miércoles, 15 de abril de 2015

CAPITULO XLV (45) EL RESCATE







CAPITULO XLV  (45) 

EL RESCATE

Para este momento, Leidy y sus amigos, en compañía de la policía había llegado a la casa; los hombres que montaban guardia habían sido sometidos. Con mucho trabajo la hija de Marta, logró al fin ubicar el lugar, gracias a los mensajes que su madre le dejo, tanto en el celular como en la Internet.
El encargado de dirigir la acción policíaca, ordenó; dispérsense por toda la casa y tengan mucho cuidado y ustedes jóvenes, deberán quedarse afuera; la verdad, es que no sé, como los deje venir con nosotros. Allá, en esa habitación, que esta con esas gruesas cadenas, vean a ver, que hay.
Y sin que los agentes, se dieran por enterados Leidy se entró para buscar a su madre y se dirigió hacía el auditorio, de modo, que intentó apartar las gruesas cortinas para ver y una fuerza tenebrosa, la arrojó al pasillo, haciéndola caer.
Dos agentes, que rondaban sigilosos por allí; se dirigieron a socorrerla; ¿vieron eso? Algo o alguien la arrojaron con violencia; ¡se los dije!, ¡se los dije!, decía, asustadísima.
Un tercero que se había quedado rezagado, mirando y con revólver en mano, le dijo con imponencia; ¿acaso el capitán no le dijo, qué se quedara afuera?; retírese, salga de la casa.
Los otros dos intentaron hacer lo mismo que Leidy, pero de igual manera, fueron arrojados hacía atrás, cayendo de espaldas.
No, esta no es con nosotros, vamos a buscar al capitán; al llegar a donde este, se les veía, pálidos y temblorosos. Para ese momento el capitán se había visto en la necesidad de violentar el candado, con la culata del revólver, que por fin cedió. 
Marta se solazó, con la presencia de la policía, en esos momentos, la tenían amarrada de las muñecas y de los tobillos; desamárrenla, ordenó el capitán; mamá; dijo Leidy, arrojándose en sus brazos, ¡gracias al cielo que llegaste! , el capitán se conmovió.
Otros agentes, que agitados, habían acabado de llegar, dijeron; capitán, capitán, acaba de suceder algo extraño, ¿qué, acaso encontraron cadáveres?  No, algo mucho peor, ¿pero que puede ser?; en ese instante, un agente, el mismo, que había regañado a Leidy apareció, ¿haber Ronzales, usted, qué es el mayor, cuente qué paso?
Nada capitán, estos, que son unos patéticos, hasta ahora yo no he visto nada raro, ¿y esta niñita qué hace aquí?, no le dije, que se retirara; ¡déjela hombre! no ve que esta feliz de reencontrarse con la mamá; apúrese capitán dijeron los policías, entre varios, hemos tratado de entrar a eso, que parece una sala de teatro o una iglesia, y una fuerza extraña, no nos permite hacerlo; sí, a nosotros también nos paso igual; dijeron los otros dos, que se veían pálidos .
Marta dijo; allí en el auditorio, tienen a unas muchachas y parece, que las van a matar; vamos muchachos, vamos; al llegar, intentaron mover las cortinas, pero de igual modo, fueron empujados hacía atrás.
Capitán, era eso, lo que queríamos decirle, tratamos de entrar y algo nos arrojó, hacía al suelo; sí, sí, es cierto yo fui la primera en intentarlo y sentí como me lanzaban al pasillo; ¡no!, que melodrama tan conmovedor; agregó Ronzales.
Vamos muchachos, dijo el capitán, haciendo caso omiso,  al comentario del agente Ronzales; mientras caminaban, los dos policías bachilleres decían, capitán, una  cosa enorme esta allá, adentro y no nos quiere dejar entrar, véame nomas a mí, como se me pusieron los pelos de punta; los demás caminaban con sigilo y apuntando con sus armas.
¡Pamplinas!, yo no creo en eso; es verdad, a mí también me paso lo mismo, ¿ya llamaron los refuerzos? Sí señor, hace rato, deben estar que llegan, de acuerdo, ¿veamos qué es lo qué pasa? ; Nada, estos bachilleres, que se mean de miedo, por cualquier tontería; agregó irónico Ronzales.
