lunes, 26 de octubre de 2020

La Mamá


 

 La Mamá 

                                                 Parte 10

Durante el tiempo que he escrito estas cosas,  el calor   hostiga  inclemente , abriéndole paso    a la delirante  y es que  no cesa de caer sobre  estos lugares,  sobre esta, que  es llamada la ciudad de la eterna primavera,   pródiga  y despampanante la lluvia. Tal  como mujer  pariendo con premura y según la hendidura del pecho o el movimiento de las constelaciones. 

 Serpentea  algo dentro  a veces como un fuego,  otras   como una   mar de tristeza, que pareciera ser desconcierta,   y  una laguna húmeda, humectada como  germen de vida, voraz  en la búsqueda   del abecedario  de las cosas y   es entonces cuando  los oscuros  túneles,   son inundados  por el  aire;  dando comienzo  al origen. Mientras el orbe  gira en pos de un nuevo rumbo ya trazado.   

Con noches  de frío, que como filo  se entra  en las casas, en las habitaciones,   penetrando  los huesos  y hasta los dientes.  Pareciera ser,  que la primavera se esfumó  de estos cielos,  huyendo despavorida, en búsqueda de  nuevas auroras,  fundando  quizá la desesperanza   en nuestro  corazones  y  no hallamos un agujero de luz, en medio de lo que parece  ser una grande  noche;  dada la actual situación.   Afortunadamente estas  siniestras,  siempre son pasajeras,  y aunque pareciera ser algo fuera del común,  hasta neseciaras  de cuando en cuando.

Mientras  me miraba estando  en ese cuarto   en penumbra, boca arriba   y quizá  al fondo,  una o algunas personas,   deduzco   eso ahora;   que podrían  ser    doctores o algo así  y esa sangre  bien pudiera ser de la mujer que me parió; dado  que  no recuerdo nada  más, solo me veo a mi misma , sobre esa plataforma , que no era una cama, que era más alta que está.

 Es curioso que no recuerdo nada más de esas instancias primeras.

Y volviendo de nuevo al Ortab  y a esos potreros llenos de vibrante naturaleza  y al dulce cariño  de mi madre y  de  mi hermano querido Oirad;  el cual,  fue   como un padre para mí; y   saltando  a esa visión de ese lugar, que tenía  en la misma casa ;  ahí en la orilla,  atrás en la otra esquina,  como un cuarto muy oscuro , quizá lleno de trebejos y más allá como un lavadero, o algo así; y mucho más lejos,  en la misma  dirección,   por  la carretera,  estaba  la otra  casa; la de una señora llamada Fara  y había en la familia ,  otro niño,  más grande que yo, pero  de una condición muy  especial y  él hacía como unos carros grandes de madera y hasta le  ponía llantas   y era muy bueno jugar con eso , él   jugaba con esas cosas y a veces nos ponía atrás  y se tiraba a rodar como por una falda;   se sentía como si se estuviera en otro planeta; claro, el planeta de los niños, quizá felices. Un día ocúrreme  lo siguiente; yo  chiquitica, que iba a saber  de esas cosas; pero por allá,  por eso potreros abiertos; me cogió este niño y me puso boca abajo y comenzó a hacer lo que ya sabemos; y gracias a Dios,  en ese momento pasó la tal Fara  y comenzó a gritar, no me acuerdo que gritaba : el caso es que fue y le dijo a mi mamá,   según contó  ella,   dado que yo se lo  pregunté, indagando ya grande : Por allá arriba están  esos  hijos suyos haciendo cochinadas; y bueno yo siempre tuve la creencia de que Oyacot,   me había castigado; pero  al parecer no fue  él,   sino mi madre; nadie es perfecto y ella aunque era una mujer muy buena, era una campesina  maltratada  psicológicamente por  su marido y creo,  que hasta  también físicamente;  el caso es que,  fueron por nosotros y a  mí me encerraron en ese  lugar oscuro y me metieron una pela de padre y señor mío; mi mamá.   Yo le pregunté a  Alefiol,   si se acordaba de cosas  y me dijo que no, que ella no se acordaba   de nada, solo lo que me contó  y ya ¿Y yo porque si me acuerdo?  Bueno  más que todo, están  esos momentos marcados,  por el dolor o emociones fuertes. Pero si,  tengo buena memoria de antes y de ahora.  No sé cuánto dure   hay dentro, pero si me veo, veo a esta niñita  solita,  llorando y con mucho miedo, mucho y ese  silencio tenaz y hasta el diablo estaba hay.  

