jueves, 26 de marzo de 2015

CAPITULO XXXVI LA CONVERSACIÓN






CAPITULO XXXVI
LA CONVERSACIÓN

Después de hablar, Amanda apartó a Marta y se levantó, se ha escuchado mucho ruido allá afuera ¿dice usted qué nos van a sacrificar, pasado mañana? Sí, eso fue lo que le escuché decir a ese pastor y además, tengo entendido que la luna invertida, es ideal para esos rituales; ¿está usted segura?
Sí, además está noche, lo que van a ofrecer es una especie de misa negra, como las de la iglesia, pero dicen todo al revés. Por lo general las fuerzas oscuras; si bien operan a cualquier hora, tienen la preferencia por la media noche o a partir de las tres de la mañana.
Isadora se estremeció; ¿Dios mío, qué vamos a hacer? cálmese; dijo Marta temblando, algo, algo bueno tendrá que suceder.
¡Por lo demás muchachas!, debo prevenirlas, es posible, que hasta ese tal Adrián se aparezca por aquí; ¡hay no!; ¡a mí, que ni se me arrime!; dijo Amanda; ¡ni a mí! concluyó Isadora.    
Es que durante el tiempo, que me he visto expuesta a sus chantajes, me ha dicho, que tenía muchas ganas de volverle a ver la cara a usted; ¿sí, y eso porqué?; ¡yo no sé! ; Dizque para ver como reaccionaba; ¿con qué eso decía? ¡Sí, mire que sí! y lo decía con los ojos ennegrecidos, parecía, como si tuviera una nube, que impedía ver ese fondo.
Tras un breve silencio, Isadora preguntó; ¿bueno y cómo son los ojos de ese hombre?; y de una y sin temor a equivocarse, Amanda respondió; perversos y achicados. ¡Que miedo, un hombre así! , repuso Isadora.
Se llevó Amanda, las manos hacía un lado de la cabeza, la sangre que le había brotado, a causa del golpe recibido ya se le había secado.
¿Y ese hombre está casado? preguntó; sí, la señora es evangélica; ¿evangélica?  Casi gritó Isadora; sí, pero esa si es de verdad, aunque  la mayoría de esas gentes, son muy fariseos; claro, qué por lo que sé , esa señora como que, es muy buena papa; puede ser; concluyó Amanda; ¿y usted es amiga de ella?; prosiguió Isadora; bueno, lo que se dice amiga no, pero si la conozco y sé que ella no se mete con nadie, es muy decente, hay el problema, es que cree ciegamente en lo que dice su marido.
¿Y no habrá manera de llamarla?; el problema es que mí celular está descargado; dijo Isadora; y yo ni hablar, no uso nada de esas cosas, rara la vez; pero si contamos con suerte, quizás, venga acá o llame a la policía; ¿Por qué lo dice? Bueno, porque no hay nada mejor, que despertar los celos, creándole dudas a una persona. ¡Um! dijeron ellas, y poco a  poco se fueron adormeciendo, entrando en un sopor, lleno de sobresaltos.
Mientras tanto, Leticia se había introducido por el pasillo, pero del lado contrario al vestier, que quedaba junto al baño de las damás y curiosa había vuelto a husmear; pegando lo más que podía sus oídos, a esa puerta cerrada con doble cadena, no podía entender muy bien, lo que se decía; pero eran voces de mujeres y hablaban de escapar; ¡Leticia!, ¡Leticia!
En cuanto escuchó la voz de Adrián, está corrió como una desaforada, buscando en donde esconderse y lo primero que encontró fue otra puerta, que empujó con el trasero y como pudo se metió allí; pero apenas si cabía, dado que, ese era el cuartico en donde se colocaban trebejos, herramientas y las cosas del aseo.
¿En dónde se habrá metido esta mujer?; presuroso se dirigió al cuarto, en donde estaban las prisioneras, lo empujó, deseando entrar, pero al punto, terminó por arrepentirse, quizá sintió temor y pensó; todavía no, lo mejor es que busque a esa mujer, a Leticia.
Cogiéndose la cumbamba, se paró junto a la puerta del closet, en donde se hallaba escondida Leticia, está sentía que estaba a punto de asfixiarse; por breves segundos, que parecieron años, Adrián se quedó detenido, hasta que volvió a encaminar los pasos hacía el lado del auditorio o sala de teatro, al final, no se sabía con certeza lo que era.
Cuando sintió que los pasos de Adrián se alejaban, respiró tranquila; por ahora, lo mejor era, que le siguiera la corriente; así que en cuanto pudo, se sentó en una de las bancas que estaban junto al vestier; Adrián, al entrar al auditorio, se encontró con Rosalía, que hacía rato se había terminado la deliciosa taza de agua aromática, la que era para Leticia, se sobresaltó al verlo ¡Maestro! ¿Oiga Rosalía y usted, qué hace aquí?; ¿yo? Pues no, es, es que. ..
¡No muévase a ver!  A ver, si me ayuda a encontrar a Leticia. Al decir esto salió de nuevo, con rumbo al vestier; te he buscado por toda la casa; no, es que estaba dentro del baño; ¿entonces porqué no me respondías?; no, es que me he sentido, un poco mareada y además estaba haciendo; ¡bueno ya sabes!  ¡Bien, bien! , no tienes que darme detalles.
