, Lilia la miró de cierta forma; y ella dijo; sonrojándose, pero no es por nada, usted sabe, que yo, los quiero a los dos, y qué pareja la qué hacen; Lo sé Mery, lo sé. Pero ya vez, que nadie, es perfecto; por lo menos, prométame, que lo va a pensar, de eso se trata Mery, de tomarme, un tiempo para pensarlo.
 ¿Y estas ropas? Esas no me las voy a llevar, haré tan sólo, una maleta; a lo mejor regreso, más rápido, de lo que crees; ojalá que, así sea, ojalá ¿Puedes hacerme un último favor? ¿Sí, qué seria? , Le entregas, está carta a Rafaela, la he escrito ahora, después, de que Hunder Alexander salió; a Mery, se le salieron las lágrimas, hay no sé porque,  siento algo, aquí, aquí  adentro; no se vaya señora Lilia;  ya no llores Mery, te prometo que, tan pronto pueda, regresaré; no lo sé.  ¡Ay!, ¡hay no sé!   Ya lo veras.
En esos momentos, se escuchó pitar un carro; ese debe de ser el taxi que pedí  ¿tan pronto?, ven, ayúdame con esto, secándose las lágrimas ,Mery  accedió, sí, sí señora y así, con la ayuda de Mery, Lilia salió con la maleta , el conductor que todavía, hacía sonar el claxon, al ver, a las dos mujeres, se apresuró a  bajarse y les ayudó a colocar, la cosas en el carro; ya dentro del taxi, le preguntó ¿Para dónde es qué vamos? para el aeropuerto señor; ella volteó a tiempo, para darle una última despedida a Mery, que con lágrimas en las mejillas, le decía adiós con las manos, ella también lo hizo y un inmenso pesar, de dejar su hogar, le enronqueció la voz y tuvo, que ocultar la cara, entre las manos, porque  no sólo gimió por dentro, sino que las lágrimas se le salieron  y entonces, sintió, que algo se movía inquietó dentro suyo.
 Por unos segundos, la invadió un deseo de ordenarle, al conductor que diera la vuelta y se devolviera, pero no lo hizo. Entonces acarició, su vientre con infinita ternura.
A medida, que avanzaban y cruzaban la ciudad, el calor que habían sentido, se fue esfumando y el frío comenzó, a sentirse con rigor; se colocó el abrigo y se acomodó, reclinando la cabeza, un poco de lado, el conductor, miraba con seriedad, el camino a seguir, el parabrisas comenzó a moverse, casi en forma de péndulo, a medida, que las gotas de agua, golpeaban sobre el vidrió; tic tac, tic tac.
Una mula, un camión grande, venia detrás del carro; aunque no parecía asediarlo; a lo lejitos se diviso una curva, el conductor aminoró un poco la velocidad; comienza a hacer frío ¿no? ; es cierto dijo y se encogió un poco más en su asiento, a la vez que seguía acariciando su vientre, la misma sensación que sintió al salir de la casa, volvió a perturbarla, un deseo de volver atrás y sintió un vértigo y una opresión en el vientre, su niña se movió, el hombre miró por el retrovisor pero no vio nada que le pareciera anormal, pero de pronto grito ; ¡ay no!, sin darle tiempo a reaccionar alcanzó a ver una volqueta, que se le adelantó a la tracto mula y un automóvil que venia del lado contrario, para esquivarla golpeó el taxi que traía a Lilia.
Ésta tan sólo vio las luces, de un algo que se le venia encima, de algo que se precipitaba sobre ellos sin compasión y le sobrevino un intenso dolor en alguna parte, a la vez que sentía que caía en un precipicio sin fin y a una velocidad sin tiempo, después un golpe en seco.
 Pareció como si la gravedad  hubiera desaparecido o se hubiera detenido, ¡Diego! ¡Diego¡ gritó;  escuchó su propia voz, como si saliera de  un hueco y luego Zúas, zúas  y sonidos y pitos lejanos, muy lejanos  y un llanto pequeño hundirse en el silencio,  hasta que todo desapareció en la nada. 
En el momento en que sucedía esto; Diego Alonso se hallaba sentado, trabajando en el computador de la oficina, de repente sintió a su vientre contraerse un par de veces, acompañado todo esto, de un vértigo que parecía no tener fin; que raro, me duele, me duele, gritó y se paró y al hacerlo, lo único que se  le ocurrió, fue dirigirse al ventanal, que se encontraba de frente a  su escritorio y, al del otro profesional, que en ese instante no se encontraba.
 Se colocó las manos en las caderas y comenzó a balancearse de atrás hacía adelante. A los pocos segundos el dolor cedió, su mirada esculcó la apiñada avenida, los pitos de los carros se escuchaban como si estuviesen amontonados los unos sobre los otros, a él le pareció así.