Ronzales, usted viene conmigo y estos dos muchachos que se vayan con las mujeres, para que les ayuden; ¿pero capitán?; pero nada, váyanse a ver; sí señor; los demás, se vienen conmigo; y cuando iban a entrar ; Sergio y Rosalía salieron de la cocina, con las manos en alto; Rosalía decía ;siquiera llegaron, entren y salven a doña Leticia, mientras que Sergio gritaba; ¡hay!, no me vayan a hacer nada, ¡hay!, no me maten, no , no me maten, lo confesaré todo, todo, lo que le hicimos, a ese pobre niño bachiller; el capitán los miró y ordenó, llévenlos afuera y métanlos en la bola, ya veremos, que pasa; por lo pronto, venga, usted Ronzales .
Al salir las mujeres, madre e hija vieron llegar, a varios policías motorizados, a ellas, las metieron en la patrulla por seguridad; Sergio y Rosalía salieron custodiados, mientras que a su vez les colocaban las esposas.
Ronzales y el capitán avanzaron sigilosos, con las armas en la mano; Ronzales alargó la mano y dijo, pero si esto, son cortinas; una brecha pareció abrirse y el hombre pudo pasar, seguido del capitán; ¡Ay fue madre!, pero esto, si está muy oscuro; agregó el capitán, ¿Ronzales qué se hizo?
Mientras tanto, el retrato ardía y el fuego había comenzado a abrazar la poltrona, junto con las puntas de la parte inferior de la cama; al irse consumiendo el retrato; el cuerpo del que estaba siendo velado, iba recobrando la conciencia, poco a poco.
En la medida que lo hacía, también la memoria se le refrescaba, lo último que recordaba, era que estaba leyendo un libro de magia negra, la parte esa, en donde se hablaba de invocaciones, para obtener poder y riquezas y hasta de cómo hacerse invisible y ese tipo de cosas.
Se acordó, que había dicho con mucho énfasis; yo le vendería mí alma al diablo, con tal de obtener más poder y más dominio sobre la iglesia, incluso, si fuera posible a un nivel más general o amplio.
Al instante, escuchó, que una enorme risotada,  se filtraba por la habitación y esa noche, sintió, que algo lo dominaba, lo poseía; sabía además, que había llegado a un acuerdo con el espíritu del mal.
Pero cuando ese ser, hubo abandonado el lugar, sintió remordimientos y arrojó el libro a sus pies, pisoteándolo con furia; al instante, el no ente reapareció y le dijo; voy a tomarte prisionero, por haber jugado conmigo, sustraeré tú alma y utilizare tú cuerpo, cuantas veces quiera.
Fue así, como llego a ese lugar; ¿Dios mío, cuantas cosas asquerosas, habrán ocurrido conmigo, mientras estaba encarcelado aquí?
Todavía, atontado por la droga, que con seguridad, le habían estado suministrando; se sentó, lo hizo despacio, mientras se cogía la cabeza, ya que sentía que le dolía, se volteó, intentando salir y el féretro se tambaleó, pese a estar bien afirmado.
Volvió a intentar salir y sacó las piernas hacía afuera, se sentía débil y cansado, con los pies, golpeó sin querer, las lámparas, que se derrumbaron y cayeron al suelo, goteando petróleo; él cayó desmadejado, se dobló, para intentar levantarse, se arrastró y se agarró, de lo primero que encontró, eran las bases que sostenían los cirios; estos cayeron y todo apuntaba, a que las llamas se expandieran.
Como pudo, se arrastró hacía la pared, justo, en donde está, se adelgazaba un poco y cayó dentro de un sótano, en donde antes había estado Leticia. Aún sonso y con los ojos lelos, vio y palpó, las mismas cosas que Leticia había visto.
Tanto es así, que también miró, por el hueco del sagrario, y lo que vio, lo dejó con la boca abierta, con gran sorpresa dijo; ¡qué horror!, pero si esto, parece, ser el mismo infierno; ¡oh Señor!, no me castigues así, ten compasión y sácame de aquí; gritaba.
