viernes, 26 de junio de 2015

CAPITULO V (5)LA ESPERA

                                               

                                          
                                                            CAPITULO V
                                                       

                                                             LA ESPERA

Esperó el hombre, que los días se trascurrieran, esperó impaciente, sin pensar en nada, sin preguntarse el  porque y el para que; pero es que el tiempo y el espacio son al parecer zonas inabarcables y bueno, querer avanzar un poco más allá de los hechos circunstanciales, de las accidentalidades que nos rodean, requiere de un pequeño esfuerzo de parte nuestra; esto para ver un poquitín más, sobre esas mismas cosas, sobre esos mismos hechos, es quizá el tratar de abarcar una segunda línea, para entender la esencia de la cual estamos formados y está formado el mundo, digo ¿no?
¿Y, y Antonio, quería eso? De niño, recordó con nostalgia, una vecina suya, a la que quizás debería haber querido, como a una hermana, su hermana menor; se hallaba jugando con un amiguito más grande que ella, que tan solo tenía cuatro añitos, y el amiguito ya tenía por hay unos dieciséis años; él venia de arrear unas vacas, y se sentó detrás de unas piedras grandes a descansar, ahí mismo en el potrero, de repente, escuchó unas voces.
Curioso se asomó, pero no se dejó ver; entonces, en ese momento, el chico le propuso algo a la niña; juguemos, venga tiéndase boca abajo; y la niña, que al fin y al cabo, era eso, tan sólo eso, le obedeció ; y Fabiano, que así se llamaba el muchacho, se arrodilló, le bajo los pantaloncitos, se quitó el mismo su pantalón; y al instante se montó encima del traserito de la niña; que impotente, lloraba llamando a su mamá; allí duro pegado, como una garrapata; pero Antonio, que tenía la misma edad del chico, o hasta quizás unos años más , se alejó indignado de la escena.
¿Es qué acaso, no hubiera podido hacer algo?, pero en lugar de eso, culpó a la niña; es más, se lo contó a los padres de esta;  ¡don Pedro, don Pedro!, cómo le parece, qué por allá arriba, en el potrero, está la hija suya, haciendo cochinadas con el Fabiano.
¿Cómo así? gritó doña Mara asustada, ¡ándate para donde esa culicagada, y tráemela ahora mismo, yo le doy fuete venteado! ; Don Pedro, hombre campesino, se apresuró a llegar al sitio, a donde Antonio le había indicado, ya que éste, ni siquiera quiso acompañarlo, pero al llegar, el hecho, ya se había consumado.
Al ver a su niña, sintió lastima por ella, la iba a tomar entre sus brazos, pero doña Mara, más rústica, y que se había ido detrás, la tomó de una manita; y se la llevó arrastrándola, para la casa y allí, la cogió y le dio ¡una tunda!; ¡tremendos fuetazos!; y luego la metió en una pieza oscura, como boca de lobo.
Antonio lo presenció todo, adentro la niña, lloraba sin que nadie la atendiera; por unos segundos, se preguntó; ¿Qué habrá sido de esa niña?, pero de inmediato se alejó de ese pensamiento; a decir verdad, no le importaba.
Antes de conocer a Libia, o sea más o menos unos cinco años atrás, se veía repuesto y hasta tenía nalgas, pero de un momento a otro, comenzó a adelgazar; de manera tal, que las gentes, que lo veían, pensaban que aguantaba hambre; ¡pero no, yo soy de muy buen comer! ; Les decía. Todo comenzó, cuando se quedaba a amanecer en la casa de ella, cuidándola de una operación, que le hicieron, y el marido de ésta, se hallaba de viaje; desde entonces la mujer, siempre le había estado dando contentillo.
Se había echado en el sofá, y al verlo de lejos, era como ver un tronco seco, puesto allí; aunque quizá no habría servido ni para encender una chimenea. De repente se levantó, lo único que le importaba era Libia; de modo que en esos momentos sonó el teléfono, pero para su decepción, era Amanda, preguntando por su madre; no le contestó y colgó el teléfono con rabia; entonces éste volvió a timbrar; y de nuevo escuchó la voz de Amanda, preguntando por su madre; y  Antonio respondió; ¡está perra hifueputa!  ¡Para qué tiene qué llamar aquí! y colgó con gran ira.
