martes, 17 de marzo de 2015

RAFAELA CAPITULO XI

                                                                       



                                                               CAPITULO XI
                                                                         
                                                                  RAFAELA


Hunder Alexander y Evita, jugaban en el patio de la casa de ésta, mientras ella, organizaba sus muñecas, llamándolas a cada una por su nombre, el niño se entretenía, cogiendo hormigas de las más grandes y las metía en un frasco de vidrio, que luego tapaba.
Las hormigas desesperadas al verse sin oxígeno, se morían en su interior; con una aparente rigurosidad, éste las observaba, hasta que iba sacando de a una y la golpeaba con una piedra. Veamos ésta no se queja, ésta tampoco, luego volvía a taparlo y lo miraba con alivio; he descubierto algo y es que, los seres pequeñitos, por más grandes que sean, no sienten ningún dolor.
Sin embargo, los ojos de Evita al mirarlo, se llenaban de lagrimas, no me gusta, lo que haces Hunder Alexander; ¿qué te importa? eres una metiche, entonces la jalaba del pelo, y aunque ella, intentaba defenderse, no podía hacer nada. Luego él, se escapaba por una hendidura del patio, hacía la calle.
¡Caramba, que chico malo eres!  Le gritaba doña Rafaela, cuando lo alcanzaba a ver. Rafaela había perdido a su esposo, cuando Diego apenas, había cumplido los diez años, pero ya, estaba embarazada de la niña, de Evita; justo, me faltaban dos mesecitos, éramos tan felices, y él, estaba tan ilusionado.
Aunque claro, en algunas ocasiones, no faltaba una que otra discusión; se dijo así misma; ¡quien no las tiene!; ¡mija voy a ir a reparar el carro de los Menéndez!; ya sabe, son gentes de plata y nada tacaños; quizá hasta me den, una buena platica, entonces como a eso, del medio día estaré de vuelta, para que nos vamos para donde el Medico, y ¿quién sabe? a lo mejor la invito a comer; ¡muay¡ ¡muay¡; bueno, pero haga lo posible por no demorarse.
Rafaela se rascó la cabeza, lo hacía, siempre que recordaba,  ya desde entonces, le había tocado hacer el papel de madre,  de padre.
Pese a tanto tiempo, trascurrido, no se había vuelto a enamorar y aunque su esposo estaba muerto, no le había sido infiel; además eso, de ponerle un padrastro a mis hijos, ¡ni de fundas!
Volvió a retroceder, en el tiempo y escuchó la voz del muchacho; doña Rafaela vea, lo que pasa, es que le traigo malas noticias; ¿qué sucede? es que por allá arriba, por la casa de los Menéndez, hubo una balacera; eso fue entre los paras y otros de más abajo, pero como su esposo, estaba arreglando un carro y las balas zumbaban de un lado y del otro, en lugar de tirarse en el suelo, se hecho a correr hacía una casa, pero no alcanzó a llegar. Suspiró, de milagro me nació una niña sana y fuerte, porque yo casi me muero.
En esos momentos, entró Diego, pero traía una cara tan triste, que ni siquiera la miró,  se fue directo para su cuarto,  allí permaneció encerrado, toda la tarde y toda la noche, ella optó por no molestarlo. ¿Por Dios, qué le habrá pasado a mí muchacho?
Entonces se rascó la cabeza con desesperación, por más que insistiera, ya él, no le abriría la puerta. Rafaela era, más bien bajita, aunque no mucho, su aspecto era agradable y se veía, que de joven había sido hermosa ; tendría más o menos entre los treinta y los treinta cinco, de allí no pasaba, sus  ojos, eran de un color miel y esto, sumado, a una boca pequeña ,daban un aspecto gracioso a su cara, sus cabellos, para este momento, se veían gruesos, un poquitín aplanados  y  tirando un poco a ser rizados ; sus facciones denotaban una cierta  nobleza ;era, en resumidas cuentas una ama de casa, común y corriente.
Diego fue a buscar a su novia, a una oficina provisional que le había dado la universidad, mientras hacía su práctica, el problema es que al llegar, la encontró junto a su profesor, muy cerquita, muy olvidados del mundo.
Quiso acercarse, ¿qué de malo tendría? después de todo era su Clara Inés, ¿lo era? , pero al verlos así, a punto de besarse, sintió que si lo hacía, invadiría un espacio que no le pertenecía.
