lunes, 29 de junio de 2015

CAPITULO XLIII (43) LA DESESPERACIÓN




CAPITULO  XLIII  (43)
LA DESESPERACIÓN

En el mismo instante, Marta e Isadora sentían un imperioso deseo de salir corriendo, una desesperación se adentraba en sus cuerpos, en sus entrañas, en sus estómagos, como un veneno corrosivo que en lugar de avivarlas las turbaba, al mismo tiempo, un desasosiego las llenaba de ansiedad y les resquebrajaba la garganta.
Marta sacó la bol sita y le dio un tris a Isadora, miró hacía donde estaba la otra y ella, se hallaba sentada en el baldosín, con la cabeza apretada contra sus piernas, que tenía recogidas y el rostro de cara al suelo, por entre el ángulo que formaba su cuerpo.
Tenga, es necesario que pruebe un poco, eso la mantendrá despierta, ella medio levantó la cabeza y con un movimiento leve;  dio a entender que no; tome, vea que en cualquier momento van a entrar por esa puerta, no quiero, no lo probaré, no me insista.
¿Es que no se da cuenta, que necesitamos estar despiertas?, lo sé, pero no lo probaré; Marta la miró angustiada; descuide, estaré despierta, con la ayuda de Dios, ya lo vera; recíbame por favor, con resolución Amanda se puso de pié; ya le dije que no,  y es mejor que guarde eso porque ya vienen para acá.
Marta quiso replicar, pero Amanda fulguró; ¡que lo guarde! ; sorprendida lo escondió y en ese momento, apareció Irlanda, acompañada de un fortachón, traían trozos de carne frita y unas gaseosas.
Tomen, les trajimos comida, para que luego no digan, que no las tratamos bien. Al decir esto, se dio un cruce de miradas, entre los servidores del mal.
Comeremos en cuanto se vayan; dijo Isadora,  presa de una fuerza efervescente; ¡no!, ¡comerán ahora!, delante de nosotros; dijo imperiosa la gorda de Irlanda.
Con sus ojos púrpura, ahora dilatados, Marta instó a Isadora a que obedeciera, de mala gana, está dijo; tomaré tan sólo la gaseosa; Amanda no se movió, el hombre dijo, haber usted, ¿porqué no se mueve?, mientras avanzaba con violencia; tiene que comer; no, no lo haré y si van a obligarme, prefiero morir ahora mismo y no más tarde.
Preso de ira, dispuso su brazo, para golpearla, pero Irlanda lo detuvo; detente, el maestro nos ordenó no tocarla, es su adquisición, le pertenece, al escucharla, apenas si, pudo contenerse, y es que el sólo hecho, de nombrar al maestro, hacia que estos titubearan; ¡eso es cosa jodida!, aclaró la Irlanda, cualquier desobediencia, ya sabes que la pagaremos caro.
¡Ya tranquilízate hombre! , a la noche, nos vamos a poder divertir de lo lindo. Amanda sopesó la situación y dijo; un puñado de muchedumbres rotas y atropelladas, seres extraviados, son los que vendrán a celebrar el rictus de su propia muerte y de sus obscenidades.
En cierto; dijo Irlanda; y no sabes las ganas, que yo te tengo; lo sé, pero no tendrás ese placer, porque de la misma manera, que corren híbridos y ciegos a los estadios y a los actos masivos, serán devorados como presas por el lobo feroz, por el engañador y por los falsos profetas.
¡Ja, Ja, Ja!, rió con maldad Irlanda; haciendo caso omiso, Amanda continuó; pero, serán ustedes presas, de su propia insensatez y de su imprudencia.
Corremos detrás de quien, nos ha prometido el poder, poder es lo que queremos; dijeron los dos al mismo tiempo; ¿poder?, pobres, pues no saben, en verdad, que es el poder; no lo sabemos, pero que importa, lo disfrutamos, lo que sea, armas, hombres, mujeres, sexo. Y aplicamos el viejo adagio, “comamos y bebamos que mañana moriremos”[1]. Con la boca casi abierta de par en par, Isadora y Marta observaban; ¡que sed!; dijo Isadora y de inmediato se bebió la gaseosa; no, dijo Marta; el líquido azucarado no quita la sed; complacidos Irlanda y su gorila la miraron; beban, que luego les traeremos más; le dije que tomara, no, que se atropellara a beberse  eso; dijo a regañadientes Marta.
