lunes, 29 de junio de 2015

CAPITULO XLI (41) EL PERSONAJE







                                                             CAPITULO  XLI
                                                                      (41)
                                                                    
                                                            EL PERSONAJE



Esté personaje, que parecía salido de algún lugar oculto, y qué vestía de negro, dejó caer sus ojos hacía un lado y con voz cavernosa se dirigió en especial a ella. Al encontrarse con esa mirada ladeada, las mujeres se estremecieron y al ver, como la mirada de Amanda, lo recorría, el oscuro parpadeó.
Pero con una frialdad inimaginable, murmuró en voz alta; ¡bienvenidas! ¡bienvenidas! Marta rezongó,  ¡Ji, ji que risa! , ¿Cómo será eso?; claro,  que no para usted, pues todo el que traiciona tiene su paga; ¿paga? su paga, la tendrá usted que es el peor de todos, haciendo caso omiso, Mauro se dirigió a las otras mujeres ¿y ustedes qué dicen?
¿Debo acaso llamarlo Adrián?; dijo Amanda en un tono de ironía; ¡por supuesto! me encanta que me llame así, además, el dueño de esté cuerpo, no es otro que Casimiro, mí antiguo servidor, aunque es obvió, que estos cuerpos débiles no me sirven de a mucho, ¡hum! gestualiso Amanda; más Isadora le preguntó  ¿diga por qué nos tiene retenidas?, eso no es justo, aseveró; ¡tiene qué dejarnos salir de aquí! ordenó.
Esté no respondió de inmediato, sino, que la miró con el rabillo del ojo; bueno las dejaría, sí, tal vez ustedes llegaran a algún acuerdo conmigo y si lo  aceptan; esté lugar vendría a ser como un albergue para ustedes, podrían entrar y salir a la hora qué lo desearan; al decir esto, miró con sorna a Amanda.
Está  se adelantó unos pasos y le dijo; pequeño es el albergue del que nada tiene, del que nada es, tan sólo un escuálido y mortuorio rostro lo sustenta, un estéril e infecundo olor lo trastoca y sólo un agua negra y sucia destila por su interior.
Voltearon sorprendidas, Marta e Isadora para mirarla y en silencio se quedó el sombreado, por unos segundos y con tono amenazante dijo; se lo que eres, una depravada, te has negado a la procreación y has invertido tú sexualidad.
¿Y? respondió ella; por eso, mí ira y mí castigo caerán sobre ti; ¡que ridículo hombre!, gritó exaltada Isadora; pero Amanda prosiguió; ¿así, y quién te crees qué eres para castigarme, dilo, diloo?, colocando en está ultima entonación, más fuerza de lo usual y fue tanta la intensidad de su respuesta, qué los sonidos crecieron y ascendían coléricos, ni la música callada, ni la voz del silencio, pudieron permanecer insinuados, porque todo descendía y ascendía.
Entonces, Marta pareció vibrar presa de una intensa emoción y gritó; ¡que viva la música y qué se acreciente tú furor, crece, crece!  Y es qué por extraño, qué parezca; Marta vio y escuchó, en un sólo destello, la fuerza centrada en el corazón de Amanda; la oleada de viento qué pega duro en el rostro, la hondonada de un mar precipitándose, como un despliegue de alas, de muchas alas.
Yo soy; dijo el ente, ardido de resentimiento; yo soy el qué soy, el qué hago lo qué quiero y cuando quiero, y hago qué los hombres se consuman de la envidia y disfruto como nunca, cuando pongo a los unos en contra de los otros y yo soy quien fundara mí reino en esté mundo.
Dirás el qué eras, porque ya no eres nada y ardió candela en sus ojos, al escucharla y dijo; yo aborrezco a Dios y ocuparé su trono.
Ella lo miró con fijeza, por unos segundos y dijo; ¡no, tú no eres nadie! , tan sólo eres un pobre diablito, que no creció nunca; y eso, movió las cuencas de su ojos y las ventanas se rompieron y ella continuó; tú eres, tan sólo un pobre tirano, qué nada tienes y por eso jalonas a los demás, a los hombres, a una caída, en la cual se estrellaran al final.
Rugió, desde su vacío pecho y apenas si se contenía y todo se movió bajo de los píes y sin vacilación está prosiguió; les fabricas ilusorios mundos a esos obcecados tontos que te los creen. ¡A! yo sólo muevo, lo qué está en los corazones y hago qué se revuelquen en su propio fango.
¡Mientes! y aunque sé, qué hay en algunos de ellos, tanta maldad como la tuya, a los más, tú los engañas, de modo tal qué caminan hacía ti, como borregos. ¡Ja, Ja, Ja! la victoria será mía,  al final.