¿Por qué será qué, Libia no me ha llamado?; murmuró, había dejado su billetera, sobre una mesita, pero algo pareció dar unos visajes, se aproximó y hurgó dentro, entonces se acordó del pastor, y saco la tarjeta que contenía un nombre grabado en letras negras, Adrián Betancur.
Jugó con la tarjeta entre sus dedos, hasta que dijo; ¡odio tanto a esa mujer!, ¡que haría lo que fuera! ¡Lo qué fuera! ¡Con tal de que no volviera a está casa! ; Y entonces la tarjeta volvió a dar un visaje entre sus manos.
Tomó él teléfono y marcó el número asignado; pero lo que escuchó fue a un contestador; ésta es la casa del pastor Adrián Betancur; en estos momentos no me encuentro.
Incapaz de dejar el mensaje, Antonio colgó el auricular, no obstante, una hora más tarde, la llamada le fue devuelta, por una mujer, cuya voz, oscilaba entre los veintiocho o treinta años.
¡Buenas tardes!, ¡ésta usted hablando con la casa del pastor Adrián! ¿Y es qué, es para saber, si llamaron?; ya que su número aparece en mí contestador; ¡sí, como no, yo llame!, es que necesito hablar con el pastor; ¿y de parte de quién? No, dígale que de parte de Antonio; si espere; la mujer tapó el auricular, por unos segundos, pero de nuevo se la escuchó decir; un momento lo comunico.
¡Alo, hermano Antonio, cómo está!; dijo el pastor exagerando la voz; y sin dejar que esté, le respondiera; prosiguió, mire, yo he pensado, que nos podríamos ver mañana en la sede central. ¿Qué le parece? ¡No, l, l, l, lo que usted diga pastor! ¡No, no, déjeme ver!, ¿qué tal si usted mejor viene hasta mí casa?, ya que en mí despacho, podríamos conversar mejor; ¡c, c, c, c, como no pastor! ¡Desde que se trate de salvar a una oveja descarriada!…Anote pues, mí dirección; ¡cómo no pastor, lo que usted diga!
Al día siguiente, éste cumplió puntual su cita, le costo trabajo encontrar la ubicación, pero al fin lo hizo, después de desplazarse prácticamente por toda la ciudad; pues el pastor vivía al otro lado de ésta.
Al llegar oprimió el timbre y una mujer, lo recibió con amabilidad, era la esposa del pastor; tenía ésta muy buen aspecto, aunque era gruesa, un poco rolliza, y de piel clara, y unos ojillos de expresión muy viva; ¿es usted don Antonio?, sí, como no; bien pueda sígase, mí esposo lo esta esperando. Con un gesto, hizo que éste la siguiera, de modo que lo condujo por un pasillo, a un lujoso despacho, la puerta se hallaba entreabierta, ¡bien pueda sígase! ; Le dijo y se alejó.
Adrián se encontraba sentado, detrás de un amplio escritorio, mirando un extraño libro; entre, entre y cierre la puerta, dijo, sin siquiera mirarlo, pero después de unos minutos, que parecieron eternos, volvió a decir en un tono áspero; ¡siéntese hombre, qué está esperando! ; Como un perro regañado corrió a sentarse. Adrián ocultó el libro con rapidez, metiéndolo dentro de un cajón del escritorio, que cerró con llave.
¡Bueno hermano, vayamos adelante en la conversación!, Amanda ya lo sabemos, es una pervertida; he hablado con Darío, quien ha estado tratando de que se convierta a nuestro culto pero... En esos momentos, alguien tocó la puerta; los ojos de Adrián chisporrotearon, no obstante se contuvo. ¿Quién es? Yo maridito; empuja, está ajustada, ¿cuántas veces te he dicho, qué no molestes, cuando estoy ocupado? ; Lo sé, pero tan sólo, quería ofrecerles estos jugos, ¡esta bien déjalos hay, y vetee ya!
¿En qué íbamos?, así, esa mujer es obstinada y no quiere; ¡pero vea, eso si le digo! al decir esto, se levantó; sólo hay una forma de hacerla regresar a la normalidad; y, ¿y cuál es esa forma? ¿Esa forma?  De un extraño modo, el pastor soltó unas carcajadas, que hicieron que Antonio se pusiera arrosudo, pero al instante recordó que él, también lo deseaba, pero no se atrevía a mirarlo, sabía que estaba detrás a sus espaldas, y esto lo hacía sentir una sensación muy extraña.