Beatriz Elena Morales Estrada © Copyright NARRACIONES

 

 

 

sábado, 17 de octubre de 2020

Tres historias cortas


                                       



                                                    El lapicero azul

Cuando estaba en la escuela, mi madre me había regalado el más hermoso lapicero azul, que jamás  tendré y mientras entretenida con él, con ese objeto   preciado; lo miraba como si fuera  un  tesoro recién descubierto,   la señorita Lucía al verme  tan distraída de su lección; me sacudía con un  grito  ¡A ver usted! Veo qué  no ha escuchado nada de lo que dije; de inmediato todas las cabezas voltearon a mirarme; en efecto;  al ver que no sabía nada, de lo dicho por ella, me sacó   al tablero, y yo con el lapicero entre mis manos, aterrorizada, no lo soltaba,   y no sabía o no podía dilucidar el dilema que ella me presentaba.  La dulce profesora Lucía, descargó con furia,  sus dos manos sobre las mías, con una atronadora palmada que me destruyó  el más hermoso  de mis juguetes, dado que este con los golpes cayó al suelo, quebrándose  y no contenta con esto, me sacó   del salón,  ante la risa   de mis compañeritas. Todo el grupo se burló  de mí.  Me ordenó  que me quedara  afuera en el pasillo,  de pie, mientras duraba la clase.  Sin embargo, nunca la culpe,  pero tampoco sé, si la odie; pero creo que no. No obstante nunca la olvidaré por la misma razón, como  tampoco a ese suceso, que hizo que algo se  escapara; cuando ella, con furia  rompió en pedazos una parte de mí.  La verdad,  que ese lapicero azul, simbolizaba algo más que una lección  o discurso de una maestra o de un  simple salón de clase  y además, que era nuevo, eso me agradaba tanto;  lo nuevo me encantaba.   ¿A qué infante   no? 

  Y ese lapicero  azul era muy  especial para mí. Tenía sentido, significancia y significado.   No solo por ser nuevo,  sino también ese color cielo, que me expandía. Como sea, el tiempo paso y la volví a ver,  ya muy vieja, sus ojos comenzaban  a tener  esa  nube,  indicadora de un  cambio definitivo  en nuestro organismo. Paso a  mi lado, me miró  y siguió como si nada. Entonces supe que esa maestra me odiaba, no me quería.

                                                  La nueva

Cuando sonó  el timbre de descanso, la clase se interrumpió y les dije a mis alumnos que continuaremos  luego, en esa hora nadie se detiene, todos absolutamente todos,  se echan a correr, incluidos   los profesores,  como pájaros sueltos  o como perros en busca de su amo, para llegar a la tienda escolar  y  comprar un refrigerio, salvo, los que llevaban  de su casa comida  y aun así,  debían comprar algo de  líquido,  para pasarlo.  Claro esto dependía de la institución educativa a la cual me asignaban. Cumplíamos una jornada seguida de siete de  la mañana a cinco  de la tarde;  solo con media hora de descanso.  Me apresure  a ir a comprar cualquier cosa; lo que fuera  para calmar mi  agonía.  La fila era grandecita y ni siquiera nosotros que éramos  los profesores,  teníamos ningún privilegio. Fue en ese momento  en que escuché  una voz de niña llamándome   ¿Profe me compra un tinto?  La verdad no vi nada de malo en ello; un favor se le hace a cualquiera y más en esas circunstancias.  Sí claro, por qué no.  ¡Ahí tan linda la profe!  Tomé, tomé la plata.

¡Ring, ring! Del micrófono que cobijaba  y anunciaba a  toda la institución, se escuchó una voz   ¡A clases!  La nueva favor presentarse en la oficina de la rectora.  Había otra profe a mi lado y exclamé  ¿Yo?  ¡Sí usted!  Dijo ella. Al entrar la rectora  estaba sentada en su escritorio;  me dijo, sin darme tiempo a nada más; me he enterado que le acaba de comprar un tinto a una alumna.

