CAPITULO XLDIEGO Y SARA LUCIA
Las horas pasaron atosigadas,
para algunos, e inquietas para otros y desesperantes para Diego y Sara Lucía.
Por primera vez se conocieron y ambos quedaron encantados, era como si ella, la
amiga extraviada los hubiera reunido.
No se Diego, pero
desde la noche que dejé a Amanda, allá, en el parque de san Antonio; ando muy
preocupada; no, pues ya te puedes imaginar como ando yo, y creo, qué esa era,
la in nombrada vez en qué más, me necesitaba.
Basta ya de
reprocharnos Diego y pensemos que nada malo le ha sucedido; creo que es mejor,
que vayamos a poner esto en manos de las autoridades; sí, es lo mejor; ¿además,
recuerda qué esa noche, pusieron una bomba?, aunque no hubo muertos ni heridos,
es mejor investigar; sí y voy a llamar también, a algunos hospitales; yo ya lo
hice; dijo Sara Lucía; ¡pero venga!, démonos prisa y vamos a dar aviso a las
autoridades.
Y así lo hicieron;
pero fue tanto el ir y venir, que quedaron exhaustos, eran las nueve de la
noche y Diego miró su reloj, exclamando en voz alta; ¿cómo pude olvidar lo?; ¿qué?
dijo ella, sorprendida; que mí novia, llega hoy de España, mejor dicho ya debe
de haber llegado; ¿pero cómo pudiste olvidar lo?; ¡hay no lo sé! Bueno, pero
no te preocupes, entenderá cuando se lo digas.
Sí, tienes razón; a
bueno, entonces no hay nada de que preocuparse; pero la que si debe estar muy
enojada es mí mamá, porque no le dije nada y Lilia a estas alturas ya debe de
haber llegado; ¿a, y es qué se llama Lilia?; sí, dijo Diego, inclinando un poco
la cabeza; vete entonces, antes de que se arme una perorata en torno a tal
asunto; sí, pero me encantó conocerte; a mí también; sí fue muy agradable;
dijeron ambos.
Antes de que se
retirara; ella le dijo, te vez pálido y abotagado, sí, es que no he dormido, ni
comido casi nada; cuídate, lo haré; hasta pronto, chao Diego.
En situaciones así,
resulta difícil concentrarse en la lectura de algún libro; pero no era el caso
de Sara Lucía, así, que tomó uno para distraerse, no obstante después de leer
casi un capítulo entero, lo abandonó para coger el teléfono y llamó a la casa
de Amanda.
Mientras tanto, Diego,
llegó un poco agitado a su casa y muy demacrado, lo único que deseaba era echarse
en la cama y dormir, dormir. Al llegar a la puerta, se colocó las manos en los
bolsillos, buscando algo, pero al instante dijo; ¡ay, no!, dejé las llaves en
el otro pantalón, ni modo, me toca golpear y yo que no quería que me vieran así.
Golpeó con suavidad, apoyando
los nudillos en la madera y como intentando no hacer ruido, pero fue la propia Lilia,
quien le abrió; ¡Diego!, te esperaba con anhelo; ¡pero que guapa estas! ¿Tú
crees?; ¡claro qué lo creo! ; Entonces, está lo besó en la boca y lo hizo
entrar; pero entra, no te quedes hay, que pareces detenido y como alma en pena,
y ya dentro de la casa, le preguntó ¿y tú Lilia, cómo has estado? No, con el ombligo
caído hasta el extremó; al decir esto, se aseguró que Rafaela escuchara; éste
la miró y vio que su madre estaba a punto de soltar la risa.
Entonces comprendió;
que estaban a punto de jugarle una broma y fingió no darse cuenta; ¿Cómo es
eso, es qué acaso estas descentrada? ¡No,
que va! , es sólo que estoy más desmoralizada; ¡ya! , ¿Eso lo dices porque no
fui a esperarte al aeropuerto?
Así es hijo, pero ya
le expliqué; Diego se estrujó el estómago, muero de hambre mamá. De inmediato, está
sacó una taza de leche tibia y se la dio a beber; toma hijo, mientras te preparo
un poco de comida liviana.
¿Y los niños?, están
jugando en el patio, pero no te preocupes que ya los llamo; Rafaela hizo un ademán
de entrarse a la cocina, pero volvió la cabeza y le preguntó, ¿hijo y qué se
sabe de Amanda?; nada mamá, aún nada; para no alargar más éste asunto y no
preocupar más a su hijo; la madre le dio la espalda; pero este añadió, pensé que
estarías enfadada conmigo.