Ellos salieron y entonces Isadora, se dirigió al baño, mientras decía; lo hice, porque ya no resistía más, la presencia de esas gentes y como mujer preñada, se dirigió al baño, para trasbocar, pero no pudo hacerlo.
Amanda se sentó de nuevo en el suelo, recostada a la pared, en la posición anterior; casi desfallecida, Marta se dejó caer a su lado y con cariño y pesar acarició el cabello de Amanda, ella dijo casi sollozando; no atino a pensar, ¿cuál será el destino de estas pobres gentes?; ¿porqué lo dice? porque como, becerros o como ovejas descarriadas van al matadero.
Ellos se lo buscaron; sí, puede ser, lamiendo la negra sangre, que a su paso, la bestia deja, un agua seca y podrida, es la que beben estos. Ovejas que van al matadero, somos nosotros, tenemos que salir de aquí; dijo Isadora, riendo como presa de una extraña locura.
Lo que ha de ser, será; dijo Amanda, nada podemos hacer por ahora; ¿no tiene miedo de morir? Preguntó Marta; sí, miedo sí. Isadora se acostó en el catre, con las manos sobre su pecho y decía; ¿Dónde estamos ahora, en qué punto del espacio andamos? ¡Oh Dios!, nos hallamos sumergidas, en la infinitud de una noche cósmica y errantes alrededor del sol, nos abrazamos y nos consumimos como fuego.
¿En dónde ya, la lejana constelación de Andrómeda y el eterno amor fulgurando?
Mientras tanto Leticia, en la habitación de Adrián, veía avanzar las horas y al ver que no venia Rosalía; llena de ansiedad, buscó el líquido inflamable, que esta le había llevado y lo tomó, entonces destapó el retrato de Adrián, pero no fue capaz de mirarlo y un hedor de muerte se le esparció por la yema de los dedos con sólo tocarlo.
Se apartó temblorosa y lo roció con un poco del líquido, y en ese momento escuchó unos pasos, precipitarse del techo hacía el suelo; ahí mismo, en el pasillo, fue tanto el susto, que casi deja caer, lo que tenía en las manos, sabía que ese ruido provenía del pasillo; pero se dijo; aunque así sea; por el altísimo, que yo salgo, porque salgo, aquí no me quedo.
Todavía, con el tarro en las manos salió como pudo, aunque se tambaleó un poco, presa del nerviosismo y al llegar al auditorio, camino en puntillas intentando no hacer ruido, se atrevió a entreabrir las cortinas y alcanzó a ver a algunos que se encontraban alrededor de un altar que habían construido, todo estaba en penumbra y no distinguió a nadie, aunque logró ver una figura enhiesta, no pudo saber, a ciencia cierta, de que se trataba.
Con temor volvió a cerrar los pliegues de las gruesas cortinas y miró hacía todos lados, indecisa, sin saber hacía que lado correr. Haber, ¿hacía qué lado, queda la sala? Sí, los baños y las piezas donde están las mujeres,   es para allá y ya derecho se encuentra la salida.
Pero debe de estar muy custodiada, por instinto, miró hacía atrás, al finalizar el pasillo; vio que una puerta de color opaco como la pared, medio se dibujaba.
¡A caramba!, yo porque no la había visto, de inmediato se dirigió hacía allí y al llegar la empujó con sumo cuidado; la puerta cedió y al hacerlo un chirrido metálico resonó, lastimándole los  oídos.
Con el corazón palpitando, se adentró y vio algo que le puso el rostro demudado; un féretro destapado con un cuerpo dentro y rodeado de algunos candelabros que contenían cirios encendidos.
A punto de salir corriendo; gritó, un muerto, están velando un muerto; pero al instante se tapó la boca para no gritar más. Pudo más la curiosidad, una rápida mirada le indicó, que la habitación estaba sola y las sombras que formaban los candelabros contra la pared daban figuras siniestras y amenazantes.
Esta no es conmigo; pensó y un grito agudo salió de su pecho, pero reprimiendo al máximo su terror, se apretó la boca con las manos; entonces sintió el peso de la botella que llevaba.
