viernes, 27 de junio de 2014

CAPITULO III- LO DEL TIO

                                                
                                                       

                               

                                                                CAPITULO III
                                                      LO DEL TÍO
Era uno de esos días, en que provocaba no salir para nada de la casa; el frío atravesaba la piel, casi hasta congelara; tenía mucho tiempo libre, ya que era una desempleada, mis bolsillos estaban vacíos, mí situación era desesperada; pero para mí, en esos momentos, era una prioridad escribir, porque me dormía, y me despertaba con las letras,  las palabras que se deletreaban casi solas, debajo de mis párpados.
Así, que salir, significaba para mí una enorme molestia; pero debía acompañar a mi tío Alfonzo al médico, ya que estaba recién llegado de un sitio de la provincia, estaba solo, y sólo dependía de mí; tenía una cita en una EPS, en el centro, como a eso de las cinco de la tarde.
El médico que iba a atenderlo, era un internista,  si no estoy mal, su nombre era, José Rendón, estábamos ya sentados en la sala de espera,  al oír su nombre nos pusimos de pie; al entrar al consultorio, el doctor estaba sentado detrás de su escritorio, es lo que sucede siempre, que uno va a ese tipo de cosas.
Lo bueno es que esté hombre, en apariencia era simpático, era joven, rubio, nos saludó con un gesto de cabeza,  con las manos nos invitó a sentarnos. A mí me recordó a uno de esos personajes, que había leído en algunos de esos apuntes, acerca de la vida de Sigmund Freud. [1]
Al terminar de leer, el hombre levantó la cabeza, y preguntó, mirando a Alfonzo, ¿Cuánto hace, qué está tomando usted está droga?,  ¿cuál, el diazepan?, sí; casi  desde niño doctor, ya veo ; en ese momento, sonó su línea interna ; el doctor tomó el teléfono,  después de una escucha atenta, en la que sólo hacía los usuales sonidos de la garganta, respondió, mire ,yo lo que pienso, es que si a ese paciente se le da de alta,  lo mandamos para la casa , así como está ,nos van a cobrar mucha plata; pero si ese paciente se nos muere, en el momento en que lo estemos operando, no tendríamos que pagar nada.
Colgó y dijo; bueno don Alfonzo, venga para acá, señalando la camilla, y levantándose de su silla al mismo tiempo; lo hizo acostar, entonces le habló ; ¿me dice qué tiene una sonda? .Sí, es que estoy recién operado,  era para ver si usted me la podría quitar, pues hoy se vence el tiempo para eso; ¿bueno  quién lo operó de la próstata?; un médico muy bueno; oíste Sara Lucía,  ¿cómo es qué se llama?, creo, que fue el doctor Londoño.
A, sí, él es un médico muy bueno, en ese caso, yo prefiero, que sea el mismo doctor, quien le retire la sonda; pero si eso no le va a quitar mucho tiempo, además usted sabe, que las citas con los especialistas demoran mucho; no, yo sólo le voy a tratar el problema del corazón, consulte con un médico general, ya, que yo con esas cosas no me meto.
Por fin salimos del consultorio,  yo noté la decepción en la cara del tío, sentí, lastima por él, pero nada habría ganado ante la ineptitud de ese médico, para retirar una simple sonda.
De inmediato abordamos un taxi; que se desplazó por todo San Juan [2]; ¡oíste Sara Lucía!, ¿por qué no pasamos por toda la avenida del río? vemos los alumbrados y así, yo busco un amigo mío, que vive en el barrio Guayabal [3], toma, ésta es su dirección. El taxista, un hombre jovial,  con muchas ganas de hablar, dijo, mientras me miraba por el espejo retrovisor; no, es en que en Medellín, si somos muy creativos; ¡pero vea!, esos adornos, cuestan un montón de plata, y ya se los vendieron al Japón; así como están se los van a llevar.
Dese cuenta, además, es que a nosotros nos toca pagarle a las empresas, el altísimo costo de la energía, que se consume en navidad; pero muy bonitos si son, con eso, intentan disimular la pobreza extrema que se vive en nuestro país, en nuestra ciudad.
Pronto llegamos a la dirección señalada, allí dejé a mí tío Alfonzo, pues él, lo deseaba y pude observar como su amigo, su esposa lo recibía con gran afecto,  cariñó, de modo que eso me tranquilizó, ya que ellos se comprometieron a cuidarlo.
Al llegar a mí casa, prepare café negro, ya que estaba tiritando de frío,  retomé de nuevo la lectura, según la página que abrí; ya ella, había tomado su cuaderno y vio como el azar, había juntado las palabras los papelitos escritos en diferentes tiempos, circunstancias,  noches distantes,  distintas, hasta formar un cuerpo conexo de vivencias,  de ideas.