¿Enfadada, no y porqué?;
bueno, porque no te dije, lo de Lilia; no te preocupes hijo; que ella me llamó
y me avisó del aeropuerto; ¿del aeropuerto? Sí, ¿acaso no te lo había dicho?
No, no creo; mamá, hoy te noto un poco rara, ¡um, te ves radiante! como si algo
te hubiese ocurrido, ¡Ba! imaginaciones tuyas, imaginaciones.
Diego se acercó a Lilia;
bueno voy a darme un baño de agua caliente ¿y qué te parece si me esperas,
mientras mamá prepara la cena? ; ve y relájate, en verdad te ves cansado.
Luego que éste se duchó
y se hubo cambiado de ropa, se dirigió al comedor; allí se encontraba Lilia
sola, pues Rafaela estaba preparando la cena y no quería que Lilia le ayudara,
pues le dijo, debes tener muchas cosas para decirle, anda ve y espéralo en el
comedor, fiel a sus palabras, le obedeció; al verlo pensó, que se dirigiría a
ella y al menos la besaría, pero él, se sentó en el otro extremo y Lilia
palideció.
Si hay algo que una
mujer no perdone, es qué después de tanto tiempo de no ver a su amado, esté la ignore,
él no se dignó, ni siquiera mirarla, abrazarla, ni decirle al menos una palabra cariñosa; una de
esas, que recordarían del amor; el nuestro, pensó.
Suspiró, debe de ser
por lo de su amiga; lo justificó, entonces con suavidad le dijo, procurando no darle
un tono de tragedia a su voz; Diego, entiendo, lo que te pasa y como te
sientes, se que quieres mucho a Amanda y es natural que su ausencia te
perturbe; al decir esto, se levantó y se dirigió hacía donde éste y comenzó a
acariciarle sus cabellos.
Sus finos dedos, se
enredaron en ese cabello lacio y casi despeinado, al sentirla, cerró sus ojos y
tomó sus manos entre las suyas y las besó con ternura; siéntate aquí, a mí
lado, no sabes lo mal que me siento, ojalá y aparezca pronto.
Al instante, una
joven, de estatura media, tez blanca y cabellos largos, pero recogidos,
apareció, llevando algunos platos con la comida; con sorpresa, Diego se la quedó
mirando. ¿Y eso, no sabía qué mamá había preparado una comida, tan deliciosa?
ella se sonrío y Lilia aseguró; entre tú mamá y yo la cocimos está tarde y
llamamos a Meri, para que nos ayudara, ya que tan sólo viene dos veces a la
semana; pero entre tú madre y yo decidimos que se quedé más tiempo; bueno, eso está
bien.
Eso me alegra por mamá,
al menos ahora, tendrá un poco más de tiempo para ella. En esos momentos Evita
y Hunder Alexander irrumpieron, llenando el ambiente de sonrisas, y la niña se hecho
en los brazos de su hermano; ¿hermanito, regresaste? y lo abrazó fuerte, muy
fuerte y él, la besó en la frente y en las mejillas.
En cambio Hunder Alexander,
se quedó de pié, esperando para saludarlo, éste se levantó de la mesa; ven acá muchachote
y lo abrazó con afectuosidad. ¡No!, pero éste muchacho, ya no es el mismo que
se fue.
En efecto, Hunder
Alexander, se veía mucho más alto, el cabello lo llevaba corto y bien peinado,
sus ropas eran finas y elegantes, Las facciones de su cara, se habían moldeado cambiando
un poco y su boca se había vuelto más pequeña.
Ahora si que te ves
como un hijo de mamá, éste se ruborizó y se apartó, sentándose en un extremo
del comedor y Rafaela entró y tomó su puesto con Evita y hablaron de todo como
en botica.
Y por lo visto, ahora
ya Rafaela y Lilia se entendían muy bien, en la mirada se les notaba, que
compartían algún secreto; cosas de mujeres; pensó Diego, y luego todos se
dispusieron a deglutir la comida con frucciòn.
Meri, retiró la mesa y
Diego, aunque quería dormir y dormir no pudo hacerlo, hasta pasadas las once de
la noche y es que es imposible dormir, cuando en una casa hay novedades y es
que Lilia y Hunder Alexander, sí qué lo eran, la casa retoñaba, así como cuando
en verano surgen algunas flores.