Adrián se quedó mirándola y está de nuevo, contuvo la respiración, pero esté, tan sólo dijo; ¿a propósito, no te habías enterado de la bomba qué estallaron hace rato? ¿Bomba, bomba?; ¡Pues claro!, ¡lo había olvidado!, en el taxi, en que venía alcancé a escuchar un extra, ¿pero con todo esté lio, de túnicas negras y cosas tan raras?
Adrián se quedó pensando y sopesando la situación y ya luego aclaró; ¿túnicas negras?; ya te expliqué mujer ¿y porqué no trajiste tú carro?; ¿mí carro? ; A no pues, porque no me sentía capaz de manejar; ¿oye y tú me crees tan pendejo?; también, tienes qué explicarme como llegaste aquí y quién te dio está dirección; no pues; ¿eres tonta o qué, es qué no sabes decir otra cosa qué, pues, pues?
Leticia tragó saliva; ¿y ahora qué va a pasar? y con las ganas que tengo de irme; ¿a mí, quién me mandó, meterme en dónde nadie me estaba llamando?; mientras pensaba esto, se había quedado absorta, mirándolo; ¡despierta!, ¿porqué me estas mirando así? No Adrián, lo que pasa, es que me cuesta trabajo explicártelo en estos momentos; pero seguro que siempre he estado motivada por los celos; valiente motivo; ¿no?
Lo que sea, pero yo tengo que salir a coger un taxi, ¿Taxi?,  expresó Adrián como medio desconcertado; ¡lo siento!, es que yo también había olvidado, ¡lo de la tal bomba! y es qué, con todo este lío de la obra de teatro; ¿a verdad, tú representación teatral?; dijo está, en tono disimulado; ¡sí pero bueno! ; Yo creo que con todo esté asunto de terroristas y todo eso, no venga ya nadie; por lo demás, olvidé decirte, que está obra no se presenta hoy, sino pasado mañana.
¿Pasado mañana? Sí pasado mañana y no abras la boca de ese modo, que se te van a entrar las moscas antes de tiempo; Leticia agitó las manos para espantarlas, pero fue más que todo un movimiento instintivo; entonces ocurrió lo imprevisible, Adrián soltó una carcajada malévola; capaz de estremecer al más valiente y al punto, se detuvo en seco; y la risa cesó. ¿Pero sabes, tienes razón mujercita, voy a acompañarte a coger un taxi? ¿Un taxi? ¿Sí, es qué no sabes que mí carro esta en el taller? ¿También?
Sorprendida, Leticia abrió y cerró la boca; ¡sí, como lo oyes!, aunque eres una pelota; ¿una qué?  ¡Una tonta! , dijo mirándola fastidiado; ¡bueno tonta si! ; ¡tonta lo soy! ; Por haber venido a esté lugar; se lo dijo, mirándolo con cierto aire de insumisión; Adrián se asombró, en tantos años de casados, nunca la había visto, con este aire que parecía renovarla; lejos de agradarle le choco y pensó; no me conviene, que está mujer se me subleve, antes, tengo que sacarle ciertos numeritos.
Pero como ya estas aquí, vas a tener que quedarte; ¿quedarme?, ¡ni por toda la plata del mundo! ; Casi gritó asustada. ¿Pero, porqué dices eso mujercita, qué es lo qué tiene de malo esté lugar?
Dijo, ahora si en tono sarcástico; ¡no, pero si no es por eso! ; Lo que sucede es que no hay nada mejor, que dormir en su camita. ¡Pues lo hubieras pensado mejor! , ¡Y ya basta de hablar! , tenemos una habitación disponible y deben de haber unas cobijas por hay, además estoy agotado y quiero descansar.
Leticia se llevó las manos a la boca para no gritar, en verdad, tanto la asustaba esa idea, sí, y ese que tenía en frente suyo, era por completo un desconocido. Entonces, ante esa sola idea, sintió que un escalofrió le recorrió la espina dorsal.
¡Tu si puedes quedarte!, ¡pero lo que es yo!, ¡me voy a casa! ; A Adrián se le agrió la cara y un brillo oscuro, saltó de entre sus ojos, sin embargo, no objeto nada; ¡mira! , para que veas, que si soy un hombre bacán, voy a llamar a uno de mis feligreses para que te acompañe ¡y  vea a ver! , si puede conseguir un carro, aunque yo no creo, ¡Ja, Ja, Ja!  Ella se levantó de prisa; ¿no, no, cómo se te ocurre?; deja, tan sólo, que yo salga y yo, ya veré como me las arreglo.
¡De ningún modo! , ¡Tú no me sales sola de aquí!  Adrián, se quedó mirándola; ¿Sera qué esta mujer si sospecha algo? Lo más seguro es que sí, puedo oler su miedo, aunque está muy cerrada; casi puedo intuir el ruido que hace su corazón, al sentirme cerca, tendré que eliminarla, aunque no lo pensaba hacer tan pronto.
De todas formas tendré que arriesgarme, así que voy a salir. Al ver su obstinación esté repuso; en ese caso, iré contigo y al decir esto, la miró de un modo tan extraño y hasta siniestro, tanto, que ella se sintió, invadida por un pánico inexplicable.
Sin embargo intentó disimular y salió delante de él, a paso rápido; pero Adrián la tomó del brazo, sujetándola con fuerza; impotente se mordió los labios, se sentía apretada, por esos dedos fríos y por el momento no ofreció resistencia.
