martes, 17 de marzo de 2015

ANTONIO : CAPITULO IV





                                                       CAPITULO IV
                                                         ANTONIO

El hombre bostezó con pereza, había estado clavado leyendo acerca de las religiones, y ya le estaba dando un poco de sueño, entonces sintió que timbraron; presuroso, se dirigió a abrir, supuso, que era ; pero en lugar de eso, se encontró con dos hombres y una mujer que traían una biblia en sus manos.
¡Buenas tardes hermano!, queremos compartir con usted acerca de la biblia; a, sí, a mí me gusta leer la biblia; bien puedan síganse; vea, yo soy el pastor Roberto Sánchez, y ellos son Rubiela y Darío; ¡mucho gusto, síganse!
Eso hablaron, de que si esto, que si de aquello, de las religiones falsas, hasta que al fin, el pastor le dijo; ¡veo hermano!, por todo lo que hemos estado conversando, que usted, esta bien encaminado; la mujer, Rubiela, agregó, lo invitamos a que se una a nuestra congregación, a que visite nuestra iglesia.
Pero como éste, se quedara por unos segundos pensativo; Darío insistió, ¡anímese hombre!, tenga en cuenta, que la nuestra, es la iglesia verdadera; así es; dijo la mujer, además nosotros pensamos, que para llegar al cielo; no se necesitan de las obras.
Sí, dijo el pastor; es que las obras no salvan a nadie,  mientras que la fe si; éste, aún no respondía nada, entonces Darío contribuyó, y si usted se convierte, asiste a nuestro culto, lee la biblia, con eso, nada más, ya ha alcanzado la salvación. Bueno, pero explíqueme uuuna cosa, a aunque yo tampoco creo en los sacerdotes, ¿esa tal santa teresa l, l, l, l, la monja esa, que dizque, ayudaba a los leprosos, y a, a, a, l, l, l, l los enfermos?
El pastor se puso muy serio, y dijo; ¡vea hermano, para nosotros eso no cuenta!, las obras, como ya se lo dijimos no valen nada; lo que cuenta es la fe, la fe en Jesucristo, nada más. Sí, repuso la mujer; además, los católicos suelen rendir tributo a los muertos; y eso, agregó Darío, no es más, que puro paganismo, pura idolatría; ¡sí, cómo le p, p, parece dizque adorando a la virgen y a los santos! ¡Lo ve!  ¡Por eso es bueno, que asista usted a nuestro culto!; ¡creo, q, q, que tiene razón pastor!, ¡voy a tratar de estar allá, el domingo!
Entonces, todos se despidieron con un fuerte apretón de manos; así quedaba sellado un pacto entre hermanos; pero antes de que salieran Antonio, platicó con Darío y le pidió un favorcito, que éste se comprometió a hacerle; desde luego yo, hablaré con ella. Frecuentó la iglesia con mucha constancia y así, trascurrieron los días, entre lecturas, cultos y oraciones en voz alta; hasta que llegó un día, en que el pastor se le arrimó; hermano, la constancia suya tiene un premio ¿no cree usted? ¿Por qué? Porque ya es hora de hacer los preparativos, para que se bautice.
¡P, p, p, p, yo no sé!; ¡vea hombre!, he notado una cosa y es que cada vez que usted se pone nervioso, como que gaguea; ¡a sí, eso me mm me pasa a veces! ¡Um! en todo caso, aproveche, que el próximo mes; eso, cae un domingo, muchos fieles van a ser bautizados; no, pastor, lo que usted diga.
Después de algunos ayunos y de más oraciones, pidiendo por la conversión de los infieles; llegó al fin, el tan anhelado día. Los fieles llenaron aquel local seleccionado, que antaño había sido un viejo teatro; hoy, acomodado para el culto protestante; pronto las bancas se llenaron, delante había una piscina, previamente arreglada, los asistentes tenían una panorámica amplia de todo lo que acaecería; pronto un grupo de mujeres vestidas de túnicas blancas, formaron una fila, iban a ser bautizadas.
Para bajar a la piscina, lo hacían por una escalera, que estaba dentro del  agua; las más viejas, eran ayudadas por otras, que ya estaban más experimentadas en el oficio; del otro lado, el pastor esperaba con una biblia en la mano; de la cual, leía lo referente a estos casos, y  la otra la Imponía sobre la cabeza a las mujeres; que al sumergirse,  con el agua hasta el cuello, salían, del otro lado, de igual modo sucedió con los hombres.
El pastor permitió que se tomaran algunas fotografías y hasta él posó para eso, ese día hubo cantos, aplausos y uno que otro lloriqueo. Antonio suspiró aliviado, ya es un hecho, pensó, he sido lavado de mis culpas,  por fin estoy, dentro de la verdadera iglesia, los días se transcurrieron de igual forma, y una de las cosas que no olvidaba Antonio, era que los papas romanos valiéndose de artimañas, habían sustituido el día de descanso, o sea el sábado, por el día domingo; ¡pobres los que han sido engañados, por los tales curas!; pensaba.
El hombre escuchaba a los pastores predicar, pero algo que llevaba dentro no lo dejaba en paz; esa puerca de Amanda, ¡gas!, no puedo olvidarme de lo que ese día vi; ¡que tal esa cochina!
Cierto día, invitaron a un pastor a predicar dentro de esa iglesia, y lo que éste predicó, dejó a Antonio más convencido, de lo que tenía que hacer; ese hombre era de estatura media, grueso, su cabello estaba colocándose blanco y eso le confería una cierta aureola de respeto y además predicaba con tanta fuerza, que sus fieles caían en una especie de delirio, ese día muchos de sus personales seguidores estaban allí; algunos lloraban, otros gemían, en fin, el discurso de aquella ocasión, trató sobre, lo siguiente; el pastor hablaba recio.
¡Por eso, hermanos os exhorto, a que dejéis esas malas compañías!, ya que si un pecador, no se quiere convertir; termina siendo una fruta podrida, que daña a las demás  en esté caso os hablo de las lesbianas, y de los homosexuales, ya que éstos, escoria son y de ellos no será el reino de los cielos y para ellos están reservados los castigos más atroces.
Y mientras así hablaba, su cara se iba encendiendo, hasta ponerse roja, era como si el agua y el aceite caliente, se mezclaran en ella, con la gran ira de los infiernos. Antonio, el bueno de Antonio, lo escuchaba con el corazón palpitando, en el pleno éxtasis de la aprobación.
Entonces, todos terminaban aplaudiéndolo y gritando, pero lo más extraño de todo, era, que antes, de que comenzaran a glorificar a Dios, el pastor se salía con rapidez del auditorio, como si algo le molestara.
Para sus adentros, Antonio pensaba; Amanda, no me cabe la menor duda, es una pecadora, tengo que hacer que se arrepienta; sí, es para que ella, no se siga contaminando, no me queda más, que entregársela al diablo.
Hablaré con esté pastor, tengo que hacer algo; y es que Antonio, nunca olvidaría la noche  en que sin ser visto ; vio a Amanda ,en compañía de una mujer , la que según su criterio, era  bastante atractiva y por tanto; ella debería estar con un hombre y no con una mujer, dijo para si, tragándose las palabras.
Era una hora avanzada, algo así, como entre las diez y las once, aunque todavía, el señor que vendía papitas fritas con su mujer; estaba en su puesto; esto, además por ser un día viernes, un día de movimiento.
De repente, la mujer se arrojó a los brazos de Amanda y se besaron con mucha pasión, habiendo tanta gente, como había ese día; yo espero que nadie más, las haya visto, ¡que vergüenza!
A la contemplación de algo, que violenta nuestro orden mental y nos conduce a lo desconocido; lo amorfo entra, mejor, surge conduciendo al espíritu al espanto.
Antonio, estuvo a punto de desquiciarse de indignación; aquello era intolerable; pensó, y en un acceso de ira, confirmó la doble extrañeza de algo, que lo hizo gritar muy dentro; ¡gas qué asco! alzó la vista, y vio al pastor, que con premura atravesaba la puerta de salida, se va a ir, tengo que hablar con él ; se levantó de prisa, rápido, con un movimiento , que ladeaba su cuerpo hacía delante, pero ya caminaba con la cabeza baja y el brazo derecho le colgaba , debajo de un hombro caído.
¡Pastor, pastor!, éste se hizo, como si no lo hubiese escuchado y prosiguió andando hacía la calle; Antonio persistió,¡ ha ,ha ,ha hágame el favor!, ¡es que tengo que hablar con usted!; éste se detuvo y con una mirada ladeada, le dijo,¡ sí claro!; ¿dígame hermano, qué se le ofrece ?; con un movimiento casi calculado, el pastor, permitió que éste se situara hacía uno de sus lados, entonces lo miró y con sorpresa le dijo;¡ A! , ¡Yo a usted lo conozco!; ¿será?
¿No estuvo la semana pasada en nuestra sede central? así, yo, yo, voy algunas veces a las actividades que se realizan en nuestra sede; ¿su nombre hermano, no es, Antonio? Al ver, que el pastor sabía su nombre, Antonio se enorgulleció, y dijo, con la cabeza alzada; sí, sí pastor, ese es mí nombre; ya veo, supongo que le gustó mí discurso, ¿no es así? ; Como no pastor, me gustó mucho, y es por eso, que quiero hablar con usted; ¡no faltaba más, hermano!, ¡camine, venga lo invito, a que nos tomemos una gaseosa a la panadería del frente!
Al llegar se pararon frente al mostrador, y la muchacha, la tendera, por hacer una deferencia con ellos, les dijo, ¿desean tomar café?, es una cortesía de la casa; a lo que el pastor rebulló; ¡el café, no debe tomarse porque es pecado!; la tendera se encogió de hombros y preguntó impaciente, ¿qué van a tomar entonces?  Los hombres optaron por tomar gaseosas.
