viernes, 27 de junio de 2014

SARA LUCIA CAPITULO II



CAPITULO II

SARA LUCIA


A Amanda la conocí en cierta ocasión, hace algunos años, cuando estudiaba en la universidad; recuerdo que tuve que ir a recoger unas fotocopias que necesitaba, para preparar un trabajo y se las había prestado a una amiga, la cual a su vez, tenía unos amigos muy agradables, que se reunían algunas veces, en las horas de la noche por los lados de la playa[1] a todo el frente de la desaparecida arteria[2]   entre ellos uno al que le decían Galo, pero cuyo nombre era en realidad Carlos Mario, estaban también los primos ; Marina, Rubén y Mónica. No hice mucha amistad con ellos, dado mí carácter más bien introspectivo, y porque en ese momento, mí atención se hallaba centrada en el estudio. Me sedujo su rostro, de un moreno claro, su piel tostada por el sol; su cara, parecía reflejar una cierta claridad, pero para mí, era algo indescifrable en esos momentos, ya que veía en ella algo que los otros no tenían, era algo así, como un cierto encanto, hasta quizá una cierta fascinación…
Bueno, no  demore con ellos; pero tiempo después y como algo casual los encontré sentados en frente del teatro Pabló Tobón Uribe.[3]
Tal y como lo había pensado, ella era un tanto diferente a los demás; por un momento, me pareció ver, un cierto desamparo, una orfandad, que sin embargo parecía arroparla, pero no era una concha de protección, no, no, se trataba, más bien de algo, que te da calor; de diferente manera Galo era encantador, pasamos juntos toda esa tarde, desde entonces nos hablamos; bueno aunque de un modo esporádico, algunas veces nos encontramos y vamos a caminar y también conversamos de diferentes cuestiones…, la verdad tan sólo íbamos, ya no, ahora las cosas han cambiado.
Sara Lucía se levantó y al hacerlo, camino con lentitud, de tal modo que  sus pasos parecían detenerse en el vacío, o en el tiempo, si quizás era eso…
La tarde se había puesto en el ocaso, y la escarcha había comenzado a caer, en forma de una delgada capa, puso agua en una jarra y se la llevó a su vieja amiga Yocasta; negra azabache, y como una pelambre tierna; ya a estas alturas de la vida casi ciega, pero todavía juvenil y brinco na, esta lamió agradecida la mano que la acarició.
Ella regresó a sentarse de nuevo, detrás de su viejo escritorio y tomó con manos temblorosas, más por la emoción, que por otra cosa, un cuaderno empastado sobre un azul intenso. Este era el color preferido de Diego, suspiró; lástima que ya éste tan desteñido, ¡um! al igual que yo; y se sonrió, con una extraña expresión; aunque tenía los ojos húmedos. Pero sintió un intensísimo dolor en algún lugar; ¡Diego! ¡Cuánto tiempo ha pasado cuanto! y sin embargo…
Bueno Yocasta, a nosotras ya nos lloran los ojos, que le vamos a hacer, por una u otra razón nos lloran, siempre nos lloran. Volvió a levantarse y con el cuaderno entre sus manos, se dirigió hacía el corredor, para sentarse en una silla de mimbre, sus ojos grises, casi azules, permanecieron fijos en un infinito del cielo, de un extraño color rojizo, con unos trazos naranja en los alrededores, bajo la vista y de nuevo abrió el cuaderno, en otra página y dio comienzo a esta lectura.
Nos hallábamos sentadas una al frente de la otra, yo, en una silla mecedora, que pertenecía a doña Bernardina, la dueña de aquella casa, que tenía alquilada, la casa estaba situada dentro del barrio Manrique[4],  y lo único digno de destacar,  era lo peculiar que resultaba la forma en que estaba distribuida.
Se debía esto, a que en el pasado la estructura de las casas, era muy distinta; al llegar el progreso a esté barrio, no sólo acabó con la naturaleza de ese lugar, sino que en lugar de atenuar la pobreza, la resaltó, hundiéndola  bajo la forma urbana.   Ésta se quedó como encerrada; de modo que, para entrar a ella, se lo hacía por un callejón, a cuyos lados se alzaban dos paredes, y dentro de ese extraño corredor había mucho jardín sembrado.
El callejón lindaba con otro corredor, que  podría situar a un visitante desprevenido hacia la entrada principal , cuyo frente estaba compuesto por dos ventanas, y en medio de estas, la puerta, y lo curioso es que , lo único que se podía divisar era uno de los muros, era el más alto, y estaba compuesto de ladrillos; pero, pese a eso, a pesar de esto, la casita resultaba encantadora; parecía una vieja encina reclinada en el tiempo, y raro , más raro aún, el hecho de que una mujer joven como yo, se refugiara en ella.
