jueves, 15 de octubre de 2020

El hombre que odia

 




                                               El hombre que odia

Escuché  decir de  un hombre  que solo sabe odiar y  cuyo  rostro es veneno, es  como hiel, como hiel para su hermano menor, el menor de todos,   el que recibe oprobios de toda clase,  por  parte  de este hombre y  cuya envidia le coloca rojo el rostro y  algunas veces también se lo pone  lívido;   este hombre que jamás ha emitido una sola palabra de cariño,  para su hermano menor.

De su boca amarga,  solo han    salido desprecios, insultos, calumnias,  en fin.  Cada vez que lo ve, su cara, cae hacia un lado, en un gesto de ira, de repudio. No obstante con los extraños,  es condescendiente,  amable y educado y hasta podría decirse que se hace el encantador.  

Su hermano menor reflexiona y piensa;  hay tanto odio en el mundo,  quizá  si le pido perdón;  este reflexione y cambie.  

Así que  pensó;  buscaré  la ocasión y lo haré; pero era tan difícil,  porque este hombre,  siempre tenía la rabia apretada en la cara, en la boca torcida,  en  el salivazo, en los gestos, en el cuerpo que sacudía  como si fuera un caballo,  con un manejo de  agresividad, en  todos sus  miembros,  en sus huesos,  de manera tal que golpeaba, sacudiendo duro  los pies,  contra el suelo y daba la vuelta llenó  de furia al verlo.  Era también un cobarde y vil, poco hombre  y por cierto,  tampoco soportaba respirar el mismo aire  que este; en cuanto lo veía   se retiraba lo más lejos posible;  lleno de resentimiento que mostraba  en la forma de mirarlo; la ira  la  mantenía a flor de piel, envidiaba lo que este se comía, todo,   en fin. ¡No soportaba que este existiera!    Siempre estaba colocando la queja y esto  a sus casi sesenta  años. Jamás creció.

 Decía,  este perro  se come todo  lo que hay en la cocina,  todo. Por eso es que yo no  ayudo con nada. Cuando de su hermano se trataba, todo era feo, asqueroso; mejor dicho este tipo era la pura inquina, reflejada  en su cara, que se le  hendía hacia un lado.

Además, moría de asco porque su hermanito tenía un perrito ¡Gas!  ¡Gas! ¡Gas! Le gritaba, pero  esto tan solo era una excusa.  Difícil era acercársele; pero un día creyó ver  una ocasión medio propicia;  espero a que el hombre  llegará de la calle y en cuanto lo vio y sin acercársele,  de lejos, le dijo; mira fulano, si acaso,  yo en la vida te he ofendido,    te pido perdón;  pero el hombre no lo escucho,  erguido en su soberbia,   le propinó toda clase de insultos y gritando,  muerto de la rabia, sus labios salivaban. Toda la vida actuó como un desquiciado en contra de su hermano menor. Siempre lo despreció y le decía ¡Chucha!  ¡Chanda! Vea eso no. ¡Nooo!  Qué cosa tan feaaa ¡Gas! ifuenosequetantas;  entre otras cosas.  

Al ver que no  escucho,  el hermano menor,  continuó en sus  actividades de siempre, se fue, salió a la calle,  hizo sus haberes,  regreso a su casa al atardecer y encontrándose ya en su lugar,  preparando la comida de su animalito, el hombre se le acercó y  le dijo ¿Oíste vos qué era lo que me estabas diciendo ahora? No,  que si acaso yo te he ofendido  en la vida,  que me perdones.  No pues,  antes yo soy el que le debería pedir  perdón a usted. Tranquilo ya está perdonado, le dijo tocando con rapidez el hombro de su hermano,  y alejándose a la vez con rapidez,  por temor a cualquier reacción,  ya que sabía,  que este no soportaba su presencia. El hombre continuó aprovechando la ocasión;  ahora otra cosa,  porque no sale de eso perro y lo bota a la calle ¿No  cómo cree?  Este perrito  es mi fiel amigo y compañero. No voy a botarlo ¿Entonces para que me pide perdón? ¿Cómo no entiendo? ¡Qué bote esa chanda de perro!  ¡Vea! El día  que usted entienda que es el amor,  ese día volvemos a hablar.

 Entonces con mucha más rabia y más lleno de odio aún,  se fue; pasaron los días,  sobre los días  y el hombre  sigue tan  lleno de odio,  salivando, envidiando,  infamando a su hermano menor.

Y así se quedó con el resentimiento llenando su corazón, sus venas y sus arterias.  ¿Que podría  pasar con la actitud de este hombre?

Moraleja: Uno de los  pecados  más grandes que pueden  existir en el mundo es  el odio.

¿Por qué  la palabra  pecado?

Porque va contra la voluntad de Dios; porque se sale, se aleja, de la esfera perfecta del padre.  Es decir de la esfera perfecta y armoniosa del ser.  

¿Pero y cuál es la voluntad de Dios?

El amor,  el amor, el amor.   Esa es la voluntad del padre. ABBA.  Sin embargo hemos de reconocer en el odio,  una de las  pasiones del alma  y esto   por supuesto,  termina por secar los  huesos y hasta triturarlos. En fin.

 Narraciones Beatriz Elena Morales Estrada @ Colprinth 

 

 

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