Abrió un poco las persianas, sus ojos parecían querer atravesar la distancia, de repente el vértigo volvió  de nuevo, hasta quizás, seria algo parecido a un remolino que quería arrastrarlo, al mismo tiempo, una sensación de angustia se apoderó de todo su cuerpo, él hombre no se hallaba, hasta se dio, un momento en el, que deseo tener unas enormes alas y volar y volar en busca de Lilia. Un extraño presagio lo embargaba.
Entonces se puso de rodillas y puso también sus manos entre sus piernas, mientras las lágrimas acudían, fluían y su cara se baño de estas y él comenzó a gritar; Lilia, Lilia, no ella no, Lilia, Lilia.
En esos momentos llegó su compañero de oficina, que al verlo así, pensó que se trataba de una simple pataleta, pues conocía a Diego; ¡quiubo hermano! ¿Qué es lo qué te pasa? Molesto por haberse puesto al descubierto, Diego dijo, nada, nada.
¿Cómo así qué nada? Y al decir esto, le tendió la mano, para ayudarlo a levantarse, Diego lo rehusó y se levantó con rapidez, él otro continuó hablando, mientras se dirigía hacía su escritorio; ¿es qué acaso, no sabes qué la nada es tan solo un agujero negro?, mientras se secaba las lagrimas con su pañuelo, Diego lo miró, pero no le respondió; conocía a su compañero y sabía que está era su forma peculiar de hablar.
Sin embargo el otro lo miró y pensó; esto es como serio, y dijo, ¡caramba Diego!, jamás te había visto así; ¿se trata de tú mujer? sí hombre y siento que esto es más grave de lo que crees; podrías decirle al jefe ¿qué se me presentó una emergencia? Claro, ni más faltaba hombree;  bueno, entonces luego hablamos. En su mente, Diego se repetía, tengo que llegar, tengo que llegar y cuando estaba a punto de salir, su amigo Patricio lo detuvo, ¡hombre no te vayas así! ; Tómate esto ¿Qué es? Un Whisky muy cargado; tú sabes que yo no bebo, lo sé; ¿entonces para que me lo ofreces?
Porque te noto muy mal y créeme lo necesitas,  ¡no hombre que va! , Que te lo tomes te digo, y para que Patricio lo dejara en paz, ya que no aguantaba esas  ganas de salir a toda prisa, se lo tomó de un sólo golpe, ¡bree!, que cosa más fuerte y sintió que algo quemaba sus entrañas, en la medida que el líquido atravesaba su garganta, elevando la temperatura de su cuerpo.
Y ya luego sintió un cosquilleo agradable ,entonces salió, pero se devolvió, por un segundo para decirle a Patricio ;!Ay!  y no te olvides que la nada , no existe, es más mucho más, que un simple agujero negro; !Hombre!  Respondió Patricio y se sentó a trabajar.
Con el rostro grave ,cargado de dolor Diego llegó a su casa, hola mamá, a Rafaela le pareció al mirarlo, que ese hombre, a quien se le veía tan desesperado y que parecía estar recién salido del otro lado del reloj, no era su hijo ,hasta le pareció estar en frente de un extraño , quizás de un exiliado ,de un alguien despojado de todo, sin embargo, sin pensarlo dos veces lo abrazó y lo besó y lo reclinó entre sus brazos ; Diego hijo;  mamá .
Y aunque ella sentía un agobio tenaz, el de él, se multiplicaba sobre las alfombras y sobre las cosas que lo rodeaban, se alargaba, traspasando las barreras de lo indecible; de pie en la cocina y estrujándose las manos, Mery los miraba y también sentía ese marasmo en que, el infortunio suele sumergirnos.
Mery lloraba y porque sentía que hacía rato se había quedado rota como una muñeca sola y olvidada, en un rincón de la casa, ya nada era igual. Hacía poco más o menos que habían recibido una llamada de la empresa de taxis que trasportaba a Lilia.
Convencida de que Diego lo sabía le dijo; hijo lo siento tanto, hace poco que nos enteramos; toma esta carta, la dejo ella, él la recibió entre sus manos, entonces se levantó, movido por una vieja esperanza ¿Y Lilia?, ¿Lilia en dónde está? Rafaela y Mery se miraron asombradas.
Él la busco por toda la casa, primero en su habitación y luego cuarto por cuarto; hasta que vencido se sentó en el suelo, junto al corredor del pasillo, recostado a la pared, las piernas recogidas y las manos sueltas sobre las rodillas, con una voz que parecía salida de una trompeta en tono ronco y bajo, y como un viento que  de repente, se ha detenido dijo;  entonces es cierto, es cierto, ella se ha ido, se ido para siempre, nunca la volveré a ver .