De donde me encontraba, podía observar a las personas que pasaban sin ser vista, pero no lo hacía para mirar a las gentes; sino porque desde allí, me sentaba a escribir acerca de mí tesis de sociología   ¡A! y el cielo, el cielo que siempre me ha llamado la atención; quizá por mi sed de infinito.
Ella se hallaba de espaldas al callejón, que permanecía cerrado por una puerta alta, de rejas; hablábamos sobre muchas cosas; aunque a veces me leía algunos apartes de su diario. Sí, era una hermosa noche de verano, algunas estrellas, formaban figuras, entre ellas, esa que las gentes suelen llamar la china, en fin...Su voz, la escuché entrecortada y me expresó su dolor así; desde adentro de la casa, escuché, cuando ese hombre, Antonio, le hablaba a mamá ,y le leía un trozo de la biblia, su voz, el apremio con el que hablaba, y esa manera de abordar esa lectura, tan propia de un des configurado, infundía terror y miedo, sí, quizás para alguien que no tuviese un espíritu, lo suficientemente libre, para escaparse de allí.
Entonces, con énfasis, hasta con rabia le dijo; ¡oiga, vea, mire!, lo que dice aquí, en esté otro libro; que los sacerdotes deben de ser casados. Ella, con una voz lenta, pero tranquila, le respondió; pues yo conozco uno que es casado y tiene hijos, ¿de dónde?  Cuando los padres no se casan, no tienen hijos, todos son unos maricones, una partida de homosexuales.
A estas alturas el tipo, ya se estaba limpiando la saliva, con el dorso de la mano, por exceso de resentimiento, de odio acumulado; al llegar a este instante, Amanda se quedó callada y sus ojos se detuvieron en algún punto, detrás mío, en algunas flores y matas del jardín.
Encendí un cigarrillo, para acompañarla, en lo que creí, era una especie de letargo; pero al mismo instante ella pareció regresar de esa ondulación o lejanía y reanudó la conversación; me quedé a dormir allí, en la casa de mamá, pero tuve en las altas horas de la noche, una horrible pesadilla; en todo caso, esto fue algo siniestro, algo que sólo una mente maligna lo puede planear.
¿De qué se trata? , dije aterrada, ella se sonrió con dulzura; bueno, es que soñé, que me hallaba en un lugar muy conocido, era algo así, como una tienda y, que tan sólo estaba iluminada por unas bombillas, que daban destellos amarillentos en horas avanzadas.
Entonces apareció un hombre, que ya conocía y me preguntó, ¿Por qué se vino a vivir tan lejos? Bueno, mire, es que si usted viviera más cerquita, le podrían mandar la comida, o hasta llamar por teléfono, no le respondí nada y subí cuesta arriba, por toda la vía principal y llegué hasta un punto, en donde esta se quiebra; pero en lugar de seguir hacia el lado opuesto, me detuve en donde un señor que vende  papitas fritas, coloca su puesto, y ya luego volví a bajar, pero siempre sobre esa misma vía, y de regreso a esa misma tienda.
Era como si algo me forzara a hacer esos movimientos, no sé; suspiré y exhalé el humo del cigarrillo ¿estás cansada? para nada, sigue, sigue; entonces, una supuesta amiga que pasaba por allí, se me acercó, me saludó y me preguntó ¿está usted trabajando? , no le respondí; con detenimiento reparé en ella, ya que algo, llamó mi atención y muy dentro experimenté, el gran desprecio, que esta mujer sentía por mí; nada le dije y ésta se alejó, y se perdió en el desierto de la noche, y seguí hacía abajo, y al instante volví a encontrarme con el mismo hombre.
¿Bueno, y quién era ese? , nada más, ni menos, que mí hermano Antonio, curioso ¿no? , sí, es posible, el caso, es que yo seguí caminando sola, adentrándome más en esa oscuridad, que parecía querer tenderme una celada; llegue casi hasta el otro barrio; está parte ha sido siempre muy sola, y aún durante el día; ¡válgame Dios que sí!, y hacía un costado, se ocultaban algunas casas, pero del otro lado era zona verde, casi toda sembrada de árboles.