Gritaba y miraba de nuevo, por el hueco y un humo denso, parecía cubrirlo todo, pero se escuchaban gemidos y risas y al ver, a una mujer, que estaba amarrada y sobre una mesa, pensó; ¡pobre mujer!, se me parece a alguien, ¿pero a quién?, pero no, no puede ser ella, no.
Y hasta ese momento, no se había percatado, que estaba desnudo y tuvo miedo y buscó algo, con que cubrirse, pero no, encontró nada.
Entonces, vio la puerta, que daba al patio y la lluvia se sentía arreciar y como pudo, entró al auditorio; se escondió, detrás de la estatua y vio mejor; entonces  se dijo, es Leticia, ¿pero qué hace aquí y porqué, la tienen amarrada?
Sumergido, en sus pensamientos, anonadado, atravesó el espacio, entre las cortinas, por un lado del ídolo y detrás de la silla, en donde se encontraba Mauro y pasando, por el lado del operador y de sus ayudantes.
Estos no se movieron, ni levantaron sus capuchas, tan sólo, los ojos del cortador centellearon; esté, que no había visto, a los encapuchados, se acuclilló justo, en medio del circulo, en donde a su vez, estaba el gato y dejándose llevar por un inmenso pesimismo, ya que creía, que Leticia, estaba muerta, lloraba y decía; es mí culpa, está muerta, yo la mateé; lloraba, bajando la cabeza y plegando su frente en el suelo.
Entonces el operador, levantó su espada y cuando iba a dar el tajo mortal, el corte en el cuello, detuvo su espada de un sólo golpe y casi la hizo girar, en un movimiento circular y fue, porque escuchó, los quejidos de su amo  y es que como Amanda, había invocado la llama trina, la cosa había quedado muy mal. Herido de muerte, Mauro, intentaba reharsirse; en efecto, aún no le llegaba la hora.
 El espíritu del mal, se repuso y gritó; ¡maldita perra!, no creas, que me has vencido, pues aún, tengo tiempo y pronto la mayoría de los hombres, quedaran a mí merced; y les propondré, un gobierno de paz y se fascinarán conmigo y los gobernantes se someterán a un sólo líder y he aquí, que tendré mí profeta.  ¿A merced de tú hijo? ,la cosa no respondió y Amanda prosiguió; Pues te diré, yo soy más que vencedora, en Cristo y sí, ya lo sé, eso me lo has repetido, hasta el cansancio y bien lo dices, que ha muchos convences y les haces creer cosas que jamás tendrán y que deberán pagar, a un precio muy alto, porque tú eres un engañador; sin embargo todo aquel que crea en   Jesucristo y lo acepte, será salvo y esto es así y lo será siempre; y pese a los qué, pretenden decir, que Jesús, fue un simple hombre, o tan sólo un profeta, negando así, el poder que tiene, la sangre de Cristo[1], por el cual todos, los que se enfrentan a ti, o te confrontan, son más que vencedores. Tapándose los oídos, la cosa gritó; ¡a, a, a! ¡Ay cállate perra!
Amanda, cambió el aspecto de su voz y prosiguió, he aquí, como te equivocas; que sobre aquella que vela en el desierto, ¡te lo digo!, sobre aquella, la verdadera iglesia de Dios, la que vela en el desierto, sobre esa, no prevalecerás.
La iglesia de Dios, es aquella, que esta fundada sobre la roca, la roca, sobre la cual, se instaura, el verbo divino, la palabra viva, la espada de doble filo, como se dice.
¿Mira quién habla?; ¡tú perra! ¡que eres una gran marica! ; ¿Y acaso tú no lo eres? eso lo dices, porque no puedes alcanzar las peras; por lo demás, eres lo que, quieres ser, cuando te conviene, eres de lo peor que existe en todo el universo, un depravado, bestia que buscas idolatría.
Eres nada, recuerda que estas muerto y además, tú eres el vacío del no ser, la negación de la vida, el tedio de los que ahí tos de placeres duermen, en el excremento de sus miserias.
Tú representas los egos, que no crecieron y que insatisfechos se revuelcan en el cieno como cerdos; hedor y peste exhalas tú, y esos tontos que siendo en Dios, se dejan contaminar y caen como racimos de gusanos y pronto exhalarán, en las tinieblas para siempre; ¡cállate perra!, no quiero escucharte, hieres mis oídos.
