lunes, 28 de septiembre de 2020

La mamá Género novela Parte tres De cosas



La mamá 

Género novela 

Parte tres

De cosas

En ese tiempo, según el decir, de esta tiernísima mujer, mi madre; con la cual converso, de una década de existencia,  en este momento  del tiempo, de ciento un años y que cuando me mira; con toda franqueza y sinceridad, me asegura, que en ese entonces, había una niña. Una niña muy amada. ¿Y quién era? Continúa hablando, contándome, la niña que yo quería tanto, tanto, que no tenía mamá y tampoco papá, la que lloraba mucho, mucho; pero yo la aceptaba como era, a mí no me importaba que llorara. Y una mujer, una vecina me la regalo y me dijo ¿Usted quiere esta niña? Y yo le dije; si claro; si me la regala yo me quedo con ella. Si. sí, es a usted, si se la regalo; si es a otra persona no, y como la niña, me quería tanto, estaba de brazos y se mantenía más conmigo, que con ellos y no la querían, porque eran muy andariegos y la niña les estorbaba; era una mujer de tierra caliente, era delgadita, estaba joven, yo no sé quiénes eran ellos; pero yo creo que a ella, también le regalaron a la niña; digo yo, porque si hubiera sido hija de ella, no la habría regalado; pero sí; ella me dijo, que a ella también se la habían regalado ¿Está segura? Muy segura, segurísima ¿Y bueno quien era esa niña? Sin vacilar un solo segundo, me mira de frente y sus ojitos se clavan en mí; recuerdo mucho eso; es más, nunca los olvidaré, sin temor, con la conciencia clara y tranquila y me dice: usted es esa niña, es usted. Luego como lamentándose, afirma lo siguiente; pero no te quisiste quedar conmigo y te fuiste con esas mujeres ¿Cuáles mujeres? Esas mujeres de la tierra caliente. ¿Eran fulana y perana? Si, la Raivele y la mamá, la madre y la hija, ya estabas grandecita, caminador cita y te fuiste con ellas; porque ellas, te tuvieron un tiempo y luego te devolvieron, dizque porque llorabas mucho, pero yo si te quería de verdad. Pero te volvieron a traer, y después a lo que ya, te vieron conmigo en el pueblo, de la mano, me la querían quitar otra vez y así, a cada rato que nos veían y entonces, yo me la traje, para la casa y después me vine para Medellín, fue la única manera de librarme de esas mujeres.

De ser cierto eso, en realidad podría explicar muchas cosas, acerca del comportamiento de todos los demás hijos de ella hacia mí; siempre supe que estaba fuera de contexto, fuera del contexto familiar, siempre estuve de más y además que en esta familia, había unos hombres que jamás aceptaron a esta niña y nunca la quisieron.

Entonces entiendo que la casa de chambranas verdes, que quedaba también a la orilla de la carretera, muy cerquita a Oriusucio, era la casa de donde siempre tuve este recuerdo y por lo cual fue que hice el siguiente poema en prosa a esa mujer, que sin dudas era mi madre.

Eran las dulces horas matinales, dibujadas en suaves colores entre pálido y azul.

Si, era la hora en que la madre joven aún; se entregaba a los quehaceres.

Manos campesinas en sus haberes.

Desgranaba las mazorcas de maíz y con suavidad quitaba a su vez las cascaras a las redondas papas, pero su rostro de ojos grandes, se hallaba sumergido en un profundo dolor.

¡Ay de la madre! Que lejana y pensativa no levantaba los ojos de las talegas blancas, de los talegos de los costales. Sufría quizás un dolor indescriptible.

Si, eran las blondas horas de la mañana, verdes chambranas en un balcón de una casita humilde.

Casita orillada junto a una carretera transitada por carros lejanos y de sonoros ruidos.

Y una niña, una niñita descalza, jugueteaba de un lado para otro, con un vestidito o franelita de color blanco.

Gateaba ora allí, ora allá, rodeaba a la madre con sus balbuceos, esa niñita tenía menos de un año y la madre no la miraba, estaba tan absorta en su dolor.

¡Que de penas! ¡Que pesares hondos!

¿Qué de cosas le embargaban el pensamiento y le embargaban el alma?

Y las lágrimas rodaban, porque su pesar era tan hondo, tan hondo.

¿Lloraba la ausencia de un alguien amado?

Y la mañana avanzaba presurosa, presurosa hacia un inexorable medio día, y la madre sufría. ¿Por qué?

Y la niña chiquilina, chiquitica presentía, la intensa hondura del dolor que calcinaba a esa madre joven.

Y las chambranas eran verdes, pintadas de un dulce color, pero que daban la sensación de un algo lejano.

De un algo imperceptible quizá, si, de un algo que aún no se comprende, pero que está allí, al filo de la línea de los ojos, al filo de una garganta que está a punto de romperse y de estallarse contra el cristal de un cielo en solsticio.

¡Ah! Pero a la niña le gustaban las chambranas verdes, si, eran verdes como el fulgor del campo al atardecer y sin embargo dibujaban en su haber todos los colores de los sueños infantiles.

Eran verdes y la madre lejana y ausente y a su vez tan cercana, tan honda y triste.

Su rostro, bello, blanco…

Y esa niña ya sabía, sin saberlo que su mamá sufría, sufría…

Y de repente la niña en un dulce frenesí, llena de amor empieza a caminar a dar sus primeros pasitos ¡Que fulgor de solecito!

Y es entonces cuando la madre la mira, la ve y comienza a sonreír; si, feliz, muy feliz de que su nena tan pequeña, ha comenzado a caminar, a dar sus primeros pasitos.

Entonces la niña en su corazoncito se regocija, se regocija y sabe que de algún modo, ha ahuyentado a un negro fantasma.

Y eran las dulces horas matinales y la madre y la niña ¡Sonríen! ¡Sonríen!

Senderos inconmensurables de la vida.

Y esa niña, esa niña era yo.

Beatriz Elena Morales Estrada© Copyright

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