No bien hube avanzado un poco, cuando alcancé a ver a un hombre muerto, tendido boca arriba, allí mismo, a la orilla de la carretera, por donde suben los buses; sí, el hombre era joven, como de unos veinte a veinticinco años, era trigueño, pero, más bien, tirando a claro; se le podían ver los ojos cerrados y ,en esos momentos, apareció otro hermano mío, uno que es casado, apareció allí, de pronto, entonces le dije; mire han acabado de matar a este hombre.
Pero, ¡oh sorpresa!, justo en esos momentos, ese hombre comenzó a moverse, a desesperarse; a la vez  que decía; ¡hay los ardores de la carne! y surgió entonces otro escenario; más allá, y como en un extraño ritual, demasiado aterrador, para ser descrito aquí, se ven sentadas en un sillón, a dos mujeres; una de ellas, es una niña blanca, y a su lado una mujer de unos treinta años, ambas de cabellos largos y rubias; la mayor exclama; ¡hay los ardores de la carne¡. A su alrededor, se veía ya, tal y como si estuvieran dentro de una habitación, unas paredes que parecían ser blancas; estaban manchadas de sangre…
En esos momentos, la luna reapareció de entre las nubes, sentí frío y me estremecí, ella continuó; sí, era una escena horrible; entonces mí supuesto hermano, me miró sonriente y me preguntó ¿Qué, acaso, no le gusta el exorcista?; con horror le respondí que no, y eché a correr. Sin embargo, alguien, o algo me seguía, lo que sentía a mis espaldas era una sombra, una cosa siniestra.
Por fortuna, conocía otro camino; así que hice una travesía y, me introduje por un pasadizo; cuyas paredes se estrechaban más y más, queriendo aplastarme, experimenté un poder, muy seguro era el mal, bajo la forma de aquella oscuridad. Pero en fin, como pude, sacando fuerzas desconocidas, logre salir, y me escape, cuesta arriba por una calle diferente.
Un pájaro nocturno atravesó con rapidez, por encima de nosotros el espacio, quizás en busca de algún refugio; ¡tremendo!, ¡tremendo!, le respondí.
Mucho tiempo después de eso, volví a visitar a mí madre, y me quedé a pasar algunos días. Una noche, baje al primer piso, buscando algo que necesitaba; allí, estaba él, Antonio, mi hermano mayor; se hallaba sentado viendo la televisión, su presencia invadía, o parecía llenar todo esa parte de la casa, de una atmósfera pesada, o al menos, esto era lo que se sentía.
Casi siempre, el lado derecho, de su cara, que parecía hundido, bosquejaba un gesto de repudio, de ira; tenía sus pies atravesados a lo largo de la sala. Caminé por el medio, rápido, intentando no tocarlo; pero tropecé con uno de sus pies; ¡perra!, gritó,  al mismo tiempo, su cara llena de odió y su boca salivando, se distorsionaba en un gesto provocador, sus ojos parecían un vidrió negro.
¿Qué hiciste entonces? bueno la verdad sea dicha, en algunas ocasiones me he comportado de un modo  muy primario, y traté de darle un puño en plena cara, porque sentí, sentí, a mí corazón agitarse y no me pude contener; pero creo, que en realidad no debo pegar muy duro.
No obstante, el insulto no se hizo esperar, ya que me repitió; ¡perra que te torciste!, ¡qué te pasaste para el otro equipo! estaba tan absorta escuchándola, que no me di cuenta del tiempo trascurrido; miré, el reloj de la pared, faltaban quince minutos para las tres de la mañana.
Después de aquello, y por mucho tiempo, no volví a saber nada de ella; pero ya, por petición mía, me había dejado su diario; así, que me entregué por completo a su lectura, claro que, sin olvidar mí tesis central.
De modo que apenas entraba de la calle, al regresar de la universidad, lo retomaba, y en está ocasión, al abrirlo en una página cualquiera encontré esto; yo amo a Dios, por ser él, lo qué es, porque en su esencia, se encuentra ese acto sumo de la creación, que no es otra cosa que él amor, y éste amor es inimaginable más no por eso menos veraz. Eso, para mí, es la bondad y la frondosidad, de alguien en continuo movimiento.
Y también, porque él, ha sido capaz de trascender, en su misma trascendencia, todos y cada uno de los espacios de la materia….  ¿Pero qué es esto?, susurré,  decidí continuar en las otras líneas, y esto fue lo que encontré; desde luego, esto sucede, creo yo, después de haberla sufrido y padecido hasta el polvo, de los polvos y claro, tenemos una máxima expresión; y es el hecho del sacrificio, del único, entre los únicos, y ese fue, el día en que Jesús, fue puesto en la cruz por los judíos.