 Sí así es; entonces está usted despedida,  por acolitar a esa alumna a que se empepara, pero... Sin peros; firme usted la carta de renuncia;  está bien. Le dije.  Apelaré, pensé. Cuando Salí,  la alumna esa,  estaba con otras,  afuera de la oficina, en cuanto me vio,  me dirigió   las siguientes palabras  ¡Ahí, tan linda la profe! Resultó buena cuartera, chao parce.




                                                   La Escuela 

 La profesora se halla de pie en el antiguo salón, en la mitad de la doble hilera; boquiabierto, él  la mira; pero  se muerde la lengua al escucharla hablar así  y ella dice; ustedes no se alcanzan a imaginar,  lo que uno siente cuando lo abrazan fuerte, muy fuerte y suspira; él saborea su sangre, llenó de impotencia.  Una voz lo saca de su sonsera  ¡Señor! ¡Señor! ¡Despierte!  ¡Es su turno! Si lo sé;   siéntate Juanito y ustedes, tomen nota. ¿Le sucede algo profe?  No.  No  tan sólo ensoñaba; aquí, en este salón, en donde ahora doy clase; ella se hallaba de pie.  Y  aunque era mi profesora, yo la amaba ¡Huy parce! Al profe se le corrieron las tejas  ¡Vos es que sos  bobo parce! Que no ves,  que está preso de algún recuerdo. ¿Sí?  ¡Claro despabílate hombre! Aunque para el caso,  es casi lo mismo; dijo el otro. El profesor rumió, pero bueno a lo que vinimos, alisten sus cuadernos, les voy a hacer un examen ¿Ay no profesor pues cómo?  Y entonces vio a una niña,  que alelada lo miraba sin espabilar.  ¡Uy!  Nooo que vaina. Masculló.  

 Beatriz Elena Morales Estrada © Copyright NARRACIONES CORTAS


Recuerdo

 


                                                            Recuerdo

Se ha ido la tarde y la angustia infinita, que enlutaba mi alma, se esfumó al contacto con el recuerdo.

No sentábamos allí, cerca del río y al verlo correr, nosotros llorábamos por nuestro amor; sí, cuando toda la voraz maldad del mundo, condenaba nuestro vuelo de pájaros, cuando todo lo absoluto y amargo de ellos nos señalaba.

¡Ay, del amor secreto! Del amor que no puede permanecer. De algún modo ellos se enteran, son como buitres al acecho, porque odian las voces de los pájaros.

Por lo demás, esperan alguna novedad que les regocije el tedio, que les alimente su lascivia; pero deja, deja,  que las palabras nos lleguen, las palabras de las aves en su vuelo más alto y que las flautas como venados al viento, nos  traigan el olor del amor. El sabor antiguo de la música

  Narraciones Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth 

                                      

La señorita Edilma

 



                                           La señorita Edilma 

La señorita Edilma; no fue precisamente mi maestra; pero si  fue  la que me inicio en el mundo de la escritura, por decirlo de alguna manera; por  cuanto aún antes,  muchísimo antes de entrar siquiera a una escuela o quinde,  fue ella,  quien me enseñó a  escribir y a cogerle gusto a las palabras, a  hacer esta caligrafía que ahora  tengo, fue ella,  quien me enseñó a escribir, lo recuerdo muy bien; cuando  con el más profundo afecto  y amor,  llevaba  mi mano,  para que se deslizara  por estas hojas en blanco.

Fue mi primera maestra y siempre la recordaré con un  profundo amor. A ella,  creo,  que la habían contratado  para darles clases  a mis hermanos mayores, no sé bien, pero terminó enseñándome a mí también.

Fue la novia de mi hermano Darío  y de algún  modo u otro fui  cómplice de esos  amores;  ellos solían  caminar en la noche, no sé bien;  creo,  que  la acompañaba de regreso al pueblo   y se iban de la  mano o de gancho,  conversado o  besándose y a mí, la señorita Edilma me llevaba de la  otra mano. Yo era una cría muy pequeñita  todavía.

Ella fue la maestra soñada, por suerte la conocí  en esos primeros estadios de la vida.