Y las mujeres no
cesaban de hablar entre ellas, de esto, qué de aquello, por fin, los niños se
retiraron a sus dormitorios y Rafaela compartió el suyo con Lilia, ya empiyamadas
y cada una en su respectiva cama; preguntó Lilia a Rafaela ¿Y cuándo se lo
piensas decir? No lo sé todavía, pero casi me muero del susto, cuando tocaste
la puerta; ¡Ja, Ja, Ja! ¿Creíste qué yo,
era Diego no?, figúrate, no y es que donde Diego, abra la puerta y nos
encuentre hay, besándonos; yo no sé qué habría podido pasar; ¿sí, quizás, por
eso le mentiste, diciéndole que yo te había llamado?; sí, eso creo.
Si, es cierto;
querida, cualquier cosa habría podido pasar; ¡pero descuida! voy a tratar de
darte una manito. Pero yo te aseguro que desde que mí esposo murió, no he alzado
los ojos, para mirar a otro hombre; claro que con Nelson, es distinto, nos
conocemos desde que éramos jovencitos; ¿y bueno porqué lo dejaste?, no, como él,
era tan descarrilado y bueno ya después de eso, conocí al papá de mis hijos y
me enamoré de él.
Y de todos modos,
aunque en el fondo siempre recordé a Neo, amé con profundidad a mí esposo y
jamás le falte al respeto; lo sé, eso lo sé querida.
¿Y al fin qué le
pasaría, a esa pobre muchacha Amanda?, no sé, eso es algo, que a todos nos
preocupa, se cuanto la quiere Diego; ¡en fin!, lo qué sea que le pudo pasar, no
me parece justo.
Esa misma noche, como
a las tres de la madrugada, Amanda se había despertado, por completo renovada,
un súbito cambio se había operado en ella; buscó su mochila, que la tenía
escondida debajo de la cama y sacó unas hojas de bloc y comenzó a escribir, sobre
lo acaecido en los últimos días.
Con exactitud, sabía qué
era el último día, el día previsto por el mal, para descargar lo que suponían,
como el golpe fatal.
Por extraño que
pareciera, mantuvo la calma; al verla así, Marta se conmovió, pero estaba tan
cansada, que terminó acurrucándose, junto a Isadora y pronto se dejo vencer por
el sueño, de modo tal, que el tiempo transcurrió como en circulo y así, se
llegaron de nuevo las nueve de la mañana, la mujer esa, Irlanda, llegó
acompañada de Mauro y de otra mujer; traían
tazas de café y pedazos de pan fresco. Al escuchar los pasos en el pasillo Amanda,
se apresuró a ocultar la mochila, debajo de la cama.
El hombre se quedó de
pié, debajo del marco de la puerta, mientras las mujeres entraron, el tipo se quedó
en silencio, pero su boca riese, mirándolas, como en una mueca, rayando entre
lo absurdo y lo real. Se sentía en esos momentos, como si una ausencia de todo vestigio
de humanidad, se hubiese adueñado del sitio, parecía como sí alguien, quisiera
arrancar la vida de raíz.
Todo esto acaecía,
ante la mirada atónita de Isadora y de Marta; sí, allí todo lo abyecto que descendía
del mundo parecía estar encarnado en esté ser.
No obstante, una
cubierta opaca, disminuía el efecto visual ante los ojos de ambas; sólo ella,
lo vio en toda su crudeza y casi por instinto parpadeó; un sentimiento por
completo nuevo inundó su corazón y un estupor de hielo que le sobrevenía de
allí, le rozó la arqueada fisura de sus cejas.
El hombre habló con
una voz ronca, mirándola, hoy es un día especial, hoy probaremos fuerzas,
celebraremos con la llegada de la noche. Sacando aliento, desde lo más hondo de
su intensidad corpórea; ella habló con firmeza; bien, pero ahora puedes irte,
en está hora nada puedes hacerme y es mejor, que el horror no llegue a nuestros
corazones todavía, no sea que estas; dijo, señalando a las dos mujeres;
fenezcan antes de tiempo y entonces toda tú sarta ritualista, se te venga abajo
y no puedas complacer a tú maestro.
Pero después de unos
segundos, preguntó al ver el silencio de éste; ¿o es qué acaso, el maestro eres
tú?
Lo único qué se escuchó,
fue una ruidosa carcajada; Amanda dio la espalda y dijo despreciativa, ¡ya veo!,
no eres más que un segundón.
