sábado, 17 de octubre de 2020

Tres historias cortas


                                       



                                                    El lapicero azul

Cuando estaba en la escuela, mi madre me había regalado el más hermoso lapicero azul, que jamás  tendré y mientras entretenida con él, con ese objeto   preciado; lo miraba como si fuera  un  tesoro recién descubierto,   la señorita Lucía al verme  tan distraída de su lección; me sacudía con un  grito  ¡A ver usted! Veo qué  no ha escuchado nada de lo que dije; de inmediato todas las cabezas voltearon a mirarme; en efecto;  al ver que no sabía nada, de lo dicho por ella, me sacó   al tablero, y yo con el lapicero entre mis manos, aterrorizada, no lo soltaba,   y no sabía o no podía dilucidar el dilema que ella me presentaba.  La dulce profesora Lucía, descargó con furia,  sus dos manos sobre las mías, con una atronadora palmada que me destruyó  el más hermoso  de mis juguetes, dado que este con los golpes cayó al suelo, quebrándose  y no contenta con esto, me sacó   del salón,  ante la risa   de mis compañeritas. Todo el grupo se burló  de mí.  Me ordenó  que me quedara  afuera en el pasillo,  de pie, mientras duraba la clase.  Sin embargo, nunca la culpe,  pero tampoco sé, si la odie; pero creo que no. No obstante nunca la olvidaré por la misma razón, como  tampoco a ese suceso, que hizo que algo se  escapara; cuando ella, con furia  rompió en pedazos una parte de mí.  La verdad,  que ese lapicero azul, simbolizaba algo más que una lección  o discurso de una maestra o de un  simple salón de clase  y además, que era nuevo, eso me agradaba tanto;  lo nuevo me encantaba.   ¿A qué infante   no? 

  Y ese lapicero  azul era muy  especial para mí. Tenía sentido, significancia y significado.   No solo por ser nuevo,  sino también ese color cielo, que me expandía. Como sea, el tiempo paso y la volví a ver,  ya muy vieja, sus ojos comenzaban  a tener  esa  nube,  indicadora de un  cambio definitivo  en nuestro organismo. Paso a  mi lado, me miró  y siguió como si nada. Entonces supe que esa maestra me odiaba, no me quería.

                                                  La nueva

Cuando sonó  el timbre de descanso, la clase se interrumpió y les dije a mis alumnos que continuaremos  luego, en esa hora nadie se detiene, todos absolutamente todos,  se echan a correr, incluidos   los profesores,  como pájaros sueltos  o como perros en busca de su amo, para llegar a la tienda escolar  y  comprar un refrigerio, salvo, los que llevaban  de su casa comida  y aun así,  debían comprar algo de  líquido,  para pasarlo.  Claro esto dependía de la institución educativa a la cual me asignaban. Cumplíamos una jornada seguida de siete de  la mañana a cinco  de la tarde;  solo con media hora de descanso.  Me apresure  a ir a comprar cualquier cosa; lo que fuera  para calmar mi  agonía.  La fila era grandecita y ni siquiera nosotros que éramos  los profesores,  teníamos ningún privilegio. Fue en ese momento  en que escuché  una voz de niña llamándome   ¿Profe me compra un tinto?  La verdad no vi nada de malo en ello; un favor se le hace a cualquiera y más en esas circunstancias.  Sí claro, por qué no.  ¡Ahí tan linda la profe!  Tomé, tomé la plata.

¡Ring, ring! Del micrófono que cobijaba  y anunciaba a  toda la institución, se escuchó una voz   ¡A clases!  La nueva favor presentarse en la oficina de la rectora.  Había otra profe a mi lado y exclamé  ¿Yo?  ¡Sí usted!  Dijo ella. Al entrar la rectora  estaba sentada en su escritorio;  me dijo, sin darme tiempo a nada más; me he enterado que le acaba de comprar un tinto a una alumna.

 Sí así es; entonces está usted despedida,  por acolitar a esa alumna a que se empepara, pero... Sin peros; firme usted la carta de renuncia;  está bien. Le dije.  Apelaré, pensé. Cuando Salí,  la alumna esa,  estaba con otras,  afuera de la oficina, en cuanto me vio,  me dirigió   las siguientes palabras  ¡Ahí, tan linda la profe! Resultó buena cuartera, chao parce.




                                                   La Escuela 

 La profesora se halla de pie en el antiguo salón, en la mitad de la doble hilera; boquiabierto, él  la mira; pero  se muerde la lengua al escucharla hablar así  y ella dice; ustedes no se alcanzan a imaginar,  lo que uno siente cuando lo abrazan fuerte, muy fuerte y suspira; él saborea su sangre, llenó de impotencia.  Una voz lo saca de su sonsera  ¡Señor! ¡Señor! ¡Despierte!  ¡Es su turno! Si lo sé;   siéntate Juanito y ustedes, tomen nota. ¿Le sucede algo profe?  No.  No  tan sólo ensoñaba; aquí, en este salón, en donde ahora doy clase; ella se hallaba de pie.  Y  aunque era mi profesora, yo la amaba ¡Huy parce! Al profe se le corrieron las tejas  ¡Vos es que sos  bobo parce! Que no ves,  que está preso de algún recuerdo. ¿Sí?  ¡Claro despabílate hombre! Aunque para el caso,  es casi lo mismo; dijo el otro. El profesor rumió, pero bueno a lo que vinimos, alisten sus cuadernos, les voy a hacer un examen ¿Ay no profesor pues cómo?  Y entonces vio a una niña,  que alelada lo miraba sin espabilar.  ¡Uy!  Nooo que vaina. Masculló.  

 Beatriz Elena Morales Estrada © Copyright NARRACIONES CORTAS


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