 Narraciones Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth 

Ilusiones---

 


                                                     Ilusiones

Flor Alba se sentó en aquel lugar, en donde antes había estado situada la vieja arteria y se puso a llorar; pero no, no era que pensara que todo tiempo pasado fuera mejor,  lloraba al recordar su enorme trasero. Entonces habló en alta voz; sin importarle si la escuchaban los demás transeúntes.  

¡Hay que tristeza! La vida es muy cruel, todo pasa y a mí sólo me queda este trasero enorme; mi novio me dejó, el único hombre que he amado de verdad. Pero en fin ¡Qué le vamos a hacer!  Al final de cuentas una cosa he aprendido; tenemos el cuerpo que hemos construido, en él se hallan ocultas nuestras viejas pasiones y todos nuestros temores; tal vez,  en otra vida pueda tener un cuerpo con unas nalgas más pequeñas. Menos territorializado. Observó, pero nadie la miraba, las gentes no la veían ¡Era imposible qué  con ese enorme trasero no la vieran!  Casi gritó  asustada, se colocó en medio de la calle y los carros la atravesaban de lado a lado;  entonces llegó a la conclusión de que todos dormían y tan solo ella estaba despierta; ya que al menos,  se daba cuenta, era consciente de que tenía un enorme trasero.

 Entonces exclamó ¡Cuán pequeños somos! Una nada.   ¿Pero y  mi trasero?

¡Total!  Era lo único de lo cual podía sentirse orgullosa; con decisión cruzó la esquina y un hombre, un solo hombre,  la miró y le guiñó los ojos.

 Ella se puso feliz; ya que al igual que ella, él tenía unas enormes nalgas.

 Narraciones Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth 

                                             

jueves, 15 de octubre de 2020

El eco

 

                                               


                                                        

                                                          El eco

¡Eco! ¡Eco! ¡Eco!  Y el eco se extendió de montaña en montaña, de mañana en mañana; pero luego las montañas se derrumbaron, se desasieron,  se desintegraron; la tierra toda  y  el eco anunciaba    vendrá un tiempo en que las montañas se caerán y el viejo mundo,  que es este,  se desintegrara  y al hacerlo,  todooo  quedara de  tal forma,   que llegara a un punto en que todos los ruidos se mezclaran en una oscuridad sin fin y más tardecito, después de escuchar  eso,  la ciudad que yacía en los sueños más profundos,  se despertó y ya no tenía ecos.  No se oía nada, pero nada,  nadaaa;   porque había un vacío muy grande, tan  grande,  grandeeee, como el espacio mismo. Y ya nadie se tenía así mismo tampoco.    Entonces  una  niña dijo; mejor me voy a quedar ¡Quietita!  ¡Quietita!  ¡Pero muy quietita!  No se paraba ni para ir al inodoro.  Y  fue así;  porque estaba muy gordita y tenía el corazón llenito, llenito y es tanto así, que hasta se le formó  un jardín del cual   florecían, que montonón  de cosas  y hasta de mariposas, aves cantoras y    así, porque es que ella, se convirtió  en fundadora de que cantidad de mundos. La niña  vivía entre los  mundos de su pecho, que lograba abrazar con sus bracitos   y cuando   los abría,   entonces estos  mundos salían como expulsados por unos cachetes inflados  y surtidos de aire   y así, hasta que pasaron los años, los siglos de los siglos quizá,  y también la infinitud de la totalidad   y la ciudad se despertó de nuevo y con ella,  los ecos crecieron y crecieron, pero por fortuna,  eran sólo eso. Bueno,  eso era lo que ellos, todas esas gentes   deseaban creer; porque pensaban que un eco,  es un eco y siempre se repite  y se repite, la misma bobada  y nada, de nada.   