En eso estaban, cuando Ronzales, revolver en mano atravesó la sala y encantado lo miraba todo; ¡vaya!, pero si esto es el paraíso; pensó y bebió del vino que Rogelio le ofreció, entonces Mauro, al verlo le dijo; ¡ven hijo!  te estaba esperando y Ronzales, sin verlo aún, se sentó en el suelo y un libro con hojas bordeadas, de falso oro; apareció, ante sus ojos y esté lo abrió y lo leyó y encontró su nombre en él, y supo quien era. Tú prole, dijo Amanda; contigo perecerá.
 Afuera, el frío arreciaba y Marta, abrazada con su hija Leidy, rogaba por ella y por Isadora; algunos de los policías motorizados,  podían atravesar las cortinas, y otros no, Rosalía y Sergio, contaron todo lo que sabían; no señores agentes, no, nos vayan a matar, les juro, que les estoy diciendo la verdad y nada más que la verdad, aseguraba Sergio; Rosalía pensaba, ¿como la estará pasando la pobre doña Leticia?
Llévense los para el comando, dijo uno de los agentes; uno de los que no habían podido entrar. Pero veamos, lo que hacía el capitán, dentro del auditorio, contrario a lo que pasaba con  Ronzales, esté, no podía ver nada, ¿no entiendo, esto está muy oscuro?, refunfuñaba, debería haber al menos, uno o dos suches para encender la luz. Detrás suyo,  iba uno de los jóvenes policial, pero nadie, al menos la gente de del capitán,  no notaron su presencia. 
Arriba en el escenario, apareció Orfeo[2], en la figura de un joven que tocaba la flauta y entonces, Amanda gritó a todo pulmón, despiértese el cordero redentor, en la conciencia humana.
Y aquí fue, en donde el capitán pudo ver y vio, a algunos cuerpos, que yacían desmadejados, adormecidos dentro de un humo gris y bajo los efectos, de un bebedizo, empalagoso y hasta hostigan te. De improviso el gato, que se sentía asfixiado y remojado con las lágrimas de Adrián, comenzó a moverse y al ver al cortador, salió de debajo de la cara de Adrián y zúas, se lanzó hacía él, arañándolo y dejando, al descubierto su cara y su expresión era fría, nada humana.
Y ya luego salto hacía, los pies de Amanda, está le dijo; ¡vete! ¡vete!; sus ojos se encontraron y el animalito, subió a su regazó y le lamió las manos; luego, se alejó a toda prisa, al llegar a las cortinas, se detuvo por unos segundos y volteó a mirarla de nuevo, para después, huir a toda velocidad.
Adrián levantó la cabeza y vio, la horrible cara del operador, que sangraba y la espada en el aire, lista a dar su corte fatal; este demudado, al borde de lo insostenible, miró a la bestia asesina, quedarse inmóvil y cuando la espada descendía, como en cámara lenta; Amanda saltó como felino y con su espada, paro el tajante golpe, mientras que a su vez, sacaba a Adrián del círculo.
Cuando Adrián la miró, le dijo; re incorpórate con el uno; no obstante, Mauro reía, sentado en la silla; y gritaba, uno de los míos, te matara; lo sé; respondió, pero jamás, obtendrás, lo que de mí querías, en mí, vencido estas.
¡Maldita! ; Entonces ella, comenzó a cantar y de su pecho surgió la más honda melodía, flor del loto; ábrete tan sólo para él; sí, ven a mí, mí preciado tesoro; Jesús ven, ven Jesús, Jesús, ven a mí.
Y al momento, muchas almas la rodearon y todas vestían vestiduras blancas, entonces Mauro, se tapó los oídos y poco a poco, se fue convirtiendo en una débil sombra y el portador de la espada, la dejó caer, gritando de rabia y así muchos, se tapaban los oídos, o se revolvían en el suelo, pero otros, se despertaban sorprendidos. Bueno, la forma perfecta del padre, se abre con sus alas, en una sinfonía sin fin; exclamó está.
