jueves, 2 de abril de 2015

CAPITULO XXXVIII ROSALIA





CAPITULO XXXVIII
ROSALÍA

Hacía las cuatro de la tarde, Leticia comenzó a espabilar y sus pesados párpados, se encontraron de sopetón con los ojillos tristes y apenados de Rosalía, que se alegraron al ver que estaba despertando; ¡por fin doña Leticia! ¡Se despierta usted!  ¿Qué paso?, ¿en dónde estoy?, ¿acaso ya viene el enemigo a consumir nuestras vidas? No, nada de eso todavía; soy yo, Rosalía, cálmense y no vaya a comenzar a gritar, como esta mañana ¿está mañana?, sí, no ve, que si lo hace, pueden venir a dormir la otra vez.
 ¿Qué es lo qué está diciendo?, no recuerdo nada; ¿Perdió acaso, usted la memoria? ¡No, bueno sí! ; ¡A, ay, ya lo recuerdo!, ¡malaya la hora en que me he metido aquí! , venga Rosalía, ayúdeme a sentarme, me duele todo el cuerpo, me siento molida, es como si me hubieran cogido a darme de a palos.
Con cariño, Rosalía comenzó a ayudarla; intenté abrir la puerta está mañana para salir y no pude; ¡sí lo sé!, pero es que ellos, la cerraron por fuera, no creo que tengan intención de dejarla salir, ¿entonces qué voy a hacer, para salir de aquí?, siento qué no puedo aguantar más; ¡vea, usted tranquila! , lo único que yo sé, es qué me ordenaron cuidarla y tratarla como a una reina; ¿reinaa? ¿Pero que locura es esa?; ¡a, para que vea!, ¡yo no sé!
Después de unos segundos, Leticia replicó; ¿oye, y eso no está cómo raro?  Pues no sé, pero lo escuché de la propia boca del pastor está mañana, entonces la mismísima Rosalía, se quedó como haciéndole preguntas al aire y movió las manos; ¿y esto de reina, no será por ser usted la esposa del pastor?
Entonces carraspeó y abrió la boca, como queriendo protestar, y por unos segundos se quedó pensativa, ¡Ba!, ¡eso sólo es, una banalidad! ¿Y a todas estas, dónde está mí…, bueno, ese tal Adrián? La verdad, no lo he visto en todo el día, ni a la cocina ha arrimado, tan siquiera.
Al que si he visto, es a Mauro y a todos los demás. ¿Oíste y quién es ese Mauro? ¡Ay, yo no sé! , pero es que aquí suceden cosas muy raras, lo único que sé, es que a ese hombre, lo tratan con mucha deferencia ¡y por hay, dicen!, ¡dicen! ¿No? que es el maestro mayor ¿mayor? Sí, el que los manda a todos, el  principal; ¡hay, pero yo juraría, que hasta es el mismo Adrián! , sólo que… ¿Qué? ¡Ay! no me haga caso, por lo demás, creo que están desconfiando de mí, ¿Por qué lo dice? no sé, me parece como raro, que me dejen tanto tiempo sola, ¡en fin!
¡Pero mire!, me he dado el lujo de cocinar para las dos y aquí, en está mesa corrediza, guardo comida caliente; ¿Qué le parece? Pues hambre si tengo y mucha; pero preferiría, que intentáramos escapar de aquí, ¡Jun!, eso está imposible, ahora nomas, me asomé y esos hombres están por todas partes.
¡Bueno si vamos a ir al cadalso o a la vida! , es mejor que busquemos la manera de conciliar, nuestras infortunadas existencias.
Pues sí, dijo Rosalía riendo, mientras destapaba la deliciosa comida; ahora qué, si lo pensamos, esa ventana está sellada; pero si consiguiéramos unas herramientas, hasta es posible, que la podamos destapar y gritar pidiendo auxilio. Sí, pero eso nos llevaría mucho tiempo y el bullicio que tendríamos que hacer para desenclavar la, porque está muy bien clavada, ¡ya veremos! pero bueno Rosalía, ¡pase haber!, no hagamos esperar más a nuestra comida, no la dejemos intacta, para que otros, no se den el lujo de comérsela.
Rica, ¡está carne está deliciosa! , si estuviéramos en época normal, la invitaría a mí casa y a recetas, que probaríamos; ¡ya vera que, lo vamos a poder lograr!, ¡ya lo vera!
¿Vee y ese retrato qué se hizo?, don Mauro lo quitó, dizque para no molestarla a usted, ¿y ese cómo sabía? ¡Yo no sé!, pero si viera con que facilidad lo quitó; fue como bajar una pluma; ¿y usted lo vio?; sí, no ve que yo estaba aquí cuidándola. ¡Que raro! mírelo, está allí, de espaldas; ¿ve y porqué lo haría?; lo único que sé, es que dijo; aquí  Rosalía fingió la vos; A ver si la futura reina, se atempera un poco, mientras se va acostumbrando. ¡Que raro, que raro!
Después de saborear las viandas y la carne con ensalada y algunos panecillos con mantequilla; Rosalía exclamó; mire, allí debajo de la cama, he colocado unos líquidos que son inflamables y tome, guarde estas velas y está caja de cerillos
Con la boca llena, Leticia dijo; el día que estuve mirando esa pieza, en donde están encerradas, esas pobres muchachas, vi que había un cuarto, en donde guardan herramientas; sí, ese es el cuarto de los trabucos; ¿no será Rosalía, qué allí hay algo qué nos pueda servir?
Lo más seguro es que si, pero apenas, pude sacar esos líquidos, por temor de que me descubrieran; más tarde lo intentaré de nuevo, porque hay, en ese sitio, se mantiene Irlanda y está mujer, ¡sí que es una enemiga malvada!
¡Fíjese!, ya ha comenzado a declinar y yo, ya empiezo a sentir un escozor en mí vientre, un temor y siento que algo en mí, se resquebraja, me da miedo quedarme aquí; ¡para eso que me tenían que dormir! ¡Voy a salir Rosalía! ¡Como sea, yo me tengo que escapar!
Tenga, tómese está aromática con infusión de yerbas; puede, que la ayude a calmar los nervios y hasta quizás a sacar fuerzas para poder escapar de aquí; ¡no lo sé! , ¡Pero preste a ver!
Después que bebió, Leticia entró en un sopor y comenzó a sudar, entonces en un desvarío y en tono grave exclamó, como si algo en ella, hubiera emergido desde lo más profundo y abismal; parecía surgir desde lo esta láctico; ¡la triste hermana!, ¡las hecatombes cerradas! ¡La es finge rota!, ¡el descenso de la montaña! ¡Sí, la triste hermana!; ¡la que a la putrefacción fue arrojada!, ¡lanzada a esté abismo inexpugnable!
¿A caramba, qué fue lo qué hice? ¿Será qué se me fue la mano? ¿Doña Leticia, doña Leticia, se siente bien?; Leticia no respondió, por el contrario, permaneció sentada, con la mirada puesta, en algún punto inextinguible; mientras que gruesas gotas de sudor, perlaban su cara de amapola florecida. ¿Ay virgen María, será qué, sé me fue la mano; ahora qué hago?
Entonces, tomó un frasco de agua mentolada y comenzó a limpiarla con pañuelitos de papel, Leticia  volteó a mirar, girando sus ojos hacía ella; ¿Qué diantres fue, lo qué me dio a beber? Le juro, qué nada malo, lo más seguro, es que se me fue la mano, con alguna de esas yerbas aromadas.
¡Ay, perdóneme si! ; Yo no sé Rosalía, pero para mí, que usted se las quiso dar conmigo; ¡bueno, está bien!, lo admito, me pase un poco, pero es qué es necesario, que sepa usted, quien es, y yo sé, que en el fondo tiene las mismas dudas que yo; ella no respondió; pero dijo; ¡venga deme más de eso! ; ¡no, no lo haga! , es necesario que usted oscile, entre lo lúcido y lo infrecuente; ¿infrecuente? ¡Hay como sea!
Fue imposible detenerla, está tomó la tetera y bebió todo el resto, de un sólo tiro, resignada, Rosalía exclamó; bueno, al fin, que tenemos toda la noche todavía; venga yo la ayudo a sentarse en la poltrona; no gracias, yo puedo sola; total no me interesa ser una reina.
De inmediato, Rosalía corrió la mesa corrediza y recogió los residuos, miró afuera del pasillo; cerró la puerta con llave; tomó la tetera y recogió los platos, y los residuos los hecho por el baño y regresó con rapidez; pese a los hábitos de la calle y al deterioro por los vejámenes sufridos; Rosalía conservaba una agilidad, casi felina y una destreza manual increíble.
Leticia, ya estaba sentada en la poltrona; pero contrario a lo que había ocurrido la primera vez, conservaba su buen tono; ¿y cuénteme, en dónde queda la habitación de ese tal Mauro?; detrás del auditorio, en un cuarto viejo y desvencijado y lleno de telarañas, yo ni siquiera voy por allá; más sé que a él, le gusta así. Incluso el piso se halla sucio y hace un frío impresionante. Al hablar, tendía la cama y doblaba las cobijas y arreglaba las almohadas ¿cómo supo qué don Mauro vivía allá? No es qué, ese tipo es muy misterioso y una vez,  lo vi que se metió detrás de las cortinas del auditorio; pero a nosotras no nos dejan ir por allá,  yo porque al escondido me fui a ver eso y no, ¡pa que le digo! mejor me salí;  Cómo raro ¿no?
 ¿Y lo del parecido? no lo sé; por el retrato tal vez; ¡ya veo!, pero al menos está tapado, además ese es  Adrián; sí, pero…; en verdad doña Leticia, que ese retrato tapado y todo, deja sentir como un hedor impresionante, hasta en el aire se siente; ¡Jum, ni me lo recuerde!
¿Será qué lo metemos en el closet?; deje así, igual no vamos a poder; bueno; respondió y es qué Rosalía se esforzaba porque, quería que todo saliera bien, en el fondo sentía miedo y para colmo un frío comenzó a sentirse en el ambiente; ¡bri! ¡Bri!, que frío; déjeme yo le coloco una manta; le envolvió los píes y le colocó la bomba de agua caliente; suspiró y exclamó; reina de los cielos; bendita entre todas, ¡ven apúrate! y danos tú auxilio y acoged a las almas buenas que están dentro de esté lugar. Te pido por ellas y no tanto por mí, pues al fin, yo no existo.
 Se levantó y miró la cara de Leticia, para ver que expresión tenía, ¿listo, ya no tiene tanto frío? Pero está no respondió, porque sus ojos se hallaban fijos, lelos, al parecer, miraba hacía la ventana sellada y gruesas gotas de sudor escurrían por su frente y sus labios comenzaron a moverse y su voz se escuchó diciendo así; Siempre se ha dicho que tú eres un enano, un roedor, un ser pequeño, y se ha dicho de ti, que hasta un tirano eres, siempre se ha dicho que eres un sapo verde y que estas celoso de nuestra felicidad; ¡pero yo sé, que tú no eres un beato!
¡Doña Leticia!, ¡doña Leticia! Llamó Rosalía, moviendo sus manos enfrente de los ojos de está, pero ella, ¡uuko! No se inmutaba, por el contrario, continuó; dicen que te niegas al azar y que juegas a ser un creador malo, dicen además, que ocultas tú rostro y que la bondad que suelen achacarte a ti, no es más que una insostenible mentira y ¿sabes?; yo te he odiado siempre, siempre, porque nos has metido fuego por los ojos y has creado un infierno perpetuo; aquí sonó su voz con más fuerza; un infierno para los réprobos, ¡que arderá y arderá!
Después de esto, reclinó la cabeza hacía un lado; Rosalía, no le despegaba los ojos y la limpiaba con agua mentolada, parecía desvencijada y hasta escuálida y como paloma muerta.
Y mientras esto sucedía, allá en el cuarto en donde las mujeres se encontraban, Amanda permanecía acurrucada y silenciosa; no había querido probar bocado y tampoco se quiso colocar la ropa, que esas gentes habían traído; por el contrario, permanecía con una aparente indiferencia.
Y cuando Irlanda, quiso arremeter en su contra, porque no se había querido colocar eso, la reprendió con severidad; ni se atreva a tocarme, ni loca que estuviera, nunca aceptaría nada de ustedes, antes muerta que ceder a sus peticiones; la mujer, no atinó a hacer nada y no le insistió.
 Esta tal Amanda me infunde como un cierto respeto, está mujer me da miedo; pensó; Marta e Isadora permanecían tristes y agobiadas y para ellas, las horas se sucedieron impertérritas y agudas, dando el sol, un giro, en su movimiento casi sempiterno y pretérito y todo se revistió; al parecer, la sombra se apoderó de las cosas.
De repente, Amanda comenzó a temblar, las dos compañeras de celda al darse cuenta de su estado, se acercaron a auxiliarla; la ayudaron a levantarse y la hicieron sentar en el catre; ¡tiene fiebre! , casi gritó Isadora; ¡cálmese! , algo bueno tiene que suceder, usted está joven, y yo soy mujer vieja y sin embargo nunca he perdido la fe.
Amanda con los labios resecos y con una voz subterránea exclamó, para sorpresa de estas. ¡Oh vírgenes guerreras, que tanto en el día, como en la noche, soléis velar, manifestaos ahora y arremeted contra el maligno; venid y destruid su elocuencia, su sutileza; desenmascarad al vil!
No os dejéis engañar por su apariencia, ni os dejéis anquilosar por su veneno, ese que suele destilar, cuando suelta palabras tibias; son las palabras del réprobo y garras de bestia, son las que os acarician, venid arcángeles de fuego azul y soltad la espada.
¡Delira!, ¡delira! ; ¿Qué extraña lengua es esa?  No sé, no lo sé, pero ¡chist! escuchemos; aseveró Marta.
No dejéis, ¡oh vosotros los celestes!, que la espada enmohecida por el tiempo y en su punta ensangrentada; sangre de tantos inocentes yazca olvidada.
¡Levantad la vuestra! y haced que el antiquísimo fuego retorne de la nada y haced ¡Oh señores del rayo azul; haced que esa fuerza primaria, sea despertada, para que la justicia perenne sea levantada!
Entonces en un arrebato, de un cierto enojo pesimista; Isadora exclamó; ¡vea pues! , lo único que nos faltaba, que está pobre, comenzara a desvariar y haciendo semejantes  elucubraciones; ¿sabe qué? yo no lo veo así Isadora; admito que tiene fiebre, pero sé, qué algo más real, se está gestando en ella; ¿real, qué puede ser más real, qué está situación qué estamos viviendo?
Es cierto, está situación es insostenible y hasta terrible; pero aún así, creo intuir algo más, sé que usted es estudiada, más yo no lo soy; no, es qué, no sé trata de eso; no se enfade señorita, lo que le he dicho, no ha sido con el fin de molestarla, ¿a no, entonces porqué, me dice eso del estudio? No, es qué, lo qué pasa es que yo tengo experiencia en asuntos de la vida; uno aprende a golpes, ¿sabe?; bueno, pues, va a tener qué enseñarme, pero ya será en otra ocasión, porque la pobre Amanda está qué desvaría, ¡no ve! La voz de está, se volvió a dejar escuchar, grave, entrecortada por segundos.
Y vi pasar, con estupor delante de mí cara, la negra sombra de la nada y a mi alrededor todo se derrumbaba y el arenoso polvo de la tierra, se paseaba sobre los ojos adormecidos y mientras que a su vez, se ensolvaba toda la atmósfera y todo se rarificaba como en un paisaje incoloro.
Más entonces, he comprendido la antiquísima lucha y sumergida en el momento aquel, vi, como todo comenzaba. ¡Off!, tenaz, tenaz, lo que dice esta dama; Marta no respondió, más bien, hizo caso omiso de esté comentario y ya después, Amanda no volvió a pronunciar palabra.
Marta pensó; si no me equivoco, lo que ella dice tiene más sentido, de lo que parece a simple vista; pronto el sueño comenzó a girar en la cabeza de Isadora, pero antes de dormirse estuvo muy intranquila, entonces para tranquilizarla, Marta le untó en las sienes, un poco de pomada y era harto extraño, ver a estas dos mujeres así, con esas túnicas blancas, como vestidas para un inútil y hasta vano sacrificio.
No obstante, Marta pasó la mayor parte del tiempo despierta, a ratos se frotaba las manos, otras caminaba y otras se acurrucaba en el suelo, pidiendo perdón, clamando justicia y así, la noche se plegó a los párpados, a todos esos finitos ojos qué la miraban y los absorbió al instante.
Estupefactos quedaron los rostros, qué lograron desplegar sus alas y qué velaron por entre los cuerpos de la muerte y lograron burlar al astuto cerebro del incubo.
Un aguacero de esos, como para no olvidar, se desató y caían, gruesos pedazos de granizo y las gotas de lluvia parecían piedrecillas arrojadas a la tierra; mientras tanto Diego, se paseaba inquieto por su habitación, sabía qué había quedado de verse con Amanda y al no poder acudir a su encuentro, perdió su rastro.
Van dos días ya, con sus largas noches y no sé nada de ella; mañana, mañana, buscaré a su amiga Sara Lucía, quizá ella, sepa decirme algo; ¿Será qué está enfadada conmigo? Abrió las cortinas de la ventana y casi pegó su cara contra el vidrio.
En silencio contempló la terrible granizada, que parecía debatirse en medio del vendaval; esté caía y golpeaba sobre los tejados, por encima de los árboles y sobre el pavimento, aporreando en su caída las flores y las hojas. Toda la atmósfera parecía hallarse, cernida, compactada por la vertiginosa fuerza del hielo, qué chocando contra la tierra, se desintegraba con rapidez.
A lo lejos, un rayo cayó y su fulgor volvió a ascender en finísimas capas de electricidad. ¿quién sabe qué será, lo qué se encuentra detrás de los rayos? musitó y volvió a cerrar la cortina ; intentó dormir y al no poder conciliar el sueño, se sentó junto a su vieja máquina de escribir; dos largos años habían trascurrido, desde que Manuel había muerto ; Lilia y Hunder Alexander, lo llamaban con frecuencia, sin duda Lilia, era una mujer interesante y la amaba, pero a veces pensaba; que pertenecían a mundos diferentes y hasta distantes y sí bien, ambos convivían, ella parecía no tener más ojos que para Hunder Alexander; de otro lado, viajaba constantemente.
Al principio, pensó, qué con el correr de los tiempos, le dedicaría más tiempo, pero comprendió que tal vez no sería así, pese a eso, Lilia le había reiterado, una y otra vez que pronto se quedaría ; pero su relación se vio interrumpida ,ya qué tuvo que viajar a España a formalizar los asuntos de unas propiedades, que le había dejado  su anterior esposo; le propuso que viajaran juntos, pero él, le respondió, por ahora, yo no quiero alejarme de Medellín; ¿pero porqué?, le preguntó, todos tenemos un pasado respondió.