Las mujeres lo seguían, pero ya él, no las veía y seguía hablando sólo, de tal manera, que una neblina parecía rodear lo, volvió a ponerse de pie y se dirigió a su cuarto, con la carta entre sus manos, abrió el armario; cogió la ropa que había quedado y se la llevó hacía su rostro y comenzó a oler prenda por prenda, parecía, como si quisiera inhalar, hasta el ultimo residuo del perfume, que ella usaba.
Rafaela no soporto más y salió del cuarto, Mery en cambio se quedó a mirarlo y se sintió aún más agobiada que antes, un sentimiento inusual la empujó a acercársele y se le fue aproximando, quería abrazarlo. Pero antes de que lo hiciera este le dijo, vete Mery, déjame solo con ella; pero si ella está…
 Diego no la dejó terminar, vete, vete, antes que todo lo valioso que hay dentro de mí se despedace y como poseída por un huracán, ésta se salió de la habitación; yo tan sólo quería consolarlo y se puso a llorar aún más frenética. Él cogió la carta y la leyó; palabras sueltas le caían sobre el rostro como granizos, ella lo había dejado; ¿Quién podría devolverle lo perdido? Tenía la felicidad en sus manos y  dejó que se le esfumara entre los dedos, un hijo, musitó, una hija de Lilia y mía. Nuestra.

                                                             ESCENA-  FASE 2:

 Impregnado por el olor a siempre vivas, que llevaba en sus manos, Diego hallábase de pie, frente a la recién abierta tumba, Hunder Alexander lo miraba y a  su vez miraba, caer la tierra sobre el ataúd, de la que consideraba su bien más amado, su cosmos más querido, lo único verdadero, que había llegado a tener. Cuando Diego se lo dijo, no lo podía creer; es mentira, es mentira Gritó; Diego bajo la cabeza, contéstame, di que es mentira y lo agarró de la camisa y le golpeó el pecho una y otra vez, hijo yo…
Tú la mataste, la mataste; ¿crees qué no sé qué amabas a otra y le escribías cosas?, él intentó abrazarlo, pero, con una rabia obstinada y casi febril él muchacho lo rechazó, y lo siguió golpeando, hasta quedar exhausto, exangüe; te odio, te odio; pero al fin, se rindió y se hecho a llorar en los brazos de Diego. Cuando terminaron de echar la tierra, Diego colocó las siempre vivas, sobre la tierra recién puesta y se quedó allí, durante horas, ajeno al cansancio, pero Hunder Alexander, también permanecía a sus espaldas, firme como un árbol recién plantado.
A medida que las gentes se habían ido yendo, ellos se quedaron solos frente al tiempo, al fin Hunder dijo de nuevo; tú y tus tontos fantasmas, tú la mataste; esté se volteó sorprendido, y es que, no esperaba que el muchacho estuviese allí; no sabía que estabas hay, trató de aproximarse, pero éste se hecho a correr; Hunder Alexander espera, pero ya, esté iba llegando a la salida.
Entonces como salido de la nada Ricaurte se interpuso, ¿quieres qué te acompañe?   El rostro del muchacho, recibió del sol un rallo, al verlo; pero dijo con desdén; bueno, pues si, tú quieres; sí, claro que sí ¿y Diego? No quiero volver a verlo nunca más; con detenimiento Ricaurte lo miró ¿estás seguro de lo qué dices? Bueno no; digo sí, y apretó los dientes; es que tú no sabes lo patético y aburrido que es; ¿de veras lo crees así? Sí es qué…
 ¿Acaso tú no?
Ricaurte se sacudió el abrigo, que llevaba puesto sobre su traje negro, lo hizo con suavidad y procurando, no darle mucha importancia a lo que hacía; bueno, no más que cualquiera de nosotros y hace lo mismo, cuando nos sucede algo, que nos pone fuera de lugar; ya, dijo éste, en un tono seco. ¿Quieres qué demos un paseo? Pero llueve y tu gabán está mojado; a mí no me molesta, Hunder Alexander, miró la lluvia, los árboles que circundaban el lugar, las tumbas en el suelo, llenas de flores, el prado verde y musitó ¡Mamá!
Se arrodilló sobre la tierra, y la tocó con su frente y su cuerpo se estremeció, impotente, Ricaurte observaba la escena; de lejos, Diego lo vio todo, pero no se atrevió a acercarse, Ricaurte lo miró y pensó; también Diego querrá, enterrarse con ella.

      BEATRIZ  ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia