jueves, 19 de marzo de 2015

CAPITULO XXIII HACIA EL OCASO





Capitulo XXIII

HACÍA EL OCASO


Ya iba a ser época de diciembre y mientras Amanda venia, Clara Inés, iba del otro lado, y pensaba; sí, claro que sí; voy a aceptar la propuesta de el profesor, me casare, además, esto de ser profesora en la universidad es bastante bueno, bien, sí, creo que el asunto está bien.
Pero Clara Inés; no sólo se sentía movida por estos pensamientos, sino que en realidad quería a su profesor, y aunque estando con él, pensaba todavía en la chica, jamás iba a dar un paso para tener algo  con ella; no, claro que no, no iba a exponerse por éste amor, no señor, no se expondría jamás.
Solo años más tarde, ya casada y hasta quizá hastiada un poco de su marido, haría algo por atraer a ésta chica; sin embargo, fue tan poco lo que hizo, que nunca valió la pena, solo unos segundos de platica, aunque el pensamiento pensara toda la vida en ella.
En esas andaba, cuando se preguntó por Diego, ¿y Diego?, un romance de universidad, sólo eso y nada más; se detuvo un segundo, interrumpida, por una despistada transeúnte, que se topó con ella, se miraron unos segundos, sin conocerse, la una iba hacía el futuro, y la otra venia del pasado, del lugar de los olvidados; de los que al fin son olvidados.
Aunque a Clara Inés, la cara de ella, le recordaba a alguien ¿pero a quién; a quién?; en fin, yo ando muy ocupada, para ponerme en esas; Amanda llegó a la parte más híbrida de la ciudad, Aída venia con su marido de gancho; mijo yo quiero unos zapatos de tacón alto y puntudos, como esos que se están usando ahora. Estuvieron a punto de encontrarse de frente, pero una humarada de gentes, que hablaban en voz alta, de una cosa y de la otra, las arrojó, de una cera a otra, de una calle a otra.
Una tristeza inundó a Amanda; sentía que marchaba hacía el ocaso; hacía el ocaso del silencio que habla, ¿Quién lo sabrá? Pero aunque hubiera visto a Aída, la tenían sin cuidado los zapatos de tacón alto; las modas y las multitudes afanosas por comprar y comprar.
Sólo Hunder Alexander tenía en sus manos el futuro ¿y esto, quién sabe?; sino llegaría a ser uno más, de la fila de los alienados; así que muchísimos años después, Hunder Alexander entendería, que era el futuro; cuando sentado en el asiento del vagón, de un tren cualquiera; miraba con desprecio, el rostro del viejo desdentado enfrente suyo, porque el suyo ya comenzaba a desdibujarse.
Cuando Amanda llegó a la casa de Diego; timbró y doña Rafaela le abrió la puerta; se la quedó viendo, sin querer importunarla; entonces con afabilidad, le dijo; ¿tú debes ser la amiga de Diego?; mucho me ha hablado de ti; y moría por conocerte; yo soy Rafaela, su madre y la abrazó con infinita ternura.
Con un poco de timidez, Amanda se dejó estrechar en ese maternal abrazo; muchas gracias doña Rafaela; pero sigue, sigue muchacha. Ya dentro de la casa, Hunder Alexander, se encontraba jugando, con un amiguito, de nombre Santiago, y que al ver a Amanda, dejó de jugar, para prestarle atención y se fue directo hacía ella; yo me llamo Santiago ¿y usted?; yo Amanda y le extendió su brazo; el niño apretó su mano con alegría; y después de unos segundos, le preguntó ¿y usted qué roba?
Bueno yo, éste; porque es que, en mí casa, todos roban para poder comer; no le hagas caso Amanda; a todos les pregunta lo mismo; ven sigue; Diego se encuentra en su cuarto; me dijo que te recibiría allí, porque tú eres como su hermana, y yo le creo; por aquí por favor, luego de atravesar una salita pequeña y limpia, llegaron a la habitación; capturó por primera vez, ese espacio íntimo en donde Diego se refugiaba y pensó; es agradable.
Así que el cuarto era bastante amplio y entraba muy buena luz, hacía una de las paredes se hallaba situada una cama pequeña, vestida con sencillez pero, con pulcritud.
Ya del otro lado se veía, una ventana amplia, se hallaba abierta de par en par y cuya visión, daba al patío trasero de la casa, pero que también, daba una vasta y amplia mirada del barrio y del parque de Itagüí, a lo lejos, las montañas se delineaban en forma tal, que hasta le parecía, encontrarse dentro de una ciudad hundida.