La mirada de Mauro,
se volvió fría y dio la vuelta, alejándose por el pasillo, entonces Amanda se acercó
a la mujer de nombre Irlanda y le ordenó; vacía del termo café para ti, y como está
vacilara; le dijo ¡vamos hazlo ¡ obedeció
de mala gana y lo bebió diciendo; todavía no es tú hora, ¡pero ya veraz! ¡Ya
veraz!
¡Largo, largo de
aquí! Dijo y al instante Irlanda y la
otra se retiraron, sin decir más nada. Una vez que estas abandonaron la
habitación, un corpulento hombre cerró la puerta y se quedó a montar guardia en
la parte de afuera; entonces comieron el pan, no sin antes bendecirlo y
bebieron el café.
¿Qué oscuridad la que
rodeaba a ese hombre, no cierto Isadora?; así es, pareciera que una telaraña o
algo sombreado cayera sobre sus ojos; Marta agregó, yo juraría que ese, era el
mismo Adrián, ¿no cierto Amanda?, es posible, ellos pueden asumir la forma que
quieran, les basta tan sólo tomar un cuerpo y ya.
Si no lo estuviera viviendo
no lo creería, qué cosa más inverosímil, pero a la vez más tesa. Cuando
terminaron de comer, Marta les dijo, en un tono de voz bajo, acérquense
muchachas, hoy es el ultimó día y si no tenemos oportunidad para escaparnos ¿qué
vamos a hacer?
Isadora se estremeció
y tembló de los píes a la cabeza; Amanda se mordió los labios; se, que ustedes saldrán
libres, pero yo les quiero pedir un favor; ¿un favor? Sí, es que vean, estas
hojas que escribí anoche, son parte de un diario; quiero que se lo entreguen a
una de estas dos personas.
Marta se conmovió;
¿pero qué dice, joven Amanda?, es preciso que no pierda la fe ahora; no la pierdo,
pero tan sólo prométanme lo; ¡está bien! lo prometemos, pero ya vera, como todas
vamos a salir libres, no, es qué algo bueno tendrá que sucedernos, ¡ya lo verán!
; ¿Bueno y porqué está tan segura? Vea, Isadora lo que pasa es que antes de
arriesgarme a venir acá, me las jugué con dos cartas; ¿cómo así?, una de ellas,
es que llame a la señora de ese Adrián; ¿así qué, piensa, qué le va a creer?,
tal vez no, pero es una mujer celosa y una mujer así, hace lo que sea por
buscar a su marido.
Pensativa se quedó Isadora,
pero luego, preguntó de nuevo, con impaciencia; ¿bueno y la otra carta, cuál es?
Le envié, a mí hija, un mensaje a su correo electrónico, contándole todo y qué
escondiera a Laura y a Raulito y qué, sí no tenías noticias mías pronto, qué me
buscara con sus amigos o que llamara a la policía.
¡Ya veo!, dijo con desanimo
Isadora; han trascurrido dos días y medio y todavía, no ha pasado nada; pero no
pierdan la fe, respondió Marta; sí, dijo Amanda, es necesario que permanezcamos
unidas. ¡Bueno!, recuerden que es probable, que nos comiencen a dar narcóticos
a partir de ciertas horas de la tarde, con el fin, de que permanezcamos en
estado pasivo; les reiteró Marta.
¡Hay sí!, yo tengo la
pomada guardada en mí bolso, dijo Isadora; no, es mejor que la mantenga entre
sus ropas; bueno; sí, porque no creo, que nos dejen, tener bolsos, ni nada por
el estilo; venga Amanda, guardo sus notas, en está bolsa.
Además, tengo, en mí
lugar secreto y dentro de una bol sita unos compuestos; agregó Marta. ¿Qué
compuestos? repuso Amanda, son compuestos en polvo de cafeína, morfina y atropina,
esto con el fin de que estemos bien despiertas.
¿Lugar secreto? gua cala; expresó Isadora; no tema, los tengo dentro de una bol sita, muy bien adheridos a
mí costado. ¿Pero no creé usted, qué en determinado momento se den cuenta?;
espero que no señorita Amanda, ¡pero por sí las moscas! está tan bien elaborada,
qué parece hecha de la misma textura de la piel.
