jueves, 3 de septiembre de 2015

PRESAGIOS CAPITULO LVI (56)



 CAPITULO LVII  (57
PRESAGIOS
El tiempo suele arrasar con todo y es tan atrevido, que desdeñoso, grava en nuestros rostros, líneas y paisajes nunca vistos, quizás somos la roca o la arcilla sobre la cual moldea sus aconteceres. ¿Los suyos o los nuestros? Los nuestros diría…
Diego Alonso Jiménez, no era la excepción y por el momento, las cosas no parecían, haberlo afectado en demasía y lo vemos ahora, sentado, casi un poco, con la mirada extenuada y en medio de su mente, esta pregunta
¿Qué será aquello qué, siendo autentico, podría detener ese fluir de la vida? ¿La muerte? No, quizás la no muerte; ¿el pensamiento? ¿Acaso es el pensamiento? ¿Pero qué es la no muerte? Creo que esto,  si tendría relación con la vida. Pero con respecto al sentido común,  es tan obvio todo,  que si uno  muere cesa el pensamiento. 
Mientras así divagaba, sostenía entre sus manos la espada, que un día, Verónica le obsequiara , Diego suspiró y la espada emitió, unos pequeños rayitos azules,  es divina, tal vez algún día pueda usarla, pensó; distrayéndole su mente de lo anterior; pero si no la uso, no importa,  se levantó y la acomodó en un sitio especial, que tenía para ella, se miró luego en el espejo y se dio cuenta, que unos leves rayitos plateados, comenzaban a insinuarse, dentro de su cabello. Lilia entró, en esos momentos en ropa de noche , se acomodó en la cama y al verla, fue en su busca, comenzó a besarla, al principio con sumo cuidado, sus cabellos, la frente, sus ojos, sus labios, su cuello, sus axilas, sus senos pequeños, pero hermosos, esta se estremeció y una vez más, el amor sonrió con acertada fascinación .
Y unos días después, quizás hasta semanas, entró, de nuevo ella, a esa misma habitación con inusitada premura; venia de visitar al médico; Diego cariño, te traigo buenas noticias, figúrate Diego que tengo meses de…
 No terminó la frase,  ya que, mientras el agua de la ducha caía sobre él, a Lilia le llamaron la atención unos papeles revueltos, que se hallaban sobre el escritorio y con fecha un poco reciente.
El nombre de Clara Inés, brillaba con luz propia; los tomó entre sus manos y al hacerlo, sus dedos temblaron ligeramente; Levanto mí mano y trazo una línea imaginaria, entonces la ventana se abre y me da una perspectiva infinita; pero entonces, recuerdo que no existo, porque soy un personaje inventado, más no real y porque tú, tú Clara Inés, que eres y has sido aquella, que esta del otro lado de la ventana, permaneces, en brazos de la lejana, pero renacida esfera del sueño.
Suficiente, suficiente; se dijo y apretó, el papel entre sus manos y lo lanzó lejos y al hacerlo, sus dientes castañetearon un poco;  renacida esfera del sueño;    estúpido, estúpido; te ufanas, de amar más lo irreal, que lo propio; un fantasma te persigue, te persigue; en esos momentos, él Había terminado de ducharse y al cerrar la llave, alcanzó a escuchar a Lilia.
Temió que algo grave le sucedía, se colocó la bata de baño y salió; Lilia querida ¿Qué te sucede? Ella nada respondió, pero al ver, los papeles regados por el suelo, lo comprendió todo, pero querida, no comprendes qué todo eso, permanece, tan sólo en el sueño; por eso, dijo ella, sentándose en la cama y echándose a llorar, por eso, es por eso,  porque permanece en el sueño, o sea en el plano de lo no realizado. Querida, amor mío, tú bien sabes, que te amo; ¿no entiendes?, es allí, en donde radica el peligro ¿Qué peligro?; si tú eres mí amor, a ti, te puedo besar, tocar, sentir.
Entonces se acercó, para acariciarla; ella le hizo repulsa, un poco con enojo, un poco con tristeza; no me toques, se puso de pie y salió,  dejando la puerta abierta, él se quedó pensativo, se agachó y recogió los papeles, podría destruirlos, pensó; pero no lo hizo, no quería hacerlo, porque se aferraba, al recuerdo y además sentía placer, al escribir sobre Clara Inés.
Pero Lilia, era su amor real y la amaba, más que a nada en esté mundo ¿Qué hacer? Pensó.