El agua golpeó con fuerza sobre la ventana y, esté se estremeció; un fantasma vuelve a perseguirme, suspiró y comenzó a teclear y a escribir algo como esto; ojalá qué valgan la pena, estas extasiadas horas del olvido; pero en vano, esté no existe.
Ojalá, que estas extrañas horas, detenidas y tatuadas en nuestra piel, no nos arrojen, por la borda de un acantilado; ¡Ay! , ojala que valga la pena, la insistente persecución que tú me haces, colocando tú imagen ante mí. Sí, ese tú rostro, la finísima intromisión de tú ser, en mí vida; la secreta memoria tuya, que me esconde y la delicada línea, que separa a tú cuerpo del mío.
Entonces, sabrás amada, amadísima mía, que guardo el secreto de tus ojos, las lágrimas qué detuviste aquella vez, en la pequeña rasgadura de tus pupilas.
Con lentitud, leyó lo escrito y sacó el papel y lo arrugó dentro del puño, lanzándolo luego a la canastilla de la basura, sin embargo se quedó pensativo, se levantó y lo sacó; diciendo en voz alta, es cierto que estos versos son pésimos, los buenos versos hay que dejárselos a los verdaderos poetas, pero por lo menos expresan lo que  siento.
Se sentó de nuevo y volvió a escribir; nos miramos como se mira el amor en su vuelo más alto, como se mira el amor, buscando su lugar en la tierra; sí, nos miramos como dos, qué se miran detrás de la línea del tiempo; tú eternizada en tus cosas y yo, como detenido en un tiempo en qué mirabas a mí, el tiempo fascinado; sí, como dos qué sin tocarse se amaban.
Pero sí; tú me amaste tan sólo de ojitos, tú amor fue cobardía de un día; un amor cobarde el tuyo, indeciso. Se levantó y exclamó; no, a Amanda tuvo qué haberle pasado algo ¡Ay!, y para eso que no amanece todavía; apenas van a ser las dos de la mañana, ¡qué jartera Dios mío! y yo con está preocupación.
¿Por qué espere tanto, para saber de mí hermana, mí triste hermana?, la de los ojos impolutos, la de desnudo rostro, la qué cabalga con el viento.
Pero es qué yo pensé, qué se iba a comunicar conmigo; se sentó sobre su cama, puso sus codos sobre las piernas y se tapó la cara con sus manos y con prontitud comenzó a llorar; lloraba, pero no sabía con certeza qué era, lo qué le estaba pasando. No, yo me voy así sea, en plena tempestad; ¿pero para dónde, para dónde?
Abrió un libro, qué tenía junto a la cabecera de su cama y leyó en voz alta; entonces fue, cuando llamaste y nadie te respondió, ¡gritaste!, ¡gritaste!, ebrio de dolor y nadie te respondió; gritaste y tus gritos fueron acallados por la lluvia y los truenos y fue cuando la desesperación, se apoderó de tus miembros y sentiste, y,  sentiste como se descalabraba tú alma.
Ya, al final vencido por el sueño y como un niño, Diego se quedó dormido y en medio del sueño sollozó y de repente, sintió como si algo lo halara y lo sujetara con brusquedad por los sobacos. Por unos breves segundos creyó estar al borde de un enorme precipicio; era todo, de tal forma, que le parecía que iba a caer en un vacío sin fin, hasta quizás dentro de una larga encrucijada.
Se despertó al instante, aún adormecido; ¿he qué pasa, qué pasa? y de nuevo, volvió a sumirse y esta vez, sintió en su cuerpo, como si un desprendimiento o un algo insólito, lo abarcará, o como si estuvieran arrancándolo de su tronco y lo halaran de la cintura hacía arriba y entonces se vio así mismo fuera de sí y sintió miedo y un frío; volvió a decir, ¿he, he qué pasa? y gritó.
Hasta le pareció, qué en el cuarto contiguo al suyo, se hallaba una muchacha y al instante comprendió, qué era su hermana, qué ella, era esa parte más secreta de su ser y qué lo instaba a permanecer despierto.