Mucho me sorprendí aquella noche, cuando al responder al teléfono, escuché su voz agitada; me preguntó, si podía venir a mí casa, ya que se encontraba cerca, en la casa de su mamá,  que sólo dista a unas cuantas cuadras de la mía. Le respondí, por supuesto que sí.
Fue esa la vez, en que me lo contó todo, pero me tomó tanta confianza, que me abrió su corazón, fue la única vez que me visitó, la noche en que me contó de la pelea con su hermano Antonio, de esa tenaz pesadilla, después de eso, su madre le rogó, que volviera, que regresara a la casa, lo hizo llorando.
Así que ante los ruegos de ésta, dejó su pequeño apartamento, situado en Buenos Aires [4]   regresó. Un día Antonio se le acercó, le preguntó, ¿oíste, voz no tenes plata para qué me prestes?;  ¿cuánto necesitas?, no poquito, ¡a bueno, siendo así! , si te los puedo prestar, porque voz sabes, que estoy sin trabajo, toma; Antonio se alejó con el dinero en las manos, Amanda lo observó irse,  le dijo; ¡se me olvidaba!, por ahí, lo llamó una tal Libia, ¿Libia? A, sí, yo ya hablé con ella.
Trascurrieron los días,  ésta, siguió llevando una vida normal, los amigos la llamaban,  la invitaban a salir, pero pese, al aparente cambio de Antonio, que de soslayo, la seguía mirando con desprecio, una tarde en la que  salió de la ducha, se arregló para salir; Antonio, en uno de esos arranques de saliva, de  odio, le gritó, ¡ya te estas arreglando para irte a andar la calle con tus amigas!; ¿les vas a ir a dar culo?, salivó,  prosiguió; ¡porque yo creo, que con ese modo de ser que vos tenes, nadie te quiere!
Dice Amanda, que sintió a su corazón agitarse dentro de sí,  que sin pensarlo y llevada por un impulso,  en forma rápida, bajo sus bluyines y le mostró el trasero. 
Intenté cambiar el sentido atmosférico, dándole un giro a la conversación; recuerdo que le pregunté, tuteándola, para hacerla sentir un poco mejor; ¿cuéntame algo de tú hermano Antonio?; ¡pues veraz!, mi madre dice, que en su juventud, el tipo fue andariego, que estuvo por los lados de Pereira,  que su odio por los sacerdotes comenzó allí, aunque pudo haber sido en épocas más tempranas.
El caso es que estando en Pereira,[5] llegó a verse muy necesitado, sin saber qué hacer,  después de caminar sin rumbo, por calles y callejas desconocidas, llegó a una iglesia, recién se había acabado la misa, de manera que se apresuró a  llegar a donde estaba el sacerdote,  le pidió ayuda, ya iba a narrar su historia de venturas y desventuras; cuando se apareció el monaguillo,  puso en manos del cura una vasija repleta de monedas; el sacerdote se dio media vuelta  y ya no le quiso prestar atención.
Decidido a insistir se fue detrás; pero el cura, que ya se había olvidado de él, cogió el dinero para contarlo; dice Antonio, que jamás olvidaría esa expresión, porque en la medida que contaba el dinero, los ojos se le habían puesto rojos y un brillo de intensa codicia se los enceguecía , una sonrisa de satisfacción le surcaba los labios. Solo mucho tiempo después Antonio reconocería que en realidad al que vio fue al monaguillo absorto con la ponchera más no al sacerdote.
¡Pero en realidad, lo que tú hermano veía, era al mismo demonio!; dije con una expresión de asombro, no lo sé, yo no dudo de su versión; sólo sé, que no todos los sacerdotes son así.  Después de un silencio agregó, se también, que en su mayoría, todos los seres humanos son capaces de entregarle su alma al diablo, por unos cuantos billetes.
Es bueno, que me preguntes, ya que yo fui, la que pedí estar aquí; así que mi madre, cuando aún era joven enviudó,  sin embargo a los tres años, se enamoró de un hombre llamado Alfredo González, estuvieron mucho tiempo,  de esa unión nací yo.
¿De modo qué ellos son tus hermanos medios? así es, pero a mí padre no lo conocí, porque  se desbarrancó en su automóvil,  la que se ocupó de la familia, de los gastos, fue mi hermana Natalia; ¡entiendo!, dije, mirándola a la cara.  ¿Qué opinas de lo qué te he contado? No lo sé, porque desconozco el punto exacto, en donde él agua se desborda como un río.
           Beatriz Elena Morales Estrada©.


[1] Sigmud Freud: Padre del psicoanálisis
[2] San Juan: Importante avenida de la ciudad de Medellín
[3] Guayabal: Barrio situado al sur de  la ciudad.
[4]Buenos Aires: Barrio perteneciente a la ciudad de Medellín
[5] Pereira: Ciudad de Colombia

Por favor ; recuerda que esta obrita ya esta registrada, con número de radicaciön y todo. 

               



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