¡Vaya usted, pensó en
todo¡ y acuérdese ,dígame tan sólo Amanda; ¡es cierto¡ , lo qué pasa, es qué…, no
sé; bueno ¡está bien! ; He notado, que para la época y las circunstancias, es
muy respetuosa; no, es qué, cuando me vine para acá, me vine dispuesta, a
reivindicarme con Dios; además me gusta tratar bien a las personas que considero
nobles y a mí, a mí me parece qué usted lo es, ¡chist!, alguien viene, amonestó
Amanda; sí, es una de esas mujeres, para recordarnos lo del baño.
Ya sabemos que por el
patio, es imposible escapar, al menos, no por éste, precisó Marta; la puerta se
abrió y apareció la mujer gritando, ¡hey! , ustedes, las qué se van a bañar. Marta e Isadora tomaron las toallas y
salieron; ¿usted morena no se va a bañar?, dijo con chillona voz; no, no
necesito bañarme mujer cita, mejor váyase.
Como quiera, pero ya
debe de oler…, no lo crea, ustedes sí, que exhalan hediondez.
La mujer se alejó refunfuñando
y dejó la puerta entreabierta, está, aprovechó para asomarse con cautela hacía
el exterior, el hombre de cabellos largos y de brazos tatuados, se hallaba de
espaldas, es uno de los hombres que nos recibió cuando llegamos, ¡no!, esto,
esta muy bien custodiado; de un modo instintivo el tipo, volteó la cabeza; pero
ella, se escondió con rapidez.
El patio estaba
pavimentado y hallábase rodeado de muros altos, a lo lejos, el sonido de los
carros, se camuflaba por entre los ladrillos, por entre las paredes; allí mismo
y del otro lado, los transeúntes caminaban fraguando sus propios sueños o rumiando
sus desventuras.
Y los extraviados
ojos, de los guerreros subyacían en la memoria primaria de las cosas y por
entre las agrietadas fibras de la conciencia, una voz intentaba emerger entre
los hombres; pero nada sucedía, fuera del cotidiano vivir y Amanda terminó sentada
en el catre; sobre un colchón duro, sobre una cosa inerte, que no obstante
proporcionaba descanso.
Después de una hora o
más, las dos mujeres entraron vestidas con sendas túnicas blancas y que contrastaban
con las paredes agrietadas y despintadas de esa piesucha.
Las manos se les
veían un poco moradas por el frío, ya que casi no hacía sol; no, nos dejaron
estirar las piernas; dijeron y se pusieron a caminar y a frotarse las manos
para sacarse el calor corporal, y ambas bebieron el resto de café caliente, que
quedaba en el termo.
De pronto Isadora exclamó,
¿oye Amanda y quién es ese Diego del qué hablas?; ¿ese es uno, al que debo entregarle
las hojas, cierto? Es mí mejor amigo, mí
hermano, digo yo, mí único. Y la otra, es Sara Lucía; ¡que bien! ¿Y qué hace tú
amigo?, él, estudia en la universidad, quizá lo conozcas; sí, pero la
universidad es tan grande.
Yo si lo conozco;
dijo Marta, ¡que hombre tan querido, es muy lindo! Vea, yo ya tan vieja y me fijo; eso no es tan
importante Marta, lo que vale es su forma de ser; apeló Isadora, ¿pero cuénteme
señorita Amanda?, debe de ser muy pretendido, ¿cuéntenos algo acerca de él?,
total, no sabemos que va a pasar con nosotros; no, él es un tipo serio, aunque
es obvió, qué muchas cuando lo descubren lo desean, pero hasta el momento y qué
yo sepa, su único y verdadero amor se llama Clara Inés.
Ante ese nombre temido
y amado, vibró el corazón de Isadora, que al instante palideció; ¿no, y ella qué
hace, estudia o que?, creo que sí, ¿y cómo es?, no, no la conozco en persona,
pero por lo qué Diego me ha contado es… ¡hay sí!, ¡ya!; creo que estudia algo así,
como ciencias humanas, pero, no, no recuerdo el área específica.
Isadora guardó silencio,
entonces Amanda habló, es ella, ¡claro!, tú eres la chica que tanto lo hizo
sufrir; ¿yo, porque? Porque me contó, qué
un día, las descubrió, ustedes ni siquiera se dieron cuenta, en la facultad de
química; ¿la facultad de química?, sí, era una tarde tempestuosa; de repente,
el recuerdo se alzó, sobre Isadora como una granizada.
Eran ustedes ¿cierto?
Sí, éramos nosotros; que bueno, esto es maravilloso ¿Qué, qué es lo qué le
parece tan maravilloso? Amanda, no respondió, entonces impaciente, Isadora
prosiguió; ¿dígame qué es lo qué le parece tan maravilloso?
