jueves, 26 de marzo de 2015

CAPITULO XXXIV LETICIA




CAPITULO XXXIV
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA

LETICIA

La casa de Adrián, hallábase rodeada de verde; los árboles lucían genuinos y altos, recubriendo la entrada, otros se podían ver al asomarse a las ventanas de cristales anchos. Si se extendía la vista, se podían ver los edificios que estaban sembrados sobre el asfalto; allí mismo, en la ciudad.
Tener una casa así, era un bien, un lujo, que no se lo podía dar cualquiera; esa propiedad la adquirió Adrián, gracias a la dote de su esposa, se la compró a unos ricos, que se la vendieron por un precio insignificante y es que estos tenían urgencia de irse de la ciudad.
Leticia lo había conocido cuando todavía era mozuela, se casaron por lo civil, y ya luego se mudaron a ese lugar. En sus momentos jocosos, ella solía decir, de está casa salgo, pero muerta.
Él sólo arqueaba una ceja y se la quedaba mirando con unos ojillos pequeños y secretos, algunas veces ante esas miradas, Leticia se estremecía; como si de pronto un gusanillo se arrastrara por su espina dorsal. No solía pensar cosas, nunca se preguntaba nada, pero en ocasiones pareciera, que algo arrastraban las suelas de los zapatos de su marido; hasta quizás suciedades insospechadas.
Serian con aproximación las siete y media de la noche y se paseaba de un lado a otro, en un nerviosismo, poco frecuentado; llena de ansiedad y con angustia se estrujaba las manos ¿y esté hombre qué será pues? ¿Dizque tenía una reunión con los jóvenes y nada? Y es que la sede está cerrada, debería al menos, tan siquiera llamarme; bueno, claro que él y yo hace tiempo que nada de nada, pero de todas maneras, ¿y quién sería esa tan rara qué llamó? No, que desesperación, a mí nunca me había pasado esto.
Estando en esas disquisiciones, a Leticia se le hacían inhóspitas las hojas de los árboles, todo alrededor adquirió, un color confuso y la naturaleza se tiñó de espesas sombras.
Entonces en el colmo de las vastedades, no se aguantó; no, ya no puedo más, estoy harta; loca de celos y de rabia, al recordar la extraña llamada, que le hicieron se dirigió a la puerta de salida, tengo que tomar un taxi, pero ,en una de esas rarezas, que pocas veces suceden, captó, en el alzarse de un vientecillo, una vocecilla, que le decía; toma tú carro y maneja , se devolvió y se metió a su viejo Renault, el carro que su padre le había regalado en su graduación. Como las llaves permanecían pegadas al manubrio, no se le dificultó en nada encenderlo.
Pero al instante, se arrepintió; ¡hay! no, yo así, no soy capaz de manejar, mejor voy a tomar un taxi, entonces apagó el carro y buscó en el bolsillo de la falda, una dirección que tenía guardada, salió a la calle y se topó con el celador; échemele ojito a la casa; sí, como no, doña Leticia; por suerte, paso un taxi, que de inmediato se detuvo; lléveme a está dirección; con gusto señora.
Ya dentro del carro, volvió a pensar en la extraña llamada; una voz de mujer, le había dicho por el auricular; su marido está con otra, pensó en colgarle; pero Adrián era siempre tan evasivo, pensó en sus salidas secretas y misteriosas, a diferentes horas de la noche. La mujer continuó, si no me cree, anote la dirección.
No me esperes está noche; voy para una reunión con los jóvenes y es posible que no pueda regresar a tiempo para la cena, llamó a la sede de la iglesia, en donde pensaba que estaba y la señora del aseo, le había dicho; no, aquí no hay nadie y yo tengo las llaves, pero enseguida me voy, a mí, no me dieron órdenes de esperar a nadie.
La voz del taxista, la sacó de sus cavilaciones; ya hemos llegado señora, parece que es en ese garaje café. Ella se mordió los labios un poco y con susto buscó, entre los bolsillos y sacó un billete con el que le pago; tomé, quédese con los vueltos; pero que generosa, gracias; ¡vea! no le digo que la recojo más tarde, porque la cosa está peluda. Leticia lo volteó a mirar, sin darse por enterada y sólo se encogió de hombros. Al alejarse el taxi, se quedó de pié, observando.
¿Y sí todo hubiese sido una mentira? alguna vecina envidiosa, que sé yo; no, no me detendré ahora y por precaución, golpeó tres veces con lentitud y con los nudillos de sus manos la puerta del garaje.
Una voz de hombre murmuró; ¡vale hermano!; ¡vale!, dijo ella; ¡hay!, pero esa no es la voz de Adrián, que importa, vamos a ver que sale acá; el pestillo se abrió en una hendija, de dos dedos; le falta completar la clave hermana; pero como ella se quedara mirándolo, toda atolondrada; la hostigó; ¿la clave?; ¡que clave!, ¡ni que nada! ¿Usted no es el grandulón que acompaña a mí marido a todas partes?
¿Doña Leticia, usted por aquí? ¡A ver! Ábrame, que mí marido me mandó llamar; el hombre la miró dudoso; le digo que la cosa es urgente ¿qué está esperando? ¡Muévase! , Fue tanta la persistencia, que el hombre le abrió y la dejó pasar.
Adentro, había tres tipos más, custodiando la entrada; sólo que se hallaban jugando a las cartas para matar el tiempo. Leticia se quedó con la boca abierta, era sólo que ella, no esperaba ver a semejantes truhanes; los hombres al verla, le lanzaron a Sergio una mirada que a ella, le dio mala espina; ¿estos qué? pensó; es la esposa de don Adrián; les dijo.
Los hombres no respondieron; tan sólo se la quedaron mirando, hasta que dijeron ¿y haber en dónde tiene la marca?; como Sergio, no sabía que responder; Leticia se adelantó y moviendo las nalgas, levantando los hombros, dijo; ¿acaso no les basta con qué sea la esposa del jefe? ; ¡muévanse a ver!; ábranme paso, porque si no, los hago castigar de Adrián; ellos la dejaron pasar.
Con asombro miró hacia adentro; lo que parecía ser un simple garaje, resultó ser una cómoda y amplia casa; que incluso disponía de varios salones y hasta de un auditorio; ¡Jum! , que cosa más grande y que hombres más feos, y como me miraban de maluco; ¿y ahora para dónde pego?; dejándose guiar del instinto se dirigió hacía el auditorio, que era el lugar más visible y el que quedaba de frente; fingió pasos seguros, y se adelantó.
De pronto, pareció llegar a una Y, el pasillo se abrió en dos; y más allá, se veía un sendero que llevaba al interior, a un patio, aún no se sabía con certeza que era; lo que si logró ver, fue una pequeña habitación, que parecía como abandonada, de inmediato llamó su atención, y lo más curioso, es que parecía tener un candado cerrado con una cadena. Sin embargo, a simple vista esto, no denotaba, nada fuera de lo normal.
Miró hacía el auditorio; pero pudo más, la curiosidad; así, que se dirigió hacía la habitación con candado, al llegar, palpó la gruesa cadena y pegó su oreja a la puerta; le pareció escuchar voces adentro; cuchicheos y hasta sollozos. Sintió deseos de tocar y cuando iba a hacerlo, la voz de Adrián se escuchó cerca; gritaba, llamando a una tal Rosalía; ¡Rosalía! ¡Rosalía! ; Se ocultó de refilón, pegándose a la pared y apretando las nalgas como si intentara achiquitarlas.
Adrián volvió a entrar al auditorio, sin notar nada y ella encausó los pasos hacía el pasillo principal y tuvo tiempo de ver a unos hombres vestidos con túnicas.
En la medida que se acercaba al auditorio; las figuras se podían palpar mejor; ¿y esos, porqué estarán vestidos así? Al llegar abrió las cortinas y las corrió, dejando ver el lugar, que parecía estar arreglado, para la presentación de un espectáculo; en el centro pudo ver la figura de Adrián, rodeado de los encapuchados.
Eran más bien pocos, por lo demás, el sitio estaba vacío, pero en realidad abarcaría más o menos, hasta unas trescientas personas sentadas y otras tantas de pié y a los lados.
Sostenía Adrián, una espada entre sus manos y arriba en el escenario colgaban de los lados gruesas cortinas; además había una mesa triangular; y a su alrededor, varios candelabros, con sus respectivas velas apagadas; Adrián, parecía sopesar la espada. ¿Qué será lo qué está sucediendo aquí?, pensaba Leticia, cada vez más intrigada y por eso, decidida a llegar hasta el fondo de todo; se aproximó por el medio, entre las sillas, buscando llegar a Adrián.
Esté levantó la vista y entonces, sólo entonces descubrió a Leticia, abrió la boca y se quedó como tragando viento por unos segundos. ¿Pero tú qué haces aquí?  ¿Lo mismo te pregunto y vestido así, de esa manera?
Acostumbrado a sortear situaciones difíciles. Adrián reaccionó de inmediato; no, es que me preparo para la representación de una obra de teatro. ¿Una obra de teatro? Sí, que no ves que esto es un auditorio; eso veo y del tamaño de una iglesia pequeña; con un gesto casi despectivo Adrián hizo; ¡Jum!; no, es que yo creí… ¿creíste, qué te estaba traicionando?
Leticia no respondió, pero al inspeccionar con la mirada aquel lugar, un escalofrió le recorrió la columna y se sintió mareada; Adrián le había hablado en un tono sarcástico y a la vez duro y ella titubeó al responder; no lo sé, es que actúas tan extraño a veces. Vamos a ser claros querida, no me gusta que mí esposa, ande por hay creyéndole a los demás, las cosas que le dicen; ¿dilo, no confías en mí?
En esos momentos, Leticia no se atrevió a responder, ya que tuvo miedo y bajo la mirada; pero sabía que no debía haber hecho eso; lo que tenía que hacer era conservar la cabeza en alto y la mirada firme; Adrián sonrío triunfante y continuó; pues no querida; aunque hace tiempo que tú no me das nada, de nada ; no te estaba traicionando, como te decía, me preparo para una representación teatral, que vamos a dar en vivo y en directo pasado mañana ¿No es ciertos hermanos? Con risas estos respondieron; claro que sí maestro.
Lo odió por haberla avergonzado; con asombro, miró a los tres sujetos, que se hallaban sosteniendo unos velones negros; a su alrededor todo estaba en penumbra y a ella todo la empujaba a un sinuoso divagar.
De nuevo la voz de Adrián, se dejó escuchar; pero está vez grave y extraña y a la vez como ahuecada; era como si surgiera cavernosa y gélida. Esta se llevó las manos a las orejas, que eran cálidas y bien hechas, más que todo fue, un movimiento instintivo.
Miró los ojos de esté y sintió que estaba frente a un desconocido; sus ojos parecían arder; se le instaló entonces un vacío en la boca del estómago, hasta en el ombligo y una especie de vértigo, una picazón en la planta de los pies; ¡que no sentiría!  De todo, como lo recordaría después.
En todo caso, algo le indicaba que debía salir de allí; además y sin querer, se le escaparon unas olorosas e imprudentes ventosidades, que se esparcieron fluidas entre el aire enrarecido del lugar.
Adrián carraspeo; haciendo chasquear los dedos de sus manos, siéntate por allí, que estas muy nerviosa querida; Rosalía, vaya y prepárele una agüita aromática, bien cargada a mí mujer y no se olvide de darle algo, para que se relaje; pero como Rosalía, se lo quedara mirando como dudosa; esté la apremió ¿me entendió sí o no? Sí, si maestro, ya enseguida se la preparo; pero todavía no se movía del suelo, parecía enclavada allí y sus ojos iban de la cara de Adrián a la de Leticia; ¿quiubo pues, va ir o no?, ¡despabílese a ver!
Entonces se apresuró a moverse; sí, sí maestro voy, ya voy; Adrián se dirigió luego a los hombres, que estaban con él, y ustedes espérenme afuera, que ya salgo a darles más instrucciones; pues tenemos muchas cosas aún, por hacer. Leticia replicó muerta de miedo; no, no es necesario que me preparen nada; yo ya me voy; hizo un respiro y agregó; te pido disculpas por haber venido; sé que me equivoque.
Adrián, que hacía mucho rato había dejado la espada sobre la mesa triangular, la empujó hacía una butaca, tomándola de los hombros y le dijo; no amor mío, ya estas aquí y aquí, te vas a quedar, siéntate. A Leticia la piel, se le puso arrosuda, y murmuró entre dientes; ¡u y! eso sonó grotesco; ¿Qué?; dijo esté, mirándola de arriba abajo.