Entonces lo supo, esto era lo que explicaba, porque ese vacío tan grande, que sentía, cuando de pensar en ella, se trataba; todo el tiempo, lo estuvo engañando con el tal profesor; si al menos, me lo hubiese dicho; refunfuñó; lo normal, habría sido, que me acercara y le diera un puñetazo al tipejo ese; ¿ pero qué me ganaría con eso?; si ella estaba así, a punto de besarse con ese, era por algo, esto quería decir que ella era culpable.
Los observó, con los puños apretados; los habría golpeado a los dos; pero no, de todas formas habría salido perdiendo.
De regreso a su casa, Diego, aún no comprendía cómo había podido contenerse tanto; cualquier reacción, por violenta que fuera, al menos le habría permitido un cierto sosiego.
Esa noche a solas, golpeó con los puños, las paredes de su habitación una y otra vez y lloró como lloran los niños, los hombres, como lloran, los que tienen un hondo penar; ¡la cara del dolor, esa es la que traigo!, y estoy aquí, perdido en el oscuro laberinto y hasta quizás me hallo agazapado como una sombra.
Pensó en Amanda, la vio morena, pálida, divina; pero con ella, las cosas eran diferentes; ella era lo que era, y la aceptaba así, ya que era como su hermana, su igual, su confidente; pero éste momento, era suyo, nadie más, podía vivirlo con él, ni siquiera ella, que era parte de su propia alma. Clara Inés jamás alcanzaría a imaginarse el dolor que había causado.
El amor es una totalidad, aunque sólo se alimente de instantes, y todos esos instantes, compartidos con ella, sólo fueron segundos, que tan sólo se componían de una o media palabrita; pensó y luego dijo a media voz; bueno, es que la he amado tanto, tanto, que eso es lo que me parece; ¡no, claro, que se me ha entregado!, pero yo querría estar toda una eternidad a su lado.
Se detuvo por unos instantes, con la mirada fija en cualquier ángulo de la pared y se sintió, así mismo, cayendo, dentro de un agujero negro; donde del otro lado, los objetos y las cosas, lo arrastraban a un lejano lugar, en un descenso, en una caída vertiginosa y se acordó de algo.
¿Por qué pensó en eso?; cuando tenía alrededor, de doce años, su mamá ,lo llevó al médico, para que le tratara una amigdalitis severa, pero no había un él, sino una ella, muy joven, entonces, lo hizo sentarse en una camilla , lo examinó con detenimiento, y ya luego le puso un palito blanco, dentro de la boca, como el que le colocan a las paletas de chupar;  cuando terminó de examinarlo, lo miró con ternura y le dijo; tienes comida entre las amígdalas, ¡él se sintió tan avergonzado por eso!
De nuevo, el agujero se abrió y terminó cayendo, aún más, hacía un fondo oscuro, oscuro; detrás del otro lado, quizá allá, estuviera la luz;  en el segundo o tercer año de escuela, Fernanda, una niña más grande que él, lo llevó a rastras lo abrazó y lo besó tanto, que terminaron desnudos, agobiados por un calor asfixiante y pegajoso.
Luego, apareció la imagen apuesta de su padre, lo vio sonriéndole y guiñándole un ojo,  con suavidad, puso sus manos sobre su hombro; ¡papá, papá!;  luego lo vio extendido sobre un charco de sangre; corrió y corrió, la escena volvió a repetirse, hay estaba inmóvil, tendido, en forma horizontal; tan solo, tan solo, como él; en medio de una calle inhóspita, ¿era acaso esto la nada? , entonces alguien, una mujer re gordita, lo tomó de las manos y lo alejó de allí; todo cambio de fondo y aparecieron ante sus ojos, estalactitas de diversos colores.
Luego paredes rocosas, en el fondo, fondo de un mar infinito, y una música descendía y ascendía, levantando las olas, que por momentos, se detenían, como en un mar en calma; recordó a la otra a Camila, sí, así era que esa chica se llamaba, fue en su adolescencia, siempre creyó que la había amado, como a ninguna otra, hasta que un día, se  acabó la fascinación,  ¡pufs ¡  fue como si algo, se rompiera, se perdiera en el aire, todo porque la chica se enamoró de otro tipo.
Éste suspiró, casi, con rabia se secó las lágrimas con los puños de las manos y se incorporó, con un movimiento rápido, hizo un intento, por salir de su cuarto, pero terminó acurrucándose, en su cama, así lo encontraría la mañana, joven, impetuosa e inoportuna; mientras éste aún, se hallaba medio suspendido en el tiempo de un no querer ser.

BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

                                           BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA

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