jueves, 19 de marzo de 2015

CAPITULO XXVIII LAS MADEJAS EN EL TIEMPO





                                                       

                                                  CAPITULO  XXVIII                                   

                                          LAS MADEJAS EN EL TIEMPO

A veces me entretengo, quitándole las hilachas al tiempo, pero después de todo, ellas se desenhebran solitas, sí, y es que no es tan fácil, desenhebrarlas; pensó Sara Lucía, y suspendió la lectura, tomando a su vez, una hoja de papel, sobre la que escribió; la creíamos ignota, cuando en primitivas rondas, jugábamos en solitario para alcanzarla.
La creíamos perdida, cuando en juveniles juegos, soñábamos con una luz inalcanzable y perdidos en insolubles amaneceres nos creíamos eternos.
Cercana la sentimos, cuando en días y en noches, impotentes la vemos deslizarse, por entre las sombras; cautelosa y febril como un animal de caza.
Ahora nos sonríe cual muchacha y coquetea con nosotros; entonces digo, no te temo, pero ella se cambia, se vuelve gris y amarga al llegar la tarde, y un vahó fétido exhala de su cara.
La miramos venir entonces, cuando nos damos el lujo de esperarla y yo, yo Sara Lucía, le sonrió y le digo; ¡que le vamos a hacer! ¡Es la vida!; espérate un poco allá, yo me pongo mí traje en rojo y me desato mí rubia cabellera y destrenzo mis plumas y mis plumillas leves y me borro estas cejas rubias; porque es que ahora, recuerdo, que la muerte olvida las caras que no tienen cejas.
Exhaló el aire de sus pulmones y volvió a sujetarlo con los labios entreabiertos, pero al instante, el aire mismo parecía ahogarla.
Retomó de nuevo la lectura, Yocasta la miraba y al parecer dos lágrimas, casi febriles, salían de sus ojos sumidos; recién perdía el olor de aquel, que amó a Sara Lucía. Ella se sumió en la lectura.
 Diego trabajaba con insistencia sobre su tesis, tecleando con rapidez, las ideas fluían y era esto, más o menos lo que escribía; el sujeto que sueña, no sólo emite, como es evidente, realidades subjetivas, sino que también esas realidades, se tornan objetivas, por medio de la elaboración de esas experiencias en el pensamiento.
De cualquier modo, no podemos ignorar, que dentro del inconsciente humano, subyacen verdades que son universales; aún cuando el individuo, no siempre se percate de ellas.
Levantó sus ojos un momento y su mente pareció dispersarse; ¿Qué haré si vuelvo a ver a Clara Inés del brazo del profesucho ese?  ¿Le daría golpes en la cara y en la barba, esa qué le cuelga, cómo los pelos de un viejo chivo?; paseó su mano derecha por su cabellos; no, claro que no; mejor que eso, gritaría como un bárbaro y amenazante le mostraría sus dientes; no tampoco, a lo mejor le apretaría el pescuezo y le haría expulsar toda su asquerosa materia fecal, hasta quedar exangüe.
Continuó confabulando, ¿y ella? ¿Qué Le diría ella?; ¿te olvidas, qué tratas con un hombre y no con un animal? Le diría eso, para defender a esa cara de chivo; sí, sin duda, la miraría y vomitaría toda su entraña y luego, ya luego, reharía el vuelo, sobre lo más alto de la ciudad, hasta perderse por entre nubes.
Tomó aire y lo contuvo dentro de si y luego lo exhaló despacio; y pensó ¡va! el amor es una tontería, una bobería; luego pareció reflexionar de nuevo y musitó en voz baja; bueno el amor concebido como cosa, porque una cosa, es el amor, amor y otra muy distinta es una cosa, ¡Um!. ¿Será?
Sin embargo; agregó, son ingenuos, quienes pretenden hacerlo pasar, como un trasero o como unas enormes y empinadas tetas.
¿Qué es el amor? Pensó; es un rostro, un cosmos, un cuerpo, una inexplicable confusión o hasta quizás la certeza de una duda que nos embarga, ¿será  todas esas cosas juntas  o ninguna? Lo único cierto, es que la extraño; suspiró.
Suspiró y se concentró de nuevo en su trabajo, tecleó y tecleó hasta el atardecer; tan sólo se levantó, cuando sintió que sus nalgas, parecían dopadas, como por un buen manojo de adormideras. Se fue hacía la cocina, con el cuerpo casi desbaratado y sosteniéndose con ambas manos debajo de la cintura, ya casi, llegando al huesito de la alegría.
