lunes, 29 de junio de 2015

CAPITULO XLII (42) DE ILUMINACIONES; NI HABLAR






CAPITULO XLII
DE ILUMINACIONES; NI HABLAR


Pasadas las tres de la tarde, Leticia, volvió a sentir los efectos del alucinógeno y exclamaba con los ojos abiertos; obtusas conciencias, abigarradas de códigos y de falsos preceptos de ética y de moral y de cosas inventadas, hipócritas…y, entonces como siempre, la buena de Rosalía, limpiaba, el sudor de su frente, mirando, pendiente que por el pasillo no viniera nadie, dándole a oler agua mentolada, tomando nota de sus palabras y luego intentar descubrir su significado.
Después de unos segundos, Leticia paró de hablar y pareció sumergirse en un vacío fecundo; al cabo de una brevísima extensión del tiempo fraccionado, volvió con un susurro a decir; robó el poeta, los secretos de la noche, y ya en su furor, arrancó flores, siempre vivas, a la muerte.
Sí, porque cuando el día y la noche logran, por un segundo unirse, como en un fugaz y eterno encuentro, hay un lobo hambriento acechando por detrás; irritada Rosalía abrió la boca y exclamó; pero que cosas tan raras dice; la verdad es qué no le entiendo nada, tal parece qué estudio mucho  o son cosas de esté tiempo tan loco y yo, lo único que necesito saber ¿es si es usted, la dama copera de la noche?
¡Qué dama copera de la noche!, ¡ni qué ocho cuartos! ¿Qué cosas las qué dice usted Rosalía? ¡Bueno!, ¡bueno!, pero usted no se queda atrás. ¡Uf!, no, aguarde y se levantó como pudo, se dirigió al baño y vomitó, hasta quedar exangüe; ¿quiere qué le prepare algo, para qué se le quite el malestar?
No, esos menjurjes qué usted le echa a una, en las comidas, ¡Br!, ¡Br!, no quiero más de eso, y se pegó de la llave del lavamanos y bebió hasta cansarse, está costumbre, no la realizaba desde que era una niña, luego se sentó en la poltrona, con la toalla de secarse las manos.
¡A ver! , muéstreme lo qué alcanzó a escribir, ¡mire!, esto era lo qué usted decía, no, no, esto no lo pude haber dicho yo, ¡claro qué sí!, yo misma se lo escuché decir; bueno, ¡puede ser!, pero tampoco sé, lo qué esas palabras quieren decir, ¡en mí vida he manejado! , ¡Ese vocabulario tan raro!
No, aquí nos quedamos en las mismas;  dijo Rosalía bajando la cabeza, Leticia arguyó, ¡pero vea!, ¿si lo que pretendemos saber, es qué si, sé prendió el avispero, en torno a la abeja reina?, yo no soy la miel y para salvar mí pellejo, me voy de aquí, me largo, me escuchó Rosalía, me largo; ¡hay sí! , yo como qué, también me voy, porque, es qué esa gente, ya me esta comenzando a mirar todo raro, sobre todo, esa Irlanda.
Don Mauro, me dijo que iba a estar en el auditorio, pero nada, qué se ve por hay, y por lo demás, hace rato les dije, qué iba a salir a la tienda a comprar algo y no me dejaron;  ve qué bueno, qué hubiera podido salir, ¡claro!, habría aprovechado, para ir en busca de ayuda ¿bueno y qué le dijeron?, de aquí no puede salir usted, y yo les dije, pero si yo estoy acostumbrada a hacerlo; pero ya no, son ordenes del maestro ; ni modo; por ese lado es mejor no insistir; ¿hay no, entonces, qué vamos a hacer?
¿Y será qué, hay mucha gente allá afuera?, sí, eso revolotean de allí, para acá, otros están en el auditorio, preparándolo, para el ritual de está noche, y, a Adrián tampoco lo he visto, ¡pero usted tranquila doña Leticia!, se nos tiene que presentar alguna oportunidad; ¿pero cual?, vea ya, la hora qué es. Sí, yo también me estoy comenzando a preocupar.
No, pero hasta mejor, qué no estén por acá esos hombres; sí, pero por lo mismo, es qué digo qué las cosas, están un poco raras, tiene razón, nos han dado libertad para estar a solas y eso es extraño.
