jueves, 6 de febrero de 2020

CAPITULO XX LA NOTICIA

                   

Beatriz Elena. Batarzy Anatoly está con Beatriz Elena Morales Estrada y Morales Estrada Beatriz Elena.
Publicado por Morales Estrada Beatriz Elena · 20 de noviembre de 2016 ·
BEATRIZ ELENA ©MORALES ESTRADA Copyright
CAPÍTULO XX
(20)
LA NOTICIA
Transcurrió el tiempo, la salud de Galo se había ido deteriorando, después de cinco o más años; Flor la llamó, para contarle que Carlos Mario, había muerto, él sabía que estaba enfermo de gravedad, pero no quería que nadie se enterara, exceptuando su amigo, el rubio, que lo acompañó hasta el último segundo.
Adíela, su madre, no quiso ir al entierro, se avergonzaba de tener un hijo marica; dicen que Galo antes de morir grito así ¡Ay de mí, que no tengo madre! La mujer que me parió, rechaza, lo que salió de su propio vientre, más le valdría a ella, no haberme tenido; pero por haberme rechazado, su solo rostro en el espejo, verá el mío, antes de exhalar su último suspiro.
¡Ay! Cuantos Galos no hay en el mundo, rechazados por ser diferentes, cuantas de vosotras mujeres y de vosotros hombres machos, que de puros machos se revientan por dentro, sus intestinos se estallan, sin haber derramado una sola lágrima; cuantos de ustedes, tienen hijos maricas, que ni los quieren, ni los aceptan. Te perdono ¡Mujer que me pariste!
También antes de morir, te dejó escrita una carta, la dejó conmigo, no te la había hecho llegar, porque cambiaste de dirección varias veces, hasta que el amigo de Rubén, nos contó que, se había encontrado contigo, y que te había pedido el número de teléfono.
Pero Rubén, tan pronto como pueda, te la va a hacer llegar, yo no puedo porque ando en luna de miel con mi amiga Teresa y mañana salimos de viaje.
Flor, paró de hablar un momento; Amanda lamento, lo de aquella noche, sé que no se puede forzar a nadie a hacer lo que no le gusta, disculpa.
¡Ba! No te preocupes por eso, son cosas, actitudes de nuestra inconsciencia; por lo demás, todos la pasamos muy bien aquella vez.
Amanda colgó el auricular y se tendió sobre la cama, boca arriba, de frente a la pared blanca del techo, una música suave, llegaba desde el equipo de sonido.
Sus ojos, se iban cerrando, a su vez oscilaban, entre la pared del techo y un cuadro, en donde se veía de cuerpo entero, la imagen del arcángel san Gabriel, volando hacía la tierra, sus alas, surgiendo de sus lomos y de un color azul, desplegadas.
Sus vestiduras infladas por el aire, su mirada ligeramente inclinada, fija en un sólo lugar y como buscando con ella, su mano derecha, con el dedo índice a medio levantar, señalando en esa misma dirección; entonces pensó; dichoso aquel o aquella que, estuviese bajo el cobijo de esa mirada, que designa, que nombra que muestra, que señala, que elije, siendo a su vez, plenitud creadora y es que el arcángel san Gabriel, representa también, la fecundidad de la vida.
Sin Gabriel, es imposible pensar a María y por ende a Jesucristo, con ellos se potencializa, el tiempo venidero, el que, por medio de la sangre preciosa, daría pie, al entendimiento del verbo encarnado; se volteó de lado y se sentó en su cama, habló en un tono alto, como si hablase con alguien y dijo, porque es, que, oiga usted; por medio de ella, el hombre, cuya esencia le pertenece, ya que es suya, será despertado.
Tendrá que despertar, entonces caerá, por su propio peso, el ave, que era de blanco plumón, el que codicio el cielo para sí, y que ahora, lo quiere quemar; el que subordinó a los hombres y los sometió a una esclavitud sin fin y casi a una oscuridad perpetua.
Ese es, el que condena a los hombres y los acusa, después de seducirlos Así, escuchaba Amanda ese pequeño diálogo de su ser.
Se recostó de nuevo, quedando, hacía un lado, otras imágenes aparecieron en su memoria, el recuerdo de Aída López, pensó en ella, como se piensa, en alguien con la que compartió algunos momentos, cosas bonitas.
En aquel entonces, Aída tenía veinte años, un niño pequeño y un marido, al que se tiene, más por la costumbre o el miedo a quedarse sola, un hombre maltratador y machista que le pegaba, si no hacía lo que él quería. Era un poco frívola. Pero buena gente.
Tenía un almacén, que era de su propiedad, vendía cosméticos y otro tipo de cosas y Amanda siempre pasaba por allí, porque era la ruta que, le quedaba más cerca, para poder coger el bus.
Un día necesitó entrar; compró algunas cosas que le hacían falta, buenas tardes ¿Qué sé le ofrece? Véndame éste champú y ésta crema de manos. ¿Algo más? Sí, véndeme estos pañuelitos desechables, sí, con eso es suficiente, con una voz que denotaba alegría, Aída, le preguntó ¿Vive por aquí cerquita? Sí, como a dos cuadras, más hacia allá, si, es que, como siempre la veo pasar ¡Aaaa! Vea la encimita ¿Qué son? No, unos chocolates, para que deguste ¡Hay que rico! Me encantan estos, gracias, bueno, me voy, se me hace tarde, chao
Con los días, Amanda siguió entrando, se saludaban, hasta, que se hicieron buenas amigas, otro día, Amanda pasaba pero, iba como de afán, Aída la abordó ¿Para dónde vas Amanda? No, lo que pasa es, que estoy buscando un empleo y la condición, para que me lo den, es que acuda a unas conferencias de crecimiento personal ¿Y son buenas? Sí, pero allí hablan de toda clase de sutilezas y banalidades, de tonterías, en realidad no hablan de nada esencial ¿Será qué yo te puedo acompañar? ¡Si claro vamos!