De manera tal, que el porvenir de Cristo, es una cosa infinita, y no hablo de repeticiones; pero si de un rostro, que alcanza el nuestro..., en todo caso éste hecho, que abarca hasta el último suspiro, que exhaló Cristo en la cruz, denota la física del espíritu, de éste, como redención  de un cuerpo, de un mundo, que incluso va más allá de la carne. Habría que resaltar la  muerte de Jesús, como un hecho  invaluable, de gran significación y sentido, con lo cual, el espacio entre vida y muerte desaparece, para dar paso a la inauguración de la vida; ¡He ahí el hombre!, ¡he ahí el árbol de los árboles!
De este modo con Jesús, al donar su sangre, el espíritu retoma su centro; sus dones han bajado desde lo alto, para instalarse en las más hondas raíces de la tierra y la escritura asciende, abriéndose pasó, desde el estiércol y las raíces podriditas y aunque parezca que no, el árbol de la vida, el que está situado en medio del Edén, el que guarda el misterio o el enigma, se abrirá para aquel; sí, aquel, que descubra en ese acto, lo que sólo el amor puede develar.
Quizá millones de años luz, después de que nuestros genes hayan avanzado lo suficiente y haya sido la tierra muchas tierras. Y si tenemos en cuenta que la serpiente se halla colgada, por su propio gusto de cabeza hacia abajo, ¿quién sabe cuántos ciclos más, tardemos en comprender y en sentir?…
Vemos pues como Jesús, con su acto se ha convertido en el ombligo del mundo y nosotros con nuestros genes nos hemos, ¿convertido? , Bien es cierta esa expresión tan conocida; “porque en pecado me concibió mí madre”[5]; y si esto, es así, ¿hemos de permanecer en esté estado? , ¿Acaso es más fuerte la acción de la gravedad, o el peso de la tierra? No podemos olvidar en todo caso, que Jesús se ha hecho carne, que él es el verbo del que habla la palabra,  aunque está, habita entre nosotros, hay que procurar develar y desvelar.
Al pie de página tenía una nota que decía; Por espacios de la materia, entiendo yo, también a todos esos hechos y circunstancias que nos rodean, y que de alguna manera, se hallan inmersos dentro del mundo aparencial, de las formas y de las cosas. Entonces, siguió hablando de Dios, escribiendo sobre Él, en la medida en que creía, que se acercaba a la forma perfecta, del Dios creador, del Dios padre, en la medida en que toda su finitud, estaba plasmada en la forma armoniosa de sus pies.
Luego lloró, se sentó a llorar con amargura y deletreó ésta frase, ya dicha antes por alguien que no recordaba; los dioses han muerto, los dioses han muerto; sí, aseveró ella, los iconoclastas, los pérfidos, los impuros de corazón los han asesinado; desde entonces vagan errantes como sombras, que ríen en la inútil forma de lo temporal.
¿Pero a qué dioses se referirá? no pretendo inmiscuirme en su vida, pero lo que es a mí, me encanta leer éste diario, será sólo, una simple curiosidad, en todo caso, esto de ocuparse de Dios, dentro de una sociedad, que ha perdido la capacidad de oír, de ver, y hasta de sentir, y que tan sólo se ocupa de conseguir dinero fácil; esté asunto, pues, bueno, a mí, no deja de sorprenderme.
Pero creo que los intelectuales de la época, habría que  resaltar sólo  algunos; su ingenio para hacerse notar; podrían considerar que pensar en Dios, es hacerle el juego al sistema; pero ese Dios, real y existente, no tiene que ver, no exactamente con lo instituido.                             

[1] la Playa: Importante avenida de la ciudad de Medellín
[2] Arteria: Un lugar de encuentro, un sitio de reunión que estaba situado en una vía de la cuidad
[3] Teatro Pablo Tobón Uribe: Importante teatro de la ciudad de Medellín;  se encuentra situado en la cabecera de la avenida la playa
[4] Manrique: Barrio perteneciente a la ciudad de Medellín
[5] Cita bíblica; se refiere a una expresión del apóstol Pabló; empero la autora lo cita con la finalidad de traer a colación la situación desmedida con la que el ser humano se deja llevar por sus egos; sus ruindades; sin tener en cuenta  su relación con Dios, con los otros… En todo caso los egos y la carne podrían tener una relación de inmediatez. Referencias más cercanas; Romanos  VII y VIII, versículo 25; antigua versión de Casiodoro de Reina,( 1569)



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