 Entonces un día,  la niña  al ver todas esas cosas,  ya no  se quiso levantar nunca más y prefirió quedarse así, sin los  ecos, pero dormida  ¿Pero poque por qué?  Le decía una vocecita  muy adentro. No lo sabemos del todo;  suponemos que era,  por todas esas cosas que ella veía, sentía, ver cómo eran esas personas, como era de sonsas,  y otras súper crueles y no se diga más, pero desde luego,  la niña  sí que   sabía con  absoluta certeza.  Lo sabía. Después de escuchar esta historia, una voz ronquita, gruesecita rebuznó;   no,  esto es una  tontería, ella miró   y era   un burrito, que estaba   en la otra esquina del solar.  Más hacia allá había un caballo. El caballo  antaño tan soberbio,  con un extraño ruido  ¿Que no  sabemos si era un  rebuznó o  qué? expresó; si empleáramos la luz solar, los recursos  naturales,  no pasarían estas cosas y  entonces  la vaca  dijo  ¡Muuu!  Por eso,  es que eres tan burro;  yo no soy burro, soy el caballo, replicó  ¡Haa!  ¡Por eso mismo!  ¡Por eso mismo!  Fue   entonces cuando  ¡Rin! ¡Rin!   Renacuajo muy tieso y creído salió  de su casa  y su mamá  le dijo ¡Cuate  mijo!  No te vayas por ahí, mira que esto,  va de mal en peor; pero ¡Ukuu! No le importo  nada; entonces la niña se despertó y dijo ¡Eureka!   Los mansos han ganado un montón de gansos. Y un montón de zánganos harán que justos  por pecadores caigamos en el vacío sin fin…  Y así. ¡Qué bobada cierto! Dijo el burro y la vaca dijo  ¡Muuuuu!

                          Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth 

 

 

El hombre que odia

 




                                               El hombre que odia

Escuché  decir de  un hombre  que solo sabe odiar y  cuyo  rostro es veneno, es  como hiel, como hiel para su hermano menor, el menor de todos,   el que recibe oprobios de toda clase,  por  parte  de este hombre y  cuya envidia le coloca rojo el rostro y  algunas veces también se lo pone  lívido;   este hombre que jamás ha emitido una sola palabra de cariño,  para su hermano menor.

De su boca amarga,  solo han    salido desprecios, insultos, calumnias,  en fin.  Cada vez que lo ve, su cara, cae hacia un lado, en un gesto de ira, de repudio. No obstante con los extraños,  es condescendiente,  amable y educado y hasta podría decirse que se hace el encantador.  

Su hermano menor reflexiona y piensa;  hay tanto odio en el mundo,  quizá  si le pido perdón;  este reflexione y cambie.  

Así que  pensó;  buscaré  la ocasión y lo haré; pero era tan difícil,  porque este hombre,  siempre tenía la rabia apretada en la cara, en la boca torcida,  en  el salivazo, en los gestos, en el cuerpo que sacudía  como si fuera un caballo,  con un manejo de  agresividad, en  todos sus  miembros,  en sus huesos,  de manera tal que golpeaba, sacudiendo duro  los pies,  contra el suelo y daba la vuelta llenó  de furia al verlo.  Era también un cobarde y vil, poco hombre  y por cierto,  tampoco soportaba respirar el mismo aire  que este; en cuanto lo veía   se retiraba lo más lejos posible;  lleno de resentimiento que mostraba  en la forma de mirarlo; la ira  la  mantenía a flor de piel, envidiaba lo que este se comía, todo,   en fin. ¡No soportaba que este existiera!    Siempre estaba colocando la queja y esto  a sus casi sesenta  años. Jamás creció.

 Decía,  este perro  se come todo  lo que hay en la cocina,  todo. Por eso es que yo no  ayudo con nada. Cuando de su hermano se trataba, todo era feo, asqueroso; mejor dicho este tipo era la pura inquina, reflejada  en su cara, que se le  hendía hacia un lado.

Además, moría de asco porque su hermanito tenía un perrito ¡Gas!  ¡Gas! ¡Gas! Le gritaba, pero  esto tan solo era una excusa.  Difícil era acercársele; pero un día creyó ver  una ocasión medio propicia;  espero a que el hombre  llegará de la calle y en cuanto lo vio y sin acercársele,  de lejos, le dijo; mira fulano, si acaso,  yo en la vida te he ofendido,    te pido perdón;  pero el hombre no lo escucho,  erguido en su soberbia,   le propinó toda clase de insultos y gritando,  muerto de la rabia, sus labios salivaban. Toda la vida actuó como un desquiciado en contra de su hermano menor. Siempre lo despreció y le decía ¡Chucha!  ¡Chanda! Vea eso no. ¡Nooo!  Qué cosa tan feaaa ¡Gas! ifuenosequetantas;  entre otras cosas.  