Leticia poseía la fuerza y el valor de cien yeguas juntas; pero lo visto y experimentado, hasta el momento la había tomado por sorpresa, creyó encontrar a su marido con otra mujer y en lugar de esto, se encontró con cosas lo más de raras; ¿qué extraña situación era está, qué era lo que en realidad, la había llevado hasta allí?
 Éste le oprimió los hombros y  ella, se dejó caer como un fardo, sobre el asiento; se acordó de su padre, cuando riéndose con estruendo, le decía; ¡hija!, ¡hija!, cuando los Dioses se manifiestan; es porque el camino ya esta trazado y hay algo que quieren decirnos; ¡a viejo zorro! ; pensó; cuanto lo extraño; aunque no sé, ¿qué sería lo qué me quería decir con eso? ¡Ya veremos!
Lejos de hablar amenazador, Adrián le dijo con suavidad; quédate aquí y ni se te ocurra moverte, haré que te atiendan muy bien ¡pero muy bien! Al decir esto, salió con rapidez, pero se le notaba que estaba molesto.
Al salir encontró a los hombres en el pasillo, haciendo corrillo y murmurando en voz baja; ¿a ver, ustedes qué hacen hay, perdiendo el tiempo?; muévanse , que tenemos muchas cosas por hacer; al verlo los hombres se dispersaron y lo siguieron, Adrián hecho una última mirada al auditorio; Leticia continuaba allí.
Cuando paso para la cocineta, vio a Rosalía que preparaba algunas yerbas; ¿está haciendo lo qué le dije? Sí, sí maestro; a bueno, no se le olvide echarle polvo, algo así como para privar un elefante.
Entonces salió renegando; partida de tontos, todos son unos ineptos, ya verán, ¿cómo se les ocurrió dejar entrar a esa mujer?; y así, en cuanto llegó a la salida principal, abordó a los encargados de la vigilancia; ¿quiero saber quién de ustedes es el responsable de haber dejado entrar sin contraseña a mí mujer? Los hombres temblaron como bambalinas; no fuimos nosotros maestro.
¿A no, entonces quién se supone qué fue?; partida de zánganos, ustedes también son responsables, puesto que todos estaban a cargo; Sergio el de los cabellos largos, que había permanecido de pié y con la cabeza baja, respondió; fui yo maestro; Adrián lo miró indignado; esté era el segundo en mando y además su hombre de confianza; pero no sólo eso, lo había criado como a su propio hijo, sin serlo.
Ya sabía yo, que eras idiota, pero nunca creí que tanto; esté estuvo a punto de mojarse los pantalones, por experiencia conocía, que su error podía significar un castigo inimaginable, o algo peor; pero en ese caso, sería preferible la muerte; entonces se arrojó al suelo, a los pies de Adrián; ¡perdóneme maestro! se lo ruego, no me vaya a hacer nada. Adrián lo miró, de sus ojillos salía fuego.
Su mujer me engañó, me dijo que usted la había mandado llamar y que si no la dejaba entrar le iba a contar; ¿Y le creyó?; pues no debía de haberlo hecho, ¿es qué se le olvidaron las reglas, las precauciones, qué hay qué tener en cuenta para dejar entrar a los adeptos? Por lo demás, no se le olvide que aquí, quien engaña soy yo, tremendo tontarrón, ¿Dónde está la astucia imbécil?
No, no maestro; pero…; pero nada; quítenlo de mí vista, ¡piedad!, ¡piedad señor!; ¿te olvidas, de qué yo no siento piedad por nadie?, llévenselo, antes de que sus gritos sean escuchados por los vecinos; sí, sí, maestro; uno de los hombres preguntó ¿y a dónde lo llevamos? ; ¿Cómo qué a dónde?  A donde sea, al cuarto de los sacrificios, al calabozo, adonde sea, al infierno.
De lejos, se escuchaban los gritos de Sergio; ¡piedad!, ¡perdón señor!; aún le puedo ser de gran utilidad.