 Cuando ya se había vestido y se había arreglado; ella regresó ¿vas a salir? No, voy a trabajar, después del medio día, pero tenemos que hablar; aseguró ella, éste, se mordió los labios; también, te iba a decir lo mismo, hace mucho que llevamos está relación, sabes bien, que te amo; yo también Diego, también te amo, ¿pero lo de Clara Inés? Él, se sentó en  la silla, que pertenecía al viejo escritorio, con la cabeza baja y las manos, sobre los muslos, que permanecían abiertos, aunque levantaba los ojos para mirarla.
Ella se había sentado en el borde de la cama, con la espalda erguida, las piernas cruzadas y los muslos en dirección a esté, las manos, las tenía puestas una sobre la otra; aunque siempre lo supe, tú nunca, me dijiste nada, nada, acerca del amor que sentías por ella,  pensé qué estando a tú lado y al correr de los años, la ibas a olvidar; ya aquí, realizó un esfuerzo para no llorar , pero no pudo evitar que las lágrimas se escurrieran saladas y amargas por las mejillas .
Diego se conmovió y sintió deseos de levantarse y rodear la con sus brazos, pero se abstuvo, por temor a que estuviese aún enojada, con mucho esfuerzo, se sobrepuso, quería mantenerse digna y dijo; es preciso, que nos dejemos de ver, así sea por un tiempo, y aquí, inclinó un poco la cabeza, además, temía mirarlo, ya que si lo hacía; iba a caer, rendida en sus brazos; Lilia cariño mío, ahora no, ¿ahora qué? dijo Lilia, poniéndose de pie  y la voz se le quebró, pero  prosiguió; sí, ahora que…  ¿qué? ¿qué? arguyó Diego.  Sí;  qué tan sólo, soy una dulce costumbre.
Tú sabes que te amo; sí lo sé, pero a tú modo, claro,  no, no  es cierto, y avanzó hacía ella; está se puso de pie, evitando caer, en sus brazos y se alejó un poco, pero preguntó; ¿y Clara Inés? ¿Ella qué?, ella nada, ella, tiene su mundo propio y yo el mío, tú eres mí mundo real, mí verdadera vida.
No sé Diego, no sé; dijo en un tono de  voz, un poco baja ¿es qué acaso, ya no me amas? preguntó él.   ¡Por Dios Diego! No me salgas con eso;  tú sabes, de lo que se trata; es cierto dijo; pero yo…
 y se acercó a ella, ésta, lo detuvo, poniendo con suavidad, los dedos sobre su boca;  la abrazó contra su pecho y ella se entregó con infinito amor. 
Pero entonces se apartó un poco, se quedó mirándolo, y le dio un beso en los labios, uno de esos, que parecen de despedida o de adioses para siempre jamás; y retrocedió diciéndole; no digas nada más, es mejor que lo dejemos así y se alejó, éste, se quedó mirándola; pero cuando llegó, al marco de la  puerta ; se dio la vuelta y dijo ; para no perjudicar a Hunder Alexander, voy a dejarlo aquí, hasta que termine la secundaria, ¿tú estas de acuerdo? El afirmó con la cabeza; ya que no podía hablar, porque, tenía un nudo en la garganta.
Quiso salir detrás, ¡Lilia!, ¡Lilia! , dijo, apretando los puños, pero el orgullo no le permitió ir detrás de su único y verdadero amor; por su parte ella, se introdujo en la alcoba de Rafaela y sin que nadie, se diera cuenta; lloró y lloró, Diego, Diego y justo ahora, que voy, a tener una hija tuya.
 Esa misma tarde habló con Hunder Alexander; quien lo tomó de forma serena; porque, tenía la seguridad, de que regresaría por él; no te preocupes Lilia, además, ya soy, todo un hombre y ella sonrió con amargura; nunca me ha dicho mamá, pensó y sin que Hunder Alexander notara, su dejo de tristeza, le dijo, pero para mí, aunque, ahora tengas dieciséis años, eres mí niño, mí niñito querido, a Hunder Alexander, esto le gustó, pero fingió, como si no hubiese oído nada.
 Sin embargo  lo abrazo y él, se dejó abrazar y dejó que lo estrechara entre su cuerpo, lo estrechó como si fuera, la ultima vez, que lo fuera a ver; estas exagerando Lilia, ¿es qué, acaso no piensas regresar? ¡Claro!, claro que sí, y al decir esto, se le quebró la voz, lo beso en la frente y salió a paso rápido; pero antes de que cruzara la puerta de la habitación; Hunder Alexander, que se había quedado de pie, no se pudo contener y la llamó; ¡Mamá! ¡Mama!     