Eso hizo que se sintiera un poco envalentonada y se acercó al féretro, ya que quiso mirar el rostro del desdichado y que  sorpresa se llevo; pero si esté es Adrián. Casi metió su cara dentro y lo observó con atención; sí, esté es mí marido, el verdadero y cuán distinto al del retrato y al hombre de la noche anterior.
Luce tan desamparado, ¿pero qué hace aquí? ¿Estará muerto? con una de sus manos, se apoyo al borde del ataúd y con el otro sostenía la botella, sin percatarse del peligro. Casi pegó su cara, al rostro de Adrián y sintió el sonido de una respiración lenta, pero a un buen ritmo cardíaco.
Está dormido y está vivo; se dijo; ¡Adrián!, ¡Adrián!, pero de nuevo volvió a sentir el ruido sigiloso de una sombra que rodeaba el pasillo.
Se apartó del féretro y se quiso esconder en algún lado, pero al recostarse en una de las paredes está cedió y Leticia, de una manera inesperada, se vio en un sótano; Hacía un frío intenso, contuvo la respiración y se vio de bruces en el suelo y se quedó entumecida por unos segundos, no supo cuanto tiempo trascurrió desde que cayó allí.
Poco a poco sus ojos, se acostumbraron a la oscuridad, un olor a humedad, a viejo, penetró sus narices, como pudo, se levantó haciendo un esfuerzo por agilizar su peso corporal.
De nuevo sintió la sensación de un alguien que la perseguía; algo tenebroso se hallaba detrás, a sus espaldas.
Y ella se sintió desfallecer, la presencia se hizo tan fuerte, tan tangible, que hasta la podía presentir, jadeando y entonces, algo tocó sus hombros, a estas alturas, ya no sabía qué iba a ser de ella. La piel se le erizó de inmediato y un escalofrió la envolvió.
¡Hay Jesús mío!, ¡Jesús mío!, ayúdame; exclamó en voz alta, se volvió con rapidez, pero no vio nada, con el frío calándole hasta los huesos, se alejó unos pasos hacía adelante y así fue, como llegó a otra habitación, un poco más pequeña.
Se hallaba en medio, una mesa y encima unos frascos de cristal, grandes; ¿Qué es eso? Tal parece que tuvieran formas humanas y se hallaran envueltas en un líquido viscoso, ¡gas!, ¡qué asco!
Al acercarse más; dijo, pero si son raíces de mandrágoras, puso su cara sobre las anchas bocas de los frascos, sí, no me cabe la menor duda, yo las conozco, porque papá, las usaba para hacer bebidas curativas, pero también sirven para el amor y como narcóticos, se usan para lo bueno y… ¿también para lo malo? ¿Será?
No, pero esto si, qué huele feo ¿quién sabe qué rarezas le echarían a eso?, un ruido llamó su atención y vio una rata que corcoveó por encima de sus zapatos. Con exasperación sacudió los píes y se apartó de la mesa.
¿Hay no, yo qué hice la botella que traía? ¡No! ; Se me quedó en esa otra pieza y seguro si vuelvo, hay va a estar esa cosa horrible, ¡no!, pero yo me tengo que ir de aquí, y controlando el miedo que sentía, se devolvió a desandar lo andado, buscó, palpando en la pared, la forma de salir de allí, pero todo fue inútil; la pared no cedió esta vez, de modo que recogió el bote y lo llevó consigo.
Al llegar de nuevo a la habitación en donde estaba la mesa, vio, más atrás de esta y casi al fondo, en un hueco en la pared; un sitio que tenía un nombre y era denominado el hostiario, así figuraba el letrero en la pared y esté, tenía grabada una cabeza de macho cabrío y una cruz invertida. Lo abrió, se atrevió a abrirlo y esté giró, dejando al descubierto el auditorio, entonces pudo observar a las personas, que había visto desde el pasillo.
 En efecto, eran alrededor de ocho, todos se hallaban rodeando un altar, que tenía una figura;  ella no la podía ver, ya que quedaba de espaldas, al lugar en donde se encontraba.