Haciendo caso omiso, Adrián volteó a mirar al otro hombre y le preguntó; ¿ya están por llegar los adeptos, a la reunión semanal?; era uno de los que se había quedado cuidando la entrada; todavía no, repuso; aún hay tiempo; bueno aún cuando no mucho y ahora las cosas se complicaron.
Con desprecio, miró hacía donde llevaban a Sergio; pero es cierto, ese todavía, me puede ser de gran utilidad y hasta ahora me ha demostrado fidelidad, tan sólo le daré un escarmiento y después pensare que hacer. Con rapidez se encaminó hacía el auditorio; debo darme prisa o las cosas se pueden empeorar.
Por su parte a Leticia, instantes geniales, compartidos con su marido, no le impedían ahora razonar; algo raro está sucediendo aquí, yo lo que es, me voy y recobrando sus fuerzas se levantó de prisa; en esos momentos, entraba Rosalía con la taza de aromática hirviendo.
Ambas se encontraron a medio camino; ¡señora, venga! tómese la aromática, esta rica, pruebe y vera ; Leticia se detuvo y la miró con desconfianza y  le dijo; apártese de mí camino zorra; a la vez que, con su trasero la empujaba hacía un lado, por poco y la hace caer; la taza se tambaleo encima de la bandeja,  salpicando las manos de Rosalía, pero sin llegar a regarse, está dejó la bandeja en uno de lo asientos y salió detrás ; aguarde señora, aguarde, mire que su esposo se puede enojar.
Pero ella no retrocedió un céntimo, al contrario, apretó el paso y salió a cuantas tenía; Rosalía se encogió de hombros y se devolvió, se sentó y se puso a tomarse la agüita; ¡está rica! no voy a dejar, que se desperdicie.
Lo único cierto es, que Leticia sólo pensaba en huir, en escapar y así llego hasta la puerta de salida y por suerte Adrián se había desviado de su curso, para tomarse un receso en el baño; al llegar, los hombres que ya estaban de vuelta le retuvieron el paso.
¿A dónde creé qué va señora? Ella se colocó las manos sobre la cintura; ¡vean a estos! ¿Es qué no me van a dejar salir?, ¡pues como le parece que no!, repuso uno de ellos, llevándose la mano a la cintura; ¡ni que yo fuera una prisionera! , sin embargo los hombres sonrieron y le dijeron, no, lo que pasa es que el maestro, nos pidió que la cuidáramos; está pensó; o dejo de comportarme como una dama o estos me matan aquí mismo.
Entonces autoritaria dijo, ¡o se quitan o los tumbo de un manotazo! ; Los hombres se miraron entre si, la situación se hizo tensa. Adrián reapareció, acercándose al grupo, sudoroso y hasta jadeante.
¿Leticia, esposa, a dónde crees qué vas? Ella tembló, pero volvió la cabeza; pues a mí casa; ¿bueno, pero te tomaste al menos la aromática? No Adrián, ya te dije que me quiero ir, se que cometí un error, al venir acá; pero te prometo que nunca va a volver a suceder; esté sonrío de una modo extraño.
Entonces ella movió el cuerpo, adelantándose a los hombres que esperaban la reacción del pastor, por unos segundos esté vaciló, se sentía acosado, el tiempo se acortaba; ¿y si la dejara ir? No, demasiado bien conocía la situación; tan pronto saliera por esa puerta, correría a decírselo a la policía.
La miró, y fingió como hasta ahora; cariño, es sólo cuestión de un rato, tan sólo espera, a que hagamos el ensayo para la representación teatral, que va a ser pasado mañana; además, algunos fieles, están por llegar, entonces nos iremos juntos. ¿Te parece?
Hablaba con tal inocencia, que por unos segundos ella dudó; ¿y si fuera verdad qué se tratara de eso?; ven, siéntate en el vestíbulo y me esperas allí; Rosalía se encargara de atenderte; Leticia volteó a mirar a los hombres, eran muchos y se acordonaron frente a la puerta, sin olvidar al que se había llevado la mano a la cintura. Esta gente es de cuidado, son una manada de malandrines; reflexionó.