Ella no lo podía creer, casi que se quedó pasmada y sus ojos brillaron y su cara se asoleó, entonces se volvió, y ya estaba a sus espaldas; ¡hijo!
Mamá, no me dejes,  no me dejes nunca  y se abrazaron de nuevo, no hijo, no te dejaré, no te dejaré nunca. Te ayudaré a empacar tus cosas, bueno, bien.
Diego que trabajaba como empleado, en una oficina, tuvo que contenerse y dar la cara para ir a trabajar, como era lunes, había solicitado permiso para laborar en las horas de la tarde, y era porque, deseaba pasar esa mañana al lado de Lilia, sólo que, cuando abrió los ojos muy temprano, ya ella, había salido y le dejó una nota diciéndole que iba al médico,
Entonces se había puesto a escribir en su vieja máquina, a la que pronto tuvo que remplazar, por un moderno computador, fue así que escribió, esas cosas sobre Clara Inés y dejó esos papeles, sobre su escritorio; ¿Por qué los había dejado? Se preguntó; si, al menos, los hubiera guardado, Lilia, no se habría enterado de nada; ¿por qué? Se recriminaba; ¿es qué acaso pensé, qué ella, no los iba a ver? ¿Don Diego, le sucede algo? Nada Mery, tan sólo, estaba pensando; no ha probado para nada, el almuerzo y eso, que le preparé, sus platos preferidos.
Sí, eso he notado Mery, pero la verdad es que, no me he sentido bien esta mañana; don Diego, perdone que insista, pero es que, ni siquiera a mirado la comida; él no respondió y se abstrajo, en sus pensamientos; hablaré con Lilia está misma noche, después de que, regrese de la oficina, que tonto que he sido; ¿don Diego? ¿Sí qué?; respondió y le hecho, una mirada, como alguien, que acaba de llegar de otro mundo.
Se levantó y le dijo, lo siento Mery; recogió su maletín y salió de prisa, dejando a Mery,  con la boca abierta y a punto de papar moscas. Al salir éste hombre, a la calle, todavía continúo ensimismado y acabando de cerrar  la puerta de salida, sé repetía, diciendo ; lo que tenia que haber hecho, era destruirlas.  Mery, se encogió de hombros y se apresuró a recoger los platos.
Lilia, salió de la habitación de Hunder Alexander, un poco más tranquila, ¿ya se fue? Sí, así es, pero lo noté muy mal, ¿de verdad, piensa dejarlo? No; es tan sólo por un tiempo, la verdad no lo sé, no sé, qué va a pasar Mery, tengo miedo, y se quedó pensativa, luego dijo ¿puedes venir a ayudarme a terminar de empacar Mery?
Sí, ya voy, pero piénselo, ese pobre hombre, estaba muy mal; no sé Mery, no sé, pero tengo, un atroz presentimiento, en verdad, me siento peor, bueno entonces, puede quedarse y ya vera, que las cosas se arreglan, y mientras empacaba lo que faltaba, Lilia decía; puede que así sea, pero las cosas, no son tan fáciles, como parecen, es difícil, vivir con un hombre, que vive pensando en un fantasma.
Las cosas que usted dice,  pero ese hombre, no tiene más ojos, que para usted; y también para ella, para ella, Mery; pero si yo, nunca la he visto; tú no, pero él sí, y vaya que sí la ve. Pero de todas formas, usted es amada y es en verdad, quien lo tiene; ya me lo quisiera yo, y créame, no lo dejaría escapar; Lilia se río, ya tendrás el tuyo, te lo aseguro, a no, eso si pues, y se sonrió con malicia, Lilia lo notó; bueno, si no, ¿es que ya lo tienes?
 Sí, pero no es tan especial, como don Diego, es que ese hombre... Aunque, bueno, una se siente muy bien con el que tengo.
Esta vez, Lilia la miró de cierta forma; y ella dijo; sonrojándose, pero no es por nada, usted sabe, que yo, los quiero a los dos, y qué pareja la qué hacen; Lo sé Mery, lo sé. Pero ya vez, que nadie, es perfecto; por lo menos, prométame, que lo va a pensar, de eso se trata Mery, de tomarme, un tiempo para pensarlo.
