jueves, 17 de enero de 2019

CUENTOS AL TRASLUZ EL TABOR




FOTOGRAFÍA: BEATRIZ ELENA 

CUENTOS AL TRASLUZ
       
El  EL TABOR
              En memoria de mi hermano Darío

Ha eso de las cinco de la mañana sintió que alguien llegaba hasta su lecho, se sentaba junto a ella. Sorprendida pero no asustada, se atrevió a buscar con su mirada la presencia de aquel extraño visitante.
Pero en vano trataba de verlo, de mirarlo de frente. No obstante supo de inmediato quién era.
 Era su hermano que había muerto hacía diez  años; parecía venir desde muy lejos, se sentó de lado junto a ella y le pidió con su mente, que no lo mirara de frente. Vestía unas ropas sencillas pero limpias, su camisa era blanca de rayitas, el pantalón era de dril café claro igual a la ropa que usaba para su trabajo cuando aún estaba vivo, traía en sus manos algunas cosas,  parecían regalos, obsequios. Ella no quiso destaparlos solo quería mirarlo, mirar  a su hermano querido y trataba de hablarle, pero solo podía escuchar las palabras que este pronunciaba. Entonces en un tono de voz triste pero demasiado consiente de lo que decía le hablo así; ¡Que se va a hacer! la vida es así, no da tregua no da espera, yo ya me tengo que ir para el tabor. Ella sintió al oír esas palabras una honda pena.  Pero su hermano  permitió que lo  abrazara y que lo tocara, aunque no dejó que el abrazo fuera demasiado fuerte ni tampoco largo. Le  dijo que no hiciera demasiado ruido, ya que el muchacho de la habitación contigua podría despertarse en cualquier momento.
¿Cuál muchacho? Interrogó ella
El nada le respondió, Se limitó a levantarse despacio, lentamente de la cama, en donde estaba sentado, era una postura silenciosa, discreta, como si temiese ejecutar algún ruido fuerte o temiese algo. Lo hizo de lado, sus piernas casi juntas, sus manos sobre sus rodillas, no la quiso mirar a ella, no de frente, no quiso que ella lo viese de esa forma.
Guardo un profundo y reverente silencio, se tragó incluso los sollozos, para qué no la escuchase en el sonido de su mente,  mientras él se alejaba ya. Pero ella  aun recogía el sonido de su voz. La voz de su  resignación al pronunciar estas sencillas palabras. 
La vida no da tregua, no da espera. Yo ya me tengo que ir para el tabor.

Beatriz Elena morales Estrada © Copyright


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