Ella se cruzó de brazos y un vientecillo suave le acarició los cabellos y sus ojos destellaron alegres, y dijo; estas, en tú  frustrada ambición, más ciego que nunca y el poder que medio tienes, te ha hecho quedar rezagado como el judío errante.
¡A!, ¡yo soy el que soy! ; No, tú no eres, ¿te olvidas qué estas muerto? tan sólo andas al acecho y eres en tú venganza, el que busca victimas para inyectarles tú veneno, ese  que destila, de tú ponzoñosa herida.
Mientras está hablaba, la cara de Mauro se demudaba y desaparecía y en su lugar, algo horripilante, no humano aparecía; a ratos los ojos de Adrián fulguraban dentro de él.
Sin embargo, con una serenidad calculada y una aparente sonrisilla, le dijo, atiende lo que voy a decirte y quizás, sí aceptaras mí propuesta y decidieras convertirte en mí aliada, el mundo seria tuyo y mío, nuestro, los hombres todos vendrían a postrarse a nuestros píes.
¡Ba!, no quiero escucharte y es que no quiero habitar la larga fila de devastados mundos, que has inventado y además, no quiero estar a merced de tú cadavérica codicia, no digo alma, porque no la tienes, ¡ay! ¡Pero yo sé! , qué alguna qué otra vez y aunque sea por unos segundos, has llorado recordando, la corona de espinas que hiciste colocar en su cabeza.
¡Nooooo!; dijo tapándose los oídos; ojalá y el remordimiento te consumiera en verdad; ya no hubo más diálogo, por un instante, pareciera que todo fuera a quedarse así.
Sin embargo Mauro, volvió a aparecer; puedes tenerlo todo, todo, a tus píes, el mundo y ser más que una reina, incluso las mujeres, los tesoros y todo el dinero, o lo que pidieres, eso se te dará.
¡A!, ¡sólo eso!, es demasiado poco para mí. ¿Cómo? Sí.  ¡Como lo oyes!  ya lo tengo todo y por lo demás, de ti, no quiero nada, porque muerto, está esté mundo y muerto tú; tú olor a sepultura apesta, mírate, no eres más qué una ínfima granilla del desierto.
Conteniendo su vaho hasta cierto punto, Adrián que aparecía por instantes, bajo una forma simiesca, prosiguió, pero temblaba de la ira;  eso lo dices porque no has conocido mí dulzor, no tienes, ni siquiera que acostarte conmigo, sólo elige, elige, te doy lo qué quieras, ¡pero vaya! que condescendiente, te enseñare a poseer sus almas y como robarles la fuerza viril a ellos; ¿sexo, sexo, es eso?; no, es más, mucho más.
Ella bostezó, ¡Ba!, me aburres, te dije que ya lo tengo todo, ¿todo? Sí, ¡claro que sí!  Él es mí joyita y tomo y bebo de su delicado amor y escucho su voz, cuando me llama y nada, nada se compara a ese momento, cuando me llama y me dice, ¡ven! ¡Ven a mí!, sí;  eres mí joyita , toma y bebe y come de mis delicados pastos y de mis exquisitas flores y entonces, me perfuma el cuerpo y me lo cubre de delicadas esencias, tan deleitoso es su amor, tan incomparable; es él, mí único tesoro, mí joya más preciada.
¡A! , pero cometes pecado, por estar con una mujer y no con un hombre, yo, yo te acuso ante él; hace rato te dije que me aburrías; respóndeme, tú, no eres más, que una pervertida; no, soy un alma y tú lo sabes, no, tú eres...  No, el amor dentro de su amor, jamás será pecado. Amanda pensó,  también en aquel muchacho que amaba.
Sobre la cama de catre, Marta e Isadora yacían desmadejadas y un frío sepulcral penetraba todo el aposento, tan sólo una luz que provenía, en apariencia del techo, hacía abajo, formaba un ángulo entre la mitad de la puerta hacía adentro, en medio de ambos; cayendo directo sobre el suelo.
De repente, un ruido de ropajes, se escuchó, como si el sonido de una túnica se desplegara entre los dos y como si una espada rompiera el aire. El oscuro retrocedió entonces y dijo; ya nos veremos de nuevo, al final todos terminan haciendo lo que yo quiero. Vete, ¡total! Dios, aborrece a los tiranos y al final toda tiranía, tendrá que desaparecer.
El alma del hombre, es monstruosa y se halla divida, partida en dos y puedo obligarte a hacer, lo que yo quiera; no puedes obligarme a hacer lo que yo no quiero.
Entonces con precipìtud, eso, se alejó y la puerta se cerró a sus espaldas y toda frialdad se quitó de la piel y como por arte de magia todo se disipó.
Con prontitud, se arrodilló y gritó, ¡Dios mío!, ¡Dios mío!, todo te lo debo a ti, todo; te doy las gracias. Al instante se levantó y tomó el rostro de Marta y lo palmoteó con suavidad y lo mismo hizo con Isadora, poco a poco las dos fueron recobrando la lucidez.
¿Y ese tal Mauro?  ¿Ya se fue? No, pues cuanto hace; ¿y cómo es qué nosotros nos quedamos dormidas?, sin duda, debió de ser el cansancio; lo más seguro, dijo Marta, todavía bostezando; ¿cierto?, ¡qué sueño tan tenaz! , no me acuerdo de nada, lo único qué recuerdo, es qué ese hombre, si es muy feo; arguyó Isadora, y ese olor tan hediondo, ¡avemaría qué cosa tan horrible!, pero yo a ese tal Mauro, ni siquiera lo conocía, terminó diciendo Marta, riese,  entonces Amanda.
Amanda, se sentó en el borde de la cama y se quedó en silencio; ¿luces cansada?, ¡sí así es!, ¿y dime en qué piensas?; no, Isadora, pensaba en que toda tentación, se da en relación, a un destino específico, ¿crees en el destino?
Amanda, se recostó de lado, en la cama y se colocó las manos debajo de la cabeza, apoyándose sobre las mejillas y respondió; pues no sé, no lo sé; sólo sé, qué hay un algo específico, qué se tiene que cumplir.
El sol Lucia ahora, esparcido sobre los cielos y una qué otra nube lo adornaba, algunas aves volaban, sobre las copas de los árboles y también más qué aves; los edificios sobresalían como estigmas de un absurdo devenir.
No obstante, el tiempo, los edificios; esos rascacielos no muy altos, recordaban algo que subyacía antiguo, era el recuerdo quizás de las cuevas; dentro de las cuales nuestros antepasados, pasaban largas horas acurrucados, viendo desplazarse su mundo, negarse y avanzar; ahora, deshelándose por el calor.
Tal vez miraban como sus utensilios y sus herramientas, sus cosas, sus objetos se dislocaban; se mudaban cada vez más, en otras formas más versátiles, más complicadas, pero también, como si la extensión de sus manos se prolongara anchurosa y fecunda.
  
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA


 RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

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