 ¿Y estas ropas? Esas no me las voy a llevar, haré tan sólo, una maleta; a lo mejor regreso, más rápido, de lo que crees; ojalá que, así sea, ojalá ¿Puedes hacerme un último favor? ¿Sí, qué seria? , Le entregas, está carta a Rafaela, la he escrito ahora, después, de que Hunder Alexander salió; a Mery, se le salieron las lágrimas, hay no sé porque,  siento algo, aquí, aquí  adentro; no se vaya señora Lilia;  ya no llores Mery, te prometo que, tan pronto pueda, regresaré; no lo sé.  ¡Ay!, ¡hay no sé!   Ya lo veras.
En esos momentos, se escuchó pitar un carro; ese debe de ser el taxi que pedí  ¿tan pronto?, ven, ayúdame con esto, secándose las lágrimas ,Mery  accedió, sí, sí señora y así, con la ayuda de Mery, Lilia salió con la maleta , el conductor que todavía, hacía sonar el claxon, al ver, a las dos mujeres, se apresuró a  bajarse y les ayudó a colocar, la cosas en el carro; ya dentro del taxi, le preguntó ¿Para dónde es qué vamos? para el aeropuerto señor; ella volteó a tiempo, para darle una última despedida a Mery, que con lágrimas en las mejillas, le decía adiós con las manos, ella también lo hizo y un inmenso pesar, de dejar su hogar, le enronqueció la voz y tuvo, que ocultar la cara, entre las manos, porque  no sólo gimió por dentro, sino que las lágrimas se le salieron  y entonces, sintió, que algo se movía inquietó dentro suyo.
 Por unos segundos, la invadió un deseo de ordenarle, al conductor que diera la vuelta y se devolviera, pero no lo hizo. Entonces acarició, su vientre con infinita ternura.
A medida, que avanzaban y cruzaban la ciudad, el calor que habían sentido, se fue esfumando y el frío comenzó, a sentirse con rigor; se colocó el abrigo y se acomodó, reclinando la cabeza, un poco de lado, el conductor, miraba con seriedad, el camino a seguir, el parabrisas comenzó a moverse, casi en forma de péndulo, a medida, que las gotas de agua, golpeaban sobre el vidrió; tic tac, tic tac.
Una mula, un camión grande, venia detrás del carro; aunque no parecía asediarlo; a lo lejitos se diviso una curva, el conductor aminoró un poco la velocidad; comienza a hacer frío ¿no? ; es cierto dijo y se encogió un poco más en su asiento, a la vez que seguía acariciando su vientre, la misma sensación que sintió al salir de la casa, volvió a perturbarla, un deseo de volver atrás y sintió un vértigo y una opresión en el vientre, su niña se movió, el hombre miró por el retrovisor pero no vio nada que le pareciera anormal, pero de pronto grito ; ¡ay no!, sin darle tiempo a reaccionar alcanzó a ver una volqueta, que se le adelantó a la tracto mula y un automóvil que venia del lado contrario, para esquivarla golpeó el taxi que traía a Lilia.
Ésta tan sólo vio las luces, de un algo que se le venia encima, de algo que se precipitaba sobre ellos sin compasión y le sobrevino un intenso dolor en alguna parte, a la vez que sentía que caía en un precipicio sin fin y a una velocidad sin tiempo, después un golpe en seco.
 Pareció como si la gravedad  hubiera desaparecido o se hubiera detenido, ¡Diego! ¡Diego¡ gritó;  escuchó su propia voz, como si saliera de  un hueco y luego Zúas, zúas  y sonidos y pitos lejanos, muy lejanos  y un llanto pequeño hundirse en el silencio,  hasta que todo desapareció en la nada. 
En el momento en que sucedía esto; Diego Alonso se hallaba sentado, trabajando en el computador de la oficina, de repente sintió a su vientre contraerse un par de veces, acompañado todo esto, de un vértigo que parecía no tener fin; que raro, me duele, me duele, gritó y se paró y al hacerlo, lo único que se  le ocurrió, fue dirigirse al ventanal, que se encontraba de frente a  su escritorio y, al del otro profesional, que en ese instante no se encontraba.
 Se colocó las manos en las caderas y comenzó a balancearse de atrás hacía adelante. A los pocos segundos el dolor cedió, su mirada esculcó la apiñada avenida, los pitos de los carros se escuchaban como si estuviesen amontonados los unos sobre los otros, a él le pareció así.