El universo enteró descendía y ascendía en el flujo y el reflujo de las cosas y todo se armonizaba, danzante; pero Ronzales, se levantó del suelo y arrebatado por el furor y embriagado con la bebida y presa de un odio sin igual; se acercó a Amanda y le descargó su revolver, vaciándolo por tres veces seguidas, casi a quemarropa y por la espalda.
En el último instante, ella giró sobre el hombro y observó por unos segundos, al hombre que le disparaba, luego se dobló sobre sí y cayó, como en cámara lenta.
No, no deténgase; gritaba el capitán y corrió hasta el fondo del escenario y con un rápido movimiento, empujó a Ronzales, hacía el suelo, esté, aún sostenía el arma humeante; pero ya, era demasiado tarde, al mirar, la vio caer con suavidad, casi rozando, el rostro de Isadora, que había, estado inconsciente, y se despertaba justo, para ver, el final de su compañera; sintió una opresión en el pecho y algo se le anudó en la garganta. Estupefacta lo vio todo, vio como su sangre, casi bañaba, el cuerpo, del Adrián desnudo.
 El capitán se acercó hasta la cabeza de ella y conmovido, la abrazó, está le sonrío y suspiró. En unos segundos, lo había visto y comprendido todo; en ese momento, el extraño magnetismo que había estado incorporado a ese cortinaje negro y devastador había cesado.
De modo, que el paso restringido, cesó y todos tenían vía libre; llamen a una ambulancia; reportó uno de los agentes, que entró a la escena y pronto, el lugar se vio, llenó de agentes, algunos procedieron a soltar a las mujeres, por fortuna, Leticia, no fue sometida a ningún vejamen .
El mismo agente, que llamó a la ambulancia, decía por la radio; envíen refuerzos, hay muchas personas aquí y parecen drogadas. Un oficial  del ejército, que estaba recién ascendido y que vivía cerca, se hizo presente, tan sólo tuvo, que mostrar su credencial y así logró colárseles, en la escena con facilidad.
Caminó por el pasillo y optó, por dirigirse a donde vio más congestión y llegó, hasta donde estaba el capitán; al mirar el cuerpo sin vida; exclamó, alguna loca que intentó poner resistencia es lo más seguro. No, no es lo más seguro, respondió el capitán, poniéndose de pié, se equivoca usted; esté, apenas sí respondió ¡Um!  Y paso de largo; pero por el lado opuesto  adonde se encontraba la silla, en donde unos segundos antes, había estado sentado Mauro.
¡Vaya que cómoda! , pareció inclinarse para sentarse, pero algo, llamó su atención; ¡vaya que belleza! exclamó; al ver la espada del cortador, que estaba clavada en el centro del circulo y sin poder resistirse, el recién ascendido, la tomó y esta emitió un brillo oscuro ¿No sé quien rayos sea usted?, pero no puede tocar nada, no puede alterar ningún elemento de está escena, retírese de inmediato.
El tipo no respondió, tan sólo dijo, ¡que filosa! ; al esfumarse Mauro, el operador también había desaparecido; por el contrario, los muchachos parecían, como acabados de despertar de un sueño, al parecer, uno de esos sueños, aletargados y cargados de imágenes y de miles de cosas, que no parecían tener ningún sentido.
Al verse libre, Isadora se arrojó, sobre la yaciente y la lloró, Leticia, parecía pasmada y Adrián gritaba, y a su ves, intentaba taparse y cubrirse las partes intimas, con las manos , al final, un agente le colocó, una manta , porque esté gritaba;¡ que vergüenza!, denme algo, con lo que pueda cubrirme.
Por su parte el capitán, al ver que el hombre no le hacía  caso, subió hasta donde él y lo reprendió ; usted, no tiene derecho, a estar invadiendo el lugar, en donde se ha cometido un crimen; ¿cómo se atreve a hablarme así; ¿qué no sabe quién soy?, me importa un comino, quien sea usted, retírese, o daré la orden, de que lo apresen; ¡esta bien!, pero mire, hombre, yo soy  del ejercito y además, tengo más experiencia que usted, en estos asuntos  y aquí, no ha sucedido nada, ¿o sí no, dígame, quién disparó, acaso, no fue, ese pobre agente qué se encuentra allá?, ¿él qué todavía tiene el arma en las manos?;  sí, fui yo; repuso Evelio Ronzales, que ya se, había puesto de pié y observaba, con cierta reserva.