Al ver que no  escucho,  el hermano menor,  continuó en sus  actividades de siempre, se fue, salió a la calle,  hizo sus haberes,  regreso a su casa al atardecer y encontrándose ya en su lugar,  preparando la comida de su animalito, el hombre se le acercó y  le dijo ¿Oíste vos qué era lo que me estabas diciendo ahora? No,  que si acaso yo te he ofendido  en la vida,  que me perdones.  No pues,  antes yo soy el que le debería pedir  perdón a usted. Tranquilo ya está perdonado, le dijo tocando con rapidez el hombro de su hermano,  y alejándose a la vez con rapidez,  por temor a cualquier reacción,  ya que sabía,  que este no soportaba su presencia. El hombre continuó aprovechando la ocasión;  ahora otra cosa,  porque no sale de eso perro y lo bota a la calle ¿No  cómo cree?  Este perrito  es mi fiel amigo y compañero. No voy a botarlo ¿Entonces para que me pide perdón? ¿Cómo no entiendo? ¡Qué bote esa chanda de perro!  ¡Vea! El día  que usted entienda que es el amor,  ese día volvemos a hablar.

 Entonces con mucha más rabia y más lleno de odio aún,  se fue; pasaron los días,  sobre los días  y el hombre  sigue tan  lleno de odio,  salivando, envidiando,  infamando a su hermano menor.

Y así se quedó con el resentimiento llenando su corazón, sus venas y sus arterias.  ¿Que podría  pasar con la actitud de este hombre?

Moraleja: Uno de los  pecados  más grandes que pueden  existir en el mundo es  el odio.

¿Por qué  la palabra  pecado?

Porque va contra la voluntad de Dios; porque se sale, se aleja, de la esfera perfecta del padre.  Es decir de la esfera perfecta y armoniosa del ser.  

¿Pero y cuál es la voluntad de Dios?

El amor,  el amor, el amor.   Esa es la voluntad del padre. ABBA.  Sin embargo hemos de reconocer en el odio,  una de las  pasiones del alma  y esto   por supuesto,  termina por secar los  huesos y hasta triturarlos. En fin.

 Narraciones Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth 

 

 

Cosas extrañas




                                                Cosas extrañas


Y sucedió que corriendo el año 2014  venia  caminado,  cuando de repente  vi bajar  por la calle  a una señora que me sonrió  al pasar al lado mío; fue un saludo al que correspondí. Era una señora extraña, y nunca la había visto, pero soy de  buena retentiva, así que subiendo más arriba,  venia de nuevo la misma señora, la misma ropa, la misma prisa  al andar; pude verla de frente y  pude repararla   muy bien, antes de que pasara a mi lado de nuevo.  Esta vez solo miró  y siguió rápido. Pasó el tiempo y ese tal hecho quedó   olvidado en el regazo de mi memoria.

Pero otro día cualquiera,  ya casi rayando el medio día, yo venía del parque  y me detuve para pasar la calle y  a todo el frente  vi a una persona  muy conocida  del barrio, pero nunca nos hemos saludado, tuve la oportunidad de verla de cuerpo entero, vestía unos eslas  o pantalones negros de mujer,  una blusita blanca de cuello  y sus  zapatos  eran unos mocasines de color negro.  La conocía solo de vista y  cuando cambió   el semáforo pase por su lado y seguí subiendo,  y ya llegando casi a la casa en donde sé que vive  esta mujer;  yo tenía que pasar por allí  de todos modos, volví  a verla  saliendo a solo unos pasos de su casa y  no habían  trascurrido ni  siquiera diez minutos; a paso largo se llega rápido, no había forma de que ella se devolviera;  igual sé,  que iba a trabajar a su negocio de  artesanías y lo curioso  es que estaba vestida igual, el mismo peinado, las mismas ropas,  una mona alta, delgada, solo sus zapatos  eran  de diferente color,  mocasines ; pero esta vez,  eran de un color claro. Lo recuerdo muy bien. ¿Cómo raro no?