¿Pero y su marido si la deja? Yo no creo, él es tan jodido, pero si yo, le explico de qué se trata, a lo mejor, me deja ir; hay sí, porque ya estoy aburrida de tanta rutina; bueno cuando obtengas el permiso, entonces vamos. Bueno
Días después, Aída obtuvo el permiso y se fue con Amanda, para una de las conferencias, después de eso, asistieron a algunas más, un día, la reunión estaba más tediosa, que en otras ocasiones y Amanda le preguntó a Aída ¿Te quieres quedar? Esto está muy harto, no avanzan en nada; no, yo hago lo que vos digas; entonces vamos y nos tomamos dos cervezas. Bueno.
Salieron y entraron a un lugar, que parecía ser una taberna, pero que no lo era, el sitio era pequeño, las paredes, estaban adornadas con cuadros de cantantes de boleros ya fallecidos, fotos estáticas, detenidas en un sólo gesto, olvidadas, del movimiento continuo de las cosas, se veía además, un cuadro, con la imagen de Carlos Gardel,
Detrás del bar, una pareja se hallaba sentada, en una mesa, junto a una pared abollonada por cojines, de color rojo, casi encendido, las mesas eran de color madera, pero los taburetes eran del mismo color de la pared, blancos.
Amanda reparó en ellos, el tipo era moreno, con un bigote bien delineado, el agujero de su boca estaba adornado por unos labios sensuales, tenía enlazada a una mujer más joven, que él, que ya rozaba los cincuenta y pico.
Ella le acariciaba su barriga, que sobresalía, como una petaca; tan lindo mi papi, un poco más hacia afuera, en otra mesa, otros señores, charlaban con mucha jocosidad, mientras bebían aguardiente.
Las dos mujeres, entraron y se sentaron hacía adentro, la calle estaba húmeda, recién había llovido, los hombres las repararon, de los pies a la cabeza, fijando, más su atención en Aída y luego siguieron chalaneando en lo suyo.
Una mujer muy seria, con cara repelentica las atendió ¿Qué van a tomar? Danos dos cervezas por favor. Después de traerles las cervezas; Aída se interesó por los zapatos de la mesera, que eran de color blanco, hay qué bonitos ¿Qué? Dijo la mujer, sonriendo halagada. Los zapatos.
Esta era bajita y tenía el pelo pintado de amarillo, con tintes verdes.
No era ni vieja, ni joven, una edad no definida ¿Sus zapatos, dónde los compró? No, mami, estos, ya no se consiguen, pero abriéndose un poco más, les contó en donde los había comprado, si son unas chanclas muy bonitas.
Gracias, a la orden muñecas; se alejó, para atender otros clientes, que ya llegaban.
Ya después, charlaron de cosas ínfimas, se rieron divertidas y Aída, le dijo; hay, yo te veía pasar y era con unas ganas de que vos entraras ¿Así?
En cambio a mí, pensó; nunca se me había ocurrido. Aída, era una mujer bonita; para ese momento a Amanda le daba igual todo, nada le llamaba la atención, desde que su joven amigo se fue, ese muchacho que siempre quiso y que partió para lejanas tierras con otra mujer.
Es una lástima, pensó; se sentía bien con su amiga, se entretenía, le divertía ya que hablaba de todo; hasta bobadas.
Mira la hora que es, dijo Amanda ¿Nos vamos ya? Sí. ¡Miércoles! Me va a matar mi marido; al salir tomaron un colectivo, que en el transcurso del camino, se había ido quedado vacío, ya que las gentes, lo iban desocupando en la medida que llegaba a su destino.
Como estaba tan tarde, cogieron un carro, que las dejó mucho más abajo, de sus casas, ya que el de la ruta, no pasaba, a esa hora.
Mientras el carro, se deslizaba, Aída, se pegaba al cuerpo de Amanda, está al notarlo, reparó en ella, tenía unos ojos grandes de color miel, unos labios rojos y gordezuelos y unas ganas inmensas de ser amada; pobrecita pensó. Entonces en silencio, Amanda, tomó sus manos y Aída se recostó en su hombro.
Se bajaron del colectivo y se subieron a pie, por toda una avenida.
Justo ese día, Antonio, salía tarde, de una reunión con los hermanos y vio con asombro, como aquella mujer se arrojaba en los brazos de su media hermana y la besaba. Bueno, no exactamente.
¡Dos mujeres besándose! ¡Qué asco! Casi grito Antonio con espanto.
Lo que sucedió fue, que Aída se plegó al cuerpo de Amanda y todo el calor y la ternura, que le habían faltado, los encontró allí, en ese abrazo intenso.
Entonces al despedirse, la beso con mucha calidez y cariño, en la mejilla.
Pero no fue, exactamente un beso.
Por su parte Amanda, no supo, en qué momento, se ausentó de sí misma y se fundió en el olvido; es decir en aquel abrazo cálido, fraternal.
Así fue, que a ambas, el mundo se les borró, porque así, como el sueño, suele ser una especie de muerte pequeña y clandestina, así para aquellas a las que, el amor les había faltado; en un instante, del tiempo, se reencontraron, en la calidez de las almas. Y eso fue todo.
Y en este caso lo fraternal de la amistad, es algo propio de aquel, que lo padece o lo disfruta, es suyo, sólo suyo y de nadie más.
Beatriz Elena Morales @Estrada   

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia



[1]  Carlos Gardel, cantante, de origen   argentino, fallecido en la ciudad de Medellín, en un accidente aéreo) con su sombrero puesto.
[2] Chalaneando: Charlar,  conversar perder el tiempo 

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