Casi al pié de la ventana, estaba el escritorio con una vieja y destartalada máquina de escribir, pero que todavía funcionaba, y que con el tiempo seria abandonada y sustituida por un moderno computador, dentro de ésta, había una página en blanco, que contenía una sola palabra escrita, era quizás una vocal; la, A…Diego, vestía como siempre un bluyín azul desteñido y una camiseta de cuello, un color rosa, que le sentaba bien.
Estaba sentado, intentando trabajar en algo, y al escuchar la voz de Amanda, ya se había levantado para recibirla; te estaba esperando, sigue, sigue; y le acerco una silla pequeña y abollonada, muy cómoda para que se sentara.
Cuando ésta lo hizo, le preguntó ¿te dio mucha dificultad encontrar la casa? No que va, con los datos que me diste, me fue muy fácil llegar, es sólo que camine bastante; ¿pero sabes qué, es lo qué más me impresionó? ¿No, qué podría ser? Es que cuando subía por la falda; sí, esa falda, esa subida, que ésta, después del barrio las Acacias[1]; ¿las acacias? Como sea, el caso es que vi; a unas vaquitas y a unos  terneritos, mirando y con los ojos llenos de lágrimas, hacía una carnicería que está situada allí; no, y esos carros, no hacían sino pitar, tremendo taco el que se formó; ¿Y qué miraban? , no sé, pero tenían la vista clavada, en esa carne que se veía exhibida.
¿Y lloraban, no sería qué te pareció? ¡No hombre que va!, todas esas vaquitas y terneritos, tenían los ojos llenitos de lágrimas; ve que pesar; ¿sí cierto?  ¿Pero sabes una cosa Diego? Eso no era un líquido; ¿lo qué dicen que se les forma a los animales alrededor de los ojos?; no, todas ellas estaban con los ojos fijos, fijos, como ya te dije; sí, y eso no era agua, eran lágrimas. De improvisó el joven cambio de tema; te noto muy efusiva hoy; ¿tú crees? Sí.
Después de un silencio repuso; ¡off!, ¿me imagino, qué ese centro debe de estar repleto de gente? Así es, pero sobre todo, la parte que llaman el hueco, ¿y qué, trabajando en lo de tú tesis?; sí, veras, haciendo el intento, pero que rico Amanda, que estás aquí; yo también me siento bien y tú mamá es súper; eso no es nada, espera a que la conozcas bien; en esos momentos doña Rafaela volvió a aparecer, pero se quedó en el umbral de la entrada.
Sin duda, su hijo era apuesto, estaba sentado de frente a Amanda y de espaldas a la puerta; detrás de él, se hallaba colgado, un cuadro del sagrado corazón, que ella insistió en colocar, Amanda vestía de un modo sencillo llevaba un yin y una camiseta negra y usaba sandalias franciscanas.
La mano de Diego, estaba sobre el escritorio; por detrás, y casi a un lado de Amanda, se alcanzaba a ver, una pequeña biblioteca, algunos libros, se veían bien puestos, en cambio si había otros que se encontraban como en desorden; desde la ventana entraba un vientecillo que refrescaba.
Los miraba desde la puerta, se veían tan animados y aunque Diego, no le había contado lo de Amanda, ésta intuía que era diferente; pero le gustaba verlos así; al menos, se distraería y olvidaría a esa dama sublimada, a esa tal Clara Inés; hay mujeres así, que les gusta ser idolatradas; pero que, a la hora de la verdad, no rajan ni prestan el hacha; maldijo, para sí.
Después de unos segundos, ambos se dieron cuenta de su presencia; ¿mamá estabas ahí? entonces sonriéndose, acabó de entrar; sí, vine a traerles esté jugo; el tuyo Amanda lo preparé de mango; pues se, que es el que más te gusta; muchas gracias doña Rafaela; que cuento de doña Rafaela, con toda confianza dime Rafaela.
A propósito Diego, hace unos momentos, llamó una mujer, preguntando por don Manuel, y como a ellos, les cortaron el teléfono; yo le dije, que no estaba; pero no me atreví a decirle más, y como estabas ocupado, no quise interrumpirte, para que adelantaras tú tesis.
Pero dejó este número, aquí dice que se llama Lola; a no, es Lilia; al escuchar el nombre de Lilia, Diego dijo; presta, presta para acá; creo que ésta mujer, es la que necesitaba; ¿sí y eso porqué?
Porque es probable, que ella sea la mamá de Hunder Alexander; Rafaela frunció el entrecejo; para nada le gustaba esa mujer, pues había abandonado a su hijo; se contuvo y no dijo nada, entonces volvió a salir.
Diego guardó el número, con la intención de llamarla más tarde; Amanda saboreó despacio el exquisito jugo y al ver intranquilo, el semblante de éste, le preguntó, sin darle importancia a lo expuesto por Rafaela.
¿Por lo qué veo, éste es un barrio tranquilo?; sí, hace ya mucho que está en calma, pero hubo un tiempo terrible, de mucha violencia; ya que según tengo entendido, éste barrio ha sido solicitado como una plaza; ¿una plaza? Sí, algo muy apetecido, por los que trafican con droga.
Pero las gentes que viven en de éste barrio, son en su mayoría muy buenas, muy trabajadoras; sí; aseguro Amanda, pero, se ven unas cosas, ¿porqué? No, es que, cuando venia hacía acá, alcancé a ver, a un pobre hombrecito, bajito, gordito, hasta tenía un poco desviados los ojos, pero lo más charro, es que traía unas piedras bien grandes, escondidas, dentro de su camisa; pero yo supongo, que eso era un mecanismo de protección, pues en realidad, no se las lanzaba a nadie; pero en cambio si vi a un muchacho, como de unos dieciocho años o más, que le lanzaba toda clase de improperios; me pareció muy grosero y hasta insolente; vieras como le decía; ¡ viejo, viejo ¡acabado, viejo feo y tuerto; foronda marica ; sí, y el tono de su voz era bastante insidioso.
Al pobre hombrecito, se le achiquitaba la nalga, de lo mal que se sentía; ¡como se ve!, que te viniste por la casa de Rósamela; es un hijo de ella, un pobre majadero, que no conoce el respeto, ni la piedad, porque de conocerla, no trataría así, a ese hombre, ni a nadie; pues al envalentonarse, en contra de Raúl Antonio, que así se llama, éste buen hombre, y aunque tiene su problema; ésta ese chico, demostrando lo enfermo que esta; por lo demás y aunque lo hace para molestarlo, se nota que eso es algo representativo de un barrio como éste; no Diego y no sólo de éste ,eso, es un reflejo de la forma como se van moviendo o deteriorando, los valores dentro de una sociedad.
Raúl Antonio no vive por acá, pero viene a visitar a Alicia, que es su novia, se conocieron en el Colegio La Inmaculada Concepción[2]; más concretamente en la parte en donde les dan almuerzos a personas como ellos; Alicia es también bajita, gordita, de igual manera  es un poco bisoja; el sólo tiene cuarenta y dos años y ella tiene cuarenta y cinco; ella me dijo un día; yo soy mayor que él, yo no sé porque la gente lo trata tan mal.
Diego bebió un buen trago de jugo, pero sin dejar de deleitarlo; a mí me parece que los dos forman una pareja encantadora, son preciosos. Ya veo, dijo ella; éste jugo si que está delicioso; ¿quieres más? No, es suficiente, gracias Diego.
Al decir esto, Amanda se levantó y se acercó a la ventana, dejando, sobre el charol, el vaso y con mucha fuerza, clavó sus ojos en la lejanía, era como si buscara la forma de un antiguo rostro o una delgada silueta; tanto así, que olvidó por un momento, el lugar en donde estaba. Diego la siguió con la mirada; y el pensamiento de ella, dio un vuelco y se acordó de su amigo Galo; nunca le contó que  sí, había amado a alguien.
Suspiró, se acercó al escritorio, tomó un libro y lo abrió en una página cualquiera y leyó en silencio algo que llamó su atención y que decía así; los ojos expresan enigmas, que en el momento no alcanzamos a comprender, pero que luego, al pensar en ellos, en esa mirada, y sobre todo, si se trata de la persona amada; se nos van descubriendo cosas, que no se quedaron con las palabras; en aquel momento, me di cuenta que ella, se avergonzaba de mí; ya que su mundo era muy diferente al mío; fue por eso, que preferí renunciar a ese amor; eso, eso, antes de ser cómplice de su cobardía; dijo Antonio Molinares a su amigo Ricardo.
Diego la miró y le dijo; ¿te gusta ese libro? Su autor es..., en esos momentos, entró Rafaela un poco nerviosa; Diego hijo; allá afuera, ésta una mujer en compañía de un hombre y dice que quiere hablar con don Manuel y piensa que nosotros le podemos colaborar ya que, no lo encontró en la dirección que tiene.
[1] Las Acacias, barrio del municipio de Itagüí, de la ciudad de Medellín.

[2] Colegio La inmaculada Concepción: Situado en el Municipio de Itagüí.


BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia



No hay comentarios:

Publicar un comentario