Se sentía atraído por el olor que emanaba de está, ajos y cebollas frescas, reposaban sobre una mesa limpia y unos pollos frescos y recién asados despedían un humo calientito y vaporoso, de inmediato se le hizo agua la boca. ¿Hola hijo, ya terminaste? sí mamá; entonces vístete y quítate ese pijama, que ya están por llegar nuestros invitados.
No seas exagerada mamá, la cena es en la noche y apenas son las cinco y media; te ayudaría, si no fuera porque estoy muy acalorado, he estado sentado mucho tiempo y aún no termino de desentumecerme.
Diego miraba el pollo, sintiendo que la saliva le atragantaba, está lo miró de soslayo; ni se te ocurra ponerle las manos encima, porque te doy con un zurrón, si tienes razón, mejor voy a bañarme.
No, espera, Merices, así solía decirle a Meri  algunas veces, por cariño; trae un plato y dale a mí hijo un poco de pollo con ensalada, para que calme el hambre; sí doña Rafaela. ¿Sabes Diego? Estoy tan contenta de que a Manuel le hayan dado de alta; sí muy bueno y desde que salió de la clínica, ha permanecido estable. Sí, se ve que le sentó bien, la llegada de su esposa. 
Tome don Diego; ¡um! ¡Que rico!; ¡un momento, lávate las manos hijo!  Hay mamá,  nada de ahí mamá; Diego se alejó y entró al lavamanos se lavó y se secó muy bien.
Cuando regresó, se sentó en una mesita, dentro de la misma cocina y comenzó a saborear; a propósito mamá, eso de esposa, ya está mandado a recoger, recuerda que ella es su ex; no lo olvides.
Como quiera que sea hijo, además Hunder Alexander, no cabe en si de la dicha; bueno en cuanto a eso si mamá, pero recuerda; esto es sólo el comienzo, ya que tengo entendido que Lilia, se piensa llevar a su hijo para Bogotá.
Mientras Rafaela hablaba, seguía adosando más pollo; no cantes victoria hijo; quien quita, que ese matrimonio se reconcilie; al decir esto, miraba de soslayo a Diego, no, sin cierta malicia ¿sabes?, ellos forman una muy buena pareja.
¡Ba!, no digas bobadas mamá; ven Meri, pásame el tomillo por favor; sí como no, tome, ¿con esa cantidad o más?; no así está bien hija. Meri  se reía para sus adentros, si doña Rafaela supiera, la encarretada que se están pegando esos dos; los he visto muy juntitos, en el patío y la verdad es que hacen muy buena pareja.
En esos momentos apareció Evita; ¡hola hermanito!, quiero leerte lo que escribí en la escuela está mañana; la profesora me ayudó; ¿sí qué es? es un poema y se titula: A Veces; léelo pues.
 A veces estoy contenta, como con ese sonajero de mí infancia; aunque a veces los perros ya no le ladran a la luna. ¿A quién? A la luna, que no oyes. ¿Estás sordo o qué?
Diego abrió y cerró la boca; ¡vaya! dijo sorprendido, está continuó; con luna, quiero decir a la que está encima de la noche.
¡Ya veo!; carraspeó Diego saboreando aún, el último pedacito de pollo. Déjame terminar y veraz; pero en cambio si aúllan de espanto, cuando hombres y mujeres festejan con tanta polvareda en navidad.
 ¿Eres feminista? Rafaela, golpeó con suavidad la cabeza de su hijo, para que no siguiera interrumpiendo a Evita; porque es que aman la bulla y la guerra. Sí, sin embargo a veces estoy tan contenta, como con ese sonajero de mí infancia; o como un viejo ángel guardián, que velaba en mí cuna y yo reía y reía esperando, a que una estrella me elevara por los cielos.
¿Te gustó Diego? E, e, ¡pero claro!, claro que me gusta Evita; ¿tú ya eres tan grande; en qué momento te creciste Evita?  Voy a cumplir cinco años, la otra semana; con la mirada, Diego la siguió y está salió brincando, palmoteando, jugando con sus manos.
Se levantó, había quedado tan conturbado, que se dirigió al pasillo y buscó el baño, en donde se miró al espejo; revolvió sus cabellos como si buscara algo; ¿tendré canas? Se preguntó; teléfono Diego; ¡voy mamá!, ¿Quién es? Amanda, ¡sí voy mamá! ¡Ya voy!
Tomó el teléfono y con efusión contestó; ¿entonces vendrás?; que bueno; hablamos ahora, chao.
BEATRIZ ELENA MORALES ESTRADA.
RADICACIÔN DE ENTRADA 1-2010-26128 Colombia

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