Abrió un poco las persianas, sus ojos parecían querer atravesar la distancia, de repente el vértigo volvió  de nuevo, hasta quizás, seria algo parecido a un remolino que quería arrastrarlo, al mismo tiempo, una sensación de angustia se apoderó de todo su cuerpo, él hombre no se hallaba, hasta se dio, un momento en el, que deseo tener unas enormes alas y volar y volar en busca de Lilia. Un extraño presagio lo embargaba.
Entonces se puso de rodillas y puso también sus manos entre sus piernas, mientras las lágrimas acudían, fluían y su cara se baño de estas y él comenzó a gritar; Lilia, Lilia, no ella no, Lilia, Lilia.
En esos momentos llegó su compañero de oficina, que al verlo así, pensó que se trataba de una simple pataleta, pues conocía a Diego; ¡quiubo hermano! ¿Qué es lo qué te pasa? Molesto por haberse puesto al descubierto, Diego dijo, nada, nada.
¿Cómo así qué nada? Y al decir esto, le tendió la mano, para ayudarlo a levantarse, Diego lo rehusó y se levantó con rapidez, él otro continuó hablando, mientras se dirigía hacía su escritorio; ¿es qué acaso, no sabes qué la nada es tan solo un agujero negro?, mientras se secaba las lagrimas con su pañuelo, Diego lo miró, pero no le respondió; conocía a su compañero y sabía que está era su forma peculiar de hablar.
Sin embargo el otro lo miró y pensó; esto es como serio, y dijo, ¡caramba Diego!, jamás te había visto así; ¿se trata de tú mujer? sí hombre y siento que esto es más grave de lo que crees; podrías decirle al jefe ¿qué se me presentó una emergencia? Claro, ni más faltaba hombree;  bueno, entonces luego hablamos. En su mente, Diego se repetía, tengo que llegar, tengo que llegar y cuando estaba a punto de salir, su amigo Patricio lo detuvo, ¡hombre no te vayas así! ; Tómate esto ¿Qué es? Un Whisky muy cargado; tú sabes que yo no bebo, lo sé; ¿entonces para que me lo ofreces?
Porque te noto muy mal y créeme lo necesitas,  ¡no hombre que va! , Que te lo tomes te digo, y para que Patricio lo dejara en paz, ya que no aguantaba esas  ganas de salir a toda prisa, se lo tomó de un sólo golpe, ¡bree!, que cosa más fuerte y sintió que algo quemaba sus entrañas, en la medida que el líquido atravesaba su garganta, elevando la temperatura de su cuerpo.
Y ya luego sintió un cosquilleo agradable ,entonces salió, pero se devolvió, por un segundo para decirle a Patricio ;!Ay!  y no te olvides que la nada , no existe, es más mucho más, que un simple agujero negro; !Hombre!  Respondió Patricio y se sentó a trabajar.
Con el rostro grave ,cargado de dolor Diego llegó a su casa, hola mamá, a Rafaela le pareció al mirarlo, que ese hombre, a quien se le veía tan desesperado y que parecía estar recién salido del otro lado del reloj, no era su hijo ,hasta le pareció estar en frente de un extraño , quizás de un exiliado ,de un alguien despojado de todo, sin embargo, sin pensarlo dos veces lo abrazó y lo besó y lo reclinó entre sus brazos ; Diego hijo;  mamá .
Y aunque ella sentía un agobio tenaz, el de él, se multiplicaba sobre las alfombras y sobre las cosas que lo rodeaban, se alargaba, traspasando las barreras de lo indecible; de pie en la cocina y estrujándose las manos, Mery los miraba y también sentía ese marasmo en que, el infortunio suele sumergirnos.
Mery lloraba y porque sentía que hacía rato se había quedado rota como una muñeca sola y olvidada, en un rincón de la casa, ya nada era igual. Hacía poco más o menos que habían recibido una llamada de la empresa de taxis que trasportaba a Lilia.
Convencida de que Diego lo sabía le dijo; hijo lo siento tanto, hace poco que nos enteramos; toma esta carta, la dejo ella, él la recibió entre sus manos, entonces se levantó, movido por una vieja esperanza ¿Y Lilia?, ¿Lilia en dónde está? Rafaela y Mery se miraron asombradas.
Él la busco por toda la casa, primero en su habitación y luego cuarto por cuarto; hasta que vencido se sentó en el suelo, junto al corredor del pasillo, recostado a la pared, las piernas recogidas y las manos sueltas sobre las rodillas, con una voz que parecía salida de una trompeta en tono ronco y bajo, y como un viento que  de repente, se ha detenido dijo;  entonces es cierto, es cierto, ella se ha ido, se ido para siempre, nunca la volveré a ver .