Un silencio de alas, se posesionó del aire; aún más fuerte que todos los silencios era esté y el viento con suavidad, penetró por las hendijas, por la ventana y por el pequeñísimo espacio entre la puerta y el suelo.
Se volteó de lado y se levantó, para sentarse en el suelo, a la orilla de su cama y reclinó su cabeza sobre está, e hizo, lo que casi nunca hacía; ¡Oh! Padre, padre nuestro que estas en los cielos, no me dejes caer en la tentación y líbrame de todo mal, de esta caída sin fin y haz, de tal modo, que viendo yo, la verdad y fortalecido por voz, pueda librarme del ente que quiere destrozarme.
¡Padre!, padre tú que también eres el sanador de nuestras angustias existenciales, ven hacía mí y muéstrame el camino, déjame conocer tú rostro.
Después de esto, Diego Alonso, pudo conciliar el sueño y así, se llegaron las once de la mañana y el teléfono replicó, y replicó y Rafaela se quejaba desde la cocina; ¡por Dios! las cosas qué un ama de casa tiene qué hacer; buenos días; así, con mucho gusto ¡Diego!, ¡Diego!, hijo al teléfono; ¡voy! , ya voy mamá y al momento apareció esté, con el cabello despeinado y el piyama azul a rayitas que Lilia le había regalado.
Recibió el teléfono, pero ella, en lugar de alejarse se quedó a escuchar y pensó; ¿quién será esa mujer? su voz no me suena familiar; ¿Bueno quién habla? Claro, pero claro que la conozco, usted es su amiga, gracias a Dios que llamó ¿y qué sabe de ella?; no, pero si en las mismas estoy yo.
¿Le parece si nos vemos más tarde?; ¡sí por favor!, no sabe cuánto necesito, hablar con usted, sí, está bien, esa, me parece una hora apropiada.
¿Mamá, estas todavía aquí, te hacía en la cocina?; sí, la cocina, ese es el lugar que ustedes, quieren para nosotras las mujeres; Diego enternecido se aproximó y la abrazó, besándola en la frente; tú bien sabes, qué no pienso así; pero haciéndole cosquillas, le agregó; sé que si te mantienes allí, es porque te gusta, ¿no?
¿Qué? , exclamó está, mientras él, se alejaba riendo ; deja que te agarre y veraz; voy a ducharme, tengo que salir; ¿hijo quién era esa mujer?; la curiosidad mató al gato mamá; respondió esté, pero cuando ya se iba alejar un poco enfadada, la detuvo; espera, es una amiga de Amanda y es que hace dos días ,no tenemos noticias de ella, no sabes, la mala noche que pase; sí, se te nota; ¿cómo así, será qué le ha sucedido algo, o estará enferma?; ese es el problema mamá, que no tengo ni idea en donde pueda estar; bueno y ahora que lo mencionas yo, ya la estaba extrañando, hace tiempo que no la veo; pero como ella es así, un poco rara, y  le gusta perderse ; rara no mamá, sino que uno no puede estar metido en una casa a toda ahora, pues sí, pues sí, tienes razón, es que  a veces soy tan parda, ¿parda? , en fin como sea, ¡um!
Esté inclinó la cabeza y dijo, pero esta vez es diferente, siento que es diferente, sé, que no se fue por gusto y es por eso, que ya mismo voy a ver, que puedo averiguar; ahora que lo mencionas, ella te llamó, no sé, si fue ayer; ¡sí claro!, es que nos habíamos quedado de encontrar.
¿A bueno, pero ya la buscaron en casa de la mamá?; sí, eso me dijo Sara Lucía y que tampoco ha ido, lo que piensan es que se quedó en la calle. ¡A caramba, ay, ojalá que la encuentren!  Y se alejó por el pasillo, terminó de cocer las papas y de lavar el arroz y las verduras y luego cocinó todo a fuego lento.                                      

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

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