¿Sabe qué?; ¿sí doña Leticia?; que le estoy muy agradecida; ¿y eso porqué?; porque es qué, con esos menjurjes qué me dio; no sólo me abrió los ojos, sino qué también me cure; ¿se curó y qué tenía pues?, no, pues la cabeza y el cuello me dolían como un verriondo y además, era como toda tiesa y ahora ya, me puedo mover de lado a lado, mire; así, ¡eso veo! ; Sí, ya qué la tenía como el pescuezo de una gallina clueca.
Es cierto, y ya ahora, oigo el murmullo de las cosas en mí cabeza, el susurrar del sonido, el viento, incluso oigo, más allá, de lo qué se pueda percibir. De seguro, estaba así, por el estrés; ¡de seguro!
Entonces, las mejillas chupadas de Rosalía, adquirieron color, como si de repente algo, le hubiera hecho gritar ¡Eureka! y dijo, mirando hacía el cielo ¡Oh mí Dios!, haces sino crear y crear y haces qué toda materia fluya y fluya, hasta convertirse en espíritu 
¿Luego fue, qué usted también tomó de esos brebajes? No, pero acabo de sentir esa emoción aquí en mí corazón; aquí, mire, algo me movió y me hizo abrir la boca.         
Las horas trascurrieron sigilosas y apretadas, la constante zozobra de Leticia y de Rosalía hacía, que se asomaran a cada rato al pasillo, pero en cuanto escuchaban pasos y ruidos volvían a encerrarse; ¡no!, ya esta oscureciendo; vaya Rosalía, atrévase a salir y antes, me trae información, ¿para ver, qué es lo qué esta sucediendo?; bueno, pero si no regreso ligero, usted tiene qué arreglárselas sola y friegue a escaparse; sí, sí lo intentaré.
Procure, si es qué puede, pedir ayuda; ¡sí lo haré!; pero es qué, ni siquiera me dejan arrimar al teléfono, para mí qué algo se traman; ¿y eso? Ellos mismos lo quitaron hace unos días, poco después de qué me hicieron llamar a todas esas gentes qué iban a venir a la reunión, ¿eso fue antier no?  Sí.
En fin, vaya con prontitud y no se olvide de mí; salió con sigilo y un poco agitada, a ratos se tropezaba, y era de lo  nerviosa qué se sentía, y exclamaba; ¡hay Dios! qué salga bien todo, qué auxilies a doña Leticia, qué esas muchachas puedan salir libres, y qué nadie sospeche nada de mí; y ya casi, llegando al pasillo, que comunicaba con el auditorio, por poco y se tropieza con Sergio; ¿usted? ¡Fíjese! , por donde anda, ¡hombre! ¿Sergio?  Qué susto me dio. ¿Susto y eso porqué? ; ¿Acaso teme algo?, no, no; no; a bueno, ¡vea!, es qué a usted, la estaba buscando ¿Dónde se había metido?
Al decir esto, Sergio miraba hacía todos lados, recobrándose del susto, ella afirmó; pues cumpliendo ordenes, por un momento  pensó en irse y dejarlo allí; pero luego recapacitó; a lo mejor me puede informar sobre algo qué yo no sé; entonces reparó con detenimiento al hombre y le preguntó ¿pero usted porqué está así, cómo todo asustado? No es qué usted no sabe lo qué me paso; ¡camine! ¡Venga!, vayámonos para la cocina.
Se dirigieron hacía allí, a toda prisa y esté ladeaba la cabeza hacía los lados, como todo asustado, al llegar, Rosalía cerró la puerta, ¿bueno ahora si, cuénteme, qué es lo qué quiere?; no, es qué el maestro me tiene castigado, ¡no! , ¿Y ahora porqué?; no, no lo sé, he tratado de salir y no me dejan; ¡no ve!, ¿quién lo mando meterse en líos?
¿Pero sabe?, a mí tampoco, me han dejado salir; estoy muy asustada; ¿oiga pero y luego no, dizque el maestro lo perdono?; sí, pero ahora los escuché hablando de mí; no pude saber con certeza qué era, sólo sé, qué dijeron qué el maestro no iba a perdonarme, por haberle abierto la puerta a esa mujer y usted sabe como es él; me devolvió el mando, pero nunca se sabe, si luego, le va a cortar la cabeza a uno.
Sí, no; la cosa es jodida con esté maestro; pero usted, ha sido muy fiel con él; hasta puede que sean, sólo rumores; no sé, ahora me lo encontré y se limitó tan sólo a mirarme de un modo enigmático y escuché decir también, qué a lo mejor van a necesitar un hombre para sacrificarlo. ¿No; cómo así?
¿Y será qué sí, se referirían a usted?, pues no sé, es por eso, qué estoy medio preocupado; y no es para menos, bueno ¿y a todas estas, qué es lo qué cree, qué yo puedo hacer?, no lo sé, ¡pero ayúdeme!, ¡ayúdeme por favor! ; Por unos segundos pensó en contarle, que ella también, podría estar en peligro, pero se abstuvo de hacerlo.
¿Pero qué puedo hacer?, yo no puedo ayudarlo, ¡ayúdeme! tengo que escapar de aquí; ¿escarpar? ¿No, y es qué usted ya quiere qué me corten a mí también la cabeza? Entonces Sergio, comenzó a temblar y a llorar y hasta se postró en el suelo. ¡No quiero morir! ¡No quiero morir!
¡Tan gran dote y tan cobarde!, si no quiere morir ¿porqué participaba con tanto entusiasmo de las atrocidades qué se cometían aquí?; bueno, igual qué usted; igual qué usted Rosalía; ¡pues sí, no!
Pero al menos yo, no llegue a asesinar a nadie, ¿y porqué me pide ayuda?; porque usted es diferente a los otros; ¿diferente, cómo así?, que bobadas las que me dice, no son bobadas y Sergio berreaba como vaca a punto de dar a luz. ¡Ya cállese hombre!, vea que nos pueden oír, venga siéntese, siéntese en esa silla.
Diciendo esto, cogió Rosalía un limpión para que se secara; entreabrió la puerta y escuchó la voz de la gorda Irlanda; que gritaba exasperada; ¡muévase hombre! Chato, que ya casi es la hora y nada que me trae la mesa central.
Con la rapidez de un flash y con un movimiento que atropelló el aire, pero sin hacer ruido, está cerró la puerta de un sólo golpe. Miró y Sergio se encontraba ya más calmado; en una o dos horas el auditorio, va a estar mas repleto de lo que esta ahora; ¿Qué podemos hacer Sergio? No, a mí no se me ocurre nada; y si llamáramos a la policía; ¿Qué?, eso ni pensarlo, yo jamás traicionaría a mí maestro.
Con rabia está lo miró y le dijo; a bueno entonces friéguese mijo, porque yo no sé, como puedo ayudarlo y se alejó con resolución. No espere, espere; entonces está frenó en el acto.
Lo que pasa, es que por los disturbios que se ocasionaron ese día, el día del secuestro; Irlanda y yo nos metimos dentro de un hotel y tiramos severo polvo, mezclado con otras drogas; ¿qué hotel? uno de mala muerte; ¿usted e Irlanda tirando sexo?; sí, a esa vieja le gusta de todo, lo que sea, con tal de tener sexo.
Estábamos tan drogados, que no, nos dimos cuenta, que un policía de esos bachilleres, nos estaba siguiendo, ya que le parecimos sospechosos ¿y cómo le parece? que escucho, que estábamos hablando de esas mujeres; ¿de las qué secuestramos? Sí, eso creo, qué hablamos hasta del maestro.
¿Los escuchó y cómo? No, pues estaba hay, pegadito, detrás de la puerta y nosotros hablando en voz alta, de repente escuché un ruido y de una, abrí la puerta y hay mismo, lo pille infraganti y antes de que pudiera escapar, lo golpeé con fuerza y lo arrojé dentro de la habitación. Entre los dos y de manera salvaje lo aporreamos más y lo dejamos en mitad del suelo, no sabemos si  murió o no, porque salimos huyendo, sin pensar en nada.
¿Así que cometieron un atropello y además dejaron un cabo suelto?, bueno, qué bien; ¿qué bien? No, que, que  mala cosa es esa;  así es, pero no le vaya a decir esto al maestro; ¡por favor!, ¡por favor!; ¡hum!, ya veremos, dijo, pero por dentro pensó; este tipo, no es de fiar, y arguyó de nuevo; ¿vea hombre, qué hizo el celular qué usted tenía? No mana, lo vendí para meterme droga.
Ni modo, entonces vaya al cuarto de herramientas y vea a ver qué puede traer, algo que nos pueda servir; ¿como qué?; lo que sea, túnicas, qué se yo, manos a la obra, vaya rápido, nos vemos aquí en media hora; sí Rosalía.
Se colocó de pie, dispuesto a cumplir su cometido, todo, con tal de salvar su pellejo, ya iba saliendo, cuando ella le dijo; Sergio ¿qué?; contestó neurótico, no se deje pillar, de eso, depende que usted pueda escapar. La puerta se cerró y esperó, conteniendo la respiración unos segundos, a que este desapareciera en la penumbra.

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

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