Las mujeres lo seguían, pero ya él, no las veía y seguía hablando sólo, de tal manera, que una neblina parecía rodear lo, volvió a ponerse de pie y se dirigió a su cuarto, con la carta entre sus manos, abrió el armario; cogió la ropa que había quedado y se la llevó hacía su rostro y comenzó a oler prenda por prenda, parecía, como si quisiera inhalar, hasta el ultimo residuo del perfume, que ella usaba.
Rafaela no soporto más y salió del cuarto, Mery en cambio se quedó a mirarlo y se sintió aún más agobiada que antes, un sentimiento inusual la empujó a acercársele y se le fue aproximando, quería abrazarlo. Pero antes de que lo hiciera este le dijo, vete Mery, déjame solo con ella; pero si ella está…
 Diego no la dejó terminar, vete, vete, antes que todo lo valioso que hay dentro de mí se despedace y como poseída por un huracán, ésta se salió de la habitación; yo tan sólo quería consolarlo y se puso a llorar aún más frenética. Él cogió la carta y la leyó; palabras sueltas le caían sobre el rostro como granizos, ella lo había dejado; ¿Quién podría devolverle lo perdido? Tenía la felicidad en sus manos y  dejó que se le esfumara entre los dedos, un hijo, musitó, una hija de Lilia y mía. Nuestra.

                                                             ESCENA-  FASE 2:

 Impregnado por el olor a siempre vivas, que llevaba en sus manos, Diego hallábase de pie, frente a la recién abierta tumba, Hunder Alexander lo miraba y a  su vez miraba, caer la tierra sobre el ataúd, de la que consideraba su bien más amado, su cosmos más querido, lo único verdadero, que había llegado a tener. Cuando Diego se lo dijo, no lo podía creer; es mentira, es mentira Gritó; Diego bajo la cabeza, contéstame, di que es mentira y lo agarró de la camisa y le golpeó el pecho una y otra vez, hijo yo…
Tú la mataste, la mataste; ¿crees qué no sé qué amabas a otra y le escribías cosas?, él intentó abrazarlo, pero, con una rabia obstinada y casi febril él muchacho lo rechazó, y lo siguió golpeando, hasta quedar exhausto, exangüe; te odio, te odio; pero al fin, se rindió y se hecho a llorar en los brazos de Diego. Cuando terminaron de echar la tierra, Diego colocó las siempre vivas, sobre la tierra recién puesta y se quedó allí, durante horas, ajeno al cansancio, pero Hunder Alexander, también permanecía a sus espaldas, firme como un árbol recién plantado.
A medida que las gentes se habían ido yendo, ellos se quedaron solos frente al tiempo, al fin Hunder dijo de nuevo; tú y tus tontos fantasmas, tú la mataste; esté se volteó sorprendido, y es que, no esperaba que el muchacho estuviese allí; no sabía que estabas hay, trató de aproximarse, pero éste se hecho a correr; Hunder Alexander espera, pero ya, esté iba llegando a la salida.
Entonces como salido de la nada Ricaurte se interpuso, ¿quieres qué te acompañe?   El rostro del muchacho, recibió del sol un rallo, al verlo; pero dijo con desdén; bueno, pues si, tú quieres; sí, claro que sí ¿y Diego? No quiero volver a verlo nunca más; con detenimiento Ricaurte lo miró ¿estás seguro de lo qué dices? Bueno no; digo sí, y apretó los dientes; es que tú no sabes lo patético y aburrido que es; ¿de veras lo crees así? Sí es qué…
 ¿Acaso tú no?
Ricaurte se sacudió el abrigo, que llevaba puesto sobre su traje negro, lo hizo con suavidad y procurando, no darle mucha importancia a lo que hacía; bueno, no más que cualquiera de nosotros y hace lo mismo, cuando nos sucede algo, que nos pone fuera de lugar; ya, dijo éste, en un tono seco. ¿Quieres qué demos un paseo? Pero llueve y tu gabán está mojado; a mí no me molesta, Hunder Alexander, miró la lluvia, los árboles que circundaban el lugar, las tumbas en el suelo, llenas de flores, el prado verde y musitó ¡Mamá!
Se arrodilló sobre la tierra, y la tocó con su frente y su cuerpo se estremeció, impotente, Ricaurte observaba la escena; de lejos, Diego lo vio todo, pero no se atrevió a acercarse, Ricaurte lo miró y pensó; también Diego querrá, enterrarse con ella.

      BEATRIZ  ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

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