Sus voces, parecían invocar o decir, este es tu santuario Señor de la Noche; volvió a girarlo hacía adentro, no sin antes mirar, lo que contenía; eran hostias, unas de color blanco y otras de color negro, como  untadas de algo viscoso; ¿qué es esto? ¡Qué fastidio! ; exclamó, también habían esparcidas sobre la mesa; velas y cirios negros, todo eso, acompañado de unas bolsas de carbón.
Y antes de que pudiera reaccionar, una voz extraña, que parecía surgida del vacío, le susurró al oído; bienvenida Leticia, te estábamos esperando, esta noche tú serás la reina y estarás desnuda en la mesa central.
Aterrada y con los vellos, casi de punta, se volvió para mirar quien le hablaba; pero no vio a nadie; ¡hay Jesús Mío!, ¡Jesús Mío!, a estas alturas, se hallaba enjuagada en sudor y entonces, esa cosa, que ella no veía, pero que podía escuchar, pareció retroceder.
Con los nervios a flor de piel y una adrenalina espesa y casi, a punto de gritar; la Leticia quiso echarse a correr y en su intento tropezó con una esquina de la mesa; al instante se contuvo y se limpió la frente con el dorso de la mano, se dijo así misma, ¡cálmate!, ¡cálmate!; alguien está intentando volverte loca; agarró una bolsa de carbón destapada y una de las velas y echo todo esto junto con la botella, en una bolsa que encontró, cogió además unas cerillas que estaban tiradas en un rincón.
Con los codos y ayudándose con el cuerpo, se recostó a la pared y comenzó a buscar y empujaba con la nalga, hasta que algo cedió un poco, se volteó y ayudándose con las rodillas estrujó con más fuerza, y la puerta cayó, dejando al descubierto un patio grande, encerado por unos muros altos y en la parte superior por unas rejas negras y destapadas, la noche estaba oscura y la luna no se veía; parecía estar oculta, dentro de un promontorio de nubes negras.
Ya sobre el suelo se observaban círculos trazados con formas extrañas, símbolos raros, la mirada de Leticia no se detuvo en ellos; tan solo pareció detenerse, en la única puerta que la llevaría de vuelta al auditorio y que seria quizás la abertura a la libertad.
Una gruesa cortina negra, era lo que separaba al auditorio del patio; jadeante, se detuvo y con temor se atrevió a mirar por un ladito de las cortinas; no vio a nadie, de modo, que se deslizó por un costado, quedando justo por detrás de la estatua o imagen central; allí permaneció oculta, ya que está era demasiado grande, como para taparla; respiró tratando de tranquilizarse y se acuclilló como pudo en el suelo; de nuevo volvió a mirar y los que estaban reunidos, ya se hallaban dispersos, algunos estaban en la entrada principal recibiendo a las personas que llegaban .
Ya están llegando los invitados; pensó, un humo denso comenzó a llenar el recinto, el sudor seguía perlando su frente, sus axilas estaban empapadas. Dejó la bolsa en el suelo, a un ladito y se sacó las enaguas, tratando de no hacer ruido, las rasgo como pudo, por suerte no están nuevas se dijo y no aguantan mucho.
Hizo un pequeño cordón con ellas y esparció el carbón; de modo que quedara bien apiñado, formando una especie de camino alrededor del altar, cogió el líquido y roció con cuidado todo; entonces se dispuso a encender el cerillo y justo hay, escuchó unos pasos, contuvo la respiración, y como pudo se empequeñeció y se estrechó en el suelo, hasta se volvió chiquitita.
Sintió entonces, los pasos de un hombre corpulento, lo sintió dirigirse al lugar en donde se encontraba, pero de un modo inesperado, tomó rumbo a la habitación en donde se hallaba el Sagrario, lo abrió y sacó algo de dentro.
Estaba vestido con ropas negras y encima llevaba una capa del mismo color, que le llegaba hasta la mitad de los tobillos.
Era la oportunidad perfecta y cuando intentó levantarse asomando, con cuidado la cabeza, los hombres que estaban delante de la estatua regresaron y la rociaron con algo, no sin antes hacerle cierto tipo de reverencias, el hombre retornó por el patio y en menos de dos segundos ya estaba de vuelta, se quedó de pié, como alertado por algo.