                                                           Hoy

Esta mañana me levanté  apresurada a sacar la bolsa de la basura que ya venía encima pitando durísimo,  logré sacarla apenas a  tiempo para entregársela en las manos a uno de los recogedores,  porque ya el carro había avanzado demasiado. Después de eso,   fui al lavamanos me lavé, me dirigí a mi cocinita,  entonces al llegar al frente de mi nevera,  detrás de ella,  hay un muro,  obvio y enseguida una puerta de reja,  que a veces me cierran. En ese momento,  vi a uno de mis perros que bajaba apresuradamente,  pero lo vi,  fue por entre las paredes;   buscando entrar,  pero se devolvió al encontrar la puerta cerrada.  ¿Pensé  en qué momento este perro,  pudo salir de su cama,  si esta puerta estaba cerrada? En fin,  tuvo que ser alguien que paso,  la dejo entreabierta. Entonces le quite el pasador,  lo llamé   por su nombre, tanto así que, fui detrás,  literalmente  detrás de  él, para que bajara de nuevo, pero al llegar a las escalas, en el descaso,  para subir al segundo  piso,  ya no estaba, volví a pensar,  debe  ser que se quedó en la terraza,  pero en una mañana tan fría  ¡Um!  Sé que estaba aún adormilada; pero aun así me  devolví, me dirigí a mi cuarto para tumbarme de nuevo   a dormir otro ratito más,  en ese momento vi a mi perro,  que  apenas salía  de su cama  y desentumeciéndose.

 En realidad m En realidad me sorprendí,  porque de inmediato,  me di cuenta que no se había movido fuera de su área, sorprendente,  pero ocurrió así. Le abrí los brazos para ofrecerle un abrazo, pero  con enfado me gruño, y  volvió a meterse en su cama.

Después de eso,  mucho más tarde,  me puse a pensar,  yo iba caminando,  lo vi,  pero lo vi,  de manera que pude ver a través de la pared. ¡UM!  

                                       

                          Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth 

 

 

lunes, 28 de septiembre de 2020

Parte 9 De silencios. La Mamá

 

                                    Parte 9     De silencios.  La Mamá 



  La Mamá

 Género novela 

Parte 9

De silencios

Y estaba ahí sola, boca arriba en una especie de tarima metálica; es lo que creo que era; pareciera ser muy temprano, era de  mañana; no se escuchaba nada, ni siquiera el zumbido de una mosca atravesando el aire. No había nadie,  absolutamente nadie a mi alrededor   ¿O talvez si? Allá en la penumbra,  una sombra  y estaba llena de sangre entre las piernitas; era una bebe de un mes quizá; eso sucedió antes del sucederse de las cosas. Yo no esperaba nada, ni a nadie, solo estaba puesta  ahí… ¿Por qué? ¿Por quién?    Jamás lo sabré. Solo estaba puesta allí, talvez,   al igual que ahora, que siempre; antes  solía escuchar  el silbo del silencio, el ruido de la naturaleza, de las cigarras, de las lagartijas cazando…    ¿Y ahora? Ahora  solo escucho el zumbido del aire, tal  como el pito  de una olla a presión  hirviendo a fuego medio;  pero si las historias que me contó  mi madre son el producto de una mente senil, tal como  Alefiol   trata de hacerme entender; para mí,  de igual manera son bienvenidas. Lo que  sí sé,  es que uno no puede arrancar de si,  aquellas vivencias que se han tenido, experimentado  en carne propia. 

Se dio un episodio,  más o menos a los 70  años de edad de mi  madre;  estuvimos yendo a una clínica,  dado que ella tenía problemas de salud,  ya le habían hecho varias radiografías,  no recuerdo bien que tenía, solo sé que había que hacerle muchos exámenes más,  entre ellos una  citología,  y en una de esas , se puso muy mal y estaba empecinada en que no  quería que le hicieran más  de esas cosas;  estaba tan furiosa,  y como las citas eran prioritarias y esa gentes no podían perder el tiempo,  ni hacérselo  perder a otros pacientes,  también necesitados; le rogué que subiéramos , era un tercer piso,  pero a fuerza de  lidia  acepto, y  cuando estaba en el cuarto, arriba con las enfermeras,  la íbamos a bajar de la silla de ruedas,  para montarla en una  camilla ;  me miró  llena de rabia,  de frustración,  porque pensó,  que lo que le estaba haciendo yo,  al hacerla ir a algo que ella no  quería,  era una agresión, una invasión a su privacidad ; entonces me miró  llena de furia y me gritó  delante de esas personas ¿Usted quién es?  Usted no es como las otras, usted no es una hija mía.  ¡Usted es muy distinta a ellas! 