Salieron a paso rápido, pasando por entre la guardia; ella nerviosa y agitada y él ataviado dentro de un traje oscuro; sosteniendo con rudeza el brazo de ella, casi obligándola y ella sentía que su brazo, se le iba a partir; mientras así iba, se sentía presa de emociones encontradas; quería irrumpir en llanto, como cuando era niña y papá corría a levantar la y de otro lado, sentía la necesidad de golpear a Adrián y echarse a correr, pero no hizo ninguna de las dos cosas  y por primera vez no iba a llorar; no quería hacerlo, se acordó del pastor Eliécer y hasta lo vio y lo escuchó hablando con dureza ; ¡mujeres os debéis a vuestros maridos! ; Claro que esté caso si que era especial.
Adrián abrió la puerta, que daba a una calle amplia y desierta, e hizo un ademán a uno de sus hombres. Esté se quedó expectante y observando con la puerta entreabierta; de una sola visión, Leticia abarcó la calle, de algún árbol, saltó veloz un pájaro, que se ocultó en algún lado, tan sólo se escuchó su gorgoje.
Un viento helado penetró los orificios de su nariz y hasta sintió que sus dientes se destemplaron. ¡Y todo tan oscuro! , si acaso echara a correr, Adrián podría alcanzarla en segundos, no volteó a mirar; pero si, percibió a sus espaldas, la tenebrosa mirada que la custodiaba.
Al llegar a la mitad de la cuadra, Adrián hizo que se detuvieran; podía incluso, percibir esa respiración, como de animal al acecho, entrecortada; ¿y si fuéramos más abajo? se atrevió a decir; Adrián la liberó un poco y en tono meloso le dijo; no tengas miedo amorcito, estas conmigo y soy tú esposo ;¿Te olvidas qué hace tiempo qué no?; balbuceó ella y en silencio esperaron más de media hora  y durante ese tiempito, que por supuesto significaba toda una eternidad para Leticia, esté la miraba con cierta malicia, sintió ganas de decirle;¡váyase a la porra!; pero en lugar de eso apretó la boca, que le quedó casi, como un conjunto cerrado.
Adrián, carraspeo, ¿mujer, aún estas dispuesta a seguir esperando?, mira, que no ha pasado nadie, ni un sólo carro; está miró, que la calle, se alargaba hacía abajo; declinando en forma de ladera.
El viento traqueteaba sobre los árboles y el cabello se le esponjaba, a la vez que sentía, que un hielo se le instalaba en el cuero craneano y los tobillos le picaban como si tuviera sarna. Las luces de neón volvíanse opacas y sin brillo, por momentos rojizas y hasta amarillosas.
¡Una hora y veinte minutos!, dijo él, mirando su reloj de pulso, te traje para que comprobaras mí buena voluntad, pero creo que es más que suficiente; dijo con pasmosa frialdad. ¡Rezo, por un milagro señor! ; ¡oro por un milagro señor! ; pensaba ella. Leticia subió la mano con disimulo para mirar el reloj;
Faltaban quince minutos para las doce, resignada dijo, en medio de una angustia; ¡está bien! , sólo por está noche me quedo, ¡pero que te quedé claro!, quiero dormir sola; Adrián rió con frialdad, al verlo, lo sintió extraño, pero su risa no era la de un desquiciado, era otra cosa, era la viva encarnación del mal.
Lo dicho había sonado como algo fuera de base; ¿porqué le abre dicho esto? se lamentó, pero volvió a mirar la faldita; ¿y si me tirara a correr?; no, será mejor que no intente nada; porque que tal, que a esté, le dé por echarme a rodar y hasta me mate y después, ¿quién se va a dar cuenta de lo qué está pasando allí adentro?
Adrián sabía, que estaba poniendo en riesgo sus planes, pero tenía confianza, en que las fuerzas negativas le favorecían, de otro lado, no quería hacerle nada a Leticia todavía. Claro que, de ser necesario procederé, no me conviene que se haga ninguna investigación; pensó.
Regresaron al garaje, en un silencio total, ella cabizbaja y achicopalada; el hombre de la guardia aún estaba alerta, al entrar ellos, volvió a cerrar la puerta, está se escuchó chirriar con un sonido seco apretado. La casa estaba en penumbra.
Al cruzar por el pasillo, las figuras de estos, se proyectaron sobre las paredes, la de ella se alargaba, adelgazando su silueta y la de esté se empequeñecía hasta tomar una figura simiesca, tan sólo una sombra.  Atravesaron el pasillo y se desviaron hacía el teatro, entrando por la parte de atrás, del lado izquierdo.
En silencio lo seguía ella; como dispuesta para un funeral, ataviada en vestiduras horizontales y oscuras;
¿Quién hubiera imaginado, qué esté simple garaje resultara ser una casa tan grande? Y así llegaron a una puerta de color café opaco, y la puerta estaba construida en madera fina; pero igual se veía desvencijada.
La empujó sin delicadeza; había una luz encendida y al instante sintió, que algo oprimía su pecho; entonces suplicó; ¡que no se quede a dormir!, ¡Dios, que no se quede a dormir!, ¡Dios, haz que se vaya!  ¡Aquí tienes mujer!, duerme que ya mañana hablaremos y salió, de inmediato se afanó a cerrar la puerta y hasta le puso el pasador; esto, la hacía sentirse un poco más segura.
El contraste entre las cosas era visible, la cama se veía nueva, era de madera, las sabanas se veían limpias como recién puestas, al igual que las cobijas, era como si una generosa mano, le hubiera puesto empeño en arreglarlas. Un amplió closet, estaba nivelado a la pared, y casi al pie de la cama se veía una poltrona vieja, pero desempolvada y a la cabecera de la cama, un nochero y sobre esté, se sostenía una lámpara; se veía que esas cosas eran nuevas.
Lo único raro, es que no se veían ventanas, ni agujeros por donde mirar; salvo un conducto pequeño por la parte superior, de donde se entraba un airecillo. Lo malo era que se sentía una aridez proveniente del pasillo; se sentó con resquemor en la cama, tocó las cobijas, sólo faltaba un poco de calor.
Al mirar hacía el frente, del lado opuesto, descubrió un escritorio y más allá, un perchero y en todo el centro de la habitación; horror de los horrores, una foto de medio cuerpo de Adrián y por vez primera, descubrió esos ojos pequeños y achicados, que parecían mirar de soslayo, esa mirada siniestra que parecía seguirla; sus labios sonreían, enigmáticos.
No le quedaba la menor duda, tenía los rasgos de Adrián, pero se veía mucho más mayor y el problema es que algo, parecía sobrepasar los límites de lo concebido; ¡no, esté no puede ser Adrián! , ni esté, ni el que está, allá afuera, ¡no! ¡Al menos!, el que yo he conocido no es así.
Por lo general era poco observadora; pero el estado de zozobra en que se encontraba, había aguzado sus sentidos, se puso de pié, buscando algo con que tapar esa figura tan repugnante. Entonces sintió que alguien golpeaba con los nudillos; esperó conteniendo la respiración; ¿Quién será Dios mío?; ¿quién? Al instante, el toque se repitió, pero seguido de una voz, que casi susurraba; ¡Doña Leticia! ¡Doña Leticia! 
Se había quedado, en la mitad de la habitación, con las manos apretadas, por entre los senos; su cuerpo casi se tensó como las cuerdas de una guitarra, sin embargo creyó reconocer la delgada voz de Rosalía, pegó sus orejas a la puerta; le traje café caliente, ¡se que hace mucho frío!  Váyase no quiero nada, nada.
¡Ábrame!, ¡por favor!, ¡por favor!, ¡no le quiero hacer ningún daño!, no es lo que usted piensa; ya le dije que se retire; ¡por favor, no haga bulla! , mire que no es bueno, que se den de cuenta que estoy aquí, ¡por favor ábrame! ; la voz casi suplicaba desde el otro lado,  ella dudó,  hasta que al fin, siguiendo una  corazonada abrió,  Rosalía, que esperaba agazapada y con una bandeja en la mano, llena de viandas, expresó;¡ gracias a Dios ,abrió usted ¡
Ella se quedó de pié, sorprendida; ¡cierre!; ¡cierre!, rápido la exhortó Rosalía y como vio, que no corría peligro le hizo caso, pero la miró con desconfianza; ¿la envió Adrián?  ¿No, cómo se le ocurre?, ni siquiera sabe que estoy aquí.
Leticia, se dirigió hacía la puerta y se atrevió a mirar, todo estaba como boca de lobo; oscuro y frio, entonces se estremeció y cerró con el pasador; ¿para qué trae eso?; son para usted, rosquillas de mantequilla y café caliente; ¿y cree qué voy a comerme eso?, a lo mejor están envenenadas.
Rosalía colocó la bandeja sobre el nochero y dijo; tiene razón al pensar así, pero como demostración de mí buena fe, comeremos juntas y lo haré primero yo; ¡bien! ¡Como quiera!      
Mientras saboreaba el café y consumía algunas de las cosas , Rosalía se sentó; tiene razón de pensar así, se que algo no esta bien aquí ; sí, pero usted debe de estar muy enterada?; mientras hablaba su estómago crujió; ¡qué hambre tengo! pensó; a la pregunta de está, Rosalía se detuvo como en cámara lenta, mientras que a su vez se colocó un dedo en la boca y dijo  ¡chist; chist¡ y en puntillas, se levantó y apagó el interruptor de la luz y todo eso lo hizo, con una agilidad que desconcertó a Leticia.
Encendió una linterna, que había traído con ella y arrimó su oído a la puerta, un ruido se escuchó afuera, parecía como si unas alas hubiesen caído del techo al pasillo y luego unos pasos se alejaron de prisa. Leticia también lo escuchó, se arrinconó hacía la pared y esto fue de tal modo, que su cuerpo se achicó, entonces como exangüe, se dejó caer sobre el asiento del escritorio.
Con sigilo Rosalía se alejó de la puerta; si alguien me descubre, voy a estar en grave peligro, pensó y en un acto involuntario, colocó la luz de la linterna encendida sobre el rostro de Leticia; quíteme eso de la cara que me encandila; ¡perdone, perdone señora! ¿No hay algo más qué pueda encender aquí? preguntó; ahora que lo menciona, sí, hay algo y entonces prendió la lámpara que estaba sobre la mesita.
De inmediato se niveló la habitación, llenándose de una luz calmada; no obstante al moverse, esa luz proyectaba siluetas, figuras, también se sintió un frío tenaz, Leticia pensó; tal vez, existan corrientes subterráneas que se filtran por algún agujero o por alguna hendija. Un vientecillo pareció llegar por el techo, o por la ventana, en apariencia, confirmando lo pensado por Leticia.
En esos momentos, hubiese dado lo que fuera, por sentir la calidez de una mano amiga que apretara la suya; ¡pero no! ; Se hallaba sola en ese lugar y además estaba está mujer, que no dejaba de parecerle rara y que además le daba un poco de temor.
Con un movimiento casi que, mecánico alargó una de sus manos y tomó la taza de café, que Rosalía había dejado servida, tenía tanto frío; entonces con la otra mano tomó galletas y rosquillas; ¡hay que delicia! ; ¡rico, esto está muy rico!
Rosalía la miró compungida; pobrecita, pensó y se metió una de sus manos en los bolsillos, para buscar sus cigarrillos; ¡maldición! dejé mí cajetilla en la cocina; mejor, porque si no, habría llenado está habitación de humo; respondió Leticia con la boca todavía llena.
Entonces Rosalía se sentó del otro lado y vació café y comenzó a beberlo; ¿le gustó la habitación? está no respondió; yo misma se la arreglé; y como la otra, nada decía, prosiguió; doña Leticia, se bien, que soy una de las malas y que es probable que yo ni siquiera exista; hizo una pausa, sorbió café y melodiosa entonó; sólo sé, que soy una oscura silueta, que se encuentra en  algún lugar o quizás, tan sólo estoy situada en el intermedio de una pared, que comunica con otro lado.
La otra parpadeó y Rosalía continuó; atención a lo que le voy a decir, Leticia alargó sus manos y tomó otro bizcochuelo que se llevó a la boca, bebiendo a su vez con frucción; vea, lo que pasa es que nosotros somos adoradores del diablo; Leticia, casi se ahoga del susto, sin dar importancia a esto, la otra continuó; pero a ese, no le gusta que lo llamemos así. Sintió Leticia, como si le hubiesen vaciado varios baldes de agua helada sobre la cabeza.
Su semblante pasó del pálido al blanco, pero Rosalía ni siquiera se percató, ya que la penumbra no le permitía ver con nitidez, la cara de la otra y continuó hablando; Leticia balbuceó, temblorosa; ¡hay Jesús mío!, ¡por Dios! ; Intentó levantarse; pero su cuerpo no le respondió, de manera que se quedó pegada a la silla, una voz interior la exhortó  a que escuchara.
Pero fue tanto su terror, que incluso, se sorprendió así misma, intentando dar un manotazo a la mujercita que estaba sentada en frente suyo. Rosalía siguió, como en un susurro, ya con la cabeza inclinada y sin siquiera darse cuenta, de lo que se movía dentro del cuerpo de Leticia; ¿y usted señora, no se imagina lo mal qué yo me siento?
Sin un rigor minucioso, pero urgida por su propia interioridad, suspiró hondo y trató de permanecer en calma; ¿acaso está usted arrepentida?; la otra suspiró y un hondo gemido, se desabrochó desde su pecho, fortalecida, quizás por ese gesto. Leticia prosiguió; ¿Qué es lo qué pretende de mí? Ella sacó un pañuelo y se tronó las narices:
Luego alzó la vista y respondió; de usted nada; tan sólo quiero ayudarla, que sepa al menos como son las cosas con… ¿con quién?; pues bueno, con don Adrián. Leticia frenó en secó sus palabras y se puso a mirar a su interlocutora, la luz de la lámpara, le dejó ver esa cara; que parecía casi, como la de un moñito triste.
Entonces en un gesto hospitalario; estiró sus manos hacía Rosalía, pero sin llegar a tocarla, ya que se quedó a medio camino; ¿Qué hago Dios mío?, ¿qué hago? Y al verla así, pensó; ¡está pobre mujer se ve tan indefensa!
Tal vez si este diciendo la verdad; ¡un momento!; dijo; o gritó casi, pero al instante se tapó la boca con rapidez, tal y como, si hubiese cometido un delito al expresarse.
Las mejillas chupadas de Rosalía se movieron hacía los lados, para que una sonrisa se delineara, iluminando su cara.
Leticia susurró, el señor la ha puesto en mí camino, y debo ayudarla a salvar su alma. En efecto, Rosalía la miró con desesperación, no lo sé, lo que sea, pero si estoy aquí, es porque hace poco, tuve una visitación; ¿cómo qué una visitación? Preguntó expectante Leticia.
¿No será más bien, qué recibió una visita?; como sea; el caso es qué, desde entonces, he descubierto cosas que no sabía que tenía; ¿bueno y quién fue esa persona qué la visito?
El otro día, don Adrián o el maestro, como se hace llamar, me mandó a una iglesia a que me robara unas hostias.
No entiendo; ¿eso qué tiene qué ver? ; Lo que pasa es que mientras me robaba las hostias y bien segura de que nadie me estaba viendo y con el corazón lacerado en odio y disfrutando de los salivazos y de las blasfemias que íbamos a decirle a Jesús; Sin querer, miré hacía una imagen de María, de aquella, que para nosotros es un horror verla y hasta nombrarla; entonces quise apartar mí mirada, pero me fue imposible y vi como me sonreía, era tan dulce su mirar.
Leticia se quedó con la boca abierta; de seguro fue que le pareció, o el mismo demonio le hizo ver cosas que no son; ¡no, no, déjeme terminar!, ¡yo sé lo que vi! es algo que es difícil de nombrar, la otra aseguró; bueno a veces, uno ve cosas que no son.
Pero no es sólo lo que vi, sino también lo que sentí; es que en realidad, a mí nunca me había llegado a pasar eso; yo bien segura estaba del odio, que sentía por Dios y por su hijo; ¿y al fin, qué fue lo qué vio?  No era una imagen, sino una persona viva, lo que vi; ¿me entiende?
No, la verdad es que no; dijo Leticia, casi impávida, no participaba del entusiasmo de Rosalía, para ella las imágenes no valían nada y además, la virgen no era nadie, tan solo una criatura, ¿y esta insignificante mujercita, quién sabe con qué, le iba a salir?; ¿dizque la virgen se le había aparecido? ¡Ja, Ja, Ja! se rió para sus adentros; pero dijo con rigor; Tanto las imágenes, como la virgen son cosa del diablo.
Rosalía ignoró la provocación y continuó; de su corazón salieron como unos rayitos, algo que se sentía cálido.
Pero lo más tenaz, es que esos rayos, me traspasaron el pecho de lado a lado, me lo atravesaron y me cogieron unas ganas de llorar y llorar y ya luego me sentí llena como de una paz, algo que me llenó de alegría, era como si en esos momentos; esa presencia me fundiera con ella.
Después de guardar silencio, Rosalía prosiguió; ¿y sabe qué fue lo más extraño? Leticia se encogió de hombros; que esa mirada de María era también la de Jesús; sí era Jesús, llenándome de amor y ya desde entonces, esa mirada me persigue y no halló en ella, reproché alguno; tan sólo es una invitación, a la que no me puedo negar.
¡No, un momento!, ¡un momento!; primero me dice que ustedes son adoradores del diablo y ahora ya me sale con ese cuento.
Después de quedarse quietas, mudas, cada una en lo suyo y sacando cuentas por su lado, acerca de lo que les estaba pasando; Leticia arguyó ¿y a todas estas, qué tiene que ver mí marido en todo esté cuento?; ¿es qué acaso, todavía no se ha dado cuenta, no vio cómo nos trató allá, en el auditorio?; Leticia se estrujó las manos; ¿él es el maestro del qué hablan? ; Sí así es.
¿Maestro y pastor? Sí doña Leticia, lo que pasa es que yo lo conocí como pastor y me tendió la mano; siendo yo una mujer de la calle, una gamina y me dejó vivir acá; y ya luego, me encaminó por la senda del mal, haciéndome creer que con el negro ese, me iba a ir muy bien. ¿Negro? Sí al diablo le dicen así.
¡Jesús maría y José! ; dijo Leticia; sin darse cuenta, sí como le digo, él me dejo vivir en está casa, pero ha cambio soy una esclava y ni cuenta me daba de mí condición, hasta que tuve está visión.
¿Cuál es el papel de Adrián?  Él es un intermediario entre ese ser oscuro y nosotros, es quien nos conecta con las sombras.
No entiendo; no del todo; ¿está segura de lo qué me está usted diciendo? Segurísima, aún cuando hay veces, que siento, que don Adrián, es el mismo demonio.
¿Bueno, sí es cierto, qué usted tuvo esa visión, porque está aquí todavía? Es que esto sucedió, apenas la otra semana y no es tan fácil, buscar para donde irse uno, pero ya no me siento nada bien aquí y es que antes tenía una venda en los ojos; ahora siento que algo nuevo me esta llenando; ¿bueno y qué es lo qué hacen ustedes?; hacemos lo que nos manda don Adrián, él dice que ese ser, le exige sacrificios de sangre:
¡No! ; exclamó Leticia y se llevó las manos al pecho; en la vida, jamás se imaginó, que esto podría sucederle a ella; a ella, que era una mujer de casa, ciento por ciento segura de las virtudes, del que creía, era un buen hombre y un fiel seguidor de Cristo.
Y siempre a la sombra de su marido, no se le despegaba ni para ir al baño. Bueno, hasta un tiempo atrás en que dormían en camas separadas.
Leticia entornó los ojos, recordando los cultos de los domingos, las reuniones de damas en la semana y la voz del pastor predicando; ¡mujeres os debéis a vuestros maridos!
De repente, Leticia movió su pesado cuerpo y como pudo se levantó, tomó la linterna y la enfocó sobre ese retrato de medio cuerpo, el retrato, que estaba a sus espaldas; sí, no le cabía la menor duda, se parecía a Adrián, esa mirada pareció clavarse sobre ella con sorna; está se estremeció de pies a cabeza y apartó con rapidez la linterna.
¡Por amor de Dios! ese hombre es Adrián, bueno, por lo menos la figura que aparece allí; aunque se ve mucho más mayor; no, ese es el mismísimo patas; Rosalía exclamó ¿cómo pude ser tan tonta y adorar a esa cosa?; ¡venga!, pongamos ese retrato boca abajo, sobre el suelo.
Como Rosalía era pequeña y delgada, intentó mover lo pero no pudo; déjeme yo le doy una mano, afirmó Leticia; ¡no, pero esto si está muy pesado!, casi ni se mueve.
Después de varios intentos, las mujeres se dieron por vencidas, jadeaba Leticia, por el esfuerzo hecho y sudaba Rosalía; pero la primera no pensaba en darse por vencida todavía, así que tomó el cobertor que cubría la cama y tapó aquella imagen extravagante.
Las mujeres volvieron a sentarse, quedando está vez Rosalía, sobre el asiento que antes ocupara Leticia y con mano temblorosa, vertía café sobre un pocillo; bebiendo con ansiedad. ¡No, esto es terrible!; afirmó Leticia; ¿qué vamos a hacer? lo mismo me pregunto yo, a lo mejor don Adrián, no tiene pensado nada malo para usted, siempre y cuando disimule que no sabe nada.
¿A propósito, qué es lo qué tienen en un cuarto, qué esta al fondo y con candado?; allí tienen unas mujeres que capturaron y que van a sacrificar pasado mañana ¿a ese ser?; sí; ¿y usted no ha pensado, en hacer algo al respecto?
¡Sí, claro que sí!, hasta el momento no he hecho sino fingir, ya que si me descubren me matan; estoy esperando hasta mañana, a ver que sucede y como eso es a media noche, me puedo volar, en cualquier momento y entregarme a las autoridades.
Pero además, yo tengo las llaves de ese cuarto, vea tómelas, a ver que puede hacer  por esas pobres mujeres. ¿Yo y porqué yo?; bueno es que a mí, no se me ocurre nada. No es mejor que las tenga usted, no sea que la descubran; ¿sí será? Bueno, preste a ver.
¿No, y usted era la que estaba tan arrepentida?; así es, pero por el momento me siento impotente. Por le demás, después de ese día, en que tuve aquella visión, siento que algo me falta, algo que necesito como el aire para vivir.
Leticia rezongó para sus adentros; a ella no le pasaba así, por el contrario, pensaba, hasta ese momento que lo tenía todo. La voz de Rosalía se volvió a escuchar; además si yo salgo de aquí, así como así; cualquiera de ellos, podría sospechar de mí y zúas me cortarían la cabeza.
Como quiera que sea, se que es preferible morir, a seguir sirviendo, a una causa innoble y hasta perdida. Leticia se cogió la cabeza con ambas manos; sentía que esta le zumbaba, parecía como si fuese  el ruido de un motor que comenzaba a desenclavarse. Y es que, no estaba acostumbrada a trasnochar, además eran demasiadas cosas, estaba por completo abrumada.
Rosalía la interrumpió, van a ser las tres, está es la hora, en que comienza una segunda ronda y si no me encuentran en mí puesto, ¿quién sabe lo qué podría pasar?, Así que yo me voy, para no levantar sospechas; ¡pero eso si le digo! ¡Cuente conmigo para lo que sea!
Leticia vaciló por unos segundos; ¿de modo qué se va ir?; sí, ya sabe que es mejor así, así podré regresar mañana, ¡por Dios!, ya casi es hora, créame ya buscaré la forma de comunicarme con usted y sin mediar más palabras, salió con rapidez.
Al sentirse otra vez sola, como pudo, Leticia se levantó de la silla y le puso el pasador a la puerta, se acordó de todo lo que Adrián le había dicho y se dijo en voz alta; ¡ay Adrián!, Adriancito, jamás me imaginé, que fueras un demonio. Al instante, su cuerpo comenzó a temblar; ¡bri! , ¡Bri!, que frío y sus dientes comenzaron a chasquear, un frío de sepulcro la envolvió; dedujo que ya podía encender la luz, pero se acordó de la linterna, entonces la tomó entre sus manos, se acurrucó en la cama y así se quedó quietita.
Si al menos, tuviera una biblia; musitó, pensó en orar, como lo hacía en la iglesia, pero no pudo, al instante se puso de pié, ya que sentía que la vejiga, la tenía repleta; como pudo se dirigió al baño, quiso orinar de un sólo girón, pero se contuvo y dejó que saliera a chorritos, y esto con gran esfuerzo, pues estaba que se reventaba; no comprendía como podía hacer eso, en un lugar como ese; luego se enjuago las manos y la boca. Y se dirigió a la puerta con la intención de mirar; si pudiera salir, quizás podría escapar y hasta ayudar a esas pobres mujeres; no obstante, llegar hasta la puerta y abrirla, y ver tan tenaz oscuridad, volvió a cerrar con el pasador y así de claro, en claro, pasaron las horas.
Sin embargo el fulgor, de los primeros rayos de luz, la encontraría dormida y tan profundo, que no se percató de la extraña sombra, que estaba al pié de su cabecera, mirándola con fijeza y tocándola con sus dedos, recorriéndole la frente con ellos; sobándola, de un modo en qué le hacía soñar, sumergiéndola en cosas estrambóticas y borrascosas.
Pero de algún lejano lugar, allí mismo, dentro suyo, muy al fondo, le sobrevino un sonido de cristales rotos; también algo así, como un aleteo de palomas. De inmediato abrió los ojos, lo primero que vio, fue cierta claridad que se desplazaba desde la ventana sellada, hacía adentro. ¡Que extraño!, habría jurado, que una cosa oscura y tenebrosa, se hallaba al lado de está cama; pensó. También por unos segundos, tuvo la sensación de que se hallaba acostada en su propia cama; pero el cobertor puesto sobre el retrato y la ventana tapada, le recordó en donde era que se encontraba.
Lo primero que hizo, fue lanzarse sobre la puerta, e intentar abrirla, pero no pudo; después de varios forcejeos, que resultaron inútiles, terminó dándose por vencida. Se sintió traicionada; sin duda, fue la tal Rosalía, sí debió de ser ella ¿por qué quién más? ¿Cómo pude caer en semejante trampa y de un modo tan pueril?, al decir esto, las lágrimas se le salieron y comenzó a llorar en forma ruidosa, sin embargo; se dijo así misma; ¡un momento!, ¡un momento! ¿Y si hubieran descubierto a Rosalía y también la tuvieran prisionera?
Intento calmarse, miró hacía la ventana sellada, la claridad se filtraba ahora, con mayor intensidad, era como si, un centenar de manos la empujaran hacía adentro. Se mordió las uñas un poco, sin darse cuenta, luego las apretujó una sobre la otra; ¿qué hago, qué hago? se preguntó. Sus sentidos parecieron aguzarse, pero no escuchaba nada, ningún ruido, ninguna señal.