¡Sí sabes que sí! me quedaré un rato, pero no es necesario que nadie me atienda, voy a ir al baño y luego me sentaré; ¡bien hecho!, ¡mira! , el vestíbulo queda a mano izquierda, un poco antes de la salida. Mientras está se alejaba, Adrián no le quitó la vista de encima; vigílenla muy bien; ¿y si se pone difícil? Preguntó el hombre del cinto, el que tenía una mano en la cintura.
Veo que eres ansioso ¿no?; pero en ese caso, la necesitamos viva; una ofrenda no nos sentaría nada mal; dijo a la vez, que se alejaba de nuevo, buscando a Rosalía.
No bien hubo avanzado unos pasos; cuando se volvió a mirarlos ¿Irlanda y Eduardo, en dónde están? Creo que en el patío, trazando círculos; le respondió con temor, uno de ellos, miró su reloj de pulsó, ¿la hora qué es y no están todos los qué necesitamos? no, no maestro y Albeiro y el Chato están trayendo la gasolina y las demás cosas que faltan; ¿Qué, a estas horas? partida de imbéciles; ¿no sé supone qué salieron desde temprano?
No sirven para nada y ustedes cuatro, deberán dividirse en dos; ¡sí maestro!; dijeron, inclinando la cabeza; ¡ustedes vayan!, busquen a Leonel y díganle que me traiga a Sergio.
Y que se quede tan sólo uno, cuidando la entrada, tú, el del cinto; y ¡ojo yo veré!; el hombre le mostró los dientes, como dándole a entender, su agradecimiento; bueno, ¡por lo de la confianza maestro!, aunque esté aparatito está que se dispara sólito; le dijo; Adrián lo miró a regañadientes.
Cuando Sergio llegó, Adrián se veía cansado y estresado; ¿se le nota cansado maestro? ese es el problema de tener un cuerpo tan débil, como esté, de casio doro, que estoy poseyendo; dijo, mirándolo con sorna; gracias por darme otra oportunidad; pues no me la des; sabes bien que no puedo sentir piedad.
Sí maestro; dijo Sergio, inclinando la cabeza, mientras que a su vez pensaba; está es mí oportunidad de reivindicarme; si usted me permite sugerirle algo yo… ¿bueno a ver, dímelo?; teniendo en cuenta, que hemos tenido tantos contratiempos y que la ceremonia de hoy, no es tan importante, como la de pasado mañana, ¿no cree qué deberíamos cancelarla? Aunque yo creo, que no venga casi nadie.
Sí, podría ser una muy buena idea; Sergio sonrió enigmático, y además; agregó; no hemos contado con el suceso de la bomba, ¿bomba? Sí maestro, traté de decírselo, pero usted estaba tan ocupado, que no hubo manera; ¡con razón hay tan poquitos adeptos! ¿Y cómo fue eso?
¿Qué paso? Eso ocurrió, mientras secuestraban a esas mujeres, las que usted mando traer; ¿mujeres? Así, a esa tal Amanda; sí maestro, pero resulta que estaba en compañía de otra y los muchachos no tuvieron más remedio que echárselas a las dos; ¡pues ya veremos! , ¿Supongo qué la otra es cómo está?; demás que si, deben de ser igualitas. ¡Um!
¡Bueno, ya habrá tiempo para más explicaciones! ; Pero por algo, eres mí segundo en mando ¡y ya sabes, te crié como a un hijo! ; ¿Y otra cosa, qué hacías, cuidando la entrada?; ya sabes, que no debes rebajarte a hacer tareas menores; se sintió Sergio complacido ante las palabras de su maestro  y esté le dijo; no perdamos el tiempo ahora  y busquemos la manera de llamar a cancelar la ceremonia de hoy y de decirles a los hermanos que no salgan por ningún motivo de sus casas.
Yo me encargaré de hacerlo señor; no; dile a Rosalía y a Irlanda, que se encarguen de eso, y luego vienes; sí maestro; presuroso Sergio se alejó
Que bueno, que todo se arregló, luego, que hable con Irlanda, voy a ir a preparar a esas mujeres y a darles los brebajes para la nueva consagración; ¡hay!, y eso que todavía no le digo al maestro, lo de esa tal Marta.
Por su parte Adrián pensaba; ¡ya veré que hacer con esté!, si no le doy un escarmiento, los otros pensaran que pueden hacer lo que les venga en gana, ¡por lo demás! a mí, no me interesa. 

RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

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