Y así,  en la medida que iba creciendo y  pareciera ser  que el Ortab  se iba alejando. Se iba quedando atrás; mi hermano   Orutra,  menor que todos, pero mayor que yo, me gritaba constantemente; usted es una recogida, a usted la recogieron, usted es una mema de Bonaf.

Beatriz Elena Morales Estrada © Copyright NARRACIONES

La mamá Género novela Parte 8 La cocina


                            La mamá   Género novela   Parte 8  La cocina


 

La mamá 

Género novela 

Parte 8

La cocina

La cocina era grande; las mujeres  se movían de un lado para otro, mi  mamá vivía  cocinando y atendiendo  pedidos; muy ocupada la veía, pero siempre tenía tiempo para mí; había abundancia de comida, leche  de vaca recién ordeñada, huevos,  pan,  queso, verduras,  de todo. Y la mamá  no se podía olvidar de su niña; así  que  me sentaba en la cocina,  mientras las mujeres grandes laboraban;  y las cosas a mi derredor giraban a colores;  me preguntaba ¿Qué quiere  desayunar la niña? Mimándome, contemplándome  y  mi preferido era huevo  a la cacerola, no,  esa mujer  cocinaba como una diosa ,  eso  a  mí,  me sabia como si estuviera  comiendo un manjar, me lamia todo, pero ella si me ponía cucharita,   me  colocaba   en un rincón de la  cocina  y me lo daba  o unas veces yo   me lo comía   solita,  me  lo colocaba  entre   las piernitas , que  eran rollizas, blanquita,  toda  gordita, con los ojos negritos y el cabello igual de  negro , ella  me  lo  recogía   en forma de cole caballo  ¿De quién es esa niña tan linda? ¡Que belleza!  ¡Ay que tan hermosa!  Decían  las mujeres y ella  orgullosa  respondía es mía, es mi niña.    Un día  me acuerdo  bien de eso; ella se subió a un bus, que pasaban  por ahí mismo, por el Ortab; con esa niña en brazos. Se le veía, se le sentía la felicidad, y   apenas si podía  cargarla, pero es que estaba tan gordita, siempre me recuerdo con vestidos blancos, corticos  y la pobre se subió al bus  y  cuando arrancó  se aporreó    tan duro,  para  no dejarme caer, me apretó con el  brazo derecho por detrás,  la mano firme,  aferrándome a su cuerpo,  para no soltarme,   mientras que con él otro,  apenas si podía sostenerse de la barra metálica; pero es que esos,   que manejan a veces lo hacen de una manera tan despótica.  Arrancó a la verraca, sin darle tiempo de nada.   Se vio que le dolió tanto, tanto, tanto,    que hasta  se le salieron las   lágrimas, pero no se  rindió,  iba orgullosa  con su niña para el pueblo, esa  escena  también me quedó  grabada. Y mucho  tiempo después ella, me contaba, que esa niña  era toda gordita, que pesaba  mucho y  que  casi   n o   podía  con  ese  trozo   de  niña. En la medida que fui creciendo, nunca recuerdo haber sido cargada o mimada por Oyacat; lo que si se, es que él tenía unos toritos, que eran como personas y los quería mucho, se iban detrás de e l y de mis hermanos,  sobre  todo, al que más recuerdo es a  Oirad; que también le gustaba hacer pesebres, que eran grandotes y había un perrito,  que era colimocho, de color verde, era un juguete del pesebre,  pero r nunca se me olvida. Y todo eso ocurría  cuando  tenía apenas un añito.  Pero también  íbamos de paseo arriba a las montañas, y había un lago grande, eso era tierra fría, pero no me acuerdo de nadie, ni de mis hermanitas, nada.   Lo que se de  Alefiol, es por lo que a duras penas me contó  hace poco,  nada más, el caso es que  Oirad se tiraba en ese lago a nadar  conmigo en las espaldas, yo le agarraba el cuello, dado que  me decía agárrese bien;   sabía nadar  con mucha agilidad; ese fue el hombre más bueno, dulce y respetuoso que  he conocido. Algo recuerdo, que  Oyacot andaba por ahí cerca, con más personas.  

Beatriz Elena Morales Estrada© Copyright