¡Lo ve!, capitán, un abnegado agente, que tan sólo estaba cumpliendo con su deber, ¿no es así Ronzales?; lo dijo deletreando ese nombre y sin necesidad de mirar la placa, que esté, tenía puesta, sobre su uniforme. No, no es así, aseguró el capitán; Isadora que estaba enjuagada en lágrimas, sobre el rostro de Amanda, levantó la cabeza y maldijo al hombre; ¡este es mucho desgraciado!; él tipo se limitó a sonreír le de forma irónica.
Y sin darle importancia, el oficial, colocó la espada sobre su mano izquierda, mientras caminaba hacía Ronzales y puso una mano, sobre su hombro; yo soy  del ejército y usted, puede contar con mí apoyo; ¡venga hombre!, deme su arma y sosténgame esto. El agente no dudó un segundo en entregarle su arma de dotación y de recibir la espada, que de nuevo, dio visajes oscuros, yo lo único que veo, aseveró el capitán; son las insignias de un militar y eso no me dice nada ¿porqué hacen eso, son un par de insolentes?
El coronel sacó un pañuelo, de su bolsillo y antes de qué el capitán pudiera impedirlo, limpió el arma asesina; ¿cuál espada ensangrentada, cuál? Y la arrojó al suelo; no es una espada, es mí arma; dijo Evelio; ¡va para el caso da igual! ; respondió, añadiendo luego; en la confusión, uno de estos drogadictos, le robó el arma al agente y mató a está mujer, que participaba de estas orgías.
Usted es un desdichado ¿no sé como puede hacer eso?, pero no me puede demandar, no existen pruebas y los otros agentes, ni siquiera se dieron por enterados; de modo que, ¡Ja, Ja, Ja!, las risotadas del hombre estremecieron a más de uno; ¡usted nada puede hacer!
En esos momentos, Irlanda se despertaba de su sopor y preguntaba ¿qué se hizo el maestro? Confundida, corrió hacía donde estaba el recién aparecido y se arrodilló a sus pies; ¿maestro, tú eres el maestro? y al decir esto, le besaba los píes; no soy el maestro, pero puedo serlo; adujo el hombre, riendo irónico.
¡Anda!, toma ese revólver y te aseguro, que saldrás libre, pues en tú defensa, se alegara que te encontrabas en un estado fuera de lo normal, yo testificare a tú favor; Irlanda lo miró y obedeció de inmediato. ¡No lo haga!, gritó el capitán; pero Irlanda lo ignoró, contempló el cuerpo de Amanda en el suelo y su insidiosa mente, quiso el desquite; ¡sí esta perra! no esta muerta, yo la acabaré de matar.
En esos momentos, Isadora hablaba con Amanda; ahora lo he comprendido todo, ¿cómo pude ser tan obcecada, tan inverosímil en mis comentarios?, en adelante te prometo, que no creeré tan sólo, en lo que tenga delante de mí; entonces, con el rabillo del ojo, alcanzó a ver a Irlanda, que como un trombo, se lanzó disparando los últimos cartuchos, pero con tan mala suerte, que rebotaron en el suelo y dieron un vuelco en el aire, perforando la barriga del ídolo.
Y mientras el general, observaba con un gesto de maldad, decía; ¡ves hijo mío!, como todo, está a tú favor; Ronzales, se rió con argucia y hasta con agitación y el odio que sentía, por la mujer que estaba tendida, le desdibujo la cara.
Impotente, el capitán lo vio todo, todo sucedió tan rápido, casi como un relámpago en la noche, imposible detenerlo, en esos momentos y no obstante, todo parecía como en cámara lenta, como en una suspensión de aguas estancadas; era como si desde el círculo impropio de alguna oquedad craneana, la infamia se filtrara por todos los rincones.
   


[1] Para todos los cristianos la sangre de Cristo representa el poder por el cual, los que tienen fe son vencedores.
[2] Nombre Masculino de origen Griego: El que hace ver hermosas figuras y a veces actúa como una figura protectora.

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

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