Sí, sí miramos el
lado bueno de las cosas, nos damos cuenta, que tienen demasiadas cosas en común,
en especial, un gran amor ¡Ba! , Esa tal Clara Inés, es una persona indefinida,
dijo molesta Isadora. ¡Hay muchachas!, perdonen que me entrometa, pero yo no
diría tanto así.
Ante la arremetida de
Marta, Isadora expresó molesta, ¿saben qué?, dejémoslo así, dejémoslo así y se
fue y se encerró dentro del baño y lloró, lloró. Desde afuera, ellas escuchaban
sus sollozos; es mejor que no la molestemos, dijo Amanda con pesar.
En esos momentos,
allí afuera, la ventana dejó traspasar por sus hendijas, una canción que alguien
escuchaba en su radio, era algo así; ojala qué mí pobre alma, pudiera volar,
más allá, de todo lo imposible…
En un parque vecino,
dos hermanas jugaban a columpiarse; sus vestidos se veían traslucidos, era como
la magia.
Por igual sus
cabezas, quedaron hacía abajo, en una de esas vueltas en el aire y antes de
asumir de nuevo su posición normal; tan sólo fue una fracción de segundos, pero
se quedaron mirando el mundo en reversa.
Alguien, un
transeúnte cualquiera, que pasaba por allí, pudo también, mirar el silencioso
caer, de dos delicadísimas orquídeas, de un color lila pálido, que casi caían
como en cámara lenta; una seguida de la otra, pero sin tocar el suelo.
¿Le sucede algo Amanda?
Su tono parecía urgido, algo así, como cuando el pánico está a punto de
apoderarse de uno; está no respondió; ¿Qué mira, qué ve? ¡Dígamelo por favor!,
tranquila Marta, sólo veía, del otro lado del cristal, el acontecer, de una
realidad qué esta situada más allá de mí entendimiento.
Después de un corto silencio,
tachonado de asombros, le volvió a preguntar ¿es qué acaso, usted ve cosas? No,
que va, tan sólo ahora percibo, mejor siento; lo que quizás, para el sentido
común, no podría ser tangible. No entiendo; no, ya, no se preocupe Marta; lo
único que ocurre, es que a veces, hay que despojar a lo cotidiano de su
ilusión.
En estos momentos,
Isadora salió del baño y ambas centraron su atención en ella; ¡ven acércate!,
dijo Amanda y le proporcionó, un abrazo de hermana; ven, sentémonos en la cama;
¿sabes? hace tiempo, también yo amé mucho a un joven , ¿sí? ¡Claro! ; y digo ame, porque es mejor pensarlo así, que echarse a
llorar toda la vida, por lo que pudo ser y no fue.
Isadora se sonrío,
esta continuó; habría dado lo que fuera, por tenerlo conmigo, hasta habría cambiado
mí ciudad, por otra más pequeñita, pequeñita, hasta quizás habría dado la mitad
de mí vida, por volver a tener algo así como, la diminuta expansión de sus ojos
o el alegre gesto de su sonrisa, esa, que le surgía, cada vez que me veía; ¡a!,
y el extraño encanto de sus dientes de conejito, nada como eso.
Con infinita ternura,
Isadora la miró, a la vez que le preguntó; ¿tanto lo amas? sí, así es; yo
también pienso en Clara Inés, es un sentimiento parecido. Marta que de lejitos
las escuchaba, no se atrevía ni siquiera a suspirar y mucho menos a
recriminar las, tan sólo dijo, en fin muchachas; ya lo pasado, pasado.
Con un suspiro, subió
y bajo el pecho de Marta, yo si estuve muy enamorada de mí marido y ver ahora,
ya no lo tengo a mí lado; Amanda dijo, todo es pasado, pasado, porque el futuro
es una brizna de arena, es hasta quizás una tormenta en el desierto, en fin,
algo imposible de capturar. Después de un suspiro, repitió Sí, porque en un sólo segundo, viene un viento
poderoso e inexplicable y zúas se lleva todo.
Entonces Isadora, ya más
animada, repuso; yo digo que todo presente es futuro; en esos momentos la
puerta se abrió de improviso, la figura de Mauro, se dibujó en la penumbra y
medio se alcanzaba a ver apenas si, en la porción de luz, qué guardaba ese
pequeño aposento, sin embargo, retrocedió un poco hacía afuera y se quedó en un
espacio intermedio, en la entrada.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia