miércoles, 24 de junio de 2015

DE SOLEDADES CAPITULO L (50)




                                               DEL OTRO LADO DE LA LUNA
Genero novela
                                                             CAPITULO L 50
               
                                                          DE SOLEDADES



Verónica, tú hijo tiene razón, al decirnos que ese capitán fue un mal intencionado, por hacernos ir tan lejos; bueno sus razones tendría ¿no creen? ¡Mamá por favor! ¡Ay bueno ya! si ustedes quisieron ir, hasta la cochinchina o hasta la luna, y no se tomaron la molestia de verificar; eso fue su problema.
Al fin, que eso ya paso Verónica; tienes razón Cecilia, ya no hablemos más acerca de eso, ¿porqué mejor? no nos preparas la comida mamá.Verónica, no lo pensó dos veces, antes de contestar, llevan ya dos largos meses en mí casa, viviendo a lo pacha, pero se acabó, a partir de este momento, no cuenten conmigo porque ya, no cocinaré más, soy mujer vieja y me he matado mucho, tienes razón Verónica, pero a ti, te consta, que yo, te ayudo en lo que puedo; ¿en lo qué puedes? Pero si te la pasas es, en la calle y cuando no, en frente del espejo. Entonces él, respondió, ¿en la calle?, ¡no mamá!, es, en las reuniones de la iglesia; bueno como sea, todo el que desee comer, que entre y haga su comida; ¡hay ya deja eso! tú sabes que Cecilia, es muy hacendosa y además escuchar hablar a los pastores, es mucho más importante, que hacer oficios.Hagan lo que les venga en gana, porque yo me voy, ¿y eso para dónde vas? Hoy tengo una invitación muy especial querido hijito; ¿Invitación tú? Está, miró la cara de su hijo y vio burla en la mueca de sus labios, pero respondió con tranquilidad; sí, así es Miguel, ¿Por qué se te hace tan raro?Un silencio de dos segundos, se aposentó de pronto, entonces, ella dijo; y ahora, si no, es más, con permiso; a la vez que se abría paso, por entre ellos; estos, se quedaron con la boca abierta, como intentando comprender, lo que estaba pasando.Y sin darse cuenta, Verónica movió con armonía sus caderas y al hacerlo flores, de siempre viva, volvieron a aparecer en el ambiente.Al pasar por la sala, recogió del perchero su abrigo de color negro y Antonio y Jonatán, que estaban acostados viendo la televisión, la telenovela del momento, voltearon a mirarla extrañados, antes de cerrar la puerta de la calle, volteó a mirar y dijo, girando con gracia su cabeza, ¡A! y no me esperen; es probable que no regrese está noche.Al salir, sintió la brisa helada, golpearla en el rostro, cogió el abrigo, que llevaba, sobre su brazo derecho y se lo colocó; un instante se detuvo, sin mirar hacía atrás y luego avanzó sin rumbo; casi, eran las seis de la tarde.Alguna vez en su juventud, había tenido una amiga, muy querida; la había conocido en la universidad y en su compañía solían leer algunos versos, en especial recordaba uno de literatura antigua.De esa época, era lo único que le quedaba; lo recordó en el acto, “¿Qué camino tomar en la vida? Asuntos y disputas aburridas hay en el foro; en la casa inquietud; fatigas sin fin en el campo y terrores en el mar; temerás si tenéis necesidad de algo en tierra extranjera. ¿Eres pobre? es un gran mal, ¿eres casado? Es una vida de perros, penas, ¿no quieres tomar esposo? Vivirás todavía más solo. Dolores son los hijos; pero sin ellos no hay más vida; la juventud es necedad y la vejez cansancio; de las dos cosas una por lo tanto, una podría elegirse; o no haber nacido o bien morir apenas nacido” .Con la cabeza inclinada, Verónica caminaba ahora, rumiando para si, parecía ahora, una antigua joven, a la que, se le salía el pensar, por todos los poros.¿Cómo era qué se llamaba, el autor de estos poemas?, a sí, ya sé, Posidipo, sí; y apretó los puños, en señal de alegría, aún conservo, buena la memoria. Pero después de avanzar unos cuantos pasos, su cara se ensombreció, y yo, yo Verónica, renuncié a la universidad, para casarme, sin darse cuenta, tropezó con alguien, sin duda, un sujeto mal encarado; vieja loca, fíjese por donde camina, el hombre se alejó renegando.Quería tener hijos, hijos, se dijo sollozando y camino, camino, sin detenerse; al fin exhausta, se sentó en un parque, en una banca, que estaba alejada un poco de la calle, todo estaba vacío y solo, a esa hora, sólo se veía a uno que otro hombre, vagabundear en compañía, de un perro flaco y huesudo, cabizbajo y hasta triste.Entonces miró al mundo, como no lo había hecho, en mucho tiempo, se sintió sola, era como sí alguien, la hubiese puesto allí y la hubiera dejado tirada, sentía que no tenía ningún propósito en la vida; entonces lloró, lloró y lloró como nunca.Sentada en esa banca y en solitario, con su abrigo puesto, y su cartera negra; su cabello plateado, su silueta delgada, la cabeza escondida, entre sus manos y el sonido de sus gemidos, ensordeciendo al mundo; que maldecía, por tanto ruido afuera.





Se quedó hay, mientras el destino, entretejía las agrietadas cosas de la vida; hasta que al fin, ella y las cosas y hasta el aire frío, que le penetraban la piel, dejaron de estar dispersos y todo pareció reunirse, fue tanto así, que no sintió repulsa, ni por el mendigo, ni por su andrajoso perro, que humilde y cariñoso meneaba su cola y lo seguía.El hombre, ignorando a la noche, cantaba; en todas partes, hay ropa tendida y trabajadores y casas desocupadas y ocupadas y la mesa puesta y ausencias prolongadas y seres resentidos, que odian el amor y a los que se aman, seres amargados. Pero el universo, no separa a los amantes, a los que de verdad se aman y luchan por su amor; en todas partes hay seres que lloran y tristezas nunca conocidas…Ni presentidas. Y se sentó a su lado. De repente, el corazón que palpitaba, en medio de su pecho, la hizo exhalar un suspiro y levantó su cara empapada y al hacerlo, un aviso fluorescente, le encandiló los ojos y se restregó, con los nudillos de los dedos y al instante, se le aparecieron unas esferillas de colores.Sacó el pañuelo y se secó con más delicadeza, estaba muy oscuro y la atmósfera, parecía estar cargada, y unas nubes oscuras, eran traídas por el viento.Parece que va a llover y yo, a esa casa, no quiero volver, no, al menos por está noche, entonces se acordó, de Sara Lucía y de Diego y buscó los teléfonos de ambos, en el pequeño celular, que Natalia le había obsequiado. Y el mendigo que estaba a su lado, seguía cantando. He estado en los escenarios de las escuelas, de los colegios, de las barriadas, he sido el centro de las miradas y he sido el olvido de los olvidos, he sido objeto, de las burlas y del desprecio y hasta del odio.Yo soy la mujer y el hombre, el mendigo de los mendigos, he sido la nada, la nauseabunda muerte, he sido todo y nada; el motivo de sus disputas y la llama que incita sus intrigas, la rareza y la vergüenza, de quienes, se decían ser, mis parientes más cercanos, he sido objeto, del encono más árido y por lo cual, he recibido escupitajos y al final, todos creían pisotearme y pisotearme.Esos muchachos son muy familiares, si llamo a uno de los dos, con eso quizá tenga acceso a ambos; miró y descubrió, al mendigo, que estaba a su lado, recién, se daba cuenta de su presencia, esté le sonrió y ella también lo hizo. Marcó su celular, pero no tenía minutos, así que, se puso de pié y buscó un teléfono de cabina.Por suerte, había uno, en la esquina del parque; marcó y del otro lado contestó Diego, cuando ella se identificó, le respondió con efusión; ¿por Dios es usted, Verónica?Diego hijo, necesito hablar contigo; ¡pero por supuesto!, ¿se escucha cómo si estuviera sollozando?; no, no, es nada, ¿en dónde está? No lo sé; ¿quiere qué vaya por usted? Quisiera, pero no sé, en que lugar me encuentro; ¿tiene con qué anotar?; sí, sí, aguarda; pi, pi, resonó, con insistencia el teléfono, con afán buscó una moneda y la introdujo por la ranura.Nerviosa buscó en su bolso y por fin, encontró con que anotar; pero no tenía papel; así que, una mano le paso una hojita en blanco; una vez, la hubo anotado, Diego le dijo, tomé un taxi por favor, pero el teléfono, se cortó al instante.Menos mal, alcancé a anotar, porque ya, no tenía más monedas; se dirigió con rapidez, hacía la avenida, pero antes de llegar y tan sólo a unos pasos de está, se detuvo, porque se sintió cansada y fatigada; había olvidado, que ya no soy una joven cita; pensó, buscó una pared, o algo, de donde sostenerse, pero no encontró nada.Fue cuando de nuevo, vio al mendigo, que le ofreció su brazo; quiso rechazarlo, pero, sin saber porque, no se atrevió a hacerlo, puso su mano en el brazo del hombre, y por un instante descansó, apoyándose. Luego se alejó, despacio, y en esos momentos bajaba un taxi, le puso la mano y el carro paró; ¿por favor me lleva a está dirección? ; Sí, con gusto señora, abrió la puerta trasera y puso su pié derecho, para subirse, pero se detuvo y volvió a bajarse, ¡espéreme un instante por favor!; sí señora.Se devolvió, hacía donde estaba el Mendigo, se quedó mirándolo y algo vio en sus ojos, que le recordó a alguien, ¿pero a quién?, tenía puesto sobre su cuerpo, tan sólo, una raída camisa y un delgado pantalón. Ella al verlo así; se quitó el abrigo y se lo entregó, al hacerlo, Verónica, lo miró con tanta ternura y gratitud que, hasta el escuálido perro, meneó la cola y olfateó el aire con alegría. Gracias; dijo ella, él sonrió, y está se devolvió para subirse al taxi; por unos instantes, el perro y su amo, la miraron partir y ya luego, ambos, volvieron a clavar su vista en el suelo.¡Vamos Huesos! ; dijo el hombre, colocándose el abrigo, y al hacerlo, una densa bruma, los envolvió y casi como espectros solitarios o como seres surgidos del sueño, desaparecieron y se perdieron en medio del parque.

                                                                               
BEATRIZ  ELENA MORALES ESTRADA
 RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     


[1] Versos de la Literatura antigua; cuyo autor es Posidipo; Raffaele Cantarella; La literatura griega de la época helenística e imperial; (Losada editorial) Capítulo VI, pagina 105.

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