El pastor colocó uno de los codos sobre el mostrador, en un intento por quedarse allí; pero Antonio le dio a entender que su confidencia era especial, y no quería que nadie lo escuchara; así que salieron, y se sentaron en una de las mesas de afuera.
Es que, no sé como decírselo; dijo Antonio, mientras se retorcía las manos; el pastor se había subido un poco las mangas de sus pantalones, ya que las  tenía un poco más largas de lo usual; con ese movimiento dejó ver unas piernas negruzcas y velludas,  quizá así, se sentía más cómodo.  A un buen observador, no le habría sido difícil, el notar semejante desacuerdo entre la piel del rostro y de los brazos, que eran más claros, con ese color, medio chamuscado de su piel, en la parte inferior.
Sin embargo Antonio, que no lo era, lo miró sin verlo, el pastor bajo con rapidez la bota de su pantalón, para no sentirse aludido. Antonio tomó aire, y luego añadió, exhalando a su vez; ¡es que, verá usted, tengo una hermana!, ¡bueno, una media hermana!, ¡no, que vergüenza pastor! ; El pastor que lo miraba, no podía evitar, dejar de mostrar, una cierta sonrisilla de satisfacción, que se bamboleaba desde la comisura de sus labios delgados.
Pronto la panadería se fue llenando de murmullos, que invadían el aire matinal, ya próximo a la hora cero, a la hora en que la iglesia del parque, haría sonar las doce campanadas ; para agilizar las cosas, el pastor dijo ; ¿sé trata de Amanda,  ¿cierto?; ¿u,u,u,u,u,us, usted cómo lo sabe?; no se preocupe hermano, en nuestra congregación averiguamos ciertas cosas ; detalles ínfimos, cosas de rutina, usted sabe, nuestra congregación tiene que cuidar su imagen, y no podemos darnos el lujo, de echarlo todo a perder, por alguna mala conducta de nuestros fieles.
¡P, pero es que ella es una iiinfiel! ; ¡por lo mismo, por lo mismo Antonio!, ¡ella es un oveja descarriada!; dijo él pastor, entornando los ojos al cielo, ¡qué digo!, fijándolos en el techo de la panadería, que también abarcaba la puerta de afuera; ¿pero qué sabe de ella; eee, es qué a,  aca, acá, acaso la han visto?
No se inquiete hermano; tan sólo tenemos sospechas de que ella cómete pecados contra natura, ¡y, y eso! ; Dijo el pastor cubriéndose el rostro y fingiendo gran pena, ¡usted sabe! ¡Los castigos tan grandes que eso acarrea!; ¿cierto pastor?, ¡y fíjese, que yo si la he visto!, dijo Antonio con rapidez, y en la medida que hablaba, su rostro se encendía, sus labios que descendían en una mueca de odio hacía el lado derecho, salivaron y sus ojos, de un negro opaco se empequeñecieron.
¡No con otra mujer!, exclamó el pastor, destapándose el rostro y mostrando ciertas chispas rojizas en sus ojos; enérgico afirmó; ¡debemos detenerla, para que ya no siga en ese camino de oprobio y de maldad! ; De eso, es preciso que me aconseje usted; ¿qué es lo qué tengo qué hacer, para convertirla a nuestra iglesia?
Hizo muy bien, al acudir a mí; ¿y ya probó de intentar hablarle y de hacerle ver, que está en un error?, ¿y qué lo qué debe de hacer, es leer la palabra? Ya lo hice en alguna ocasión, sin resultado; bueno, no lo hice de una manera directa, pero le pedí el favor a Darío; ¡que bien!, él ,es uno de los nuestros; lo malo es qué, creo que  falló;  no importa, déjemelo a mí; yo voy a mirar que se puede hacer; ¿y qué tal, si usted y yo volvemos a hablar la semana entrante?, al decir esto, el pastor bajo el tono de su voz ; era como si temiese, que alguien lo escuchase.
¿Es qué sabe?, si nuestro amigo Darío no logra convencerla, tenemos otros métodos; lo dijo esbozando de nuevo, esa sonrisilla mal disimulada, aquí le dejo mí tarjeta, para que me llame y consultemos una nueva cita. La guardó y ésta, dio un extraño visaje, terminó de tomarse la gaseosa, se levantó y se marchó; mientras que, el pastor, aún no podía librarse de algunos seguidores que lo rodeaban.
Cuando al fin lo consiguió, abordó su lujoso carro y mientras manejaba, pensó con ira; es el colmo, habiendo tantos hombres como yo ¿cómo pueden esas pecadoras hacer eso?

Una tras otra, comenzaron a sonar las doce campanadas; una tras otra... y mientras el sol, por lo fuerte atravesaba la piel, de los parroquianos, casi hasta el cansancio; el pastor se alejaba ya, con rumbo a la ciudad.


Beatriz Elena reservados © Derechos  todos. 


                                      BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA 



BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

                                              

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