La pobre, terminó por desesperarse, una cosita se apoderó de su vientre, algo que le subía y le bajaba, parecía un cosquilleo de hormigas y sintió un frío, un frío que con rapidez se quería apoderar de ella y no resistió más; entonces comenzó a gritar; ¡sáquenme de aquí! ¡Sáquenme de aquí! ¡Qué me saquen de aquí! , partida de inicuos, obtusos, aberrantes; sabuesos del malo,  ¡gentes impías!, ¡sáquenme de aquí!
A todo pulmón gritaba Leticia; sin caer en la cuenta de cuán desaforada estaba.
El caso, es que sus gritos comenzaron a izar la bandera y de inmediato apareció Adrián, rodeado de varios de sus energúmenos, abrió la puerta y entró y en un tono en apariencia calmado, le dijo; tranquilízate mujer; ¿qué es lo qué te pasa? pero en cuanto está lo vio, lo apartó de un manotazo y salió como loca a todo correr; no obstante, el segundo en mando, la alcanzó y le tapó boca y nariz con un pañuelo untado de cloroformo.
Leticia se desvaneció en el aíre al instante; ¿vaya parece qué le echaste, como para dormir un elefante?; ¡no, que va maestro!, apenas si una mínima cantidad; bueno es mejor así, espero que nadie de afuera, haya escuchado sus gritos, llévenla de nuevo a la cama y pónganle una colcha encima. Uno de los hombres se atrevió a preguntar; con todo respeto maestro; ¿Qué piensa hacer con ella?   
Adrián no respondió, a cambio sólo chasqueó sus dedos; quiero que le envuelvan sus píes con bombas de agua caliente, en cuanto a ti Sergio, te diré una cosa, a está mujer, no me conviene hacerle nada, al menos, no todavía; ella es la cubierta que yo necesito, para mantener mí imagen de hombre bueno, ante la iglesia y los demás pastores, de otro lado, su fortuna la necesitamos para seguir manteniendo nuestro rituales al día y mantener nuestra independencia. Por ahora, ella todavía no me ha entregado su fortuna, no la ha hecho a mí nombre.
¿Y lo de anoche? ¿Lo de anoche?, anoche no pasó nada y no quiero que se mencione más el asunto ¿me entendió? ya veremos que pasa; Sergio inclinó la cabeza con reverencia, ¡ya oyeron al maestro! , traten bien a está mujer y mucho cuidado que no le pase nada, es más, trátenla como a una reina; Adrián lo miró y soltó una de sus carcajadas macabras.
Cuando salieron todos, Adrián acarició los cabellos de Leticia con un gesto de desdén y a la vez de lujuria; entonces, le habló en un tono bajo, como en secreto; ¿no sabes cuánto te he caminado Leticia, deseando qué seas mía?; ya que con quien has dormido no he sido yo; hay algo dentro tuyo que se niega siempre a mí. Pero está vez, no te me podrás escapar, eres lo que yo podría llamar, tan inocente, tan pueril, tan loca, pero a la vez tan recia; posees fuerza pero no haces uso de ella.
Ya luego, levantó sus ojos de buitre agazapado y los posó sobre su retrato; más no lo hizo con sorpresa, con toda frialdad se levantó y descolgó el cobertor que lo cubría, ¡Leticia! ¡Querida Leticia! , ya pronto tendrás que verme como soy; ¡Ja, Ja! toda una eternidad tendrás que verme y aunque esperaba, que el volcán que llevas dentro, se incendiara con el juego, que tengo que robarle a las estrellas; no permitiré que nada me impida realizar mis planes de venganza, los  que tengo con el eterno.
Entonces las carcajadas de ese, que a veces parecía desvariar; pero que sabía muy bien lo que hacía, se escucharon en el aposento, en su inconsciencia, Leticia se estremeció, hasta la tangible médula de su ser. 
Sonó con tanta pesadez esa risa, que hasta las gruesas y negras cortinas, que cubrían la entrada en el auditorio, se descorrieron hacía los lados y las almas se partieron en dos y las cosas de la casa, se derrumbaron y extraños sonidos comenzaron a surgir, desde los socavones más profundos de la tierra, mientras que otros descendían como si fueran aguas secas y arenosas; parecía como si se precipitaran sobre un abismo inhóspito; todo parecía como en una antigua maquinación de secreta in sumisión y presa del odio más silveante, los labios de Adrián, escupieron maldiciones. Exhausto exclamó; esté cuerpo es muy débil, ya no me sirve, creo que tendré que cambiarlo.
Por su parte, dentro de la mente de Leticia, algo la precipitaba con furia, hacía un vacío intenso, arenoso, en donde todo hálito de vida desaparecía. Adrián se despojó de su forma humana y adquirió una figura simiesca y el retrato pareció cobrar vida y algo vil, se destilaba por sus ojos y sus delgados labios delineaban apenas si, una sonrisilla.
Adrián le había encargado a Rosalía atender a Leticia; llévele bebidas aromáticas y comidas suaves, si algo le hace falta comuníquese conmigo, voy a estar en el auditorio; ¡como usted diga señor! ; Ella suspiró, ¡entonces todo anda bien!, nadie sospecha de mí; pensó. Con diligencia se dirigió a hacer el encargo; voy a prepararle unas bebidas de té, quizás eso la haga despertar.           

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia     

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