¿Bueno, entonces?; dijo Adrián impaciente, porque a eso fue que usted vino, ¿a qué otra cosa si no?; al oírlo decir esto, Antonio se hundió en el asiento, sintiéndose empequeñecido; hundiose y era como si, el asiento se achiquitara  junto con él, era como una cosa, que es, y sin embargo no es; p, p, p, p, p, pero es que, explíquese pastor. ¿En realidad de qué sé trata?
El pastor tomó de nuevo asiento, y bebió del jugo preparado por Leticia; sírvase; Le dijo, mientras clavaba en éste, sus dos ojos, como de ave rapaz, lo miraba hay, en medio de los ojos, sobre la frente.
Con manos temblorosas Antonio cogió un vaso y bebió; afuera el sol derretía el cemento, y se deslizaba por entre las llantas y los tornillos desintegrándolo todo, el pastor intentó disimular por unos segundos, con un gesto amable; ¡hermano, hermano!; carraspeó, mientras sorbía más Jugo; ¿usted qué prefiere, ver a su hermana extraviada, perdida, en brazos de otra mujer o entregada a un hombre, siendo seducida y poseída por éste?
Antonio salivó; ¡a decir verdad, esa lesbiana, ya no me importa para nada! ; Pero si consigo que se vaya de la casa, mejor; así podre  estar libre, haciendo y deshaciendo; sin que esa mujer esté por hay, y con tal de no verla, lo que sea.
Sin embargo, respondió; pues en realidad, lo que ella tendría que estar haciendo; es ejercer su papel como mujer; ¡lo ve!, muy bien, esté es nuestro plan, usted deberá traerme una fotografía reciente de ella, no sé, cómo se la va a conseguir, pero hágalo.
¿Bueno y para qué la fotografía?;  ¡vea hombre!, es que yo conozco una mujer; ¿una mujer?; ¡chis, silenció!, no me interrumpa, es que ella practica cierto tipo de rituales, de invocaciones a espíritus; ¿no s, s, s, s, s, será más bien a los demonios?; ¡sí eso, eso es!; y estos se van para donde la persona a la que ella se los manda.
En el caso de Amanda y dadas las condiciones de ella, lo mejor es que el propio, el que los manda a ellos; vaya e intente poseerla; que vaya una y otra vez; y que le haga ver, como una mujer, no puede vivir sin la forma de un hombre.
Yo mismo incluso, me podría proyectar mentalmente sobre ella; ¿me entiende?  ¡N, n, n, no, p, p, pero, si usted lo dice! Antonio hizo un descanso y prosiguió; bueno escúcheme, una cosa pastor, ¿Pero eso siempre va a ser así? ¡No hombre!, será solo, mientras reflexiona, y al darse cuenta que un espíritu malo la persigue, entrara en pánico, necesitara ayuda y hay, es, donde entramos nosotros, ¿no le parece?
Antonio se retorció las manos y por un segundo pensó; ¿Pe, p, pero yo dónde me he metido? No obstante, tan sólo fue un pensamiento fugaz, una chispa de gas, que no fue suficiente para encender el fuego; entonces preguntó ¿Sabe el pastor Roberto Sánchez sobre estos rituales?
Pero, de tal forma, lo miró Adrián, que si hubiese tenido un saca corchos, le habría sacado los ojos; claro que en lugar de eso, se sonrió compungido; y volvió a ponerse de pie; entiendo Antonio, usted desconfía de mí; no, no me diga nada; será mejor que dejemos las cosas así; mí única intención era ayudarlo y ayudar a su hermana.
Pero tiene razón, el pastor Roberto, no sabe nada y no puede saberlo. ¿Por qué? porque él no lo entendería; sus métodos son diferentes a los míos ¿Me entiende? sus métodos son la predicación, la persuasión y si la persona no cede, pues... Hay los deja; asqueado Antonio recordó lo desagradable que le resultaba ver a dos mujeres besándose.
Espere, le traeré la fotografía y dígame, ¿Qué más tengo qué hacer?  ¡Así se habla hermano!, entonces mañana iremos a donde la mujer que le he comentado; pero antes prométame, ¿está usted dispuesto a hacer lo que yo le diga? S, s, s, s, sí, respondió con una lacónica, lacónica mirada; entonces Adrián se situó a sus Espaldas. Puso sus manos sobre el cabello de éste, de manera tal, que comenzó a sentir frío y unas ganas tremendas de dormirse; y también supo que estaría dispuesto a lo que fuera; con tal de tener el amor de Libia.



BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

Beatriz Elena reservados © Derechos  todos. 


                                            BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA 


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