Está, se sintió atrapada, si corría hacía el auditorio, de inmediato los hombres la atraparían ¡y esté tipejo que no se va! ; murmuró, para sí, al mismo tiempo, sus ojos, que ya se habían acostumbrado a la oscuridad pudieron ver, que el hombre traía en sus manos unas botellas, se dijo; ¡ay! , eso es el brebaje que tenían preparado.
El hombre, después de medio segundo se dirigió hacía el altar y depositó las botellas, allí se veían cirios encendidos y hasta una copa, parecida a las que tienen los curas.

Un murmullo de voces, comenzó a llenar el recinto, Leticia en el suelo, se acostó de medio lado, sudaba y el hollín se pegó a su cara y a sus manos, de tal manera que parecía salida, de alguna chimenea o bien, que habría mudado de piel; voy a prender esto; entonces se arrodilló y cogió la cerilla para prenderla, justo en ese momento, un pesada bota cayó sobre su manos. Agazapada, apenas si pudo levantar la cabeza y vio al mismo hombre de la capa, pero esta vez se hallaba en compañía de una mujer, que vestía de igual forma.
Tenía razón el maestro; exclamó la mujer; al decir que hasta aquí llegaría el manjar suculento, para depositar en la mesa central esta noche.
Tú eres la médium  Irlanda, la que nos traes sus mensajes; y yo tan sólo soy el sacerdote, que les suministra la ceremonia a estos. Al decir eso, levantó a Leticia agarrándola de los cabellos y hasta de las manos, ¿suélteme, qué cree qué soy?
Leticia pataleó e intentó morder esas gruesas muñecas y aunque gritó nada pudo hacer, de todos modos se vio arrastrada hacía la parte central del altar.
El lugar estaba repleto, casi unas doscientas personas lo llenaban, personas sedientas de sangre y de placeres raros. Sin duda, este lugar se prestaba para que unas trescientas personas lo ocuparan, aunque a algunas les tocaría quedarse de pié.
 Adrián o Mauro; había pensado en todo, las paredes del recinto habían sido recubiertas y hechas a prueba de ruidos; de modo que las personas podían gritar y vociferar, sin que los vecinos escucharan y por lo demás la zona era más bien parca y había pocas casas y  eran raras las personas transitaban por allí.
Rosalía, que se había quedado en la cocina, esperando a Sergio, se comenzó a preocupar todavía más y miró su reloj; ¡no!, ese Sergio nada que llega, voy a volver a buscar a doña Leticia, voy a ver si la puedo sacar de esa habitación y salió con rapidez y antes de ajustar la puerta se detuvo, ¿pero y si Sergio viene?, ¿bueno, cómo ha de ser qué no me espere?
En fin yo me voy; nerviosa se metió las manos en los bolsillos del delantal y sacó un cigarrillo, que se colocó en los labios, pero sin encenderlo, avanzó por el pasillo, hasta llegar a la habitación en donde creía que se encontraba Leticia. Se apresuró a entrar, la luz estaba apagada, entonces exclamó, ¡doña Leticia, doña Leticia!
Al ver que no le respondía se asustó mucho; ¿Ay no, será qué ya se la llevaron para el cadalso? La única luz que estaba encendida era la del baño, y hacía allá, se dirigió pero nada, tampoco esta aquí y con desesperación, la buscó hasta en el closet.
Sintió un vacío en el estómago y una picazón en las palmas de sus manos, sollozó; hay será, ¿qué se la habrán llevado  a la pobre señora? Se sentó, en el borde de la cama olvidándose de todo y se puso a llorar, se agachó, cogiéndose la cabeza; ¿qué hago?  ¿Qué debo hacer?
El cigarrillo todavía colgaba de sus labios, pero al mover su boca, se le cayó y se agachó,  para recogerlo y sin darse cuenta se detuvo junto al retrato de Adrián, lanzó un punta píe y algo como un bote, se derramó por gotas, sacó las cerillas y en un acto mecánico, encendió una, prendió el cigarrillo y luego la  arrojó al suelo.
Algo cedió a la chispa y comenzó a arder, fue tanto el susto de está, que casi se va de bruces y hasta el cigarrillo volvió a caérsele y el retrató comenzó a arder y en ese mismo instante, el cuerpo que yacía velado por unos cirios en otra habitación o sótano comenzó a estremecerse como si cobrara vida.                                  


[1] Adagio popular, muy repetido entre las gentes


BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

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